Discursos 2010 132

AL FINAL DE LA COMIDA CON LOS PADRES SINODALES

Sábado 23 de octubre de 2010



Queridos amigos:

Según una hermosa tradición iniciada por el Papa Juan Pablo II, los Sínodos se concluyen con una comida, un acto convival que se inscribe bien también en el clima de este Sínodo, que habla de la comunión: no sólo ha hablado de ella, sino que nos ha hecho realizar la comunión.

Para mí este es el momento de decir gracias. Gracias al secretario general del Sínodo y a su equipo, que han preparado y están preparando también la prosecución de los trabajos. Gracias a los presidentes delegados; gracias, sobre todo, al relator y al secretario adjunto, que han realizado un trabajo increíble. ¡Gracias! También yo fui una vez relator en el Sínodo sobre la familia y puedo imaginar un poco qué trabajo habéis realizado. Gracias también a todos los padres que han presentado la voz de la Iglesia en Oriente, a los auditores, a los delegados fraternos, a todos.

Comunión y testimonio. En este momento agradecemos al Señor la comunión que nos ha dado y nos da. Hemos visto la riqueza, la diversidad de esta comunión. Siete Iglesias de ritos distintos, que sin embargo forman, junto con todos los demás ritos, la única Iglesia católica. Es hermoso ver esta verdadera catolicidad, que es tan rica en la diversidad, tan rica en posibilidades, en culturas diferentes; y, sin embargo, precisamente así crece la polifonía de una única fe, de una verdadera comunión de los corazones, que sólo el Señor puede dar. Por esta experiencia de comunión damos gracias al Señor, os doy las gracias a todos vosotros. Me parece que este es quizás el don más importante del Sínodo que hemos vivido y realizado: la comunión que nos une a todos y que es también un testimonio en sí misma.

133 Comunión. La comunión católica, cristiana, es una comunión abierta, dialogal. Así estábamos también en diálogo permanente, interior y exteriormente, con los hermanos ortodoxos, con las demás comunidades eclesiales. Y hemos sentido que precisamente en esto estamos unidos, aunque haya divisiones exteriores: hemos sentido la profunda comunión en el Señor, en el don de su Palabra, de su vida, y esperamos que el Señor nos guíe para avanzar en esta comunión profunda.

Estamos unidos con el Señor y así, podríamos decir, la verdad nos «encuentra». Y esta verdad no cierra, no pone fronteras, sino que abre. Por eso, también estábamos en diálogo franco y abierto con los hermanos musulmanes, con los hermanos judíos, todos juntos responsables por el don de la paz, por la paz precisamente en esa parte de la tierra bendita por el Señor, cuna del cristianismo y asimismo de las otras dos religiones. Queremos seguir por este camino con fuerza, ternura y humildad, y con la valentía de la verdad que es amor y que en el amor se abre.

He dicho que concluimos este Sínodo con la comida. Pero la verdadera conclusión mañana es la convivialidad con el Señor, la celebración de la Eucaristía. La Eucaristía, en realidad, no es una conclusión sino una apertura. El Señor camina con nosotros, está con nosotros; el Señor nos pone en movimiento. Así, en este sentido, estamos en Sínodo, es decir, en un camino que sigue incluso dispersos: estamos en Sínodo, en un camino común. Pidamos al Señor que nos ayude. ¡Y gracias a todos!




A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DE LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS

Jueves 28 de octubre de 2010



Excelencias;
ilustres señoras y señores:

Me complace saludaros a todos los aquí presentes mientras la Academia pontificia de ciencias se reúne para su sesión plenaria a fin de reflexionar sobre «La herencia científica del siglo XX». Saludo en particular al obispo Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Academia. Aprovecho esta oportunidad también para recordar con afecto y gratitud al profesor Nicola Cabibbo, vuestro difunto presidente. Junto con todos vosotros, encomiendo en la oración su noble alma a Dios, Padre de misericordia.

La historia de la ciencia en el siglo XX está marcada por indudables conquistas y grandes progresos. Lamentablemente, por otro lado, la imagen popular de la ciencia del siglo XX a veces se caracteriza por dos elementos extremos. Por una parte, algunos consideran la ciencia como una panacea, demostrada por sus importantes conquistas en el siglo pasado. En efecto, sus innumerables avances han sido tan determinantes y rápidos que, aparentemente, confirman la opinión según la cual la ciencia puede responder a todos los interrogantes relacionados con la existencia del hombre e incluso a sus más altas aspiraciones. Por otra, algunos temen la ciencia y se alejan de ella a causa de ciertos desarrollos que hacen reflexionar, como la construcción y el uso aterrador de armas nucleares.

