Discursos 2011 45

45 distinguidos representantes del personal,
queridos estudiantes:

Me alegra mucho tener este encuentro con vosotros que formáis la gran familia de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, surgida hace noventa años por iniciativa del Instituto Giuseppe Toniolo de estudios superiores, entidad fundadora y garante del Ateneo, y por la feliz intuición del padre Agostino Gemelli. Agradezco al cardenal Tettamanzi y al profesor Ornaghi las cordiales palabras que me han dirigido en nombre de todos.

Vivimos en un tiempo de grandes y rápidas transformaciones, que se reflejan también en la vida universitaria: la cultura humanista parece afectada por un deterioro progresivo, mientras se pone el acento en las disciplinas llamadas «productivas», de ámbito tecnológico y económico; hay una tendencia a reducir el horizonte humano al nivel de lo que es mensurable, a eliminar del saber sistemático y crítico la cuestión fundamental del sentido. Además, la cultura contemporánea tiende a confinar la religión fuera de los espacios de la racionalidad: en la medida en que las ciencias empíricas monopolizan los territorios de la razón, no parece haber ya espacio para las razones del creer, por lo cual la dimensión religiosa queda relegada a la esfera de lo opinable y de lo privado. En este contexto, las motivaciones y las características mismas de la institución universitaria se ponen en tela de juicio radicalmente.

Noventa años después de su fundación, la Universidad Católica del Sagrado Corazón vive en esta época histórica, en la que es importante consolidar e incrementar las razones por las que nació, llevando la connotación eclesial que se evidencia con el adjetivo «católica»; de hecho, la Iglesia, «experta en humanidad», es promotora de humanismo auténtico. En esta perspectiva, emerge la vocación originaria de la Universidad, nacida de la búsqueda de la verdad, de toda la verdad, de toda la verdad de nuestro ser. Y con su obediencia a la verdad y a las exigencias de su conocimiento se convierte en escuela de humanitas en la que se cultiva un saber vital, se forjan notables personalidades y se transmiten conocimientos y competencias de valor. La perspectiva cristiana, como marco del trabajo intelectual de la Universidad, no se contrapone al saber científico y a las conquistas del ingenio humano, sino que, por el contrario, la fe amplía el horizonte de nuestro pensamiento, y es camino hacia la verdad plena, guía de auténtico desarrollo. Sin orientación a la verdad, sin una actitud de búsqueda humilde y osada, toda cultura se deteriora, cae en el relativismo y se pierde en lo efímero. En cambio, si se libera de un reduccionismo que la mortifica y la limita, puede abrirse a una interpretación verdaderamente iluminada de lo real, prestando así un auténtico servicio a la vida.

Queridos amigos, fe y cultura son realidades indisolublemente unidas, manifestación del desiderium naturale videndi Deum que está presente en todo hombre. Cuando esta unión se rompe, la humanidad tiende a replegarse y a encerrarse en sus propias capacidades creativas. Es necesario, entonces, que en la Universidad haya una auténtica pasión por la cuestión de lo absoluto, la verdad misma, y por tanto también por el saber teológico, que en vuestro Ateneo es parte integrante del plan de estudios. Uniendo en sí la audacia de la investigación y la paciencia de la maduración, el horizonte teológico puede y debe valorizar todos los recursos de la razón. La cuestión de la Verdad y de lo Absoluto —la cuestión de Dios— no es una investigación abstracta, alejada de la realidad cotidiana, sino que es la pregunta crucial, de la que depende radicalmente el descubrimiento del sentido del mundo y de la vida. En el Evangelio se funda una concepción del mundo y del hombre que sin cesar promueve valores culturales, humanísticos y éticos. El saber de la fe, por tanto, ilumina la búsqueda del hombre, la interpreta humanizándola, la integra en proyectos de bien, arrancándola de la tentación del pensamiento calculador, que instrumentaliza el saber y convierte los descubrimientos científicos en medios de poder y de esclavitud del hombre.

