DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § II. Circuncisión. -Presentación en el Templo



§ III. Los Magos. -Huida a Egipto

13. «Habiendo, pues, nacido Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, vinieron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo [196] ¿Dónde está el rey de los Judíos que acaba de nacer? Porque vimos en Oriente su estrella, y hemos venido a adorarle.- Y oyendo esto el rey Herodes, se turbó, y todo Jerusalén con él. Y convocando a todos los príncipes de los sacerdotes y a los Escribas del pueblo, les preguntaba en dónde había de nacer el Cristo. -A lo cual ellos respondieron: En Belén de Judá, porque así está escrito en el Profeta: Y tú Belén, tierra de Judá, no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti es de donde ha de salir el caudillo que rija mi pueblo de Israel 339. -Entonces Herodes, llamando en secreto a los Magos, averiguó cuidadosamente de ellos el tiempo oír que se les había aparecido la estrella. Y los envió a Belén, diciendo: Id, e informaros puntualmente de lo que hay de ese Niño, y en habiéndole hallado, dadme noticia para ir yo también a adorarle. -Los Magos, habiendo oído al rey, se marcharon. Y he aquí que la estrella que habían visto en Oriente, iba delante de ellos, hasta que llegando sobre el sitio en que estaba el Niño, se paró. Y viendo nuevamente los Magos la estrella, se regocijaron por extremo. Y entrando en la casa, hallaron al Niño con María, su madre, y postrándose, le adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños aviso de que no volvieran a Herodes, regresaron a su país por otro camino. Después que marcharon los Magos, he aquí que un Ángel del Señor se apareció en sueños a Josef, diciéndole: Levántate y toma al Niño y su Madre, y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes ha de buscar al Niño para matarle. -Levantándose, pues, Josef, tomó al Niño y a su Madre por la noche, y se retiró a Egipto 340». [197]

14. Magos que acuden del centro del Oriente a adorar la monarquía en su cuna del Dios del establo; una estrella, parándose sobre la morada en que tiene María a su hijo en sus brazos; el anciano Herodes temblando en su trono; Jerusalén conmovida al soplo mesiánico que llega a ella desde los confines de la Arabia; el Sanhedrín judío, los Scribas dando una interpretación del texto de Miqueas, tan clara, tan terminante, tan positiva, que parece historia la profecía: ¡tantos milagros sublevan a nuestros modernos racionalistas! Si hubiera sido Jesucristo el hijo de Augusto, no parecería extraordinario que se hubiera agitado el mundo en torno de su cuna. Pero Jesucristo es el hijo de Dios, y no se quiere que hayan rodeado su advenimiento signos divinos. La majestad del cielo no sabe elegirse una corte; los racionalistas sólo se lo permiten a las majestades de la tierra. Así ¡con qué desdén hablan de la «leyenda, fruto de una gran conspiración enteramente espontánea que se tramaba alrededor de Jesús aun en vida suya! Ya, tal vez, dicen, circulaba sobre su infancia, mas de una anécdota, concebida con el fin de mostrar en su biografía, el cumplimiento del ideal mesiánico; o por mejor decir, de las profecías que refería al Mesías la exégesis alegórica de la época. Otras veces, se le creaba desde la cuna relaciones con los hombres célebres, Juan Bautista, Simeón y Ana, que habían dejado recuerdos de elevada santidad: Herodes el Grande; astrólogos Caldeos, que se dice, hicieron por este tiempo un viaje a Jerusalén 341». Estas pocas líneas representan por sí solas, en el Evangelio racionalista, toda la narración del nacimiento de San Juan Bautista, de la Anunciación, de la Natividad divina en Belén, de la Circuncisión, de la Presentación en el Templo y de la Adoración de los Magos. ¡Qué! ¡tantos hechos de notoriedad universal, en el seno de nuestras sociedades cristianas, en tan pocas palabras! Todo un conjunto de relatos que han convertido al mundo, iluminado y trasformado [198] millones de almas, inspirado a tantos genios, consolado tantas aflicciones y creado en la tierra un arte nuevo; la crítica moderna tiene la pretensión de resumir concienzudamente todo esto, en una rápida preterición, y de suprimirlo, sin discusión ni pruebas, con «¡un tal vez!» Así es sobrado cierto. He aquí por qué la ciencia digna de este nombre, ha respondido con una explosión de desprecio a estos frívolos clamores. Pero la multitud ha recogido ávidamente los nuevos sofismas. ¡Ah! ¡el alma se conmueve con un sentimiento de inefable compasión por la muchedumbre caída, a la cual se arranca despiadadamente el pan de la palabra divina; y es lícito repetir la conmovedora exclamación del Salvador: Misereor super turbam 342!

