Discursos 2011 50

50 Señores Cardenales,
venerados hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra tener esta oportunidad de encontrarme con vosotros con ocasión de vuestra Asamblea General. Agradezco al Cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, Presidente de Caritas Internationalis, las amables palabras que me ha dirigido, también en vuestro nombre, y dirijo un cordial saludo a todos vosotros y a toda la familia de Caritas. Además, os aseguro mi gratitud y formulo mis mejores votos en la oración por las obras de cariad cristiana que lleváis a cabo en países de todo el mundo.

El primer motivo de nuestro encuentro de hoy es el de dar gracias a Dios por las numerosas gracias que ha concedido a la Iglesia en los sesenta años transcurridos desde la fundación de Caritas Internationalis.Tras los horrores y devastaciones de la Segunda Guerra Mundial, el Venerable Pío XII quiso mostrar la solidaridad y la preocupación de toda la Iglesia ante tantas situaciones de conflicto y emergencia en el mundo. Y lo hizo dando vida a un organismo que, promoviese en el ámbito de la Iglesia universal, una mayor comunicación, coordinación y colaboración entre las numerosas organizaciones caritativas de la Iglesia en los diversos continentes (cf. Quirógrafo Durante la Última Cena, 16 septiembre 2004, 1). Más tarde, el Beato Juan Pablo II fortaleció ulteriormente los vínculos existentes entre las diferentes agencias nacionales de Caritas, y entre ellas y la Santa Sede, otorgando a Caritas Internationalis la personalidad jurídica canónica pública (ibíd., 3). Como consecuencia de esto, Caritas Internationalis ha adquirido un papel particular en el corazón de la comunidad eclesial, y ha sido llamada a compartir, en colaboración con la jerarquía eclesiástica, la misión de la Iglesia de manifestar, a través de la caridad vivida, ese amor que es Dios mismo. De este modo, Caritas Internationalis, dentro de la finalidad propia que tiene asignada, lleva a cabo en nombre de la Iglesia una tarea específica en favor del bien común (cf. C.I.C.
CIC 116, § 1).

Estar en el corazón de la Iglesia; ser capaz en cierto modo de hablar y actuar en su nombre, en favor del bien común, lleva consigo particulares responsabilidades dentro de la vida cristiana, tanto personal como comunitaria. Solamente sobre las bases de un compromiso cotidiano de acoger y vivir plenamente el amor de Dios se puede promover la dignidad de cada ser humano. En mi primera encíclica, Deus caritas est, he querido reafirmar la centralidad del testimonio de la caridad para la Iglesia de nuestro tiempo. A través de dicho testimonio, hecho visible en la vida cotidiana de sus miembros, la Iglesia llega a millones de hombres y mujeres, haciendo posible que reconozcan y perciban el amor de Dios, que es siempre cercano a toda persona necesitada. Para nosotros, los cristianos, Dios mismo es la fuente de la caridad, y la caridad ha de entenderse no solamente como una filantropía genérica, sino como don de sí, incluso hasta el sacrificio de la propia vida en favor de los demás, imitando el ejemplo de Cristo. La Iglesia prolonga en el tiempo y en el espacio la misión salvadora de Cristo: quiere llegar a todo ser humano, movida por el deseo de que cada persona llegue a conocer que nada puede separarlo del amor de Cristo (cf. Rm Rm 8,35).

