Discursos 2010 147

147 Sala Clementina



Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión de la Asamblea semestral de la Unión de los superiores generales, que estáis celebrando, en continuidad con la de mayo pasado, sobre el tema de la vida consagrada en Europa. Saludo al presidente, don Pascual Chávez —a quien agradezco las palabras que me ha dirigido— al igual que al Consejo ejecutivo; un saludo especial al Comité directivo de la Unión internacional de las superioras generales y a los numerosos superiores generales. Extiendo mi saludo a todos vuestros hermanos y hermanas esparcidos por el mundo, especialmente a cuantos sufren por testimoniar el Evangelio. Deseo expresar mi vivo agradecimiento por lo que hacéis en la Iglesia y con la Iglesia en favor de la evangelización y del hombre. Pienso en las múltiples actividades pastorales en las parroquias, en los santuarios y en los centros de culto, para la catequesis y la formación cristiana de los niños, de los jóvenes y los adultos, manifestando vuestra pasión por Cristo y por la humanidad. Pienso en el gran trabajo en el campo educativo, en las universidades y en las escuelas; en las múltiples obras sociales, a través de las cuales salís al encuentro de los hermanos más necesitados con el mismo amor de Dios. Pienso también en el testimonio, a veces arriesgado, de vida evangélica en las misiones ad gentes, en circunstancias a menudo difíciles.

Habéis dedicado vuestras dos últimas Asambleas a considerar el futuro de la vida consagrada en Europa. Esto ha significado reflexionar sobre el sentido mismo de vuestra vocación, que conlleva, ante todo, buscar a Dios, quaerere Deum: por vocación sois buscadores de Dios. A esta búsqueda consagráis las mejores energías de vuestra vida. Pasáis de las cosas secundarias a las esenciales, a lo que es verdaderamente importante; buscáis lo definitivo, buscáis a Dios, mantenéis la mirada dirigida hacia él. Como los primeros monjes, cultiváis una orientación escatológica: detrás de lo provisional buscáis lo que permanece, lo que no pasa (cf. Discurso en el Collège des Bernardins, París, 12 de septiembre de 2008). Buscáis a Dios en los hermanos que os ha dado, con los cuales compartís la misma vida y misión. Lo buscáis en los hombres y en las mujeres de nuestro tiempo, a los que sois enviados para ofrecerles, con la vida y la palabra, el don del Evangelio. Lo buscáis particularmente en los pobres, primeros destinatarios de la Buena Noticia (cf.
Lc 4,18). Lo buscáis en la Iglesia, donde el Señor se hace presente, sobre todo en la Eucaristía y en los demás sacramentos, y en su Palabra, que es camino primordial para la búsqueda de Dios, nos introduce en el coloquio con él y nos revela su verdadero rostro. ¡Sed siempre buscadores y testigos apasionados de Dios!

La renovación profunda de la vida consagrada parte de la centralidad de la Palabra de Dios, y más concretamente del Evangelio, regla suprema para todos vosotros, como afirma el concilio Vaticano II en el decreto Perfectae caritatis (cf. PC 2) y como bien comprendieron vuestros fundadores: la vida consagrada es una planta con muchas ramas que hunde sus raíces en el Evangelio. Lo demuestra la historia de vuestros Institutos, en los cuales la firme voluntad de vivir el mensaje de Cristo y de configurar la propia vida a este, ha sido y sigue siendo el criterio fundamental del discernimiento vocacional y de vuestro discernimiento personal y comunitario. El Evangelio vivido diariamente es el elemento que da atractivo y belleza a la vida consagrada y os presenta ante el mundo como una alternativa fiable. Esto necesita la sociedad actual, esto espera de vosotros la Iglesia: ser Evangelio vivo.

