Catechesi tradendae ES


……EXHORTACION APOSTOLICA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

……AL EPISCOPADO, AL CLERO Y A LOS FIELES DE TODA LA IGLESIA


……SOBRE LA CATEQUESIS EN NUESTRO TIEMPO





INTRODUCCION


La última consigna de Cristo

1 La catequesis ha sido siempre considerada por la Iglesia como una de sus tareas primordiales, ya que Cristo resucitado, antes de volver al Padre, dio a los Apóstoles esta última consigna: hacer discípulos a todas las gentes, enseñándoles a observar todo lo que Él había mandado. (1) Él les confiaba de este modo la misión y el poder de anunciar a los hombres lo que ellos mismos habían oído, visto con sus ojos, contemplado y palpado con sus manos, acerca del Verbo de vida. (2) Al mismo tiempo les confiaba la misión y el poder de explicar con autoridad lo que Él les había enseñado, sus palabras y sus actos, sus signos y sus mandamientos. Y les daba el Espíritu para cumplir esta misión.

Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre, (3) para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo. La Iglesia no ha dejado de dedicar sus energías a esa tarea.

(1) Cf.
Mt 28,19 s.
(2) Cf. 1Jn 1,1.
(3) Cf. Jn 20,31.


Solicitud del Papa Pablo VI

2 Los últimos Papas le han reservado un puesto de relieve en su solicitud pastoral. Mi venerado Predecesor Pablo VI sirvió a la catequesis de la Iglesia de manera especialmente ejemplar con sus gestos, su predicación, su interpretación autorizada del Concilio Vaticano II —que él consideraba como la gran catequesis de los tiempos modernos— con su vida entera Él aprobó, el 18 de marzo de 1971, el "Directorio general de la catequesis", preparado por la S. Congregación para el Clero, un Directorio que queda como un documento básico para orientar y estimular la renovación catequética en toda la Iglesia. Él instituyó la Comisión internacional de Catequesis, en el año 1975. Él definió magistralmente el papel y el significado de la catequesis en la vida y en la misión de la Iglesia, cuando se dirigió a los participantes en el Primer Congreso Internacional de Catequesis, el 25 de septiembre de 1971, (4) y se detuvo explícitamente sobre este tema en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (5) Él quiso que la catequesis, especialmente la que se dirige a los niños y a los jóvenes, fuese el tema de la IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos, (6) celebrada durante el mes de octubre de 1977, en la que yo mismo tuve el gozo de participar.

(4) Cf. AAS 63 (1971), pp. 758-764.
(5) Cf. n.
EN 44; cf. también los nn. EN 45-48 EN 54: AAS 68 (1976), pp. 34-35; 35-38; 43.
(6) Se sabe que, según el Motu proprio Apostolica Sollicitudo del 15 septiembre 1965 (AAS 57 [1965], pp. 775-780), el Sínodo de los Obispos puede reunirse en Asamblea general, en Asamblea extraordinaria o en Asamblea especial. En la presente Exhortación Apostólica, las palabras "Sínodo" o "Padres Sinodales", o "Aula Sinodal", se referirán siempre, a no ser que se diga lo contrario, a la IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos, tenida en Roma en octubre de 1977, sobre la catequesis.

Un Sínodo fructuoso

3 Al concluir el Sínodo, los Padres entregaron al Papa una documentación muy rica, que comprendía las diversas intervenciones tenidas durante la Asamblea, las conclusiones de los grupos de trabajo, el Mensaje que con su consentimiento habían dirigido al pueblo de Dios, (7) y sobre todo la serie imponente de " Proposiciones" en las que ellos expresaban su parecer acerca de muchos aspectos de la catequesis en el momento actual.
Este Sínodo ha trabajado en una atmósfera excepcional de acción de gracias y de esperanza. Ha visto en la renovación catequética un don precioso del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy, un don al que por doquier las comunidades cristianas, a todos los niveles, responden con una generosidad y entrega creadora que suscitan admiración. El necesario discernimiento podía así realizarse partiendo de una base viva y podía contar en el pueblo de Dios con una gran disponibilidad a la gracia del Señor y a las directrices del Magisterio.