Ciertamente, la ciencia no queda definida por ninguno de estos dos extremos. Su tarea era y es una investigación paciente pero apasionada de la verdad sobre el cosmos, sobre la naturaleza y sobre la constitución del ser humano. En esta investigación se cuentan numerosos éxitos y numerosos fracasos, triunfos y derrotas. Los avances de la ciencia han sido alentadores, como por ejemplo cuando se descubrieron la complejidad de la naturaleza y sus fenómenos, más allá de nuestras expectativas, pero también humillantes, como cuando quedó demostrado que algunas de las teorías que hubieran debido explicar esos fenómenos de una vez por todas resultaron sólo parciales. Esto no quita que también los resultados provisionales son una contribución real al descubrimiento de la correspondencia entre el intelecto y las realidades naturales, sobre las cuales las generaciones sucesivas podrán basarse para un desarrollo ulterior.

Los avances realizados en el conocimiento científico en el siglo XX, en todas sus diversas disciplinas, han llevado a una conciencia decididamente mayor del lugar que el hombre y este planeta ocupan en el universo. En todas las ciencias, el denominador común sigue siendo la noción de experimentación como método organizado para observar la naturaleza. El hombre ha realizado más progresos en el siglo pasado que en toda la historia precedente de la humanidad, aunque no siempre en el conocimiento de sí mismo y de Dios, pero sí ciertamente en el de los microcosmos y los macrocosmos. Queridos amigos, nuestro encuentro de hoy es una demostración de la estima de la Iglesia por la constante investigación científica y de su gratitud por el esfuerzo científico que alienta y del que se beneficia. En nuestros días, los propios científicos aprecian cada vez más la necesidad de estar abiertos a la filosofía para descubrir el fundamento lógico y epistemológico de su metodología y de sus conclusiones. La Iglesia, por su parte, está convencida de que la actividad científica se beneficia claramente del reconocimiento de la dimensión espiritual del hombre y de su búsqueda de respuestas definitivas, que permitan el reconocimiento de un mundo que existe independientemente de nosotros, que no comprendemos exhaustivamente y que sólo podemos comprender en la medida en que logramos aferrar su lógica intrínseca. Los científicos no crean el mundo. Aprenden cosas sobre él y tratan de imitarlo, siguiendo las leyes y la inteligibilidad que la naturaleza nos manifiesta. La experiencia del científico como ser humano es, por tanto, percibir una constante, una ley, un logos que él no ha creado, sino que ha observado: en efecto, nos lleva a admitir la existencia de una Razón omnipotente, que es diferente respecto a la del hombre y que sostiene el mundo. Este es el punto de encuentro entre las ciencias naturales y la religión. Por consiguiente, la ciencia se convierte en un lugar de diálogo, un encuentro entre el hombre y la naturaleza y, potencialmente, también entre el hombre y su Creador.

Mientras miramos al siglo XXI, quiero proponeros dos pensamientos sobre los cuales reflexionar más en profundidad. En primer lugar, mientras los logros cada vez más numerosos de las ciencias aumentan nuestra maravilla frente a la complejidad de la naturaleza, se percibe cada vez más la necesidad de un enfoque interdisciplinario vinculado a una reflexión filosófica que lleve a una síntesis. En segundo lugar, en este nuevo siglo, los logros científicos deberían estar siempre inspirados en imperativos de fraternidad y de paz, contribuyendo a resolver los grandes problemas de la humanidad, y orientando los esfuerzos de cada uno hacia el auténtico bien del hombre y el desarrollo integral de los pueblos del mundo. El fruto positivo de la ciencia del siglo XXI seguramente dependerá, en gran medida, de la capacidad del científico de buscar la verdad y de aplicar los descubrimientos de un modo que se busque al mismo tiempo lo que es justo y bueno.

134 Con estos sentimientos, os invito a dirigir vuestra mirada hacia Cristo, la Sabiduría increada, y a reconocer su rostro, el Logos del Creador de todas las cosas. Renovando mis mejores deseos para vuestro trabajo, os imparto de buen grado mi bendición apostólica.



ENCUENTRO CON LOS MUCHACHOS Y JÓVENES DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA

Sábado 30 de octubre de 2010

Plaza de San Pedro





Pregunta de un muchacho de la Acción católica:

Santidad, ¿qué significa hacerse mayores? ¿Qué debo hacer para crecer siguiendo a Jesús? ¿Quién me puede ayudar?

