Discursos 2011 111


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA

22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

SALUDO A LA CIUDADANÍA


Münsterplatz de Friburgo de Brisgovia

Sábado 24 de septiembre de 2011




Queridos amigos:

112 Os saludo a todos con gran alegría y os agradezco la cordial acogida que me habéis dispensado. Tras los hermosos encuentros en Berlín y Erfurt, me alegra estar ahora con vosotros en Friburgo, a la luz y el calor del sol. Doy las gracias especialmente a vuestro querido Arzobispo Robert Zollitsch por su invitación – ha insistido tanto que, al final, he debido decir: he de ir verdaderamente a Friburgo – así como por sus amables palabras de bienvenida.

“Donde está Dios, allí hay futuro”; así reza el lema de estas jornadas. Como Sucesor del Apóstol Pedro, al que el Señor encomendó en el cenáculo precisamente el encargo de confirmar a los hermanos (cf. Lc
Lc 22,32), vengo con gusto a estar con vosotros en esta bella ciudad para rezar juntos, proclamar la Palabra de Dios y celebrar juntos la Eucaristía. Os pido que recéis para que estos días sean fructíferos, de modo que Dios confirme nuestra fe, fortalezca nuestra esperanza y acreciente nuestro amor. Que en estos días lleguemos a ser nuevamente conscientes de lo mucho que Dios nos ama y de que Él es verdaderamente bueno. Por eso hemos de estar llenos de confianza de que Él es bueno para con nosotros, tiene un poder bueno y nos lleva en sus manos; a nosotros y a todo lo que mueve nuestro corazón y es importante para nosotros. Y queremos ponerlo conscientemente en sus manos. En Él, nuestro futuro está asegurado. Él da sentido a nuestra vida y puede llevarla a plenitud. El Señor os acompañe en la paz y os haga mensajeros de su paz. Gracias de corazón por la acogida.



VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA

22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON REPRESENTANTES DE LAS IGLESIAS ORTODOXAS

Y ORTODOXAS ORIENTALES


Hörsaal del Seminario de Friburgo de Brisgovia

Sábado 24 de septiembre de 2011




Eminencias, Excelencias,
Venerables representantes de las Iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales

Me alegra mucho que hoy estemos aquí reunidos. Les agradezco de todo corazón su presencia y la posibilidad de este intercambio amigable. Le agradezco en particular a usted, Metropolita Augoustinos, sus hondas palabras. Me ha impresionado sobre todo lo que ha dicho de la Madre de Dios y los santos, que abrazan y unen todos los siglos. En este contexto, me complace repetir lo que he dicho en otras ocasiones: sin duda, entre las Iglesias y las comunidades cristianas, la Ortodoxia es la más cercana teológicamente a nosotros; católicos y ortodoxos han conservado la misma estructura de la Iglesia de los orígenes; en este sentido, todos nosotros somos “Iglesia de los orígenes” que, no obstante, sigue siendo presente y nueva. Por eso nos atrevemos a esperar que no esté muy lejano el día en que podamos celebrar de nuevo juntos la Eucaristía, aunque desde el punto de vista humano surjan repetidamente dificultades (cf. Luz del Mundo. Una conversación con Peter Seewald, pp. 99s).

La Iglesia católica – y yo personalmente – sigue con interés y simpatía el desarrollo de las comunidades ortodoxas en Europa occidental, que han tenido un notable crecimiento. Actualmente, viven en Alemania – así he oído – aproximadamente un millón seiscientos mil cristianos ortodoxos y ortodoxos orientales. Se han convertido en parte constitutiva de la sociedad, contribuyendo a hacer más vivo el patrimonio de las culturas cristianas y de la fe cristiana en Europa. Me alegra la intensificación de la colaboración panortodoxa, que en los últimos años ha hecho progresos esenciales. La fundación de las Conferencias Episcopales Ortodoxas – de las que usted ha hablado –, allí donde las Iglesias Ortodoxas se encuentran en la diáspora, es expresión de las relaciones sólidas dentro de la Ortodoxia. Me alegra que el año pasado se haya dado en Alemania este paso. Que las experiencias que se viven en estas Conferencias Episcopales refuercen la unión entre las Iglesias ortodoxas y hagan avanzar los esfuerzos en favor de un concilio panortodoxo.

