Discursos 2010 139

VISITA A LA CATEDRAL DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

Sábado, 6 de noviembre de 2010



Señores Cardenales,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Distinguidas Autoridades,
Queridos sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas,
Queridos hermanos y hermanas,
Amigos todos

En gallego:

140 Agradezo a Monseñor Xulián Barrio Barrio, Arcebispo de Santiago de Compostela, as amables palabras que agora me tendirixido e ás que correspondo compracido, saudándo vos a todos vós con afecto no Señor e dándovo-las gracias po la vosa presencia neste lugar tan significativo.

[Agradezco a Monseñor Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela, las amables palabras que me acaba de dirigir y a las que correspondo complacido, saludando a todos con afecto en el Señor y dándoos las gracias por vuestra presencia en este lugar tan significativo.]

Peregrinar no es simplemente visitar un lugar cualquiera para admirar sus tesoros de naturaleza, arte o historia. Peregrinar significa, más bien, salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios allí donde Él se ha manifestado, allí donde la gracia divina se ha mostrado con particular esplendor y ha producido abundantes frutos de conversión y santidad entre los creyentes. Los cristianos peregrinaron, ante todo, a los lugares vinculados a la pasión, muerte y resurrección del Señor, a Tierra Santa. Luego a Roma, ciudad del martirio de Pedro y Pablo, y también a Compostela, que, unida a la memoria de Santiago, ha recibido peregrinos de todo el mundo, deseosos de fortalecer su espíritu con el testimonio de fe y amor del Apóstol.

En este Año Santo Compostelano, como Sucesor de Pedro, he querido yo también peregrinar a la Casa del Señor Santiago, que se apresta a celebrar el ochocientos aniversario de su consagración, para confirmar vuestra fe y avivar vuestra esperanza, y para confiar a la intercesión del Apóstol vuestros anhelos, fatigas y trabajos por el Evangelio. Al abrazar su venerada imagen, he pedido también por todos los hijos de la Iglesia, que tiene su origen en el misterio de comunión que es Dios. Mediante la fe, somos introducidos en el misterio de amor que es la Santísima Trinidad. Somos, de alguna manera, abrazados por Dios, transformados por su amor. La Iglesia es ese abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos, descubriendo en ellos la imagen y semejanza divina, que constituye la verdad más profunda de su ser, y que es origen de la genuina libertad.

Entre verdad y libertad hay una relación estrecha y necesaria. La búsqueda honesta de la verdad, la aspiración a ella, es la condición para una auténtica libertad. No se puede vivir una sin otra. La Iglesia, que desea servir con todas sus fuerzas a la persona humana y su dignidad, está al servicio de ambas, de la verdad y de la libertad. No puede renunciar a ellas, porque está en juego el ser humano, porque le mueve el amor al hombre, «que es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (Gaudium et spes
GS 24), y porque sin esa aspiración a la verdad, a la justicia y a la libertad, el hombre se perdería a sí mismo.

Dejadme que desde Compostela, corazón espiritual de Galicia y, al mismo tiempo, escuela de universalidad sin confines, exhorte a todos los fieles de esta querida Archidiócesis, y a los de la Iglesia en España, a vivir iluminados por la verdad de Cristo, confesando la fe con alegría, coherencia y sencillez, en casa, en el trabajo y en el compromiso como ciudadanos.

Que la alegría de sentiros hijos queridos de Dios os lleve también a un amor cada vez más entrañable a la Iglesia, cooperando con ella en su labor de llevar a Cristo a todos los hombres. Orad al Dueño de la mies, para que muchos jóvenes se consagren a esta misión en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada: hoy, como siempre, merece la pena entregarse de por vida a proponer la novedad del Evangelio.

No quiero concluir sin antes felicitar y agradecer a los católicos españoles la generosidad con que sostienen tantas instituciones de caridad y de promoción humana. No dejéis de mantener esas obras, que benefician a toda la sociedad, y cuya eficacia se ha puesto de manifiesto de modo especial en la actual crisis económica, así como con ocasión de las graves calamidades naturales que han afectado a varios países.

En gallego:

Con estes sentimentos, pídolle ao Altísimo que vos conceda a todos a ousadía que tivo Santiago para ser testemuña de Cristo Resucitado, e así permaneza des fieis nos camiños da santidade e vos gastedespola gloria de Deus e poloben dos irmáns máis desamparados. Moitas gracias.

