Discursos 2011 123


A LOS OBISPOS DE AUSTRALIA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 20 octubre de 2011




Queridos hermanos obispos:

Me alegra daros una cordial bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. La peregrinación a las tumbas de san Pedro y san Pablo os brinda una importante ocasión para fortalecer los vínculos de comunión en la única Iglesia de Cristo. Este momento es, por tanto, una oportunidad privilegiada para reafirmar nuestra unidad y el afecto fraterno que debe caracterizar siempre las relaciones en el Colegio episcopal, con y bajo el Sucesor de Pedro. Agradezco al arzobispo Wilson las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo cordialmente a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, y a los fieles laicos de Australia, y os pido que les aseguréis mis oraciones por su paz, prosperidad y bienestar espiritual.

Como su excelencia señalaba en su discurso, en los últimos años la Iglesia en Australia ha estado marcada por dos momentos especiales de gracia. En primer lugar, la Jornada mundial de la juventud fue bendecida con un gran éxito y, junto a vosotros, vi cómo el Espíritu Santo movía a los jóvenes, provenientes de todo el mundo, reunidos en vuestra tierra natal. Por vuestras relaciones me enteré también de que perdura el impacto de esta celebración. Todas las diócesis del país, y no sólo Sydney, acogieron a los jóvenes católicos de todo el mundo que acudieron para profundizar su fe en Jesucristo junto a sus hermanos y hermanas de Australia. Vuestros sacerdotes y fieles vieron y experimentaron la vitalidad juvenil de la Iglesia, a la que todos pertenecemos, y la importancia perenne de la Buena Nueva que es necesario proclamar de nuevo a cada generación. Creo que una de las extraordinarias consecuencias de ese acontecimiento todavía está por verse en los jóvenes que están discerniendo su vocación al sacerdocio y a la vida religiosa. El Espíritu Santo nunca cesa de despertar en los corazones jóvenes el deseo de santidad y el celo apostólico. Por tanto, debéis seguir fomentando esta radical adhesión a la persona de Jesucristo, cuya atracción los impulsa a entregar su vida completamente a él y al servicio del Evangelio en la Iglesia. Asistiéndoles, ayudaréis a otros jóvenes a reflexionar seriamente sobre la posibilidad de una vida en el sacerdocio o en la vida religiosa. Al hacerlo, reforzaréis un amor semejante y una fidelidad inquebrantable en los hombres y mujeres que ya han acogido la llamada del Señor.

La canonización, el año pasado, de santa María de la Cruz MacKillop fue otro gran acontecimiento en la vida de la Iglesia australiana. Sin duda, ella es un ejemplo de santidad y de entrega para los australianos y para la Iglesia de todo el mundo, especialmente para las religiosas que trabajan en la educación de los jóvenes. En circunstancias a menudo muy difíciles, santa María permaneció firme, madre espiritual amorosa para las mujeres y los niños encomendados a su cuidado, maestra innovadora para los jóvenes y modelo de energía para los que se interesan por la excelencia en la educación. Sus compatriotas australianos con razón la consideran un ejemplo de bondad personal digno de imitar. Santa María se propone hoy como ejemplo en la Iglesia por su apertura a las inspiraciones del Espíritu Santo y su celo por el bien de las almas, que atrajo a muchos otros a seguir sus pasos. Su fe vigorosa, traducida en una actividad intensa y paciente, fue su regalo a Australia; su vida de santidad es un don maravilloso de vuestro país a la Iglesia y al mundo. Que su ejemplo y sus oraciones inspiren las acciones de padres, religiosos, maestros y demás personas que se preocupan del bien de los niños, para protegerlos de todo mal y para darles una educación de calidad con vistas a un futuro próspero y feliz.

