Catechesi tradendae ES 39

Jóvenes

39 Con la edad de la juventud llega la hora de las primeras decisiones. Ayudado tal vez por los miembros de su familia y por los amigos, mas a pesar de todo solo consigo mismo y con su conciencia moral, el joven, cada vez más a menudo y de modo más determinante, deberá asumir su destino. Bien y mal, gracia y pecado, vida y muerte, se enfrentarán cada vez más en su interior como categorías morales, pero también y sobre todo como opciones fundamentales que habrá de efectuar o rehusar con lucidez y sentido de responsabilidad. Es evidente que una catequesis que denuncie el egoísmo en nombre de la generosidad, que exponga sin simplismos ni esquematismos ilusorios el sentido cristiano del trabajo, del bien común, de la justicia y de la caridad, una catequesis sobre la paz entre las naciones, sobre la promoción de la dignidad humana, del desarrollo, de la liberación tal como las presentan documentos recientes de la Iglesia, (88) completará felizmente en los espíritus de los jóvenes una buena catequesis de las realidades propiamente religiosas, que nunca ha de ser desatendida. La catequesis cobra entonces una importancia considerable, porque es el momento en que el evangelio podrá ser presentado, entendido y aceptado como capaz de dar sentido a la vida y, por consiguiente, de inspirar actitudes de otro modo inexplicables: renuncia, desprendimiento, mansedumbre, justicia, compromiso, reconciliación, sentido de lo Absoluto y de lo invisible, etc., rasgos todos ellos que permitirán identificar entre sus compañeros a este joven como discípulo de Jesucristo.

La catequesis prepara así para los grandes compromisos cristianos de la vida adulta. En lo que se refiere por ejemplo a las vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa, es cosa cierta que muchas de ellas han nacido en el curso de una catequesis bien llevada a lo largo de la infancia y de la adolescencia.

Desde la infancia hasta el umbral de la madurez, la catequesis se convierte, pues, en una escuela permanente de la fe y sigue de este modo las grandes etapas de la vida como faro que ilumina la ruta del niño, del adolescente y del joven.

(88) Cf., por ejemplo, Vaticano II, Const past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes (GS): AAS 58 (1966), pp. 1025-1120; Pablo VI, Cart. Enc. Populorum Progressio (PP): AAS 59 (1967), pp. 257-299; Cart. Ap Octogesima Adveniens: AAS 63 (1971), pp. 401-441; Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi (): AAS 68 (1976), pp. 5-76.



Adaptación de la catequesis a los jóvenes

40 Es consolador comprobar que, durante la IV Asamblea general del Sínodo y a lo largo de estos años que lo han seguido, la Iglesia ha compartido ampliamente esta preocupación: ¿Cómo impartir la catequesis a los niños y a los jóvenes? ¡Quiera Dios que la atención así despertada perdure mucho tiempo en la conciencia de la Iglesia! En ese sentido, el Sínodo ha sido precioso para la Iglesia entera, al esforzarse por delinear con la mayor precisión posible el rostro complejo de la juventud actual; al mostrar que esta juventud emplea un lenguaje al que es preciso saber traducir, con paciencia y buen sentido, sin traicionarlo, el mensaje de Jesucristo; al demostrar que, a despecho de las apariencias, esta juventud tiene, aunque sea confusamente, no sólo la disponibilidad y la apertura, sino también verdadero deseo de conocer a "Jesús, llamado Cristo"; (89) al revelar, finalmente, que la obra de la catequesis, si se quiere llevar a cabo con rigor y seriedad, es hoy día más ardua y fatigosa que nunca a causa de los obstáculos y dificultades de toda índole con que topa, pero también es más reconfortante que nunca a causa de la hondura de las respuestas que recibe por parte de los niños y de los jóvenes. Ahí hay un tesoro con el que la Iglesia puede y debe contar en los años venideros.

Algunas categorías de jóvenes destinatarios de la catequesis, dada su situación peculiar, postulan también una atención especial.