[Con estos sentimientos, pido al Altísimo que conceda a todos la audacia que tuvo Santiago para ser testigo de Cristo Resucitado, y así permanezcáis fieles en los caminos de la santidad y os gastéis por la gloria de Dios y el bien de los hermanos más desamparados. Muchas gracias.]



VISITA A LA OBRA BENÉFICO-SOCIAL DEL NEN DÉU

Domingo 7 de noviembre de 2010

Barcelona

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Señor Cardenal Arzobispo de Barcelona,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Queridos sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, Distinguidas Autoridades,
Amigos todos

Siento una gran alegría al poder estar con todas las personas que formáis esta más que centenaria Obra Benéfico-Social del Nen Déu. Agradezco al Cardenal Lluís Martínez Sistach, Arzobispo de Barcelona, a la Hermana Rosario, Superiora de la Comunidad, a los niños Antonio y María del Mar, que han tomado la palabra, así como a los que tan maravillosamente han cantado, la cordial bienvenida que me han dispensado.

En catalán:

També estic agraït als presents, en especial als membres del Patronat de l’Obra, a la Mare General i a les Religioses Franciscanes dels Sagrats Cors, als nens, joves i adults acollits en aquesta institució, als seus pares i altres familiars, així com als professionals i voluntaris que aquí treballen benemèritament.

Voldria, també, manifestar la meva reconeixença a les Autoritats, invitant-les a maldar perquè els serveis socials arribin sempre als més desvalguts, i als qui amb el seu generós recolzament sostenen entitats assistencials d’iniciativa privada, com aquesta Escola d’Educació Especial del Nen Déu. En aquests moments, en els quals moltes llars passen serioses dificultats econòmiques, els deixebles de Crist hem de multiplicar els gestos concrets de solidaritat efectiva i constant, manifestant així que la caritat és el distintiu de la nostra condició cristiana.

[Doy también las gracias a los presentes, en particular a los miembros del Patronato de la Obra, a la Madre General y a las Religiosas Franciscanas de los Sagrados Corazones, a los niños, jóvenes y adultos acogidos en esta institución, a sus padres y demás familiares, así como a los profesionales y voluntarios que aquí ejercen su benemérita labor.

142 Quisiera, asimismo, expresar mi reconocimiento a las Autoridades, invitándolas a prodigarse para que los servicios sociales alcancen siempre a los más desvalidos, y a quienes sostienen con su generoso apoyo entidades asistenciales de iniciativa privada, como esta Escuela de Educación Especial del Nen Déu. En estos momentos, en que muchos hogares afrontan serias dificultades económicas, los discípulos de Cristo hemos de multiplicar los gestos concretos de solidaridad efectiva y constante, mostrando así que la caridad es el distintivo de nuestra condición cristiana.]

Con la dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia, se ha puesto de relieve esta mañana que el templo es signo del verdadero santuario de Dios entre los hombres. Ahora, quiero destacar cómo, con el esfuerzo de ésta y otras instituciones eclesiales análogas, a la que se sumará la nueva Residencia que habéis deseado que llevara el nombre del Papa, se pone de manifiesto que, para el cristiano, todo hombre es un verdadero santuario de Dios, que ha de ser tratado con sumo respeto y cariño, sobre todo cuando se encuentra en necesidad. La Iglesia quiere así hacer realidad las palabras del Señor en el Evangelio: «Os aseguro que cuanto hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (
Mt 25,40). En esta tierra, esas palabras de Cristo han impulsado a muchos hijos de la Iglesia a dedicar sus vidas a la enseñanza, la beneficencia o el cuidado de los enfermos y discapacitados. Inspirados en su ejemplo, os pido que sigáis socorriendo a los más pequeños y menesterosos, dándoles lo mejor de vosotros mismos.

En el cuidado de los más débiles, mucho han contribuido los formidables avances de la sanidad en los últimos decenios, que han ido acompañados por la creciente convicción de la importancia de un esmerado trato humano para el buen resultado del proceso terapéutico. Por eso, es imprescindible que los nuevos desarrollos tecnológicos en el campo médico nunca vayan en detrimento del respeto a la vida y dignidad humana, de modo que quienes padecen enfermedades o minusvalías psíquicas o físicas puedan recibir siempre aquel amor y atenciones que los haga sentirse valorados como personas en sus necesidades concretas.

