DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § I. Diez y ocho años de vida oscura en Nazareth



§ II. Predicación de San Juan Bautista

4. «En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, dice San Lucas, siendo gobernador de la Judea Poncio Pilatos y tetrarca de Galilea, Herodes, y tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconitis, Filipo, su hermano, y tetrarca de Abilina Lisanias: bajo [232] los Sumos Pontífices Anás y Caifás, hizo el Señor oír su palabra eu el desierto a Juan, hijo de Zacarías; el cual fue por toda la comarca del Jordán, predicando el bautismo de la penitencia para la remisión de los pecados, como está escrito en el libro de las profecías de Isaías: «Se oirá la voz de uno que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas. Y todos los valles serán terraplenados, y todos los montes y collados serán allanados, y así los caminos torcidos se harán rectos, y los escabrosos serán igualados, y todos los hombres verán al Salvador que Dios envía 402». Éste es, dice San Marcos, el principio del Evangelio de Jesucristo, hijo de Dios. Conforme a lo que se halla escrito en el libro de Isaías; he aquí, yo envió a mi Ángel ante tu presencia, el cual irá delante de ti preparándote el camino. Este precursor fue Juan que bautizaba en el desierto, predicando el bautismo de la penitencia para la remisión de los pecados. Y acudía a él todo el país de Judea y todas las gentes de Jerusalén, y recibían de él el bautismo en el Jordán, confesando sus pecados. Y este mismo iba vestido con un saco de pelos de camello, y traía un ceñidor de cuero a la cintura, sustentándose de langostas y miel silvestre». Y predicaba diciendo: «Va a venir uno más poderoso que yo, y a quien no soy digno de desatar la correa de sus zapatos: yo os bautizo en el agua, pero él os bautizará en el Espíritu Santo 403». Igual lenguaje usan los otros dos Evangelistas. La era de la Redención del mundo se abre con la imponente figura de Juan Bautista.

5. La fecha se halla marcada solemnemente: los pormenores se diferencian de todos los incidentes de una historia vulgar. Jamás se produjo un hecho análogo anteriormente ni después. Es, pues, imposible que sea inventado. ¡Búsquese fuera de la Judea un escritor que imagino un personaje legendario que se mantenga con langostas! ¿Qué no han dicho los incrédulos del siglo XVIII sobre esta clase de alimento, inaudito en nuestras costumbres y en nuestros climas septentrionales? Y sin embargo hoy nos hacen sonreír la observación y el estudio de las inepcias volterianas sobre este punto, puesto que se llevan actualmente estas langostas a los mercados árabes, cociéndolas como los cangrejos, o asándolas simplemente al fuego. Algunas tienen doce a quince centímetros de largo. Cuando [233] descienden a bandadas a los campos, con el rocío de la mañana, es fácil hacer gran caza de ellas. Los historiadores profanos nos hablan de poblaciones acridófagas 404. Moisés distingue en el Levítico cuatro especies de insectos: el atelabe, el atacio, el ofiomaco y la langosta propiamente dicha, cuyo uso como alimento permite a la nación judía 405. Cuanto más se alejan estas particularidades de nuestras costumbres, más testifican la autenticidad del Evangelio. Las indicaciones cronológicas de San Lucas tienen el mismo carácter. Compréndese, después de lo que hemos dicho más arriba sobre las perpetuas vicisitudes del Soberano Pontífice en Jerusalén, que era preciso estar profundamente versado en la historia judaica para consignar tan rotundamente los nombres de Anás y Caifás, como príncipes de los sacerdotes, en la época de la predicación de Juan Bautista. La simultaneidad de los dos Pontífices era contraria a la legislación de Moisés, lo cual hubiera llamado la atención de un autor póstumo, haciéndole guardarse bien de incurrir en este error aparente. Pero San Lucas sabía que Caifás, investido recientemente con la gran dignidad de sacrificador, era yerno del ex-gran sacerdote Anás, que la había ejercido también por más de quince años. Anás, que era por su crédito y riqueza uno de los personajes más notables de la Judea, consiguió por su influencia con los gobernadores romanos, hacer que pasara sucesivamente esta dignidad a su hijo Eleazar y a su yerno Caifás. Era, pues, realmente el jefe del sacerdocio, cuyo poder nominal tenía Caifás. Y esto es lo que sabía el Evangelista y lo que nota con admirable precisión 406. Hállase también inscrito en su fecha oficial el nombre del gobernador romano Poncio Pilatos. La emoción general causada en toda la Palestina por la predicación de San Juan Bautista, la afluencia de la muchedumbre que va a buscar al Precursor al desierto, fueron preparadas por un acto irreflexivo del nuevo representante de Tiberio. Aun antes de llegar a Jerusalén, envió Poncio Pilatos a la Ciudad Santa las águilas de sus legiones y los estandartes que llevaban la efigie del emperador, con orden de enarbolarlos sobre el palacio Antonia. Esto era [234] herir el sentimiento nacional que habían respetado hasta entonces sus predecesores. Ninguno de ellos había cometido este acto que consideraban como impío todos los Hebreos, pues no debía ser expuesta en la ciudad de Jehovah la imagen de un hombre, aunque fuera el Señor del mundo. El águila romana fijada por Herodes en los pórticos del Templo, suscitó una sedición. A vista de estos emblemas de idolatría, creyó el pueblo que se aproximaba el fin de los tiempos y que había entrado en el Templo la abominación de la desolación. Saliendo la multitud en masa de Jerusalén, fue a encontrar a Pilatos a Cesárea. Arrodillada durante seis días en el hipódromo; ante el tribunal del gobernador, suplicole que retirase la orden dada anteriormente. En vano la amenazó Pilatos con la espada de sus legiones; cada judío se tenía por feliz en morir por la ley de Moisés, antes que sufrir semejante profanación. El romano tuvo que ceder a sus instancias, y fueron quitadas las imágenes.

