DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - Expectación universal



Capítulo primero

El evangelio y el racionalismo moderno

Sumario

I. LA BUENA NUEVA.

1. In principio erat Verbum.- 2. Divinidad de la doctrina del Verbo hecho carne.- 3. La Buena Nueva.- 4. El In principio del racionalismo.- 5. Una página de Platón.- 6. Superioridad del Evangelio.- 7. La revelación evangélica es un acto, al mismo tiempo que una doctrina.- 8. Una palabra de San Atanasio.- 9. Milagros permanentes del Evangelio.- 10. Milagro de la conversión del mundo pagano.- 11. Milagro de la conversión social por el Evangelio.-12. Milagro de la conversión individual por el Evangelio.- 13. Jesucristo siempre vivo.- 14. El Evangelio siempre viviente.

II. EL EVANGELIO DEL RACIONALISMO.

15. La revelación evangélica y el libre albedrío de la conciencia humana.- 16. El Evangelio, según el racionalismo. Primeros años de la vida de Jesucristo.- 17. El Jesús de los racionalistas en Galilea.- 18. El Jesús de los racionalistas en Jerusalén. Invención póstuma de la Eucaristía.- 19. Último año del Jesús de los racionalistas. Demencia caracterizada.- 20. Seudo-resurrección de Lázaro. Muerte del Jesús de los racionalistas. Su no resurrección.- 21. El Jesús de los racionalistas no es ni Dios, ni hombre, ni aún un héroe de novela aceptable.- 22. El Jesús del racionalismo adorado por su autor.- 23. Base histórica y filosófica del sistema racionalista.- 24. San Papías.- 25. Los Logias de San Mateo.- 26. Texto íntegro de San Papías.- 27. Sentido real de la palabra Logia.

III. JESUCRISTO.

28. Pobreza del programa racionalista.- 29. El nombre de Jesucristo. El Cristo en el mundo antiguo.- 30. El Cristo en el Antiguo Testamento.- 31. El Cristo en las profecías.- 32. Imposibilidad de una usurpación del papel mesiánico.- 33. Jesús, Salvador en el día.-34. Jesús, Salvador en la historia moderna.- 35. Jesús, Salvador ante el Cristianismo. Lo que habría que destruir, antes de tocar a la divinidad de Jesucristo.




§ I. La Buena Nueva

1. «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y nada de lo que ha sido hecho se hizo sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la [34] luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. Hubo un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan. Este vino como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, pero vino para dar testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Estaba en el mundo y el mundo fue hecho por él, y el mundo no le conoció. Vino a lo que era suyo, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, dio el poder de ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre. Que no nacieron de la sangre ni de la voluntad de la carne ni de la voluntad del hombre, sino de Dios. Y el Verbo 96 se hizo carne y habitó entre nosotros, (y vimos su gloria, gloria como de Unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Ninguno vio jamás a Dios. El Unigénito que está en el seno del Padre, éste es quien le dio a conocer 97.