Queridos niños y jóvenes, me despido de vosotros dando gracias a Dios por vuestras vidas, tan preciosas a sus ojos, y asegurándoos que ocupáis un lugar muy importante en el corazón del Papa. Rezo por vosotros todos los días y os ruego que me ayudéis con vuestra oración a cumplir con fidelidad la misión que Cristo me ha encomendado. No me olvido tampoco de orar por los que están al servicio de los que sufren, trabajando incansablemente para que las personas con discapacidades puedan ocupar su justo lugar en la sociedad y no sean marginadas a causa de sus limitaciones. A este respecto, quisiera reconocer, de manera especial, el testimonio fiel de los sacerdotes y visitadores de enfermos en sus casas, en los hospitales o en otras instituciones especializadas. Ellos encarnan ese importante ministerio de consolación ante las fragilidades de nuestra condición, que la Iglesia busca desempeñar con los mismos sentimientos del Buen Samaritano (cf. Lc 10,29-37).

Por intercesión de Nuestra Señora de la Merced y de la Beata Madre Carmen del Niño Jesús, que Dios bendiga a cuantos integráis la gran familia de esta espléndida Obra, así como a vuestros seres queridos y a quienes cooperáis con esta institución u otras semejantes a ésta. Que de ello sea prenda la Bendición Apostólica, que cordialmente imparto a todos.




CEREMONIA DE DESPEDIDA

Domingo 7 de noviembre de 2010

Aeropuerto internacional de Barcelona (El Prat)





Majestades,
Señor Cardenal Arzobispo de Barcelona,
Señor Cardenal Presidente de la Conferencia Episcopal Española,
143 Señores Cardenales y Hermanos en el Episcopado,
Señor Presidente del Gobierno,
Distinguidas Autoridades Nacionales, Autonómicas y Locales,
Queridos hermanos y hermanas,
Amigos todos

Muchísimas gracias. Desearía que estas breves palabras pudieran condensar los sentimientos de gratitud que albergo en mi interior al concluir mi visita a Santiago de Compostela y a Barcelona. Muchísimas gracias, Majestades, por haber querido estar aquí presentes. Agradezco las amables palabras que Vuestra Majestad ha tenido la gentileza de dirigirme y que son expresión del afecto de este noble pueblo hacia el Sucesor de Pedro. Asimismo, quiero manifestar mi cordial agradecimiento a las Autoridades que nos acompañan, a los Señores Arzobispos de Santiago de Compostela y de Barcelona, al Episcopado español y a tantas personas que, sin ahorrar sacrificios, han colaborado para que este viaje culmine felizmente. Agradezco vivamente a todos las continuas y delicadas atenciones que han tenido en estos días con el Papa, y que ponen de relieve el carácter hospitalario y acogedor de las gentes de estas tierras, tan cercanas a mi corazón.

En Compostela he querido unirme como un peregrino más a tantas personas de España, de Europa y de otros lugares del mundo, que llegan a la tumba del Apóstol para fortalecer su fe y recibir el perdón y la paz. Como Sucesor de Pedro, he venido además para confirmar a mis hermanos en la fe. Esa fe que en los albores del cristianismo llegó a estas tierras y se enraizó tan profundamente que ha ido forjando el espíritu, las costumbres, el arte y la idiosincrasia de sus gentes. Preservar y fomentar ese rico patrimonio espiritual, no sólo manifiesta el amor de un País hacia su historia y su cultura, sino que es también una vía privilegiada para transmitir a las jóvenes generaciones aquellos valores fundamentales tan necesarios para edificar un futuro de convivencia armónica y solidaria.

Los caminos que atravesaban Europa para llegar a Santiago eran muy diversos entre sí, cada uno con su lengua y sus particularidades, pero la fe era la misma. Había un lenguaje común, el Evangelio de Cristo. En cualquier lugar, el peregrino podía sentirse como en casa. Más allá de las diferencias nacionales, se sabía miembro de una gran familia, a la que pertenecían los demás peregrinos y habitantes que encontraba a su paso. Que esa fe alcance nuevo vigor en este Continente, y se convierta en fuente de inspiración, que haga crecer la solidaridad y el servicio a todos, especialmente a los grupos humanos y a las naciones más necesitadas.