(7) Cf. Synodus Episcoporum: De catechesi hoc nostro tempore tradenda praesertim pueris atque iuvenibus, Ad Populum Dei Nuntius, e Civitate Vaticana, 28.X.1977; cf. "L'Osservatore Romano" (30 octubre 1977), pp. 3-4.



Sentido de esta Exhortación

4 En este mismo clima de fe y esperanza os dirijo hoy, Venerables Hermanos, amados hijos e hijas, esta Exhortación Apostólica. En un tema tan amplio, ella no tratará sino de algunos aspectos más actuales y decisivos, para corroborar los frutos del Sínodo. Ella vuelve a tomar en consideración, sustancialmente, las reflexiones que el Papa Pablo VI había preparado, utilizando ampliamente los documentos dejados por el Sínodo. El Papa Juan Pablo I —cuyo celo y cualidades de catequista tanto asombro nos han causado— las había recogido y se disponía a publicarlas en el momento en que inesperadamente fue llamado por Dios. A todos nosotros él nos ha dado el ejemplo de una catequesis fundada en lo esencial y a la vez popular, hecha de gestos y palabras sencillas, capaces de llegar a los corazones Yo asumo pues la herencia de estos dos Pontífices, para responder a la petición de los Obispos, formulada expresamente al final de la IV Asamblea general del Sínodo y acogida por el Papa Pablo VI en su discurso de clausura. (8) Lo hago también para cumplir uno de los deberes principales de mi oficio apostólico. La catequesis ha sido siempre una preocupación central en mi ministerio de sacerdote y de obispo.
Deseo ardientemente que esta Exhortación Apostólica, dirigida a toda la Iglesia, refuerce la solidez de la fe y de la vida cristiana, dé un nuevo vigor a las iniciativas emprendidas, estimule la creatividad —con la vigilancia debida— y contribuya a difundir en la comunidad cristiana la alegría de llevar al mundo el misterio de Cristo.

(8) Cf. AAS 69 (1977), p. 633.


CAPÍTULO I: TENEMOS UN SOLO MAESTRO: JESUCRISTO


En comunión con la persona de Cristo

5 La IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos ha insistido mucho en el cristocentrismo de toda catequesis auténtica. Podemos señalar aquí los dos significados de la palabra que ni se oponen ni se excluyen, sino que más bien se relacionan y se complementan.

Hay que subrayar, en primer lugar, que en el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, "Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad", (9) que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros. Jesús es "el Camino, la Verdad y la Vida", (10) y la vida cristiana consiste en seguir a Cristo, en la "sequela Christi".

El objeto esencial y primordial de la catequesis es, empleando una expresión muy familiar a San Pablo y a la teología contemporánea, "el Misterio de Cristo". Catequizar es, en cierto modo, llevar a uno a escrutar ese Misterio en toda su dimensión: "Iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio… comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura, la largura, la altura y la profundidad y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seais llenos de toda la plenitud de Dios". (11) Se trata por lo tanto de descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios que se realiza en Él. Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por Él mismo, pues ellos encierran y manifiestan a la vez su Misterio. En este sentido, el fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad.

(9)
Jn 1,14.
(10) Jn 14,6.
(11) Ep 3,9s.


Transmitir la doctrina de Cristo

6 En la catequesis, el cristocentrismo significa también que, a través de ella se transmite no la propia doctrina o la de otro maestro, sino la enseñanza de Jesucristo, la Verdad que Él comunica o, más exactamente, la Verdad que Él es. (12) Así pues hay que decir que en la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca. La constante preocupación de todo catequista, cualquiera que sea su responsabilidad en la Iglesia, debe ser la de comunicar, a través de su enseñanza y su comportamiento, la doctrina y la vida de Jesús. No tratará de fijar en sí mismo, en sus opiniones y actitudes personales, la atención y la adhesión de aquel a quien catequiza; no tratará de inculcar sus opiniones y opciones personales como si éstas expresaran la doctrina y las lecciones de vida de Cristo. Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa frase de Jesús: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado". (13) Es lo que hace san Pablo al tratar una cuestión de primordial importancia: "Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido". (14) ¡Qué contacto asiduo con la Palabra de Dios transmitida por el Magisterio de la Iglesia, qué familiaridad profunda con Cristo y con el Padre, qué espíritu de oración, qué despego de sí mismo ha de tener el catequista para poder decir: "Mi doctrina no es mía"!