Desde que era profesor en Bonn y especialmente luego, siendo Arzobispo de Múnich y Freising, pude conocer y apreciar cada vez más en profundidad la Ortodoxia por la amistad personal con representantes de las Iglesias ortodoxas. En aquel tiempo, se inició también el trabajo de la Comisión conjunta de la Conferencia Episcopal Alemana y de la Iglesia Ortodoxa. Desde entonces, con sus textos dedicados a cuestiones pastorales y prácticas, promueve la comprensión recíproca y contribuye a consolidar y desarrollar las relaciones católico-ortodoxas en Alemania.

Es igualmente importante continuar el trabajo para aclarar las diferencias teológicas, pues su superación es indispensable para el restablecimiento de la unidad plena, que deseamos y por la que oramos. Sabemos que, sobre todo, es la cuestión del primado en torno a la cual hemos de continuar, con paciencia y humildad, los esfuerzos en el debate para su justa comprensión. Pienso que en esto pueden darnos aún impulsos fructuosos las reflexiones acerca del discernimiento entre la naturaleza y la forma del ejercicio del primado que hizo el Papa Juan Pablo II en la Encíclica Ut unum sint (n. 95).

113 Veo también con gratitud el trabajo de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales. Estoy contento, veneradas Eminencias y venerables representantes de las Iglesias Ortodoxas orientales, de encontrar con ustedes a los representantes de las Iglesias implicadas en este diálogo. Los resultados obtenidos hacen crecer la recíproca comprensión y el acercamiento mutuo.

En la actual tendencia de nuestro tiempo, en que son bastantes los que quieren, por decirlo así, “liberar” de Dios a la vida pública, las Iglesias cristianas en Alemania – entre las cuales están también los cristianos ortodoxos y ortodoxos orientales –, fundadas en la fe en el único Dios y Padre de todos los hombres, caminan juntas por la senda de un testimonio pacífico para la comprensión y la comunión entre los pueblos. Al hacer esto, no dejan de poner el milagro de la encarnación de Dios en el centro del anuncio. Conscientes de que sobre este milagro se funda toda la dignidad de la persona, se comprometen juntas en la protección de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural. La fe en Dios, creador de la vida, y el permanecer absolutamente fieles a la dignidad de cada persona fortalece a los cristianos para oponerse decididamente a cualquier intervención que manipule y seleccione la vida humana. Además, conociendo el valor del matrimonio y de la familia, nos preocupa como cristianos, como algo importante, proteger de toda interpretación errónea la integridad y la singularidad del matrimonio entre un hombre y una mujer. Este compromiso común de los cristianos, entre los que se encuentran los fieles ortodoxos y ortodoxos orientales, ofrece una contribución valiosa a la edificación de una sociedad que puede tener futuro, en la cual se dé el debido respeto a la persona humana.

Al concluir, quisiera volver la mirada a María – usted nos la ha presentado como Panaghia –, a la Hodegetria, la “guía del camino”, que es venerada también en Occidente bajo el título de “Nuestra Señora del Camino”. La Santísima Trinidad ha dado a María, la Virgen Madre, a la humanidad para que Ella, con su intercesión, nos guíe a través del tiempo y nos indique el camino hacia su cumplimiento. A Ella nos encomendamos y presentamos nuestra petición de llegar a ser en Cristo una comunidad cada vez más íntimamente unida, para alabanza y gloria de su Nombre. Dios os bendiga a todos. Gracias.



VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA

22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON LOS SEMINARISTAS


Capilla de San Carlos Borromeo del Seminario de Friburgo de Brisgovia

Sábado 24 de septiembre de 2011




Queridos seminaristas,
queridos hermanos y hermanas

Es una gran alegría para mí poder encontrarme aquí con jóvenes que se encaminan para servir al Señor; que escuchan su llamada y quieren seguirlo. Quisiera agradecer calurosamente, en particular, la hermosa carta que me han escrito el Rector del seminario y los seminaristas. Me ha llegado verdaderamente al corazón comprobar cómo habéis reflexionado sobre mi carta y habéis desarrollado vuestras preguntas y respuestas sobre ella; con cuánta seriedad acogéis lo que he intentado proponeros, y sobre esa base procedéis en vuestro propio camino.

Sería ciertamente más bello si pudiéramos tener juntos un diálogo, pero el horario del viaje al que estoy obligado y he de obedecer, por desgracia no lo permite. Puedo solamente por tanto tratar de subrayar una vez más algunas ideas a la luz de lo que habéis escrito y de lo que yo escribí.

En el contexto de la pregunta: ¿A qué se debe el seminario; qué significa este período?, me impresiona sobre todo cada vez más el modo en que san Marcos, en el tercer capítulo de su Evangelio, describe la constitución de la comunidad de los Apóstoles: «El Señor instituyó doce». Él crea algo, Él hace algo, se trata de un acto creativo. Y Él los instituyó «para que estuvieran con Él y para enviarlos» (Mc 3,14); éste es un deseo doble que, en cierta medida, parece contradictorio. «Para que estuvieran con Él»: han de estar con Él para llegar a conocerlo, escucharlo, para dejarse plasmar por Él; deben ir con Él, estar en camino con Él, en torno a Él y tras Él. Pero, al mismo tiempo, han de ser enviados que van, que llevan fuera lo que han aprendido, lo llevan a los otros que están en camino: a la periferia, en el vasto entorno, e incluso también a los que están muy lejos de Él. Sin embargo, estos aspectos paradójicos van juntos: si están realmente con Él, entonces están siempre en camino hacia los otros, están en busca de la oveja extraviada; entonces van allí, han de transmitir lo que han encontrado, darlo a conocer, convertirse en enviados. Y viceversa: si quieren ser verdaderos enviados, tienen que estar siempre con Él. San Buenaventura dijo una vez que los Ángeles, vayan donde vayan, por más lejos que sea, se mueven siempre dentro de Dios. Así ocurre también aquí: como sacerdotes, hemos de salir a los diversos caminos en que se encuentran los hombres, para invitarlos a su banquete nupcial. Pero sólo podemos hacerlo permaneciendo siempre junto a Él. Y aprender esto, esta combinación entre salir fuera, ser enviados, y estar con Él, permanecer junto a Él, es precisamente – creo – lo que hemos de aprender en el seminario. El modo justo de permanecer con Él, el echar raíces profundas en Él – estar cada vez más con Él, conocerlo cada vez más, el mantenerse cada vez más sin separarse de Él – y al mismo tiempo salir cada vez más, llevar el mensaje, transmitirlo, no quedárselo para sí, sino llevar la Palabra a los que están lejos y que, sin embargo, en cuanto criaturas de Dios y amados por Cristo, llevan en el corazón el deseo de Él.

114 El seminario, pues, es un tiempo para ejercitarse; ciertamente, también para discernir y aprender: ¿Quiere Él esto para mí? La vocación tiene que ser verificada, y de esto forma parte la vida comunitaria y naturalmente el diálogo con los directores espirituales que tenéis, para aprender a discernir cuál es su voluntad. Y también aprender a confiar: si Él lo quiere verdaderamente, puedo confiarme a Él. En el mundo de hoy, que se transforma de manera increíble y en el que todo cambia continuamente, en el que los lazos humanos se rompen porque se producen nuevos encuentros, es cada vez más difícil creer: yo resistiré toda la vida. Ya en nuestros tiempos, no era fácil para nosotros imaginar cuántos decenios habría querido concederme Dios, cuánto cambiaría el mundo. ¿Perseveraré con Él, tal como se lo he prometido?... Es una pregunta que exige verificar la vocación, pero luego – cuanto más reconozco: sí Él me quiere – también la confianza: si me quiere, también me ayudará; en la hora de la tentación, en la hora del peligro, estará presente y me dará personas, me enseñará caminos, me apoyará. Y la fidelidad es posible porque Él siempre está presente, y porque Él existe, ayer, hoy y mañana; porque Él no pertenece solamente a este tiempo, sino que es futuro y puede sostenernos en cada momento.