En catalán:

A Barcelona, he tingut el gran goig de dedicar la Basílica de la Sagrada Família, que Gaudí va concebre com una lloança en pedra a Déu, i he visitat també una significativa institució eclesial de caràcter benèfico-social. Són com dos símbols en la Barcelona d’avui de la fecunditat d’aquesta mateixa fe, que va marcar també les entranyes d’aquest poble i que, a través de la caritat i de la bellesa del misteri de Déu, contribueix a crear una societat més digna de l’home. En efecte, la bellesa, la santedat i l’amor de Déu porten l’home a viure en el món amb esperança.

[En Barcelona, he tenido la inmensa alegría de dedicar la Basílica de la Sagrada Familia, que Gaudí concibió como una alabanza en piedra a Dios, y he visitado también una significativa institución eclesial de carácter benéfico-social. Son como dos símbolos en la Barcelona de hoy de la fecundidad de esa misma fe, que marcó también las entrañas de este pueblo y que, a través de la caridad y de la belleza del misterio de Dios, contribuye a crear una sociedad más digna del hombre. En efecto, la belleza, la santidad y el amor de Dios llevan al hombre a vivir en el mundo con esperanza.]

144 Regreso a Roma habiendo estado sólo en dos lugares de vuestra hermosa geografía. Sin embargo, con la oración y el pensamiento, he deseado abrazar a todos los españoles, sin excepción alguna, y a tantos otros que viven entre vosotros, sin haber nacido aquí. Llevo a todos en mi corazón y por todos rezo, en particular por los que sufren, y los pongo bajo el amparo materno de María Santísima, tan venerada e invocada en Galicia, en Cataluña y en los demás pueblos de España. A Ella le pido también que os alcance del Altísimo copiosos dones celestiales, que os ayuden a vivir como una sola familia, guiados por la luz de la fe. Os bendigo en el nombre del Señor. Con su ayuda, nos veremos en Madrid, el año próximo, para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud. Adiós.




A LA PLENARIA DEL COMITÉ PONTIFICIO PARA LOS CONGRESOS EUCARÍSTICOS INTERNACIONALES

Jueves 11 de noviembre de 2010

Sala Clementina



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros al concluir los trabajos de la asamblea plenaria del Comité pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales. Os saludo cordialmente a cada uno y en particular al presidente, el arzobispo monseñor Piero Marini, a quien doy las gracias por las amables palabras con las que ha introducido nuestro encuentro. Saludo a los delegados nacionales de las Conferencias episcopales y, de modo especial, a la delegación irlandesa, encabezada por monseñor Diarmuid Martin, arzobispo de Dublín, ciudad en la que tendrá lugar el próximo Congreso eucarístico internacional, en junio de 2012. Vuestra asamblea ha dedicado gran atención a ese acontecimiento, que se inserta también en el programa de renovación de la Iglesia en Irlanda. El tema —«La Eucaristía, comunión con Cristo y entre nosotros»— recuerda la centralidad del Misterio eucarístico para el crecimiento de la vida de fe y para todo auténtico camino de renovación eclesial. La Iglesia, mientras peregrina por la tierra, es sacramento de unidad de los hombres con Dios y entre sí (cf. Lumen gentium LG 1). Para este fin ha recibido la Palabra y los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, de la que «continuamente vive y crece» (ib., LG 26) y en la que al mismo tiempo se expresa a sí misma.

El don de Cristo y de su Espíritu, que recibimos en la Eucaristía, cumple con plenitud sobreabundante los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, los eleva muy por encima de la simple experiencia convival humana. Mediante la comunión con el Cuerpo de Cristo, la Iglesia llega a ser cada vez más lo que debe ser: misterio de unidad «vertical» y «horizontal» para todo el género humano. A los brotes de disgregación, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigados en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía, formando continuamente a la Iglesia, crea también comunión entre los hombres.