(12) Cf.
Jn 14,6.
(13) Jn 7,16. Este es un tema preferido por el cuarto Evangelio: cf, Jn 3,34 Jn 8,28 Jn 12,49s.; Jn 14,24 Jn 17,8.
(14) 1Co 11,23: la palabra "transmitir", empleada aquí por san Pablo, ha sido repetida a menudo en la Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi para describir la acción evangelizadora de la Iglesia; por ejemplo EN 4 EN 15 EN 78 EN 79.


Cristo que enseña

7 Esta doctrina no es un cúmulo de verdades abstractas, es la comunicación del Misterio vivo de Dios. La calidad de Aquel que enseña en el Evangelio y la naturaleza de su enseñanza superan en todo a las de los "maestros" en Israel, merced a la unión única existente entre lo que Él dice, hace y lo que es. Es evidente que los Evangelios indican claramente los momentos en que Jesús enseña, "Jesús hizo y enseñó": (15) en estos dos verbos que introducen al libro de los Hechos, san Lucas une y distingue a la vez dos dimensiones en la misión de Cristo.

Jesús enseñó. Este es el testimonio que Él da de sí mismo: "Todos los días me sentaba en el Templo a enseñar". (16) Esta es la observación llena de admiración que hacen los evangelistas, maravillados de verlo enseñando en todo tiempo y lugar, y de una forma y con una autoridad desconocidas hasta entonces: "De nuevo se fueron reuniendo junto a Él las multitudes y de nuevo, según su costumbre, les enseñaba"; (17) "y se asombraban de su enseñanza, pues enseñaba como quien tiene autoridad", (18) Eso mismo hacen notar sus enemigos, aunque sólo sea para acusarlo y buscar un pretexto para condenarlo. "Subleva al pueblo, enseñando por toda Judea, desde Galilea, donde empezó, hasta aquí". (19)

(15)
Ac 1,1.
(16) Mt 26,55; cf. Jn 18,20.
(17) Mc 10,1.
(18) Mc 1,22; cf. también Mt 5,2 Mt 11,1 Mt 13,54 Mt 22,16 Mc 2,13 Mc 4,1 Mc 6,2 Mc 6,6 Lc 5,3; etc.
(19) Lc 23,5.

El único "Maestro"

8 El que enseña así merece a título único el nombre de Maestro. ¡Cuántas veces se le da este título de maestro a lo largo de todo el Nuevo Testamento y especialmente en los Evangelios! (20) Son evidentemente los Doce, los otros discípulos y las muchedumbres que lo escuchan quienes le llaman "Maestro" con acento a la vez de admiración, de confianza y de ternura. (21) Incluso los Fariseos y los Saduceos, los Doctores de la Ley y los Judíos en general, no le rehúsan esta denominación: "Maestro, quisiéramos ver una señal tuya"; (22) "Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?". (23) Pero sobre todo Jesús mismo se llama Maestro en ocasiones particularmente solemnes y muy significativas: "Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque de verdad lo soy"; (24) y proclama la singularidad, el carácter único de su condición de Maestro: "Uno solo es vuestro Maestro": (25) Cristo. Se comprende que, a lo largo de dos mil años, en todas las lenguas de la tierra, hombres de toda condición, raza y nación, le hayan dado con veneración este título repitiendo a su manera la exclamación de Nicodemo: "has venido como Maestro de parte de Dios". (26)

Esta imagen de Cristo que enseña, a la vez majestuosa y familiar, impresionante y tranquilizadora, imagen trazada por la pluma de los evangelistas y evocada después, con frecuencia, por la iconografía desde la época paleocristiana, (27) —¡tan atractiva es!— deseo ahora evocarla en el umbral de estas reflexiones sobre la catequesis en el mundo actual.

