DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § V. Excursión a Galilea



§ VI. Las parábolas

39. «Habiendo salido Jesús de la casa, dice el Evangelista, se juntaron a él muchas gentes, que acudían de todas las poblaciones cercanas. Dirigiose, pues, a la orilla del lago, y para librarse de la opresión de la multitud, entró en una barca que había en la ribera. Y habiéndose sentado, hablaba en parábolas y enseñaba al pueblo que se quedó a la orilla. Escuchad, dijo. Salió una vez cierto sembrador a sembrar. Y a medida que iba sembrando, unos granos cayeron cerca del camino y fueron pisados, y acudiendo las aves del cielo, se los comieron, y otros cayeron en lugares pedregosos, en donde había poca tierra, y luego nacieron por no poder profundizar en tierra; mas calentando el sol, se abrasaron, y como carecía el tallo de savia y no tenía raíz, se secaron. Y otros cayeron en medio de las espinas, y creciendo las espinas los ahogaron. Y otros, en fin, cayeron en buena tierra y dieron fruto, donde ciento por uno, donde sesenta y donde treinta. -Y habiendo hablado así, levantó la voz, diciendo: El que tiene oídos para oír, escuche. Acercándose después los discípulos que estaban con él, le preguntaron: ¿Por qué les hablas en parábolas, y cuál es el sentido de ésta? -Respondiendo Jesús, les dijo: Porque a vosotros se os ha dado el privilegio de conocer los misterios del reino de los cielos, y a ellos no se les ha dado; pues respecto de los extraños o incrédulos debe manifestárseles todo en parábolas, a fin de que, viendo con sus ojos, no vean, y oyendo con sus oídos, no oigan ni comprendan; por temor de llegar a convertirse y de que se les perdonen sus pecados 691. Porque al que tiene lo que debe tener, se le dará aun más y estará en la [381] abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. He aquí por qué hablo a estos incrédulos en parábolas. Así se verifica en ellos la profecía de Isaías, que dice: Oiréis con los oídos, y no entenderéis, y por más que miréis con vuestros ojos, no veréis. Porque ha endurecido este pueblo su corazón y ha cerrado sus oídos y tapado sus ojos a la luz, a fin de no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, por miedo de que convirtiéndose, yo le dé la salud 692. Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos porque oyen 693».

40. «¿No sabéis, pues, añadió Jesús, el sentido de esta parábola? ¿Cómo podréis entonces comprender las demás? Escuchad, pues, la significación. La semilla es la palabra de Dios. El sembrador es el ministro de la palabra. La que cae en el camino es la figura de aquellos hombres que oyen la palabra, pero que se la dejan sacar de su corazón por el demonio, para que no crean ni se salven. La semilla que cae en la piedra representa la palabra que acogen desde luego con gozo los hombres inconstantes. Pero no echa raíces en ellos, y así creen por una temporada, y al tiempo de venir la tentación, se vuelven atrás, y luego que viene alguna tribulación o persecución por causa de la palabra de Dios, al instante se rinden. Siendo efímera su fe, se retiran al tiempo de la prueba. El grano que cae entre espinas, es la figura de aquellos que escuchan la palabra; pero después la dejan sofocar con los cuidados y las riquezas y las delicias de la vida, y así nunca llega a dar fruto. La que se siembra en buena tierra, representa a los que reciben la palabra con un corazón lleno de rectitud y de sinceridad, y la conservan con cuidado y la hacen fructificar con la perseverancia 694». Así hablaba el Salvador. Por esto sin duda el racionalismo moderno, examinando cada una de sus palabras, no encuentra en ellas nada teológico, ni sobre todo, nada que se parezca a una doctrina sacerdotal.

41. «Jesús, continúa el Evangelio, propuso en seguida esta otra parábola al pueblo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo. Pero mientras los criados estaban durmiendo, vino cierto enemigo suyo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Estando ya el trigo en yerba, y apuntando [382] la espiga, descubriose asimismo la cizaña. Y yendo los criados del padre de familias a encontrarle, le dijeron: Señor ¿no sembraste buena simiente en tu campo? Pues ¿cómo tiene cizaña? -Y él les contestó: Algún enemigo mío la habrá sembrado. -Y los criados le replicaron: ¿Quieres que vayamos y la arranquemos? -No, dijo él, no sea que arrancando la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer uno y otra hasta la siega, y en el tiempo de la siega diré a los segadores: Coged primero la cizaña y haced gavillas de ella para el fuego, y recoged el trigo para mi granero 695».

42. «Jesús decía también. El reino de Dios viene a ser a manera de un hombre que siembra su heredad; y ya duerma o vele noche y día, la simiente va brotando y creciendo, sin que el hombre lo advierta. Porque la tierra produce de suyo, primero el trigo en yerba, luego la espiga, y por último el grano lleno en la espiga. Y después que está el fruto maduro, se le echa la hoz, porque llegó ya el tiempo de la siega 696».

43. ¿A qué compararé yo también el reino de Dios? Con otra imagen os lo representaré. El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza que tomó en su mano un hombre, y le sembró en su campo. El cual es a la verdad menudísimo entre todas las semillas; pero en creciendo, viene a ser mayor que las demás plantas que se cultivan, y hácese árbol, que extiende sus ramas, de forma que vienen las aves del cielo y anidan en ellas 697».

44. «El reino de los cielos es semejante a la levadura que mezcla una mujer en tres satos o celemines de harina, hasta que ha fermentado toda la masa. -Es semejante a un tesoro escondido en el campo, que si lo halla un hombre, lo encubre de nuevo y gozoso del hallazgo, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. -También es semejante a un mercader que trata en perlas finas, y viniéndole a las manos una de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra. -O bien es asimismo semejante a una red barredera, que echada en el mar, allega todo género de peces; la cual, en estando llena, sacándola los pescadores y sentándose en la orilla, van escogiendo los buenos y los meten en cestos, y arrojan los de mala calidad. Así sucederá en el fin del siglo; vendrán los Ángeles y separarán los malos de en medio de los justos, para precipitarlos [383] en el horno de fuego, y allí será el llanto y el crujir de dientes. ¿Habéis entendido bien todas estas cosas? -Sí, Señor, dijeron ellos. -Y él entonces añadió: Por eso todo doctor instruido en lo que mira al reino de los cielos es semejante a un padre de familias, que va sacando de su repuesto cosas nuevas y cosas antiguas, según conviene 698».