Caritas Internationalis es distinta de otras agencias sociales porque es un organismo eclesial, que comparte la misión de la Iglesia. Esto es lo que los Pontífices han querido siempre y esto es lo que vuestra Asamblea General debe afirmar con fuerza. En ese sentido, hay que observar que Caritas Internacionalis está constituida fundamentalmente por varias Caritas nacionales. A diferencia de tantas instituciones y asociaciones eclesiales dedicadas a la caridad, las Caritas tienen un rasgo distintivo: pese a la variedad de formas canónicas asumidas por las Caritas nacionales, todas son una ayuda privilegiada para los obispos en su ejercicio de la caridad. Esto comporta una especial responsabilidad eclesial: la de dejarse guiar por los Pastores de la Iglesia. Desde el momento que Caritas Internationalis tiene un perfil universal y está dotada de personalidad jurídica canónica pública, la Santa Sede tiene el deber de seguir su actividad y de vigilar para que, tanto su acción humana y de caridad como el contenido de los documentos que difunde, estén en plena sintonía con la Sede Apostólica y con el Magisterio de la Iglesia, y para que se administre con competencia y de modo transparente. Esta identidad distintiva es la fuerza de Caritas Internationalis, y es lo que hace su actividad particularmente eficaz.

Además, quisiera subrayar que vuestra misión os lleva a desarrollar un importante papel en el plano internacional. La experiencia que habéis adquirido en estos años os ha enseñado a haceros portavoces ante la comunidad internacional de una sana visión antropológica, alimentada por la doctrina católica y comprometida en la defensa de la dignidad de cada vida humana. Sin un fundamento transcendente, sin una referencia a Dios creador, sin la consideración de nuestro destino terreno, corremos el riesgo de caer en manos de ideologías dañinas. Todo lo que decís y hacéis, el testimonio de vuestra vida y de vuestras actividades, son importantes y contribuyen a promover el bien integral de la persona humana. Caritas Internationalis es una organización que tiene el papel de favorecer la comunión entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares, como también la comunión entre todos los fieles en el ejercicio de la caridad. Al mismo tiempo, está llamada a ofrecer su propia contribución para llevar el mensaje de la Iglesia a la vida política y social en el plano internacional. En la esfera política – y en todas aquellas áreas que se refieren directamente a la vida de los pobres– los fieles, especialmente los laicos, gozan de una amplia libertad de acción. Nadie puede, en materias abiertas a la discusión libre, pretender hablar “oficialmente” en nombre de todos los laicos o de todos los católicos (cf. Con. Ecum. Vat. II, Gaudium et Spes GS 43 GS 88). Por otro lado, cada católico, en verdad cada hombre, está llamado a actuar con conciencia purificada y con corazón generoso para promover de manera decidida aquellos valores que he definido a menudo como “no negociables”.

Caritas Internationalis está llamada, por tanto, a trabajar para convertir los corazones a una mayor apertura hacia los demás, para que cada uno, en pleno respeto de su propia libertad y en la plena asunción de las propias responsabilidades personales, pueda actuar siempre y en todas partes a favor del bien común, ofreciendo generosamente lo mejor de sí mismo al servicio de los hermanos y hermanas, en particular los más necesitados.

Por consiguiente, en esta amplia perspectiva, y en estrecha colaboración con los Pastores de la Iglesia, responsables últimos de dar testimonio de la caridad (cfr. Deus caritas est ), las Caritas nacionales están llamadas a continuar su fundamental testimonio del misterio del amor vivificante y transformador de Dios manifestado en Jesucristo. Igual puede decirse también de Caritas Internacional, que, con miras a llevar a cabo la propia misión, puede contar con la asistencia y el apoyo de la Santa Sede, particularmente a través del Dicasterio competente, el Consejo Pontificio Cor Unum.

Queridos amigos, confiando estas preocupaciones a vuestra reflexión, os agradezco de nuevo vuestro compromiso generoso al servicio de nuestros hermanos necesitados. A vosotros, a vuestros colaboradores y a todos aquellos que están comprometidos en el amplio mundo de las obras de caridad católica, imparto de corazón mi Bendición Apostólica, prenda de fuerza y de paz en el Señor.