El horizonte que anima el trabajo universitario puede y debe ser la pasión auténtica por el hombre. Sólo en el servicio al hombre la ciencia se desarrolla como verdadero cultivo y custodia del universo (cf. Gn
Gn 2,15). Y servir al hombre es hacer la verdad en la caridad, es amar la vida, respetarla siempre, comenzando por las situaciones en las que es más frágil e indefensa. Esta es nuestra tarea, especialmente en los tiempos de crisis: la historia de la cultura muestra que la dignidad del hombre se ha reconocido verdaderamente en su integridad a la luz de la fe cristiana. La Universidad católica está llamada a ser un espacio donde toma forma de excelencia la apertura al saber, la pasión por la verdad, el interés por la historia del hombre que caracterizan la auténtica espiritualidad cristiana. De hecho, asumir una actitud de cerrazón o de alejamiento frente a la perspectiva de la fe significa olvidar que a lo largo de la historia ha sido, y sigue siendo, fermento de cultura y luz para la inteligencia, estímulo a desarrollar todas las potencialidades positivas para el bien auténtico del hombre. Como afirma el concilio Vaticano II, la fe es capaz de iluminar la existencia: «La fe ilumina todo con una luz nueva y manifiesta el plan divino sobre la vocación integral del hombre, y por ello dirige la mente hacia soluciones plenamente humanas» (Gaudium et spes GS 11).

La Universidad católica es un ámbito donde esto debe realizarse con singular eficacia, tanto bajo el perfil científico como bajo el didáctico. Este peculiar servicio a la Verdad es don de gracia y expresión característica de caridad evangélica. La profesión de la fe y el testimonio de la caridad son inseparables (cf. 1Jn 3,23). En efecto, el núcleo profundo de la verdad de Dios es el amor con que él se ha inclinado hacia el hombre y, en Cristo, le ha ofrecido dones infinitos de gracia. En Jesús descubrimos que Dios es amor y que sólo en el amor podemos conocerlo: «Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (...), porque Dios es amor» (1Jn 4,7-8) dice san Juan. Y san Agustín afirma: «Non intratur in veritatem nisi per caritatem» (Contra Faustum, 32). El culmen del conocimiento de Dios se alcanza en el amor; en el amor que sabe ir a la raíz, que no se contenta con expresiones filantrópicas ocasionales, sino que ilumina el sentido de la vida con la Verdad de Cristo, que transforma el corazón del hombre y lo arranca de los egoísmos que generan miseria y muerte. El hombre necesita amor, el hombre necesita verdad, para no perder el frágil tesoro de la libertad y quedar expuesto a la violencia de las pasiones y a condicionamientos abiertos y ocultos (cf. Juan Pablo II, Centesimus annus CA 46). La fe cristiana no hace de la caridad un sentimiento vago y compasivo, sino una fuerza capaz de iluminar los senderos de la vida en todas sus expresiones. Sin esta visión, sin esta dimensión teologal originaria y profunda, la caridad se contenta con la ayuda ocasional y renuncia a la tarea profética, propia suya, de transformar la vida de la persona y las estructuras mismas de la sociedad. Este es un compromiso específico que la misión en la Universidad os llama a realizar como protagonistas apasionados, convencidos de que la fuerza del Evangelio es capaz de renovar las relaciones humanas y penetrar en el corazón de la realidad.

