DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § II. El Evangelio del Racionalismo



§ III. Jesucristo

28. Tanta impotencia por parte del racionalismo actual, es para nosotros sin duda alguna una nueva prueba de la verdad evangélica, y bajo este concepto, tenemos derecho para regocijarnos. Sin embargo, acusa en la opinión pública y en ciertas inteligencias excepcionalmente cultivadas, tan completa ignorancia de los principios religiosos más elementales, que es imposible no dolerse de que sea tan débil este ataque. Por singular que pueda parecer semejante sentimiento, no vacilamos en proclamarlo. Léase, por ejemplo, los ocho volúmenes de Orígenes contra el filósofo Celso, y se nos comprenderá. Al negar Celso la divinidad de Jesucristo, sabía exacta y positivamente lo que atacaba. No se concentraba la objeción como en el día, sobre un fantasma imaginario a quien basta mirar cara a cara para verle caer reducido a polvo. Evidentemente es inferior a su empresa el racionalismo moderno; pero su inferioridad se halla en proporción paralela con el grado de decaimiento de la ciencia religiosa entre nosotros. El programa de la incredulidad contemporánea es sobrado nulo, por lo que nos basta indicar para los Renanes futuros, todo lo que tendrán que destruir antes de conseguir tocar a la divinidad del Evangelio. Sólo algunas palabras sobre el nombre mismo de Jesucristo bastarán para disipar frívolas esperanzas; y puesto que es preciso que haya herejías, tal vez se reflexione más seriamente antes de aceptar el triste papel de heresiarca.

29. El Verbo encarnado que adoramos, no se llama solamente Jesús, como quieren los racionalistas: no se llama exclusivamente [95] «Cristo,» como afecta creer el racionalismo 140. Llámase Jesucristo, nombre que recibió la Iglesia católica de los apóstoles, que conserva en su integridad complexa, y que no le dejará dividir ni por las fantasías del racionalismo, ni por las predilecciones injustificables de la herejía. Pues bien, el nombre de Jesucristo es el lazo que une las dos edades de la historia humana. Lo que fue prometido, figurado, predicho, designado anticipadamente y esperado durante cuatro mil años, fue el Cristo. No basta, pues, introducir subrepticiamente, en la serie de los siglos, un Jesús de imaginación, inventado por la credulidad, popularizado por la leyenda, para entregarlo como un rey de teatro, a la irrisión del vulgo. Antes de pensar siquiera en atacar al Evangelio, es preciso destruir todos los libros del Antiguo Testamento que anuncian el advenimiento de un Mesías; es preciso quemar todos los monumentos de las literaturas egipcias, chinas, indias, asirias, persas, griegas y romanas que atestiguan uniformes la creencia del mundo en una redención futura, cuyos sacrificios son su señal en cierto modo sacramental, cuyos ritos religiosos son su expresión popular. ¿Hase reflexionado en la inmensidad de esta hecatombe que debió comenzar en Manethón y en Confucio, pasando por Hesiodo y Homero, para terminar en Virgilio, Cicerón y Tácito? No es esto todo. No solamente los monumentos escritos de las civilizaciones estudiadas hasta aquí, proclaman la decadencia primitiva de la humanidad, la necesidad de una rehabilitación y la fe en un revelador futuro, sino que adquieren voz las piedras mismas y emplean el mismo lenguaje. Destruid, pues, previamente en todos los puntos del globo, todos los recuerdos lapidarios, las estatuas, los bajo-relieves, las columnas, los arcos triunfales, los mármoles y los bronces antiguos: arrasadlo todo, desde los templos trogloditas de Mahalibapur y los pylonos 141 de Karnac, pasando [96] por Nimrud y Khorsabad, y concluyendo por las obras maestras del arte griego y romano. Trastornad el suelo del universo, y cuando hayáis acabado vuestra obra, impedid que venga la casualidad de algunas nuevas excavaciones a revelaros súbitamente un nuevo testigo de la fe del antiguo mundo. Mas aún no se habrá hecho todo lo necesario. Hay testigos de más vida que los libros, y más duraderos que los monumentos: tales son las razas humanas. Pues bien, todas las razas en este momento idólatras creen unánimes en una caída y en la necesidad de un Mediador. ¡Id a degollar en las islas de la Polinesia, en todos los puntos del África, en toda la extensión de los continentes americano y asiático, esos testigos vivientes de una creencia que os humilla! Pues todo esto es preciso antes de atacar el carácter mesiánico del Cristo.