La respuesta valiente de santa María MacKillop a las dificultades que tuvo que afrontar a lo largo de su vida puede inspirar también a los católicos de hoy al afrontar la nueva evangelización y los graves desafíos que plantea la difusión del Evangelio en la sociedad en su conjunto. Todos los miembros de la Iglesia necesitan formarse en su fe, desde una sólida catequesis para los niños y una educación religiosa impartida en vuestras escuelas católicas, hasta los programas de catequesis para adultos, tan necesarios. Es preciso también asistir y alentar a los sacerdotes y a los religiosos mediante una formación permanente, con una profunda vida espiritual en el mundo que los rodea, y que se está secularizando rápidamente. Es urgente asegurar que todos los que están confiados a vuestra solicitud pastoral entiendan, acepten y presenten su fe católica de forma inteligente y con disponibilidad. En este sentido, vosotros, vuestros sacerdotes y vuestro pueblo darán testimonio de su fe con la palabra y el ejemplo de una forma convincente y atractiva. Las personas de buena voluntad, viendo vuestro testimonio, responderán de modo natural a la verdad, a la bondad y a la esperanza que vosotros representáis.

124 Es verdad que vuestra responsabilidad pastoral se ha vuelto más pesada por los pecados y errores pasados de otros, entre los que se incluyen lamentablemente sacerdotes y religiosos; pero ahora tenéis la tarea de seguir reparando los errores del pasado con honestidad y apertura, para construir, con humildad y determinación, un futuro mejor para los afectados. Por lo tanto, os animo a seguir siendo pastores de almas que, junto a vuestros sacerdotes, estén siempre preparados a dar un paso más en el amor y la verdad por el bien de las conciencias del rebaño que se os ha confiado (cf. Mt Mt 5,41), tratando de preservarlo en la santidad, de instruirlo en la humildad y de conducirlo irreprochablemente por los caminos de la fe católica.

Por último, como obispos, sois conscientes de vuestro especial deber de cuidar la celebración de la liturgia. La nueva traducción del Misal romano, fruto de una importante cooperación entre Santa Sede, obispos y expertos de todo el mundo, pretende enriquecer y profundizar el sacrificio de alabanza ofrecido a Dios por su pueblo. Ayudad a vuestros sacerdotes a acoger y valorar lo que se ha logrado, para que a su vez ellos puedan asistir a los fieles mientras se acostumbran a la nueva traducción. Como sabemos, la sagrada liturgia y sus formas están inscritas profundamente en el corazón de cada católico. Haced todo lo posible para ayudar a los catequistas y a los músicos en su respectiva preparación para que la celebración del Rito romano en vuestras diócesis sea un momento de mayor gracia y belleza, digno del Señor y espiritualmente enriquecedor para todos. Así, como en todos vuestros esfuerzos pastorales, llevaréis a la Iglesia en Australia hacia su patria celestial bajo el signo de la Cruz del Sur.

Con estos pensamientos, queridos hermanos en el episcopado, os renuevo mis sentimientos de afecto y de estima, y os encomiendo a todos a la intercesión de santa María MacKillop. Asegurándoos mis oraciones por vosotros y por los que están encomendados a vuestra solicitud pastoral, me complace impartiros mi bendición apostólica como prenda de gracia y de paz en el Señor. Gracias.



A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN JUAN PABLO II


Sala Clementina

Lunes 24 octubre de 2011




Queridos cardenales,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
hermanos y hermanas en Cristo:

Hace treinta años, a petición de «algunos hermanos y hermanas que viven en Polonia o que han emigrado de allí, pero conservan fuertes vínculos con su tierra de origen», mi predecesor el beato Juan Pablo II instituyó en la Ciudad del Vaticano una Fundación que lleva su nombre, con el objetivo de «promover, a través de su apoyo material y de otro tipo, iniciativas de carácter religioso, cultural, pastoral y caritativo, cultivando y fortaleciendo los vínculos tradicionales entre ellos y la Santa Sede» (cf. Decreto de institución).

