DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § I. Los Gerasenos



§ II. El pan del cielo

8. «Habiendo vuelto a subir a la barca Jesús, continúa el Evangelista, pasó a la otra orilla del lago 720. El pueblo le recibió con júbilo 721, porque esperaba su regreso. Los discípulos de Juan Bautista, después de haber sepultado a su maestro, fueron a encontrar a Jesús para decirle lo que había pasado 722; y en adelante le siguieron. Los Apóstoles, después de su primera excursión a Galilea, se reunieron para volverse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado 723». La noticia de la muerte de Juan Bautista debió interrumpir la misión de los Apóstoles. Podía temerse de parte de Herodes Antipas un sistema de persecución que se extendiera a los discípulos de Jesús, después de haberse ensañado contra el Precursor. La sangre llama a la sangre bajo el poder de las tiranías sombrías y débiles que se han dejado arrastrar una vez al crimen. «Estaba próxima la festividad de la Pascua», pero Jesús no fue a Jerusalén a la solemnidad. «Venid, dijo a los Apóstoles, a descansar conmigo en el desierto. -Porque la multitud se estrechaba siempre alrededor de ellos, sin dejarles tiempo para comer. -Habiendo, pues, subido en una barca, se retiraron a la próxima soledad de Bethsaida, a la otra orilla del lago. Al verles el pueblo alejarse, adivinó su dirección y les siguió a pie, costeando la mar de Tiberiades. La muchedumbre se aumentaba por el camino con la afluencia de los habitantes del país, los cuales se le agregaban, de suerte, que al bajar Jesús de la barca, fue movido a compasión, y acogiéndola con bondad, le comunicó sus enseñanzas y curó a todos los enfermos. Después subió a la montaña y se sentó rodeado de sus discípulos. Entre tanto era ya avanzada la hora, y los Apóstoles se acercaron a Jesús y le dijeron: Este lugar es desierto y empieza a caer el día: despacha esas gentes para que vayan a las ciudades, alquerías y aldeas circunvecinas a comprar qué comer. -No tienen necesidad de ir, respondió Jesús: dadles vosotros de comer. -Pero apenas bastarían doscientos denarios, replicaron los Apóstoles, para comprar lo preciso para tanta gente. -Entonces Jesús alzó sus ojos, y viendo aquella inmensa muchedumbre que venía a él, dijo a Felipe: [402] ¿Dónde compraremos pan para que coma tanta gente? Mas esto lo decía para probar la fe de Felipe, porque Jesús sabía bien el prodigio que iba a obrar. Sin embargo, Felipe respondió: Doscientos denarios de pan no bastan para dar a cada uno un bocado. -Preguntole Jesús: ¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo. Hiciéronlo así, y uno de ellos, Andrés, hermano de Simón Pedro, volvió diciendo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente? -Había, en efecto, cerca de cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. -Y dijo Jesús a los Apóstoles: Hacedlos sentar. Estaban en un valle cubierto de yerba. Sentose la muchedumbre en la verde yerba por cuadrillas o ranchos, unos de ciento y otros de cincuenta, según la vecindad y el parentesco. Entonces tomó Jesús los cinco panes, levantó los ojos al cielo, y habiendo dado gracias a su Padre, los bendijo; los partió después, y los distribuyó a los discípulos para que se los distribuyesen a la muchedumbre. Lo mismo hizo con los peces, y cada cual comió cuanto quiso. Luego que todos se hubieron saciado, dijo a los Apóstoles: Recoged las sobras para que no se pierdan. -Hiciéronlo así, y llenaron doce canastos de los pedazos de pan y de los peces que habían quedado de los cinco panes de cebada y dos peces, después que todos hubieron comido. La muchedumbre que acababa de ser a un tiempo mismo testigo y objeto del milagro, exclamó: Verdaderamente es éste el Mesías cuyo advenimiento estaba prometido al mundo. -Y querían apoderarse de Jesús para proclamarle rey. Pero el Señor, penetrando sus pensamientos, huyó solo a la montaña, mandando a sus Apóstoles que ganaran la mar y pasasen sin él el lago de Tiberiades 724».