30. Creo que es ya un hecho bastante maravilloso la posición histórica del Cristo en el mundo antiguo. ¡Sí, es un milagro haber ocupado en la humanidad tal lugar, haber echado en ella raíces tan profundas, que a no aniquilar la historia y reemplazarla con el caos, no es posible derrocar al Mesías! Y no obstante, apenas forma todo esto la orla del manto divino de Jesucristo. Como podría en rigor explotarse por la habilidad de un hombre de genio, la creencia general en el Redentor futuro, consiguiendo usurpar este título, se ha provisto a tal inconveniente de esta suerte. No siendo el Antiguo Testamento en su conjunto, más que la designación seguida de edad en edad y representando, con una exactitud llevada hasta el último punto, la figura del Mesías futuro, es fácil de concebir, por qué no aprecia el racionalismo el Antiguo Testamento, pues cada nuevo maestro de incredulidad tiene la idea de destruir un testigo tan importuno. Pero no ha coronado el éxito tantos esfuerzos, pudiendo decirse, sin temor de parecer indiscreto, que jamás se ha dirigido el ataque en situación que le fuera ventajosa. Discusiones filológicas interminables sobre una palabra hebrea, sobre su raíz, sobre sus equivalentes en las lenguas arianas o semíticas; pedantescas ostentaciones de gramática; pretensiones, por otra parte poco modestas de saber el hebreo mejor que los Judíos de la Versión de los Setenta; a veces, veleidades de hostilidad geológica, química, fisiológica; o bien, incidentes sobre un hecho oscuro, sobre una particularidad no aclarada todavía, he aquí todo lo que se ha intentado hasta ahora. Hanse amontonado nubes que se dispersaban con [97] el primer golpe de piqueta en un campo histórico, o en un terreno diluviano. El Antiguo Testamento tiene dos guardas que es preciso destruir primeramente, antes de llegar a él. En primer lugar, la raza judía, que persiste en esperar al Mesías, bajo la fe de este Libro; pues mientras exista un hijo de Israel, no habréis hecho nada contra el Libro sagrado de su ley. Id, pues; exterminad un pueblo que han dejado en pie veinte siglos de desastres, de persecuciones y de oprobios, y cuando hayáis matado hasta el último israelita, os hallaréis en frente del universo cristiano que os presentará triunfante e inmortal el Libro sagrado de los judíos.

31. Históricamente, pues, es el Antiguo Testamento un monumento irrecusable. He aquí tal como la contiene la designación del Mesías. El primer rasgo se remonta al día del pecado original, en el umbral del Edén. Es una promesa divina, circunstanciada y formal: «Vendrá una mujer, cuyo hijo quebrantará la cabeza de Satanás 142.» Así, el Redentor será hijo de una mujer; Dios no le designa padre en el mundo. El Redentor quebrantará la cabeza de Satanás; no será, pues, solamente un filósofo, un sabio, que destruya algunos errores, que reforme algunos abusos parciales; tendrá el poder sobrehumano de aplanar el error, el mal, en su origen, de una manera absoluta. Tales son, en el punto de partida, los dos rasgos característicos del Mesías. Sucesivamente van a dibujarse con toda precisión todas las líneas de su figura celestial. El Redentor, «en quien serán benditas todas las naciones de la tierra, saldrá de la raza de Abraham 143.» El Enviado de las colinas eternas, el Deseado de las Naciones parecerá «en la época en que el cetro será quitado de la casa de Judá 144.» Será «hijo de David 145, y, no obstante ser su generación eterna 146, nacerá en Belén 147.» -«Una Virgen concebirá y parirá un hijo cuyo nombre será Dios con nosotros (Emmanuel) 148. Será el Cristo, rey de Israel 149 Jesús el Salvador 150.» -Nacerá una estrella de Jacob 151.» -«Traeranle presentes los reyes de Arabia y de Sabá 152.» Sin embargo, será preciso «volver a Egipto al divino niño 153.» -«Elevarase del desierto una voz, y será precursor de Cristo otro Elías 154.» -«El Mesías tendrá toda la autoridad [98] de Moisés 155; será, además, sacerdote según el orden de Melquisedech 156; rey en la eternidad 157.» -«Su palabra se dirigirá a los humildes y a los afligidos 158.» -« Abriránse los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos; saltarán los cojos como los ciervos, y será desatada la lengua de los mudos 159.» -«Será honrado con la presencia del Mesías el Templo de Zorobabel 160.» - «La hija de Sión saltará de alegría; la hija de Jerusalén se colmará de júbilo al acercarse su rey, el Justo, el Salvador: él vendrá pobre y montado en una asna seguida de su pollino 161.» -«Carecerá su aspecto de externo esplendor, y le veremos sin reconocerle 162.» -«Congregaránse contra él en consejo los que acechaban su vida 163.» -«El hombre con quien vivía en paz y que comía el pan de su mesa, le venderá 164.» -«Nadie le prestará auxilio al acercarse el peligro, caerá en desaliento y su sangre correrá como el agua 165.» -«Será herido el pastor y se dispersarán las ovejas 166.» -«Será estimado en precio de treinta monedas de plata que serán arrojadas en el Templo, y que se entregarán después al alfarero 167.» Sin embargo, «abandonará su cuerpo a los verdugos y su rostro a las bofetadas, sin volver el semblante a las salivas y a las injurias de sus enemigos 168.» -Dejarase conducir a la muerte, como la oveja que se lleva al matadero 169; pero llevará en los hombros el cetro de su reinado 170.» -«Serán taladrados sus pies y sus manos, y se contarán sus huesos 171.» -Repartiránse sus vestiduras y echarán suertes sobre su túnica 172.»- «Cubierto de heridas por nuestras iniquidades, quebrantado por nuestros crímenes, se ofrecerá él mismo y por su libre voluntad, en sacrificio 173.» -«Los que le vean, insultarán su angustia, y le ultrajarán moviendo la cabeza. ¡Pues que esperaba en el Señor, dirán, que el Señor le libre 174!» -«Se le dará a beber hiel y se le presentará vinagre para apagar su sed 175.» -«Rogará por los pecadores 176.» -«Entregará su alma en manos del Señor 177.» -«Morirá, más para resucitar 178; será glorioso su sepulcro 179, y se enarbolará entre las naciones su estandarte 180.» -Hállase también [99] marcada la época precisa de este acontecimiento. «El Cristo será entregado a muerte, el Santo de los Santos expiará sus pecados en la septuagésima semana de años siguiente al edicto de Artaxerxes Longimano para el restablecimiento del Templo, es decir, cuatrocientos ochenta y siete años después de Zorobabel, fecha que corresponde al año 53 de nuestra era 181.