(89)
Mt 1,16.


Minusválidos

41 Se trata ante todo de los niños y de los jóvenes física o mentalmente minusválidos. Estos tienen derecho a conocer como los demás coetáneos el "misterio de la fe". Al ser mayores las dificultades que encuentran, son más meritorios los esfuerzos de ellos y de sus educadores. Es motivo de alegría comprobar que organizaciones católicas especialmente consagradas a los jóvenes minusválidos tuvieron a bien aportar al Sínodo su experiencia en la materia, y sacaron del Sínodo el deseo renovado de afrontar mejor este importante problema. Merecen ser vivamente alentadas en esta tarea.


Jóvenes sin apoyo religioso

42 Mi pensamiento se dirige después a los niños y a los jóvenes, cada vez más numerosos, nacidos y educados en un hogar no cristiano, o al menos no practicante, pero deseosos de conocer la fe cristiana. Se les deberá asegurar una catequesis adecuada para que puedan creer en la fe y vivirla progresivamente, a pesar de la falta de apoyo, acaso a pesar de la oposición que encuentren en su familia y en su ambiente.


Adultos

43 Continuando la serie de destinatarios de la catequesis, no puedo menos de poner de relieve ahora una de las preocupaciones más constantes de los Padres del Sínodo, impuesta con vigor y con urgencia por las experiencias que se están dando en el mundo entero: se trata del problema central de la catequesis de los adultos. Esta es la forma principal de la catequesis porque está dirigida a las personas que tienen las mayores responsabilidades y la capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente desarrollada. (90) La comunidad cristiana no podría hacer una catequesis permanente sin la participación directa y experimentada de los adultos, bien sean ellos destinatarios o promotores de la actividad catequética. El mundo en que los jóvenes están llamados a vivir y dar testimonio de la fe que la catequesis quiere ahondar y afianzar, está gobernado por los adultos: la fe de éstos debería igualmente ser iluminada, estimulada o renovada sin cesar con el fin de penetrar las realidades temporales de las que ellos son responsables. Así pues, para que sea eficaz, la catequesis ha de ser permanente y sería ciertamente vana si se detuviera precisamente en el umbral de la edad madura puesto que, si bien ciertamente de otra forma, se revela no menos necesaria para los adultos.

(90) Cf. Vaticano II,
CD 14: AAS 58 (1966), p. 679; AGD 14: AAS 58 (1966), pp. 962-963, S. Congregación para el Clero, Directorium Catechisticum Generale, n. 20: AAS 64 (1972). p. 112; cf. también Ordo initiationis christianae adultorum.


Cuasi catecúmenos

44 Entre estos adultos que tienen necesidad de la catequesis, nuestra preocupación pastoral y misionera se dirige a los que, nacidos y educados en regiones todavía no cristianizadas, no han podido profundizar la doctrina cristiana que un día las circunstancias de la vida les hicieron encontrar; a los que en su infancia recibieron una catequesis proporcionada a esa edad, pero que luego se alejaron de toda práctica religiosa y se encuentran en la edad madura con conocimientos religiosos más bien infantiles; a los que se resienten de una catequesis sin duda precoz, pero mal orientada o mal asimilada; a los que, aun habiendo nacido en países cristianos, incluso dentro de un cuadro sociológicamente cristiano, nunca fueron educados en su fe y, en cuanto adultos, son verdaderos catecúmenos.


Catequesis diversificadas y complementarias

45 Así pues, los adultos de cualquier edad, incluidas las personas de edad avanzada —que merecen atención especial dada su experiencia y sus problemas— son destinatarios de la catequesis igual que los niños, los adolescentes y los jóvenes. Habría que hablar también de los emigrantes, de las personas marginadas por la evolución moderna, de las que viven en las barriadas de las grandes metrópolis, a menudo desprovistas de iglesias, de locales y de estructuras adecuadas. Por todos ellos quiero formular votos a fin de que se multipliquen las iniciativas encaminadas a su formación cristiana con los instrumentos apropiados (medios audio-visuales, publicaciones, mesas redondas, conferencias), de suerte que muchos adultos puedan suplir las insuficiencias o deficiencias de la catequesis, o completar armoniosamente, a un nivel más elevado, la que recibieron en la infancia, o incluso enriquecerse en este campo hasta el punto de poder ayudar más seriamente a los demás.