Hoy, miembros de la Fundación y amigos de todo el mundo han decidido celebrar este aniversario, dando gracias al Señor por todos los frutos que han producido las diversas actividades durante estas tres décadas. Me alegra poder unirme a vosotros en esta acción de gracias. Os saludo cordialmente a todos los que estáis aquí hoy, en particular al cardenal Stanislaw Dziwisz, exsecretario del amado Santo Padre y uno de los promotores de la Fundación, ahora su jefe ex officio como arzobispo de Cracovia. Extiendo mi cordial bienvenida al cardenal Stanislaw Rylko, presidente del consejo de administración, y le agradezco las palabras que me ha dirigido. Saludo al arzobispo Szczepan Wesoly, expresidente, así como a los ilustres miembros del consejo y a los directores de las instituciones de la Fundación. Por último, saludo cordialmente a todos los miembros del Círculo de amigos de la Fundación esparcidos por todos los continentes. Todos los aquí presentes representan a los miles de bienhechores que siguen sosteniendo la labor de la Fundación desde el punto de vista financiero y espiritual. Os pido que les transmitáis a todos mi saludo y mi agradecimiento.

Como leemos en el prólogo de los Estatutos: «Conscientes de la grandeza del don que la persona y la obra del Papa polaco representan para la Iglesia, para la patria y para el mundo, la Fundación busca conservar y desarrollar esta herencia espiritual, que desea transmitir a las generaciones futuras». Sé que este objetivo se realiza sobre todo a través del «Centro de documentación y estudio del pontificado de Juan Pablo II», que no solo reúne archivos, material bibliográfico y piezas de museo, sino que también promueve publicaciones, exposiciones, congresos y otras iniciativas científicas y culturales para difundir la enseñanza y la actividad pastoral y humanitaria del beato Pontífice. Confío en que, a través del estudio diario de las fuentes y la cooperación con organismos de índole semejante, tanto en Roma como en otros lugares, este Centro se convierta cada vez más en un importante punto de referencia para cuantos tratan de conocer y apreciar la vasta y rica herencia que nos ha dejado.

125 Afiliada a la Fundación, la Casa Juan Pablo II aquí, en Roma, en colaboración con la noble Residencia de San Estanislao, brinda ayuda concreta y espiritual a los peregrinos que acuden a las tumbas de los Apóstoles para fortalecer su fe y su unión con el Papa y con la Iglesia universal. El beato Pontífice siempre trató de vincular a los fieles no a sí mismo, sino cada vez más a Cristo, a la tradición apostólica y a la comunidad católica unida al Colegio episcopal presidido por el Papa. Yo mismo puedo experimentar la eficacia de estos esfuerzos, puesto que recibo el amor y el apoyo espiritual de numerosísimas personas de todo el mundo que me acogen con afecto como Sucesor de Pedro, llamado por el Señor a confirmarlas en la fe. Agradezco que la Fundación siga cultivando este espíritu de amor que nos une en Cristo.

Una tarea de gran valor humano y cultural, querida explícitamente por Juan Pablo II y emprendida por la Fundación, es la de contribuir a la «formación del clero y del laicado, en especial de cuantos provienen de los países de Europa central y oriental». Cada año acuden estudiantes a Lublin, Varsovia y Cracovia desde países que, en el pasado, sufrieron la opresión ideológica del régimen comunista, para proseguir sus estudios en diversas materias científicas, a fin de vivir nuevas experiencias, conocer diferentes tradiciones espirituales y ampliar sus horizontes culturales. Después vuelven a sus países, enriqueciendo los distintos sectores de la vida social, económica, cultural, política y eclesial. Más de novecientos graduados son un valioso don para esas naciones. Todo esto es posible gracias a las becas y a la ayuda espiritual y profesional garantizadas por la generosidad de la Fundación. Espero que esta obra continúe, se desarrolle y dé abundantes frutos.