(20) Aproximadamente en unos cincuenta pasajes de los cuatro Evangelios, este título, heredado por toda la Tradición judía pero adornado aquí de un significado nuevo que el mismo Cristo trata a menudo de iluminar, es atribuido a Jesús.
(21) Cf., entre otros,
Mt 8,19 Mc 4,38 Mc 9,38 Mc 10,35 Mc 13,1 Jn 11,28.
(22) Mt 12,38.
(23) Lc 10,25; cf. Mt 22,16.
(24) Jn 13,13s.; cf. también Mt 10,25 Mt 26,18 y paralelos.
(25) Mt 23,8. Ignacio de Antioquía recoge esta afirmación y la comenta así: "Nosotros hemos recibido la fe, por esto nosotros nos mantenemos a fin de ser reconocidos como discípulos de Jesucristo, nuestro único Maestro" (Epistula ad Magnesios, IX, 1: Funk 1, 239).
(26) Jn 3,2.
(27) La representación de Cristo en actitud de enseñar aparece ya en las catacumbas romanas. Está usada profusamente en los mosaicos del arte romano-bizantino de los siglos III y IV. Constituirá un motivo artístico predominante en las imágines de las grandes catedrales románicas y góticas de la edad media.

Enseñando con toda su vida

9 No olvido, haciendo esto, que la majestad de Cristo que enseña, la coherencia y la fuerza persuasiva únicas de su enseñanza, no se explican sino porque sus palabras, sus parábolas y razonamientos no pueden separarse nunca de su vida y de su mismo ser. En este sentido, la vida entera de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por los pequeños y los pobres, la aceptación del sacrificio total en la cruz por la salvación del mundo, su resurrección son la actuación de su palabra y el cumplimiento de la revelación. De suerte que para los cristianos el Crucifijo es una de las imágenes más sublimes y populares de Jesús que enseña.

Estas consideraciones, que están en línea con las grandes tradiciones de la Iglesia, reafirman en nosotros el fervor hacia Cristo, el Maestro que revela a Dios a los hombres y al hombre a sí mismo; el Maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, que habla, exige, que conmueve, que endereza, juzga, perdona, camina diariamente con nosotros en la historia; el Maestro que viene y que vendrá en la gloria.

Solamente en íntima comunión con Él, los catequistas encontrarán luz y fuerza para una renovación auténtica y deseable de la catequesis.



CAPÍTULO II: UNA EXPERIENCIA TAN ANTIGUA COMO LA IGLESIA


La Misión de los Apóstoles

10 La imagen de Cristo que enseña se había impreso en la mente de los Doce y de los primeros discípulos, y la consigna "Id y haced discípulos a todas las gentes" (28) orientó toda su vida. San Juan da testimonio de ello en su Evangelio, cuando refiere las palabras de Jesús: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer". (29) No son ellos los que han escogido seguir a Jesús, sino que es Jesús quien los ha elegido, quien los ha guardado y establecido, ya antes de su Pascua, para que ellos vayan y den fruto y para que su fruto permanezca. (30) Por ello después de la resurrección, les confió formalmente la misión de hacer discípulos a todas las gentes.

El libro entero de los Hechos de los Apóstoles atestigua que fueron fieles a su vocación y a la misión recibida. Los miembros de la primitiva comunidad cristiana aparecen en él "perseverantes en oír la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan y en la oración". (31) Se encuentra allí sin duda alguna la imagen permanente de una Iglesia que, gracias a la enseñanza de los Apóstoles, nace y se nutre continuamente de la Palabra del Señor, la celebra en el sacrificio eucarístico y da testimonio al mundo con el signo de la caridad.

Cuando los adversarios se sienten celosos de la actividad de los Apóstoles, se debe a que están "molestos porque enseñan al pueblo" (32) y les prohíben enseñar en el nombre de Jesús. (33) Pero nosotros sabemos que, precisamente en ese punto, los Apóstoles juzgaron más razonable obedecer a Dios que a los hombres. (34)

(28)
Mt 28,19.
(29) Jn 15,15.
(30) Cf. Jn 15,16.
(31) Ac 2,42.
(32) Ac 4,2.
(33) Cf. Ac 4,18 Ac 5,28.
(34) Cf. Ac 4,19.