Con todo, es importante que la catequesis de los ninos y de los jóvenes, la catequesis permanente y la catequesis de adultos no sean compartimientos estancos e incomunicados. Más importante aún es que no haya ruptura entre ellas. Al contrario, es menester propiciar su perfecta complementariedad: los adultos tienen mucho que dar a los jóvenes y a los niños en materia de catequesis, pero también pueden recibir mucho de ellos para el crecimiento de su vida cristiana.

Hay que repetirlo: en la Iglesia de Jesucristo nadie debería sentirse dispensado de recibir la catequesis; pensamos incluso en los jóvenes seminaristas y religiosos, y en todos los que están destinados a la tarea de pastores y catequistas, los cuales desempeñarán mucho mejor ese ministerio si saben formarse humildemente en la escuela de la Iglesia, la gran catequista y a la vez la gran catequizada.



CAPÍTULO VI: MÉTODOS Y MEDIOS DE LA CATEQUESIS


Medios de comunicación social

46 Desde la enseñanza oral de los Apóstoles a las cartas que circulaban entre las Iglesias y hasta los medios más modernos, la catequesis no ha cesado de buscar los métodos y los medios más apropiados a su misión, con la participación activa de las comunidades, bajo impulso de los Pastores Este esfuerzo debe continuar.

Me vienen espontáneamente al pensamiento las grandes posibilidades que ofrecen los medios de comunicación social y los medios de comunicación de grupos: televisión, radio, prensa, discos, cintas grabadas, todo lo audio-visual. Los esfuerzos realizados en estos campos son de tal alcance que pueden alimentar las más grandes esperanzas. La experiencia demuestra, por ejemplo, la resonancia de una enseñanza radiofónica o televisiva, cuando sabe unir una apreciable expresión estética con una rigurosa fidelidad al Magisterio. La Iglesia tiene hoy muchas ocasiones de tratar estos problemas —incluidas las jornadas de los medios de comunicación social—, sin que sea necesario extenderse aquí sobre ello no obstante su capital importancia.



Múltiples lugares, momentos o reuniones por valorizar

47 Pienso asimismo en diversos momentos de gran importancia en que la catequesis encuentra cabalmente su puesto: por ejemplo, las peregrinaciones diocesanas, regionales o nacionales, que son más provechosas si están centradas en un tema escogido con acierto a partir de la vida de Cristo, de la Virgen y de los Santos; las misiones tradicionales, tantas veces abandonadas con excesiva prisa, y que son insustituibles para una renovación periódica y vigorosa de la vida cristiana —hay que reanudarlas y remozarlas—; los círculos bíblicos, que deben ir más allá de la exégesis para hacer vivir la Palabra de Dios; las reuniones de las comunidades eclesiales de base, en la medida en que se atengan a los criterios expuestos en la Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi". (91) Quiero recordar también los grupos de jóvenes que en ciertas regiones, con denominaciones y fisonomías distintas —mas con el mismo fin de dar a conocer a Jesucristo y de vivir el Evangelio—, se multiplican y florecen como en una primavera muy reconfortante para la Iglesia: grupos de acción católica, grupos caritativos, grupos de oración, grupos de reflexión cristiana, etc Estos grupos suscitan grandes esperanzas para la Iglesia del mañana. Pero en el nombre de Jesús conjuro a los jóvenes que los forman, a sus responsables y a los sacerdotes que les consagran lo mejor de su ministerio: no permitáis por nada del mundo que en estos grupos, ocasiones privilegiadas de encuentro, ricos en tantos valores de amistad y solidaridad juveniles, de alegría y de entusiasmo, de reflexión sobre los hechos y las cosas, falte un verdadero estudio de la doctrina cristiana. En ese caso se expondrían —y el peligro, por desgracia, se ha verificado sobradamente— a decepcionar a sus miembros y a la Iglesia misma.