2. Las profundidades de la Divina Trinidad, se habían entreabierto por vez primera en el nacimiento de los tiempos; a la hora en que Dios, fecundidad sin límites, dio su principio a los seres creados. Moisés había reanudado el primer anillo de la genealogía de los mundos, al Criador omnipotente, infinito, eterno, existiendo antes de todo principio y de quien recibió la vida todo lo que debió comenzar por ser. Por segunda vez resplandecen a nuestros ojos los esplendores de la Divinidad. «¡Por sobre todas las cumbres terrestres, dice San Agustín, más alto que las regiones del éter y que las alturas siderales, por encima de los coros angélicos se elevó el Águila, el Hijo del trueno! Medid todas las alturas que ha superado su vuelo, desde el punto de donde vino, para llegar allí.» Este es el seno mismo de la Divinidad en el cual nos ha introducido. «En el principio era el Verbo, el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios.» Era, no un elemento confuso, un germen que ha de desarrollarse por medio de una incubación laboriosa; era el Verbo, la Palabra interior, como dice Bossuet, el Pensamiento, la Razón, la Inteligencia, la Sabiduría, el Discurso interior, Discurso sin discurrir, donde no se deduce una cosa de otra por medio del raciocinio, sino la Palabra sustancial que es la Verdad, el Discurso eficaz que es Creador, la Razón permanente que es la fuente de toda vida, porque «el Verbo era Dios.» No estaba separada de Dios [35] su existencia, porque «él estaba en Dios;» no se hallaba confundida y sin distinción en la esencia divina, porque «él estaba con Dios.» Palabra eterna, en el seno del Padre, el Verbo, ha producido en el tiempo los seres criados. «Todo ha sido hecho por él. «Él ha cooperado directamente al conjunto y a cada pormenor de la creación; «nada de lo que ha sido hecho se hizo sin él.» Pero el mismo jamás ha sido hecho, puesto que era antes de todo principio; era Dios, en Dios, con Dios. Ser y hacer todo lo que ha sido hecho, he aquí la naturaleza y el poder del Verbo, Ser hecho, tal es la condición de todo cuanto existe por el Verbo. Así el Verbo «era la Vida;» no ya esta vida contingente, que está en nosotros y que no procede de nosotros, vida caduca, limitada, llena de oscuridad y de desalientos, sino la vida en la plenitud, en su misma sustancia, en su indestructible integridad, en su esencia radiante. «Se llama vida, dice Bossuet, ver, gustar, sentir, ir acá y allá, según su inclinación. ¡Cuán animal y muda es esta vida! Llámase vida, oír, conocer, conocerse a sí mismo, conocer a Dios, amarle, querer ser feliz en él, serlo por su goce. Esta es la verdadera vida. Mas ¿cuál es su fuente si no es el Verbo? En él estaba la vida, la vida era la luz de los hombres.»- «Y la luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron.» Hemos medido el espesor de estas tinieblas palpables que cubrían el mundo desde el día en que rompiendo con «la vida que está en el Verbo,» se sentó la humanidad en la sombra de la muerte. Desde entonces hubo, entre el Verbo y su criatura, un abismo de separación, abismo más profundo, más tenebroso, más insuperable que el antiguo caos. Ya no penetraba la luz en estas bóvedas sombrías; el hombre no comprendía ya nada. Era preciso que descendiera el sol de los esplendores eternos hasta el fondo de las regiones oscuras y desoladas. Pero su aurora tuvo un rayo precursor. «El mensajero que debía preparar los caminos» al Verbo, esperado por Israel y por la humanidad entera «fue un hombre enviado por Dios; su nombre era Juan. No era él la luz pero era testigo de ella.» Entonces, «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.» ¡Se hizo carne el Verbo, Hijo unigénito del Padre, Dios eterno, Dios creador, Dios infinito, omnipotente, inmutable, el que no tuvo principio nunca! No es ya aquí, como en el día de la creación, Dios todo entero, su pensamiento, su consejo, su providencia trazando cada lineamiento de la arcilla impura que será el hombre. [36] ¡Es Dios absorbiéndose todo él en el barro humano que se llama carne! Et Verbum caro factum est. ¡Palabra que debe pronunciarse de rodillas, que aventaja a todas las aspiraciones de una inteligencia criada, que aniquila todo orgullo humano, y que prenderá hasta la consumación de los siglos, incendios de amor! ¡El Verbo se ha hecho carne! [37] Acaba de arrojarse el puente sobre el grande abismo de separación entre la luz y las tinieblas. Los hombres sabían bien que existía este abismo; y tenían por do quiera Pontífices para restablecer el paso. Los hombres sabían bien que éste se hallaba roto entre el cielo y la tierra, y tenían constantemente en los labios la palabra Religión, para volver a unir la humanidad a Dios. ¡Pero el pontífice verdadero, de que era sólo una figura Aarón; el consumador de toda religión, es el Verbo hecho carne! Él es el mediador, que toca por una parte a las cumbres eternas, y se sumerge por la otra hasta las profundidades del abismo; apoderándose del hombre en su miseria para elevarle hasta a Dios; uniendo los extremos en su persona, Dios, para tratar con Dios, hombre, para reconciliar al hombre con Dios; Verbo encarnado para restablecer las vías de toda carne, y haciendo nacer, en una redención más admirable y más fecunda que la creación misma, por medio de una generación espiritual y sin nombre, hijos de Dios, que no lo son como él, por naturaleza, porque él solo es «el Hijo Unigénito del Padre,» sino que llegan a serlo por la adopción de la fe. «¡He aquí, dice San Agustín, el grande e inefable misterio!»

3. Concíbese que haya recibido esta revelación el nombre de Buena Nueva; Evangelium. Van a partir los heraldos encargados de anunciarla en el ergástulo de las ciudades romanas, a millares de esclavos cuya carne se halla destrozada por vergas, manchada por todos los caprichos de una voluptuosidad despótica, magullada por las cadenas, surcada por el diente de los leones; ¡el Verbo se ha hecho carne! ¡Estremeceos de alegría, en vuestros negros, calabozos o en las guaridas de la infamia, poblaciones encorvadas bajo el yugo de la muerte! ¡Y vosotras, almas abatidas en la ignorancia y el error, degradadas por un sensualismo brutal, víctimas de pasiones sin freno, más esclavas de vuestras concupiscencias que lo son de vosotros mismos las miserables criaturas humanas cuyo cuerpo y alma compráis por algunos centenares de sextercios, con las que cebáis como con un vil pasto vuestras lampreas favoritas, arrepentíos! ¡El Verbo se ha hecho carne! ¡He aquí la mejor, la nueva más grande indudablemente que la humanidad oyó jamás! Titúlase: Evangelio de Jesucristo. Retórico ¡os parece bien que se hubiera dicho: Evangelio de Juan, Evangelio de Lucas, de Marcos o de Mateo; como si esta buena nueva pudiera firmarse por nombre humano! ¿Pudo acaso hablar así hombre alguno? ¿Hubiera podido el genio del hombre entreabrir el seno del Padre, y describir la generación del Verbo, en los esplendores de la Trinidad? ¿Hubiera podido inventar jamás un hombre esos misterios de gloria, de amor y de magnificencia, cuyo primer término es la revelación de la esencia divina en toda su profundidad, cuyo término final es la afirmación más increíble de la ternura de Dios? Et Verbum caro factum est.