La catequesis en la época apostólica

11 Los Apóstoles no tardan en compartir con los demás el ministerio del apostolado. (35) Transmiten a sus sucesores la misión de enseñar. Ellos la confían también a los diáconos desde su institución: Esteban, "lleno de gracia y de poder", no cesa de enseñar, movido por la sabiduría del Espíritu. (36) Los Apóstoles asocian en su tarea de enseñar a "otros" discípulos; (37) e incluso simples cristianos dispersados por la persecución, iban por todas partes predicando la palabra. (38) San Pablo es el heraldo por antonomasia de este anuncio, desde Antioquía hasta Roma, donde la última imagen que tenemos de él según el libro de los Hechos, es la de un hombre "que enseña con toda libertad lo tocante al Señor Jesucristo". (39) Sus numerosas cartas amplían y profundizan su enseñanza. Asimismo las cartas de Pedro, de Juan, de Santiago y de Judas son otros tantos testimonios de la catequesis de la era apostólica.

Los Evangelios que, antes de ser escritos, fueron la expresión de una enseñanza oral transmitida a las comunidades cristianas, tienen más o menos una estructura catequética. ¿No ha sido llamado el relato de San Mateo evangelio del catequista y el de San Marcos, evangelio del catecúmeno?

(35)
Ac 1,25.
(36) Cf Ac 6,8 ss.; cf. también Felipe catequizando al funcionario de una reina de Etiopía, Ac 8,26 ss.
(37) Cf. Ac 15,35.
(38) Cf. Ac 8,4.
(39) Ac 28,31.

En los Padres de la Iglesia

12 La Iglesia continúa esta misión de enseñar de los Apóstoles y de sus primeros colaboradores. Haciéndose día a día discípula del Señor, con razón se la ha llamado "Madre y Maestra". (40) Desde Clemente Romano hasta Orígenes, (41) en la edad postapostólica ven la luz obras notables. Más tarde se registra un hecho impresionante: Obispos y Pastores, los de mayor prestigio, sobre todo en los siglos tercero y cuarto, consideran como una parte importante de su ministerio episcopal enseñar de palabra o escribir tratados catequéticos. Es la época de Cirilo de Jerusalén y de Juan Crisóstomo, de Ambrosio y de Agustín, en la que brotan de la pluma de tantos Padres de la Iglesia obras que siguen siendo modelos para nosotros.

No es posible evocar aquí, ni siquiera brevemente, la catequesis que ha mantenido la difusión y el camino de la Iglesia en los diversos períodos de la historia, en todos los continentes y en los contextos sociales y culturales más diversos. Ciertamente las dificultades no han faltado nunca. Mas la Palabra del Señor ha realizado su misión a través de los siglos, se ha difundido y ha sido glorificada, como indica el Apóstol Pablo. (42)

(40) Cf. Cart. Enc. Mater et Magistra () del Papa Juan XXIII (AAS 53 [1961], p. 401): La Iglesia es "madre", porque engendra sin cesar nuevos hijos por el bautismo y hace aumentar la familia de Dios; es "educadora", porque hace que sus hijos crezcan en la gracia de su bautismo alimentando su sensus fidei por la enseñanza de las verdades de la fe.
(41) Cf. por ejemplo: la carta de Clemente Romano a la Iglesia de Corinto, la Didaché, la " Carta de los Apóstoles ", los escritos de S. Ireneo de Lyon (Demonstratio Apostolicae praedicationis y Adversus haereses), de Tertuliano (De baptismo), de Clemente de Alejandría (Paedagogus), de S. Cipriano (Testimonia ad Quirinum), de Orígenes (Contra Celsum), etc.
(42) Cf.
2Th 3,1.