15. La verdad de la historia domina todas las miserables argucias de los retóricos. ¿No admitís que fulgure una estrella sobre la cuna del Rey de los Cielos? Pues explicad por qué los Seudo-Mesías que trataron de usurpar en esta época el papel de libertadores, eligieron el nombre consagrado de Hijo de la Estrella. No significa otra cosa Barcoquebas, y sabido es que el famoso impostor judío que organizó con este título la última insurrección hebraica contra Roma (135), tomaba todas sus inspiraciones en la ciencia del rabino Akiba. Era, pues, constante, en el seno del judaísmo, que indicaría una estrella el advenimiento del Mesías. ¿Cuántas veces no piden los Fariseos a Jesucristo un signo en los cielos para confirmar la veracidad de su misión? El Talmud de Babilonia nos enseña que hacia la época del nacimiento del Salvador, acudió a Jerusalén «un gran número de gentes» para ver levantarse la estrella de Jacob 343. Así, la expectación provocada por los oráculos proféticos había salvado los límites de la Judea e invadido el mundo. Explíquese ¿por qué cantaba Virgilio en Roma, la vuelta de Astreo, la Virgen Celestial, precisamente en el tiempo en que el del texto Evangélico acudía a guiar a los Magos a Belén 344? ¿Por qué afirma el libro persa titulado Oráculos mágicos «que en una época poco remota dará a luz una Virgen un Santo, cuya aparición anunciará una estrella 345 ¿Por qué, finalmente, hablando la Sibila Caldea de los [199] síntomas que debían preceder al advenimiento de una religión más pura, anunciaba «una lucha de astros, el triunfo de una nueva estrella, y la caída del sabeísmo de los Magos 346?» Los Cristianos no han podido influir sobre las inspiraciones de Virgilio; sobre los pensamientos del rabino Akiba y de los autores del Talmud; sobre el seudo Zoroastro, que escribió los Oráculos mágicos. Supóngase, pues, que estas tradiciones, conmoviendo al mundo, de Oriente a Occidente, en los últimos días de Herodes, no hubieran sido notorias entre el vulgo, y no tiene ya sentido la narración evangélica. Si vinieran en el día tres extranjeros a una de nuestras capitales europeas a hablarnos de una estrella que hubiera aparecido en el fondo del Asia, y a anunciarnos el nacimiento de un Niño-Rey, no conmovería su palabra seguramente a ningún soberano en su trono; la opinión pública permanecería impasible y continuarían su camino los tres visionarios sin causar la menor emoción en torno suyo. Era, pues, necesario circunstancias excepcionales para que agitase como agitó la llegada de los Magos a Jerusalén, al anciano Herodes, al Sanhedrín, a los Escribas y a toda Jerusalén. Pero el Evangelista no nos explica estas circunstancias excepcionales. Luego se escribió el Evangelio en una época en que se conservaba aún su recuerdo en el seno de una generación contemporánea. Luego por todas partes resplandece esa luminosa autenticidad del texto evangélico que la incredulidad quisiera cubrir con un velo de nubes.

16. ¿Dónde está el rey de los Judíos que acaba de nacer? preguntan los Magos. Porque vimos en Oriente su estrella, y hemos venido a adorarle. No obtendría tal pregunta apoyada en semejante relato, y arrojada en medio de nuestras civilizaciones actuales, ni aun el honor de una respuesta. Pero en el mundo entero, y sobre todo en Jerusalén, en la época en que aquélla se hacía, preocupábanse unánimemente los espíritus del nacimiento de un Rey, y del advenimiento de un nuevo Imperio. Herodes, el tirano Idumeo, seguía con ansiosa mirada las diversas manifestaciones de la esperanza popular. Al punto va a hacer degollar a los niños de Belén, y querrá hacer degollar en el hipódromo de Jericó a todos los jefes de las familias principales, sin duda para extinguir en arroyos de sangre las aspiraciones nacionales. Concíbese, pues, la turbación que debió [20] causar la palabra de los Magos en el ánimo receloso del monarca, y la emoción que excitó en sentido inverso entre la multitud de los Hebreos. Pero ni Herodes ni sus súbditos se admiran de la aparición de una estrella y de la relación que podía existir entre semejante fenómeno y el nacimiento de un nuevo rey de los Judíos. «Se levantará una estrella de Jacob 347», había dicho el hijo de Beor. Esta profecía, consignada en los libros de Moisés, llevada por la emigración a Babilonia, a Persia, a Caldea, no había cesado de fijar las miradas de Israel. Una estrella, el Mesías, eran dos términos que dilataban todos los pechos y hacían palpitar todos los corazones de los hijos de Judá. Cuando fueron a decir a Jerusalén los Magos, esto es, los herederos Caldeos o Persas de la antigua ciencia de los astros: «Hemos visto una estrella, ¿dónde está el rey de los Judíos?» fueron tan naturales y tan inteligibles sus palabras, como si preguntara un extranjero en nuestros días, al oír el estampido del cañón anunciando el nacimiento del heredero de un trono; ¿dónde está el palacio del Rey que acaba de nacer? Porque oigo la señal de su venida al mundo. -No se había interpretado la profecía de Balaam en sentido alegórico, pues no se prestaba por otra parte a ello su texto, sino que se había tomado al pie de la letra y estudiádose con tal perseverancia, que habían llegado los Judíos a fijar la época de su cumplimiento. Léese en el Talmud, que debía verificarse la venida del Mesías en la conjunción de Saturno y de Júpiter en el signo de Piscis: pues bien, según ha demostrado Keplero, esta conjunción se verificó el año 747 de Roma, año que cae en el del nacimiento de Jesucristo. Hallábanse tan persuadidos los Fariseos de la exactitud de este cálculo astronómico que no temieron predecir al mismo Herodes, según atestigua Josefo, la próxima cada de su trono. Finalmente, era tan general y tan uniforme a un mismo tiempo la creencia sobre este punto, que Filón, que entonces vivía en Alejandría, predijo, conforme a un fenómeno celeste observado por él, que iban a reunirse los judíos de todos los puntos del mundo, para inaugurar el imperio de la paz.