9. ¿Qué hubieran hecho todas las comisiones científicas del racionalismo, si hubiesen contemplado el prodigio de la multiplicación de los panes? Aquí no hay lugar para ilusiones o supercherías. Jesús cruza el lago en una barca de pescador. Suponiendo que toda la cabida del débil esquife se hubiera llenado secretamente de provisiones, no sería menos evidente la insuficiencia de los víveres para aquella muchedumbre de gente. Por otra parte, cinco mil hombres escalonados en las faldas de la montaña, desde la orilla del lago hasta la cima en que estaba sentado el divino Maestro, hubieran visto [403] pasar las cestas llenas de panes y de peces, que habría sido preciso necesariamente sacar de la barca, y nadie hubiera pensado en ver la menor apariencia de milagro en un hecho tan sencillo. Todas las circunstancias de la narración evangélica se prestan una fuerza mutua y resisten a los esfuerzos de la incredulidad. En tiempos comunes, no hubiera llegado la multitud que se agolpaba alrededor de Jesús, al número de cuatro a cinco mil hombres. Pero el Evangelista marca la fecha y nos da la razón de esta traslación en masa. «Estaba cercana la festividad de la Pascua», y en su consecuencia, comenzaba en Galilea la peregrinación anual a Jerusalén. Se viajaba por grupos de familias y de localidades. Y por esto hicieron los Apóstoles que se colocara la muchedumbre, en el orden acostumbrado, para la comida de la tarde: secundum contubernia. Cuando condujeron Jesús y María al Niño Dios, de edad de doce años, a la Ciudad Santa, se verificó el trayecto con las mismas condiciones. Esta vez esperaba sin duda la multitud que Nuestro Señor iría él mismo a la solemnidad; quería escoltarle, como el año anterior y seguir cada uno de aquellos pasos marcados con nuevas gracias y bendiciones. La reunión de los cuatro a cinco mil hombres que los Apóstoles hacen sentar en el verde valle de Bethsaida, sólo podía verificarse en Palestina, y en la época señalada por el Evangelista. Así, pues, se demuestra y se afirma por sí misma la autenticidad de la narración con caracteres irrecusables de evidencia. Como para consignar mejor el prodigio, manda Jesús a los Apóstoles informarse de la cantidad de víveres que se hallan a disposición de todo el pueblo. Los Judíos tenían la costumbre de llevar consigo cuando iban de viaje, un cesto o canastillo en que ponían las sobras de la comida anterior, y un poco heno que les servía de almohada por la noche, Juvenal se burlaba elegantemente de esta pobreza de los Hebreos, «cuyo equipo se compone de un cesto de junco y un puñado de paja, decía 725». Lo que hubiere admirado el satírico en un estoico, lo despreciaba en un pueblo detestado por su intolerancia religiosa 726. Porque no se perdonaba a la raza judía que permaneciera exclusivamente fiel al culto del verdadero Dios, como no se perdona a la Iglesia de Jesucristo, su adhesión completa a la revelación [404] Evangélica. Como quiera que sea, los doce cestos llenos con los pedazos que sobran a la muchedumbre, después de la milagrosa comida, son también un pormenor característico. Su presencia en el teatro del prodigio no se explicaría naturalmente en ninguna otra parte. En vano se buscaría en nuestras comarcas, entre la muchedumbre que se agolpa en nuestras fiestas públicas, doce cestos de que se pudiera disponer inmediatamente. Pero sabidas las costumbres de los Judíos, debía abundar entre ellos lo que no se encontraría entre nosotros. Sin embargo, no se halla en medio de tal afluencia, más que cinco panes de cebada y dos peces. El Evangelio nos da, pues, indirectamente la razón de esta penuria, cual era que se hallaban en la comarca más rica y más fértil de Palestina, a las orillas de un lago abundante en peces, en medio de aldeas y poblaciones que podían proveer con abundancia a todos los recursos de la vida. No habían tenido, pues, los peregrinos que encargarse de provisiones. Proponen los Apóstoles al Salvador, o enviarles a ellos mismos a comprar en las cercanías la cantidad de pan necesario, o despachar al pueblo, el cual hallaría en las aldeas vecinas el sustento de la tarde. Pero cuanto más se conforman estos pormenores multiplicados y exactos con las circunstancias de tiempo y de lugar en medio de los cuales se verifica el suceso, más atestiguan la realidad del milagro. ¿Saben o no, cinco mil hombres, si tienen o no consigo que comer? ¿Pueden equivocarse cinco mil hombres, al contar cinco panes de cebaba y dos peces? Finalmente, ¿es admisible su testimonio, cuando declaran haberse saciado con los panes y los peces multiplicados milagrosamente? La prueba de cada una de las fases del prodigio, se halla evidentemente al alcance de todos. Atestiguase la falta de provisiones suficientes por la inquietud de los Apóstoles, por su información entre la muchedumbre y por las respuestas de Felipe y de Andrés, hermano de Simón Pedro. El joven viajero que lleva los cinco panes de cebada y los dos peces que guarda de reserva, no podía haberse encargado, al partir, de la inmensa cantidad de víveres que supone una comida de cinco mil hombres. Finalmente, cuando toda la muchedumbre saciada con el pan milagroso, como en otro tiempo los Hebreos con el maná del desierto, quiere apoderarse de Jesucristo para hacerle rey, proclama la realidad del milagro con una energía que no disminuirá nunca el racionalismo. Si no ha sido testigo de un prodigio la multitud, ¿por qué [405] estalla en entusiasmo por el divino Maestro con tal espontaneidad? ¡Si rechazáis el milagro de la multiplicación de los panes en la montaña de Bethsaida, volvéis a caer en el milagro del delirio inexplicable que se apodera, sin el menor pretexto plausible, de una muchedumbre de cinco mil hombres! Por todas partes se desborda el prodigio. Hase cambiado el pan milagroso del desierto en el pan milagroso de la Eucaristía. En breve el divino Maestro va a desarrollarnos por sí mismo este misterio de amor, de que era preludio el episodio de Bethsaida.

10. «Habiendo llegado la tarde, continúa el Evangelio, los discípulos, obedeciendo la orden del Señor, subieron a la barca y cruzaron el lago, dirigiéndose hacia Cafarnaúm. Y ya se había hecho de noche y Jesús aún no se había juntado con ellos. Y el mar empezaba a encresparse a causa de un gran viento que soplaba. Los discípulos se pusieron a remar por espacio de veinte y cinco o treinta estadios, con grande esfuerzo, porque les era contrario el viento. Entre tanto había permanecido Jesús solo en la ribera. La barca agitada por las olas oscilaba en medio del lago. Y cerca ya de la cuarta vigilia de la noche, llega a ellos el Señor, andando sobre el mar. Viéronle sobre las olas, acercarse a la barca, y continuar su camino, como si quisiera pasar adelante. Al verle, creyeron que era algún fantasma, y en su terror, gritaron a un mismo tiempo. ¡Es un espectro! porque todos le habían visto. Pero Jesús les habló al punto, diciendo: Tened confianza. Soy yo. ¡No temáis nada! -Entonces dijo Pedro: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas. -Y él le dijo: Ven. Y bajando Pedro de la barca, andaba sobre el agua para ir a Jesús. Pero sintiendo en aquel momento un viento fuerte, se atemorizó, y habiendo empezado a hundirse, dio voces diciendo: Señor, sálvame. Y al instante, extendiendo Jesús la mano, lo cogió y le dijo: Hombre de poca fe ¿por qué has dudado? -Los discípulos le rogaron entonces que subiese a la barca; lo hizo así, y al instante calmó el viento. Y los que estaban en la barca, se acercaron a él y le adoraron, diciendo: ¡Verdaderamente eres tú el Hijo de Dios! -Un instante después llegaba la barca a Genesareth 727».