6. Conmovida la muchedumbre con la súbita aparición de Juan Bautista, en tales circunstancias, esperando que iba a aparecer el Mesías, el Libertador, se precipitaban a las orillas del Jordán. «Haced penitencia, les decía, porque está próximo el reino de los cielos». Otras veces, airándose contra los crímenes y los desórdenes de los Judíos, tomaba el tono amenazador de los antiguos profetas: «Razas de víboras, decía, ¿quién os ha enseñado que así podréis huir de la ira que os amenaza? Haced, pues, ahora frutos dignos de penitencia, y no repitáis con ciega confianza: Tenemos por padre a Abraham; porque os digo, Dios es poderoso para hacer nacer de estas piedras hijos de Abraham. Porque ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles; y así, todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego. -Y el pueblo le preguntaba: ¿Qué debemos, pues, hacer?- Y él les respondía, diciendo: El que tiene dos túnicas, dé una al que no tiene ninguna, y el que tiene pan, pártalo con sus hermanos indigentes. -Y vinieron asimismo publicanos a ser bautizados, y le dijeron: Maestro ¿nosotros qué debemos hacer para salvarnos?- Y él les dijo: No cobréis más de lo que os está ordenado. -Y los soldados también le preguntaban: Y nosotros ¿qué debemos hacer? Y les dijo. No tratéis mal a nadie, ni le calumnies, y contentaos con vuestra sueldada. -Y como el pueblo estuviese suspenso y pensasen todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, dijo Juan a todos: Yo a la verdad os bautizo con [235] agua, pero vendrá otro más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de sus zapatos: éste os bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego de la caridad. Tiene en la mano su bieldo y limpiará su era, y juntará el trigo en su granero, mas la paja la quemará en un fuego que nunca se apaga. Otras muchas cosas decía Juan al pueblo cuando en sus exhortaciones lo anunciaba la palabra de Dios 407». Así habla San Lucas. A la hora en que resonaba en las orillas del Jordán esta elocuencia divina, recordando el estilo de los Profetas, decía Pilatos tal vez entre sí, que Cicerón había dado algunos años antes al arte oratoria su última fórmula. El cortesano de Tiberio no podía menos de deplorar la ceguedad de estas colonias bárbaras que iban al desierto a oír la voz de un orador vestido de pelos de camello, debiendo redoblarse la admiración del romano, cuando oía hablar de la muchedumbre que confesaba sus pecados: Confitentes peccata sua 408, y que recibía el bautismo de la penitencia en las aguas del Jordán: Baptizabantur ab illo in Jordanis flumine 409. La Roma de Tiberio cometía toda clase de crímenes, pero no los confesaba; contraía toda clase de manchas, pero se cuidaba poco de lavarlas en las aguas de la penitencia. Quién se equivocaba ¿el desden irónico de Pilatos o la fe de los Hebreos? No era nueva la confesión y el bautismo entre los Judíos, puesto que en la fiesta solemne de las expiaciones, hacía el Gran Sacerdote en nombre de Israel, confesión general de todos los pecados del pueblo, y que todos los días recibían los sacerdotes en el Templo, en nombre del Señor, la confesión de las culpas particulares, y ofrecían por el culpable un sacrificio a Jehovah. Toda clase de impurezas ilegales se purificaban por las abluciones ceremoniales, bautismo permanente que entrañaba en cada pormenor de la vida hebraica. Cuando fueron al Sinaí los hijos de Jacob, huyendo de la tiranía de Faraón, a recibir la ley divina «habían sido bautizados antes, dice San Pablo, en la nube luminosa y en las aguas del Mar Rojo 410». Así fueron purificados del contacto de los Egipcios, poniendo después la ley del bautismo o de la ablución, una barrera entre ellos y las naciones extranjeras. He aquí por qué había aceptado toda la Judea la confesión de los pecados y el bautismo de penitencia, predicados por San Juan, como la viva expresión y la esencia misma de la ley judaica. Pilatos podía [236] burlarse de esto, puesto que en nuestros días hemos oído a un literato comparar a Juan Bautista «con un Yogui de la India, muy semejante a los Gurus del Bramismo», y bien valía el escepticismo del Romano la pedantería del retórico moderno, pues tan inteligentes son el uno como el otro. Pero los hijos de Abraham, los herederos de las promesas eternas habituados a la voz de los Profetas, abrumados por la dominación del cesarismo y por las desgracias del tiempo, ansiosos de ver realizarse las esperanzas nacionales, en la época precisa que les estaba señalada hacía dos mil años, los Judíos, en fin, no podían engañarse. Había llegado la hora de la liberación, en que Cristo debía aparecer, y todos creyeron que Juan era Cristo.