Queridos hermanos, algunas felices circunstancias hacen más significativos los trabajos que habéis llevado a cabo en estos días y los acontecimientos futuros. Esta asamblea —como ha dicho ya monseñor Marini— coincide con el 50° aniversario del Congreso eucarístico de Munich, que marcó un cambio notable en la comprensión de estos acontecimientos eclesiales, elaborando la idea de statio orbis, que fue retomada más tarde por el Ritual romano De sacra Communione et de cultu Mysterii eucharistici extra missam. En ese Congreso, como ha recordado asimismo monseñor Marini, tuve la alegría de participar personalmente, como joven profesor de teología, y también de ver cómo se desarrollaba ese concepto. Además, el Congreso de Dublín de 2012 tendrá un carácter jubilar, pues será el 50°, y además se celebrará 50 años después de la apertura del concilio ecuménico Vaticano II, al que hace referencia explícita el tema, recordando el capítulo 7 de la constitución dogmática Lumen gentium.

Los Congresos eucarísticos internacionales tienen ya una larga historia en la Iglesia. Mediante la forma característica de la statio orbis, ponen de relieve la dimensión universal de la celebración: de hecho, se trata siempre de una fiesta de fe en torno a Cristo Eucarístico, el Cristo del sacrificio supremo por la humanidad, en la que participan no sólo los fieles de una Iglesia particular o de una nación, sino también, en la medida de lo posible, de varios lugares del orbe. Es la Iglesia la que se reúne en torno a su Señor y su Dios. Al respecto, es importante el papel de los delegados nacionales, los cuales están llamados a sensibilizar a sus respectivas Iglesias en relación con el acontecimiento del Congreso, sobre todo en el período de su preparación, para que dé frutos de vida y de comunión.

Los Congresos eucarísticos, especialmente en el contexto actual, tienen también como objetivo dar una contribución peculiar a la nueva evangelización, promoviendo la evangelización mistagógica (cf. Sacramentum caritatis, 64), que se realiza, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia, en oración, a partir de la liturgia y a través de la liturgia. Pero cada Congreso implica también una dimensión evangelizadora en el sentido más estrictamente misionero, hasta el punto de que el binomio Eucaristía-misión ha entrado a formar parte de las líneas maestras propuestas por la Santa Sede. La Mesa eucarística, mesa del sacrificio y de la comunión, representa así el centro difusor del fermento del Evangelio, fuerza propulsora para la construcción de la sociedad humana y prenda del Reino que viene. La misión de la Iglesia está en continuidad con la de Cristo: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). Y la Eucaristía es el medio principal para llevar a cabo esta continuidad misionera entre Dios Padre, el Hijo encarnado, y la Iglesia que camina en la historia, guiada por el Espíritu Santo.

145 Por último, una indicación litúrgico-pastoral. Dado que la celebración eucarística es el centro y el culmen de todas las diversas manifestaciones y formas de piedad, es importante que todo Congreso eucarístico sepa implicar e integrar, según el espíritu de la reforma conciliar, todas las expresiones del culto eucarístico extra missam, que hunden sus raíces en la devoción popular, así como las asociaciones de fieles que de diversas maneras se inspiran en la Eucaristía. Es preciso armonizar según una eclesiología eucarística orientada hacia la comunión todas las devociones eucarísticas, recomendadas y estimuladas también por la encíclica Ecclesia de Eucharistia (nn. EE 10 EE 47-52) y por la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis. También en este sentido los Congresos eucarísticos son una ayuda para la renovación permanente de la vida eucarística de la Iglesia.

Queridos hermanos y hermanas, el apostolado eucarístico al que dedicáis vuestros esfuerzos es muy valioso. Perseverad en él con empeño y pasión, animando y difundiendo la devoción eucarística en todas sus expresiones. En la Eucaristía está encerrado el tesoro de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, que en la cruz se inmoló por la salvación de la humanidad. Acompaño vuestro apreciado servicio asegurándoos mi oración, por intercesión de María santísima, y con la bendición apostólica, que de corazón os imparto a vosotros, a vuestros seres queridos y a vuestros colaboradores.