Otro aspecto fundamental de la vida consagrada que quiero subrayar es la fraternidad: «confessio Trinitatis» (cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. Vita consecrata, VC 41) y parábola de la Iglesia comunión. En efecto, a través de ella pasa el testimonio de vuestra consagración. La vida fraterna es uno de los aspectos que mayormente buscan los jóvenes cuando se acercan a vuestra vida; es un elemento profético importante que ofrecéis en una sociedad fuertemente individualista. Conozco los esfuerzos que estáis haciendo en este campo, como conozco también las dificultades que conlleva la vida comunitaria. Es necesario un discernimiento serio e constante para escuchar lo que el Espíritu dice a la comunidad (cf. Ap 2,7), para reconocer lo que viene del Señor y lo que le es contrario (cf. Vita consecrata VC 73). Sin el discernimiento, acompañado de la oración y la reflexión, la vida consagrada corre el riesgo de acomodarse a los criterios de este mundo: el individualismo, el consumismo, el materialismo; criterios por los que la fraternidad viene a menos y la misma vida consagrada pierde atractivo y garra. Sed maestros de discernimiento, a fin de que vuestros hermanos y vuestras hermanas asuman este habitus y vuestras comunidades sean signo elocuente para el mundo de hoy. Vosotros que ejercéis el servicio de la autoridad, y que tenéis tareas de guía y de proyección del futuro de vuestros Institutos religiosos, recordad que una parte importante de la animación espiritual y del gobierno es la búsqueda común de los medios para favorecer la comunión, la mutua comunicación, el afecto y la verdad en las relaciones recíprocas.

Un último elemento que quiero resaltar es la misión. La misión es el modo de ser de la Iglesia y, en esta, de la vida consagrada; forma parte de vuestra identidad; os impulsa a llevar el Evangelio a todos, sin fronteras. La misión, sostenida por una fuerte experiencia de Dios, por una robusta formación y por la vida fraterna en comunidad, es una clave para comprender y revitalizar la vida consagrada. Id, por tanto, y con fidelidad creativa haced vuestro el desafío de la nueva evangelización. Renovad vuestra presencia en los aerópagos de hoy para anunciar, como hizo san Pablo en Atenas, al Dios «ignoto» (cf. Discurso en el Collège des Bernardins).

Queridos superiores generales, el momento actual presenta para no pocos Institutos el dato de la disminución numérica, especialmente en Europa. Las dificultades, sin embargo, no deben hacernos olvidar que la vida consagrada tiene su origen en el Señor: él la quiere, para la edificación y la santidad de su Iglesia, y por eso la Iglesia misma nunca se verá privada de ella. Os aliento a caminar en la fe y en la esperanza, a la vez que os pido un renovado compromiso en la pastoral vocacional y en la formación inicial y permanente. Os encomiendo a la santísima Virgen María, a vuestros santos fundadores y patronos, mientras de corazón os imparto mi bendición apostólica, que extiendo a vuestras familias religiosas


Diciembre de 2010


AL SEÑOR GÁBOR GYORIVÁNYI, NUEVO EMBAJADOR DE HUNGRÍA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 2 de diciembre de 2010



Señor embajador:

148 Con alegría le doy la bienvenida en esta solemne ocasión de la entrega de las cartas credenciales que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Hungría ante la Santa Sede, y le doy las gracias por sus amables palabras. Le agradezco el cordial saludo que me ha transmitido de parte del señor presidente, Pál Schmitt, y del Gobierno, y al que correspondo de buen grado. Al mismo tiempo quiero pedirle que asegure a sus compatriotas mi sincero afecto y mi benevolencia.

Tras la reanudación de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la República de Hungría en 1990, se ha podido desarrollar una nueva confianza para un diálogo activo y constructivo con la Iglesia católica. Al mismo tiempo, albergo la esperanza de que las profundas heridas de la visión materialista del hombre que se había apoderado de los corazones y de la comunidad de los ciudadanos de su país durante casi 45 años, sigan cicatrizando en un clima de paz, libertad y respeto de la dignidad del hombre.