A LOS MIEMBROS DE LA CONGREGACIÓN MARIANA MASCULINA


DE RATISBONA


51
Sábado 28 de mayo de 2011




Querido señor presidente,
queridos compañeros:

Un cordial «Vergelt’s Gott» [«Dios os lo pague»], por vuestra visita, por el don, por el hecho de haber sacado del cajón una fecha olvidada de mi vida. Es una fecha que no es simplemente «pasado»: la admisión en la Congregación mariana mira al futuro y nunca es simplemente un hecho pasado. Por eso, 70 años después, es una fecha del «hoy», una fecha que indica el camino hacia el «mañana». Os estoy agradecido por haber «sacado» esta fecha del olvido y esto me alegra. Le agradezco de corazón a usted, querido presidente, sus amables palabras que vienen del corazón y llegan al corazón. En aquella época, entonces, eran tiempos oscuros; estaba la guerra. Hitler había sometido un país detrás de otro, Polonia, Dinamarca, los estados del Benelux, Francia y en abril de 1941 —precisamente en este tiempo, hace 70 años— había ocupado Yugoslavia y Grecia. Parecía que el continente estuviese en las manos de este poder que, al mismo tiempo, ponía en duda el futuro del cristianismo. Nosotros fuimos admitidos en la Congregación, pero poco después comenzó la guerra contra Rusia; el seminario fue disuelto, y la Congregación —antes de que se reuniera, antes de que consiguiera reunirse— ya había sido dispersada a los cuatro vientos. Así eso no llegó a ser «fecha exterior» de la vida, sino que quedó como «fecha interior» de la vida, porque desde siempre ha quedado claro que la catolicidad no puede existir sin una actitud mariana, que ser católicos quiere decir ser marianos, que eso significa el amor a la Madre, que en la Madre y por la Madre encontramos al Señor.

Aquí, a través de las visitas ad limina de los obispos, experimento constantemente cómo las personas —sobre todo en América Latina, pero también en los demás continentes— pueden encomendarse a la Madre, pueden amar a la Madre, y a través de la Madre, después, aprenden a conocer, a comprender y a amar a Cristo; experimento cómo la Madre continúa encomendando el mundo al Señor; cómo María sigue diciendo «sí» y llevando a Cristo al mundo. Cuando estudiábamos, después de la guerra —y no creo que hoy la situación haya cambiado mucho, no creo que haya mejorado mucho— la mariología que se enseñaba en las universidades alemanas era un poco austera y sobria. Pero creo que allí encontramos lo esencial. En ese tiempo, nos dirigíamos a Guardini y al libro de su amigo, el párroco Josef Weiger, «Maria, Mutter der Glaubenden», (María, Madre de los creyentes), el cual comenta las palabras de Isabel: «¡Dichosa tú que has creído!» (cf. Lc
Lc 1,45). María es la gran creyente. Ella retomó la misión de Abraham de ser creyente y concretó la fe de Abraham en la fe en Jesucristo, indicándonos así a todos el camino de la fe, la valentía de encomendarnos al Dios que se da en nuestras manos, la alegría de ser sus testigos; y después su determinación a permanecer firme cuando todos huyeron, la valentía de estar de parte del Señor cuando parecía perdido, y de hacer propio el testimonio que llevó a la Pascua.

Así pues, me alegra oír que en Baviera hay casi 40 mil miembros; que todavía hoy hay hombres, que junto a María, aman al Señor; que a través de María aprenden a conocer y a amar al Señor, y, como ella, dan testimonio del Señor en las horas difíciles y en las felices; que están con él bajo la cruz y que siguen viviendo alegremente la Pascua junto a él. Os agradezco, por tanto, a todos vosotros que mantengáis vivo este testimonio, para que sepamos que hay hombres católicos bávaros que son miembros de la Congregación mariana, que recorren este camino abierto por los jesuitas en el siglo XVI, y que siguen demostrando que la fe no pertenece al pasado, sino que se abre siempre a un «hoy» y, sobre todo, a un «mañana».

«Vergelt’s Gott für alles» [Dios os lo pague todo], y ¡Dios os bendiga a todos vosotros! Gracias de corazón.