Queridos jóvenes universitarios de la «Católica», sois la demostración viva de este carácter de la fe que cambia la vida y salva al mundo, con los problemas y las esperanzas, con los interrogantes y las certezas, con las aspiraciones y los compromisos que el deseo de una vida mejor genera y la oración alimenta. Queridos representantes del personal técnico-administrativo sentíos orgullosos de las tareas que se os han asignado en el contexto de la gran familia universitaria para apoyar la múltiple actividad formativa y profesional. Y a vosotros, queridos docentes, se os ha encomendado un papel decisivo: mostrar cómo la fe cristiana es fermento de cultura y luz para la inteligencia, estímulo para desarrollar todas las potencialidades positivas, para el bien auténtico del hombre. Lo que la razón percibe, la fe lo ilumina y manifiesta. La contemplación de la obra de Dios abre al saber la exigencia de la investigación racional, sistemática y crítica; la búsqueda de Dios refuerza el amor por las letras y por las ciencias profanas: «Fides ratione adiuvatur et ratio fide perficitur», afirma Hugo de San Víctor (De sacramentis I, III, 30: pl 176, 232). Desde esta perspectiva, la capilla es el corazón que late y el alimento constante de la vida universitaria, a la que está unido el Centro pastoral donde los capellanes de las distintas sedes están llamados a realizar su valiosa misión sacerdotal, que es imprescindible para la identidad de la Universidad católica. Como enseña el beato Juan Pablo II, la capilla es «es un lugar del espíritu, en el que los creyentes en Cristo, que participan de diferentes modos en el estudio académico, pueden detenerse para rezar y encontrar alimento y orientación. Es un gimnasio de virtudes cristianas, en el que la vida recibida en el bautismo crece y se desarrolla sistemáticamente. Es una casa acogedora y abierta para todos los que, escuchando la voz del Maestro en su interior, se convierten en buscadores de la verdad y sirven a los hombres mediante su dedicación diaria a un saber que no se limita a objetivos estrechos y pragmáticos. En el marco de una modernidad en decadencia, la capilla universitaria está llamada a ser un centro vital para promover la renovación cristiana de la cultura mediante un diálogo respetuoso y franco, unas razones claras y bien fundadas (cf. 1P 3,15), y un testimonio que cuestione y convenza» (Discurso a los capellanes europeos, 1 de mayo de 1998: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de mayo de 1998, p. 8). Así dijo el Papa Juan Pablo II en 1998.

Queridos amigos, espero que la Universidad Católica del Sagrado Corazón, en sintonía con el Instituto Toniolo, prosiga con confianza renovada su camino, mostrando eficazmente que la luz del Evangelio es fuente de verdadera cultura capaz de poner en acción energías de un humanismo nuevo, integral, trascendente. Os encomiendo a María Sedes Sapientiae y con afecto os imparto de corazón mi bendición apostólica.




VÍDEO-CONEXIÓN CON LA ESTACIÓN ESPACIAL INTERNACIONAL

COLOQUIO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

CON LOS ASTRONAUTAS


Sala «dei Foconi» del palacio apostólico

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Sábado 21 de mayo de 2011




Queridos astronautas:

Me alegra mucho tener esta extraordinaria oportunidad de conversar con vosotros durante vuestra misión. Estoy especialmente agradecido por el hecho de poder hablar a un grupo tan numeroso, al estar presentes ambas tripulaciones en la estación espacial en este momento.

La humanidad experimenta un período de progreso extremadamente rápido en los campos del conocimiento científico y de las aplicaciones tecnológicas. En cierto sentido, sois nuestros representantes; guiáis la exploración, por parte de la humanidad, de nuevos espacios y posibilidades para nuestro futuro, yendo más allá de los límites de nuestra existencia cotidiana.

Todos admiramos verdaderamente vuestra valentía, igual que la disciplina y la dedicación con la que os habéis preparado para esta misión. Estamos convencidos de que os inspiran nobles ideales y de que buscáis poner los resultados de vuestra investigación y esfuerzos a disposición de toda la humanidad y del bien común.

Esta conversación me brinda la oportunidad de expresar mi admiración personal y aprecio a vosotros y a cuantos colaboran para que vuestra misión sea posible, y de unir mi sincero aliento para que llegue a una conclusión segura y exitosa.

Pero esto es una conversación, así que no debo ser el único que hable.

Me interesa mucho oír vuestras experiencias y reflexiones.

Si lo permitís, quisiera haceros algunas preguntas.