Queridos amigos de la Acción católica italiana:

Me siento realmente feliz de encontrarme en esta hermosa plaza con vosotros, tan numerosos, y os agradezco de corazón vuestro afecto. Os doy la bienvenida a todos. En particular, saludo al presidente, el profesor Franco Miano, y al consiliario general, monseñor Domenico Sigalini. Saludo al cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia episcopal italiana, a los demás obispos, los sacerdotes, los educadores y los padres que han querido acompañaros.

He escuchado la pregunta del muchacho de la Acción católica. La respuesta más hermosa sobre qué significa hacerse mayores la lleváis todos escrita en vuestras camisetas, en las gorras, en las pancartas: «Hay algo más». Este lema vuestro, que no conocía, me ha hecho reflexionar. ¿Qué hace un niño para ver si crece? Confronta su altura con la de sus compañeros; e imagina que llega a ser más alto, para sentirse más grande. Yo, cuando era muchacho, a vuestra edad, en mi clase era uno de los más pequeños, y tenía aún más el deseo de ser algún día muy grande; y no sólo grande de estatura, sino que quería hacer algo grande, algo más en mi vida, aunque no conocía esta frase «hay algo más». Crecer en estatura implica este «hay algo más». Os lo dice vuestro corazón, que desea tener muchos amigos, que está contento cuando se porta bien, cuando sabe dar alegría a papá y mamá, pero sobre todo cuando encuentra a un amigo insuperable, muy bueno y único, que es Jesús. Ya sabéis cuánto quería Jesús a los niños y los muchachos. Un día muchos niños como vosotros se acercaron a Jesús, porque se había entablado un buen entendimiento, y en su mirada percibían el reflejo del amor de Dios; pero había también adultos a quienes, en cambio, esos niños importunaban. A vosotros también os pasa que alguna vez, mientras jugáis y os divertís con los amigos, los mayores os dicen que no molestéis… Pues bien, Jesús regaña a esos adultos y les dice: Dejad aquí a todos estos muchachos, porque tienen en el corazón el secreto del reino de Dios. Así enseñó Jesús a los adultos que también vosotros sois «grandes» y que los adultos deben custodiar vuestra grandeza, que es la de tener un corazón que ama a Jesús. Queridos niños, queridos muchachos: ser «grandes» significa amar mucho a Jesús, escucharlo y hablar con él en la oración, encontrarlo en los sacramentos, en la santa misa, en la confesión; quiere decir conocerlo cada vez más y darlo a conocer a los demás, quiere decir estar con los amigos, también con los más pobres, los enfermos, para crecer juntos. Y la Acción católica forma parte de ese «más», porque no estáis solos en el amor a Jesús —sois muchos, lo vemos también esta mañana—, sino que os ayudáis unos a otros; porque no queréis dejar que ningún amigo esté solo, sino que queréis decir muy alto a todos que es hermoso tener a Jesús como amigo y es hermoso ser amigos de Jesús; y es hermoso serlo juntos, con la ayuda de vuestros padres, sacerdotes y animadores. Así llegaréis a ser grandes de verdad, no sólo porque sois más altos, sino porque vuestro corazón se abre a la alegría y al amor que Jesús os da. Y así se abre a la verdadera grandeza, estar en el gran amor de Dios, que también es siempre amor a los amigos. Esperamos y oramos para crecer en este sentido, para encontrar ese «algo más» y ser verdaderamente personas con un corazón grande, con un Amigo grande que nos da su grandeza también a nosotros. Gracias.

Pregunta de una muchacha:

Santidad, nuestros educadores de la Acción católica nos dicen que para ser grandes es necesario aprender a amar, pero a menudo nos perdemos y sufrimos en nuestras relaciones, en nuestras amistades, en nuestros primeros amores. ¿Qué significa amar a fondo? ¿Cómo aprender a amar de verdad?

135 Una gran pregunta. Es muy importante, yo diría fundamental, aprender a amar, a amar de verdad, aprender el arte del verdadero amor. En la adolescencia nos situamos ante un espejo y nos damos cuenta de que estamos cambiando. Pero mientras uno sigue mirándose a sí mismo, no crece nunca. Llegáis a ser grandes cuando el espejo ya no es la única verdad de vuestra persona, sino cuando dejáis que la digan vuestros amigos. Llegáis a ser grandes si sois capaces de hacer de vuestra vida un don para los demás, de no buscaros a vosotros mismos, sino de entregaros a los demás: esta es la escuela del amor. Pero este amor debe llevar dentro ese «algo más» que hoy gritáis a todos. «Hay algo más». Como os he dicho, también yo en mi juventud quería algo más de lo que me presentaba la sociedad y la mentalidad del tiempo. Quería respirar aire puro; sobre todo deseaba un mundo bello y bueno, como lo había querido para todos nuestro Dios, el Padre de Jesús. Y he entendido cada vez más que el mundo es hermoso y bueno si se conoce esta voluntad de Dios y si el mundo está en correspondencia con esta voluntad de Dios, que es la verdadera luz, la belleza, el amor que da sentido al mundo.