7. «Enviaron, pues, de Jerusalén, continúa el texto sagrado, sacerdotes y levitas que le preguntasen: «¿Quién eres tú? Juan, sin vacilación ni subterfugio alguno, contestó: No soy yo el Cristo. Preguntáronle. ¿Pues qué, eres Elías? Respondió: No lo soy: ¿Eres el Profeta? Y respondió: No. Dijéronle ellos: ¿Pues quién eres, para llevar la respuesta a los que nos enviaron? ¿Qué dices de ti mismo? Yo soy, dijo, la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como lo tiene dicho el profeta Isaías. Y los que habían sido enviados eran fariseos 411. Y lo preguntaron de nuevo. Pues ¿por qué bautizas, sino eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta? Respondioles Juan diciendo: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis. Ése es el que ha de venir después de mí, el cual ha sido preferido a mí, y a quien yo no soy digno de desatar la correa de su zapato. -Estas cosas pasaron en Bethania 412 del otro lado del Jordán, donde bautizaba Juan 413. No era, pues, posible dudar que Juan no era el Cristo, sino que le precedía, como precede la escolta encargada de abrir el camino al paso del soberano. «Entonces Jesús vino de Galilea al Jordán para ser bautizado por Juan. Éste le vio venir y dijo: He aquí el cordero de Dios; [237] ¡he aquí el que borra los pecados de mundo! Éste es aquel de quien yo hablaba al decir: Un varón vendrá después de mí y que es antes que yo. No le conocía personalmente, pero yo he venido a bautizar en el agua del Jordán para manifestarle a los ojos de Israel». -Y Jesús pidió el bautismo, y Juan le dijo: «¡Yo debo ser bautizado por ti; y tú vienes a mí! Y respondiendo Jesús, le dijo: Deja por ahora, porque así es como conviene, que nosotros cumplamos toda justicia». -Entonces Juan condescendió, y bautizó a Jesús en el Jordán. Y después que Jesús fue, bautizado, inmediatamente salió del agua, y se puso a orar, y he aquí que se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender en forma de paloma y posar sobre él. Y oyose una voz del cielo que decía: «Éste es mi hijo querido, en quien yo he puesto todas mis complacencias 414». Juan por su parte decía a la multitud. «Aquel que me ha enviado a bautizar con el agua, me ha dicho: Aquel sobre quien vieres descender y reposar al Espíritu en figura de paloma, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Le he visto actualmente, y por eso doy testimonio de que él es el Hijo de Dios. Y entonces entraba Jesús en la edad de treinta años y pasaba por ser el hijo de Josef 415».