[Continuó el siguiente coloquio en lengua inglesa. Sólo la última pregunta se hizo en italiano]



Primera pregunta
47 Desde la estación espacial tenéis una perspectiva muy diferente de la Tierra. Sobrevoláis distintos continentes y naciones varias veces al día. Pienso que debe ser obvio para vosotros que todos vivimos juntos en un único planeta y lo absurdo que es que luchemos y nos matemos unos a otros. Sé que la esposa de Mark Kelly fue víctima de una grave agresión y confío en que su salud siga mejorando. Cuando contempláis la Tierra desde lo alto, ¿os preguntáis sobre la forma en la que naciones y pueblos viven juntos aquí abajo, o acerca de cómo puede la ciencia contribuir a la causa de la paz?

R. – (Mark Kelly, EE UU)
«Gracias por sus amables palabras, Santidad, y gracias por haber mencionado a mi esposa Gabby. Es una pregunta óptima. Sobrevolamos casi toda la Tierra y no se ven fronteras; pero al mismo tiempo nos damos cuenta de que las personas combaten unas contra otras y de que existe mucha violencia en el mundo. Habitualmente las personas luchan por muchas cosas distintas, como podemos ver ahora en Oriente Medio. Habitualmente la gente lucha por los recursos. Es interesante que en la Tierra la gente combata por la energía, mientras que en el espacio utilizamos la energía solar y baterías de combustible. La ciencia y la tecnología que tenemos en la estación espacial sirven para desarrollar una capacidad de energía solar a fin de proveernos de una cantidad de energía ilimitada. Si se lograran adoptar tecnologías semejantes en la Tierra, tal vez podríamos reducir un poco esa violencia».

Segunda pregunta
Uno de los temas sobre los que vuelvo a menudo en mis discursos se refiere a la responsabilidad que todos tenemos por el futuro de nuestro planeta. Me remito a los graves riesgos que se presentan para el medio ambiente y la supervivencia de las generaciones futuras. Los científicos nos dicen que debemos ser cuidadosos y, desde un punto de vista ético, debemos desarrollar también nuestra conciencia. Desde vuestro extraordinario punto de observación, ¿cómo veis la situación en la Tierra? ¿Veis signos o fenómenos ante los cuales necesitamos estar más atentos?

R. – (Ron Garan, EE UU)
«Santidad, verdaderamente es un punto de observación privilegiado. Es un gran honor hablar con usted, y tiene razón en que desde aquí se disfruta de un extraordinario punto de observación. Por un lado podemos ver cuán indescriptiblemente bello es nuestro planeta; por otro, podemos comprender lo extremadamente frágil que es. La atmósfera, por ejemplo, si se contempla desde el espacio, es sutil como una hoja de papel. Y da que pensar el hecho de que este estrato tan sutil es lo que separa a cada ser vivo del vacío del espacio, y es todo lo que nos protege. Nos parece increíble observar la Tierra suspendida en la oscuridad del espacio y pensar que nosotros estamos aquí, juntos, viajando a través del universo en este bello y frágil oasis. Y nos llena de esperanza pensar que todos nosotros, a bordo de esta increíble estación orbital, construida gracias a la asociación internacional de muchas naciones, realizamos esta sorprendente empresa. Ello demuestra que trabajando juntos y cooperando podemos superar muchos de los problemas de nuestro planeta y resolver muchos de los desafíos que sus habitantes deben afrontar. Y es un lugar bellísimo para trabajar y observar nuestro bellísimo trabajo».

Tercera pregunta
La experiencia que estáis viviendo ahora mismo es extraordinaria y muy importante, aunque al final volveréis a la Tierra como cualquiera de nosotros. Cuando regreséis, se os admirará mucho y se os tratará como a héroes que hablan y actúan con autoridad. Se os invitará a contar vuestras experiencias. ¿Cuáles serán los mensajes más importantes que desearíais transmitir, especialmente a los jóvenes, que vivirán en un mundo profundamente influenciado por vuestras experiencias y descubrimientos?