Realmente, es verdad: no podéis y no debéis adaptaros a un amor reducido a mercancía que se intercambia, que se consume sin respeto por uno mismo y por los demás, incapaz de castidad y de pureza. Esto no es libertad. Mucho del «amor» que proponen los medios de comunicación, o internet, no es amor, es egoísmo, cerrazón; os da la impresión ilusoria de un momento, pero no os hace felices, no os hace crecer, sino que os ata como una cadena que sofoca los pensamientos y los sentimientos más hermosos, los impulsos verdaderos del corazón, la fuerza indestructible que es el amor y que encuentra en Jesús su máxima expresión y en el Espíritu Santo la fuerza y el fuego que incendia vuestra vida, vuestros pensamientos y vuestros afectos. Ciertamente, también cuesta sacrificio vivir de modo verdadero el amor —sin renuncias no se llega a este camino—, pero estoy seguro de que vosotros no tenéis miedo del empeño de un amor comprometedor y auténtico. Es el único que, a fin de cuentas, da la verdadera felicidad. Hay una forma de comprobar si vuestro amor está creciendo bien: si no excluís de vuestra vida a los demás, sobre todo a vuestros amigos que sufren y están solos, a las personas con dificultades, y si abrís vuestro corazón al gran amigo que es Jesús. También la Acción católica os enseña los caminos para aprender el amor auténtico: la participación en la vida de la Iglesia, de vuestra comunidad cristiana, el querer a vuestros amigos del grupo de la Acción católica, la disponibilidad hacia los coetáneos con los que os encontráis en el colegio, en la parroquia o en otros ambientes, la compañía de la Madre de Jesús, María, que sabe custodiar vuestro corazón y guiaros por el camino del bien. Por lo demás, en la Acción católica tenéis numerosos ejemplos de amor genuino, hermoso, verdadero: el beato Pier Giorgio Frassati, el beato Alberto Marvelli; amor que llega incluso al sacrificio de la vida, como la beata Pierina Morosini y la beata Antonia Mesina.

Muchachos de la Acción católica, aspirad a grandes metas, porque Dios os da la fuerza para ello. El «algo más» es ser muchachos y jóvenes que deciden amar como Jesús, ser protagonistas de su propia vida, protagonistas en la Iglesia, testigos de la fe entre vuestros coetáneos. Ese «algo más» es la formación humana y cristiana que experimentáis en la Acción católica, que une la vida espiritual, la fraternidad, el testimonio público de la fe, la comunión eclesial, el amor a la Iglesia, la colaboración con los obispos y los sacerdotes, la amistad espiritual. «Llegar a ser grandes juntos» muestra la importancia de formar parte de un grupo y de una comunidad que os ayudan a crecer, a descubrir vuestra vocación y a aprender el verdadero amor. Gracias.

Pregunta de una educadora:

¿Qué significa ser educadores hoy? ¿Cómo afrontar las dificultades que encontramos en nuestro servicio? ¿Cómo hacer para que todos se comprometan por el presente y el futuro de las nuevas generaciones? Gracias.

Una gran pregunta. Lo vemos en esta situación del problema de la educación. Yo diría que ser educadores significa tener una alegría en el corazón y comunicarla a todos para hacer hermosa y buena la vida; significa ofrecer razones y metas para el camino de la vida, ofrecer la belleza de la persona de Jesús y hacer que quien nos escucha se enamore de él, de su estilo de vida, de su libertad, de su gran amor lleno de confianza en Dios Padre. Significa sobre todo mantener siempre alta la meta de cada existencia hacia ese «algo más» que nos viene de Dios. Esto exige un conocimiento personal de Jesús, un contacto íntimo, cotidiano, amoroso con él en la oración, en la meditación de la Palabra de Dios, en la fidelidad a los sacramentos, a la Eucaristía y a la confesión; exige comunicar la alegría de estar en la Iglesia, de tener amigos con los que compartir no sólo las dificultades, sino también la belleza y las sorpresas de la vida de fe.