Queridos amigos, se podrían enumerar muchos más éxitos y numerosas realizaciones de vuestra Fundación. Sin embargo, quiero destacar un aspecto de fundamental importancia, que va más allá de los efectos inmediatos y visibles. Asociada a la Fundación, se ha ido desarrollando una unión espiritual de miles de personas en varios continentes que no sólo la sostienen materialmente, sino que también constituyen los Círculos de amigos, comunidades de formación basadas en la enseñanza y el ejemplo del beato Juan Pablo II. No se limitan a un recuerdo sentimental del pasado, sino que disciernen las necesidades del presente, miran al futuro con solicitud y confianza, y se comprometen a impregnar más profundamente el mundo del espíritu de solidaridad y fraternidad. Demos gracias al Señor por el don del Espíritu Santo que os une, os ilumina y os inspira.

Con corazón agradecido, por intercesión de vuestro patrono, el beato Juan Pablo II, encomiendo el futuro de vuestra Fundación a la divina Providencia y os bendigo de todo corazón.


JORNADA DE REFLEXIÓN, DIÁLOGO Y ORACIÓN

POR LA PAZ Y LA JUSTICIA EN EL MUNDO

"PEREGRINOS DE LA VERDAD, PEREGRINOS DE LA PAZ"

INTERVENCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Asís, Basílica de Santa María de los Ángeles

Jueves 27 de octubre de 2011

[Vídeo]




Queridos hermanos y hermanas,
Distinguidos Jefes y representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales
y de las Religiones del mundo,
queridos amigos

126 Han pasado veinticinco años desde que el beato Papa Juan Pablo II invitó por vez primera a los representantes de las religiones del mundo a Asís para una oración por la paz. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? ¿A qué punto está hoy la causa de la paz? En aquel entonces, la gran amenaza para la paz en el mundo provenía de la división del planeta en dos bloques contrastantes entre sí. El símbolo llamativo de esta división era el muro de Berlín que, pasando por el medio de la ciudad, trazaba la frontera entre dos mundos. En 1989, tres años después de Asís, el muro cayó sin derramamiento de sangre. De repente, los enormes arsenales que había tras el muro dejaron de tener sentido alguno. Perdieron su capacidad de aterrorizar. El deseo de los pueblos de ser libres era más fuerte que los armamentos de la violencia. La cuestión sobre las causas de este derrumbe es compleja y no puede encontrar una respuesta con fórmulas simples. Pero, junto a los factores económicos y políticos, la causa más profunda de dicho acontecimiento es de carácter espiritual: detrás del poder material ya no había ninguna convicción espiritual. Al final, la voluntad de ser libres fue más fuerte que el miedo ante la violencia, que ya no contaba con ningún respaldo espiritual. Apreciamos esta victoria de la libertad, que fue sobre todo también una victoria de la paz. Y es preciso añadir en este contexto que, aunque no se tratara sólo, y quizás ni siquiera en primer lugar, de la libertad de creer, también se trataba de ella. Por eso podemos relacionar también todo esto en cierto modo con la oración por la paz.

Pero, ¿qué ha sucedido después? Desgraciadamente, no podemos decir que desde entonces la situación se haya caracterizado por la libertad y la paz. Aunque no haya a la vista amenazas de una gran guerra, el mundo está desafortunadamente lleno de discordia. No se trata sólo de que haya guerras frecuentemente aquí o allá; es que la violencia en cuanto tal siempre está potencialmente presente, y caracteriza la condición de nuestro mundo. La libertad es un gran bien. Pero el mundo de la libertad se ha mostrado en buena parte carente de orientación, y muchos tergiversan la libertad entendiéndola como libertad también para la violencia. La discordia asume formas nuevas y espantosas, y la lucha por la paz nos debe estimular a todos nosotros de modo nuevo.