Un tiempo de discernimiento, de aprendizaje, de llamada… Y luego, naturalmente, en cuanto tiempo del estar con Él, tiempo de oración, de escucharle. Escuchar, aprender a escucharlo verdaderamente – en la Palabra de la Sagrada Escritura, en la fe de la Iglesia, en la liturgia de la Iglesia – y aprender hoy en su Palabra. En la exégesis aprendemos tantas cosas sobre el pasado: todo lo de entonces, qué fuentes tenemos, qué comunidades había, y así sucesivamente. También esto es importante. Pero más importante es el que en ese ayer nosotros aprendamos el hoy; que, con estas palabras, Él habla ahora y que todas ellas llevan consigo su hoy y que, más allá de su origen histórico, llevan en sí una plenitud que habla a todos los tiempos. Y es importante aprender esta actualidad de su hablar – aprender a escuchar – y así poder decírselo a los otros. Ciertamente, cuando se prepara la homilía para el domingo, este hablar… ¡Dios mío, suena a menudo tan lejano! Pero si yo vivo con la Palabra, entonces veo que de ninguna manera es lejana: es actualísima, está ahora presente, me concierne y concierne a los otros. Y entonces comienzo también a saber explicarla. Pero para esto se requiere caminar constantemente con la Palabra de Dios.

El estar personalmente con Cristo, con el Dios vivo, es una cosa; la otra es que siempre podemos creer solamente en el «nosotros». A veces digo que san Pablo ha escrito: “La fe viene de la escucha», no del leer. También se necesita leer, pero la fe viene de la escucha, es decir, de la palabra viviente, de las palabras que los otros me dirigen y que puedo oír; de las palabras de la Iglesia a través de todos los tiempos, de la palabra actual que ella me dirige mediante los sacerdotes, los Obispos y los hermanos y hermanas. De la fe forma parte el «tú» del prójimo, y forma parte de ella el «nosotros». El ejercitarse, el apoyarse mutuamente es algo muy importante; aprender a acoger al otro como otro en su diferencia, y aprender que él tiene que soportarme a mí en mi diferencia, para llegar a ser un «nosotros», para que un día podamos formar una comunidad también en la parroquia, llamar a las personas a entrar en la comunidad de la Palabra y ponerse juntos en camino hacia el Dios vivo. Eso forma parte del «nosotros» muy concreto, como lo es el seminario, como lo será la parroquia, pero también el mirar siempre más allá del «nosotros» concreto y limitado hacia el gran «nosotros» de la Iglesia de todo tiempo y lugar, para no hacer de nosotros mismos el criterio absoluto. Cuando decimos: «Nosotros somos Iglesia», sí, claro, es cierto, somos nosotros, no uno cualquiera. Pero el «nosotros» es más amplio que el grupo que lo está diciendo. El «nosotros» es la comunidad entera de los fieles, de hoy, de todos los lugares y todos los tiempos. Y digo siempre además que en la comunidad de los fieles, sí existe, por decirlo así, el juicio de la mayoría de hecho, pero nunca puede haber una mayoría contra los Apóstoles y contra los Santos: eso sería una falsa mayoría. Nosotros somos Iglesia: ¡Seámoslo! Seámoslo precisamente en el abrirnos, en el ir más allá de nosotros mismos y en serlo junto a los otros.