R. – (Mike Finchke, EE UU)
«Santidad, como han dicho mis colegas, podemos mirar hacia abajo y ver nuestro bello planeta, que ha sido creado por Dios, y es el planeta más bello de todo el sistema solar. Sin embargo, si miramos hacia lo alto, podemos contemplar el resto del universo. Y el resto del universo está ahí para que lo exploremos. La Estación espacial internacional es sólo un símbolo, un ejemplo de lo que pueden hacer los seres humanos cuando trabajan juntos de manera constructiva. Por lo tanto, uno de nuestros mensajes más importantes es hacer saber a los hijos del planeta, a los jóvenes, que existe todo un universo por explorar y que si nos empeñamos juntos no hay nada que no podamos hacer».

Cuarta pregunta
48 La exploración espacial es una aventura científica fascinante. Sé que habéis estado instalando nuevos equipos para una ulterior investigación científica y el estudio de la radiación que llega del espacio exterior. Pero pienso que se trata también de una aventura del espíritu humano, un poderoso estímulo para reflexionar sobre los orígenes y el destino del universo y de la humanidad. Los creyentes a menudo contemplan el espacio ilimitado del cielo y, meditando en el Creador de todo ello, se sobrecogen por el misterio de su grandeza. Es la razón de que la medalla que di a Roberto (Vittori), como signo de mi participación en vuestra misión, represente la creación del hombre, como la pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. En medio de vuestro intenso trabajo e investigación, ¿os detenéis alguna vez a reflexionar así?, ¿tal vez incluso a rezar al Creador? ¿O sería más fácil para vosotros pensar en estas cosas cuando hayáis regresado a la Tierra?

R. – (Roberto Vittori, Italia)
«Santidad, el trabajo de astronauta es muy intenso. Tenemos todos la posibilidad de mirar hacia fuera. Cuando llega la noche podemos mirar hacia abajo, hacia nuestro planeta, el planeta azul. Es bellísimo. El azul es el color de nuestro planeta; azul es el color del cielo; azul es el color de la aeronáutica italiana, que me ha dado la oportunidad de unirme a la Agencia espacial europea. Hemos conseguido ver la belleza tridimensional de nuestro planeta. Rezo por mí, por nuestras familias, por nuestro futuro. He traído conmigo esta medalla para demostrar la falta de gravedad. Le agradezco esta oportunidad; y ahora haré que oscile hacia mi colega y amigo Paolo. La he traído al espacio conmigo y la llevaré abajo para dársela a usted».

Quinta pregunta
Mi última pregunta es para Paolo (Nespoli). Querido Paolo: sé que en los días pasados tu madre ha muerto y que, cuando en pocos días vuelvas a casa, no volverás a encontrarla esperándote. Todos hemos estado cerca de ti; también yo he orado por ella... ¿Cómo has vivido este tiempo de dolor? En vuestra estación, ¿os sentís lejos y aislados y sufrís una sensación de separación, u os sentís unidos entre vosotros y dentro de una comunidad que os acompaña con atención y afecto?

R. – (Paolo Nespoli, Italia)
«Santo Padre, he sentido sus oraciones, vuestras oraciones, llegar hasta aquí: es verdad, estamos fuera de este mundo, orbitamos en torno a la Tierra y tenemos un punto privilegiado para contemplar la Tierra y para percibir todo lo que nos rodea. Mis colegas aquí, a bordo de la Estación —Dimitri, Kelly, Ron, Alexander y Andrei— han estado cerca de mí en este momento importante, muy intenso, igual que mis hermanos, mis hermanas, mis tías, mis primos, mis familiares estuvieron cerca de mi madre en sus últimos momentos. Estoy agradecido por todo esto. Me he sentido lejos pero también muy cerca, y ciertamente el pensamiento de sentiros a todos cerca de mí, unidos en este momento, ha sido de extremo consuelo. Doy las gracias también a la Agencia espacial europea y a la Agencia especial americana porque han puesto a disposición los recursos a fin de que pudiera hablar con ella en los últimos momentos».

Al término, Benedicto XVI deseó pleno éxito a la misión e impartió la bendición apostólica.