La fe católica, sin duda, forma parte de los pilares fundamentales de la historia de Hungría. Cuando, en el lejano año 1000, el joven príncipe húngaro Esteban recibió la corona real que le envió el Papa Silvestre II, a ello se unió el mandato de dar espacio y patria a la fe en Jesucristo en aquella tierra. La piedad personal, el sentido de justicia y las virtudes humanas de ese gran rey son un importante punto de referencia que sirve de estímulo e imperativo, hoy como entonces, a quienes se ha confiado un cargo de gobierno u otra responsabilidad análoga. Ciertamente, no se espera que el Estado imponga una religión determinada; más bien, debería garantizar la libertad de confesar y practicar la fe. Con todo, política y fe cristiana se tocan. Por supuesto, la fe tiene su naturaleza específica como encuentro con el Dios vivo que nos abre nuevos horizontes más allá del ámbito propio de la razón. Pero al mismo tiempo es una fuerza purificadora para la propia razón, permitiéndole llevar a cabo de la mejor forma su tarea y ver mejor lo que le es propio. No se trata de imponer normas o modos de comportamiento a quienes no comparten la fe. Se trata sencillamente de la purificación de la razón, que quiere ayudar a hacer que lo que es bueno y justo sea reconocido y también realizado aquí y ahora (cf. Deus caritas est ).

En los últimos años, poco más de veinte, desde la caída del telón de acero, acontecimiento en el que Hungría tuvo un papel relevante, su país ha ocupado un lugar importante en la comunidad de los pueblos. Desde hace ya seis años también Hungría es miembro de la Unión Europea. Así aporta una contribución importante al coro de más voces de los Estados de Europa. Al inicio del año próximo tocará a Hungría, por primera vez, asumir la presidencia del Consejo de la Unión Europea. Hungría está llamada de modo particular a ser mediadora entre Oriente y Occidente. Ya la sagrada corona, herencia del rey Esteban, al unir la corona graeca circular con la corona latina colocada en arco sobre ella —ambas llevan el rostro de Cristo y están rematadas por la cruz— muestra cómo Oriente y Occidente deberían apoyarse mutuamente y enriquecerse uno a otro a partir del patrimonio espiritual y cultural y de la viva profesión de fe. Podemos entender esto también como un leitmotiv para su país.

La Santa Sede toma nota con interés de los esfuerzos de las autoridades políticas por elaborar un cambio de la Constitución. Se ha manifestado la voluntad de hacer referencia, en el preámbulo, a la herencia del cristianismo. También es de desear que la nueva Constitución se inspire en los valores cristianos, de modo particular en lo que concierne a la posición del matrimonio y de la familia en la sociedad y la protección de la vida.

El matrimonio y la familia constituyen un fundamento decisivo para un sano desarrollo de la sociedad civil, de los países y de los pueblos. El matrimonio como forma de ordenamiento básico de la relación entre hombre y mujer y, al mismo tiempo, como célula básica de la comunidad estatal, ha ido plasmándose también a partir de la fe bíblica. De esta forma, el matrimonio ha dado a Europa su particular aspecto y su humanismo, también y precisamente porque ha debido aprender y conseguir continuamente la característica de fidelidad y de renuncia trazada por él. Europa ya no sería Europa si esta célula básica de la construcción social desapareciese o se transformase sustancialmente. Todos conocemos el riesgo que corren el matrimonio y la familia hoy: por un lado, debido a la erosión de sus valores más íntimos de estabilidad e indisolubilidad, a causa de una creciente liberalización del derecho de divorcio y de la costumbre, cada vez más difundida, de la convivencia de hombre y mujer sin la forma jurídica y la protección del matrimonio; y, por otro, a causa de los diversos tipos de unión que no tienen ningún fundamento en la historia de la cultura y del derecho en Europa. La Iglesia no puede aprobar iniciativas legislativas que impliquen una valoración de modelos alternativos de la vida de pareja y de la familia. Esos modelos contribuyen al debilitamiento de los principios del derecho natural y así a la relativización de toda la legislación, así como de la conciencia de los valores en la sociedad.

«La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos» (Caritas in veritate ). La razón es capaz de garantizar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica, pero en definitiva no logra fundar la fraternidad. Esta tiene su origen en una vocación sobrenatural de Dios, el cual ha creado a los hombres por amor y nos ha enseñado por medio de Jesucristo lo que es la caridad fraterna. La fraternidad es, en cierto sentido, el otro lado de la libertad y de la igualdad. Abre al hombre al altruismo, al sentido cívico, a la atención hacia el otro. De hecho, la persona humana sólo se encuentra a sí misma cuando supera la mentalidad centrada en sus propias pretensiones y se proyecta en la actitud del don gratuito y de la solidaridad auténtica, que responde mucho mejor a su vocación comunitaria.