Creo que según el horario quizás debería concluir. Quisiera deciros todavía una cosa. La preparación para el sacerdocio, el camino hacia él, requiere también el estudio. No se trata de una casualidad académica que se ha desarrollado en la Iglesia occidental, sino algo esencial. Todos sabemos que san Pedro ha dicho: «Estad dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida la razón, el logos de vuestra fe» (cf.
1P 3,15). Hoy nuestro mundo es un mundo racionalista y condicionado por la mentalidad científica, aunque muy frecuentemente se trata sólo de una cientificidad aparente. Pero el espíritu científico, el comprender, el explicar, el poder saber, el rechazo de todo lo que no es racional, es dominante en nuestro tiempo. Hay en esto también algo grande, aunque a menudo se esconde detrás mucha presunción e insensatez. La fe no es un mundo paralelo del sentimiento, que nos permitimos luego como un accesorio, sino que abraza el todo, le da sentido, lo interpreta y da también las directivas éticas interiores, para que sea comprendido y experimentado en vista de Dios y a partir de Dios. Por eso es importante estar informados, comprender, tener la mente abierta, aprender. Naturalmente, dentro de veinte años estarán de moda teorías filosóficas totalmente diferentes de las de hoy: si pienso en lo que entre nosotros era la más alta y moderna moda filosófica, y veo cómo todo eso ya se ha olvidado… Sin embargo, no es inútil aprender estas cosas, porque en ellas hay también elementos duraderos. Y, sobre todo, con eso aprendemos a juzgar, a seguir mentalmente un pensamiento – y a hacerlo de manera crítica – y aprendemos a procurar que, en el pensar, la luz de Dios nos ilumine y no se apague. Estudiar es esencial: solamente así podemos afrontar nuestro tiempo y anunciarle el logos de nuestra fe. Estudiar también de modo crítico – conscientes precisamente de que mañana algún otro dirá algo diferente – pero ser estudiantes atentos, abiertos y humildes, para estudiar siempre con el Señor, ante el Señor y para Él.

Sí, todavía podría decir muchas cosas, y tal vez debería hacerlo... Pero doy las gracias por la escucha. Y en la oración, todos los seminaristas del mundo están presentes en mi corazón; no tan bien, con sus nombres, como los he recibido aquí, pero sí en un camino interior hacia el Señor: que Él bendiga a todos, les dé luz y les indique el sendero justo, y que nos dé muchos buenos sacerdotes. Gracias de corazón.


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA

22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON EL CONSEJO

DEL COMITÉ CENTRAL DE LOS CATÓLICOS ALEMANES (ZDK)


Hörsaal del Seminario de Friburgo de Brisgovia

Sábado 24 de septiembre de 2011




Ilustres señores y señoras,
Queridos hermanos y hermanas:

Me es grato tener la oportunidad de encontrarme con ustedes aquí, en Friburgo, Miembros del Consejo del Comité Central de los Católicos Alemanes. Con gozo les manifiesto mi aprecio por su compromiso en sostener públicamente los intereses de los católicos y en dar impulso a la obra apostólica de la Iglesia y de los católicos en la sociedad. Al mismo tiempo, quisiera agradecerle, querido señor Presidente Glück, sus amables palabras, con las que ha dicho muchas cosas importantes y dignas de reflexión.

115 Queridos amigos, desde hace años existen los denominados programas exposure para ayudar a los países en vías de desarrollo. Personas responsables del mundo de la política, de la economía y de la Iglesia viven por un cierto tiempo con los pobres en África, Asia o América Latina, y comparten con ellos su vida cotidiana. Al ponerse en la situación en que viven estas personas ven el mundo con sus ojos y sacan de esa experiencia, una lección válida para la propia actuación solidaria.

Imaginémonos que este programa exposure tuviese lugar en Alemania. Expertos llegados de un país lejano vendrían a vivir con una familia alemana media durante una semana. Aquí admirarían muchas cosas, como el bienestar, el orden y la eficacia. Pero, con una mirada sin prejuicios, constatarían también mucha pobreza, pobreza en las relaciones humanas y en el ámbito religioso.

Vivimos en un tiempo caracterizado en gran parte por un relativismo subliminal que penetra todos los ambientes de la vida. A veces, este relativismo llega a ser batallador, arremetiendo contra quienes dicen saber dónde se encuentra la verdad o el sentido de la vida.