El esfuerzo catequético, posible en estos lugares y en otros muchos, tiene tantas más probabilidades de ser acogido y de dar sus frutos, cuanto más se respete su naturaleza propia. Con una inserción apropiada, conseguirá esa diversidad y complementaridad de contactos que le permite desarrollar toda la riqueza de su concepto, mediante la triple dimensión de palabra, de memoria y de testimonio —de doctrina, de celebración y de compromiso en la vida— que el mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios ha puesto en evidencia. (92)

(91) Cf. n.
EN 58: AAS 68 (1976), pp. 46-49.
(92) Cf. Synodus Episcoporum: De catechesi hoc nostro tempore tradenda praesertim pueris atque iuvenibus, Ad Populum Dei Nuntius, nn. 7-10: loc. cit., pp. 9-12; cf. "L'Osservatore Romano" (30 octubre 1977), p. 3.


Homilía

48 Esta observación vale más aún para la catequesis que se hace dentro del cuadro litúrgico y concretamente en la asamblea litúrgica: respetando lo específico y el ritmo propio de este cuadro, la homilía vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la catequesis y lo conduce a su perfeccionamiento natural; al mismo tiempo impulsa a los discípulos del Señor a emprender cada día su itinerario espiritual en la verdad, la adoración y la acción de gracias. En este sentido se puede decir que la pedagogía catequética encuentra, a su vez, su fuente y su plenitud en la eucaristía dentro del horizonte completo del año litúrgico. La predicación centrada en los textos bíblicos, debe facilitar entonces, a su manera, el que los fieles se familiaricen con el conjunto de los misterios de la fe y de las normas de la vida cristiana. Hay que prestar una gran atención a la homilía: ni demasiado larga, ni demasiado breve, siempre cuidadosamente preparada, sustanciosa y adecuada, y reservada a los ministros autorizados. Esta homilía debe tener su puesto en toda eucaristía dominical o festiva, y también en la celebración de los bautismos, de las liturgias penitenciales, de los matrimonios, de los funerales. Es éste uno de los beneficios de la renovada liturgia.


Publicaciones catequéticas

49 En medio de este conjunto de vías y de medios —toda actividad de la Iglesia tiene una dimensión catequética— las obras de catecismo, lejos de perder su importancia esencial, adquieren nuevo relieve. Uno de los aspectos más interesantes del florecimiento actual de la catequesis consiste en la renovación y multiplicación de los libros catequéticos que en la Iglesia se ha verificado un poco por doquier. Han visto la luz obras numerosas y muy logradas, y constituyen una verdadera riqueza al servicio de la enseñanza catequética. Pero hay que reconocer igualmente, con honradez y humildad, que esta floración y esta riqueza han llevado consigo ensayos y publicaciones equívocas y perjudiciales para los jóvenes y para la vida de la Iglesia. Bastante a menudo, aquí y allá, con el fin de encontrar el lenguaje más apto o de estar al día en lo que atañe a los métodos pedagógicos, ciertas obras catequéticas desorientan a los jóvenes y aun a los adultos, ya por la omisión, consciente o inconsciente, de elementos esenciales a la fe de la Iglesia, ya por la excesiva importancia dada a determinados temas con detrimento de los demás, ya sobre todo por una visión global harto horizontalista, no conforme con la enseñanza del Magisterio de la Iglesia.