32. Tal es la designación profética del Mesías o Cristo. Será Dios; nacerá de una virgen en Belén; hará milagros; será muerto; resucitará. Semejante programa es absolutamente irrealizable por un genio humano, por grande que se le suponga. El genio no puede nada en este mundo ni sobre el orden, ni sobre la época de su propio nacimiento; recibe la vida, pero no sabe elegir anticipadamente la madre que ha de darle a luz; no puede determinar el tiempo ni el lugar donde quiere nacer. El genio hace grandes cosas, pero no hace milagros; muere, pero no resucita. Es, pues, sobre este punto imposible la impostura. Concíbese, sin embargo, que haya tentado a ciertos espíritus entre los judíos; los Teudas, los Rarkokeba, intentando aplicar a su persona la designación divina, han suministrado precisamente la prueba de la realidad incontestable de las profecías y de la creencia mesiánicas, en el seno del pueblo judío. Han consignado además, con la autenticidad de su derrota, la inanidad de semejante tentativa. Las condiciones fijadas anticipadamente respecto del Redentor, sobrepujan a toda humana talla, y nadie podrá vestir la túnica sin costura del Crucificado del Gólgota. El Mesías debe llamarse Dios, pero debe probar su divinidad con la salvación del mundo; debe hacer milagros, pero sobre todo, debe perpetuar los milagros; debe morir, pero debe resucitar. De este modo solamente entrará en la realidad de su designación profética, y tomará posesión del título de Cristo que le reanuda con todo el mundo antiguo.

33. Si le espera la primer vertiente de la historia como Mesías, debe reconocerle como Salvador la segunda. No está completo su nombre sino con la condición de abrazar todas las edades. Lo que fue, como Cristo, en el periodo de la esperanza, debe serlo ahora, como Jesús; es decir, que el lugar que ocupa en la antigüedad como Mesías, debe tenerlo en el mundo moderno como Salvador. Aquí se [10] encuentra el racionalismo en presencia de una nueva serie de hechos constantes, notorios, irrecusables, apoyados no solamente en testimonios, relatos o libros, sino en la evidencia cuotidiana y palpable. El primero, el más patente de todos estos fenómenos, es que a la hora en que escribimos estas líneas, tiene adoradores Jesucristo en todos los puntos del globo. Basta abrir los ojos y ver para convencerse de ello. Adórase a Jesucristo, no solamente como un recuerdo, una gloria, una encarnación divina, que apareció hace dos mil años, en el seno de la humanidad y que se volvió para siempre al cielo, sino que es adorado como estando presente, en sustancia y en realidad, en la Eucaristía. Quiérase o no, existe el hecho. Penetrad bajo la cúpula de San Pedro, y allí está presente Jesucristo para sus fieles y es adorado por ellos. Seguid al pobre misionero hasta los confines del mundo, y le veréis levantarle un altar bajo los plátanos de los bosques de la India, y pronunciar algunas palabras y adorar a Jesucristo sobre la desnuda piedra donde consiente siempre en descender el Dios del pesebre. El Indio que pasa al lado de este extranjero, se detiene un instante a contemplar este hecho extraño. ¡Escucha una enseñanza tan nueva para él; ábrese poco a poco su inteligencia a una luz desconocida; estremécese su corazón al contacto de un amor divino, y cree a su vez y se prosterna y adora! ¿Qué pensáis de esto? Jesucristo, que murió hace dos mil años, tiene el poder de hacerse amar, de hacerse adorar por un salvaje que anda errante por los bosques de su país, y que no ha sospechado nunca la existencia de la Judea, de un Antiguo Testamento o de una civilización cualquiera. Existe, pues, el hecho de la conversión de las almas por Jesucristo; se toca con la mano; no se halla circunscrito a la India, al Japón o a la China; está por do quiera. A veces se inclinan los sabios de nuestra Europa, después de quince o de veinte años de rebeldía, bajo la influencia de la divinidad de Jesús, lo mismo que los pobres insulares de Otaiti. Estos son hechos. Antes de negar la divinidad del Evangelio, comenzad por destruirlos, sin podéis; o por explicarlos si tenéis tal secreto. Mas agotándose todas las fuerzas humanas por el tiempo, por el uso, por sus mismas victorias; ¿cómo es que no se ha agotado la fuerza de Jesucristo? Es una ley histórica que todo lo que ha comenzado muere, ¿cómo es que no muere la religión de Jesucristo? Todas las instituciones fundadas por los hombres caen, ¿por qué no cae la [101] Iglesia de Jesucristo? Y adviértase que cada día que pasa es un triunfo nuevo para esta doctrina, que envejece otro tanto tiempo. Antes de ser admitido el racionalismo incrédulo a negar el Evangelio, debe, pues, comenzar por destruir, en el seno de las sociedades modernas, el milagro perseverante de la adoración de Jesucristo como Dios; el milagro perseverante de la adoración de Jesucristo en la Eucaristía; el milagro perseverante de la conversión [102] de las almas por Jesucristo.