11. Pedro hace aquí, según la expresión de San Juan Crisóstomo, [406] el aprendizaje de la fe indefectible de que ha de tener el privilegio. «Así como el pajarillo, dice, que se ensaya en volar fuera del nido, y a quien no sostienen aun sus alas, necesita del auxilio maternal para sostener su vuelo, así el divino Maestro viene a sostener la debilidad de su Apóstol». La primacía de Pedro, el impulso de su fe y de su invencible valor, se afirman en este episodio con un maravilloso carácter. Todos los demás discípulos han oído la voz de Jesucristo, y han reconocido esa personalidad divina que manda a los vientos y a las olas. Cada uno de ellos ve a Jesús andar sobre las aguas como sobre una playa lisa. Y no se admiran, porque saben que es Dios. Pero la fe de Pedro avanza más. Oigamos a San Agustín desarrollar este misterio e interpretar la exclamación del Apóstol, cuando dice a Jesús: «¡Si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas!» -«No me admiro que se allanen las olas, bajo tus pies, para hacerles camino. ¿No debe estar la criatura sometida a su autor? No; esto no es para mí un motivo de admiración. -Si quieres admirarme, comunica el mismo poder a Pedro, y mándale ir hacia ti por el mismo camino. Tú eres Dios, pero yo no soy más que un hombre. Tú has querido tomar la flaqueza de mi naturaleza; dame el poder de la tuya, y llévenme las olas como a ti. Manda, Señor, que vaya hacia ti sobre las aguas. La mar se convertirá para mí en un camino practicable, si tú lo quieres, tú que has venido para ser nuestro camino 728. Sólo Pedro, el primero en la jerarquía apostólica se atreve a usar este lenguaje, porque es el primero por su adhesión y su amor 729». La embarcación en que se hallaban los discípulos era una de esas barcas pescadoras, cuyo número se elevaba, según nos dice Josefo, en su tiempo, a cerca de cuatro mil, en el lago de Tiberiades. En la época de la ruina de Jerusalén, se atrevieron los Galileos con esta ligera escuadra a empeñar un combate naval contra los trirremes de Vespasiano y de Tito. Concíbese que San Pedro pudiera saltar fácilmente la barca y descender al mar para ir hacia Jesús. Pero lo que sobrepujará siempre la inteligencia del racionalismo, es que el agua permaneciese firme bajo sus pies. La fe del príncipe de los Apóstoles obtiene un prodigio; sin embargo, esta fe no está aún confirmada en su inmutable estabilidad. El viento [407] amontonó las olas, como montañas líquidas, y Pedro tiembla. «¡Señor, sálvame!» grita. Día llegará también en que la borrasca de la persecución conmoverá el valor de Pedro, el cual debe aprender por experiencia que en el gobierno de la Iglesia, el hombre no es nada y Dios lo es todo. Jesús en las olas del lago de Genesareth, y Jesús en el tribunal del Gran Sacerdote, será por un momento abandonado. Pero también ¡qué formidables circunstancias! Pedro vacilando, es levantado por mano de Jesús en las aguas del lago, como será levantado en el pretorio por una mirada de Jesús. Después de estas dos caídas que han llegado a ser la roca de nuestra fe, dice San Agustín, no vacilará ya más Pedro, sino que se lanzará al través de las olas y de las borrascas del océano humano. La barca vacilará siempre; no cesará de soplar el viento; a veces se apoderarán del piloto y lo arrojarán en el mar; pero Jesús le levantará siempre, y Pedro conducirá siempre el esquife de la Iglesia inmortal a las riberas de la eternidad.