La Iglesia católica, como las demás comunidades religiosas, tiene un papel significativo en la sociedad húngara. Está comprometida a gran escala con sus instituciones en el campo de la educación escolar y de la cultura, así como de la asistencia social y de este modo contribuye a la construcción moral, verdaderamente útil a su país. La Iglesia confía en poder seguir prestando e intensificando, con el apoyo del Estado, ese servicio para el bien de los hombres y para el desarrollo de su país. Que la colaboración entre Estado e Iglesia católica en este campo crezca también en el futuro y beneficie a todos.

Ilustre señor embajador, al inicio de su noble tarea le deseo una misión llena de éxito y, al mismo tiempo, le aseguro el apoyo y la ayuda de mis colaboradores. Que María santísima, la Magna Domina Hungarorum, extienda su mano protectora sobre su país. De corazón imploro para usted, señor embajador, para su familia, para sus colaboradores y colaboradoras en la embajada y para todo el pueblo húngaro la abundante bendición divina.








AL SR. FERNANDO FELIPE SÁNCHEZ CAMPOS, EMBAJADOR DE COSTA RICA ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 3 de diciembre de 2010

Señor Embajador:

149 1. Al recibir de manos de Vuestra Excelencia las Cartas credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Costa Rica ante la Santa Sede, le agradezco vivamente sus deferentes palabras, así como el gentil saludo que me ha transmitido de parte de la Señora Presidenta de la República, Doctora Laura Chinchilla Miranda, al que correspondo complacido con los mejores deseos de que lleve a cabo un fructífero servicio al frente de esa dilecta Nación, tan vinculada a la Sede Apostólica por estrechas y cordiales relaciones, así como por la especial devoción de los costarricenses al Sucesor de Pedro.

2. Vuestra presencia en este acto solemne, Excelencia, aviva en mi corazón los sentimientos de afecto y benevolencia hacia el amadísimo pueblo costarricense, que, el pasado día 2 de agosto, se llenó de regocijo al conmemorar los 375 años del hallazgo de la venerada imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, su celestial Patrona. A la vez que me uno a su acción de gracias al Todopoderoso en tan feliz circunstancia, no dudo que el Año Jubilar que se está celebrando producirá abundantes frutos de vida cristiana, siendo también una oportunidad singular para agradecer a la Virgen los favores recibidos y elevar una súplica por todas las necesidades de ese noble País, que desea seguir recorriendo al amparo de la Madre de Dios los caminos del mutuo entendimiento y la concordia, en un clima de auténtica fraternidad y de próvida solidaridad.

3. No podría ser de otra manera en Vuestra Patria, acreedora del particular interés de la Santa Sede, y en donde la belleza se hace montaña y llanura, río y mar, brisa y viento que da ímpetu a un pueblo hospitalario y orgulloso de sus tradiciones; un pueblo que hace siglos acogió la semilla evangélica para ver cómo germinaba pujante en innumerables iniciativas educativas, sanitarias y de promoción humana. De este modo, los hijos de Vuestra Patria saben bien que, en Cristo, el Hijo de Dios, el hombre puede encontrar siempre la fuerza para luchar contra la pobreza, la violencia doméstica, el desempleo y la corrupción, procurando la justicia social, el bien común y el progreso integral de las personas. Nadie puede sentirse al margen de la consecución de esas altas metas. En este contexto, la Autoridad pública ha de ser la primera en buscar lo que a todos beneficia, obrando principalmente como una fuerza moral que potencie la libertad y el sentido de responsabilidad de cada uno. Y todo esto, sin menoscabar los valores fundamentales que vertebran la inviolable dignidad de la persona, comenzando por la firme salvaguarda de la vida humana. En este ámbito, me complace recordar que fue precisamente en Vuestro País donde se firmó el Pacto de San José, en el que se reconoce expresamente el valor de la vida humana desde su concepción. Así pues, es deseable que Costa Rica no viole los derechos del nasciturus con leyes que legitimen la fecundación in vitro y el aborto.