Tratemos de identificar más de cerca los nuevos rostros de la violencia y la discordia. A grandes líneas –según mi parecer– se pueden identificar dos tipologías diferentes de nuevas formas de violencia, diametralmente opuestas por su motivación, y que manifiestan luego muchas variantes en sus particularidades. Tenemos ante todo el terrorismo, en el cual, en lugar de una gran guerra, se emplean ataques muy precisos, que deben golpear destructivamente en puntos importantes al adversario, sin ningún respeto por las vidas humanas inocentes que de este modo resultan cruelmente heridas o muertas. A los ojos de los responsables, la gran causa de perjudicar al enemigo justifica toda forma de crueldad. Se deja de lado todo lo que en el derecho internacional ha sido comúnmente reconocido y sancionado como límite a la violencia. Sabemos que el terrorismo es a menudo motivado religiosamente y que, precisamente el carácter religioso de los ataques sirve como justificación para una crueldad despiadada, que cree poder relegar las normas del derecho en razón del «bien» pretendido. Aquí, la religión no está al servicio de la paz, sino de la justificación de la violencia.

A partir de la Ilustración, la crítica de la religión ha sostenido reiteradamente que la religión era causa de violencia, y con eso ha fomentado la hostilidad contra las religiones. En este punto, que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente. De una forma más sutil, pero siempre cruel, vemos la religión como causa de violencia también allí donde se practica la violencia por parte de defensores de una religión contra los otros. Los representantes de las religiones reunidos en Asís en 1986 quisieron decir – y nosotros lo repetimos con vigor y gran firmeza – que esta no es la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción. Contra eso, se objeta: Pero, ¿cómo sabéis cuál es la verdadera naturaleza de la religión? Vuestra pretensión, ¿no se deriva quizás de que la fuerza de la religión se ha apagado entre vosotros? Y otros dirán: ¿Acaso existe realmente una naturaleza común de la religión, que se manifiesta en todas las religiones y que, por tanto, es válida para todas? Debemos afrontar estas preguntas si queremos contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos religiosos. Aquí se coloca una tarea fundamental del diálogo interreligioso, una tarea que se ha de subrayar de nuevo en este encuentro. A este punto, quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia. La Cruz de Cristo es para nosotros el signo del Dios que, en el puesto de la violencia, pone el sufrir con el otro y el amar con el otro. Su nombre es «Dios del amor y de la paz» (
2Co 13,11). Es tarea de todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de su centro interior, para que – no obstante la debilidad del hombre – sea realmente instrumento de la paz de Dios en el mundo.

Si bien una tipología fundamental de la violencia se funda hoy religiosamente, poniendo con ello a las religiones frente a la cuestión sobre su naturaleza, y obligándonos todos a una purificación, una segunda tipología de violencia de aspecto multiforme tiene una motivación exactamente opuesta: es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad. Los enemigos de la religión – como hemos dicho – ven en ella una fuente primaria de violencia en la historia de la humanidad, y pretenden por tanto la desaparición de la religión. Pero el «no» a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios.

Pero no quisiera detenerme aquí sobre el ateísmo impuesto por el Estado; quisiera hablar más bien de la «decadencia» del hombre, como consecuencia de la cual se produce de manera silenciosa, y por tanto más peligrosa, un cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal. El deseo de felicidad degenera, por ejemplo, en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo. Puesto que la violencia llega a hacerse normal, se destruye la paz y, en esta falta de paz, el hombre se destruye a sí mismo

La ausencia de Dios lleva al decaimiento del hombre y del humanismo. Pero, ¿dónde está Dios? ¿Lo conocemos y lo podemos mostrar de nuevo a la humanidad para fundar una verdadera paz? Resumamos ante todo brevemente las reflexiones que hemos hecho hasta ahora. He dicho que hay una concepción y un uso de la religión por la que esta se convierte en fuente de violencia, mientras que la orientación del hombre hacia Dios, vivido rectamente, es una fuerza de paz. En este contexto me he referido a la necesidad del diálogo, y he hablado de la purificación, siempre necesaria, de la religión vivida. Por otro lado, he afirmado que la negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y le lleva a la violencia.

Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios. Personas como éstas no afirman simplemente: «No existe ningún Dios». Sufren a causa de su ausencia y, buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él. Son «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz». Plantean preguntas tanto a una como a la otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella. Pero también llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás. Estas personas buscan la verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a nosotros creyentes, a todos los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios –el verdadero Dios– se haga accesible. Por eso he invitado de propósito a representantes de este tercer grupo a nuestro encuentro en Asís, que no sólo reúne representantes de instituciones religiosas. Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho. Para concluir, quisiera aseguraros que la Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo. Estamos animados por el deseo común de ser «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz». Muchas gracias.


JORNADA DE REFLEXIÓN, DIÁLOGO Y ORACIÓN

POR LA PAZ Y LA JUSTICIA EN EL MUNDO

"PEREGRINOS DE LA VERDAD, PEREGRINOS DE LA PAZ"

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

EN LA CONCLUSIÓN DE LA JORNADA


Asís, Plaza de San Francisco

Jueves 27 de octubre de 2011

[Vídeo]




127 Ilustres invitados,
queridos amigos:

Al término de esta intensa jornada quiero daros las gracias a todos. Dirijo un vivo agradecimiento a quienes hicieron posible este encuentro. Agradezco en particular, una vez más, a quien nos ha acogido: la ciudad de Asís, la comunidad de esta diócesis con su obispo, los hijos de san Francisco, que custodian la preciosa herencia espiritual del «Poverello» de Asís. Gracias también a los numerosos jóvenes que realizaron la peregrinación a pie desde Santa María de los Ángeles para testimoniar que, entre las nuevas generaciones, son muchos los que se comprometen para vencer violencias y divisiones, y ser promotores de justicia y de paz.

El encuentro de hoy es expresión de que la dimensión espiritual es un elemento clave en la construcción de la paz. A través de esta peregrinación única hemos podido comprometernos en el diálogo fraterno, profundizar en nuestra amistad y unirnos en silencio y oración.

Después de renovar nuestro compromiso en favor de la paz e intercambiar un signo de paz, nos sentimos implicados cada vez más profundamente, junto a todos los hombres y mujeres de las comunidades que representamos, en nuestro viaje humano común.

No nos estamos separando. Seguiremos encontrándonos, continuaremos unidos en este viaje, en el diálogo, en la edificación cotidiana de la paz, en nuestro compromiso en favor de un mundo mejor, un mundo donde cada hombre y cada mujer puedan vivir según sus legítimas aspiraciones.

De todo corazón os doy las gracias a todos los presentes por haber aceptado mi invitación a venir a Asís como peregrinos de la verdad y de la paz; y os saludo a cada uno con las palabras de san Francisco: «Que el Señor os conceda la paz».



A LAS DELEGACIONES QUE PARTICIPARON


EN EL ENCUENTRO DE ASÍS


Sala Clementina

Viernes 28 de octubre de 2011




Distinguidos huéspedes,
queridos amigos:

128 Os acojo esta mañana en el palacio apostólico y os agradezco una vez más vuestra disponibilidad a participar en la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, que celebramos ayer en Asís, veinticinco años después de aquel primer encuentro histórico.

En cierto sentido, esta reunión representa a los miles de millones de hombres y mujeres que en todo el mundo están comprometidos activamente en la promoción de la justicia y de la paz. También es un signo de la amistad y la fraternidad que ha florecido como fruto de los esfuerzos de tantos pioneros en este tipo de diálogo. Que esta amistad siga creciendo entre todos los seguidores de las religiones del mundo y con los hombres y mujeres de buena voluntad en todo lugar.

Agradezco a mis hermanos y hermanas cristianos su presencia fraternal. Asimismo, expreso mi agradecimiento a los representantes del pueblo judío, que está especialmente cercano a nosotros, y a todos vosotros, distinguidos representantes de las religiones del mundo. Soy consciente de que muchos habéis venido de lejos y habéis realizado un arduo viaje. Manifiesto mi gratitud también a quienes representan a las personas de buena voluntad que no siguen ninguna tradición religiosa, pero están comprometidas en la búsqueda de la verdad. Han querido compartir esta peregrinación con nosotros como signo de su deseo de cooperar en la construcción de un mundo mejor.