8. El testimonio de Juan Bautista convirtió el universo. El César romano murió en Caprea ¿quién piensa ya en la divinidad efímera de este monstruo, cuya imagen quería colocar Pilatos en el recinto del Templo de Jehovah? Y por el contrario, ¿qué región por remota que sea no ve en este momento prosternarse adoradores ante la imagen de Jesucristo? Es verdaderamente el Hijo de Dios que proclamó Juan Bautista, y a quien adoramos. ¡En verdad el racionalismo moderno es digno de lástima al hablarnos de un yogui de la India y de un guru del Bramismo! Siéntale bien disfrazar esta sublime historia evangélica y hablarnos «de los dos jóvenes maestros que luchan ante el público en recíprocas deferencias 416». Este análisis del texto sagrado es tan fiel como la traducción del griego de San Papías. ¿Qué diremos también de la adición unida ingeniosamente al relato, con la que se pretende que Jesús «fue bautista a su vez, y vio también preferido su bautismo?» En breve daremos íntegro lo que sigue del Evangelio, y en que no se encuentra [238] una sola palabra que justifique esta irrisoria invención. Opongamos a estas fantasías de la incredulidad, los testimonios de la historia. He aquí cómo habla Josefo de San Juan Bautista: «Fue un hombre eminente en santidad, que llamaba a los Judíos a la virtud, a la justicia, a la piedad hacia Dios, y que les mandaba reunirse para recibir el bautismo. El bautismo, decía, no es agradable a Dios sino cuando va acompañado del propósito de no pecar. Sólo puede ser saludable la purificación del cuerpo después de haber purificado el alma por medio de la justicia. Agrupábase a su lado un concurso inmenso, y la multitud estaba ansiosa de oírle 417». El bautismo hace un gran papel en las tradiciones rabínicas. «Los justos y los hombres piadosos, dice el Zohar, se regocijaban con la solemnidad de la efusión del agua, porque era una figura del favor que concederá el Altísimo, cuando borre de la tierra la impureza de la serpiente 418. El Korán da a Juan Bautista el nombre de el Profeta Santo 419, y a la hora en que escribimos estas líneas, existe aun, en las cercanías de Bassora una secta llamada Mende-Jahia (discípulos de Juan) que adora al hijo de Zacarías, los cuales tienen un texto sagrado a que llaman Diván, y del que existe un ejemplar con el título de Codex Nazaraeorum en la Biblioteca romana de la Propaganda 420. Así es como los sueños del racionalismo moderno caen, uno tras otro, ante los hechos reales de la historia.





§ III. Ayuno y tentación

9. «Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto, para que fuese tentado por el diablo. Cuarenta días y cuarenta noches permaneció en la soledad, sin tomar ningún alimento, y después de este ayuno, tuvo hambre. Y acercándose a él el tentador, le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. Y Jesús le respondió: Está escrito que el hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra de Dios 421. Entonces el diablo le llevó a Jerusalén y le puso sobre el pináculo del Templo, y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo, porque está escrito que Jehovah ha mandado a sus ángeles

[239] que tengan cuidado de guardarte, y que te lleven en sus manos para que tu pie no tropiece contra alguna piedra 422. Y respondiendo Jesús, le dijo: Está escrito; no tentarás al Señor tu Dios 423. Entonces el diablo lo condujo a un elevado monte y le puso a la vista en un instante 424 todos los reinos del mundo con su magnificencia, y le dijo: Yo te daré todo este poder y la gloria de estos reinos, porque se me han dado a mí, y yo los doy a quien quiero: si tú quieres, pues, adorarme serán todos tuyos. Y respondiendo Jesús, le dijo: Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor tu Dios, y a él sólo servirás 425. Y en aquel instante el diablo se apartó de él, y acercándose los Ángeles a Jesús, le sirvieron 426.