4. Cuando se constituye un hombre en revelador; cuando de lo alto de su gran genio solitario abraza de una mirada el problema de la humanidad, devorada por aspiraciones inmensas y rechazada contra su propia nada por los límites, las tinieblas y las incertidumbres de que se halla envuelta su inteligencia, escuchad la gran nueva que trae a todo un siglo y que reproducen los ecos de la publicidad, en medio del general estupor, y comparad, si tenéis ánimo para ello. He aquí el In principio, no ya «de un pescador de Galilea 98, Juan, hijo del Zebedeo,» sino de un literato racionalista, que se expresa de esta suerte: «En cuanto se distinguió el hombre del animal, fue religioso, es decir, que vio en la naturaleza algo mas allá de la realidad, y para él, algo mas allá de la muerte. Este sentimiento se extravió durante millares de años de la manera más extraña. Entre muchas razas no pasó de la creencia en los hechiceros bajo la tosca forma en que la encontramos aún en ciertas partes de la Oceanía. En algunas, llegó a parar el sentimiento religioso a las vergonzosas escenas de carnicería que forman el carácter de la antigua religión de Méjico; en otras, especialmente en África, llegó al puro fetiquismo, es decir, a la adoración de un objeto material, al que se atribuían poderes sobrenaturales. Así como el instinto del amor, que eleva por momentos al hombre más vulgar sobre sí mismo, se convierte a veces en perversión y ferocidad, así esta divina facultad de la religión pudo parecer por largo tiempo un cáncer que era preciso extirpar de la especie [38] humana, una causa de errores y de crímenes que debían tratar de suprimir los sabios 99.» Así habla el moderno revelador. ¡Qué luz proyectada en los horizontes intelectuales! ¡Un día el animal primitivo se durmió gorilla 100 o negro troglodita, y se dispertó al siguiente día hombre inteligente! Época memorable, cuya fecha exacta preguntamos al punto, porque aún sería tiempo de inscribirla en la primera página de los anales humanos. El hombre vio «la naturaleza» deliciosa contemplación, de que sólo habían podido percibir sus ojos de mono los cuadros más toscos. Estos encantos súbitamente revelados, debieron enajenarle, y fue más allá del objeto presente, y «vio algo más allá de la realidad.» No sabía el desdichado, como nuestros racionalistas, que no existe lo sobrenatural. De error en error, llegó a forjarse «para él algo mas allá de la muerte.» En breve cedió ante los espantos de una religión imaginaria; revelose su instinto de amor en «un cáncer religioso que fue preciso extirpar de la especie humana.» ¡Ay! ¿por qué no permaneció siendo orangután el animal primitivo? Pero estaba hecha la trasformación, y parece que fue irrevocable, a pesar de su carácter tan poco natural. ¡Oh, hombre! Consuélate si puedes: este es el Evangelio moderno. No hay nada mas allá de la naturaleza; no hay nada para ti mas allá de la muerte. Tu única desgracia fue distinguirte del animal. ¿Es tan difícil reconquistar tu felicidad perdida, volviendo a tu origen primitivo?

5. De esta revelación tan innoble, hasta la fórmula de Platón, hay la distancia que de la tierra al cielo. Prestad atención a esta voz que el paganismo llama divina. «Teniendo Dios en sí mismo el principio, el fin y el medio de todas las cosas, como lo enseña la tradición antigua, dice Platón, hace invariablemente lo que es bueno, según la naturaleza. Acompáñale siempre la justicia que castiga a los infractores de la ley divina. El que desea asegurarse una vida feliz, se conforma a esta justicia y le obedece con humilde docilidad. Pero el que se alza orgulloso, a causa de sus riquezas, de sus honores o de su hermosura; aquel cuya loca juventud se inflama con una insolente presunción, como si no necesitara maestro ni señor, y como si fuera, por el contrario, capaz de guiar a los demás, es [39] enteramente abandonado por Dios, y asociándose este miserable desamparado a otros infelices abandonados como él, se complace en trastornarlo todo, no faltando gentes a cuyos ojos parece ser algo; pero castigado en breve por el inflexible juicio de Dios, trastorna al par que a sí mismo, su casa y la ciudad entera. Siendo esto así, ¿qué debe hacer y qué debe pensar el sabio? Nadie duda que el deber de cada hombre sea buscar por qué medio será del número de los siervos de Dios. ¿Qué es, pues, lo agradable a Dios y conforme a su voluntad? Una sola cosa, según la palabra antigua e invariable, que nos enseña, que sólo hay amistad entre los seres semejantes y que huyen de todo exceso. Pues bien, la medida suprema de todas las cosas debe ser, para nosotros, Dios, mucho más que hombre alguno, sea quien fuere. Si, pues, queréis ser amigo de Dios, esforzaos en asemejaros a él tanto como os sea posible 101.»