Sabéis bien que no sois amos de los muchachos, sino servidores de su alegría en nombre de Jesús, personas que los guían hacia él. Habéis recibido un mandato de la Iglesia para esta tarea. Cuando os sumáis a la Acción católica os decís a vosotros mismos y decís a todos que amáis a la Iglesia, que estáis dispuestos a ser corresponsables, juntamente con los pastores, de su vida y de su misión, en una asociación que se dedica a promover el bien de las personas, sus caminos de santidad y los vuestros, la vida de las comunidades cristianas en la cotidianidad de su misión. Vosotros sois buenos educadores si lográis la participación de todos para el bien de los más jóvenes. No podéis ser autosuficientes, sino que debéis hacer sentir la urgencia de la educación de las generaciones jóvenes a todos los niveles. Sin la presencia de la familia, por ejemplo, corréis el riesgo de construir sobre la arena; sin una colaboración con la escuela no se forma una inteligencia profunda de la fe; sin una colaboración de los varios operadores del tiempo libre y de la comunicación vuestra obra paciente corre el riesgo de no ser eficaz, de no incidir en la vida diaria. Estoy seguro de que la Acción católica está muy arraigada en el territorio y tiene la valentía de ser sal y luz. Vuestra presencia aquí, esta mañana, muestra —no sólo a mí sino a todos— que es posible educar, que cuesta pero es hermoso infundir entusiasmo en los muchachos y los jóvenes. Tened la valentía, diría la audacia, de no dejar ningún ambiente privado de Jesús, de su ternura que hacéis experimentar a todos, incluidos los más necesitados y abandonados, con vuestra misión de educadores.

Queridos amigos, os agradezco que hayáis participado en este encuentro. Me gustaría estar más tiempo con vosotros, porque cuando estoy en medio de tanta alegría y entusiasmo, también yo me siento lleno de alegría, me siento rejuvenecido. Pero lamentablemente el tiempo pasa rápido, me esperan otras personas. Pero con el corazón estoy con vosotros y me quedo con vosotros. Y os invito, queridos amigos, a seguir vuestro camino, a ser fieles a la identidad y a la finalidad de la Acción católica. La fuerza del amor de Dios puede realizar grandes cosas en vosotros. Os aseguro que os recuerdo a todos en mi oración y os encomiendo a la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de la Iglesia, para que como ella podáis testimoniar que «hay algo más», la alegría de la vida llena de la presencia del Señor. ¡Gracias a todos de corazón!


Noviembre de 2010


VIAJE APOSTÓLICO A SANTIAGO DE COMPOSTELA Y BARCELONA

(6-7 DE NOVIEMBRE DE 2010)


ENTREVISTA CONCEDIDA A LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA ESPAÑA

Sábado 6 de noviembre de 2010



Santidad, en el mensaje para el reciente congreso de los santuarios que se celebraba precisamente en Santiago de Compostela, usted dijo que vive su pontificado «con sentimientos de peregrino». También en su escudo aparece la concha del peregrino. ¿Quiere decirnos algo sobre la perspectiva de la peregrinación, también en su vida personal y en su espiritualidad, y sobre los sentimientos con los que se dirige como peregrino a Santiago?

136 Santo Padre. ¡Buenos días! Podría decir que estar en camino forma parte de mi biografía —Marktl, Tittmoning, Aschau, Traunstein, Munich, Freising, Bonn, Münster, Tubinga,d Ratisbona, München, Roma—, pero esto quizá es algo exterior. Sin embargo, me ha hecho pensar en la inestabilidad de esta vida, en el hecho de estar en camino. Naturalmente, contra la peregrinación uno podría decir: Dios está en todas partes; no hace falta ir a otro lugar. Pero también es cierto que la fe, según su esencia, consiste en «ser peregrino».

La carta a los Hebreos muestra la fe de Abraham, que sale de su tierra y se convierte en peregrino hacia el futuro durante toda su vida, y este movimiento abrahámico permanece en el acto de fe; es ser peregrino sobre todo interiormente, pero debe expresarse también exteriormente. En ocasiones hay que salir de la vida cotidiana, del mundo de lo útil, del utilitarismo, para ponerse verdaderamente en camino hacia la trascendencia, trascenderse a sí mismo y la vida cotidiana, y así encontrar también una nueva libertad, un tiempo de replanteamiento interior, de identificación de sí mismo, para ver al otro, a Dios. Así es también siempre la peregrinación: no consiste sólo en salir de sí mismo hacia el más Grande, sino también en caminar juntos. La peregrinación congrega, vamos juntos hacia el otro y así nos encontramos recíprocamente. Basta decir que los caminos de Santiago son un elemento en la formación de la unidad espiritual del continente europeo. Peregrinando aquí se han encontrado, y han encontrado la identidad europea común, y también hoy renace este movimiento, esta necesidad de estar en movimiento espiritual y físicamente, de encontrarse el uno con el otro y de encontrar así silencio, libertad, renovación, y encontrar a Dios.