34. ¡Haga, pues, la prueba! ¡Que vaya, sacudiendo el globo por los dos polos, por entre oleadas de sangre, amontonando ruinas sobre ruinas, a arrancar al mundo el nombre de Jesucristo y la fe en su divinidad! Aun cuando se exponga a esta prueba, no hará nada de nuevo. La historia moderna no es otra cosa que la prolongación de una lucha de este género, con un éxito muy diferente del que se prometía. Así llegamos a otro hecho no menos innegable, y es que durante diez y ocho siglos se da la vida por la divinidad de Jesucristo, y que cuantos más mártires cuenta esta divinidad, más conquistas hace. Negad, si podéis, que murieron por ella los doce apóstoles que salieron de Judea a predicar al mundo la fe en la divinidad de Jesucristo. Sólo sobrevivió uno de ellos después de haber sufrido el más bárbaro suplicio; este fue San Juan, cuyo In principio tiene el privilegio de desagradaros. Todos los demás perecieron al filo de la cuchilla, en las hogueras encendidas, en la cruz, en todos los géneros de tormentos que sabía inventar la imaginación de los verdugos, en una época en que tocaba casi a los límites del genio el arte de matar a los hombres. Intentad poner en duda las degollaciones, tres veces seculares, organizadas por el paganismo de Roma, contra todo lo que llevaba el nombre de cristiano, y se os pondrán enfrente todos los historiadores griegos y latinos, desde Tácito y Suetonio hasta Eusebio de Cesárea. Desgarrad sus obras, para desembarazaros de estos indiscretos testigos. No lo podéis ni lo queréis. Siendo así, fuerza es que expliquéis cómo murieron millares de hombres por un fantasma de Cristo, por una quimera, ¡por un nada! Y cuando hayáis creído encontrar una respuesta satisfactoria gritando, ¡fanatismo! tendréis que explicar cómo cayeron también los mismos verdugos en el fanatismo de sus víctimas, prosternándose al pie de una cruz.

35. Ofrecerase a vuestro estudio el grande hecho de la conversión del mundo pagano por la cruz de Jesucristo, y tendréis que deducir de él las razones naturalísimas que hicieron ascender la divinidad de Jesucristo de la oscuridad de las catacumbas a la cima del Capitolio. Nos diréis cómo fundó una sociedad inmortal, una serie o sucesión de hombres a quienes se mataba sin tregua; cómo morían sin murmurar, encarcelados, sentenciados, mártires, felices en ser lapidados, quemados, degollados, y cómo hicieron brotar con su sangre una semilla de nuevos cristianos. ¡Agradable perspectiva, verdaderamente, para abrazar una religión nueva, la certidumbre de ser revestido con un manto de resina, y de servir de viviente antorcha en los jardines de Nerón! ¿Quién podía resistir al grato destino de ser arrojado en la arena a las garras de los leones de Numidia; de ser condenado a las minas; de ser desollado vivo; de arrancársele las uñas; de cortársele las coyunturas una tras otra; de ser tendido en parrillas rusientes, o sumergido en un baño de plomo derretido? ¡Explicadnos una sola conversión con las seducciones de semejante propaganda! Y no obstante, el mundo es cristiano, y fue vencido el paganismo. ¡Buscad en el universo actual, un adorador de Júpiter, de Venus, de Saturno! El paganismo fue vencido por primera vez bajo Constantino. Pero desde Constantino hasta Clodoveo, lo fue cien veces. ¿Sabéis ni siquiera el nombre de todos los pueblos bárbaros que acudieron a la ralea 182 del mundo romano durante tres siglos? La Iglesia de Jesucristo venció a todos estos paganos, y siempre del mismo modo, padeciendo, orando, muriendo. Aún en el día se padece, se ruega, se muere por la divinidad de Jesucristo; y así será hasta el fin de los siglos. Estos son hechos, que es preciso negar, antes de despojar a Jesucristo de su manto divino. Pues bien, negarlos es negar la luz del sol; es destruir toda evidencia, aniquilar toda historia y sumergir el mundo en tinieblas. ¡Levántese ahora el audaz Erostrato intentando abrasar el edificio de la divinidad de Jesucristo! El cimiento de este edificio inmortal se remonta al Edén. Cada siglo de la historia antigua forma uno de sus pilares. Cristo es la esperanza de cuatro mil años; la flor sagrada del Antiguo Testamento; el Redentor esperado, descrito, señalado por todas las edades. ¡Jesús aparece en la cima de [103] los dos mundos; realiza en su persona todas las profecías; levanta el estandarte de su cruz; es aplanada la cabeza de Satanás; expira el paganismo! Verifícase en el universo una inmensa revolución salvadora que abraza todos los tiempos, todos los lugares, todos los hombres; diez y nueve siglos hace que se prolonga sin interrupción; todo lo ha cambiado, renovado, espiritualizado, santificado en la tierra; y no cesa de levantar a la humanidad hacia Dios. Jesucristo es la historia entera; es el mundo, desde Adán hasta nosotros. ¡Es la monarquía eterna atravesando los tiempos para conducir al hombre, de las manos de su Criador al tribunal de su Juez ¡ Cristus heri, hodie, ipse et in saecula 183.