17. Tantos testimonios concordes y terminantes recaen como un peso abrumador sobre la pobreza racionalista de datos que nos entretiene con «anécdotas y leyendas elaboradas espontáneamente». El Evangelio es un monumento que tiene sus raíces en la historia y [201] su cima en los cielos. Es, pues, cierto que apareció en Oriente una estrella que guió a los Magos a la cuna de Jesucristo. Si no hubiera iluminado el signo celestial la casa de Belén, no creería aun hoy el mundo en la divinidad del Verbo hecho carne. Esto es tan exacto, que no solamente Barcoquebas, sino ni el profeta de la Meca, el mismo Mahoma, no pudieron atraer a su causa las convicciones de los orientales, sino haciéndose preceder por la aparición extraordinaria de una estrella. Todos saben que el meteoro conocido en el día con el nombre de cometa de Halle, se aproximó a la tierra en el año 612, y que comenzando entonces Mahoma su vida pública, se aprovechó de esta circunstancia para responder a las exigencias de la profecía, y anunció este fenómeno como la señal de su pretendida misión. No es lo que más admira al historiador el milagro de una estrella anunciando a los Magos el nacimiento de Cristo, sino la increíble ligereza del racionalismo que se desliza sobre semejantes hechos sin sospechar siquiera su importancia. En la Biblioteca Imperial de París se conserva un fac-simile de una inscripción descubierta en China, en Syn-gnan-fu, y que se remonta al año 550 de nuestra era, siendo apenas dos o tres siglos anterior al zodiaco de Denherah, que forma parte del mismo depósito, y que atribuía la ciencia incrédula libremente a una época ante-histórica. En la inscripción de Syn-gnan-fu se leen estas palabras textuales: «La Persia contemplando el esplendor del Mesías, vino a pagar el tributo». ¿Querrá decirnos el escepticismo contemporáneo por qué no ha creado respecto de la inscripción china la celebridad facticia con que dotó poco antes al mármol famoso de Denherah? Sobrado lo sabemos. La conspiración del silencio es a veces tan hábil como la de las famas en comandita. Pero ¿qué nos importan estos artificios de la mala fe premeditada? No se ha esperado al descubrimiento del monumento chino para creer en el Evangelio. No era la inscripción de Syn-gnan-fu la que dictaba al filósofo Platónico Calcidio, en el año 250, estas otras palabras: «Hase aparecido a Caldeos ilustres por su ciencia y habilidad en la astronomía, una estrella, anunciando, no ya muertes o calamidades, sino la bajada de un Dios a la tierra. A vista de este nuevo astro, se determinaron a dejar su patria para ir en busca del Dios. Cuando le encontraron, le rindieron los homenajes debidos a la Majestad divina, velada bajo la figura de un niño 348». Un siglo antes [202] de Calcidio, Celso, el enemigo jurado del nombre cristiano, no sospechaba ni aun la posibilidad de negar un hecho tan notorio como la llegada de los Magos a Jerusalén, después de la aparición de una estrella extraordinaria 349. Hacia el año 103, Justino, educado en el seno del paganismo, recogía en Siquem las tradiciones casi contemporáneas de la historia de Jesucristo. Conservábase todavía el recuerdo de los Magos y de la estrella de Belén, según lo proclama Justino, en su diálogo con el judío Tryfon, sin que sueñe su interlocutor un instante en poner en duda la autenticidad de una narración que se había conservado por todos en la memoria 350.

18. He aquí como se apoya el texto Evangélico en las más positivas realidades. A la hora en que escribimos estas líneas, se enseña aun, en el camino de Belén, una fuente llamada Fuente de los Magos; y la tradición nos manifiesta que se apareció de nuevo en este sitio la estrella milagrosa a los viajeros. ¿Qué monumentos opone el racionalismo moderno a tantas tradiciones positivas? ¡Pues qué! ¡un oscuro apócrifo habrá tenido la fortuna de inventar una leyenda, cada una de cuyas palabras se hallará confirmada por la historia contemporánea, por las profecías anteriores, por las tradiciones universales, por los recuerdos de todas las generaciones, en todos los puntos de la tierra! ¿Os parece muy natural semejante apariencia de verdad respecto de una leyenda? ¿Y os basta para explicárosla la casualidad? Pues bien; un literato que no es sin embargo oscuro para ser apócrifo; que disponía de todos los recursos de la filología, de la ciencia histórica y crítica, acaba de escribir la Vida de Jesús en 459 páginas. Explicad ¡cómo es que le haya favorecido tan poco la casualidad, tan complaciente con los apócrifos, que no se encuentre en su obra una sola línea que no esté desmentida por todos los monumentos, por todos los testimonios, por todo el conjunto y por cada pormenor de la civilización contemporánea de Jesucristo!