Queridos astronautas:

Os agradezco de corazón esta maravillosa oportunidad de encuentro y diálogo con vosotros. Me habéis ayudado a mí y a otras muchas personas, a reflexionar juntos sobre importantes temas que afectan al futuro de la humanidad. Os expreso mis mejores deseos para vuestro trabajo y el éxito de vuestra gran misión al servicio de la ciencia, de la colaboración internacional, del auténtico progreso y en favor de la paz en el mundo. Continuaré siguiéndoos con mi pensamiento y oración, y de buen grado os imparto mi bendición apostólica.



SANTO ROSARIO CON LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Y CONSAGRACIÓN DE ITALIA A LA VIRGEN MARÍA

CON OCASIÓN DEL 150° ANIVERSARIO DE LA UNIDAD POLÍTICA DEL PAÍS


Basílica de Santa María la Mayor

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Jueves 26 de mayo de 2011


Galería fotográfica




Venerados y queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

Os habéis reunido en esta espléndida basílica —lugar en el que espiritualidad y arte se funden en una unión secular— para compartir un intenso momento de oración, con el cual encomendar a la protección materna de María, Mater unitatis, a todo el pueblo italiano, ciento cincuenta años después de la unidad política del país. Es significativo que esta iniciativa haya sido preparada por análogos encuentros en las diócesis: también de esta forma expresáis la solicitud de la Iglesia por estar cercana al destino de esta amada nación. Por nuestra parte, nos sentimos en comunión con cada comunidad, incluso con la más pequeña, en la que permanece viva la tradición que dedica el mes de mayo a la devoción mariana. Esta tradición se manifiesta en muchos signos: santuarios, capillas, obras de arte y, sobre todo, en la oración del santo rosario, con el que el pueblo de Dios da gracias por el bien que incesantemente recibe del Señor a través de la intercesión de María santísima, y le suplica por sus múltiples necesidades. La oración —que tiene su cumbre en la liturgia, cuya forma está custodiada por la tradición viva de la Iglesia— siempre es un dejar espacio a Dios: su acción nos hace partícipes de la historia de la salvación. Esta tarde, en particular, en la escuela de María hemos sido invitados a compartir los pasos de Jesús: a bajar con él al río Jordán, para que el Espíritu confirme en nosotros la gracia del Bautismo; a sentarnos en el banquete de Caná, para recibir de él el «vino bueno» de la fiesta; a entrar en la sinagoga de Nazaret, como pobres a los cuales se dirige el alegre mensaje del reino de Dios; también a subir al monte Tabor, para vivir la cruz a la luz pascual; y, por último, a participar en el Cenáculo en el nuevo y eterno sacrificio que, anticipando los cielos nuevos y la tierra nueva, regenera toda la creación.

Esta basílica es la primera en Occidente dedicada a la Virgen Madre de Dios. Al entrar en ella, mi pensamiento volvió al primer día del año 2000, cuando el beato Juan Pablo II abrió su Puerta santa, encomendando el Año jubilar a María, para que velara sobre el camino de cuantos se reconocían peregrinos de gracia y de misericordia. Nosotros mismos hoy no dudamos en sentirnos tales, deseosos de cruzar el umbral de esa «Puerta» santísima que es Cristo y queremos pedir a la Virgen María que sostenga nuestro camino e interceda por nosotros. En cuanto Hijo de Dios, Cristo es forma del hombre: es su verdad más profunda, la savia que fecunda una historia de otro modo irremediablemente comprometida. La oración nos ayuda a reconocer en él el centro de nuestra vida, a permanecer en su presencia, a conformar nuestra voluntad a la suya, a hacer «lo que él nos diga» (Jn 2,5), seguros de su fidelidad. Esta es la tarea esencial de la Iglesia, coronada por él como esposa mística, como la contemplamos en el esplendor del ábside. María constituye su modelo: es la que nos brinda el espejo, en el que se nos invita a reconocer nuestra identidad. Su vida es un llamamiento a reconducir lo que somos a la escucha y a la acogida de la Palabra, llegando en la fe a proclamar la grandeza del Señor, ante el cual nuestra única posible grandeza es la que se expresa en la obediencia filial: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). María se fio; es «bendita» (cf. Lc Lc 1,42) por haber creído (cf. Lc Lc 1,45); hasta tal punto se revistió de Cristo que entró en el «séptimo día», participando en el descanso de Dios. Las disposiciones de su corazón —la escucha, la acogida, la humildad, la fidelidad, la alabanza y la espera— corresponden a las actitudes interiores y a los gestos que plasman la vida cristiana. De ellos se alimenta la Iglesia, consciente de que expresan lo que Dios espera de ella.