12. «Habiendo sabido los habitantes de Genesareth, continúa el Evangelio, que acababa de desembarcar Jesús en su territorio, empezaron a llevar los enfermos en camillas, poniéndolas a sus pies. Y donde quiera que entraba, en los lugares, en las granjas o en las ciudades, exponían los enfermos en las calles, y le suplicaban que a lo menos les dejase tocar la orla de su vestidura, y todos los que la tocaban quedaban sanos 730. Entre tanto la muchedumbre, alimentada con el pan milagroso, había pasado la noche al pie de la montaña. Al día siguiente, no viendo ya la única barca que estaba sujeta en la ribera, y sabiendo que Jesús había dejado partir a los discípulos sin acompañarles, se puso a buscarle. Y no habiéndole hallado, cruzó la muchedumbre el lago en las barcas de los pescadores de Tiberiades, y fue a Cafarnaúm a buscar a Jesús. Y habiéndole hallado, le dijo: Maestro, ¿cuándo viniste aquí? Respondioles Jesús, y dijo: En verdad, en verdad, os digo: Vosotros me buscáis, no porque visteis los milagros, sino porque os he dado de comer con aquellos panes hasta saciaros. Trabajad para obtener, no tanto el manjar que se consume, sino el que dura hasta la vida eterna, el cual os dará el Hijo del hombre, pues en éste imprimió su sello (o imagen) el Padre que es Dios. -Entonces le preguntaron: ¿Qué hemos de hacer [408] para ejercitarnos en obras del agrado de Dios? Respondió Jesús; la obra agradable a Dios consiste en que creáis en aquel que él os ha enviado. Pero, respondieron ellos: ¿pues qué milagro haces tú para que veamos y creamos? ¿Qué cosas extraordinarias haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según las palabras de la Escritura: «Moisés les dio a comer el pan del cielo». En verdad, en verdad os digo, respondió Jesús, no fue Moisés quien dio el pan del cielo; mi Padre es quien os da en este momento el verdadero pan celestial. Porque el pan de Dios es aquel que ha descendido del cielo y que da la vida al mundo. -Señor, exclamaron ellos, danos siempre este pan maravilloso. -Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; quien quiera que viene a mí, no tendrá ya hambre, y el que cree en mí, no tendrá sed jamás. Pero ya os he dicho que vosotros me habéis visto obrar milagros y no creéis aún en mí. Todos los que me da el Padre vendrán a mí, y al que viniere a mí, no le echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me envió. Y la voluntad del Padre que me envió es que yo no pierda ninguno de los que me dio, sino que los resucite en el último día. Por tanto la voluntad de mi Padre que me envió es, que todo aquel que ve o conoce al Hijo y cree en él, tenga la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. -Los Judíos entonces comenzaron a murmurar de él porque había dicho: yo soy el pan vivo que he descendido del cielo. Y decían: Por ventura, ¿no es este Jesús, hijo de Josef, cuyo padre y madre conocemos? Pues ¿cómo dice él que ha bajado del cielo? -Respondioles Jesús: no murmuréis entre vosotros. Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le atrae (con su gracia), y yo le resucitaré en el último día. Escrito está en los Profetas: «Todos serán enseñados de Dios». Y en efecto, todos aquellos que han oído al Padre y aprendido su doctrina, vienen a mí. No porque alguno haya visto al Padre, sino sólo aquel que ha nacido de Dios, éste ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo; el que cree en mí, tiene la vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Éste es el pan bajado del cielo para que el que come de él no muera. Yo soy el pan vivo que ha descendido del cielo. Quien comiere de este pan, vivirá eternamente, y el pan que yo daré por la vida (o salvación del mundo) es mi carne. -Entonces los Judíos dejaron estallar su indignación, diciendo entre sí. ¿Cómo [409] puede darnos a comer su propia carne? -Respondioles Jesús: En verdad, en verdad os digo: Si no comiereis la carne del Hijo del Hombre y bebiereis su sangre, no tendréis la vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdaderamente comida y mi sangre verdaderamente es bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como el Padre que me ha enviado vive, y yo vivo por el Padre, así el que me come, también él vivirá por mí y de mi propia vida. Éste es el pan que bajó del cielo: no como el maná que comieron vuestros padres y murieron. El que come este pan, vivirá eternamente. -Jesús dijo estas cosas enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm. Y muchos de sus discípulos, oyéndolas, dijeron: Dura es esta doctrina, ¿y quién es el que puede admitirla? Y Jesús, conociendo en sí mismo que sus discípulos murmuraban de sus palabras, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Pues qué será si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que vivifica: la carne (o el sentido carnal) de nada sirve para entender este misterio. Las palabras que os he hablado son espíritu y vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque en efecto, sabía Jesús desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar. Así, pues, añadió: Por eso os dije que ninguno puede venir a mí, si mi Padre no se lo concediere. -Desde entonces muchos de sus discípulos dejaron de seguirle, y ya no andaban con él. Entonces dijo Jesús a los doce: ¿Queréis también vosotros retiraros? -Señor, respondió Simón Pedro, ¿a quién hemos de ir? tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, Hijo de Dios. -Díjoles Jesús: ¿Por ventura, no soy yo quien os escogí a todos doce? Y no obstante, uno de vosotros es un hijo de Satanás. -Y hablaba así de Judas Iscariote, hijo de Simón, porque éste le había de entregar, aunque era uno de los doce 731».

13. La multiplicación de los panes en la montaña, este prodigio que hubiese arrastrado la fe de cualquier otro pueblo, no es suficiente para los Judíos, quienes lo juzgan inferior al de Moisés; porque, en fin, Jesús no ha multiplicado más que los panes de cebada y la carne de algunos peces para una sola comida y para una muchedumbre [410] limitada. Mas al contrario, Moisés había hecho descender el maná del cielo durante cuarenta años, alimentando así millones de hombres. Para hacer esta objeción y para manifestar semejante exigencia, era preciso ser Hebreo. Jamás un Esparciata o un Romano hubiera hablado así. Pero los hijos de Abraham, de Isaac y de Jacob estaban familiarizados con el milagro. Elías había multiplicado el aceite en vino en los vasos de la viuda de Sarepta. Este prodigio no superaba al de Moisés, y cuando se anuncia Nuestro Señor como el Mesías predicho por Moisés, se le piden milagros más prodigiosos que los de Moisés, de Elías y los demás profetas. La actitud del pueblo es tal como se podía esperar de su pasado histórico. Bajo este respecto, el Antiguo y el Nuevo Testamento se prestan uno a otro un testimonio solemne de autenticidad. Es, pues, preciso que alimente el divino Maestro con un pan milagroso, no ya una muchedumbre