Y notamos cómo este relativismo ejerce cada vez más un influjo sobre las relaciones humanas y sobre la sociedad. Esto se manifiesta en la inconstancia y discontinuidad de tantas personas y en un excesivo individualismo. Hay quien parece incapaz de renunciar a nada en absoluto o a sacrificarse por los demás. También está disminuyendo el compromiso altruista por el bien común, en el campo social y cultural, o en favor de los necesitados. Otros ya no son idóneos para unirse de manera incondicional a un partner.Ya casi no se encuentra la valentía de prometer fidelidad para toda la vida; el valor de optar y decir: “yo ahora te pertenezco totalmente”, o de buscar con sinceridad la solución de los problemas comprometiéndose con decisión por la fidelidad y la veracidad.

Queridos amigos, en el programa exposure, al análisis sigue la reflexión común. Esta elaboración debe considerar a la persona humana en su totalidad, de la que forma parte – no sólo implícita, sino precisamente explícita - su relación con el Creador.

Vemos que en nuestro opulento mundo occidental hay carencias. A muchos les falta la experiencia de la bondad de Dios. No encuentran un punto de contacto con las Iglesias institucionales y sus estructuras tradicionales. Pero, ¿por qué? Pienso que ésta es una pregunta sobre la que debemos reflexionar muy seriamente. Ocuparse de ella es la tarea principal del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. Pero, evidentemente, se dirige a todos nosotros. Permitidme afrontar aquí un aspecto de la específica situación alemana. En Alemania la Iglesia está organizada de manera óptima. Pero, detrás de las estructuras, ¿hay una fuerza espiritual correspondiente, la fuerza de la fe en el Dios vivo? Debemos decir sinceramente que hay un desfase entre las estructuras y el Espíritu. Y añado: La verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe. Si no llegamos a una verdadera renovación en la fe, toda reforma estructural será ineficaz.

Pero volvamos a estas personas a quienes falta la experiencia de la bondad de Dios. Necesitan lugares donde poder hablar de su nostalgia interior. Y aquí estamos llamados a buscar nuevos caminos de evangelización. Uno de estos caminos podrían ser pequeñas comunidades donde se vive la amistad que se profundiza regularmente en la adoración comunitaria de Dios. Aquí hay personas que hablan de sus pequeñas experiencias de fe en su puesto de trabajo y en el ámbito familiar o entre sus conocidos, testimoniando de este modo un nuevo acercamiento de la Iglesia a la sociedad. A ellos les resulta claro que todos tienen necesidad de este alimento de amor, de la amistad concreta con los otros y con Dios. Pero sigue siendo importante la relación con la sabia vital de la Eucaristía, porque sin Cristo no podemos hacer nada (cf. Jn
Jn 15,5).

Queridos hermanos y hermanas, que el Señor nos indique siempre el camino para ser juntos luz del mundo y para mostrar a nuestro prójimo el camino hacia el manantial donde pueden satisfacer su más profundo deseo de vida. Muchas gracias.


VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA

22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

VIGILIA DE ORACIÓN CON LOS JÓVENES


Feria de Friburgo de Brisgovia

Sábado 24 de septiembre de 2011




116 Queridos jóvenes amigos:

Durante todo el día he pensado con gozo en esta noche, en la que estaría aquí con vosotros, unido a vosotros en la oración. Algunos habéis participado tal vez en la Jornada Mundial de la Juventud, donde experimentamos esa atmósfera especial de tranquilidad, de profunda comunión y de alegría interior que caracteriza una vigilia nocturna de oración. Espero que también todos nosotros podamos tener esa misma experiencia en este momento en el que el Señor nos toca y nos hace testigos gozosos, que oran juntos y se hacen responsables los unos de los otros, no solamente esta noche, sino también durante toda la vida.