§ IV. Degollación de los inocentes

19. Los ilustres adoradores que enviaba el Oriente a la cuna de Belén, eran extraños a las pasiones que agitaban entonces la Judea, desde el trono del viejo Herodes hasta la tienda del pastor. Aun [203] cuando no nos dijera el Evangelista que llegaban de una región lejana, la confianza con que se explican, sin pensar en qué pudieran dispertar toda la cólera de un tirano, bastaría para probarlo. Su buena fe es tan evidente para nosotros, como lo fue para el mismo Herodes; y forma, respecto de la narración evangélica una garantía de autenticidad incontestable. Los judíos, víctimas hacía treinta años de la inexorable crueldad del rey Idumeo, debieron temblar por la vida de los nobles extranjeros; mezclándose sin duda este sentimiento a la emoción que excitó, bajo el punto de vista de las esperanzas nacionales, la llegada de los Magos, entre los habitantes de Jerusalén. La conducta de Herodes, en esta circunstancia, concuerda con todo lo que nos dice la historia sobre su insidiosa política, su profundo disimulo y su astuta sagacidad. Tenía el más vivo interés en conocer el pensamiento íntimo del Sanhedrín, de los Sacerdotes y de los Escribas sobre el misterioso rey, esperado por toda la Judea. Presentábanse a los ojos del monarca las tradiciones mesiánicas, familiares a los Hebreos de raza, educados en el estudio de la Ley y de los Profetas, bajo un aspecto muy diferente de la realidad. Ya hemos dicho más arriba que había soñado Herodes en explotarlas, en beneficio de su poder, y que sus cortesanos, con el nombre de Herodianos, aplicaban a la monarquía de su señor los caracteres proféticos del imperio de Cristo. Esta lisonja, atestiguada por Josefo, suponía en Herodes una ignorancia absoluta de los pormenores tradicionales, relativos al advenimiento del Mesías. Así se comprende la premura con que explota en beneficio propio, la llegada de los Magos, para enterarse oficialmente de la trascendencia de las esperanzas nacionales. La convocación de los Sacerdotes y de los Escribas era una medida doblemente hábil; por una parte enseñaba a Herodes el punto preciso que tendría que vigilar su tiranía en lo sucesivo, y por otra, ofrecía a su carácter desconfiado la ocasión de medir, por las respuestas individuales de cada doctor, el grado de importancia que daba a las profecías, y por consiguiente, el interés más o menos sincero qué le inspiraba el régimen actual. Esta política servía mucho mejor los proyectos del tirano que lo que los hubiera servido una severidad prematura. He aquí por qué afecta para con los Magos un sistema de hipócrita simpatía. «Id, les dice, y preguntad a todos los que puedan daros noticias sobre el Niño, y cuando le hayáis encontrado, volved a decírmelo para ir yo también [204] a adorarle». Los nobles extranjeros hubieran ido sin saberlo, a aumentar la policía del viejo rey. El Interrogate diligenter de Herodes es un rasgo maestro de doblez y de perfidia. Para desbaratar esta pérfida táctica, no bien hayan tributado los Magos a los pies de Jesús recién nacido los productos simbólicos de su patria, el oro de la monarquía, el incienso de la divinidad, y la mirra de la humanidad mortal 351, se volverán a su país por otro camino. El Hijo de María será llevado al Egipto, y los sanguinarios proyectos del tirano se realizarán demasiado tarde.