hambrienta en el desierto de Bethsaida, sino generaciones enteras. Es preciso que este pan baje del cielo y no sea la reproducción de un alimento terrestre. Es preciso, en fin, que no sea el prodigio un fenómeno aislado y transitorio; sino que tenga, como el maná de Moisés, los dos caracteres de la universalidad y de la duración. Pero el Salvador va más allá que las exigencias de la raza judía, y la maravilla permanente cuya institución anuncia, va a espantar a la misma incredulidad. El cuerpo y la sangre de Jesucristo serán por siempre el pan y la vida de la inmortalidad. Aquí no hay figura ni símbolo, ni metáfora. «Mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre verdaderamente es bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él. El que me coma a mí, vivirá también por mí». Es imposible equivocarse sobre la realidad positiva de esta palabra. Los Judíos se indignan al oírla. «¿Cómo, dicen ellos, puede éste darnos a comer su carne?» Esta palabra subleva a gran número de discípulos hasta entonces fieles, y abandonan a su maestro, exclamando: «¡Semejante lenguaje es intolerable!» Y sin embargo, ¿qué era este lenguaje del Salvador, sino el dogma de la transubstanciación eucarística, milagro permanente del pan de vida bajado del cielo, que se ha multiplicado sin límite y sin medida para alimentar generaciones de almas? Actualmente se verifica, como en Bethsaida, la multiplicación de los panes, del uno al otro polo. En nada varían el lenguaje de Nuestro Señor la incredulidad judía y la deserción de los discípulos espantados; en nada templa su fórmula para [411] calmar la indignación de sus oyentes. Supóngase un instante que hubiera sido éste el pensamiento del divino Maestro: os daré a comer un pan común u ordinario que será la figura de mi cuerpo; os daré a beber un vino semejante a aquel del que usáis todos los días, y que será la figura de mi sangre. Esta hipótesis es la del protestantismo. ¿Quién, pues, hubiera impedido al Salvador acallar súbitamente toda clase de murmullos, y retener a su lado la multitud de discípulos incrédulos? Una sola palabra explicatoria que hubieran pronunciado sus labios, hubiese hecho cesar la agitación que produjo un discurso interpretado desde un principio en un sentido absoluto. Pero Jesucristo redobla sus afirmaciones a medida que se aumenta el tumulto, y repite invariablemente: «Os daré a comer mi carne y a beber mi sangre. Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y si no bebéis su sangre, no tendréis la vida en vosotros. ¿Os escandaliza este lenguaje? Esperad el día en que habéis de ver al Hijo del hombre volver a subir al cielo, de donde ha descendido. El Espíritu lo vivifica todo y los sentidos no tienen nada que ver aquí con esto» ¡Oh Jesús de la Eucaristía, pan vivo bajado del cielo, millares de adoradores vuestros han reemplazado y reemplazarán hasta el fin de los tiempos a los discípulos incrédulos que os abandonaron en Cafarnaúm! Si hay aún Judíos carnales, para cuyos oídos es duro este lenguaje, la Iglesia Católica os repite diariamente al pie de vuestros tabernáculos la protesta de San Pedro: «Señor, nosotros no huiremos, porque tú tienes palabras de vida eterna».





§ III. Los Fariseos

14. Habíase verificado en Jerusalén la solemnidad de la Pascua, sin que hubiera ido a la Ciudad Santa el divino Maestro. «Recorría la Galilea, dice el Evangelista, y no quiso penetrar en Judea, donde le buscaban para matarle 732». Volviendo, pues, los Escribas y Fariseos de Jerusalén, se juntaron a la muchedumbre que le seguía. Y viendo que algunos de sus discípulos rompían el pan para la comida, sin haber practicado la ablución legal de las manos, les vituperaron. Porque los Fariseos y todo el pueblo judío no comen jamás sin lavarse a menudo las manos. Y si han estado en la plaza, [412] no se ponen a comer sin lavarse primero, y observan muy particularmente otras muchas ceremonias que han recibido por tradición como las purificaciones o lavatorios de los vasos, de las jarras, de los utensilios de metal y de los lechos. Los Fariseos, pues, y los Escribas le preguntaron con este motivo, diciendo: ¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los antiguos, sino que comen sin lavarse las manos antes de romper el pan, a la manera que los gentiles? -Jesús les respondió: ¿Y por qué vosotros, quebrantáis el mandamiento de Dios a pretexto de seguir vuestra tradición? Porque Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre. Y también añadió: El que maldijere al padre o a la madre, sea condenado a muerte. Pero vosotros decís: Cualquiera que dijere al padre o a la madre reducidos a indigencia: hubiera podido socorreros, pero declaró, Corban, que he consagrado a Dios todos los recursos de que hubiera podido disponer en favor vuestro, este hombre está dispensado de socorrer la vejez de su padre y de su madre. Así es como quebrantáis el mandamiento de Dios, burlándoos de su palabra con una tradición que vosotros mismos habéis inventado. ¡Hipócritas! Bien profetizó de vosotros Isaías, diciendo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Y en vano me dan culto enseñando doctrinas y observancias frívolas inventadas a su gusto 733. En efecto, de esta suerte abandonáis el mandamiento de Dios por tradiciones humanas y purificaciones de jarros y de vasos y otras prácticas semejantes a estas. He aquí cómo a pretexto de vuestras tradiciones destruís el precepto de Dios. -Después, dirigiéndose al pueblo, le dijo: Escuchadme todos y entendedlo bien. No es lo que entra en la boca del hombre lo que le hace sin mancha o puro, sino lo que sale de su boca es lo que deja mácula en el hombre. Si alguno tiene oídos para oír, entiéndalo. -En aquel momento se acercaron a él los discípulos, y le dijeron: ¿Sabes que los Fariseos se han escandalizado de tus palabras? Pero respondiendo Jesús, dijo: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Dejad a esos hombres; son ciegos y guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el abismo. -Después que se hubo retirado de la gente, y entrado en la casa, desearon sus discípulos saber el sentido de esta parábola, y le dijo Pedro: Señor, [413] interprétanos la palabra que has pronunciado. -Y él les dijo: ¿Qué? ¿También vosotros tenéis tan poca inteligencia? ¿No comprendéis que los alimentos que introduce el hombre en su boca y que circulan por su cuerpo, no pueden manchar su alma? Lo que hace al hombre impuro son las palabras culpables que salen de un corazón corrompido. Del interior del corazón, en efecto, es de donde proceden los malos pensamientos, los designios adúlteros, los actos ignominiosos, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las malicias, los fraudes, las torpezas, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la sinrazón. Todos estos vicios proceden del interior. Y ésos son los que manchan al hombre. Mas el comer sin lavarse las manos, eso no mancha al hombre 734».