P. Lombardi. Ahora dirigimos la mirada a Barcelona. ¿Qué significado puede tener la consagración de un templo como la Sagrada Familia al inicio del siglo XXI? ¿Hay algún aspecto específico de la visión de Gaudí que le haya impresionado en particular?

Santo Padre. En realidad, esta catedral es también un signo precisamente para nuestro tiempo. En la visión de Gaudí percibo sobre todo tres elementos.

El primero es la síntesis entre continuidad y novedad, tradición y creatividad. Gaudí tuvo la valentía de insertarse en la gran tradición de las catedrales, de atreverse de nuevo, en su siglo, con una visión totalmente nueva, a esta realidad: la catedral como lugar del encuentro entre Dios y el hombre en una gran solemnidad. Y esta valentía de permanecer en la tradición, pero con una creatividad nueva, que renueva la tradición, y así demuestra la unidad y el progreso de la historia, es algo hermoso.

En segundo lugar, Gaudí buscaba este trinomio: libro de la naturaleza, libro de la Escritura, libro de la liturgia. Y esta síntesis precisamente hoy es de gran importancia. En la liturgia la Escritura se hace presente, se convierte en realidad hoy; no es una Escritura de hace dos mil años sino que se celebra, se realiza. En la celebración de la Escritura habla la creación y encuentra su verdadera respuesta, porque, como nos dice san Pablo, la criatura sufre, y en lugar de ser destruida, despreciada, aguarda a los hijos de Dios, es decir, a los que la ven a la luz de Dios. Así, esta síntesis entre el sentido de la creación, la Escritura y la adoración es precisamente un mensaje muy importante para la actualidad.

Y finalmente, el tercer punto: esta catedral nació por una devoción típica del siglo XIX: san José, la Sagrada Familia de Nazaret, el misterio de Nazaret. Pero se podría decir que esta devoción de ayer es de grandísima actualidad, porque la cuestión de la familia, de la renovación de la familia como célula fundamental de la sociedad, es el gran tema de hoy y nos indica hacia dónde podemos ir tanto en la edificación de la sociedad como en la unidad entre fe y vida, entre religión y sociedad. La familia es el tema fundamental que se expresa aquí, diciendo que Dios mismo se hizo hijo en una familia y nos llama a edificar y vivir la familia.

P. Lombardi. Gaudí y la Sagrada Familia representan con particular eficacia el binomio fe-arte. ¿Cómo puede la fe volver a encontrar hoy su puesto en el mundo del arte y de la cultura? ¿Es este uno de los temas importantes de su pontificado?

Santo Padre. Así es. Vosotros sabéis que yo insisto mucho en la relación entre fe y razón; en que la fe, y la fe cristiana, sólo encuentra su identidad en la apertura a la razón, y que la razón se realiza si trasciende hacia la fe. Pero del mismo modo es importante la relación entre fe y arte, porque la verdad, fin y meta de la razón, se expresa en la belleza y se realiza en la belleza, se prueba como verdad. Por tanto, donde está la verdad debe nacer la belleza; donde el ser humano se realiza de modo correcto, bueno, se expresa en la belleza. La relación entre verdad y belleza es inseparable y por eso tenemos necesidad de la belleza. En la Iglesia, desde el inicio, incluso en la gran modestia y pobreza del tiempo de las persecuciones, la salvación de Dios se ha expresado en las imágenes del mundo, en el arte, en la pintura, en el canto, y luego también en la arquitectura. Todo esto es constitutivo para la Iglesia y sigue siendo constitutivo para siempre. De este modo, la Iglesia ha sido madre de las artes a lo largo de siglos y siglos. El gran tesoro del arte occidental —música, arquitectura, pintura— nació de la fe en el seno de la Iglesia. Actualmente hay cierto «disenso», pero esto daña tanto al arte como a la fe: el arte que perdiera la raíz de la trascendencia ya no se dirigiría hacia Dios, sería un arte a medias, perdería su raíz viva; y una fe que dejara el arte como algo del pasado, ya no sería fe en el presente. Hoy se debe expresar de nuevo como verdad, que está siempre presente. Por eso, el diálogo o el encuentro —yo diría, el conjunto— entre arte y fe está inscrito en la más profunda esencia de la fe. Debemos hacer todo lo posible para que también hoy la fe se exprese en arte auténtico, como Gaudí, en la continuidad y en la novedad, y para que el arte no pierda el contacto con la fe.