10. Un diálogo con Satanás abre la historia de la humanidad decaída, un diálogo con Satanás abre la historia de la humanidad redimida. Al salir de las aguas bautismales, a las que acababa Jesús de comunicar la gracia regeneradora, el Hombre-Dios halla en el desierto la viva imagen de la maldición que hirió al primer hombre, después que abandonó las fuentes de agua viva de la verdad y de la inocencia. En los primeros días de la creación, paseaba Adán su monarquía suprema, bajo las deliciosas arboledas del Edén, en medio de una naturaleza obediente y solícita por satisfacer sus menores deseos. En el desierto de la Cuarentena, que van a visitar todos los peregrinos, no lejos de Jericó, en la escabrosidad de estas áridas rocas, sólo encuentra Jesús animales salvajes que huyen del hombre que se aproxima: el orgullo y la concupiscencia habían seducido al primer hombre; el acto esencial de la humildad, la oración, la protesta más solemne contra todo género de concupiscencia, el ayuno, serán las dos grandes leyes de la rehabilitación. Cuarenta días de retiro en el monte Sinaí habían preparado a Moisés para su misión de legislador. Cuarenta años de privaciones y padecimientos en el desierto habían preludiado, para la nación santa, la conquista de la Tierra prometida. Cuarenta días de soledad en el monte Horeb, habían completado la santificación del profeta Elías. Nínive, a la voz de Jonás, había tenido sus cuarenta días de penitencia y de ayuno, bajo la ceniza y el cilicio. El racionalismo moderno rechaza todas estas enseñanzas de mortificación corporal. [240] ¿Cómo no ve que los hombres no inventan tales cosas? Cuando un literato intenta trazarse el ideal de un fundador de religión, no deja de pintarlo con los rasgos de «un joven maestro que se complace en asistir a las bodas, a los festines de los ricos, a las ovaciones populares, en una fiesta perpetua 427». No procedió Mahoma de otro modo. Pero instituir el ayuno, y comenzar practicándolo; instituir el bautismo y comenzar recibiéndolo, son actos de un espíritu sacerdotal, cuya mezquindad deplora el racionalismo. Y no obstante, tales son los dos primeros actos de la vida pública de Jesucristo, como deben ser, hasta la consumación de los siglos, los de toda vida humana regenerada. El sensualismo ha perdido a la humanidad en la cuna; y sólo puede rehabilitarla renunciando a él. Contra los apetitos de los goces materiales, y la concupiscencia de la carne, origen de todas las tiranías sociales, de todas las rebeliones, de todas las agitaciones del mundo, trae el Salvador un remedio divino, pero que sólo producirá efecto con la condición de ser individual y aplicarse a cada hombre en particular, para su propia restauración. La mortificación llegará a ser el único medio de salvación para cada uno de los hijos de Adán redimidos por Jesucristo. Semejante programa, repito, es superior a las concepciones de todos los legisladores, de todos los filósofos, de todos los genios humanos. Su aparente sencillez supone realmente una fuerza divina. Reformar el mundo respetando el libre alvedrío del hombre y las leyes fundamentales de las sociedades humanas, es una obra imposible siempre a todas las teorías de los sabios. Sólo un Dios podía hacer amar la privación, abrazar el sufrimiento, y decir a la carne que tiene hambre y sed: ¡Serás dichosa ayunando, mortificándote, macerándote! ¡Cuán ciego es quien no ve que era un milagro divino la ley de la privación, en la época en que se producía en la sagrada persona del Salvador, en el monte de la Santa Cuarentena! Las rosas con que Horacio coronaba su frente en voluptuosos festines, eran recogidas por Ovidio y Tibulo. Roma era el pandemonium de todas las irracionalidades, todas las corrupciones de la carne. Gigantesca Gula (para tomar su lenguaje una palabra que el cristianismo ha matado) abríase desencajada, tragándose mil vidas, en beneficio de una sola, a cada dentellada. Sin que esto impidiera a los filósofos, como Séneca, escribir [241] con pluma de oro, magníficas sentencias sobre la divisa estoica: Sustine el abstine 428. ¡Retóricos! ¿Cuál es, pues, la influencia de cualquier periodo en la reforma del género humano? Los discursos son allí impotentes, los preceptos estériles, las frases superfluas. Hace allí falta el poder creador, uniendo el ejemplo al precepto. He aquí por qué ayunó Jesucristo, el Verbo encarnado, cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, y he aquí por qué tiene el mundo cristiano, hace dos mil años, hambre y sed de mortificación, de ayunos y austeridades, hasta tal punto que, a pesar de vuestros sofismas, a pesar de vuestras excitaciones al deleite, al bienestar material, a los goces del sensualismo, no volverán a verse nunca en nuestra tierra los desenfrenos de la Roma pagana.

11. Los apetitos de la naturaleza degradada fueron vencidos por el ayuno de Jesucristo en el desierto. Así lo experimentará quien quiera ensayarlo en sí mismo, en nombre del Salvador, y precisamente esta experiencia, emprendida con valor y sostenida con perseverancia, es la que ha dotado con tal riqueza nuestro mundo con una legión de hombres nuevos, que permanecieron desconocidos de toda la antigüedad profana, y a quienes se llama Santos. Pero, este germen profundo de la concupiscencia, depositado en nuestro corazón con la vida, esta arma con que nos herimos nosotros mismos, está en manos de un enemigo. Desde el día en que engañó Satanás la credulidad de la mujer, y por ella, la ciega confianza de nuestro primer padre, no ha cesado y no cesará jamás de extender su imperio sobre los desgraciados hijos de Eva. Es curioso estudiar los esfuerzos del racionalismo actual para rehabilitar a Satanás. Parece que se oye la defensa de una causa de familia. «De todos los seres maldecidos en otro tiempo a quienes ha librado la tolerancia de nuestro siglo de su anatema, dicen, es sin contradicción Satanás el que más ha ganado con el progreso de las luces de la civilización universal. Hase dulcificado poco a poco en su largo viaje desde su caída hasta nosotros, y se ha despojado de toda su malignidad de Ahrimanes. La edad media que no entendía nada de tolerancia, le pintó a su gusto, feo, maligno, atormentado, y para colmo de desgracia, ridículo. Milton comprendió, en fin, a esta pobre criatura calumniada, y comenzó la metamorfosis [242] que debía terminar la elevada imparcialidad de nuestra época. Un siglo tan fecundo en rehabilitaciones de toda clase, no podía carecer de razones para excusar a un revolucionario desgraciado, a quien arroja la necesidad de obrar en empresas atrevidas. Podría alegarse para atenuar su falta una multitud de motivos respecto de los cuales no tendríamos derecho de ser severos 429». ¿Salvará, la alegación de circunstancias atenuantes en favor de Satanás, al mundo, de su imperio? ¿Resonará menos su voz, aún dulcificada por la elocuencia de los sofistas, en las conciencias humanas? El «pobre calumniado» que se hizo adorar en el universo durante cuarenta siglos, que se hizo sacrificar víctimas humanas a millares, que devoró la inocencia, el pudor, la virtud de las generaciones, sin decir jamás: ¡Basta! «este revolucionario desgraciado» que se hizo padre de toda clase de revoluciones, instigador de todas las rebeliones, consejero de todo género de crímenes, artífice de toda clase de errores, seducciones y mentiras, ¿creéis que se halla muy lejos de vosotros? Guardad silencio y escuchad el grito de las pasiones, el rumor del orgullo que suena sordamente al oído del corazón, el rugido de la voluptuosidad, el estertor de la avaricia. Es el llamamiento de Satanás, al fondo de las almas, ayer, hoy, mañana, bajo todos los cielos, en todas las latitudes, en cada punto del espacio y del tiempo. La empresa de su rehabilitación, si pudiera conseguirse, equivaldría al aniquilamiento de la virtud en la humanidad. Felizmente sobrepuja esta obra al poder, no solamente de la literatura ligera, sino de los genios más fuertes. El Hijo de Dios venció a Satanás, y es verdaderamente notable que tenga el demonio, después del Evangelio, tantos enemigos como tenía adoradores en la antigüedad pagana. ¡Satanás no podría ofrecer hoy a nadie, como lo propuso al Salvador, la dominación universal del mundo ¡tanto ha debilitado su infernal energía la lucha que se atrevió a sostener contra el Verbo encarnado!