4. Recientemente, ha surgido el deseo de plasmar en un nuevo y solemne acuerdo jurídico la larga trayectoria de mutua colaboración, sana independencia y respeto recíproco entre la Santa Sede y Costa Rica, afianzando así aún más las proficuas relaciones existentes entre la Iglesia y el Estado en Vuestra Patria. Concretar las materias de interés común, fijando pormenorizadamente los derechos y obligaciones de las partes signatarias, servirá para seguir garantizando de manera estable y más conforme a las actuales circunstancias históricas su ya tradicional y fecundo entendimiento, con miras al mayor bien de la vida religiosa y civil de la Nación y en beneficio de aquellas personas objeto de los mismos desvelos.

5. Con ocasión de este encuentro, quisiera asegurarle, Señor Embajador, que, en estos días, he tenido un particular recuerdo en la oración por Costa Rica, con motivo de las dolorosas consecuencias que han causado las lluvias torrenciales que han afectado al País. He pedido también a Dios que Vuestra Patria no deje de roturar los caminos que la hacen ante la comunidad internacional un referente de paz. Para ello, es importante que los que están al frente de sus destinos no vacilen en rechazar con firmeza la impunidad, la delincuencia juvenil, el trabajo infantil, la injusticia y el narcotráfico, impulsando medidas tan importantes como la seguridad ciudadana, una adecuada formación de niños y jóvenes, la debida atención a los encarcelados, la eficaz asistencia sanitaria a todos, en particular a los más menesterosos y a los ancianos, así como los programas que lleven a la población a alcanzar una vivienda digna y un empleo decente. Es primordial, además, que las nuevas generaciones adquieran la convicción de que los conflictos no se vencen con la mera fuerza, sino convirtiendo los corazones al bien y la verdad, acabando con la miseria y el analfabetismo, robusteciendo el Estado de derecho y vigorizando la independencia y eficacia de los tribunales de justicia. Mucho contribuirá a dilatar este horizonte el afianzamiento en la sociedad de un pilar tan sustancial e irrenunciable como la estabilidad y unión de la familia, institución que está sufriendo, quizás como ninguna otra, la acometida de las transformaciones amplias y rápidas de la sociedad y de la cultura, y que, sin embargo, no puede perder su identidad genuina, pues está llamada a ser vivero de virtudes humanas y cristianas, en donde los hijos aprendan de sus padres de forma natural a respetarse y comprenderse, a madurar como personas, creyentes y ciudadanos ejemplares. Por consiguiente, nada de cuanto favorezca, tutele y apoye la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer será baldío. En este sentido, la Iglesia no se cansará de alentar especialmente a los jóvenes, para que descubran la belleza y grandeza que entraña servir fiel y generosamente al amor matrimonial y a la transmisión de la vida.

6. La defensa de la paz se verá facilitada asimismo con el cuidado del entorno natural, pues son realidades íntimamente relacionadas entre sí. A este respecto, Costa Rica, abanderada de la amistad y el buen entendimiento entre las Naciones, se ha distinguido también en la preservación del medio ambiente y la búsqueda de un equilibrio entre el desarrollo humano y la conservación de los recursos. Esto conlleva la ponderación conjunta y responsable de esta cuestión tan esencial, en aras de “esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, n. 7). Con este objetivo, animo a todos los costarricenses a continuar desarrollando lo que propicia un verdadero desarrollo humano, en armonía con la creación, evitando intereses espurios y faltos de clarividencia en un tema de tanta trascendencia.

7. Al concluir, quiero expresarle, Señor Embajador, mis mejores votos para la misión que comienza hoy. Tenga la seguridad de que en su ejercicio siempre encontrará la ayuda que precise de mis colaboradores. Con estos sentimientos, pongo bajo la mirada de Nuestra Señora de los Ángeles, tan venerada en vuestra tierra y en toda Centroamérica, a las Autoridades y al querido pueblo costarricense, suplicándole también que sostenga con su amor materno a todos los hijos de Vuestra Patria, para que, apoyándose en su rico patrimonio espiritual, puedan cooperar a una solidaridad cada vez mayor entre las personas y entre los pueblos. Y como prenda de copiosos dones divinos, imparto la Bendición apostólica a Vuestra Excelencia y su familia, así como al personal de esa Misión Diplomática.