6. En este pasaje se respira un aire puro, en una atmósfera superior. Teniendo Dios en sí mismo el principio, el fin y el medio de todas las cosas, se presenta a nuestra inteligencia como la medida de la soberana justicia, como el modelo supremo y la infinita recompensa de las virtudes humanas. Pero cuanto es superior la doctrina tradicional de Platón al sueño materialista del iniciador moderno, tanto es inferior al In principio del Evangelio. Tal es, en efecto, el milagro por excelencia de la revelación del Verbo encarnado. La enseñanza de toda filosofía humana no podía ser y no será jamás sino una palabra discutible, más o menos autorizada, más o menos accesible a las diversas inteligencias, teniendo realidad solamente en el pensamiento del maestro y de un pequeño círculo de oyentes inmediatos o de discípulos póstumos que buscarán trabajosamente la verdad, con el pedantesco aparato del libro escrito, de la controversia y de los trabajos científicos. El Verbo hecho carne, es la Palabra eterna, que ha descendido al hombre, trasformándole enteramente; es la doctrina viva, ingerta en todos los corazones, radiando en todas las inteligencias. Los ignorantes no saben leer, los pobres no tienen tiempo para ello; los literatos que saben o que pueden leer, no tienen ni el mismo grado de cultura, ni la misma aptitud de entendimiento para comprender. Finalmente, hállase trabajada la humanidad en su conjunto por un achaque o fragilidad [40] nativa, que afecta todas las inteligencias y todos los corazones. Carece la filosofía de remedio conocido para esta enfermedad universal. ¿Es su doctrina una fuerza al mismo tiempo que una luz? ¿Tiene ella en sí la potestad creadora, para rehacer, en el hombre intelectual ojos capaces de soportar el brillo de la verdad; un sentido nuevo para conocerla; un corazón nuevo para abrazarla; una voluntad nueva para practicarla? Reformar el mundo es manifiestamente formarlo por segunda vez, es decir, crearlo de nuevo, en la mente, en los sentimientos, en los deseos, en los afectos, en todo el ser moral e inteligente. Esta grande obra, esta creación, más admirable que la primera, supone, no ya una palabra muerta no bien se pronuncia, sino una palabra viva, eficaz, produciendo lo que enuncia, llevando por una parte la luz, la verdad y la vida, y por otra, haciendo surtir en el seno de la humanidad una energía desconocida para sostener el peso de estas grandes cosas. He aquí por qué no ha convertido la sabiduría de Sócrates, de Platón, de todos los filósofos antiguos, un solo reino, una sola ciudad, una sola aldea; quizá una sola de las almas hambrientas de verdad y de vida que se estrechaban en torno del maestro, escuchándole ávidamente y corriendo en seguida a volverse a sumergir o encenagar en el vicio conocido y en las voluptuosidades habituales.

7. El Verbo se hizo carne. Aquí hay un acto y una doctrina; un acto el más poderoso, el más fecundo, el más profundamente creador que pueda concebir el pensamiento. Sembrar mundos en el campo del espacio, y poblar la nada, es un poder que se halla comprendido esencialmente en la noción misma de Dios. Quien dice creador, dice creación. Comprendemos perfectamente la relación entre los dos términos, y aunque esta omnipotencia sea infinitamente superior a nuestra debilidad, la razón concibe su existencia, aunque no sepa explicarla. Pero en fin, en la creación primitiva, obra Dios fuera de sí mismo; en la segunda, es decir, en la Encarnación, obra Dios sobre Dios mismo. Hácese la Palabra creadora lo que no era aún. ¡Gran Dios! ¿qué no erais vos, no obstante? y ¿qué gloria faltaba a vuestra gloria? ¿Podemos imaginarnos lo que vais a hacer, y a qué otra altura va a elevar vuestra majestad infinita su trono? No, Dios no sube, no se eleva. Y ¿cómo podría crecer y agrandarse el Inmenso, el Infinito, el Eterno, el Ser? Pero puede descender. Inclínase, pues, más bajo que el ángel, más bajo que el espíritu, [41] más bajo que el alma, más bajo que la palabra humana. El Verbo se ha hecho, no ángel, no espíritu, no alma. Verbo divino, podía hacerse Verbo humano. Todo esto es demasiado alto para él. ¡El Verbo se ha hecho carne! He aquí el acto de Dios en el profundo extremo del abatimiento. ¿Lo comprenderás nunca, razón humana? ¿Sabrás, amor humano, reconocer jamás dignamente esta locura de la cruz, como dice San Pablo? Pero el hombre se eleva, en proporción inversa de las divinas condescendencias, en toda la proporción que Dios se baja: fortifícase de toda flaqueza; enriquécese con todos los despojos, y resplandece con todas las miserias con que se desposa el Verbo. El Verbo se ha hecho carne y el hombre ha recibido el poder de llegar a ser Hijo de Dios. Omnipotente, en los esplendores de los Santos, ha conservado el Verbo toda su omnipotencia en las ignominias de la carne. Creador en la tierra, como lo es en el cielo, trasmite a la naturaleza humana su fecundidad y su vida. Va a desaparecer el cristiano como hombre, viviendo y operando en él Jesucristo. El acto divino crea un hombre nuevo, para conocer, amar y abrazar la nueva doctrina; realízanse a un tiempo mismo toda clase de trasformaciones; el milagro llama al milagro en esta graduación maravillosa, donde cada uno de los abatimientos del Verbo es un triunfo para la humanidad.