No basta, por tanto, que se multipliquen las obras catequéticas. Para que respondan a su finalidad, son indispensables algunas condiciones:

- que conecten con la vida concreta de la generación a la que se dirigen, teniendo bien presentes sus inquietudes y sus interrogantes, sus luchas y sus esperanzas;

- que se esfuercen por encontrar el lenguaje que entiende esa generación;

- que se propongan decir todo el mensaje de Cristo y de su Iglesia, sin pasar por alto ni deformar nada, exponiéndolo todo según un eje y una estructura que hagan resaltar lo esencial;

- que tiendan realmente a producir en sus usuarios un conocimiento mayor de los misterios de Cristo en orden a una verdadera conversión y a una vida más conforme con el querer de Dios.



Catecismos

50 Todos los que asumen la pesada tarea de preparar estos instrumentos catequéticos, y con mayor razón el texto de los catecismos, no pueden hacerlo sin la aprobación de los Pastores que tienen autoridad para darla, ni sin inspirarse lo más posible en el Directorio general de Catequesis que sigue siendo norma de referencia. (93)

A este respecto, no puedo menos de animar fervientemente a las Conferencias episcopales del mundo entero: que emprendan, con paciencia pero también con firme resolución, el imponente trabajo a realizar de acuerdo con la Sede Apostólica, para lograr catecismos fieles a los contenidos esenciales de la Revelación y puestos al día en lo que se refiere al método, capaces de educar en una fe robusta a las generaciones cristianas de los tiempos nuevos.

Esta breve mención a los medios y a las vías de la catequesis contemporánea no agota la riqueza de las proposiciones elaboradas por los Padres del Sínodo. Es reconfortante pensar que en cada país se realiza actualmente una preciosa colaboración para una renovación más orgánica y más segura de estos aspectos de la catequesis. ¿Cómo es posible dudar de que la Iglesia pueda encontrar personas competentes y medios adaptados para responder, con la gracia de Dios, a las exigencias complejas de la comunicación con los hombres de nuestro tiempo?

(93) Cf. S Congregación para el Clero, Directorium Catechisticum Generale, nn 119-121; 134: AAS 64 (1972), pp. 166-167; 172.



CAPÍTULO VII: CÓMO DAR LA CATEQUESIS


Diversidad de métodos

51 La edad y el desarrollo intelectual de los cristianos, su grado de madurez eclesial y espiritual y muchas otras circunstancias personales postulan que la catequesis adopte métodos muy diversos para alcanzar su finalidad específica: la educación en la fe. Esta variedad es requerida también, en un plano más general, por el medio socio-cultural en que la Iglesia lleva a cabo su obra catequética.

La variedad en los métodos es un signo de vida y una riqueza. Así lo han considerado los Padres de la IV Asamblea general del Sínodo, llamando la atención sobre las condiciones indispensables para que sea útil y no perjudique a la unidad de la enseñanza de la única fe.



Al servicio de la Revelación y de la conversión

52 La primera cuestión de orden general que se presenta concierne el riesgo y la tentación de mezclar indebidamente la enseñanza catequética con perspectivas ideológicas, abierta o larvadamente, sobre todo de índole político-social, o con opciones políticas personales. Cuando estas perspectivas predominan sobre el mensaje central que se ha de transmitir, hasta oscurecerlo y relegarlo a un plano secundario, incluso hasta utilizarlo para sus fines, entonces la catequesis queda desvirtuada en sus raíces El Sínodo ha insistido con razón en la necesidad de que la catequesis se mantenga por encima de las tendencias unilaterales divergentes —de evitar las "dicotomías"— aun en el campo de las interpretaciones teológicas dadas a tales cuestiones. La pauta que ha de procurar seguir es la Revelación, tal como la transmite el Magisterio universal de la Iglesia en su forma solemne u ordinaria. Esta Revelación es la de un Dios creador y redentor, cuyo Hijo, habiendo venido entre los hombres hecho carne, no sólo entra en la historia personal de cada hombre, sino también en la historia humana, convirtiéndose en su centro. Esta es, por tanto, la Revelación de un cambio radical del hombre y del universo, de todo lo que forma el tejido de la existencia humana, bajo la influencia de la Buena Nueva de Jesucristo. Una catequesis así entendida supera todo moralismo formalista, aun cuando incluya una verdadera moral cristiana. Supera principalmente todo mesianismo temporal, social o político. Apunta a alcanzar el fondo del hombre.