P. Lombardi. En estos meses está emprendiendo su camino el nuevo dicasterio para la «nueva evangelización». Y muchos se preguntan si precisamente España, con el desarrollo de la secularización y la disminución creciente de la práctica religiosa, es uno de los países en los que usted pensó como objetivo para este nuevo dicasterio o incluso como su objetivo principal.

Santo Padre. Con este dicasterio he pensando en el mundo entero, porque la novedad del pensamiento, la dificultad de pensar en los conceptos de la Escritura, de la teología, es universal, pero hay naturalmente un centro: el mundo occidental, con su laicismo, su laicidad, y la continuidad de la fe que debe tratar de renovarse para ser fe hoy y para responder al desafío de la laicidad. En Occidente todos los grandes países tienen su propio modo de vivir este problema: hemos tenido, por ejemplo, los viajes a Francia, a la República Checa, al Reino Unido, donde por todas partes está presente de modo específico para cada nación, para cada historia, el mismo problema. Y esto vale también de manera fuerte para España. España ha sido siempre un país «originario» de la fe; pensemos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España. Figuras como san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Ávila y san Juan de Ávila, son figuras que han renovado el catolicismo y conformado la fisonomía del catolicismo moderno. Pero también es verdad que en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un laicismo fuerte y agresivo, como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy nuevamente en España: por eso, para el futuro de la fe y del encuentro —no desencuentro, sino encuentro— entre fe y laicidad, tiene un foco central también en la cultura española. En este sentido, he pensado en todos los grandes países de Occidente, pero sobre todo también en España.

137 P. Lombardi. Con el viaje a Madrid del año próximo con motivo de la Jornada mundial de la juventud, usted habrá hecho tres viajes a España, algo que no ha sucedido con ningún otro país. ¿Por qué este privilegio? ¿Es un signo de amor o de particular preocupación?

Santo Padre. Naturalmente es un signo de amor. Se podría decir que es una coincidencia que venga tres veces a España. La primera visita fue el gran Encuentro internacional de las familias, en Valencia: ¿cómo podría estar ausente el Papa cuando se encuentran las familias del mundo? El próximo año tiene lugar la Jornada mundial de la juventud, el encuentro de la juventud del mundo en Madrid, y en esa ocasión el Papa no puede estar ausente. Y, por último, tenemos el Año Santo Compostelano, y la consagración, después de más de cien años de trabajo, de la catedral de la Sagrada Familia de Barcelona. ¿Cómo no iba a venir el Papa? Por tanto, de por sí, las ocasiones son los desafíos, casi una necesidad de ir. Ahora bien, el hecho de que precisamente en España se concentren tantas ocasiones muestra también que es realmente un país lleno de dinamismo, lleno de la fuerza de la fe, y la fe responde a los desafíos que están igualmente presentes en España. Por eso decimos que la casualidad ha hecho que venga, pero esta casualidad demuestra una realidad más profunda, la fuerza de la fe y la fuerza del desafío para la fe.

P. Lombardi. Y ahora, si quiere decir algo más para concluir nuestro encuentro, ¿hay algún mensaje particular que usted piensa dar a España y al mundo actual con este viaje?

Santo Padre. Yo diría que este viaje tiene dos temas: el tema de la peregrinación, de estar en camino, y el tema de la belleza, la expresión de la verdad en la belleza, la continuidad entre tradición y renovación. Yo pienso que estos dos temas del viaje son también un mensaje: estar en camino, no perder el camino de la fe, buscar la belleza de la fe, la novedad y la tradición de la fe que sabe expresarse y sabe encontrarse con la belleza moderna, con el mundo de hoy. Gracias.




CEREMONIA DE BIENVENIDA

Sábado 6 de noviembre de 2010

Aeropuerto de Santiago de Compostela




Altezas Reales,
Distinguidas Autoridades Nacionales, Autonómicas y Locales,
Señor Arzobispo de Santiago de Compostela,
Señor Cardenal Presidente de la Conferencia Episcopal Española,
138 Señores Cardenales y Hermanos en el Episcopado,
Queridos hermanos y hermanas,
Amigos todos

Gracias, Alteza, por las deferentes palabras que me habéis dirigido en nombre de todos, y que son el eco entrañable de los sentimientos de afecto hacia el Sucesor de Pedro de los hijos e hijas de estas nobles tierras.