8. Nunca se insistirá demasiado en los caracteres intrínsecamente milagrosos de la predicación evangélica. Nuestros padres sabían estas cosas; nuestro siglo las ha olvidado; y no cree seguro que Jesucristo haya jamás resucitado a un muerto. Mil veces hemos oído preguntar los literatos de nuestros días con una cándida ignorancia, cuál es la diferencia esencial entre la enseñanza de Sócrates y la del Evangelio. Va a contestarles San Atanasio: «¿Dónde está, dice, el sabio, el revelador, el filósofo humano, cuya doctrina haya producido el milagro de iluminar al mundo, desde el calabozo del esclavo hasta el trono del soberano, y de marcar todas las frentes con su sello religioso? Si Cristo fue solo un hombre, ¿cómo no quedó vencido o paralizado ante las divinidades del viejo mundo antiguo? ¿Faltaban reyes y poderosos cuando nació Jesús? Los Caldeos tenían sus sabios y sus magos; llenos estaban de ellos el Egipto y la India. ¿Qué rey, qué sabio, en el apogeo de su gloria, consiguió hacer universal su doctrina, y arrancar el mundo de las tinieblas de la idolatría? Los filósofos de Grecia han escrito páginas elocuentes; [42] mas compárese el efecto de sus sublimes discursos con las conquistas realizadas por la cruz de Jesucristo. A la muerte del filósofo, quedaba olvidada su doctrina, y ni aún conseguía triunfar durante la vida de su autor de los ataques y de las controversias rivales. ¡Mas aparece el Hijo de Dios; desdeña la pompa del lenguaje, y adopta el idioma de los humildes, así como había adoptado su pobreza, y hace palidecer su enseñanza la de todos los filósofos; derroca todos sus sistemas, y atrae a sí todo el universo! ¡Cíteseme un filósofo que haya convertido las almas; purificado corazones manchados por el libertinaje y la disolución; arrancado el hierro a las manos homicidas; inspirado un valor sobrehumano a los más tímidos caracteres! ¿Quién domó la barbarie y trasformó el mundo pagano? ¿no fue la fe en Jesucristo 102?»

9. He aquí realmente el milagro del Evangelio, milagro histórico, permanente, visible, palpable. En la hora en que intervino en la serie de las edades la gran nueva del Verbo hecho carne, hallábase la corriente de la humanidad violentamente arrastrada al sensualismo más brutal, al materialismo más abyecto. ¿Quién, pues, rechazó estas olas de barbarie, de voluptuosidad y de sangre? Cuando se precipita el torrente de las montañas arrastrando en su furioso ímpetu los diques trabajosamente edificados, los árboles seculares, las casas, las mismas rocas; si se presentase un hombre en medio de las poblaciones consternadas, y tendiendo la mano, mandase a las encrespadas olas refluir o retroceder hacia su origen; si dócil a su voz se detuviese la avalancha líquida como suspendida encima del valle, y retrocediera en sentido inverso de su pendiente ¿os impedirían todos los sofistas del mundo exclamar: milagro? ¿Necesitarías reunir los académicos, interrogar «una comisión compuesta de fisiólogos, de químicos, de personas ejercitadas en la crítica histórica 103?» Antes aún de pensar en todas estas puerilidades, [43] os postraríais arrodillados, bendiciendo el prodigio de la bondad divina. A la verdad, ¿es comparable este milagro que habría salvado algunas cabañas de pastores en un valle de los Alpes, al que detuvo [44] súbitamente en su vuelo victorioso la civilización pagana más grande que hubo jamás, y al que salvó a la humanidad entera? Mas decís que esto no os basta. «Como debe poder repetirse siempre un [45] experimento, y se debe ser capaz de volver a hacer lo que se hizo una vez, y no puede alegarse facilidad o dificultad respecto del milagro, se invitaría al taumaturgo a reproducir su obra maravillosa [46] en otras circunstancias. Si salía bien dos veces el milagro, se habrían probado dos cosas; la primera, que acaecen en el mundo hechos sobrenaturales; la segunda, que pertenece o se halla delegado [47] el poder de reproducirlos a ciertas personas 104.» Pues bien, se ha reproducido el milagro veinte veces, cuarenta veces en otras circunstancias, y multiplicándose en otras tantas naciones paganas que se han presentado alternativamente a la acción del Verbo hecho carne. [48] ¿Por qué no ven ya los hijos de los Francos, como sus padres, cortar el muérdago sagrado en las selvas druídicas, y derramar la sangre de los vencidos en la piedra de Teutates? ¿Cómo se han trasformado súbitamente los Hunos, los Godos, los Alanos, los Vándalos, torrente de barbarie, en una fuente bienhechora que ha producido nuestra civilización cristiana? Y en la hora actual, preguntad ¿quién arranca al Oceaniense sus trofeos de sangrientas cabelleras; quién enseña al antropófago de la Polinesia y del centro del África a respetar la carne y la sangre de los vencidos? ¡El Verbo hecho carne es quien ha realizado estos milagros, quien los ha renovado con visible perpetuidad, y quien los repetirá hasta la consumación de los siglos! [49]