Capítulo segundo

Preparación evangélica

Sumario

I. VISIÓN DE ZACARÍAS

1. Zacarías, padre de San Juan Bautista. El Ángel Gabriel en el Altar de los Perfumes.- 2. Pruebas extrínsecas de la autenticidad de la narración Evangélica. - 3. Pruebas intrínsecas de la autenticidad de la narración Evangélica.- 4. Ceremonia de la adustión del incienso, en tiempo de Zacarías.- 5. Conformidad de la narración Evangélica con las prescripciones rituales.

II. ANUNCIACIÓN.

6. El mensaje del Ángel a la Virgen de Nazaret.- 7. Ave María.

III. LA INMACULADA VIRGEN MARÍA.

8. Tradiciones universales sobre la Virgen Madre.- 9. El culto de María y el protestantismo.- 10. Historia tradicional de María.- 11. Ana y Joaquín.- 12. Concepción inmaculada de María.- 13. Natividad de María.- 14. Presentación y educación de María en el Templo. Los Desposorios.

IV. VISITACIÓN. NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA.

15. Visitación. Magnificat.- 16. Crítica racionalista.- 17. Nacimiento y circuncisión de San Juan Bautista.- 18. Nudo de los dos Testamentos.- 19. Sospechas de San José. Matrimonio virginal.

V. EL EMPADRONAMIENTO DEL IMPERIO.

20. Objeciones generales de los Racionalistas.- 21. Testimonio de Augusto que confirma la realidad del empadronamiento mencionado por el Evangelio.- 22. Testimonios idénticos de Tácito, Suetonio y Dión Casio.- 23. Testimonio idéntico de Tertuliano.- 24. Testimonio inesperado e involuntario del racionalismo moderno.- 25. Una dificultad cronológica que resulta de una diferencia de diez años entre la fecha de Josefo y la de San Lucas. Texto griego de San Lucas.- 26. Traducción de San Lucas, según la Vulgata. Solución. Testimonio de San Justino y de Tertuliano.- 27. Belén. La verdadera Casa del Pan.

VI. EL VIAJE A BELÉN.

28. ¿Era Jesús de la familia de David?- 29. Forma del censo según la ley romana.- 30. Pruebas históricas de la realidad del viaje a Belén.- 31. El judío Triphon.- 32. Conclusión. [106]

VII. GENEALOGÍA DE JESUCRISTO.

33. Diferencia de las dos genealogías de San Mateo y de San Lucas.- 34. Importancia de las genealogías entre los Hebreos.- 35. Solución de la cuestión de las dos genealogías Evangélicas.- 36. Conclusión.





§ I. Visión de Zacarías

1. «Hubo en tiempo de Herodes, rey de Jadea, un sacerdote llamado Zacarías, de la familia de Abias, y su mujer, llamada Isabel, era de la familia de Aarón. Y ambos eran justos a los ojos de Dios, observando todos los mandamientos y leyes del Señor irreprensiblemente. Y no tenían hijos, porque Isabel era estéril, y ambos eran de avanzada edad. Y sucedió que ejerciendo Zacarías las funciones del sacerdocio, según el orden de su turno delante de Dios, conforme a la costumbre establecida entre los sacerdotes, le tocó por suerte entrar en el templo del Señor a ofrecer el incienso en el altar de los Perfumes. Entre tanto, todo el pueblo estaba de parte de afuera en el atrio, según acostumbraba durante la oblación del incienso. Y se le apareció a Zacarías un ángel del Señor, puesto en pie a la derecha del altar de los Perfumes, o en que se ofrecía el incienso. Y Zacarías se turbó al verle, y quedó sobrecogido de espanto. Mas el Ángel le dijo: No temas Zacarías, porque ha sido oída tu oración, y tu mujer Isabel te dará a luz un hijo, a quien llamarás Juan 184 el cual será para ti objeto de gozo y regocijo, y muchos se alegrarán en su nacimiento. Porque ha de ser grande en la presencia del Señor. Según la ley de los Nazarenos, no beberá vino ni cosa que pueda embriagar, y será lleno del Espíritu Santo, aún desde el seno de su madre; y convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor, su Dios, delante del cual irá él, con el espíritu y la virtud de Elías, para conciliar los corazones de los padres con los de los hijos, y conducir los incrédulos a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo perfecto. Y preguntó Zacarías al Ángel: ¿Cómo conoceré que es cierto lo que me dices? porque ya yo soy viejo y mi mujer está muy avanzada en la edad. Y respondiéndole el Ángel, le dijo: Yo soy Gabriel, y uno de los espíritus celestiales que circundan la majestad de Dios, de quien he recibido [107] la misión de anunciarte esta buena nueva. Y he aquí, desde ahora quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no creíste mis palabras, que se cumplirán a su tiempo. Entre tanto estaba afuera el pueblo esperando a Zacarías, y admirándose de que se detuviera tanto en el Templo. Y habiendo salido el sacerdote, le fue imposible hablar una palabra, y el pueblo conoció que había tenido en el templo alguna visión, y él procuraba explicarse por señas y permaneció mudo. Y cumplidos los días de su ministerio, volvió a su casa; y después de algún tiempo concibió Isabel su esposa, la cual guardó secreto y se mantuvo escondida durante cinco meses, diciendo: El Señor Omnipotente se ha dignado inclinar a mi una mirada de misericordia y ha borrado el oprobio que pesaba sobre mi nombre entre los hombres 185.»