45. «Tales fueron las numerosas parábolas que dirigió Jesús a la multitud, adaptando sus discursos a la inteligencia de los oyentes. Porque sólo hablaba al pueblo en parábolas; bien es verdad que aparte, se lo descifraba a sus discípulos 699. Por eso le preguntaron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. Y respondiéndoles él, les dijo: El que siembra las buenas simientes es el Hijo del hombre. Su campo es el mundo. La buena simiente son los hijos del reino, la cizaña son los hijos del maligno espíritu. -El hombre enemigo que siembra la cizaña es el diablo. La época de la siega es el fin del mundo. Y los segadores son los Ángeles. Así, pues, como se recoge la cizaña y se quema en el fuego, así sucederá al fin del mundo. Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles y quitarán de su reino todos los escándalos y a aquellos que cometan la maldad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces resplandecerán los justos como el sol en el reino de su Padre 700». -La profecía y la doctrina se aúnan, en estos símiles pronunciados en el lago de Tiberiades, en la altura del pensamiento y en la sencillez del lenguaje. Jamás habló de esta suerte mortal alguno. ¿No ha llegado a ser el grano de mostaza de la predicación evangélica, el árbol inmenso de la Iglesia, donde hallan las almas un abrigo durante veinte siglos? Y nótese de paso esta significativa particularidad que da a la parábola como un sello de su origen. La mostaza no llega en nuestras comarcas a las proporciones del arbusto más débil. Pero en los climas cálidos, como en Judea y aun en España, se desarrollan sus ramas con un vigor desconocido en Francia. Las campiñas que recorría el Salvador estaban llenas de estos arbustos, pues sabido es que en Egipto tenía la Mostaza una reputación especial entre los antiguos. Aprovechándose los Galileos de las ventajas de un terreno regado por las aguas del lago, habían introducido este cultivo remunerador en su país. Todos [384] los demás términos de comparación empleados por el divino Maestro en sus parábolas, se toman asimismo de los objetos con que se hallaban más familiarizados sus oyentes. Las redes de los pescadores, la levadura que comunica la fermentación a la masa, eran de uso cotidiano. Entre los Galileos, se revelaban las rivalidades y los odios locales con un acto de venganza criminal. Sembrábase de cizaña el campo de un enemigo, al favor de las tinieblas, o bien en la hora más calurosa del día, cuando había que interrumpir necesariamente el trabajo. El divino Maestro hace alusión a esa cobarde y pérfida costumbre, y desarrolla, con el auxilio de esta comparación, la admirable economía de la Providencia en el gobierno del mundo. En una época en que eran turbadas sin cesar las relaciones sociales, de una parte por las invasiones de Roma, y la avaricia de los procónsules, y de otra por las incursiones de los Árabes, era muy común enterrar sus tesoros para ponerlos al abrigo de la rapacidad o avidez del fisco y de los azares de la guerra. La muerte, la cautividad, el destierro, todos los incidentes de una vida amenazada sin cesar, hacían desaparecer al depositario. Así, pues, tenía una aplicación frecuente la parábola del tesoro escondido, en las costumbres de aquel tiempo. Pero Jesús eleva el pensamiento de sus oyentes hacía un tesoro mil veces más precioso; el de la verdad, de la vida sobrenatural, y de la salvación por medio del Evangelio. Finalmente, los caminos de Galilea se hallaban sin cesar cruzados por las caravanas que iban a buscar al Oriente las perlas con que se adornaban las matronas romanas. Y el Salvador habla a los Judíos de la perla inestimable, cuya posesión asegura la felicidad eterna.

46. Volviendo a las orillas del lago, donde dirigió estas palabras, a la multitud, «Jesús, continúa San Lucas, dijo a los discípulos: Vamos a la mar de Galilea para pasar a la otra orilla. -Y cuando iban por el camino, se llegó a él un Escriba, y le dijo: Señor, yo te seguiré a donde quiera que fueres. Y Jesús le respondió: Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene sobre qué reclinar la cabeza. -Otro que se hallaba entre los discípulos, le dijo: Señor, permíteme antes de seguirte, que vaya primero a dar sepultura a mi padre. Y Jesús dijo: Sígueme, y deja que los muertos (o gentes que no tienen vida de la fe) entierren a sus muertos. -Y otro dijo: Señor, yo te seguiré, pero déjame primero ir a despedirme de mi familia. -Respondiole [385] Jesús: Ninguno que después de haber puesto su mano al arado, mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios 701». La pobreza soportada valerosamente, el despego de las preocupaciones domésticas y de los intereses de familia, tales son aun las condiciones del apostolado. Este heroísmo ha llegado a ser en la Iglesia un fenómeno tan ordinario, que apenas se le advierte. ¿Es por esto menos sobrenatural, y se hace menos milagrosa su permanencia? «Siendo ya tarde, continúa el Evangelio, dijo Jesús a sus discípulos. Pasemos a la otra orilla del lago. Y habiendo éstos despedido al pueblo, pusieron la barca en movimiento, sin que Jesús se moviese del sitio en que se hallaba sentado. Íbanles acompañando también otros barcos, y mientras navegaban, se durmió Jesús, y se levantó en el mar una tormenta tan recia de viento, que arrojaba las olas en la barca, de manera que ésta se llenaba de agua, y ellos estaban en peligro. Y llegándose a él sus discípulos, le dispertaron, diciendo: Maestro, sálvanos, que perecemos. ¿Te inquieta tan poco nuestra vida?- Y Jesús les dijo: ¿Qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, mandó a los vientos y a la tempestad. Y dijo al mar: Calla, y sosiégate. Y al instante se calmó el viento y sobrevino una gran bonanza. Y dijo entonces Jesús a sus discípulos: ¿Por qué tenéis miedo? Cómo ¿no tenéis fe todavía? Entre tanto se hallaban ellos sobrecogidos de grande espanto, diciéndose unos a otros: ¿Quién pensáis que sea este hombre? ¡Manda a la mar y a los vientos, y los vientos y la mar le obedecen 702!» -«¡Así fue cómo cruzaron el lago y llegaron a la otra orilla, al territorio de los Gerasenos, situado en frente de Galilea 703».