A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO


PONTIFICIO PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN


Sala Clementina

Lunes 30 de mayo de 2001




Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
52 queridos hermanos y hermanas:

Cuando el pasado 28 de junio, en las primeras vísperas de la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, anuncié mi voluntad de instituir un dicasterio para la promoción de la nueva evangelización, daba un cauce operativo a la reflexión que había llevado a cabo desde hacía largo tiempo sobre la necesidad de ofrecer una respuesta particular al momento de crisis de la vida cristiana, que se está verificando en muchos países, sobre todo de antigua tradición cristiana. Hoy, con este encuentro, puedo constatar con agrado que el nuevo Consejo pontificio se ha convertido en una realidad. Agradezco a monseñor Salvatore Fisichella las palabras que me ha dirigido, introduciéndome en los trabajos de vuestra primera plenaria. Os saludo cordialmente a todos vosotros con el aliento por la contribución que daréis al trabajo del nuevo dicasterio, sobre todo con vistas a la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que, en octubre de 2012, afrontará precisamente el tema Nueva evangelización y transmisión de la fe cristiana.

El término «nueva evangelización» recuerda la exigencia de una modalidad renovada de anuncio, sobre todo para aquellos que viven en un contexto, como el actual, donde los desarrollos de la secularización han dejado graves huellas incluso en países de tradición cristiana. El Evangelio es el anuncio siempre nuevo de la salvación obrada por Cristo para hacer a la humanidad partícipe del misterio de Dios y de su vida de amor y abrirla a un futuro de esperanza fiable y fuerte. Subrayar que en este momento de la historia la Iglesia está llamada a realizar una nueva evangelización quiere decir intensificar la acción misionera para corresponder plenamente al mandato del Señor. El concilio Vaticano II recordaba que «los grupos en los que vive la Iglesia, con frecuencia y por diferentes causas, cambian totalmente, de modo que pueden surgir condiciones completamente nuevas» (decreto Ad gentes
AGD 6). Con mirada clarividente, los padres conciliares contemplaron en el horizonte el cambio cultural que hoy es fácilmente verificable. Precisamente esta situación cambiada, que ha creado una condición inesperada para los creyentes, requiere una atención particular para el anuncio del Evangelio, a fin de dar razón de la propia fe en realidades diferentes a las del pasado. La crisis que se experimenta conlleva los rasgos de la exclusión de Dios de la vida de las personas, de una indiferencia generalizada respecto a la fe cristiana misma, hasta el intento de marginarla de la vida pública. En las décadas pasadas todavía era posible encontrar un sentido cristiano general que unificaba el sentir común de generaciones enteras, crecidas a la sombra de la fe que había plasmado la cultura. Hoy, lamentablemente, se asiste al drama de la fragmentación que ya no permite tener una referencia unificadora; además, se verifica con frecuencia el fenómeno de personas que desean pertenecer a la Iglesia, pero que están fuertemente plasmadas por una visión de la vida en contraste con la fe.

Anunciar a Jesucristo único Salvador del mundo es más complejo actualmente que en el pasado; pero nuestra tarea permanece igual que en los albores de nuestra historia. La misión no ha cambiado, así como no deben cambiar el entusiasmo y la valentía que movieron a los Apóstoles y a los primeros discípulos. El Espíritu Santo que los impulsó a abrir las puertas del Cenáculo, constituyéndolos evangelizadores (cf. Hch Ac 2,1-4), es el mismo Espíritu que mueve hoy a la Iglesia hacia un renovado anuncio de esperanza a los hombres de nuestro tiempo. San Agustín afirma que no se debe pensar que la gracia de la evangelización se difundió sólo hasta los Apóstoles y que, con ellos, aquella fuente de gracia se agotó, sino que «esta fuente se manifiesta cuando fluye, no cuando deja de manar. Y fue así como la gracia a través de los Apóstoles llegó también a otros, que fueron enviados a anunciar el Evangelio... Es más, ha continuado llamando hasta estos últimos días a todo el cuerpo de su Hijo Unigénito, esto es, a su Iglesia extendida por toda la tierra» (Sermón 239, 1). La gracia de la misión necesita siempre nuevos evangelizadores capaces de acogerla, a fin de que el anuncio salvífico de la Palabra de Dios no desfallezca en las condiciones mudables de la historia.