2. Esta página abre la narración evangélica. Está sacada del primer capítulo de San Lucas, que todos los racionalistas están conformes en relegar, así como el segundo, entre las interpolaciones legendarias, añadidas al texto primitivo por la credulidad de los siglos siguientes 186. ¡Cómo habían de admitir los racionalistas un milagro al principio de la historia de Jesucristo! ¡Así, pues, rehúsan a Dios, en nombre del orden natural, inmutable en sus leyes, estudiadas por la ciencia, el poder de manifestar sus oráculos a un sacerdote judío, y de hablarle por ministerio de un Ángel! Por desgracia para los discípulos de Strauss, en esta ocasión les vence, abruma y rinde el milagro por todas partes. Y para librarse de la visión de Zacarías van a precipitarse en toda una serie de prodigios. Decís que la primer página de San Lucas es una adición apócrifa; concedido; fue la pluma de un impostor la que escribió en la cuna de Juan Bautista estas palabras: «muchos se alegrarán con su nacimiento,» pero ¿cómo es que se realizó esta profecía si fue obra de un impostor? ¿Por qué es célebre todos los años el día de la Natividad de San Juan Bautista en todos los puntos del universo? ¿Cuántas personas saben hoy en el mundo entero qué día es el aniversario del nacimiento de Alejandro o de César, sin embargo de haber sido ambos figuras bastante ilustres en la historia? ¡Y he aquí que en la cuna de un hijo oscuro de Aarón, predice un impostor, un falsario, que jamás perderá el mundo la memoria de una Natividad tan gloriosa! Esta profecía [108] increíble, absurda, bajo el punto de vista de todas las verosimilitudes históricas, se realizó al pie de la letra. Después de mil ochocientos sesenta y cuatro años persiste el mundo en celebrar el nacimiento de Juan Bautista: dentro de dos mil años, si se halla el universo destinado a llegar a esta edad, sucederá lo mismo y ¡encontraréis esto natural! nada es más fácil de imaginar que un apócrifo, una leyenda; mas para introducirlo en el texto evangélico hay más obstáculos que parece creen los racionalistas. San Lucas advierte en los cuatro primeros versículos que forman el prólogo de su Evangelio, y cuya autenticidad no se niega por ningún exégeta conocido, que él escribe la narración histórica de la Encarnación, desde el principio (aÃnwqen) 187, y que la proseguirá por el orden cronológico (kaqech=j) 188. Tales son los caracteres que señala de antemano, como debiendo considerarse propios exclusivamente de su obra. Si se suprimieran, pues, los dos primeros capítulos de San Lucas, es decir, el nacimiento de Juan Bautista y la historia de los primeros años de Jesucristo, ¿en qué se distinguiría el Evangelio de San Lucas del de San Marcos, puesto que comenzaría, como este último en el bautismo del Jordán 189? ¿Cómo justificaría la intención, previamente manifestada de tomar el relato desde el principio (aÃnwqen) es decir, aún más allá que San Mateo, que sólo principia por la Anunciación? ¿No había sabido lo que ponía el mismo San Lucas, cuando trazaba, con su pluma inspirada, el prólogo de su Evangelio? Esto sería otro milagro que tendrían que soportar los racionalistas, para compensar el de la visión de Zacarías, que les causa horror, y tendrían que explicar cómo ha podido subyugar la fe del mundo un Evangelista que no se da razón de lo que escribe. Pero aún hay más; este impostor, este falsario que interpoló en el segundo siglo la leyenda de San Juan Bautista, hubiera debido ser un verdadero taumaturgo para conseguirlo; habiendo consistido su mayor milagro en hacerse invisible, porque en efecto, nadie le vio ni le sospechó en toda la serie de la historia cristiana, habiéndose esquivado a toda pesquisa. No le vio Orígenes, en el año 20, y se necesitaba tener más que habilidad para ocultarse a las miradas de Orígenes; pero sobre todo, no le vio en el año 150, Celso el pagano, el enemigo de los Evangelios. Para burlar esta mirada llena de odio, era preciso un artificio [109] casi prodigioso. Pues bien, el filósofo Celso cita el primer capítulo de San Lucas, tomando ocasión de él para mancillar el nombre inmaculado de María 190. ¿Dónde colocar, pues, vuestro invisible falsario, en un período histórico examinado tan escrupulosamente? Tertuliano, Ireneo, anteriores a Orígenes, no le conocieron. San Papías, cuyos preciosos testimonios nota Eusebio con tanto cuidado, no tenía la menor sospecha de él. Guardad, pues, con vuestros demás mitos este milagro apócrifo. No ha podido inventarse después del suceso la primera página de San Lucas por un falsario póstumo.