A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA

Sábado 13 de noviembre de 2010

Sala Clementina



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros al término de la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la cultura, durante la cual habéis profundizado en el tema: «Cultura de la comunicación y nuevos lenguajes». Agradezco al presidente, monseñor Gianfranco Ravasi, sus hermosas palabras, y saludo a todos los participantes, agradecido por la contribución que han dado al estudio de esta temática, tan relevante para la misión de la Iglesia. En efecto, hablar de comunicación y de lenguaje no sólo significa tocar uno de los nudos cruciales de nuestro mundo y de sus culturas; para los creyentes significa también acercarse al misterio mismo de Dios que, en su bondad y sabiduría, quiso revelarse y manifestar su voluntad a los hombres (Dei Verbum DV 2). En efecto, en Cristo Dios se nos ha revelado como Logos, que se comunica y nos interpela, entablando la relación que funda nuestra identidad y dignidad de personas humanas, amadas como hijos del único Padre (cf. Verbum Domini, 6.22.23). Comunicación y lenguaje son asimismo dimensiones esenciales de la cultura humana, constituida por informaciones y nociones, por creencias y estilos de vida, pero también por reglas, sin las cuales las personas difícilmente podrían progresar en humanidad y en sociabilidad. He apreciado la original decisión de inaugurar la plenaria en la sala de la Protomoteca en el Capitolio, núcleo civil e institucional de Roma, con una mesa redonda sobre el tema: «En la ciudad a la escucha de los lenguajes del alma». De ese modo, el dicasterio ha querido expresar una de sus tareas esenciales: ponerse a la escucha de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, para promover nuevas ocasiones de anuncio del Evangelio. Escuchando, por tanto, las voces del mundo globalizado, nos damos cuenta de que se está produciendo una profunda transformación cultural, con nuevos lenguajes y nuevas formas de comunicación, que favorecen también modelos antropológicos nuevos y problemáticos.

En este contexto, los pastores y los fieles experimentan con preocupación algunas dificultades en la comunicación del mensaje evangélico y en la transmisión de la fe, dentro de la comunidad eclesial misma. Como he escrito en la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini: «Hay muchos cristianos necesitados de que se les vuelva a anunciar persuasivamente la Palabra de Dios, de manera que puedan experimentar concretamente la fuerza del Evangelio» (n. 96). A veces parece que los problemas aumentan cuando la Iglesia se dirige a los hombres y mujeres lejanos o indiferentes a una experiencia de fe, a los cuales el mensaje evangélico llega de manera poco eficaz y atractiva. En un mundo que hace de la comunicación la estrategia vencedora, la Iglesia, depositaria de la misión de comunicar a todas las gentes el Evangelio de salvación, no permanece indiferente y extraña; al contrario, trata de valerse con renovado compromiso creativo, pero también con sentido crítico y atento discernimiento, de los nuevos lenguajes y las nuevas modalidades comunicativas.

La incapacidad del lenguaje de comunicar el sentido profundo y la belleza de la experiencia de fe puede contribuir a la indiferencia de muchos, sobre todo jóvenes; puede ser motivo de alejamiento, como afirmaba ya la constitución Gaudium et spes, poniendo de relieve que una presentación inadecuada del mensaje esconde, en vez de manifestar, el rostro genuino de Dios y de la religión (cf. GS 19). La Iglesia quiere dialogar con todos, en la búsqueda de la verdad; pero para que el diálogo y la comunicación sean eficaces y fecundos es necesario sintonizarse en una misma frecuencia, en ámbitos de encuentro amistoso y sincero, en ese «patio de los gentiles» ideal que propuse al hablar a la Curia romana hace un año y que el dicasterio está realizando en distintos lugares emblemáticos de la cultura europea. Hoy no pocos jóvenes, aturdidos por las infinitas posibilidades que ofrecen las redes informáticas u otras tecnologías, entablan formas de comunicación que no contribuyen al crecimiento en humanidad, sino que corren el riesgo de aumentar el sentido de soledad y desorientación. Antes estos fenómenos, más de una vez he hablado de emergencia educativa, un desafío al que se puede y se debe responder con inteligencia creativa, comprometiéndose a promover una comunicación que humanice, que estimule el sentido crítico y la capacidad de valoración y de discernimiento.