47. La voz que mandaba a los vientos en el lago de Tiberiades, no ha cesado de dominar las borrascas políticas y las tempestades sociales. Hay una barca que atraviesa hace diez y ocho siglos las olas movedizas de las generaciones humanas. Esta barca lleva a Jesús y su doctrina. Los sucesores de los bateleros Galileos son sus pilotos y marineros. Por do quiera se levanta el viento en furiosos torbellinos; todas las pasiones desencadenadas agitan el débil esquife; la noche llega a ser profunda en las conciencias, y no se apercibe más, a la claridad de los siniestros relámpagos, que la cima espumosa de las olas prontas a sumergir la nave. El terror hiela todos [386] los ánimos. Sólo responden gritos de angustia y de aflicción al estrépito de la tormenta, y no obstante, duerme Jesús. -¡Qué! Señor, le dicen aún los tímidos. ¿Es así como os cuidáis de nuestra vida? La tempestad se ha llevado ya las velas y las jarcias; no somos más que restos flotantes. ¡Un esfuerzo postrero de la tempestad va a tragársenos para siempre! -¡Cuántas veces no se ha dicho estas palabras del desaliento y de la pusilanimidad! No es esto lo que espera el Maestro. Espera que se acerquen a él, como en otro tiempo los discípulos. Espera la súplica humilde y confiada de las almas fieles. Entonces se dispierta y se levanta en su divina majestad sobre la popa de la barca azotada por las olas. Manda a los acontecimientos y a los hombres: «Callad, entrad en calma», dice a las pasiones sublevadas. Y al punto se calma el viento y reina en el Océano humano la tranquilidad más completa.





§ VII. Muerte de San Juan Bautista

48. Entonces se verificaba un crimen en Maqueronta, en medio de las fiestas celebradas en la corte de Antipas. Habíase resuelto por Herodías la muerte de Juan Bautista. Esta mujer esperaba la ocasión de consumar, en fin, su venganza. «Presentose un día favorable, dice el Evangelio. Con motivo del aniversario de su nacimiento, dio Herodes un gran festín a los grandes de su corte, primeros capitanes de sus tropas, y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodias, la joven Salomé entró en la sala del festín, y ejecutó delante de los convidados un baile que cautivó el corazón del monarca y de todos los asistentes. El rey dijo a la joven: Pídeme lo que quieras y te lo daré al punto. Y en seguida juró solemnemente: ¡Te se concederá todo lo que me pidas aunque sea la mitad de mi reino! -Habiendo salido Salomé, fue a buscar a su madre, y le dijo: ¿Qué pediré? -La cabeza de Juan Bautista, respondió Herodías. -La bailarina volvió a entrar precipitadamente en la sala del festín, y dijo al rey: Quiero que me hagas traer luego en una fuente la cabeza de Juan Bautista. -El rey se contristó a esta demanda. Sin embargo, en consideración al juramento que acababa de hacer y a los convidados que lo habían oído, no quiso disgustar a la joven con una negativa, sino que enviando a uno de sus guardias, mandó traer la cabeza de Juan en una fuente. El guardia, pues, le [387] cortó la cabeza en la cárcel, y trájola en una fuente y se la dio a la joven, que se la entregó a su madre. A esta horrible noticia, acudieron los discípulos de Juan, y obtuvieron que les dejaran llevar el cuerpo de su maestro, al cual pusieron en un sepulcro 704».