3. Por otra parte, lleva en sí misma señales de incontestable autenticidad. Imaginaos un ignorante legendario escribiendo después de la ruina del Templo, e improvisando sin incurrir en una sola falta, todo el conjunto de la historia, de las costumbres y de la religión judaicas. La sola expresión, tan sencilla al parecer: «En tiempo de Herodes, rey de Judea,» supone todo un orden de conocimientos que desafiaría a una impostura retrospectiva. En el siglo II, hubo tres príncipes con el nombre de Herodes que reinaron en Judea; Herodes el Idumeo; Herodes Antipas y Herodes Agripa. Si el impostor hubiera sido hábil, hubiera sabido esto, y entonces hubiera designado más particularmente el rey de quien quería hablar. No hay evasiva sobre esta necesidad impuesta por los hechos históricos. ¿Quiérese mejor suponer al impostor completamente inepto y sustancialmente extraño a los acontecimientos judaicos? En este caso, sólo habría conocido a un Herodes, el que menciona el texto de San Lucas en el capítulo III, con el nombre de Herodes el Tetrarca 191, y no hubiera pensado en darle otro título. Sólo un contemporáneo podía escribir estas palabras: «En tiempo de Herodes, rey de Judea.» Porque en efecto, sólo un Herodes reinó en toda la Judea, pues los demás, confinados en sus tetrarquías, sólo reinaron en una parte de ella. Y nótese que no dice San Lucas: «Rey de los Judíos,» porque si bien podía equivocarse sobre este punto un impostor, un legendario póstumo, nunca podía equivocarse un contemporáneo. Herodes el Idumeo fue impuesto por Roma a la Judea; soberano de hecho, no de derecho, reinaba en el país contra la voluntad de sus habitantes. El rey de los Judíos sólo podía ser un heredero [110] de la familia asmonea 192, u otro descendiente de la tribu de Judá y de la raza de David. La pluma del pretendido apócrifo no tropieza entre tantos escollos. ¡La casualidad! se dirá. La casualidad es un Dios complaciente que ha escrito todas las líneas del Antiguo Testamento sin que haya que hacer en él una sola corrección. ¿Cuántos milagros no habéis atribuido a la casualidad? Agréguese también a su ciega responsabilidad la maravillosa exactitud con que vuestro falsario, del siglo segundo o tercero, habla de los orígenes y de las costumbres sacerdotales de los Judíos: «Zacarías, dice era de la raza de Abias, y su mujer Isabel era de la familia de Aarón.» Sin duda no ignoran los racionalistas modernos qué relación puede haber entre la raza de Abias y las funciones sacerdotales. Su ciencia no conoce eclipse, y no obstante un lector común podría no sospechar siquiera el motivo de esta correlación; con mucho más motivo, pues, hubiera podido equivocarse un oscuro falsario. Pero el apócrifo interpolador de San Lucas no ignora nada. Sabe que en tiempo de David fueron divididas en veinte y cuatro clases las familias sacerdotales provenientes de Aarón 193, a que pertenecía la de Abias. No ignora que se arregló por turnos el orden del servicio semanal de cada una de ellas en el Templo; que en su consecuencia, la de Abias ocupó el turno octavo 194. El falsario sabe todo esto, y ha leído a Josefo que dice en términos formales: «Este orden se ha mantenido hasta nuestros días 195.» Sabe muy bien el impostor otra cosa todavía; que los sacerdotes judíos podían elegir una esposa entre todas las tribus de Israel 196. El apócrifo lo sabe, y advierte como una particularidad notable, que la mujer de Zacarías no pertenecía solamente a la tribu de Levi, sino que descendía de la familia pontifical de Aarón 197. Con la misma seguridad de intuición da cuenta el afortunado legendario, dos o tres siglos después de la ruina del Templo, y viviendo tal vez a quinientas leguas de Jerusalén, de las funciones sacerdotales que consistían en cuatro principales deberes: 1.º La inmolación de las víctimas y la oblación de los holocaustos; 2.º El cuidado de las lámparas en el Candelero de oro; 3.º La confección y la ofrenda de los doce panes nuevos en la Mesa de Proposición; [111] 4.º Finalmente, la adustión del incienso, noche y mañana en el Altar de los Perfumes 198. Asimismo sabe que los sacerdotes al principiar su servicio cada semana, echaban suertes para distribuirse estos varios oficios 199. Esto bastaría para admirarse de la ciencia general de la historia judía, que posee vuestro legendario; pero llevando más adelante este examen, y entrando en los pormenores mismos de la función sacerdotal que describe, resaltará hasta la evidencia la demostración sobre su autenticidad.