Sobre el bronce de la Puerta santa de esta basílica está grabada la representación del concilio de Éfeso. El edificio mismo, que en su núcleo originario se remonta al siglo v, está vinculado a esa asamblea ecuménica, celebrada en el año 431. En Éfeso la Iglesia unida defendió y confirmó para María el título de Theotókos, Madre de Dios: título de contenido cristológico, que remite al misterio de la Encarnación y expresa en el Hijo la unidad de la naturaleza humana con la divina. Por lo demás, son la persona y la vida de Jesús de Nazaret las que iluminan el Antiguo Testamento y el rostro mismo de María. En ella se capta claramente el designio unitario que entrelaza a los dos Testamentos. En su vida personal está la síntesis de la historia de todo un pueblo, que pone a la Iglesia en continuidad con el antiguo Israel. Dentro de esta perspectiva hallan sentido las distintas historias, comenzando por las de las grandes mujeres de la Antigua Alianza, en cuya vida se representa un pueblo humillado, derrotado y deportado. Sin embargo, también son las mismas que personifican su esperanza; son el «resto santo», signo de que el proyecto de Dios no es una idea abstracta, sino que encuentra correspondencia en una respuesta pura, en una libertad que se entrega sin reservarse nada, en un sí que es acogida plena y don perfecto. María es su expresión más alta. Sobre ella, virgen, desciende el poder creador del Espíritu Santo, el mismo que «en el principio» aleteaba sobre el abismo informe (cf. Gn Gn 1,2) y gracias al cual Dios llamó al ser de la nada; el Espíritu que fecunda y plasma la creación. Abriéndose a su acción, María engendra al Hijo, presencia del Dios que viene a habitar la historia y la abre a un comienzo nuevo y definitivo, que permite a cada hombre renacer de lo alto, vivir en la voluntad de Dios y, por tanto, realizarse plenamente.

La fe, de hecho, no es alienación: son otras las experiencias que contaminan la dignidad del hombre y la calidad de la convivencia social. En cada época histórica el encuentro con la palabra siempre nueva del Evangelio ha sido manantial de civilización, ha construido puentes entre los pueblos y ha enriquecido el tejido de nuestras ciudades, expresándose en la cultura, en las artes, así como en las mil formas de la caridad. Con razón Italia, celebrando los ciento cincuenta años de su unidad política, puede estar orgullosa de la presencia y de la acción de la Iglesia. La Iglesia no busca privilegios ni pretende asumir las responsabilidades que corresponden a las instituciones políticas; respetando la legítima laicidad del Estado, está atenta a sostener los derechos fundamentales del hombre. Entre estos están ante todo las instancias éticas y por tanto la apertura a la trascendencia, que constituyen valores previos a cualquier jurisdicción estatal, en cuanto que están inscritos en la naturaleza misma de la persona humana. En esta perspectiva, la Iglesia —con la fuerza de una reflexión colegial y de la experiencia directa sobre el terreno— sigue dando su propia contribución a la construcción del bien común, recordando a cada uno su deber de promover y tutelar la vida humana en todas sus fases y de sostener de forma efectiva a la familia; esta, de hecho, sigue siendo la primera realidad en la que pueden crecer personas libres y responsables, formadas en los valores profundos que abren a la fraternidad y que permiten afrontar también las adversidades de la vida. Entre estas se encuentra hoy la dificultad para acceder a un empleo pleno y digno: me uno, por ello, a cuantos piden a la política y al mundo empresarial que realicen todos los esfuerzos necesarios para superar la generalizada precariedad laboral, que en los jóvenes pone en peligro la serenidad de un proyecto de vida familiar, con grave daño para un desarrollo auténtico y armonioso de la sociedad.