49. La indignación que suscitó en el seno de la nación judía la muerte del santo Precursor, se halla atestiguada por el historiador Josefo. Todo el pueblo consideró como el castigo divino de este crimen inaudito la sangrienta derrota causada algún tiempo después al tetrarca por las tropas de un jefe árabe llamado Aretas. La joven Salomé, a quien acababa de asociar a semejante crimen la crueldad maternal, estaba en aquel momento desposada con el tetrarca de Iturea, Filipo. Tal vez asistía su futuro esposo a este sangriento festín. Cuando oyó a Herodes Antipas jurar, según la usanza judía, que concedería a la elegante bailarina hasta la mitad de su reino, se lisonjeó sin duda con que se iba a aumentar considerablemente la dote de la joven. Como quiera que sea, toda la narración evangélica del festín de Antipas, se halla en conformidad perfecta con el estado de las costumbres hebreas, tales como las había formado en esta época la mezcla de la civilización romana. En tiempo de Augusto se había introducido en la corte de los grandes, en todo el imperio romano, la costumbre, largo tiempo usada entre los Griegos, de terminar los festines suntuosos con danzas mímicas y con escenas sacadas de los poetas dramáticos. Un histrión judío de nacimiento obtuvo este género de triunfos en la corte de Nerón, hasta el punto de proceder la emperatriz Popea con él, como Herodes Antipas con Salomé, diciéndole públicamente que le pidiera la recompensa que quería obtener. Tal era el carácter de esta danza excepcional, ejecutada por la hija de Herodías, en presencia de convidados excitados ya por los vapores del vino. A la par de esta importación extranjera, se revela un rasgo exclusivamente judío. Las mujeres dejaban la mesa del festín cuando se prolongaba la comida, amenazando degenerar en orgía. El antiguo paganismo del Oriente, del Egipto, de Atenas y de Roma, no conoció jamás esta reserva, que nos hace comprender cómo Salomé para ejecutar su danza mímica fue obligada a entrar en la sala del festín, y cómo debió salir de ella para ir a consultar a su madre sobre la petición que debía formular al rey. [388] San Gerónimo nos ha conservado un recuerdo tradicional que se refiere a este horrible episodio y que pinta todo el furor vengativo de Herodías. «Lo que se atrevió a hacer Fulvia con la cabeza ensangrentada de Cicerón, lo hizo Herodías con la de Juan Bautista. En odio a la verdad, estas dos mujeres picaron con sus agujas de oro la lengua elocuente del uno, y la lengua inspirada del otro que les había dicho intrépidamente la verdad 705». Según el testimonio de Nicéforo Calisto, los discípulos del Precursor obtuvieron el permiso de trasladar su cuerpo a Sebaste, la antigua Samaria, para sustraerle a los últimos ultrajes que podía reservar aun a sus restos sagrados el resentimiento de Herodías. Sabido es, en efecto, que Sebaste no pertenecía ya a la dominación de Antipas, y que formaba parte de la provincia romana de Judea. Como quiera que sea, Herodías y su débil esposo expiaron más tarde su crimen. Despojados de sus Estados por Cayo, sucesor de Tiberio, fueron desde luego desterrados a Lyon en las Galias, y relegados después a España, donde arrastraron en la miseria los últimos días de una existencia maldita 706. Estos pormenores, de una autenticidad incontestable, nos los suministra el historiador Josefo. El matrimonio de la bailarina con Filipo, el tetrarca, no fue dichoso. Filipo murió prematuramente, sin haber tenido posteridad, y su viuda se desposó en segundas nupcias con Aristóbulo, rey de Cálcida, primo hermano suyo 707. Tales son las expresiones de Josefo. No ofrece las mismas garantías de autenticidad la narración del fin trágico de la bailarina, tal como lo ha consignado Nicéforo. Cruzando un día un río medio helado, dice Nicéforo, se rompió el hielo a sus pies, y se hundió hasta el cuello, encontrándola sus criados así aprisionada, y dominando con la cabeza su prisión de hielo 708.



Capítulo VII

Tercer año de ministerio público

Sumario

LOS GERASENOS.

1. Los endemoniados de Gadara. -2. Autenticidad de la narración evangélica. Pormenores topográficos -3. Particularidades de la narración evangélica. -4. Caracteres de las posesiones demoniacas. -5. Imposibilidad material de connivencia previa. -6. La lógica de Satanás y la lógica de Jesucristo. -7. El endemoniado de Gadará, figura del mundo pagano.

§ II. EL PAN DEL CIELO.

8. Primera multiplicación de los panes. -9. Autenticidad del milagro. -10. Jesús anda sobre las olas. Síguele Pedro -11. La primacía de Pedro. -12. El pan eucarístico. -13. Caracteres de autenticidad intrínseca de la narración evangélica. El pan bajado del cielo.

§ III. LOS FARISEOS.

14. La ablución farisaica de las manos antes de la comida. -15. Las observancias farisaicas. -16. Las maldiciones contra los Fariseos y los Escribas. -17. Juramentos farisaicos. -18. La señal en el cielo. Segunda multiplicación de los panes. La levadura de los Fariseos.

§ IV. EXCURSIÓN A FENICIA.

19. Herodes Antipas. -20. Un tumulto en Jerusalén. La torre de Siloé. -21. La Cananea. -22. Los hijos de la Cananea. La fe entre los Gentiles.

§ V. REGRESO A LA DECÁPOLIS.

23. El sordomudo de la Decápolis y el ciego de Bethsaida. -24. La administración del bautismo en la Iglesia Católica. -25. Tu est Petrus. -26. La confesión de San Pedro. -27. Jesús predice su pasión y su muerte.

§ VI. LA TRANSFIGURACIÓN.

28. Narración evangélica de la transfiguración. -29. La primacía y la humildad de Pedro. -30. La transfiguración permanente. -31. El racionalismo y el milagro de la transfiguración. -32. Identificación de la montaña de la Transfiguración con el Thabor. -33. El endemoniado de Dabireh. -34. La teoría evangélica del milagro.

§ VII. ÚLTIMO VIAJE A CAFARNAÚM.

35. El didracma para el Templo de Jerusalén. -36. El racionalismo y el milagro. -37. La infancia evangélica. -38. Quasimodo geniti infantes. -39. Los concilios. -40. Congregaciones y conventos. -41. Parábola del acreedor implacable. -42. Los servidores inútiles.