También en la cultura tecnológica actual el paradigma permanente de la inculturación del Evangelio es la guía, que purifica, sana y eleva los mejores elementos de los nuevos lenguajes y de las nuevas formas de comunicación. Para esta tarea, difícil y fascinante, la Iglesia puede servirse del extraordinario patrimonio de símbolos, imágenes, ritos y gestos de su tradición. En particular, el rico y denso simbolismo de la liturgia debe brillar con toda su fuerza como elemento comunicativo, hasta tocar profundamente la conciencia humana, el corazón y el intelecto. La tradición cristiana siempre ha unido estrechamente a la liturgia el lenguaje del arte, cuya belleza tiene su fuerza comunicativa particular. Lo experimentamos también el domingo pasado, en Barcelona, en la basílica de la Sagrada Familia, obra de Antoni Gaudí, que conjugó genialmente el sentido de lo sagrado y de la liturgia con formas artísticas tanto modernas como en sintonía con las mejores tradiciones arquitectónicas. Sin embargo, la belleza de la vida cristiana es más incisiva aún que el arte y la imagen en la comunicación del mensaje evangélico. En definitiva, sólo el amor es digno de fe y resulta creíble. La vida de los santos, de los mártires, muestra una singular belleza que fascina y atrae, porque una vida cristiana vivida en plenitud habla sin palabras. Necesitamos hombres y mujeres que hablen con su vida, que sepan comunicar el Evangelio, con claridad y valentía, con la transparencia de las acciones, con la pasión gozosa de la caridad.

146 Después de haber ido como peregrino a Santiago de Compostela y haber admirado en miles de personas, sobre todo jóvenes, la fuerza cautivadora del testimonio, la alegría de ponerse en camino hacia la verdad y la belleza, deseo que muchos de nuestros contemporáneos puedan decir, escuchando de nuevo la voz del Señor, como los discípulos de Emaús: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino?» (Lc 24,32). Queridos amigos, os agradezco cuanto hacéis diariamente con competencia y dedicación y, a la vez que os encomiendo a la protección maternal de María santísima, os imparto de corazón a todos la bendición apostólica.



A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

Jueves 18 de noviembre de 2010



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Para mí es una gran alegría encontrarme con vosotros con ocasión de la plenaria del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, durante la cual reflexionáis sobre el tema: «Hacia una nueva etapa del diálogo ecuménico». Os saludo a cada uno cordialmente, y deseo agradecer de modo particular al presidente, monseñor Kurt Koch, también las cordiales expresiones con las que ha interpretado vuestros sentimientos.

Ayer, como ha recordado monseñor Koch, celebrasteis con un solemne acto conmemorativo el 50° aniversario de la institución de vuestro dicasterio. El 5 de junio de 1960, en vísperas del concilio Vaticano II, que indicó como central para la Iglesia el compromiso ecuménico, el beato Juan XXIII creó el Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos, denominado después, en 1988, Consejo pontificio. Fue un acto que constituyó una piedra miliar para el camino ecuménico de la Iglesia católica. A lo largo de cincuenta años se ha recorrido mucho camino. Deseo expresar viva gratitud a todos aquellos que han prestado su servicio en el Consejo pontificio, recordando ante todo a los presidentes que se han sucedido: los cardenales Augustin Bea, Johannes Willebrands y Edward Idris Cassidy; y deseo dar las gracias especialmente al cardenal Walter Kasper, que ha guiado el dicasterio, con competencia y pasión, en los últimos once años. Expreso mi agradecimiento a los miembros y consultores, a los oficiales y colaboradores, a quienes han contribuido a realizar los diálogos teológicos y los encuentros ecuménicos y a cuantos han rezado al Señor por el don de la unidad visible entre los cristianos. Son cincuenta años en los que se ha adquirido un conocimiento más verdadero y una estima mayor con las Iglesias y las comunidades eclesiales, superando prejuicios sedimentados en la historia; ha crecido el diálogo teológico, pero también el de la caridad; se han desarrollado varias formas de colaboración, entre las cuales, además de las orientadas a la defensa de la vida, a la salvaguardia de la creación y a combatir la injusticia, ha sido importante y fructuosa la colaboración en el campo de las traducciones ecuménicas de la Sagrada Escritura.