Existe una continuidad dinámica entre el anuncio de los primeros discípulos y el nuestro. En el curso de los siglos la Iglesia jamás ha dejado de proclamar el misterio salvífico de la muerte y resurrección de Jesucristo, pero ese mismo anuncio tiene hoy necesidad de un renovado vigor para convencer al hombre contemporáneo, a menudo distraído e insensible. La nueva evangelización, por esto, deberá encargarse de encontrar los caminos para hacer más eficaz el anuncio de la salvación, sin el cual la existencia personal permanece en su contrariedad y carece de lo esencial. También para quien sigue vinculado a las raíces cristianas, pero vive la difícil relación con la modernidad, es importante hacer que comprenda que ser cristiano no es una especie de vestido que se lleva en privado o en ocasiones particulares, sino que se trata de algo vivo y totalizante, capaz de asumir todo lo que de bueno existe en la modernidad. Confío en que, en el trabajo de estos días, tracéis un proyecto capaz de ayudar a toda la Iglesia y a las distintas Iglesias particulares en el compromiso de la nueva evangelización; un proyecto en el que la urgencia de un anuncio renovado se haga cargo de la formación, en especial para las nuevas generaciones, y se conjugue con la propuesta de signos concretos adecuados para hacer evidente la respuesta que la Iglesia pretende ofrecer en este momento peculiar. Si, por un lado, toda la comunidad está llamada a vigorizar el espíritu misionero para dar el nuevo anuncio que esperan los hombres de nuestro tiempo, no se podrá olvidar que el estilo de vida de los creyentes necesita una credibilidad genuina, tanto más convincente cuanto más dramática es la condición de aquellos a quienes se dirigen. Por ello queremos hacer nuestras las palabras del siervo de Dios, el Papa Pablo VI, cuando, a propósito de la nueva evangelización, afirmó: «Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra, de santidad» (exhortación apostólica Evangelii nuntiandi EN 41).

Queridos amigos, invocando la intercesión de María, Estrella de la evangelización, para que acompañe a los portadores del Evangelio y abra los corazones de quienes escuchan, os aseguro mi oración por vuestro servicio eclesial e imparto a todos vosotros la bendición apostólica.



CONCLUSIÓN DEL MES MARIANO

Gruta de Lourdes en los Jardines vaticanos

Martes 31 de mayo de 2011




Queridos hermanos y hermanas:

Con alegría me uno a vosotros en oración a los pies de la Virgen santísima, que hoy contemplamos en la fiesta de la Visitación. Saludo y doy las gracias al señor cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la basílica de San Pedro, a los cardenales y a los obispos presentes, y a todos vosotros que os habéis reunido aquí esta noche. Como conclusión del mes de mayo, queremos unir nuestra voz a la voz de María, en su mismo cántico de alabanza; con ella queremos alabar al Señor por las maravillas que sigue obrando en la vida de la Iglesia y de cada uno de nosotros. En particular, ha sido y sigue siendo para todos motivo de gran alegría y gratitud haber comenzado este mes mariano con la memorable beatificación de Juan Pablo II. ¡Qué gran don de gracia ha sido, para toda la Iglesia, la vida de este gran Papa! Su testimonio sigue iluminando nuestra vida y nos impulsa a ser discípulos auténticos del Señor, a seguirlo con la valentía de la fe y a amarlo con el mismo entusiasmo con que él entregó al Señor la propia vida.