15. Para formarse una idea exacta de las ridículas observancias del Fariseísmo y de sus increíbles pretensiones doctrinales, es preciso buscar sus huellas en el Talmud, donde se fijaron después. El uso de las abluciones, tan común entre los orientales, se funda en las necesidades del clima. La legislación de Moisés lo había consagrado regulándolo en los límites propios para custodiar los intereses higiénicos del pueblo hebreo, sin recargarle de obligaciones excesivas 735. La ley de las abluciones se hallaba restringida a casos de impureza material, especificados por el divino Legislador, tales como el contacto de cadáveres de animales inmundos. En un país y en un clima en que causaba la lepra tan terribles estragos, constituían estas precauciones una necesidad social de primer orden. Pero la reserva de Moisés había desaparecido para dar lugar a la invasión de los ritos supersticiosos del Fariseísmo. Ningún Israelita podía comer un pedazo de pan, si no se había lavado antes las manos, levantándolas a la altura de la cabeza; y aun los más celosos afectaban durante la comida lavarse la punta de los dedos. Finalmente, cuando acababan de comer, practicaban la última ablución, teniendo las manos bajas y observando cuidadosamente que no llegase jamás el agua más arriba de las muñecas. No era permitido sumergir enteramente el brazo en el agua, sino para la comida de los sacrificios; ritos supersticiosos cuya inviolabilidad conservaban los Fariseos, aun cuando fuera preciso, ir a buscar el agua a distancia de cuatro millas. El judío que los infringía, era declarado tan criminal como [414] un homicida, y por el contrario, el que los observaba estrictamente, estaba seguro de la salvación eterna y de tener un sitio en el banquete del reino de los cielos. El Talmud registra veinte y seis prescripciones relativas a la manera de practicar cada mañana la ablución manual 736. Compréndese, pues, el escándalo de los Fariseos y de los Escribas, cuando rompiendo el divino Maestro el haz de sus absurdas tradiciones, les vuelve a llamar al verdadero espíritu de la ley mosaica, y proclama el gran principio de la pureza del corazón. La escuela rabínica de Hillel y de Schammai que había ajustado recientemente estas observancias al precepto positivo de la ley, pretendía darles un valor doctrinal superior al del texto de Moisés. «Las palabras de los sabios en la Escritura, dice el Talmud, prevalecieron sobre las de la ley y de los profetas. El que estudia con la Mischna merece recompensa; pero el que se entrega al estudio de la Gemara hace la acción más meritoria 737». La aplicación de este principio había sancionado el odioso abuso que reprobó Nuestro Señor con tanta severidad. La lengua hebrea llamaba: Corban, todo lo que se consagraba al Señor. Hállase esta expresión en los libros de Moisés para designar las ovejas, las cabras, las terneras de los holocaustos y de los sacrificios expiatorios o pacíficos 738. Por extensión, se dio en lo sucesivo este nombre al Gazophilatium, especie de tronco o cepillo dispuesto en el atrio del Templo para recibir las ofrendas del pueblo 739. La palabra Corban había llegado a ser sacramental en el lenguaje común, para significar todo lo que de hecho o intencionalmente era dedicado al Señor, de suerte que bastaba pronunciar esta palabra: Corban, para atajar toda revindicación aun legítima sobre cualquier objeto, el cual se hallaba investido por esto mismo de la inviolabilidad de una cosa sagrada, perteneciente al Templo, y cubierta por la majestad de Jehovah. Tal era el subterfugio que se empleaba por los hijos ingratos para sustraerse a las obligaciones de la piedad filial. ¡Corban! decían al anciano que tendía la mano, para comer en la mesa de un hijo desnaturalizado. Y los Escribas y los Fariseos enseñaban que no solamente era legítima esta acción, sino que el hijo no podía ya, sin hacerse culpable de sacrilegio, desdecirse de la fórmula sacramental. He aquí verdaderamente la doctrina más monstruosa, que pudieron hacer que aceptase a un pueblo, espíritus [415] ambiciosos y soberbios en nombre de una ley divina. Pero además, cotéjese con estos pormenores exclusivamente locales y en cualquiera otra parte ininteligibles, la teoría que supone haberse compuesto el Evangelio en Roma o en Antioquía, de un trabajo popular, verificado de lejos, en un centro donde se desconocían los usos judíos, y se verá brillar como un rayo luminoso la autenticidad del libro divino.