12. Y no obstante, desplegó en este desafío todos los recursos que habían triunfado tan fácilmente en el Paraíso Terrenal. «Si eres Hijo de Dios, manda a estas piedras que se conviertan en pan». El nombre de Hijo de Dios, recogido de los labios de Juan y proclamado por una voz celestial en las orillas del Jordán, turbaba la seguridad [243] de Satanás. Roma era suya; gobernábala con el nombre de Tiberio, y tal señor dado al mundo por Satanás con sus propias manos, le aseguraba el imperio universal. Pero he aquí que a las orillas de un pequeño río de Judea, se anuncia el advenimiento del Hijo de Dios, es decir, la caída de Satanás. Herodes creyó procurar la estabilidad de su trono, amenazado per el nacimiento del verdadero rey de los Judíos, haciendo degollar a los niños de Belén. Satanás no puede nada contra la vida del Hijo de Dios; pero va a habérselas con él, y a experimentar si se verifica realmente en la persona del Hijo de María, el misterio de la misericordia que había oído proclamar en el umbral del Edén. Nada prueba mejor la completa unión del Verbo encarnado con la naturaleza humana, que la facultad que se dejó al seductor de intentar semejante prueba. Apelamos también aquí de ello a la conciencia de cada lector; si hubieran escrito los Evangelistas una leyenda, jamás hubieran imaginado, para hacer creer en la divinidad de Jesucristo, el mostrarlo, ni por un solo instante, sometido a este poder infernal, que le persigue en el desierto, le trasporta a su placer a la cúpula del Templo o a la cima de una montaña. Pero lo que no hubieran inventado los hombres, se nos aparece, a la luz del Evangelio, como una parte esencial de la obra de nuestra liberación. «La forma de esclavo» con que se dignó revestirse Jesucristo, llega a ser para nosotros una prenda de libertad. El tirano soberbio, el terrible dominador que enlazaba al mundo con las cadenas del pecado, va a ver fijarse sobre su cabeza el pie vencedor que derrocará su imperio. Al hombre que tiene hambre, ofrece, Satanás, después de cuarenta días de ayuno en el desierto, una piedra de la roca: «Di una palabra, y se convertirá en sabroso pan esta piedra». Todos los días obra el poder creador por medio de las leyes naturales de la vegetación una trasformación análoga. El calcáreo pulverizado suministra al grano de trigo un lecho en que fermenta, y hace brotar un tallo que recibe la savia de la tierra; crece la planta, aspirando el aire con sus hojas y recibiendo la influencia del rocío y del sol; desarróllase la espiga, se madura, cae al golpe de la hoz, y se convierte en el pan que alimenta al hombre. El Hijo de Dios, tiene ciertamente el poder de abreviar el tiempo y de suplir la lenta elaboración de la naturaleza. Y en efecto, con una palabra, podía convertir en pan la piedra de la montaña, así como transustancia el pan eucarístico en su propia carne. Pero [244] Jesucristo lleva al mundo otro alimento distinto del pan material, manteniendo con la palabra de Dios, hasta la consumación de los siglos, la muchedumbre hambrienta de verdad y de vida espiritual. «Está escrito, responde Jesús: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». He aquí el nuevo alimento que viene a distribuir a la tierra el Salvador. Desde la época en que grabó Moisés esta sentencia en la ley, permaneció como una piedra saliente para juntar a ella el porvenir. Los Judíos, ávidos de los goces y de las riquezas materiales, no la comprendieron ni aplicaron. Desde que Jesucristo, el Verbo de Dios, nos reveló su misterio, practicándola él mismo, y nos dio fuerza para verificarlo ha llegado a ser la palabra de Dios el pan de las inteligencias y el alimento de las almas.