Saludo cordialmente a quienes están aquí presentes y a todos los que se unen a nosotros a través de los medios de comunicación social, dando las gracias también a cuantos han colaborado generosamente, desde diversas instancias eclesiales y civiles, para que este breve pero intenso viaje a Santiago de Compostela y a Barcelona sea del todo fructuoso.

En lo más íntimo de su ser, el hombre está siempre en camino, está en busca de la verdad. La Iglesia participa de ese anhelo profundo del ser humano y ella misma se pone en camino, acompañando al hombre que ansía la plenitud de su propio ser. Al mismo tiempo, la Iglesia lleva a cabo su propio camino interior, aquél que la conduce a través de la fe, la esperanza y el amor, a hacerse transparencia de Cristo para el mundo. Ésta es su misión y éste es su camino: ser cada vez más, en medio de los hombres, presencia de Cristo, “a quien Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención” (
1Co 1,30). Por eso, también yo me he puesto en camino para confirmar en la fe a mis hermanos (cf. Lc 22,32).

Vengo como peregrino en este Año Santo Compostelano y traigo en el corazón el mismo amor a Cristo que movía al Apóstol Pablo a emprender sus viajes, ansiando llegar también a España (cf. Rm 15,22-29). Deseo unirme así a esa larga hilera de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han llegado a Compostela desde todos los rincones de la Península y de Europa, e incluso del mundo entero, para ponerse a los pies de Santiago y dejarse transformar por el testimonio de su fe. Ellos, con la huella de sus pasos y llenos de esperanza, fueron creando una vía de cultura, de oración, de misericordia y conversión, que se ha plasmado en iglesias y hospitales, en albergues, puentes y monasterios. De esta manera, España y Europa fueron desarrollando una fisonomía espiritual marcada de modo indeleble por el Evangelio.

Precisamente como mensajero y testigo del Evangelio, iré también a Barcelona, para alentar la fe de sus gentes acogedoras y dinámicas. Una fe sembrada ya en los albores del cristianismo, y que fue germinando y creciendo al calor de innumerables ejemplos de santidad, dando origen a tantas instituciones de beneficencia, cultura y educación. Fe que inspiró al genial arquitecto Antoni Gaudí a emprender en esa ciudad, con el fervor y la colaboración de muchos, esa maravilla que es el templo de la Sagrada Familia. Tendré la dicha de dedicar ese templo, en el que se refleja toda la grandeza del espíritu humano que se abre a Dios.

Siento una profunda alegría al estar de nuevo en España, que ha dado al mundo una pléyade de grandes santos, fundadores y poetas, como Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Francisco Javier, entre otros muchos; la que en el siglo XX ha suscitado nuevas instituciones, grupos y comunidades de vida cristiana y de acción apostólica y, en los últimos decenios, camina en concordia y unidad, en libertad y paz, mirando al futuro con esperanza y responsabilidad. Movida por su rico patrimonio de valores humanos y espirituales, busca asimismo superarse en medio de las dificultades y ofrecer su solidaridad a la comunidad internacional.

Estas aportaciones e iniciativas de vuestra dilatada historia, y también de hoy, junto al significado de estos dos lugares de vuestra hermosa geografía que visitaré en esta ocasión, me dan pie para ensanchar mi pensamiento a todos los pueblos de España y de Europa. Como el Siervo de Dios Juan Pablo II, que desde Compostela exhortó al viejo Continente a dar nueva pujanza a sus raíces cristianas, también yo quisiera invitar a España y a Europa a edificar su presente y a proyectar su futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos, comenzando por los más pobres y desvalidos. Una España y una Europa no sólo preocupadas de las necesidades materiales de los hombres, sino también de las morales y sociales, de las espirituales y religiosas, porque todas ellas son exigencias genuinas del único hombre y sólo así se trabaja eficaz, íntegra y fecundamente por su bien.

En gallego:

139 Benqueridos amigos, reitérovos o meu agradecemento po la vosa amable benvida e a vosa presencia neste aeroporto. Renovo o meu agarimo e proximidade aos amadísimosfillos de Galicia, de Cataluña e dos demais pobos de España. Ao encomendar à intercesión do Apóstolo Santiago a miña esta día entre vós, prégo lle a Deus que as suas bendicións vos alcancen a todos. Moitas gracias.

[Queridos amigos, os reitero mi agradecimiento por vuestra amable bienvenida y vuestra presencia en este aeropuerto. Renuevo mi cariño y cercanía a los amadísimos hijos de Galicia, de Cataluña y de los demás pueblos de España. Al encomendar a la intercesión de Santiago Apóstol mi estancia entre vosotros, suplico a Dios que sus bendiciones alcancen a todos. Muchas gracias.]





Discursos 2010 132