10. ¿Qué significa, pues, vuestro incrédulo dogmatismo? Decís con sobrado desdén: «Desterramos el milagro de la historia, no en nombre de tal o cual filosofía, sino en nombre de una experiencia constante;» y se os contesta: el mundo era pagano; la voluptuosidad era una diosa, y se la adoraba sin dificultad; la venganza era un deber, y se la encontraba dulce; el deleite era la ley suprema, y se la aceptaba sin temor; todas las pasiones tenían altares, y no se [50] les rehusaba el incienso; los instintos más corrompidos del corazón eran deificados, y se sacrificaba a ellos sin resistencia. Súbitamente espárcense por este mundo embriagado de sensualismo algunos pescadores de Galilea, sin instrucción, sin elocuencia, sin crédito, sin fuerza, sin prestigio humano, y dicen: Pierda la voluptuosidad hasta su nombre entre vosotros, y baste a vuestras delicias la cruz de Jesucristo. ¡Si os hieren en la mejilla derecha, presentad la izquierda a vuestro enemigo; mortificad vuestra carne, reducidla a servidumbre; bienaventurados los pobres, los humildes, los castos, los misericordiosos; bienaventurados los que padecen; bienaventurados los que sufren persecuciones!- He aquí lo que enseñan. Y el mundo, turbado en su posesión secular, irrítase contra las voces importunas que pretenden arrancarle de sus deleites, de sus placeres, de sus fiestas sin remordimientos, de sus orgías sin fin, de sus cómodas divinidades, de sus festines, de sus impúdicos cánticos. Mátase sin piedad, se asesina, se quema, se degüella, se crucifica a los predicadores. Reyes, pueblos, cortesanos, filósofos, todo lo que tiene una espada, un cetro, una pluma, un poder cualquiera, inventa nuevos suplicios para los nuevos enemigos del género humano. Esto dura desde hace diez y ocho siglos, con intermitencias, seguidas de un frenesí aún más sangriento, y no obstante, el Verbo hecho carne es el Dios del mundo. ¿Dónde está la escuela de Sócrates? ¿Dónde están los discípulos de Platón? ¿Dónde la religión de Aristóteles? ¿Quién se ocupa de ello? ¿Cuántos millares de hombres, no digo en el mundo entero, sino en Francia o en Inglaterra, los dos centros más considerables de la civilización moderna, morirán sin haber sabido el nombre de estos sabios? Y no obstante, interrogad al último niño de nuestras aldeas más humildes que haya recibido el bautismo de Jesús, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y veréis que sabe más sobre nuestros destinos inmortales que Platón, Sócrates y Aristóteles.

11. ¡Hábito, contestáis, religión de Estado, corriente secular [51] que ha sustituido a la corriente pagana y que se agota con su propia victoria! ¡Hállase aún en pie el nombre de Cristo, pero su obra está derribada; ya no vivifica la savia fecunda su enseñanza; perece el cristianismo!- Así habláis, y acabáis de negar solemnemente la divinidad de Jesucristo, y habéis desleído vuestra negación en todos los sofismas de la incredulidad antigua y moderna. Antes de vosotros profirió Arrio esa fórmula que había caído ya de los labios impotentes de Cerinto, de Ebión, de los Gnósticos, y de Juliano el Apóstata. Reprodújola también a su vez Nestorio; renovóla Socino y la legó a Voltaire. Bajo la pluma de este último, tuvo la blasfemia la rara fortuna de dar la vuelta al mundo, con una revolución armada por apóstol y por soldado. No es, pues, nuevo oír, durante diez y ocho siglos, negar la divinidad de Jesucristo. Parece que debiera haberse familiarizado la muchedumbre con semejante palabra. Y no obstante, la vuestra, la de la última hora, precedida por tantos antecesores, ha provocado en las almas el mismo doloroso pasmo que si se hubiese pronunciado por la vez primera. Por todas partes estalla un grito de reprobación; sale Dios de la tumba; arroja la piedra trabajosamente arrastrada sobre el sepulcro, y el sello aplicado por vuestra filología no tiene más fuerza que el de los fariseos y de los sacerdotes judíos. Alemania, Inglaterra, Francia, España, Italia, toda la Europa civilizada protestan que Jesucristo es Dios. Más aún, alguno de vuestros lectores, distraído hasta aquí por las preocupaciones de la vida exterior, no habiendo tenido jamás ocasión de estudiar esta gran cuestión de la divinidad de Jesucristo, no habiendo leído tal vez jamás, del verdadero Evangelio, sino los mutilados y desfigurados fragmentos que encuentra en el vuestro, cierra el libro y exclama: ¡Un hombre no hubiera podido convertir al mundo! ¡Jesucristo es Dios!- Y esta alma que estaba muerta a la fe cristiana en el día anterior, resucita a la vida verdadera, a la vida inmortal y siempre triunfante de Jesucristo. ¡Ah, ojalá encuentre esta alma, que habréis salvado sin quererlo, sin saberlo, a despecho de toda vuestra ciencia y de toda vuestra voluntad, en los misericordiosos tesoros de Jesús, una luz y una gracia que triunfen un día de vosotros mismos! No fueron los soldados que le crucificaron los primeros que dijeron: «¡Verdaderamente era este hombre el Hijo de Dios!» ¡Cuántos han comenzado desde entonces por la incredulidad para concluir con la [52] fe! En la hora presente, está lleno el mundo de esos resucitados de Jesucristo, que adoran de rodillas lo que quemaban ayer. El Cristo ultrajado y escarnecido permanece siempre en la cruz; pero ha convertido en ella sin cesar a sus verdugos. En vano se esfuerzan en custodiar su sepulcro; abre los ojos de los centinelas dormidos; derriba a los Saúles en el camino de Damasco; y mañana los que hoy le persiguen serán apóstoles suyos. No es esto vanas apreciaciones, antítesis teológicas, sistemas preconcebidos. Hijos del siglo XIX, ¿es acaso el siglo XVIII quien nos enseñó a confesar la divinidad de Jesucristo? ¿De quién proceden, pues, los nuevos adoradores de Jesús que llenan nuestro mundo actual? «No nacieron ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de los hombres: son de Dios.»