En todas las iglesias, en las catedrales y conventos, en cualquier lugar donde los fieles se reúnen para celebrar la Vigilia pascual, la más santa de todas las noches, ésta se inaugura encendiendo el cirio pascual, cuya luz se transmite después a todos los participantes. Una pequeña llama se irradia en muchas luces e ilumina la casa de Dios a oscuras. En este maravilloso rito litúrgico, que hemos imitado en esta vigilia de oración, se nos revela mediante signos más elocuentes que las palabras el misterio de nuestra fe cristiana. Él, Cristo, que dice de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (
Jn 8,12), hace brillar nuestra vida, para que se cumpla lo que acabamos de escuchar en el Evangelio: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14). No son nuestros esfuerzos humanos o el progreso técnico de nuestro tiempo los que aportan luz al mundo. Una y otra vez, experimentamos que nuestro esfuerzo por un orden mejor y más justo tiene sus límites. El sufrimiento de los inocentes y, más aún, la muerte de cualquier hombre, producen una oscuridad impenetrable, que quizás se esclarece momentáneamente con nuevas experiencias, como un rayo en la noche. Pero, al final, queda una oscuridad angustiosa.

Puede haber en nuestro entorno tiniebla y oscuridad y, sin embargo, vemos una luz: una pequeña llama, minúscula, más fuerte que la oscuridad, en apariencia poderosa e insuperable. Cristo, resucitado de entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido a la muerte – Él vive – y la fe en Él, penetra como una pequeña luz todo lo que es oscuridad y amenaza. Ciertamente, quien cree en Jesús no siempre ve en la vida solamente el sol, casi como si pudiera ahorrarse sufrimientos y dificultades; ahora bien, tiene siempre una luz clara que le muestra una vía, el camino que conduce a la vida en abundancia (cf. Jn Jn 10,10). Los ojos de los que creen en Cristo vislumbran incluso en la noche más oscura una luz, y ven ya la claridad de un nuevo día.

La luz no se queda aislada. En todo su entorno se encienden otras luces. Bajo sus rayos se perfilan los contornos del ambiente, de forma que podemos orientarnos. No vivimos solos en el mundo. Precisamente en las cosas importantes de la vida tenemos necesidad de otros. En particular, no estamos solos en la fe, somos eslabones de la gran cadena de los creyentes. Ninguno llega a creer si no está sostenido por la fe de los otros y, por otra parte, con mi fe, contribuyo a confirmar a los demás en la suya. Nos ayudamos recíprocamente a ser ejemplos los unos para los otros, compartimos con los otros lo que es nuestro, nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestro afecto. Y nos ayudamos mutuamente a orientarnos, a discernir nuestro puesto en la sociedad.

Queridos amigos, “Yo soy la luz del mundo – vosotros sois la luz del mundo”, dice el Señor. Es algo misterioso y grandioso que Jesús diga lo mismo de sí y y de nosotros todos juntos, es decir, “ser luz”. Si creemos que Él es el Hijo de Dios, que ha sanado a los enfermos y resucitado a los muertos; más aún, que Él ha resucitado del sepulcro y vive verdaderamente, entonces comprendemos que Él es la luz, la fuente de todas las luces de este mundo. Nosotros, en cambio, experimentamos una y otra vez el fracaso de nuestros esfuerzos y el error personal a pesar de nuestras buenas intenciones. No obstante los progresos técnicos, el mundo en que vivimos, por lo que se ve, nunca llega en definitiva a ser mejor. Sigue habiendo guerras, terror, hambre y enfermedades, pobreza extrema y represión sin piedad. E incluso aquellos que en la historia se han creído “portadores de luz”, pero sin haber sido iluminados por Cristo, única luz verdadera, no han creado ningún paraíso terrenal, sino que, por el contrario, han instaurado dictaduras y sistemas totalitarios, en los que se ha sofocado hasta la más pequeña chispa de humanidad.