Al meditar hoy la Visitación de María, reflexionamos precisamente sobre esta valentía de la fe. Aquella a quien acoge Isabel en su casa es la Virgen que «creyó» al anuncio del ángel y respondió con fe aceptando con valentía el proyecto de Dios para su vida y acogiendo de esta forma en sí misma la Palabra eterna del Altísimo. Como puso de relieve mi beato predecesor en la encíclica Redemptoris Mater, María pronunció su fiat por medio de la fe, «se confió a Dios sin reservas y “se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo”» (n. 13; cf. Lumen gentium LG 56). Por ello Isabel, al saludarla, exclama: «Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45). María creyó verdaderamente que «para Dios nada hay imposible» (v. 37) y, firme en esta confianza, se dejó guiar por el Espíritu Santo en la obediencia diaria a sus designios. ¿Cómo no desear para nuestra vida el mismo abandono confiado? ¿Cómo podríamos renunciar a esta bienaventuranza que nace de una relación tan íntima y profunda con Jesús? Por ello, dirigiéndonos hoy a la «llena de gracia», le pedimos que obtenga también para nosotros, de la divina Providencia, poder pronunciar cada día nuestro «sí» a los planes de Dios con la misma fe humilde y pura con la cual ella pronunció su «sí». Ella que, acogiendo en sí la Palabra de Dios, se abandonó a él sin reservas, nos guíe a una respuesta cada vez más generosa e incondicional a sus proyectos, incluso cuando en ellos estamos llamados a abrazar la cruz.

53 En este tiempo pascual, mientras invocamos del Resucitado el don de su Espíritu, encomendamos a la Iglesia y al mundo entero a la intercesión maternal de la Virgen. María santísima, que en el Cenáculo invocó con los Apóstoles el Consolador, obtenga para cada bautizado la gracia de una vida iluminada por el misterio del Dios crucificado y resucitado, el don de saber acoger cada vez más en la propia vida el señorío de Aquel que con su resurrección ha vencido a la muerte. Queridos amigos, sobre cada uno de vosotros, sobre vuestros seres queridos, en particular sobre cuantos sufren, imparto de corazón la bendición apostólica.


Junio de 2011



VIAJE APOSTÓLICO A CROACIA

(4-5 DE JUNIO DE 2011)

RUEDA DE PRENSA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

A BORDO DEL AVIÓN AL INICIO DEL VIAJE


Sábado 4 de junio de 2011




(El padre Federico Lombardi, director de la Oficina de información de la Santa Sede
le dirigió la primera pregunta en nombre de los presentes;
las otras dos las hizo un periodista croata.)



Santidad, usted ya ha estado en otras ocasiones en Croacia, y su predecesor hizo tres viajes a este país. ¿Se puede hablar de una relación particular entre la Santa Sede y Croacia? ¿Cuáles son los motivos y los aspectos más significativos de esta relación y de este viaje?

Personalmente he estado dos veces en Croacia. La primera, con ocasión del funeral del cardenal Šeper —mi predecesor en la Congregación para la doctrina de la fe—, que era un gran amigo mío, porque era también presidente de la Comisión teológica, de la que yo era miembro. Por eso conocí su bondad, su inteligencia, su discernimiento, su alegría. Y esto me dio también una idea de Croacia misma, porque era un gran croata y un gran europeo. Luego, en otra ocasión fui invitado por su secretario particular, Capek —también él hombre de gran alegría y de gran bondad—, a un simposio y a una celebración en un santuario mariano. Aquí viví la piedad popular, que —debo decir— es muy semejante a la de mi tierra. Y me alegró mucho ver esta encarnación de la fe: una fe vivida con el corazón, donde lo sobrenatural resulta natural y lo natural se ve iluminado por lo sobrenatural. Así, vi y viví esta Croacia, con su milenaria historia católica, siempre muy cercana a la Santa Sede, y naturalmente con la precedente historia de la Iglesia antigua. Vi que hay una fraternidad muy profunda en la fe, en la voluntad de servir a Dios por el bien del hombre, en el humanismo cristiano. En este sentido —me parece— hay una conexión natural en esta verdadera catolicidad, que está abierta a todos y que transforma el mundo o quiere transformar el mundo según las ideas del Creador.