20. «Viéndose Herodes burlado de los Magos, continúa San Mateo 352, se irritó mucho, y enviando ministros, hizo matar todos los niños que había en Belén y en todos sus contornos, desde la edad de dos años abajo, según el tiempo de la aparición de la estrella que le habían indicado los Magos. Entonces se cumplió lo que dijo el Profeta Jeremías. Un clamor ha resonado en Rama entre llantos y alaridos. ¡Es Raquel que llora a sus hijos y rehúsa todo consuelo porque no existen 353!» Hallábase resuelta por Herodes la degollación de las inocentes víctimas de Belén desde el día en que llamó la atención del tirano la respuesta del Sanhedrín, sobre la ciudad real designada por los Profetas, como la cuna futura del Mesías. La sangrienta ejecución debió seguir próximamente a la partida de los Magos, siendo uno de los hechos históricos mejor consignados por los testimonios extrínsecos. Nadie ignora las palabras de Augusto sobre este suceso. La noticia de la degollación de Belén llegó a la corte del Emperador al mismo tiempo que la de la ejecución de Antipater, hijo mayor de Herodes. Al saber, dice Macrobio, que acababa de hacer degollar el rey de los Judíos, en Siria, a todos los niños de dos años abajo, y que había sido muerto [205] su propio hijo por la orden paternal, exclamó Augusto: «Más vale ser puerco de Herodes que hijo suyo 354» Semejante crueldad subleva la delicadeza de nuestros modernos racionalistas, pues no creen ni en los milagros del poder divino, ni en los monstruosos extravíos de la ambición humana. Y no obstante, la bárbara medida aplicada por el tirano Idumeo a sólo los niños de Belén, había sido decretada cincuenta años antes por el Senado de Roma, contra todos los que nacieran en el año fatídico, en que, debía «dar a luz la naturaleza un rey», según los oráculos sibilinos.- No lo ignoraba Augusto, porque este decreto, sancionado por la feroz exaltación de los senadores republicanos, pero repudiado por la conciencia del pueblo, se había dado en el año mismo que precedió al nacimiento de este emperador. Así, no hay en su irónica exclamación sombra de censura sobre la cruel política de Herodes; no hay ni un acento de piedad en favor de las tiernas víctimas y de las lágrimas de sus madres. A los ojos de Augusto, ha obrado Herodes con prudencia, segando esas tiernas flores; su única falta es haber muerto a su propio hijo, de la cual bastará para absolverle el dicho imperial. ¡He aquí lo que era la humanidad en manos del despotismo de Roma y de los agentes coronados que sostenía el Capitolio en todas las provincias! Vespasiano hacía buscar, al día siguiente de la toma de Jerusalén, todos los miembros de la familia real de David, haciéndolos degollar, a sangre fría, para ahogar en su origen la persistencia de las aspiraciones populares que se obstinaban en esperar un libertador salido del tronco de la familia de Jessé 355. ¡Tan cierto es que los Romanos «pensaron largo tiempo que existía en torno suyo algún representante de la antigua dinastía 356» judía! ¡Tan cierto es que el advenimiento del Salvador, prometido en las puertas del Edén, predicho por los profetas y esperado por el mundo oprimido, turbaba el sueño de los opresores y hacía temblar el imperio de Satanás, erigido en todos los tronos!

21. Las lamentaciones de Raquel que se escuchaban en este día en las campiñas de Roma, resonarán hasta el fin de los siglos, como testimonio acusador de la ferocidad verdaderamente diabólica a que vino Jesús a arrancar el universo. El sepulcro de Raquel está [206] a algunos pasos del Praesepium, donde quiso tener su cuna el Niño-Dios. Las ruinas de Roma coronan sus alturas. Muéstrase en los flancos de la montaña una gruta, donde según nos enseña la tradición local, buscaron un refugio muchas madres perseguidas por los soldados de Herodes, y fueron degolladas con los niños a quienes cubrían con sus brazos. ¿Qué ha llegado a ser, por tanto, el reinado sanguinario de Herodes? ¿Quién es el soberano que reina hoy en el Capitolio en el sitio en que creía la justicia imperial de Augusto castigar suficientemente, con un frívolo juego de palabras, el atentado de Belén y al autor coronado de tal carnicería? El Vicario de Jesucristo está sentado en el trono de Augusto, que ha llegado a ser la silla de la paternidad santa que irradia sobre el mundo. Desde allí envía a las márgenes de los ríos de la China, a recoger millares de niños que abandona todos los años la barbarie idolátrica, sin piedad y sin remordimientos. ¡Cuántas víctimas arrancadas a la muerte en el nombre del Niño Dios, que escapó de la cólera de Herodes! ¡Cuántas almas rescatadas para el cielo, en nombre de los Inocentes degollados en Belén 357 van a acrecentar diariamente el séquito del Cordero! La humanidad entera tiene, pues, el derecho de repetir el cántico de la Iglesia: «Salve, flores de los mártires que ha segado en el mismo umbral de la vida el perseguidor de Cristo, como troncha la tempestad las rosas nacientes! Primicias de la inmolación de Jesús, tierno rebaño de víctimas: vuestras manos inocentes juguetean al pie del altar con las palmas y las coronas 358».