Encarnación del mensaje en las culturas

53 Abordo ahora una segunda cuestión. Como decía recientemente a los miembros de la Comisión bíblica, "el término "aculturación" o "inculturación", además de ser un hermoso neologismo, expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la Encarnación". (94) De la catequesis como de la evangelización en general, podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas. Para ello, la catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto (95) y ayudarles a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos. Se recordará a menudo dos cosas:

- por una parte, el Mensaje evangélico no se puede pura y simplemente aislarlo de la cultura en la que está inserto desde el principio (el mundo bíblico y, más concretamente, el medio cultural en el que vivió Jesús de Nazaret); ni tampoco, sin graves pérdidas, podrá ser aislado de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos; dicho Mensaje no surge de manera espontánea en ningún "humus" cultural; se transmite siempre a través de un diálogo apostólico que está inevitablemente inserto en un cierto diálogo de culturas;

- por otra parte, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora. Cuando penetra una cultura ¿quién puede sorprenderse de que cambien en ella no pocos elementos? No habría catequesis si fuese el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto con las culturas.

En ese caso ocurría sencillamente lo que san Pablo llama, con una expresión muy fuerte, "reducir a nada la cruz de Cristo". (96)

Otra cosa sería tomar como punto de arranque, con prudencia y discernimiento, elementos —religiosos o de otra índole— que forman parte del patrimonio cultural de un grupo humano para ayudar a las personas a entender mejor la integridad del misterio cristiano. Los catequistas auténticos saben que la catequesis "se encarna" en las diferentes culturas y ambientes: baste pensar en la diversidad tan grande de los pueblos, en los jóvenes de nuestro tiempo, en las circunstancias variadísimas en que hoy día se encuentran las gentes; pero no aceptan que la catequesis se empobrezca por abdicación o reducción de su mensaje, por adaptaciones, aun de lenguaje, que comprometan el "buen depósito" de la fe, (97) o por concesiones en materia de fe o de moral; están convencidos de que la verdadera catequesis acaba por enriquecer a esas culturas, ayudándolas a superar los puntos deficientes o incluso inhumanos que hay en ellas y comunicando a sus valores legítimos la plenitud de Cristo. (98)

(94) AAS 71 (1979), p. 607.
(95) Cf.
Rm 16,25 Ep 3,5.
(96) Cf. 1Co 1,17.
(97) Cf. 2Tm 1,14.
(98) Cf. Jn 1,16 Ep 1,10.


Aportación de las devociones populares

54 Otra cuestión de método concierne a la valorización, mediante la enseñanza catequética, de los elementos válidos de la piedad popular Pienso en las devociones que en ciertas regiones practica el pueblo fiel con un fervor y una rectitud de intención conmovedores, aun cuando en muchos aspectos haya que purificar, o incluso rectificar, la fe en que se apoyan. Pienso en ciertas oraciones fáciles de entender y que tantas gentes sencillas gustan de repetir. Pienso en ciertos actos de piedad practicados con deseo sincero de hacer penitencia o de agradar al Señor. En la mayor parte de esas oraciones o de esas prácticas, junto a elementos que se han de eliminar, hay otros que, bien utilizados, podrían servir muy bien para avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo o de su mensaje: el amor y la misericordia de Dios, la Encarnación de Cristo, su cruz redentora y su resurrección, la acción del Espíritu en cada cristiano y en la Iglesia, el misterio del más allá, la práctica de las virtudes evangélicas, la presencia del cristiano en el mundo, etc. Y ¿por qué motivo íbamos a tener que utilizar elementos no cristianos —incluso anticristianos— rehusando apoyarnos en elementos que, aun necesitando revisión y rectificación, tienen algo cristiano en su raíz?