Santo Padre, dentro de poco tiempo Croacia debería sumarse a las 27 naciones que forman parte de la Unión Europea, pero en los últimos tiempos, en el pueblo croata ha aumentado cierto escepticismo con respecto a la Unión. En esta situación, ¿piensa dar un mensaje de aliento a los croatas, para que miren hacia Europa no sólo en una perspectiva económica, sino también cultural y con los valores cristianos?

Yo creo que la mayoría de los croatas piensa sustancialmente con gran alegría en este momento en que se une a la Unión Europea, porque es un pueblo profundamente europeo. Tanto el cardenal Šeper como los cardenales Kuharic y Bozanic siempre me han dicho: «Nosotros no somos Balcanes, somos Europa central». Por tanto, es un pueblo que está en el centro de Europa, de su historia y de su cultura. En este sentido, a mi parecer, es lógico, justo y necesario que entre. Creo también que el sentimiento predominante es la alegría por estar donde Croacia ha estado siempre histórica y culturalmente. Como es natural, se puede comprender también cierto escepticismo si un pueblo no muy grande en número entra en esta Europa ya hecha y construida. Se puede entender que tal vez haya miedo de un burocratismo centralista demasiado fuerte, de una cultura racionalista, que no tiene suficientemente en cuenta la historia y la riqueza de la historia y tampoco la riqueza de la diversidad histórica. Me parece que precisamente una misión de este pueblo, que entra ahora, puede ser asimismo renovar la diversidad en la unidad. La identidad europea es una identidad propia en la riqueza de las diversas culturas, que convergen en la fe cristiana, en los grandes valores cristianos. Para que esto sea visible y eficiente de nuevo, me parece que los croatas que entran ahora tienen precisamente la misión de reforzar, contra cierto racionalismo abstracto, la historicidad de nuestras culturas y la diversidad, que es nuestra riqueza. En este sentido, animo a los croatas: el proceso de entrar en Europa es un proceso recíproco de dar y recibir. También Croacia da con su historia, con su capacidad humana y económica, y naturalmente igualmente recibe, ensanchando así el horizonte y viviendo en este gran comercio, no sólo económico, sino sobre todo también cultural y espiritual.

Muchos croatas esperaban que con ocasión de su viaje pudiera realizarse la canonización del beato cardenal Stepinac. ¿Cuál es para usted la importancia de su figura hoy?

Este cardenal fue un gran pastor y un gran cristiano, y así también un hombre de un humanismo ejemplar. Yo diría que al cardenal Stepinac le tocó en suerte tener que vivir en dos dictaduras opuestas, pero ambas anti-humanistas: primero el régimen ustacha, que parecía realizar el sueño de la autonomía y de la independencia, pero en realidad se trataba de una autonomía que era una mentira, porque Hitler la utilizaba para sus fines. El cardenal Stepinac comprendió muy bien esto y defendió el humanismo verdadero contra este régimen, defendiendo a los serbios, a los judíos, a los gitanos. Podríamos decir que dio la fuerza de un verdadero humanismo, también sufriendo. Luego llegó la dictadura contraria, el comunismo, donde de nuevo luchó por la fe, por la presencia de Dios en el mundo, por el verdadero humanismo, que depende de la presencia de Dios: sólo el hombre es imagen de Dios y el humanismo florece. Ese fue —digamos— su destino: combatir en dos luchas diversas y opuestas; y, precisamente en esta decisión por la verdad contra el espíritu de los tiempos, este verdadero humanismo, que viene de la fe cristiana, es un gran ejemplo no sólo para los croatas, sino para todos nosotros.