En los Concilios y en la actividad misionera

13 El ministerio de la catequesis saca siempre nuevas energías de los Concilios. A este respecto el Concilio de Trento constituye un ejemplo que se ha de subrayar: en sus constituciones y decretos dio prioridad a la catequesis; dio lugar al "catecismo romano" que lleva además su nombre y constituye una obra de primer orden, resumen de la doctrina cristiana y de la teología tradicional para uso de los sacerdotes; promovió en la Iglesia una organización notable de la catequesis; despertó en los clérigos la conciencia de sus deberes con relación a la enseñanza catequética; y, merced al trabajo de santos teólogos como san Carlos Borromeo, san Roberto Belarmino o san Pedro Canisio, dio origen a catecismos, verdaderos modelos para aquel tiempo. ¡Ojalá suscite el Concilio Vaticano II un impulso y una obra semejante en nuestros días!

Las misiones constituyen también un terreno privilegiado para la práctica de la catequesis. Así, desde hace casi dos mil años, el Pueblo de Dios no ha cesado de educarse en la fe, según formas adaptadas a las distintas situaciones de los creyentes y a las múltiples coyunturas eclesiales.

La catequesis está íntimamente unida a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica y el incremento numérico sino también, y más todavía, el crecimiento interior de la Iglesia, su correspondencia con el designio de Dios, dependen esencialmente de ella. De entre las experiencias de la historia de la Iglesia que acabamos de recordar, muchas lecciones —entre tantas otras— merecen ser puestas de relieve.



La catequesis: derecho y deber de la Iglesia

14 Es evidente, ante todo, que la catequesis ha sido siempre para la Iglesia un deber sagrado y un derecho imprescriptible. Por una parte, es sin duda un deber que tiene su origen en un mandato del Señor e incumbe sobre todo a los que en la Nueva Alianza reciben la llamada al ministerio de Pastores. Por otra parte, puede hablarse igualmente de derecho: desde el punto de vista teológico, todo bautizado por el hecho mismo de su bautismo, tiene el derecho de recibir de la Iglesia una enseñanza y una formación que le permitan iniciar una vida verdaderamente cristiana; en la perspectiva de los derechos del hombre, toda persona humana tiene derecho a buscar la verdad religiosa y de adherirse plenamente a ella, libre de "toda coacción por parte tanto de los individuos como de los grupos sociales y de cualquier poder humano que sea, de suerte que, en esta materia, a nadie se fuerce a actuar contra su conciencia o se le impida actuar … de acuerdo con ella" (43)

Por ello la actividad catequética debe poder ejercerse en circunstancias favorables de tiempo y lugar, debe tener acceso a los medios de comunicación social, a adecuados instrumentos de trabajo, sin discriminación para con los padres, los catequizados o los catequistas. Actualmente es cierto que ese derecho es reconocido cada vez más, al menos a nivel de grandes principios, como testimonian declaraciones o convenios internacionales, en los que —cualesquiera que sean sus límites— se puede reconocer la voz de la conciencia de gran parte de los hombres de hoy. (44) Pero numerosos Estados violan este derecho, hasta tal punto que dar, hacer dar la catequesis o recibirla, llega a ser un delito susceptible de sanción. En unión con los Padres del Sínodo elevo enérgicamente la voz contra toda discriminación en el ámbito de la catequesis, a la vez que dirijo una apremiante llamada a los responsables para que acaben del todo esas constricciones que gravan sobre la libertad humana en general y sobre la libertad religiosa en particular.

(43) Vaticano II,
DH 2: AAS 58 (1966), p. 930.
(44) Cf. Declaración universal de los Derechos del Hombre (ONU), 10 diciembre 1948, art. 18, Pacto Internacional relativo a los derechos civiles y políticos (ONU), 16 diciembre 1966 art. 4; Acto final de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, par. VII.