§ I. Los Gerasenos

1. La muerte del Precursor cerraba el cielo del Antiguo Testamento e inauguraba la era cristiana para el martirio. Durante la [390] tempestad del lago de Tiberiades, perecía el Precursor, víctima de las pasiones humanas. Así se perpetuaba la lucha entre los dos reinos de la verdad y del error, entre los Ángeles de Dios y los espíritus del mal mandados por Satanás, en un campo de batalla, vasto como el mundo y tan duradero como él. El divino Maestro quiso revelar claramente en el Evangelio el carácter de este antagonismo de los espíritus. «El príncipe del mundo debe ser lanzado de su dominio». Cuando hablaba Nuestro Señor este lenguaje en Judea, resonaban los Templos paganos con estas unánimes lamentaciones: «¡Los dioses se van! ¡Pan ha muerto! ¡Los oráculos callan!» Hay, pues, más allá de los límites de la naturaleza visible a nuestros ojos, y perceptible a nuestros sentidos, un mundo que llamamos sobrenatural, con relación a nuestra limitada inteligencia, como dice Santo Tomás de Aquino, pero que constituye, en el conjunto de la creación, un escalón superior a la humanidad, para servir de intermedio entre el hombre y Dios. «Apenas desembarcó Jesús y puso el pie en el territorio de los Gerasenos 709, dice el Evangelio, le salieron al encuentro dos endemoniados. El uno de estos hombres hacía largo tiempo que había dejado los lugares habitados; no llevaba vestidos y tenía su morada en las cuevas sepulcrales de las montañas. Era imposible refrenarle ni aun con cadenas. Porque habiéndole aherrojado los pies y las manos muchas veces con cadenas y grillos, había roto las cadenas y hecho trozos los grillos, sin que nadie pudiera domarle. Y vagaba día y noche por los sepulcros y por los montes, gritando y macerándose con agudas piedras. Y viendo de lejos a Jesús, corrió a él y prosternándose, le adoró. Y clamando en voz alta, dijo: ¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, hijo del Altísimo? ¿Has venido con el fin de atormentarnos [391] antes de tiempo? ¡Por Dios te conjuro que no me atormentes! -Porque Jesús había ya mandado al espíritu inmundo, y le decía: ¡Sal de ese hombre! Después le interrogó y le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Mi nombre es Legión, porque somos muchos. Y suplicaba con instancia al Señor que no le echara fuera de aquel país y no le obligara a volver al abismo. Y había allí paciendo en la falda del monte vecino una gran piara de puercos. Y los espíritus infernales rogaban a Jesús diciendo: Envíanos a los puercos para que entremos y estemos dentro de ellos. -Y Jesús se lo permitió. Y saliendo al instante de aquel hombre los espíritus inmundos, entraron en los puercos. Y toda la piara que era hasta de dos mil, corrió a precipitarse impetuosamente en la mar, en donde se anegaron todos. Y los que los guardaban huyeron llenos de terror a la ciudad y a las alquerías y cortijos a que pertenecían los puercos, refiriendo lo que había sucedido. Y acudió gran muchedumbre de todas las poblaciones cercanas. Y fueron a donde estaba Jesús y encontraron sentado a sus pies al hombre que había sido librado del demonio, vestido y en su sano juicio; y se llenaron de temor. Y temiendo nuevas pérdidas, comenzaron a rogar a Jesús que se retirase de su país. El Señor subió entonces en su barca, y mandó hacerse mar adentro. Pero en el momento en que ponía el pie en la barca, le suplicó el endemoniado a quien había librado del demonio que le llevase en su compañía. Pero Jesús no lo consintió, sino que le dijo: Vete a tu casa con tus parientes, y anúnciales la gran merced que el Señor te ha hecho, y cómo ha tenido misericordia de ti. Y fue y empezó a publicar en la Decápolis las maravillas que había obrado Jesús en él. Y todos quedaron pasmados 710.

2. Hallámonos aquí en presencia de una manifestación solemne de los espíritus del mal. Cuanto más extraordinarios son los pormenores, más completa es para nosotros la revelación que de ellos resalta. El episodio del endemoniado de Gadará nos da la clave de todo el mundo sobrenatural. La importancia de este hecho en la narración evangélica, nos es suficientemente atestiguado por la mención simultánea de los tres sinópticos. Todas las objeciones que pudieran imaginarse contra la realidad del suceso mismo caen ante estos tres testimonios. No faltaban racionalistas en tiempo de Nuestro [392] Señor y de los Apóstoles, como no faltan en el día. Las circunstancias de la manifestación diabólica tienen aquí un carácter que debió parecer entonces tan extraño como puede parecerlo a nuestros modernos escépticos. Ha sido, pues, preciso que fuera incontestable el hecho, para que San Mateo, San Marcos y San Lucas, a riesgo de chocar contra todas las preocupaciones de su época y de sublevar la incredulidad de todas las edades, lo inscribiesen en el Libro sagrado que encierra el conjunto de todo el dogma católico y la regla de fe de todos los siglos. Por otra parte, el suceso de Gadará tuvo una notoriedad inmensa. Esta ciudad, situada en la orilla derecha del lago de Tiberiades, era la capital de la Perea. Hallábase poblada de Siriacos que mantenían en aquel con las tribus árabes un comercio considerable. La extensión de sus ruinas, que han designado todos los viajeros modernos, confirma su importancia en la época evangélica. La reputación de sus aguas termales, que existen aún en el día con el nombre de Hammam-el-Scheik, y que se dice ser superiores en propiedades curativas a las de Tiberiades, atraía entonces allí una gran concurrencia de extranjeros. Sus alturas estaban coronadas en tiempo de Nuestro Señor, de esos bosques de encinas tan famosas en la Escritura con el nombre de encinas de Basan. Tal era, en efecto, el antiguo nombre de la comarca habitada por los Gerasenos. Antes de las erupciones volcánicas y de los terremotos 711, [393] que trasformaron la Galilea en una árida soledad, las orillas del lago con las diez ciudades que formaban su animado y risueño ceñidor, con el nombre de la Decápolis, eran uno de los puntos más poblados del Oriente. No puede, pues, invocarse aquí el ser poco conocido el teatro en que se verificó el prodigio. El Evangelista habla de muchedumbres que acudieron de todos los lugares circunvecinos a la noticia de un acontecimiento extraordinario, que interesaba hasta tal punto al país. Había, en efecto, en aquel sitio una población numerosa, activa y comerciante, a quien no podía menos de causar sensación el hecho. Todos los geógrafos antiguos confirman aquí el testimonio de los historiadores sagrados. Las numerosas piaras de puercos cebados en los bosques de encinas de este país, formaban uno de los ramos más importantes del comercio local. Los Gerasenos no eran judíos de origen, como pretende la incredulidad del siglo XVIII. Eran Siriacos y se aprovechaban precisamente de la impureza legal que afectaba en Judea a un animal declarado inmundo por Moisés, para fomentar su cría en grande escala y vender a las guarniciones romanas y a las ciudades interiores de la Siria una carne muy estimada, y de un producto considerable. Finalmente, lo que corta a nuestros ojos todas las objeciones de detalle que se ha querido suscitar contra la autenticidad del hecho mismo, es que en el año 295, recorriendo Eusebio de Cesarea la Palestina, fue a Gadará y le mostraron los habitantes las rocas, desde lo alto de las cuales se habían precipitado las piaras de puercos en el lago de Tiberiades. Pues bien, en el año 295 de nuestra era, apenas hacía medio siglo que se atrevía alguno a llamarse allí cristiano. Sin embargo, la tradición local era fija y exacta. Habíase conservado el hecho evangélico en todas las memorias, habiéndose inscrito en el mismo suelo. «Muéstrase aun en el día, dice Eusebio, una pequeña aldea llamada Gergesa, situada en las rocas de la cima desde la que se precipitó la piara de puercos en las olas del lago de Tiberiades 712». [394]