A LOS MIEMBROS DE LA PLENARIA DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

Viernes 3 de diciembre de 2010

Sala del Consistorio



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
150 ilustres profesores y queridos colaboradores:

Os acojo con alegría, al término de los trabajos de vuestra sesión plenaria anual. Deseo, ante todo, expresar un sentido agradecimiento por las palabras de saludo que me ha dirigido, en nombre de todos, usted, señor cardenal, en calidad de presidente de la Comisión teológica internacional. Los trabajos de este octavo «quinquenio» de la Comisión, como usted ha recordado, afrontan los siguientes temas de gran importancia: la teología y su metodología; la cuestión del único Dios en relación con las tres religiones monoteístas; y la integración de la doctrina social de la Iglesia en el contexto más amplio de la doctrina cristiana.

«Porque el amor de Cristo nos apremia, al considerar que si uno solo murió por todos, entonces todos han muerto. Y él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (
2Co 5,14-15). ¿Cómo no sentir también nosotros esta bella reacción del apóstol san Pablo a su encuentro con Cristo resucitado? Precisamente esta experiencia está en la raíz de los tres importantes temas que habéis profundizado en vuestra sesión plenaria que acaba de concluir.

Quien ha descubierto en Cristo el amor de Dios, infundido por el Espíritu Santo en nuestro corazón, desea conocer mejor a Aquel por quien es amado y a quien ama. Conocimiento y amor se sostienen mutuamente. Como afirmaron los Padres de la Iglesia, quien ama a Dios es impulsado a convertirse, en cierto sentido, en un teólogo, en uno que habla con Dios, que piensa sobre Dios y que intenta pensar con Dios; al mismo tiempo, el trabajo profesional de teólogo es para algunos una vocación de gran responsabilidad ante Cristo, ante la Iglesia. Poder estudiar profesionalmente a Dios mismo y poder hablar de ello —contemplari et contemplata docere (Santo Tomás de Aquino, Super Sent., lib. 3, d. 35, q. 1, a. 3, qc. 1, arg. 3 3SN 35,1)— es un gran privilegio. Vuestra reflexión sobre la visión cristiana de Dios podrá ser una valiosa contribución tanto para la vida de los fieles como para nuestro diálogo con los creyentes de otras religiones y también con los no creyentes. De hecho, la misma palabra «teo-logía» revela este aspecto comunicativo de vuestro trabajo: en la teología intentamos comunicar, a través del «logos», lo que «hemos visto y oído» (1Jn 1,3). Pero sabemos bien que la palabra «logos» tiene un significado mucho más amplio, que comprende también el sentido de «ratio», «razón». Y este hecho nos lleva a un segundo punto muy importante. Podemos pensar en Dios y comunicar lo que hemos pensado porque él nos ha dotado de una razón en armonía con su naturaleza. No es casualidad que el Evangelio de san Juan comience con la afirmación: «En el principio estaba el Logos... y el Logos era Dios» (Jn 1,1). Por último, acoger este Logos —este pensamiento divino— es también una contribución a la paz en el mundo. De hecho, conocer a Dios en su verdadera naturaleza es también el modo seguro para asegurar la paz. Un Dios al que no se percibiera como fuente de perdón, de justicia y de amor, no podría ser luz en el sendero de la paz.

Dado que el hombre tiende siempre a relacionar sus conocimientos entre sí, también el conocimiento de Dios se organiza de modo sistemático. Pero ningún sistema teológico puede subsistir si no está impregnado del amor a su divino «Objeto», que en la teología necesariamente debe ser «Sujeto» que nos habla y con el que estamos en relación de amor. Así, la teología debe alimentarse siempre del diálogo con el Logos divino, Creador y Redentor. Además, ninguna teología es tal si no se integra en la vida y en la reflexión de la Iglesia a través del tiempo y del espacio. Sí, es verdad que, para ser científica, la teología debe argumentar de modo racional, pero también debe ser fiel a la naturaleza de la fe eclesial: centrada en Dios, arraigada en la oración, en una comunión con los demás discípulos del Señor garantizada por la comunión con el Sucesor de Pedro y todo el Colegio episcopal.