VIAJE APOSTÓLICO A CROACIA

(4-5 DE JUNIO DE 2011)

CEREMONIA DE BIENVENIDA


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Aeropuerto Internacional de Zagreb Pleso

Sábado 4 de junio de 2011




Señor Presidente de la República,
Venerados Hermanos en el Episcopado,
Distinguidas Autoridades,
Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra profundamente venir aquí como peregrino en el nombre de Jesucristo. Dirijo mi más cordial saludo a la amada tierra croata y, como Sucesor de Pedro, doy un gran abrazo a todos sus habitantes. Saludo en particular a la comunidad católica: a los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, fieles laicos, y especialmente a las familias de esta tierra fecundada con el anuncio del Evangelio, esperanza de vida y de salvación para todo hombre. Le saludo cordialmente, Señor Presidente de la República, y a las demás Autoridades civiles y militares aquí reunidas. Le agradezco, Señor Presidente, las amables palabras que me ha dirigido y formulo mis mejores votos para la alta misión que le ha sido encomendada y por la paz y la prosperidad de toda la Nación.

En este momento, deseo remontarme idealmente a las tres visitas pastorales a Croacia de mi amado Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II, y agradecer al Señor la larga historia de fidelidad que vincula vuestro País a la Santa Sede. Podemos contar más de trece siglos de especiales y estrechos lazos, tejidos y consolidados en circunstancias a veces difíciles y dolorosas. Esta historia es un testimonio elocuente del amor de vuestro pueblo por el Evangelio y por la Iglesia. Desde los orígenes, vuestra Nación pertenece a Europa y a ella ofrece, en particular, la contribución de valores espirituales y morales que han plasmado durante siglos la vida cotidiana y la identidad personal y nacional de sus hijos. Los retos que derivan de la cultura contemporánea, caracterizada por la diferenciación social, la escasa estabilidad, y marcada por un individualismo que favorece una visión de la vida sin obligaciones y la búsqueda continua de “espacios privados”, requieren un testimonio convencido y un dinamismo emprendedor en la promoción de los valores morales fundamentales, que están a la base de la vida social y de la identidad del Viejo Continente. A veinte años de la proclamación de la independencia y en vísperas de la plena integración de Croacia en la Unión Europea, la historia pasada y reciente de vuestro País constituye un motivo de reflexión para todos los otros pueblos del Continente, ayudando a cada uno de ellos, y a todo el conjunto, a conservar y a fortalecer el inestimable patrimonio común de valores humanos y cristianos. Que esta amada Nación, orgullosa de su rica tradición, contribuya así a que la Unión Europea aprecie plenamente dicha riqueza espiritual y cultural.

Queridos hermanos y hermanas, bajo el lema “Juntos en Cristo”, vengo a vosotros para celebrar la I Jornada Nacional de las familias católicas croatas. Que esta importante iniciativa sea una ocasión para volver a proponer los valores de la vida familiar y del bien común, para fortalecer la unidad, reavivar la esperanza y guiar a la comunión con Dios, fundamento de fraternidad y solidaridad social. Agradezco ahora vivamente a todos los que han colaborado en la preparación y organización de mi visita. Ante los desafíos que interpelan hoy a la Iglesia y a la sociedad civil, invoco sobre esta tierra y sobre cuantos la habitan la intercesión y la ayuda del beato Alojzije Stepinac, Pastor amado y venerado por vuestro pueblo. Que él acompañe a las jóvenes generaciones a vivir en esa caridad que impulsó al Señor Jesús a entregar la vida por todos los hombres. San José, custodio solícito del Redentor y celestial Patrono de vuestra Nación, junto a la Virgen María, “Fidelissima Advocata Croatiae”, os alcancen hoy y siempre paz y salvación. Gracias.


VIAJE APOSTÓLICO A CROACIA

(4-5 DE JUNIO DE 2011)


ENCUENTRO CON EXPONENTES DE LA SOCIEDAD CIVIL,


DEL MUNDO POLÍTICO, ACADÉMICO,


CULTURAL Y EMPRESARIAL,


CON EL CUERPO DIPLOMÁTICO Y CON LOS LÍDERES RELIGIOSOS



Teatro Nacional Croata - Zagreb

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Discursos 2011 50