3. La autenticidad nos domina, pues, aquí de todas partes, y brilla a nuestra vista, como brilló ante los mismos Evangelistas. Pero no son menos patentes los caracteres de posesión demoniaca. La escuela mítica, desesperando destruir la veracidad del hecho, se arrojaba en otro tiempo en brazos de un sistema de interpretación naturalista sumamente curioso. Es incontestable, se decía, que Jesús calmó con el encanto de su palabra o con los secretos de una ciencia oculta, el frenesí de un alucinado en el territorio de los Gerasenos. Un médico hábil hubiera podido hacerlo; pero las prodigiosas circunstancias con que se complació en recargar el relato la imaginación de los historiadores, se explican en realidad muy naturalmente. Los pastores que guardaban las piaras en la montaña se espantaron de la carrera desordenada del frenético, cuando fue a precipitarse a los pies de Jesús. Viendo a aquel furioso loco, terror de la comarca hacía largo tiempo, cruzar desnudo y lanzando horribles gritos, sus parques y sus pasturajes, se apresuraron a recoger sus animales para tenerlos a mano. La agitación insólita, la turbación accidental que produjo el acontecimiento entre los pastores, se comunicaron a los mismos animales, y cuando se oyó el formidable grito del alucinado, prosternado ante Cristo, se apoderó un terror pánico de las piaras, que huyeron sin dirección y se arrojaron en el lago. Tal es la explicación muy natural que se atrevieron a proclamar espíritus serios en Alemania y en Francia, sin que viniera a traerles una solemne carcajada a esta ley fatal del realismo, que se impone por sí misma, y que destruye todas, las teorías preconcebidas. El animal inmundo que pone aquí en escena el Evangelio, tiene instintos particulares que ha observado todo el mundo y que destruyen todas las teorías del naturalismo. Los puercos que se precipitaron en el lago de Tiberiades eran dos mil, y no podían estar dos mil puercos bajo la guarda de un solo pastor. Basta haber visto en nuestras campiñas una piara de estos animales, cuyos hábitos no han cambiado, para convencerse de ello. Así nos dicen los Evangelistas, que los numerosos pastores que velaban en la guarda de los puercos de Gadará, corrieron a la ciudad, a las alquerías y granjas cercanas 713, a anunciar el suceso. Por consiguiente, no fue una sola piara la poseída de vértigo. En efecto, nada es menos imitador, nada tiene modos de andar menos uniformes [395] que una de estas piaras. El carnero sigue el cayado del pastor, aun antes que le provoque o le gruña el perro. Pero el puerco es indisciplinado por naturaleza; sus movimientos son bruscos, espontáneos, de una irregularidad característica. Manifiéstase en él el instinto animal por medio de saltos desenfrenados que conocen todos nuestros cazadores, y que hacen proverbialmente temible el ataque del jabalí. Cuando está domesticado, el puerco se familiariza hasta cierto punto con el dueño que le alimenta, soporta la compañía de su semejante, pero en muy reducidos límites, y bajo este concepto, pueden en el día los bosques de Lorena darnos una idea de lo que pasaba en los encinares de Basan. Piaras aisladas y diseminadas por las faldas de la montaña, separadas por distintas manadas, no podían ser dirigidas de un modo uniforme por una voz humana, por formidable que se la suponga. Los mismos pastores a la distancia en que se hallaban colocados unos de otros, a consecuencia de la misma dispersión de las manadas que conducían, no hubieran podido, a no ser por un milagro, ser afectados por un fenómeno que no pudo verse sino de un solo punto. Ahora bien, una montaña arbolada, y piaras de puercos escalonadas en pendientes, según las desigualdades del terreno y los accidentes del paisaje, se oponen absolutamente a la hipótesis naturalista, que se ha intentado hacer prevalecer. El milagro que se quiere evitar se multiplicaría aquí con todas las imposibilidades físicas, tales como el poderse ver a cierta distancia y por entre cuerpos opacos, y el poder oírse simultáneamente, en un radio demasiado extenso para que pudieran penetrarlo los sonidos más agudos.