Memorización

55 La última cuestión metodológica que conviene al menos subrayar —más de una vez se hizo alusión a ella en el Sínodo— es la memorización. Los comienzos de la catequesis cristiana, que coincidieron con una civilización eminentemente oral, recurrieron muy ampliamente a la memorización. Y la catequesis ha conocido una larga tradición de aprendizaje por la memoria de las principales verdades. Todos sabemos que este método puede presentar ciertos inconvenientes: no es el menor el de prestarse a una asimilación insuficiente, a veces casi nula, reduciéndose todo el saber a fórmulas que se repiten sin haber calado en ellas. Estos inconvenientes, unidos a las características diversas de nuestra civilización, han llevado aquí o allí a la supresión casi total —definitiva, por desgracia, según algunos— de la memorización en la catequesis. Y sin embargo, con ocasión de la IV Asamblea general del Sínodo, se han hecho oír voces muy autorizadas para reequilibrar con buen criterio la parte de la reflexión y de la espontaneidad, del diálogo y del silencio, de los trabajos escritos y de la memoria. Por otra parte, determinadas culturas tienen en gran aprecio la memorización.

¿Por qué, mientras en la enseñanza profana de ciertos países se elevan críticas cada vez más numerosas contra las lamentables consecuencias que se siguen del menosprecio de esa facultad humana que es la memoria, por qué no tratar de revalorizarla en la catequesis de manera inteligente y aún original, tanto más cuanto la celebración o "memoria" de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación exige que se tenga un conocimiento preciso? Una cierta memorización de las palabras de Jesús, de pasajes bíblicos importantes, de los diez mandamientos, de fórmulas de profesión de fe, de textos litúrgicos, de algunas oraciones esenciales, de nociones-clave de la doctrina…, lejos de ser contraria a la dignidad de los jóvenes cristianos, o de constituir un obstáculo para el diálogo personal con el Señor, es una verdadera necesidad, como lo han recordado con vigor los Padres sinodales. Hay que ser realistas. Estas flores, por así decir, de la fe y de la piedad no brotan en los espacios desérticos de una catequesis sin memoria. Lo esencial es que esos textos memorizados sean interiorizados y entendidos progresivamente en su profundidad, para que sean fuente de vida cristiana personal y comunitaria.

La pluralidad de métodos en la catequesis contemporánea puede ser signo de vitalidad y de ingeniosidad. En todo caso, conviene que el método escogido se refiera en fin de cuentas a una ley fundamental para toda la vida de la Iglesia: la fidelidad a Dios y la fidelidad al hombre, en una misma actitud de amor.



CAPÍTULO VIII: LA ALEGRÍA DE LA FE EN UN MUNDO DIFÍCIL


Afirmar la identidad cristiana…

56 Vivimos en un mundo difícil donde la angustia de ver que las mejores realizaciones del hombre se le escapan y se vuelven contra él, (99) crea un clima de incertidumbre. Es en este mundo donde la catequesis debe ayudar a los cristianos a ser, para su gozo y para el servicio de todos, "luz" y "sal". (100) Ello exige que la catequesis les dé firmeza en su propia identidad y que se sobreponga sin cesar a las vacilaciones, incertidumbres y desazones del ambiente. Entre otras muchas dificultades, que son otros tantos desafíos para la fe, pongo de relieve algunas para ayudar a la catequesis a superarlas.

(99) Cf.
RH 15-16: AAS 71 (1979), pp, 286-295.
(100) Cf. Mt 5,13-16.