Tarea prioritaria

15 La segunda lección se refiere al lugar mismo de la catequesis en los proyectos pastorales de la Iglesia. Cuanto más capaz sea, a escala local o universal, de dar la prioridad a la catequesis —por encima de otras obras e iniciativas cuyos resultados podrían ser mas espectaculares—, tanto más la Iglesia encontrará en la catequesis una consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes y de su actividad externa como misionera. En este final del siglo XX, Dios y los acontecimientos, que son otras tantas llamadas de su parte, invitan a la Iglesia a renovar su confianza en la acción catequética como en una tarea absolutamente primordial de su misión. Es invitada a consagrar a la catequesis sus mejores recursos en hombres y en energías, sin ahorrar esfuerzos, fatigas y medios materiales, para organizarla mejor y formar personal capacitado. En ello no hay un mero cálculo humano, sino una actitud de fe. Y una actitud de fe se dirige siempre a la fidelidad a Dios, que nunca deja de responder.

Responsabilidad común y diferenciada

16 Tercera lección: la catequesis ha sido siempre, y seguirá siendo, una obra de la que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable Pero sus miembros tienen responsabilidades diferentes, derivadas de la misión de cada uno. Los Pastores, precisamente en virtud de su oficio, tienen, a distintos niveles, la más alta responsabilidad en la promoción, orientación y coordinación de la catequesis. El Papa, por su parte, tiene una profunda conciencia de la responsabilidad primaria que le compete en este campo: encuentra en él motivos de preocupación pastoral, pero sobre todo de alegría y de esperanza. Los sacerdotes, religiosos y religiosas tienen ahí un campo privilegiado para su apostolado. A otro nivel, los padres de familia tienen una responsabilidad singular. Los maestros, los diversos ministros de la Iglesia, los catequistas y, por otra parte, los responsables de los medios de comunicación social, todos ellos tienen, en grado diverso, responsabilidades muy precisas en esta formación de la conciencia del creyente, formación importante para la vida de la Iglesia, y que repercute en la vida de la sociedad misma. Uno de los mejores frutos de la Asamblea general del Sínodo dedicado por entero a la catequesis sería despertar, en toda la Iglesia y en cada uno de sus sectores, una conciencia viva y operante de esta responsabilidad diferenciada pero común.

Renovación continua y equilibrada

17 Finalmente la catequesis tiene necesidad de renovarse continuamente en un cierto alargamiento de su concepto mismo, en sus métodos, en la búsqueda de un lenguaje adaptado, en el empleo de nuevos medios de transmisión del mensaje Esta renovación no siempre tiene igual valor, y los Padres del Sínodo han reconocido con realismo, junto a un progreso innegable en la vitalidad de la actividad catequética y a iniciativas prometedoras, las limitaciones o incluso las "deficiencias" de lo que se ha realizado hasta el presente. (45) Estos límites son particularmente graves cuando ponen en peligro la integridad del contenido. El "Mensaje al pueblo de Dios" subrayó justamente que, para la catequesis, "la repetición rutinaria, que se opone a todo cambio, por una parte, y la improvisación irreflexiva que afronta con ligereza los problemas, por la otra, son igualmente peligrosas". (46) La repetición rutinaria lleva al estancamiento, al letargo y, en definitiva, a la parálisis. La improvisación irreflexiva engendra desconcierto en los catequizados y en sus padres, cuando se trata de los niños, causa desviaciones de todo tipo, rupturas y finalmente la ruina total de la unidad. Es necesario que la Iglesia dé prueba hoy —come supo hacerlo en otras épocas de su historia— de sabiduría, de valentía y de fidelidad evangélicas, buscando y abriendo caminos y perspectivas nuevas para la enseñanza catequética.

(45) Synodus Episcoporum: De catechesi hoc nostro tempore tradenda praesertim pueris atque iuvenibus, Ad Populum Dei Nuntius, nn. 1 y 4: loc. cit., pp. 3-4 y 6-7; cf. "L'Osservatore Romano" (30 octubre 1977), p. 3.
(46) Ibid., n. 6: loc. cit., pp. 7-8.



CAPÍTULO III: LA CATEQUESIS EN LA ACTIVIDAD PASTORAL Y MISIONERA DE LA IGLESIA


La catequesis: una etapa de la evangelización

18 La catequesis no puede disociarse del conjunto de actividades pastorales y misionales de la Iglesia. Ella tiene, sin embargo, algo específico propio sobre lo que la IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos, en sus trabajos preparatorios y a lo largo de su celebración, se ha interrogado a menudo. La cuestión interesa también a la opinión pública, dentro y fuera de la Iglesia.