§ V. La vuelta a Egipto

22. La degollación de los Santos Inocentes no fue más que un episodio de la cruel persecución que señaló los últimos días de Herodes. «Este príncipe, dice Josefo, tenía setenta años. Atacado por [207] una enfermedad, que le quitaba toda esperanza de curación, adquirió un humor tan sombrío, que no podía soportarse a sí mismo. El horror que inspiraba a sus súbditos, la persuasión de que se esperaba su muerte como una liberación o un bien, redoblaban su rabia. En esta coyuntura estalló una sedición, suministrándole un pretexto para saciar su furor 359». Con desprecio de la ley de Moisés, había hecho colocar sobre la portada del Templo una águila de oro, símbolo de la dominación romana 360. Judas, hijo de Saripheo, y Matías, hijo de Margalotha, dos doctores cuyo celo, elocuencia y adhesión profunda a las instituciones nacionales habían hecho su nombre querido a toda la juventud de Jerusalén, dejaron estallar toda su indignación. La resistencia de los Fariseos que acababan de negarse al empadronamiento mandado por César, había arrojado en el pueblo fermentos de rebelión. El nuevo ultraje hecho a la religión mosaica, con la exhibición en el santuario de Jehová de una escultura prohibida formalmente por la ley judía, acabó de exasperar los ánimos. Arrancose de los pórticos del Templo el águila de oro, con aplauso de la multitud; rompiose a hachazos este emblema de la servidumbre de Israel, hollándose sus despojos. El viejo Herodes, que supo este atentado en su lecho de dolor, tuvo aun bastante vida y poder para hacer quemar vivos a Matías y todos sus cómplices. Algunos días después, se hacía trasladar, por consejo de los médicos, a las aguas bituminosas de Callirhoe, a algunos estadios de Jericó. He aquí los términos en que describe Josefo los padecimientos del tirano: Consumíale hasta la médula de los huesos una calentura lenta, cuyo fuego parecía enteramente concentrado en su interior; obligábale una hambre insaciable a devorar de continuo alimentos que no le nutrían: roíanle las entrañas úlceras purulentas, arrancándole gritos de dolor; hinchados los pies y las coyunturas por la hidropesía, hallábanse aun cubiertos por una piel trasluciente, devorando la parte viva del busto los gusanos. Agregábase a este horrible suplicio el de un olor fétido e insoportable: hallábanse todos los nervios contraídos, y la respiración era corta y quejumbrosa. Los médicos que le curaban proclamaban unánimes que había [208] caído sobre él la venganza divina en castigo de sus inauditas crueldades 361». Tal era el cadáver viviente que se sumergía en Callirhoe en una tina de betún y de aceite tibios. No bien entró en ella el enfermo, cuando pareció disolverse su cuerpo, cerrándose a la luz sus ojos moribundos. Volvió a conducírsele a su lecho, principiando no obstante a divulgarse la noticia de su muerte. A este falso rumor, manifiestan su gozo los Judíos. Lo sabe Herodes al volver de su letargo, y manda traer a Jericó todos los miembros de las principales familias de este pueblo esclavo, y les hace encerrar en el Hipódromo. «¡En el momento que haya expirado, dice a Salomé, manda a mis arqueros que maten a flechazos toda esta multitud para que se vea obligada la Judea a llorar mi muerte!» Pidió después, para apagar su ardiente sed, una manzana, y quiso cortarla él mismo. Diosele este gusto, pero aprovechándose de un momento en que se creía libre, intentó traspasarse el corazón con el cuchillo que tenía en la mano. Su sobrino Achiab, dando un grito de terror, se precipitó sobre él y detuvo su brazo suicida. El ruido que produjo este acontecimiento alarmó el palacio: la noticia de que había muerto el tirano voló por segunda vez por toda la ciudad, llegando hasta la prisión donde estaba detenido Antipater, su hijo. El joven príncipe que la esperaba con impaciencia, se entregó al enajenamiento de una alegría desnaturalizada, y suplicó a los guardias que le pusieran en libertad. Fuese a avisárselo a Herodes, el cual más furioso por la alegría de Antipater, que por la misma proximidad de su muerte, envió soldados a degollarle en su prisión, y cinco días después, expiró él mismo, llevando al sepulcro la maldición de los Judíos y la mancha de la sangre inocente, derramada a raudales durante un reinado de treinta y siete años 362.