Otra consecuencia de esta acogida y transmisión del Logos es que la misma racionalidad de la teología ayuda a purificar la razón humana liberándola de ciertos prejuicios e ideas que pueden ejercer un fuerte influjo en el pensamiento de cada época. Es necesario, por otra parte, poner de relieve que la teología vive siempre en continuidad y en diálogo con los creyentes y los teólogos que vinieron antes de nosotros; dado que la comunión eclesial es diacrónica, también lo es la teología. El teólogo no parte nunca de cero, sino que considera como maestros a los Padres y los teólogos de toda la tradición cristiana. La teología, arraigada en la Sagrada Escritura, leída con los Padres y los Doctores, puede ser escuela de santidad, como nos atestiguó el beato John Henry Newman. Ayudar a descubrir el valor permanente de la riqueza transmitida por el pasado es una contribución notable de la teología al concierto de las ciencias.

Cristo murió por todos, aunque no todos lo sepan o lo acepten. Habiendo recibido el amor de Dios, ¿cómo podríamos no amar a aquellos por quienes Cristo dio su propia vida? «Él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos» (1Jn 3,16). Todo esto nos lleva al servicio de los demás en nombre de Cristo; en otras palabras, el compromiso social de los cristianos deriva necesariamente de la manifestación del amor divino. La contemplación del Dios revelado y la caridad con el prójimo no se pueden separar, aunque se vivan según carismas distintos. En un mundo que a menudo aprecia muchos dones del cristianismo —como por ejemplo la idea de una igualdad democrática— sin comprender la raíz de los propios ideales, es particularmente importante mostrar que los frutos mueren si se corta la raíz del árbol. De hecho, no hay justicia sin verdad, y la justicia no se desarrolla plenamente si su horizonte se limita al mundo material. Para nosotros, los cristianos, la solidaridad social tiene siempre una perspectiva de eternidad.

Queridos amigos teólogos, nuestro encuentro de hoy manifiesta de modo excelente y singular la unidad indispensable que debe reinar entre teólogos y pastores. No se puede ser teólogos en soledad: los teólogos necesitan el ministerio de los pastores de la Iglesia, así como el Magisterio necesita teólogos que presten su servicio a fondo, con toda la ascesis que eso implica. Por ello, a través de vuestra Comisión, deseo dar las gracias a todos los teólogos y animarlos a tener fe en el gran valor de su labor. A la vez que os expreso mis mejores deseos para vuestro trabajo, os imparto con afecto mi bendición.





ACTO DE VENERACIÓN A LA INMACULADA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

Miércoles 8 de diciembre de 2010

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María





151 Queridos hermanos y hermanas:

También este año nos hemos dado cita aquí, en la plaza de España, para rendir homenaje a la Virgen Inmaculada, con ocasión de su fiesta solemne. Os saludo cordialmente a todos vosotros, que habéis acudido en gran número, así como a cuantos participan mediante la radio y la televisión. Nos hemos reunido en torno a este histórico monumento, hoy completamente rodeado de flores, signo del amor y de la devoción del pueblo romano por la Madre de Jesús. Y el don más hermoso que le ofrecemos, el que más le agrada, es nuestra oración, la que llevamos en el corazón y que encomendamos a su intercesión. Son invocaciones de agradecimiento y de súplica: agradecimiento por el don de la fe y por todo el bien que diariamente recibimos de Dios; y súplica por las diferentes necesidades, por la familia, la salud, el trabajo, por todas las dificultades que la vida nos lleva a encontrar.