13. El sensualismo, el arma más mortífera de Satanás, fue vencido en la primera tentación; Satanás va a dirigirse a la presunción y al orgullo. Traslada a Jesús encima del Templo, probablemente a las almenas de la torre Antonia, que se alza sobre el valle de Tiropeon, a tal altura, que no se podía, dice Josefo, echar sobre él una mirada sin desvanecerse o sentir vértigos. «Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo, porque está escrito: Jehovah te ha confiado a la guarda de sus Ángeles, para que no tropieces con el pie en las piedras». Este título de Hijo de Dios, es el único pensamiento del tentador. Satanás provoca a hacer milagros al adversario, cuyo verdadero nombre quiere saber. La primera vez, le contestó Jesús con una palabra de la Biblia. Lucifer parodia también un texto del Libro Sagrado. Satanás sabe la Biblia para disfrazarla o desvirtuarla, pero Jesús la conoce para explicar su sentido divino. Estas dos opuestas corrientes de interpretación bíblica durarán tanto tiempo como el mundo. Pero la respuesta de Jesucristo no cesará de ser la regla de las inteligencias rectas y puras. «Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios». Hasta aquí la táctica del seductor, con respecto a Jesús, ha producido exactamente y con un paralelismo riguroso la tentación primitiva del Edén. El fruto prohibido del Paraíso terrenal, cuyo aspecto deleitable, excitaba el apetito de Eva, se ve reemplazado por el pan que debe reanimar las fuerzas del Hijo de María. «Seréis como dioses, había dicho la serpiente, al pie del árbol de la ciencia del bien y del mal, y no moriréis». Lo mismo razona el Tentador con Jesucristo. «Si eres Hijo de Dios, precipítate al aire [245] y no morirás». En la tercera prueba aparece también el último carácter de similitud entre la historia de la caída y la de la rehabilitación. La serpiente había ostentado a los ojos de nuestros primeros padres, la dominación universal de la ciencia como el resultado de su privación. Aquí el tentador ofrece a Jesucristo el imperio universal, los reinos del mundo, con toda su gloria. Pero aquí el Salvador manifiesta su poder, y el tentador va a conocer en fin a Aquel cuya voz impera al cielo, a la tierra y a los infiernos. «¡Retírate, Satanás!» dice Jesús. Basta que caiga una palabra de los labios del Salvador para aniquilar todos los prestigios de Lucifer. El Hijo de Dios se ha manifestado haciendo desde este momento su nombre invocado por los Cristianos huir a las legiones de la mentira. «Los Ángeles, acercándose a su Señor, le servirán» como sirven aún hoy a las almas fieles, libres de las asechanzas de Satanás. Todo esto hace sonreír al racionalista incrédulo hasta el momento en que tocando la gracia su corazón, le incline al pie de una cruz, y le revele las fuerzas divinas con que reviste el nombre de Cristo a sus adoradores.