No es éste el lugar adecuado para dar una definición rigurosa y formal de la catequesis, suficientemente ilustrada en el "Directorio General de la Catequesis". (47) Compete a los especialistas enriquecer cada vez más su concepto y su articulación.

Frente a la incertidumbre de la práctica, recordemos simplemente algunos puntos esenciales, por lo demás ya consolidados en los documentos de la Iglesia, para una comprensión exacta de la catequesis y sin los cuales se correría el riesgo de no llegar a comprender todo su significado y su alcance.

Globalmente, se puede considerar aquí la catequesis en cuanto educación de la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana. En este sentido, la catequesis se articula en cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia, sin confundirse con ellos, que tienen un aspecto catequético, preparan a la catequesis o emanan de ella: primer anuncio del evangelio o predicación misional por medio del kerigma para suscitar la fe apologética o búsqueda de las razones de creer, experiencia de vida cristiana, celebración de los sacramentos, integración en la comunidad eclesial, testimonio apostólico y misional.

Recordemos ante todo que entre la catequesis y la evangelización no existe ni separación u oposición, ni identificación pura y simple, sino relaciones profundas de integración y de complemento recíproco.

La Exhortación apostólica "Evangelii nuntiandi" del 8 de diciembre de 1975, sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, subrayó con toda razón que la evangelización —cuya finalidad es anunciar la Buena Nueva a toda la humanidad para que viva de ella—, es una realidad rica, compleja y dinámica, que tiene elementos o, si se prefiere, momentos, esenciales y diferentes entre sí, que es preciso saber abarcar conjuntamente, en la unidad de un único movimiento. (48) La catequesis es uno de esos momentos —¡y cuán señalado!— en el proceso total de evangelización.

(47) S. Congregación para el Clero, Directorium Catechisticum Generale, nn. 17-35: AAS 64 (1972), pp. 110-118.
(48) Cf. nn.
EN 17-24: AAS 68 (1976), pp. 17-22.


Catequesis y primer anuncio del Evangelio

19 La peculiaridad de la Catequesis, distinta del anuncio primero del Evangelio que ha suscitado la conversión, persigue el doble objetivo de hacer madurar la fe inicial y de educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la persona y del mensaje de Nuestro Señor Jesucristo. (49) Pero en la práctica catequética, este orden ejemplar debe tener en cuenta el hecho de que a veces la primera evangelización no ha tenido lugar. Cierto número de niños bautizados en su infancia llega a la catequesis parroquial sin haber recibido alguna iniciación en la fe, y sin tener todavía adhesión alguna explícita y personal a Jesucristo, sino solamente la capacidad de creer puesta en ellos por el bautismo y la presencia del Espíritu Santo; y los prejuicios de un ambiente familiar poco cristiano o el espíritu positivista de la educación crean rápidamente algunas reticencias. A éstos es necesario añadir otros niños, no bautizados, para quienes sus padres no aceptan sino tardíamente la educación religiosa: por motivos prácticos, su etapa catecumenal se hará en buena parte durante la catequesis ordinaria. Además muchos preadolescentes y adolescentes, que han sido bautizados y que han recibido sistemáticamente una catequesis así como los sacramentos, titubean por largo tiempo en comprometer o no su vida con Jesucristo, cuando no se preocupan por esquivar la formación religiosa en nombre de su libertad Finalmente los adultos mismos no están al reparo de tentaciones de duda o de abandono de la fe, a consecuencia de un ambiente notoriamente incrédulo. Es decir que la "catequesis" debe a menudo preocuparse, no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el umbral de la fe. Esta preocupación inspira parcialmente el tono, el lenguaje y el método de la catequesis.

(49) Synodus Episcoporum: De catechesi hoc nostro tempore tradenda praesertim pueris atque iuvenibus; Ad Populum Dei Nuntius, n. 1: loc. cit., pp. 3 s.; cf. "L'Osservatore Romano" (30 octubre 1977), p. 3.




Catechesi tradendae ES