23. Salomé, no bien murió su hermano, hizo poner en libertad a los desgraciados presos del hipódromo, esperando crearse, con este acto de clemencia para lo sucesivo, una popularidad que coadyuvase a sus ambiciosos proyectos. Leyose el testamento de Herodes en el anfiteatro de Jericó, en presencia de los soldados y de la [209] multitud reunida. El viejo rey «declaraba en términos formales, que no tuvieran efecto sus disposiciones testamentarias hasta que las hubiese confirmado Augusto 363». En seguida legaba a César todos los vasos de oro y de plata y los objetos artísticos más preciosos de sus palacios con una suma de 10.00,00 de plata acuñada; y a la emperatriz Livia 5.00,00. Estas liberalidades póstumas debían coadyuvar poderosamente a obtener la ratificación imperial de las demás partes del testamento que investían a Arquelao con el título de rey de Judea; que daban a Antipas las tetrarquías de Galilea y de Perea; a Filipo, las de la Traconítida de la Gaulanita y de Batanea, y finalmente a Salomé, tía de los tres jóvenes príncipes y hermana del difunto rey, las ciudades de Jamnia, Azoth y Phasaelis 364. El pueblo respondió a esta comunicación con gritos de: ¡Viva el rey Arquelao! y se celebraron los funerales del tirano con una pompa hasta entonces inusitada entre los Hebreos. El cuerpo revestido con las insignias reales, con una corona de oro en la cabeza y el cetro en la mano, fue conducido por espacio de doscientos estadios, en una litera de oro, enriquecida de pedrería, desde Jericó hasta Herodion, sitio designado para la sepultura. Abría la marcha la guardia real, compuesta de Francos, Germanos y Galos 365. No se ha comprobado lo suficiente, bajo el punto de vista de los orígenes nacionales de los Francos, la particularidad de la presencia de las cohortes galas en Judea en la época del Evangelio. Hemos consignado ya que el hecho se remonta al tiempo de las relaciones de Herodes con la famosa Cleopatra. Estos hijos de la Galia a sueldo del rey de los judíos; estos compatriotas de Vercingétorix, trasladados a Jerusalén, oyeron la relación de los Magos, fueron testigos de la agitación de los Hebreos a la noticia de haber aparecido en Oriente la Estrella del Mesías, y oyeron resonar a sus oídos los gritos desgarradores de las madres [210] de Belén. Tal vez algunos de ellos viesen más adelante los milagros que sembraba a su paso el divino Hijo de María. Por lo menos, no puede ponerse en duda la autenticidad del hecho atestiguado por Josefo. No era un nombre desconocido de los judíos la Galia, a la época del nacimiento de Jesucristo, y recíprocamente, era el nombre de Jerusalén familiar a los guerreros de la Galia y de la Germania. Estas relaciones oficiales entre los dos países preparaban para la era apostólica la evangelización de la Francia. Sea de esto lo que quiera, el cortejo fúnebre, ostentándose con magnífica pompa, se detenía a cada milla (ocho estadios). Quemábase incienso y perfumes alrededor de la litera real, y mientras lloraban las Plañideras la muerte del Tirano, los coros de los músicos cantaban sus alabanzas. En medio de estas demostraciones de un fingido duelo, fue depositado Herodes en la tumba que él mismo se había erigido.

24. «Muerto Herodes, dice San Mateo, he aquí que el Ángel del Señor se apareció en sueños a Josef en Egipto, diciéndole: Levántate y toma al Niño y a su madre, y ve a la tierra de Israel, porque ya han muerto los que atentaban a la vida del niño.- Levantándose Josef tomó al Niño y a su madre, y vino a tierra de Israel. Y oyendo que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, temió ir allá, y avisado en sueños, se retiró al país de Galilea. Y llegando allí, habitó en Nazareth para que se cumpliera lo que dijeron los profetas: «Que será llamado Nazareno 366». La narración evangélica en su sencilla y natural brevedad, va a amoldarse con admirable precisión a los pormenores de los acontecimientos políticos referidos por el historiador Josefo. El súbito recelo que invadió el ánimo del patriarca al llegar a las fronteras de Judá, estaba suficientemente justificado por las turbaciones que siguieron a la muerte de Herodes. Después de haber tributado los últimos deberes a su padre Arquelao, explotando, como hábil político, una costumbre [211] nacional de los Hebreos, dio al pueblo el festín de los funerales con una suntuosidad verdaderamente regia. Toda la ciudad de Jerusalén resonaba con gritos de júbilo; y cuando subió al Templo el joven príncipe y fue a sentarse en el trono de oro que se le había preparado, no conoció ya límites el entusiasmo de la muchedumbre. Tomando Arquelao la palabra, acabó de conquistarse todos los corazones con la modestia afectada de su lenguaje; y dio gracias a la multitud del interés de que le daba pruebas en aquel momento, diciendo: «Debo agradecerlo tanto más, cuanto que el recuerdo de los actos rigorosos del rey mi padre, podía predisponeros menos favorablemente para con su hijo. En adelante, pues, podéis contar con todo mi reconocimiento». A esto añadió, que no tomaría aun oficialmente el título de rey. «He rehusado, decía, la diadema que quiso colocar en mis sienes el ejército en Jericó. Sólo César tiene el poder de concederme la corona. En cuanto la reciba de su mano, os probará mi conducta hasta qué punto me sois queridos, pues todos mis esfuerzos se dirigirán a reparar las desgracias del reinado precedente y a aseguraros en el porvenir, la prosperidad, la paz y la dicha».