Llegados a este punto, no debemos silenciar el hecho de que el mal existe. Lo vemos en tantos lugares del mundo; pero lo vemos también, y esto nos asusta, en nuestra vida. Sí, en nuestro propio corazón existe la inclinación al mal, el egoísmo, la envidia, la agresividad. Quizás se puede controlar esto de algún modo con una cierta autodisciplina. Pero es más difícil con formas de mal más bien oscuras, que pueden envolvernos como una niebla difusa, como la pereza, la lentitud en querer y hacer el bien. En la historia, algunos finos observadores han señalado frecuentemente que el daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres. “Vosotros sois la luz del mundo”. Solamente Cristo puede decir: “Yo soy la luz del mundo”. Todos nosotros somos luz únicamente si estamos en este “vosotros”, que a partir del Señor llega a ser nuevamente luz. Y lo mismo que el Señor afirma de la sal, como signo de amonestación, que podría llegar a ser insípida, de igual modo en las palabras sobre la luz ha incluido una pequeña advertencia. En vez de poner la luz sobre el candelero, se puede meter debajo del celemín. Preguntémonos: ¿cuántas veces ocultamos la luz de Dios bajo nuestra inercia, nuestra obstinación, de manera que no puede brillar por medio de nosotros en el mundo?

Queridos amigos, el apóstol san Pablo, se atreve a llamar “santos” en muchas de sus cartas a sus contemporáneos, los miembros de las comunidades locales. Con ello, se subraya que todo bautizado es santificado por Dios, incluso antes de poder hacer obras buenas. En el Bautismo, el Señor enciende por decirlo así una luz en nuestra vida, una luz que el catecismo llama la gracia santificante. Quien conserva dicha luz, quien vive en la gracia, es santo.

Queridos amigos, muchas veces se ha caricaturizado la imagen de los santos y se los ha presentado de modo deformado, como si ser santos significase estar fuera de la realidad, ingenuos y sin alegría. A menudo, se piensa que un santo es sólo aquel que hace obras ascéticas y morales de altísimo nivel y que precisamente por ello se puede venerar, pero nunca imitar en la propia vida. Qué equivocada y decepcionante es esta opinión. No existe ningún santo, salvo la bienaventurada Virgen María, que no haya conocido el pecado y que nunca haya caído. Queridos amigos, Cristo no se interesa tanto por las veces que flaqueamos o caemos en la vida, sino por las veces que nosotros, con su ayuda, nos levantamos. No exige acciones extraordinarias, pero quiere que su luz brille en vosotros. No os llama porque sois buenos y perfectos, sino porque Él es bueno y quiere haceros amigos suyos. Sí, vosotros sois la luz del mundo, porque Jesús es vuestra luz. Vosotros sois cristianos, no porque hacéis cosas especiales y extraordinarias, sino porque Él, Cristo, es vuestra, nuestra vida. Vosotros sois santos, nosotros somos santos, si dejamos que su gracia actúe en nosotros.

Queridos amigos, esta noche, en la que estamos reunidos en oración en torno al único Señor, vislumbramos la verdad de la Palabra de Cristo, según la cual no se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Esta asamblea brilla en los diversos sentidos de la palabra: en la claridad de innumerables luces, en el esplendor de tantos jóvenes que creen en Cristo. Una vela puede dar luz solamente si la llama la consume. Sería inservible si su cera no alimentase el fuego. Permitid que Cristo arda en vosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y renuncia. No temáis perder algo y, por decirlo así, quedaros al final con las manos vacías. Tened la valentía de usar vuestros talentos y dones al servicio del Reino de Dios y de entregaros vosotros mismos, como la cera de la vela, para que el Señor ilumine la oscuridad a través de vosotros. Tened la osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y corazones resplandezca el amor de Cristo, llevando así la luz al mundo. Confío que vosotros y tantos otros jóvenes aquí en Alemania seáis llamas de esperanza que no queden ocultas. “Vosotros sois la luz del mundo”. “Donde está Dios, allí hay futuro”. Amén.





VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA

22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

ENCUENTRO CON LOS CATÓLICOS COMPROMETIDOS EN LA IGLESIA

Y LA SOCIEDAD


Konzerthaus de Friburgo de Brisgovia

117
Discursos 2011 111