16. El escándalo de los doctores judíos llegaba a su colmo; pues buscaban todas las ocasiones de sublevar al pueblo contra Jesús, en nombre de sus costumbres y de sus tradiciones ultrajadas. «Un Fariseo, continúa el Evangelio, convidó al Señor a comer con él, y habiendo entrado Jesús en su casa, se puso a la mesa. Y el Fariseo discurriendo consigo mismo, decía: ¿Por qué no se habrá lavado antes de comer? Y el Señor, le dijo: Vosotros los Fariseos, limpiáis el exterior de la copa y del plato, mas el interior de vuestro corazón está lleno de rapiñas y de maldad. ¡Necios! ¿por ventura, el que creó la naturaleza exterior, no [416] creó asimismo el corazón? Ciegos, limpiad por dentro la copa y el plato, si queréis que lo de afuera sea limpio. Sobre todo haced limosna, y todo estará purificado en vosotros. Pero ¡ay de vosotros, Fariseos y Doctores que lleváis al Templo el diezmo de la yerba buena, y del comino y del eneldo y de la ruda y de las menores legumbres de vuestras huertas, mientras que despreciáis los preceptos más graves de la ley, la justicia y la misericordia, la fe y la caridad divina! Éstas son las cosas que debíais practicar sin omitir aquéllas. Guías ciegos que coláis un mosquito y tragáis un camello. ¡Ay de vosotros, Escribas y Fariseos, que amáis tener los primeros asientos en las sinagogas y ser saludados en público! ¡Ay de vosotros, Escribas y Fariseos hipócritas, que devoráis la herencia de las viudas, prolongando vuestras falaces oraciones! Por este crimen, sufriréis vuestro juicio y sentencia. ¡Ay de vosotros, Escribas y Fariseos hipócritas, porque recorréis la tierra y los mares para ganar un prosélito a vuestra fe, y cuando lo habéis encontrado, hacéis de él un hijo del infierno, dos veces más malo que vosotros. ¡Ay de vosotros ciegos, que decís: Jurar por el Templo no obliga a nada; pero el que jura por el oro del Templo, queda obligado a cumplir su juramento! ¡Insensatos! ¿Qué es, pues, más sagrado, el oro o el Templo que santifica el oro? También decís: Jurar por el altar, no obliga a nada, pero quien jure por la víctima puesta en el altar deberá cumplir su juramento. ¡Ciegos! ¿Qué es, pues, más sagrado, la oblación o el altar que la santifica? El que jura por el altar, jura igualmente por todo lo que se pone en el altar. El que jura por el Templo, jura por el Dios Omnipotente que lo habita. Finalmente, el que jura por el cielo, jura por el trono del Señor, y por el Señor mismo, cuya majestad reposa allí. ¡Ay de vosotros, que sois como los sepulcros que están encubiertos y son desconocidos de los hombres que pasan por encima de ellos, y que comunican su suciedad al viajero sin saberlo! ¡Ay de vosotros, Escribas y Fariseos hipócritas, que os semejáis a los sepulcros blanqueados, los cuales por afuera parecen hermosos a los hombres, mas por dentro contienen en realidad la corrupción y los despojos de la muerte. Así es también como vosotros en el exterior os mostráis, a la verdad, justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. -Entonces uno de los doctores de la ley, le dijo: Maestro, hablando de esta suerte, también nos afrentas a nosotros. -Y Jesús le respondió: ¡Ay de vosotros también, maestros de la ley, que imponéis a los hombres cargas que no pueden soportar, y vosotros ni con un dedo las tocáis! ¡Ay de vosotros, que fabricáis sepulcros a los profetas y adornáis los monumentos de los justos, después que vuestros mismos padres los mataron! Decís, sin embargo: Si nosotros hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no hubiéramos sido cómplices en la muerte de los profetas. Pero esto son hipócritas protestas, pues ciertamente testificáis que aprobáis lo que vuestros padres hicieron, porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros y colmáis la medida de las impiedades paternas. ¡Serpientes! raza de víboras; ¿será posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno? La sabiduría de Dios ha celebrado ya vuestro juicio. «Yo os he enviado, dice la Escritura, profetas, apóstoles, sabios y doctores, y de ellos degollaréis a unos, crucificaréis a otros, a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y vuestro odio le perseguirá de ciudades en ciudades» para que recaiga sobre vosotros cada gota de la sangre inocente que se ha derramado sobre la tierra y que os pida cuenta de ella la justicia divina, desde la sangre del justo Abel, hasta la sangre de Zacarías, hijo de Barachias, a quien matasteis entre el Templo y el altar. En verdad, os digo, que todas estas cosas vendrán a caer sobre la generación presente. [417] ¡Ay de vosotros, doctores de la ley, que os habéis reservado la llave de la ciencia (de la salud) que cerráis a vuestros hermanos la puerta de los cielos! ¡Vosotros mismos no habéis entrado, y aun a los que iban a entrar, se lo habéis impedido! Después de estos terribles discursos, los Escribas y Fariseos redoblaron las persecuciones y trataban de ahogar la voz de Jesús, armándole asechanzas y maquinando sublevar la muchedumbre contra su doctrina 740».