… en un mundo indiferente …

57 Se hablaba mucho, hace algunos años, de un mundo secularizado, de una era postcristiana. La moda pasa… Pero permanece una realidad profunda. Los cristianos de hoy deben ser formados para vivir en un mundo que ampliamente ignora a Dios o que, en materia religiosa, en lugar de un diálogo exigente y fraterno, estimulante para todos, cae muy a menudo en un indiferentismo nivelador, cuando no se queda en una actitud menospreciativa de "suspicacia" en nombre de sus progresos en materia de "explicaciones" científicas. Para "entrar" en este mundo, para ofrecer a todos un "diálogo de salvación" (101) donde cada uno se siente respetado en su dignidad fundamental, la de buscador de Dios, tenemos necesidad de una catequesis que enseñe a los jóvenes y a los adultos de nuestras comunidades a permanecer lúcidos y coherentes en su fe, a afirmar serenamente su identidad cristiana y católica, a "ver lo invisible" (102) y a adherirse de tal manera al absoluto de Dios que puedan dar testimonio de Él en una civilización materialista que lo niega.

(101. Cf. Pablo VI, Enc. Ecclesiam suam, III parte: AAS 56 (1964), pp. 637-659.
(102) Cf.
He 11,27.


… con la pedagogía original de la fe

58 La originalidad irreductible de la identidad cristiana tiene como corolario y condición una pedagogía no menos original de la fe. Entre las numerosas y prestigiosas ciencias del hombre que han progresado enormemente en nuestros días, la pedagogía es ciertamente una de las más importantes. Las conquistas de las otras ciencias —biología, psicología, sociología— le ofrecen aportaciones preciosas. La ciencia de la educación y el arte de enseñar son objeto de continuos replanteamientos con miras a una mejor adaptación o a una mayor eficacia, con resultados por lo demás desiguales.

Pues bien, también hay una pedagogía de la fe y nunca se ponderará bastante lo que ésta puede hacer en favor de la catequesis. En efecto, es cosa normal adaptar, en beneficio de la educación en la fe, las técnicas perfeccionadas y comprobadas de la educación en general. Sin embargo es importante tener en cuenta en todo momento la originalidad fundamental de la fe. Cuando se habla de pedagogía de la fe, no se trata de transmitir un saber humano, aun el más elevado; se trata de comunicar en su integridad la Revelación de Dios. Ahora bien, Dios mismo, a lo largo de toda la historia sagrada y principalmente en el Evangelio, se sirvió de una pedagogía que debe seguir siendo el modelo de la pedagogía de la fe. En catequesis, una técnica tiene valor en la medida en que se pone al servicio de la fe que se ha de transmitir y educar, en caso contrario, no vale.



Lenguaje adaptado al servicio del Credo

59 Un problema, próximo al anterior es el del lenguaje. Todos saben la candente actualidad de este tema. ¿No es paradójico constatar también que los estudios contemporáneos, en el campo de la comunicación, de la semántica y de la ciencia de los símbolos, por ejemplo, dan una importancia notable al lenguaje; mas, por otra parte, el lenguaje es utilizado abusivamente hoy al servicio de la mistificación ideológica, de la masificación del pensamiento y de la reducción del hombre al estado de objeto?
Todo eso influye notablemente en el campo de la catequesis. En efecto, ésta tiene el deber imperioso de encontrar el lenguaje adaptado a los niños y a los jóvenes de nuestro tiempo en general, y a otras muchas categorías de personas: lenguaje de los estudiantes, de los intelectuales, de los hombres de ciencia; lenguaje de los analfabetos o de las personas de cultura primitiva; lenguaje de los minusválidos, etc. San Agustín se encontró ya con ese problema y contribuyó a resolverlo para su época con su famosa obra De catechizandis rudibus. Tanto en catequesis como en teología, el tema del lenguaje es sin duda alguna primordial. Pero no está de más recordarlo aquí: la catequesis no puede aceptar ningún lenguaje que, bajo el pretexto que sea, aun supuestamente científico, tenga como resultado desvirtuar el contenido del Credo. Tampoco es admisible un lenguaje que engañe o seduzca. Al contrario, la ley suprema es que los grandes progresos realizados en el campo de la ciencia del lenguaje han de poder ser utilizados por la catequesis para que ésta pueda "decir" o "comunicar" más fácilmente al niño, al adolescente, a los jóvenes y a los adultos de hoy todo su contenido doctrinal sin deformación.




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