Queridos hermanos en el episcopado, con ocasión del aniversario del acontecimiento fundacional del Estado unitario puntualmente habéis recordado las teselas de una memoria compartida, y con sensibilidad habéis señalado los elementos de una perspectiva futura. No dudéis en estimular a los fieles laicos a vencer todo espíritu de cerrazón, distracción e indiferencia, y a participar en primera persona en la vida pública. Animad las iniciativas de formación inspiradas en la doctrina social de la Iglesia, para que quienes están llamados a responsabilidades políticas y administrativas no caigan en la tentación de explotar su posición por intereses personales o por sed de poder. Apoyad la vasta red de agregaciones y de asociaciones que promueven obras de carácter cultural, social y caritativo. Renovad las ocasiones de encuentro, en el signo de la reciprocidad, entre el Norte y el Sur. Ayudad al Norte a recuperar las motivaciones originarias de aquel vasto movimiento cooperativista de inspiración cristiana que fue animador de una cultura de la solidaridad y del desarrollo económico. Asimismo, invitad al Sur a poner en circulación, en beneficio de todos, los recursos y las cualidades de que dispone y los rasgos de acogida y hospitalidad que lo caracterizan. Seguid cultivando un espíritu de colaboración sincera y leal con el Estado, sabiendo que esa relación es beneficiosa tanto para la Iglesia como para todo el país. Que vuestra palabra y vuestra acción sean de ánimo y de impulso para cuantos están llamados a gestionar la complejidad que caracteriza al tiempo presente. En una época en la que se presenta cada vez con más fuerza la exigencia de sólidas referencias espirituales, sabed plantear a todos lo que es peculiar de la experiencia cristiana: la victoria de Dios sobre el mal y sobre la muerte, como horizonte que arroja una luz de esperanza sobre el presente. Asumiendo la educación como hilo conductor del compromiso pastoral de esta década, habéis querido expresar la certeza de que la existencia cristiana —la vida buena del Evangelio— es precisamente la demostración de una vida realizada. Sobre este camino aseguráis un servicio no sólo religioso o eclesial, sino también social, contribuyendo a construir la ciudad del hombre. Por tanto, ¡ánimo! A pesar de todas las dificultades, «nada es imposible para Dios» (Lc 1,37), para Aquel que sigue haciendo «maravillas» (Lc 1,49) a través de cuantos, como María, saben entregarse a él con disponibilidad incondicional.

Bajo la protección de la Mater unitatis ponemos a todo el pueblo italiano, para que el Señor le conceda los dones inestimables de la paz y de la fraternidad y, por tanto, del desarrollo solidario. Que ella ayude a las fuerzas políticas a vivir también el aniversario de la Unidad como ocasión para reforzar el vínculo nacional y superar toda contraposición perjudicial: que las diversas y legítimas sensibilidades, experiencias y perspectivas se recompongan en un marco más amplio para buscar juntos lo que verdaderamente contribuye al bien del país. Que el ejemplo de María abra el camino a una sociedad más justa, madura y responsable, capaz de redescubrir los valores profundos del corazón humano. Que la Madre de Dios aliente a los jóvenes, sostenga a las familias, conforte a los enfermos, implore sobre cada uno una renovada efusión del Espíritu, ayudándonos a reconocer y a seguir también en este tiempo al Señor, que es el verdadero bien de la vida, porque es la vida misma.

De corazón os bendigo a vosotros y a vuestras comunidades.




A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA GENERAL


DE CARITAS INTERNATIONALIS EN EL 60º DE FUNDACIÓN


Viernes 27 de mayo de 2011





Discursos 2011 45