12. Esto consiste en que el poder del Evangelio no es solo una fuerza expansiva que obra sobre la muchedumbre reunida o sobre las sociedades en general; que necesite para manifestarse y brillar, del entusiasmo y de la conmoción eléctrica de las turbas. Hay opiniones, ejemplos e impresiones espontáneas, arrebatadoras, que se producen en las asambleas humanas y que subyugan como por sorpresa. Pero he aquí el milagro de todos los días, de todos los instantes, de todos los siglos y de todos los países en la historia del Evangelio. Una conciencia humana, indiferente u hostil hasta entonces a la luz de Cristo, ha permanecido ignorando o maldiciendo, veinte, treinta, cuarenta años, por una vida entera. La sombra de Jesucristo al pasar por el camino, irritaba o importunaba esta conciencia. Un día, sola, en frente de la fe cristiana, lejos de toda mirada, en el silencio y la soledad del pensamiento, quiere esta alma darse cuenta de sus desprecios, de su odio o de sus terrores. No está allí el mundo para influir en la decisión. Replegada sobre sí misma, en el trabajo desconocido de sus propias meditaciones, interroga al Evangelio, cuya majestad le pasma. Esta palabra viva, de filo más acerado que la de la espada, hiere en el corazón todas las pasiones secretas, todos los malos instintos por tan largo tiempo acariciados. Es preciso cortar de raíz el árbol del orgullo que ha extendido sus ramas en todas direcciones; a la sombra de esta poderosa vegetación habían crecido pacíficamente la avaricia, los celos, la ambición, el odio, la venganza; y es preciso cortarlas. Más profundamente todavía y entrañando en las raíces mismas del [53] ser, hay un misterioso asilo donde se ha atrincherado la corrupción, con sus íntimos e ignominiosos placeres. Para resguardar este foco, para alimentar sus fuegos impuros, para ocultar su llama a las miradas indiscretas, se ha agotado en disimularlo la inteligencia y ha gastado el amor todo su fuego. Han encanecido los cabellos en este trabajo, cuyo solo pensamiento hace ruborizar los semblantes. Es preciso arrasar este edificio de las pasiones, y arrojar al viento sus restos. Y más aún es preciso poner al descubierto, cuán anchas y profundas son, sus horribles llagas, e ir a decir a un hombre: ¡Mira, he aquí lo que soy, lo que he sido, todo el mundo lo ignora. Se me cree justo, se me cree grande, se me cree desinteresado, se me cree casto. Y no obstante, soy el vicio, la corrupción, el crimen!- Es preciso: pero cuando se haya aniquilado en el alma todo lo pasado, cuando se haya realizado el vacío en la conciencia, ¿qué le quedará a este infeliz? Todos sus corrompidos afectos, todo cuanto amó, adoró, sirvió, todo esto habrá desaparecido; y destrozado el corazón, sangriento, volverá a caer en la muerte. ¡Ya se le ve arrastrando en la soledad sus heridas mortales; vagando por la vida como un espectro, sin pasado, sin porvenir, sepulcro viviente, exhausto de felicidad y de esperanza! Ya retrocede horrorizado, cuando se oye una voz, llena de amor y de dulzura. Es Jesús en el pozo de Jacob, abriendo a la hija de Samaria las fuentes de aguas vivas, que saltan hasta la vida eterna. «Señor, Señor, saciadme con las puras aguas que extinguen toda sed.» Ya no quiero beber nunca de esas aguas envenenadas de la mentira, del error, de las pasiones 105. Se levanta. Es el hijo pródigo que va a arrojarse en los brazos de su padre; es Lázaro tendido en las fétidas emanaciones del sepulcro. ¡Ha resucitado este muerto, este desesperado, este hijo perdido! He aquí el milagro permanente del Evangelio. Mil veces habéis visto un confesonario, un penitente, un sacerdote, y mil veces habéis visto sin pensarlo una resurrección.