4. He aquí las indicaciones circunstanciadas que nos suministran sobre este punto, los libros rituales de los Hebreos. «Las veinte y cuatro series sacerdotales se subdividían en familias, cada una de las cuales tenía su príncipe o jefe. Cuando había mas familias en la serie que días en la semana, servían en un mismo día muchas familias. La edad de los levitas se limitaba a los 50 años, pero no había límite alguno respecto a la edad de los sacerdotes. El viernes por la noche, antes de entrar en sus funciones, se reunían los jefes de familia en el Templo, y sorteaban el día de su servicio por números de orden, y cada noche sacaban igualmente a la suerte los miembros de la familia por números de orden, sus funciones del día siguiente. La adustión de los perfumes se hacía por la mañana, al rayar el día, y por la tarde al ponerse el sol. Los sacerdotes de servicio se reunían, antes de la hora, en el Templo, revestidos con sus ornamentos y llevando los instrumentos sagrados necesarios para su servicio especial. Para comenzar, esperaban la señal del Mygrepkhah, instrumento de cobre, cuyo fuerte sonido resonaba en toda la ciudad de Jerusalén. En este momento levantaban las puntas de la cortina cuatro levitas por cada lado, y entraba el sacerdote encargado de la oblación del incienso, acompañado de otros dos, llevando el uno un vaso lleno de perfumes, y el otro una estufilla con ascuas; el sacerdote primero llevaba en la mano una bandeja de plata. En seguida entraban los sacerdotes encargados de cuidar de las lámparas, los que debían renovar los Panes de la Proposición, si era el día señalado; los que debían purificar la rejilla del Altar de los Perfumes y quitar las cenizas y los carbones de la estufa, retirándose cada uno no bien había terminado su oficio. Cuando estaba todo preparado, recibía el sacerdote turiferario en su bandeja las ascuas, [112] las cuales colocaba en la rejilla del Altar, después tomaba los perfumes que le cabían en la mano para echarlos en el fuego. Entonces le dejaban todos: también él retrocedía algunos pasos y permanecía en adoración mientras subía hacia el cielo la nube de humo odorífero, permaneciendo así algunos momentos solo, ante Dios. Entre tanto, las personas que tenían que ofrecer oblaciones por el pecado, hallábanse reunidas por la mañana delante de la puerta de Nicanor, donde las colocaban los sacerdotes por orden y por series; los levitas, llamados igualmente por el sonido del Migrephah, se colocaban en sus atriles, y cantaban los salmos del nacimiento o declive del día; los hijos de Israel que habían acudido a la oración, esperaban el instante en que salía del Templo el sacerdote encargado de la adustión del incienso para recibir su bendición. Generalmente se llenaban los pórticos exteriores por la multitud piadosa, y cuando aparecía el sacerdote en el umbral del Templo, se prosternaban todos, y juntando éste los dedos de la mano de modo que formaran el número tres 200, extendía la derecha hacia el pueblo, y pronunciaba en alta voz la fórmula legal 201: «¡Bendígaos y guárdeos el Señor! ¡Incline Jehovah sobre vosotros una mirada favorable, y otórgueos misericordia; vuelva hacia vosotros una mirada propicia, y concédaos la paz 202!»

5. Cotéjese el texto evangélico con estas indicaciones múltiples, auténticas y precisas como todas las tradiciones sacerdotales del Judaísmo, y no se encontrará una sola discordancia. Zacarías había sido el designado por la suerte para ofrecer el incienso en el Altar de los Perfumes; y en efecto, la suerte era la que distribuía cada día las funciones sacerdotales entre los miembros de la evemeria sagrada. Zacarías era un anciano, encorvado al peso de los años. Si sólo hubiera sido un simple levita, le hubiese alejado su vejez del servicio de los altares; pero no llegaba a los sacerdotes el límite de la edad. Cuando penetró Zacarías en el Templo para ejercer sus santas funciones, se halla orando el pueblo en los pórticos exteriores; esta circunstancia indicada sencillamente por el Evangelista, supone todo un orden de costumbres nacionales, cuyo estudio nos [113] da la clave de las prescripciones rituales. Zacarías está solo en el Altar de los Perfumes en el momento en que se le aparece el ángel Gabriel. Sabía, pues, perfectamente el historiador que los demás sacerdotes debían retirarse en el instante en que principiara la oblación de los perfumes en el Altar. No ignoraba el poco tiempo que se necesita para quemarse en el fuego un puñado de incienso. El hábito de asistir dos veces cada día a esta santa ceremonia debió familiarizar a los Judíos con el intervalo que estrictamente necesitaba. Por esto se admira la muchedumbre de la tardanza de Zacarías; pero cualquiera que sea el intervalo de esta dilación excepcional, nadie deja el Templo. Espérase la bendición del sacerdote que va a salir del santuario del Eterno. Aparece por fin Zacarías, y advierte la muchedumbre que está mudo. ¿En qué señal lo hubiera reconocido si no hubiese sido un indicio irrecusable el rito sacramental de la bendición? Hallándose mudo el sacerdote, se ve obligado a hacer solamente por gestos esta bendición sin poder articular las palabras: Et ipse erat innuens illis. He aquí una parte de las maravillas de autenticidad que se ocultan bajo el simple contexto del Evangelio. ¿Y pretendéis hacer el honor de que las conociera la impostura retrospectiva de un escritor que no hubiera visto ni el Templo, ni Jerusalén, ni las ceremonias del culto judaico? ¡Verdaderamente, son estos para un ignorante legendario, milagros de ciencia, que exceden a los prodigios de incredulidad del racionalismo!




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § II. El Evangelio del Racionalismo