Pero cuando venimos aquí, especialmente en esta fiesta del 8 de diciembre, es mucho más importante lo que recibimos de María, respecto a lo que le ofrecemos. Ella, en efecto, nos da un mensaje destinado a cada uno de nosotros, a la ciudad de Roma y a todo el mundo. También yo, que soy el Obispo de esta ciudad, vengo para ponerme a la escucha, no sólo para mí, sino para todos. Y ¿qué nos dice María? Nos habla con la Palabra de Dios, que se hizo carne en su seno. Su «mensaje» no es otro sino Jesús, él que es toda su vida. Gracias a él y por él ella es la Inmaculada. Y como el Hijo de Dios se hizo hombre por nosotros, también ella, su Madre, fue preservada del pecado por nosotros, por todos, como anticipación de la salvación de Dios para cada hombre. Así María nos dice que todos estamos llamados a abrirnos a la acción del Espíritu Santo para poder llegar a ser, en nuestro destino final, inmaculados, plena y definitivamente libres del mal. Nos lo dice con su misma santidad, con una mirada llena de esperanza y de compasión, que evoca palabras como estas: «No temas, hijo, Dios te quiere; te ama personalmente; pensó en ti antes de que vinieras al mundo y te llamó a la existencia para colmarte de amor y de vida; y por esto ha salido a tu encuentro, se ha hecho como tú, ha llegado a ser Jesús, Dios-hombre, semejante en todo a ti, pero sin el pecado; se ha entregado por ti, hasta morir en la cruz, y así te ha dado una vida nueva, libre, santa e inmaculada» (cf.
Ep 1,3-5).

María nos da este mensaje, y cuando vengo aquí, en esta fiesta, me conmueve, porque siento que va dirigido a toda la ciudad, a todos los hombres y las mujeres que viven en Roma: también a quien no piensa en ello, a quien hoy ni siquiera recuerda que es la fiesta de la Inmaculada; a quien se siente solo y abandonado. La mirada de María es la mirada de Dios dirigida a cada uno de nosotros. Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice. Se comporta como nuestra «abogada» y así la invocamos en la Salve, Regina: «Advocata nostra». Aunque todos hablaran mal de nosotros, ella, la Madre, hablaría bien, porque su corazón inmaculado está sintonizado con la misericordia de Dios. Ella ve así la ciudad: no como un aglomerado anónimo, sino como una constelación donde Dios conoce a todos personalmente por su nombre, uno a uno, y nos llama a resplandecer con su luz. Y los que, a los ojos del mundo, son los primeros, para Dios son los últimos; los que son pequeños, para Dios son grandes. La Madre nos mira como Dios la miró a ella, joven humilde de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo, pero elegida y preciosa para Dios. Reconoce en cada uno la semejanza con su Hijo Jesús, aunque nosotros seamos tan diferentes. ¿Quién conoce mejor que ella el poder de la Gracia divina? ¿Quién sabe mejor que ella que nada es imposible a Dios, capaz incluso de sacar el bien del mal?

Queridos hermanos y hermanas, este es el mensaje que recibimos aquí, a los pies de María Inmaculada. Es un mensaje de confianza para cada persona de esta ciudad y de todo el mundo. Un mensaje de esperanza que no está compuesto de palabras, sino de su misma historia: ella, una mujer de nuestro linaje, que dio a luz al Hijo de Dios y compartió toda su existencia con él. Y hoy nos dice: este es también tu destino, el vuestro, el destino de todos: ser santos como nuestro Padre, ser inmaculados como nuestro hermano Jesucristo, ser hijos amados, todos adoptados para formar una gran familia, sin fronteras de nacionalidad, de color, de lengua, porque existe un solo Dios, Padre de todo hombre.

¡Gracias, oh Madre Inmaculada, por estar siempre con nosotros! Vela siempre sobre nuestra ciudad: conforta a los enfermos, alienta a los jóvenes, sostén a las familias. Infunde la fuerza para rechazar el mal, en todas sus formas, y elegir el bien, incluso cuando cuesta e implica ir contracorriente. Danos la alegría de sentirnos amados por Dios, bendecidos por él, predestinados a ser sus hijos.

Virgen Inmaculada, Madre nuestra dulcísima, ¡ruega por nosotros!







Discursos 2010 147