En estos últimos años, el Consejo pontificio se ha comprometido, entre otras cosas, en un amplio proyecto, llamado Harvest Project, para trazar un primer balance de las metas alcanzadas en los diálogos teológicos con las principales comunidades eclesiales desde el Vaticano II. Se trata de un valioso trabajo, que ha puesto de relieve tanto las áreas de convergencia como aquellas en las que es necesario seguir profundizando la reflexión. Dando gracias a Dios por los frutos ya recogidos, os aliento a proseguir en vuestro empeño por promover una correcta acogida de los resultados alcanzados y por dar a conocer con exactitud el estado actual de la investigación teológica al servicio del camino hacia la unidad. Hoy algunos piensan que ese camino, especialmente en Occidente, ha perdido su impulso; se percibe la urgencia de reavivar el interés ecuménico y de dar nueva fuerza a los diálogos. Además, se plantean desafíos inéditos: las nuevas interpretaciones antropológicas y éticas, la formación ecuménica de las nuevas generaciones, la ulterior fragmentación del escenario ecuménico. Es esencial tomar conciencia de estos cambios e identificar los caminos para avanzar de manera eficaz a la luz de la voluntad del Señor: «Que todos sean uno» (Jn 17,21).

También con las Iglesias ortodoxas y las antiguas Iglesias orientales, con las cuales existen «vínculos estrechísimos» (Unitatis redintegratio UR 15), la Iglesia católica prosigue con pasión el diálogo, tratando de profundizar de modo serio y riguroso el patrimonio teológico, litúrgico y espiritual común, y de afrontar con serenidad y compromiso los elementos que todavía nos dividen. Con los ortodoxos se ha llegado a tocar un punto crucial de confrontación y de reflexión: el papel del Obispo de Roma en la comunión de la Iglesia. Y la cuestión eclesiológica ocupa también el centro del diálogo con las antiguas Iglesias orientales: a pesar de muchos siglos de incomprensión y de lejanía, se ha constatado con gozo que se ha conservado un precioso patrimonio común.

Queridos amigos, pese a que se presentan nuevas situaciones problemáticas o puntos difíciles para el diálogo, la meta del camino ecuménico sigue invariada, así como el compromiso firme de perseguirla. No se trata, sin embargo, de un compromiso según categorías —por decirlo así— políticas, en las que entran en juego la habilidad de negociar o la mayor capacidad de encontrar arreglos, de modo que podamos esperar, como buenos mediadores, que, pasado cierto tiempo, se llegue a acuerdos aceptables para todos. La acción ecuménica se mueve en dos direcciones. Por una parte, la búsqueda convencida, apasionada y tenaz para encontrar toda la unidad en la verdad, para idear modelos de unidad, para iluminar oposiciones y puntos oscuros a fin de alcanzar la unidad. Y esto en el necesario diálogo teológico, pero sobre todo en la oración y en la penitencia, en el ecumenismo espiritual que constituye el corazón palpitante de todo el camino: la unidad de los cristianos es y seguirá siendo oración, habita en la oración. Por otra parte, otro movimiento operativo, que surge de la firme conciencia de que nosotros no sabemos la hora de la realización de la unidad entre todos los discípulos de Cristo y no la podemos conocer, porque la unidad no la «hacemos nosotros», la «hace» Dios: viene de lo alto, de la unidad del Padre con el Hijo en el diálogo de amor que es el Espíritu Santo; es participar en la unidad divina. Y esto no debe hacer que disminuya nuestro compromiso, es más, debe llevarnos a estar cada vez más atentos a captar los signos y los tiempos del Señor, sabiendo reconocer con gratitud lo que ya nos une y trabajando para que se consolide y crezca. En definitiva, también en el camino ecuménico, se trata de dejar a Dios lo que es únicamente suyo y de explorar, con seriedad, constancia y empeño, lo que es tarea nuestra, teniendo en cuenta que a nuestro compromiso pertenecen los binomios de actuar y sufrir, de actividad y paciencia, de fatiga y alegría.

Invoquemos con confianza al Espíritu Santo, para que guíe nuestro camino y cada uno sienta con renovado vigor la llamada a trabajar por la causa ecuménica. Os aliento a todos a proseguir en vuestra obra; es una ayuda que prestáis al Obispo de Roma en el cumplimiento de su misión al servicio de la unidad. Como signo de efecto y gratitud, os imparto de corazón mi bendición apostólica.






A LOS SUPERIORES Y SUPERIORAS GENERALES

Viernes 26 de noviembre de 2010

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Discursos 2010 139