13. ¿Vese, pues, por todas partes, el milagro del Verbo hecho carne, tan vivo en el día como lo fue en el pesebre, en el templo de Jerusalén, en el cenáculo, en el pretorio de Pilatos, en el tribunal de Caifás, en la cruz del Gólgota, en el sepulcro de José de Arimatea, en la gruta de la resurrección, y sobre la montaña de la [54] Ascensión gloriosa? Al lado de los reyes del Oriente que le adoran, están los Herodes que buscan al niño para matarle; al lado de los doctores que admiran la sabiduría de sus contestaciones, están los falsos sabios que tratan de sorprenderle en flagrante delito de ignorancia, de contradicción y de error; al lado de sus discípulos fieles, están los Judas que le venden con un beso; al lado del procónsul que se lava las manos con indiferencia, están las almas santas que interceden por el Justo; al lado de la muchedumbre extraviada que vierte la sangre inocente, está la muchedumbre fiel, que recoge cada una de sus gotas para encontrar en ellas la vida: al lado de los judíos que sellan el sepulcro, están las piadosas mujeres que ven pasar el Ángel de la resurrección; al lado de los Galileos que aguardan aún a Jesús Nazareno que ha desaparecido de su vista, están siempre los santos que van a buscarle al cielo. ¿Pues qué, está vivo Jesús? ¿No ha muerto su historia como la de Alejandro o la de César, con el tiempo que la vio brillar? No, cada día se encarna Jesucristo en un establo y nace en un alma hasta entonces manchada; cada día dice su voz a un muerto: ¡Lazare, veni foras! y sale Lázaro del sepulcro; cada día repite a algún nuevo apóstata: «¿Amigo mío, qué has venido a hacer aquí?» y todavía el Hijo del Hombre se deja vender con un beso. Cada día confiesa a una Samaritana; abre los ojos a un ciego de nacimiento; resucita al hijo de la viuda de Nain; cada día muere en el Calvario y cada día convierte a un ladrón. Que se prenda, que se ate, que se crucifique a este muerto inmortal, claman de continuo las turbas amotinadas, ¡no le queremos ya! que nos den a Barrabás; que nos desembaracen de este Dios que turba nuestro sueño e insulta a César.- Se le azota, se le corona de espinas; se le pone una caña en la mano a guisa de cetro; se le abofetea el semblante, se le pregunta: ¿Qué es la verdad? Y calla, y sufre las injurias, los ultrajes, las ignominias. Entrégasele a las burlas, a los sarcasmos, a las blasfemias; muéstrasele al pueblo diciendo: ¡He aquí al hombre! Se le arrastra al suplicio; vense deslizarse algunas lágrimas durante su camino, y él contesta siempre con mansedumbre: No lloréis por mí, sino por vosotros y por vuestros hijos. Clávasele en el leño infame, traspásasele el corazón, introdúcesele en el sepulcro; pero resucita siempre, y sus verdugos son los primeros en repetir la palabra de los soldados romanos: ¡Verdaderamente era este el Hijo de [55] Dios! Mil ochocientos años hace que es así, y durante mil ochocientos años se renueva este drama sin interrupción. Siempre los mismos actores con nuevos nombres; siempre el mismo odio contra la misma víctima, y siempre la misma resurrección. Si no veis en esto un milagro, una serie de milagros, el milagro permanente, ¿qué es lo que veis en la historia?

14. No conocemos prueba más palpable de la inspiración de los Evangelios, que esta prolongación de vida del relato evangélico al través de las edades. Semejante demostración se halla por su misma naturaleza al alcance de todas las inteligencias, y no exige ni estudios laboriosos ni investigaciones científicas. Pruébase la aparición del Verbo encarnado por la perpetuidad de la Encarnación del Verbo en las almas. Los milagros de Jesucristo en Judea son los mismos que renueva actualmente en todos los puntos del globo y que no cesará de verificar por tan largo tiempo como subsista el mundo. Bastárale a la historia del porvenir el simple texto del Evangelio, como le ha bastado a un pasado de veinte siglos ¿Conocéis muchos libros que tengan este prodigioso poder? Los más grandes genios de Grecia y de Roma nos han dejado obras que se proclama inmortales, y ¿quién las ha leído, sino es algunos eruditos? Y sobre todo, ¿quién las practica? ¿qué alma les ha debido su resurrección espiritual? ¿qué conciencia humana han reanimado? De vez en cuando un elogio oficial que cae de las altas regiones de la ciencia, recuerda a las generaciones que escribió Platón, que habló Cicerón, que filosofó Séneca. Doctrinas, discusiones, filosofía, todo murió con estos muertos ilustres; consiéntese a veces en admirar de paso esta elocuencia extinguida, la belleza de las líneas, la pureza de la forma, a la manera que se detiene el viajero a saludar una ruina arqueológica. Pero el Evangelio está vivo, y es siempre el pan cuotidiano de la muchedumbre, el alimento espiritual de las almas. Este libro se lee en todas las lenguas, bajo todos los cielos, a todas horas; podría decirse que se ha hecho en ese sentido que el Verbo divino, cuya manifestación es, para trasportar cada día su vida a las almas. Así el Evangelio es realmente un hecho que se reproduce siempre, siempre fecundo, siempre inagotable, al mismo tiempo que es una doctrina permanente, inmutable, siempre antigua, siempre nueva. ¡Enséñesenos un libro escrito por mano de hombres y que ejerza tal imperio! [56]




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - Expectación universal