17. En el momento en que el divino Maestro confundía así, bajo el peso de los anatemas, el orgullo y la ambición de estos sectarios, acababa de entregarles un escándalo público al desprecio del mundo entero. El historiador Josefo nos dice que un judío de Roma, auxiliado por algunos doctores Fariseos, convirtió al mosaísmo a una noble señora, llamada Fulvia, y la persuadió que legase al Templo de Jerusalén toda su fortuna, que representaba un valor enorme. El legado fue recogido por los hipócritas doctores; pero no entregaron un óbolo al Templo, y se repartieron en su totalidad los despojos arrancados por su avaricia a la buena fe de una extranjera. El hecho produjo una impresión inmensa: Tiberio dio un decreto que expulsaba a todos los Judíos del recinto de Roma 741. Tal era este avariento proselitismo a que alude Nuestro Señor. Sin duda los Fariseos, para persuadir a su víctima, habían jurado por el Templo de Jerusalén a la matrona Fulvia, ejecutar religiosamente su última voluntad. Pero en el estilo farisaico, no obligaba a nada jurar por el Templo. Tampoco tenían valor los juramentos por el altar y por el cielo mismo. Los discípulos de Hillel, armados con las distinciones de su maestro, iban, pues, recorriendo los continentes y los mares, para buscar, no tanto prosélitos, como tesoros, y entregar a la maldición de los gentiles el nombre sagrado de Jehovah. El farisaísmo, anatematizado por el Salvador, no tiene en el día las formas altivas y dominadoras de que se había revestido en Judea; pero se atrinchera en las argucias de los sofistas. ¡Cuántas veces no habéis oído al racionalismo moderno desnaturalizar las palabras que el divino Maestro empleaba para abatir la hipocresía de los doctores de la Ley! ¿Para qué dicen los Escribas actuales, imponernos ayunos, cuando ha declarado Jesús que no puede manchar al hombre el alimento que toma el hombre? Miserable equivocación, que notamos aquí, [418] porque es popular. Sí, no hay duda alguna que el alimento es intrínsecamente una cosa muy indiferente. Pero el fundamento de la santificación consiste en seguir a Jesús y llevar su cruz. Jesús ayunó y previno a los Fariseos, que sus discípulos deberían ayunar también. La vida de Nuestro Señor fue una mortificación continua, viéndosele caer en desmayo, a consecuencia de sus prolongados ayunos. El convite milagroso que sirve a la muchedumbre en la montaña, consiste en pan de cebada y en pez salado. Pero Jesucristo es el modelo de todos los cristianos; es el camino fuera del cual no podemos llegar al reino de los cielos. La Iglesia, pues, esposa de Jesucristo y madre de los cristianos, ha debido prescribir mortificaciones corporales y abstinencias obligatorias. Rehusar seguirla en un camino, todos cuyos rigores ha mitigado su ternura maternal, hasta el punto de hacer que se ruborice nuestra debilidad, es rebelarse contra la autoridad del mismo Jesucristo, es negarse a caminar algunos días por el camino real de la cruz, donde pasó el divino Maestro los treinta y tres años de su vida mortal. He aquí lo que mancha las almas y lo que renueva el orgullo farisaico de los doctores de Judea.

18. «Los Fariseos y los Saduceos reunidos, volvieron a tentar a Jesús, continúa el Evangelio, y le pidieron con instancia que les manifestase un prodigio en el cielo. Pero respondiéndoles él, les dijo: Cuando va llegando la noche, decís a veces: Mañana hará buen tiempo, porque está el cielo arrebolado. Y a la mañana, miráis al Oriente, y decís: Hoy habrá tempestad, porque el cielo está cubierto. Cuando veis una nube que se levanta al ocaso, al instante decís: tendremos lluvia y se realiza el pronóstico; y cuando veis que sopla el viento de Mediodía, decís: Tendremos calor, y así sucede. Hipócritas, si sabéis distinguir el aspecto del cielo y de la tierra, ¿cómo no conocéis este tiempo del Mesías, o cómo, por lo que pasa en vosotros mismos no discernís lo que es justo que hagáis ahora? En aquel momento lanzó un profundo suspiro, y añadió: ¿Por qué pedirá esta raza de hombres un prodigio? En verdad, os digo, que a esta gente no se le dará otro milagro que el de Jonás. -Habiendo hablado así, dejó a los Fariseos, y se alejó 742». A pesar de todas las excitaciones de esta pérfida secta, seguía siempre la muchedumbre los pasos del Salvador. [419] Era la época en que volvían los peregrinos de Jerusalén, después de la solemnidad pascual; y se juntó nuevamente la multitud a oírle: «Jesús dijo a sus discípulos: Tengo compasión de esta gente, porque ya hace tres días que perseveran en mi compañía, y no tienen qué comer, y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino, porque algunos han venido de lejos. -Y los discípulos le dijeron: ¿Cómo podremos hallar en este lugar desierto bastantes panes para saciar a tanta gente? ¿Cuántos panes tenéis? preguntó Jesús. -Y ellos respondieron: Siete y algunos pececillos. Y él mandó a la gente que se sentase en tierra. -Y tomando los siete panes y los peces, los bendijo, dando gracias a Dios y los distribuyó a sus discípulos, que los dieron al pueblo. Y todos comieron y quedaron satisfechos; y de los pedazos que quedaron, llenaron siete canastas. Los que habían comido eran cuatro mil hombres sin contar los niños y las mujeres. E inmediatamente, subiendo Jesús a una barca con sus discípulos, fue al país de Dalmanutha, que recorrió, así como los confines de Magdala 743. Un día que se habían olvidado sus discípulos de llevar la provisión de pan para la jornada, les dijo Jesús: Estad alerta y guardaos de la levadura de los Fariseos, de los Saduceos y de la levadura de Herodes. Mas discurriendo entre sí, se decían uno a otro los discípulos admirados. Esto lo dice, porque no hemos traído pan. -Y conociendo Jesús sus pensamientos, replicó: ¿En que pensáis, hombres de poca fe? ¿Os inquietáis porque no habéis traído pan? ¿Todavía estáis sin conocimiento ni inteligencia? ¿Aún está oscurecido vuestro corazón? ¿Tendréis siempre los oídos sin oír 744 y los ojos sin percibir? ¿Ni os acordáis ya de cuando repartí cinco panes de cebada entre cinco mil hombres? ¿Cuántos cestos llenos de las sobras recogisteis entonces? -Dijéronle: Doce. -Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántos cestos de pedazos recogisteis? -Dijéronle: Siete cestos. -¿Comprendéis, pues, que no he querido hablaros del pan material, al deciros: Guardaos de la levadura de los Fariseos, de los Saduceos y de Herodes? Entonces comprendieron los discípulos que por la levadura entendía el Señor la doctrina de los Fariseos y de los Saduceos 745». [420]




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § I. Los Gerasenos