Mirando hacia atrás, podemos apreciar la clarividencia del Papa Juan Pablo II al convocar el primer encuentro de Asís, y la necesidad continua de hombres y mujeres de distintas religiones de testimoniar juntos que el viaje del espíritu siempre es un viaje de paz.

Los encuentros de este tipo son necesariamente excepcionales y poco frecuentes; sin embargo, son una expresión viva del hecho de que cada día, en todo el mundo, personas de diferentes tradiciones religiosas viven y trabajan juntas en armonía. Ciertamente, es importante para la causa de la paz que tantos hombres y mujeres, impulsados por sus más profundas convicciones, estén comprometidos a trabajar por el bien de la familia humana.

De este modo, estoy seguro de que el encuentro de ayer nos ha hecho comprender cuán genuino es nuestro deseo de contribuir al bien de todos los seres humanos y lo mucho que podemos compartir con los demás.

Al separarse nuestros caminos, saquemos fuerza de esta experiencia y, dondequiera que estemos, sigamos renovados el viaje que conduce a la verdad, la peregrinación que lleva a la paz. ¡Os doy las gracias de todo corazón!



A LOS OBISPOS DE ANGOLA EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sala del Consistorio

Sábado 29 de octubre de 2011




Señor cardenal,
amados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

129 En la alegría de la fe, cuyo anuncio es nuestro servicio común de pastores, os doy la bienvenida a este encuentro con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, que tiene lugar después de mi visita a Luanda, en marzo de 2009, durante la cual pude encontrarme con vosotros y celebrar con vosotros a Jesucristo en medio de un pueblo que no se cansa de buscarlo, amarlo y servirlo con generosidad y alegría. Llevo a ese pueblo en el corazón y, en cierto modo, esperaba vuestra visita para tener noticias de él. Agradezco a monseñor Gabriel Mbilingi, arzobispo de Lubango y presidente de la Conferencia episcopal, la presentación de vuestras comunidades, con sus desafíos y sus esperanzas en el momento presente, y con las fuerzas y los favores que el cielo les ha otorgado. Vuestra ayuda recíproca y fraterna, la solicitud por el pueblo de Dios en Angola y en Santo Tomé y Príncipe, la unión con el Papa y el deseo de permanecer fieles al Señor, son para mí fuente de profunda alegría y de sentida acción de gracias.

Vosotros, amados hermanos, en virtud de la misión apostólica recibida, estáis en condiciones de introducir a vuestro pueblo en el corazón del misterio de la fe, encontrando a la persona viva de Jesucristo. Con la esperanza de «iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo» (Motu proprio Porta fidei, 2), he decidido proclamar un Año de la fe, para que la Iglesia entera pueda presentar a todos un rostro más bello y creíble, reflejo más claro del rostro del Señor. De hecho, como subrayó justamente la segunda Asamblea para África del Sínodo de los obispos, cuyos frutos, bajo la forma tradicional de exhortación apostólica, espero poder encomendar a todo el pueblo de Dios en mi próxima visita a Benín, «la contribución primera y específica de la Iglesia a los pueblos de África es la proclamación del Evangelio de Cristo. Nos comprometemos, pues, a seguir proclamando vigorosamente el Evangelio a los pueblos de África, porque “el anuncio de Cristo es el primer y principal factor de desarrollo” (...). El compromiso en favor del desarrollo proviene del cambio del corazón que deriva de la conversión al Evangelio» (Mensaje final, n. 15: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de octubre de 2009, p. 8). El Evangelio no ofrece «una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el encuentro con él, por el cual florece una humanidad nueva» (Exhortación apostólica Verbum Domini, 93).