4. El sentido común suplirá aquí todas las comisiones científicas, o más bien, la experiencia diaria, de que se sirve la ciencia como punto de partida para todos los experimentos, se halla completamente conforme con el sentido común. La fuerza de expansión de la voz humana se desarrolla con condiciones que no pueden modificar las academias. El radio visual de un ser humano no puede prolongarse más allá de las proporciones conocidas, ni sobre todo traspasar el obstáculo de una montaña interpuesta entre la vista y el objeto mismo. Por consiguiente, es absurda la hipótesis naturalista. Desbórdase lo sobrenatural en la narración evangélica, tratando en vano de impedirlo con mano impotente; porque se escapa por todas las junturas, rompiendo las barreras con que se quiere aprisionársele. [396] Así rompía el endemoniado de Gadará los grillos y las cadenas de hierro que sujetaban sus pies y sus manos. En nuestros días existe la camisola de fuerza para los locos furiosos; y no pueden desasirse de ella. ¿Acaso eran las cadenas de hierro en tiempo de los Césares menos sólidas que el girón de lienzo con que agarrotamos en el día a los locos? El Evangelista nos dice que se había puesto repetidas veces grillos en los pies y esposas en las manos al endemoniado de Gadará y que las había quebrantado del primer salto. Si se quiere ensayar con un loco del día este sistema de compresión, será fácil convencerse de que no es más elástico hoy el hierro que lo era entonces. Había, pues, otra cosa que la sobreexcitación de las fuerzas físicas, en el poseído de Gadará. Había uno de los caracteres exclusivamente propios del estado de endemoniado, a saber: una potestad de acción sobre la materia en evidente desproporción con el aparato nervioso y el sistema muscular de cualquier organismo. Los cuerpos suspendidos en el espacio fuera de todas las leyes de equilibrio o de atracción; los fenómenos de violencia exterior que consisten en romper, sin esfuerzo, los objetos más duros, o en sufrir su choque, sin experimentar lesión alguna, son hechos de posesión que ha consignado la historia, que sobreviven a las negaciones del escepticismo, y que desconciertan todas las explicaciones fundadas en el orden de la naturaleza, tanto más, cuanto que la manifestación de estos hechos extraños es siempre irregular, caprichosa, desordenada, y sobre todo, sin aplicación útil. El espiritismo ha presentado en nuestros días muchos fenómenos de este género. En un principio se hizo la ilusión de creer en el descubrimiento de un agente natural, hasta entonces ignorado. Pero las causas naturales producen efectos continuados con precisión y regularidad. El fluido eléctrico es una fuerza natural, por lo que se halla sometido a leyes físicas. Sus mismas variaciones, como las del aguja del imán o imantada, se hallan previstas y vuelven a entrar en la disciplina general a que están sometidos estos agentes. Es, pues, preciso reconocer una fuerza extraña a la naturaleza, que obra a veces sobre la naturaleza y que nunca regirán todos los progresos de la ciencia. Cuando el endemoniado de Gadará se golpeaba el pecho con piedras, parecía hallarse extinguida en él la sensibilidad nerviosa, sin que consiguiera herirle la rabia, con que él mismo se golpeaba con una mano que rompía las cadenas de hierro. Otro tanto hacían los convulsionarios [397] en cl sepulcro del diácono París: todas las comisiones académicas del siglo de Luis XIV, consignaron el hecho sin conseguir explicarlo con razones sacadas del orden natural.

5. En el endemoniado de Gadará volvemos a encontrar los demás signos de posesión diabólica observados ya en el de Cafarnaúm. Era la primera vez que desembarcaba Jesús en las riberas de los Gerasenos. El endemoniado no podía, pues, conocerle. Sin embargo, se había divulgado por la comarca la reputación del Salvador, según nos lo demuestra suficientemente la respetuosa súplica que dirigieron los habitantes del país a Jesús. Pero, el poseído vivía hacía muchos años secuestrado de todo trato con los hombres, por consiguiente, no podía ni aun haber oído el nombre del Salvador; y no obstante, apenas toca tierra la barca galilea, se precipita de lo alto de la montaña, se prosterna y exclama: «¿Qué te he hecho, Jesús, Hijo del Altísimo?» No solamente llama el poseído con su nombre este extranjero, a este desconocido, a este visitador que aparecía por primera vez, sino que le da su verdadero título: «Hijo del Altísimo», o más bien, según el estilo hebraico: Hijo de Jehovah. ¿De dónde viene esta admirable lucidez, que excedía a la del espíritu más sano, a este alucinado, a este loco furioso, como quisiera considerarle la crítica moderna? El habitante más perspicaz de esta comarca en que era personalmente desconocido el Salvador, no hubiera podido saber el verdadero nombre del personaje que llegaba en aquel momento a vista de Gadara. El racionalista más hábil del país no hubiera adivinado jamás que el desconocido que desembarcaba con algunos pescadores en la orilla era el Hijo de Jehovah. Sobre todo, se hubiera guardado bien de decirlo. Pero el endemoniado obraba y hablaba bajo el impulso de un espíritu que no era el suyo. Su lógica, así como la del poseído de Cafarnaúm, sigue un orden de ideas manifiestamente satánico. «¿Por qué vienes a atormentarnos antes de tiempo? ¡En nombre del Altísimo, te suplico que no nos atormentes así! ¡Mi nombre es Legión, porque somos muchos. No nos arrojes de este país. No nos mandes volver al abismo!» Para comprender bien estas palabras, es necesario compararlas con la palabras de Jesucristo. «Cuando el espíritu impuro es expulsado de un hombre, anda vagando por lugares áridos, buscando otra morada 714». Hay, pues, sobre nosotros y entre los principados [398] del aire, según la expresión de San Pablo, espíritus que tratan sin cegar de seducir y engañar a los hombres. Este poder data, respecto de ellos, desde el día en que les dio el pecado original una acción directa y un imperio inmediato sobre la raza humana. En el ejercicio de este ministerio de depravación encuentran alegrías infernales que mitigan en ellos el eterno tormento a que están condenados. Por esto nos enseñan San Pedro y San Judas, instruidos de las verdades del mundo sobrenatural en la escuela del divino Maestro, «que los ángeles rebeldes están reservados para el día del juicio final, es que será completo su suplicio 715». En el mismo sentido decía San Pablo, a los Corintios: «Ya sabéis que nosotros hemos de juzgar hasta a los ángeles 716». La lógica de Satanás es, pues, manifiesta en este diálogo con el Salvador. El espíritu del mal no quiere ser, antes de tiempo, antes del juicio final, lanzado de su dominio y vuelto a sumergir en el abismo eterno.