25. La muchedumbre tomó a la letra este discurso de feliz advenimiento. Unos pidieron al joven príncipe la disminución de los tributos impuestos por Herodes, y la entera abolición de ciertos derechos de peaje y de aduana, mas particularmente vejatorios; otros reclamaron que se pusiera en libertad a los presos que yacían en los calabozos del difunto rey. Accediose a todas estas súplicas, pues Arquelao necesitaba el favor popular como una circunstancia favorable para determinar la ratificación imperial. Así compraba en Jerusalén, Con sacrificios de que se prometía resarcirse, el sufragio omnipotente de Roma. Pero esta interesada condescendencia no hizo más que dar aliento a las pretensiones de sus nuevos súbditos. Las llamas de la pira que devoraron poco tiempo hacía a los ilustres doctores Judas de Sarifeo y Matías con un número considerable de jóvenes de las primeras familias, habían encendido en todos los corazones un ardiente deseo de venganza. En breve se exaltaron los espíritus. La proximidad de las fiestas de Pascuas y la afluencia de los Judíos que acudieron a la solemnidad de todos los puntos del mundo, agravaron la situación. Presentose una comisión a suplicar a Arquelao que reparase la anterior injusticia, y que condenara [212] a muerte a los consejeros de Herodes que designaba la animadversión pública como autores de la condena de Judas de Sarifeo. El joven príncipe echó mano de todo para aplacar a los facciosos: representoles que semejante medida excedía su poder, pues hasta que le hubiera confirmado César en la posesión del trono de Judea, no podía tomar la responsabilidad de una decisión de tal importancia. Más adelante, cuando se afirmara el cetro en sus manos, prometía resolver este asunto, con toda la madurez y la prudencia que exigía. Esta respuesta fue acogida con clamores sediciosos. Los Fariseos, instigadores secretos de la sedición, lo habían preparado todo para un levantamiento. Muchos de ellos no habían dejado los atrios sagrados, ni aun de noche, mendigando un pedazo de pan del primero que pasaba, para no cesar en sus furibundas declamaciones. Habíase reunido en el Templo una multitud inmensa: atemorizado Arquelao, envió uno de sus oficiales a la cabeza de una cohorte a reprimir la insolencia de los facciosos. El pueblo se arrojó sobre los soldados, degollando a todos los que pudo alcanzar, y cubierto el oficial de heridas, tuvo que huir para librarse de una muerte cierta. Siendo preciso obrar en tal situación, hizo Arquelao cercar el Templo por todo su ejército, dando orden a la caballería de matar a todos los que intentaran salir de los atrios y rechazar a todos los que manifestarán desde fuera la intención de penetrar en ellos para auxiliar a los rebeldes. Esta medida convirtió en consternación el furor de los Judíos. Al ver a la caballería que iba a situarse en cada salida, se lanzó en desorden la multitud para adelantársele. Gran número consiguió tomar la fuga, hallando guarida en los montes cercanos. Los demás fueron degollados desapiadadamente, obstruyendo tres mil cadáveres los pórticos del Templo. Mandose cesar por aquel año la celebración de las solemnidades pascuales; los extranjeros tuvieron que abandonar al punto la Ciudad Santa, habiéndose publicado aquella misma noche el decreto de Arquelao que notificaba esta orden 367.

26. Tal era la situación de Jerusalén cuando, dejando la santa Familia el suelo hospitalario del Egipto, llegaba a las fronteras de Judá. Fácil es, pues, de comprender por qué «temió San Josef penetrar más adelante en este país 368». Cotejando la historia profana [213] con el texto evangélico, constituye un luminoso comentario de éste. No fue, pues, porque era hijo de Herodes el nuevo rey Arquelao, por lo que no se atrevió Josef a entrar en su territorio. El tetrarca de Galilea Antipas 369 era también hijo de Herodes, y no temió Josef por esta circunstancia establecerse en Nazareth. «Los que atentaban a la vida del niño han muerto 370, había dicho al Ángel: Éste celestial mensaje tranquilizaba completamente al esposo de María sobre las intenciones de los nuevos príncipes. -Arquelao y Antipas no pensaban, pues, en efecto, envolver a comenzar las sangrientas pesquisas de Belén. Estos dos hermanos secretamente rivales, tenían un solo pensamiento, pero contradictorio. Arquelao quería hacer confirmar por la potestad imperial, el testamento que le llamaba al trono. Antipas, aconsejado por Salomé, su tía, esperaba tener bastante influencia en la corte de Augusto, para hacerse sustituir a su hermano, como rey de Jerusalén, a lo cual le daba derecho un testamento anterior de Herodes. Para hacer triunfar sus pretensiones, necesitaba cada competidor atraerse el favor del pueblo. Esta necesidad predisponía a los dos jóvenes príncipes a proceder con dulzura y clemencia por el momento. Había sido necesaria toda la obstinación de los facciosos para provocar la represión que acababa de ensangrentar el Templo de Jerusalén. Pero este incidente que hubiera querido prevenir Arquelao, y cuya explosión imprevista era un verdadero contratiempo para sus proyectos, creaba un peligro real a la santa Familia. Lanzados bruscamente y huyendo de la Ciudad santa los extranjeros que habían acudido a la festividad de la Pascua, divulgaron la noticia de la degollación por todas las fronteras. Concíbese, pues, que participara del temor general San Josef que se dirigía a la misma Jerusalén. Además, ocasionábale motivos particulares de temor, el sentimiento de su responsabilidad respecto del divino depósito confiado a su guarda. Siguiendo, pues, la costa marítima de la Palestina, llegaron a Galilea los ilustres viajeros, volviendo a ver la Virgen María su morada de Nazareth, cuyo humilde techo tuvo la gloria de abrigar la infancia y la juventud del Hombre-Dios. [214]




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § II. Circuncisión. -Presentación en el Templo