En verdad, los cristianos respiran el espíritu de su tiempo y sufren la presión de las costumbres de la sociedad en la que viven; pero, por la gracia del bautismo, están llamados a renunciar a las tendencias nocivas imperantes y a caminar contracorriente guiados por el espíritu de las Bienaventuranzas. En esta línea, quiero abordar tres escollos, donde naufraga la voluntad de numerosos habitantes de Angola y de Santo Tomé que se han adherido a Cristo. El primero es el así llamado «amigamento» (concubinato), que contradice el plan de Dios para la procreación y para la familia humana. El reducido número de matrimonios católicos en vuestras comunidades indica una hipoteca que grava sobre la familia, cuyo valor insustituible para la estabilidad del edificio social conocemos. Consciente de este problema, vuestra Conferencia episcopal ha elegido el matrimonio y la familia como prioridades pastorales del trienio actual. ¡Que Dios colme de frutos las iniciativas para el bien de esta causa! Ayudad a los cónyuges a adquirir la madurez humana y espiritual necesaria para asumir de modo responsable su misión de esposos y padres cristianos, recordándoles que su amor esponsal debe ser único e indisoluble, como la alianza entre Cristo y su Iglesia. Es preciso salvaguardar este valioso tesoro, cueste lo que cueste.

Un segundo escollo en vuestra obra de evangelización es el corazón de los bautizados aún dividido entre el cristianismo y las religiones africanas tradicionales. Afligidos por los problemas de la vida, no dudan en recurrir a prácticas incompatibles con el seguimiento de Cristo (cf. Catecismo de la Iglesia católica
CEC 2117). Efecto abominable es la marginación e incluso el asesinato de niños y ancianos, que son condenados por falsos dictámenes de brujería. Queridos obispos, recordando que la vida humana es sagrada en todas sus fases y situaciones, seguid elevando vuestra voz en favor de sus víctimas. Pero, tratándose de un problema regional, hace falta un esfuerzo conjunto de las comunidades eclesiales afectadas por esta calamidad, procurando determinar el significado profundo de tales prácticas, identificar los riesgos pastorales y sociales que implican y llegar a un método que conduzca a su definitiva erradicación, con la colaboración de los gobiernos y de la sociedad civil.

Por último, quiero aludir a los residuos del tribalismo étnico que se pueden percibir en las actitudes de comunidades que tienden a cerrarse, sin aceptar a personas originarias de otras partes de la nación. Expreso mi aprecio a aquellos de vosotros que han aceptado una misión pastoral fuera de los confines de su propio grupo regional o lingüístico, y doy las gracias a los sacerdotes y a las personas que os han acogido y ayudado. En la Iglesia, como nueva familia de todos los que creen en Cristo (cf. Mc Mc 3,31-35), no hay lugar para ningún tipo de división. «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo» (Juan Pablo II, Carta Novo millennio ineunte, 43). En torno al altar se reúnen los hombres y las mujeres de tribus, lenguas y naciones diversas que, compartiendo el mismo cuerpo y la misma sangre de Jesús Eucaristía, se convierten en hermanos y hermanas verdaderamente consanguíneos (cf. Rm Rm 8,29). Este vínculo de fraternidad es más fuerte que el de nuestras familias terrenas y que el de vuestras tribus.

Quiero concluir estas consideraciones con algunas palabras que pronuncié a mi llegada a Luanda, en la visita antes mencionada: «Dios ha concedido a los seres humanos la capacidad de elevarse, por encima de sus tendencias naturales, con las alas de la razón y de la fe. Si os dejáis llevar por estas alas, no os será difícil reconocer en el otro a un hermano que ha nacido con los mismos derechos humanos fundamentales» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de abril de 2009, p. 7). Sí, amados pastores de Angola y de Santo Tomé y Príncipe, formáis un pueblo de hermanos, al que desde aquí abrazo y saludo.

Llevad mi saludo afectuoso a todos los miembros de vuestras Iglesias particulares: a los obispos eméritos, a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas, a los catequistas y a los animadores de los movimientos, y a todos los fieles laicos. A la vez que os encomiendo a la protección de la Virgen María, tan amada en vuestras naciones sobre todo en el santuario de Mamã Muxima, de corazón os imparto a todos la bendición apostólica.



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