6. Pero si el demonio tiene su lógica infernal, la Redención divina de las almas tiene la suya. Es preciso que el tirano que por tanto tiempo ha dominado el mundo bajo su imperio, sea en fin desenmascarado, y que aparezca su dominación en todo su horror. El espíritu de Satanás es esencialmente el del mal; la destrucción es su triunfo; el odio que tiene al hombre, se extiende a todo el dominio del hombre y a la naturaleza misma. Los racionalistas de la era evangélica negaban la existencia de los espíritus. Nuestros modernos Saduceos no han inventado nada, y Jesucristo tuvo durante los días de su vida mortal que combatir doctrinas exactamente semejantes a las que se manifiestan en nuestros días. Hase dicho: La obra maestra de Satanás es hacer negar su propia existencia; pero la obra divina de Nuestro Señor ha sido dar a conocer a Satanás, para aniquilar su poder. Cuando decían los demonios al Salvador: «Permitidnos entrar en el cuerpo de esos puercos», preveía su malicia infernal que el desastre que iban a causar en toda la comarca tendría por resultado atemorizar a sus habitantes y alejarles de Jesús. El interés material es uno de los auxiliares más eficaces del imperio de Satanás. El divino Maestro oye, no obstante, esta súplica hipócrita; porque la fe del mundo entero debía compensar la pusilánime defección de los Gerasenos. Sondéese, en efecto, a la luz del [399] Evangelio, las profundidades del mundo demoniaco en sus relaciones con nuestro mundo visible, y se adquirirá el convencimiento de que este episodio es una completa revelación, fuera de la cual sería tan peligroso permanecer, como sería temerario querer avanzar más. El poder del demonio, terrible en su naturaleza, en su manifestación y en sus efectos, 717se halla, no obstante, sometido a la suprema voluntad de Dios. El ángel de las tinieblas, Satanás, sólo obra con el permiso de su Criador y de su juez. Así se comprende que se doble toda rodilla, al nombre de Jesús, aun en los abismos del infierno 718. La súplica dirigida al Salvador por boca del endemoniado, nos revela la ley del mundo infernal. El principio sobrenatural de la gracia falta a esta súplica, que no constituye ni un acto de esperanza ni un acto de caridad. Es la sorda imprecación del esclavo, mordiendo la cadena que le amarra, sin poder romperla. Pero es un acto de fe, el único de que son capaces los demonios, porque dice San Jacobo: «Los demonios creen 719». La subordinación absoluta de lo potestad satánica a la voluntad de Dios, tranquiliza nuestras almas contra los terrores excesivos, y nos coloca entre un temor legítimo y una esperanza segura, en el camino de la salvación. Cuanto más perversas intenciones oculta la súplica de Satanás, más tesoros de misericordia encierra la voluntad de Jesús. Lo que el demonio pretende hacer que sirva de destrucción y de ruina, Jesús lo convierte en beneficio de la santificación de las almas; y aunque el mismo Satanás trabaje en extinguir la fe en los corazones, no conseguirá más que arraigarla en ellos para siempre.

7. «Id, dice el Señor, a la legión diabólica, como si dijera: Mostrad vosotros mismos a vuestros adoradores, a qué dueño servís. Jamás comprendería el hombre, sino es por vosotros, vuestro poder infernal, y la ignominia de los dioses que él se ha dado. ¡Id pues! Esos puercos que escogéis para manifestar vuestro poder ¿valen más que el rebaño de Epicúreo cuyos reyes sois? -Al instante se precipitan los animales inmundos de todos los puntos de la montaña y van a ahogarse en las olas. No podía ser más solemne la afirmación del poder demoniaco. Nieguen, si les place, la existencia de los espíritus, los Saduceos judíos, los sofistas de Grecia y Roma, o los racionalistas de nuestro tiempo. Los Gerasenos no la negaron, y su [40] interés personal nos garantiza la veracidad de su testimonio. A la noticia del desastre que acaba de ocasionarse en su fortuna, a los gritos de los pastores espantados, acuden presurosos, y el primer objeto que hiere sus miradas es el endemoniado, libre a la sazón, sentado a los pies del Salvador, escuchando modestamente las lecciones de la sabiduría divina, con la tranquilidad de una inteligencia que ha recobrado la salud. Este hombre, terror de todo el país, ha vuelto a tomar sus vestidos; está tendido como un tímido cordero, a los pies del supremo Pastor. A este espectáculo inesperado, los Gerasenos, sobrecogidos de terror, olvidan sus propios intereses y la pérdida que acaban de sufrir. Refiéreseles todos los pormenores del prodigio, pues los pastores sólo les habían informado del accidente que sobrevino a las piaras, y ahora completan la narración los testigos del milagro. La multitud reunida de todo el país, ve a Jesús; se espanta de este poder inaudito, y suplica al divino Maestro que se aleje de sus fronteras. Esta conducta de los Gerasenos es la prueba más irrefragable de la autenticidad del milagro. ¿Qué motivo retiene el brazo de la multitud exasperada, que había perdido sus ganados? ¿Por qué no abrumaron con una lluvia de piedras al extranjero que se designaba como autor del desastre? Si los habitantes de Gadará no hubieran tenido a la vista al endemoniado curado; si no hubiesen contemplado este milagro viviente, nada hubiera detenido sus instintos de venganza. Pero, al contrario, se prosternan ante el Salvador; le suplican que se aleje de su territorio; y cuando Jesús, cediendo a sus instancias, vuelve a subir a la barca, cada cual se apresuró, sin duda, a sacar de las aguas los restos del naufragio. Sin embargo, el divino Maestro deja en medio de ellos al endemoniado ya libre, para que la persistencia de su curación y el relato que él mismo haga de ella, fueran otras tantas señales incontestables de la potestad y de la misericordia divinas. Tal es la significación del episodio de Gadara. Desde entonces, ¡cuántas almas arrancadas del poder de Satanás por la virtud redentora! Esta piara inmunda, precipitada en las aguas del lago de Tiberiades, figuraba la expulsión de Satanás a quien iba a lanzar la cruz de todos los puntos de la tierra. El reinado de Jesucristo debía establecerse sobre las ruinas del imperio demoniaco. [401]




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § V. Excursión a Galilea