§ IV. Primera vocación de los Apóstoles

14. Juan Bautista continuaba preparando los caminos al Hijo de Dios. «Habiendo vuelto Jesús a las riberas del Jordán, Juan que estaba con dos de sus discípulos, le vio de lejos, y dijo: He aquí el Cordero de Dios. Y al oír los dos discípulos hablar así a su Maestro, fueron en pos de Jesús. Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Dijéronle ellos: Rabi (que quiere decir, Maestro) ¿dónde habitáis? -Respondioles Jesús: Venid y lo veréis. Fueron ellos y vieron donde habitaba, y se quedaron con él aquel día. Y era casi la hora décima (las cuatro de la tarde). Y uno de los dos que habían oído a Juan Bautista y seguido a Jesús, era Andrés, hermano de Simón Pedro. El primero a quien éste halló, fue a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que quiere decir, el Cristo), y le llevó a Jesús. Y Jesús, fijos los ojos en él, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás o Juan 430; tú serás llamado Cefas, que quiere decir en hebreo Pedro, Piedra 431. Tal es, en su [246] admirable sencillez, la narración del Evangelista San Juan. El segundo discípulo, que no se nombra aquí y que sigue con Andrés los pasos de Jesús, es el mismo Juan. Siendo él mismo historiador de estos solemnes pormenores, tiene la delicadeza de quedarse retirado y de velar su persona con una admirable modestia. Haber seguido las huellas de Jesús en las riberas del Jordán; haber oído de boca del Precursor esta sacramental designación: «He aquí el Cordero de Dios»; haber pasado las últimas horas del día con el Cristo, cuando era aun desconocido, son privilegios que se envidiarán hasta el fin del mundo. San Juan Evangelista no quiero revestir su nombre con tantos honores. Así es que disimula su personalidad y sólo deja ver a Andrés, hermano de Pedro; bástale haber tenido esta dicha, y no revindica su gloria; pero nos le hace adivinar un rasgo que se le escapa como a pesar suyo. «Era, dice, la hora décima». Porque en efecto, la hora en que por primera vez encuentra una alma a Jesús y se adhiere a él, es la hora más memorable de todas. No se la olvida jamás, y el anciano de Éfeso, habiendo llegado al término de su carrera apostólica, al escribir su Evangelio, tenía presente en su pensamiento esta hora bendita en que le había mostrado el Precursor al Cordero de Dios. Léase las memorias que han dejado los amigos de los héroes de este mundo, y búsquese en ellas una impersonalidad igual con tal emoción. Bajo otro punto de vista, preguntémonos, por qué, estando aun ausente Pedro, se halla indicado tan cuidadosamente, a propósito de su hermano Andrés. Jesús no ha visto aún a Pedro, y no obstante ocupa Pedro el primer término. Cuando se eclipsa de una escena en que era actor el evangelista Juan, dirige la atención sobre Pedro. Cuando se conduce ante Jesús a ese extranjero, que no es aún su discípulo «fija sobre él su mirada» el Salvador: Intuitus eum. «Tú eres Simón, hijo de Jonás, le dice, pero en adelante te llamarás Pedro». ¿Comprenden toda la trascendencia de estos testimonios los protestantes, los cismáticos, que leen el Evangelio y lo reconocen como la regla de la fe?

15. Entre tanto Juan, Andrés y Simón, hijo de Jonás, no permanecen con Jesús más que algunas horas. Sólo han querido saber dónde vivía. ¡Rabi! ¡Señor! tal es el primer título que le dan; ¡con qué alegría le darán más adelante el nombre de Señor! Después de algunos instantes de conversación, han reconocido en él Andrés y Juan al Mesías, el Cristo. Simón Pedro se ha unido a ellos, [247] pero ninguno piensa un en dejarlo todo, para unirse exclusivamente a este guía. Volverán a oírle, puesto que le conocen; pero esta esperanza les basta, y no quieren nada más. Esto consiste en que no han oído aún la palabra potente de Jesucristo que les llama. Sin esta divina vocación nadie tiene la fuerza para renunciar y sacrificarse que supone el apostolado. Vuelven, pues, estos pescadores del lago de Genesareth a sus barcas y a sus redes; pero ahora conocen a Cristo, y cuando se digne llamarles así, estarán prontos a seguirle. Simón, hijo de Jonás, y Andrés, su hermano, habían nacido en la ciudad de Bethsaida 432, a algunos estadios del extremo del lago de Genesareth en la parte occidental 433; pero habitaban en la ciudad vecina de Cafarnaúm 434, donde volveremos a hallar más adelante a Simón, en casa de su suegra. El mismo Juan, hijo de Zebedeo, era de Cafarnaúm 435. Según observa el doctor Sepp, su oficio les había llevado con frecuencia a las riberas del Jordán, donde tenían relaciones de negocios con los pescadores de Betania. Parece también que al aproximarse las grandes festividades, llevaban a vender sus peces a Jerusalén. Así es como probablemente, habiendo tenido el evangelista San Juan ocasión de ir a casa de Caifás, fue conocido por la criada, que dejó entrar por recomendación suya a San Pedro, en el vestíbulo, cuando fue llevado Jesús ante el Gran Sacerdote 436. Como quiera que sea, dos pescadores han querido ver dónde moraba Jesús, aquel que les había designado Juan Bautista, como «Cordero de Dios». Jesús les dijo: «¡Venid y ved!» Después de haber pasado algunas horas en compañía del nuevo Maestro, reconocieron a Cristo, el Mesías; y llevaron ante él a Pedro, pescador como ellos. Éstos son los primeros elementos de la Iglesia inmortal, fundada por Jesucristo. El racionalismo halla todo esto sencillo; a los ojos de quien quiera reflexionar en ello, es el medio escogido tan desproporcionado con el efecto, que tenemos derecho para afirmar, sin necesidad de otra prueba, que la Iglesia es divina.

16. «Al día siguiente queriendo Jesús encaminarse a Galilea, encontró a Felipe y le dijo: Sígueme. Era Felipe de Bethsaida, patria de [248] Andrés y de Pedro. Felipe halló a Nathanael, y le dijo: Hemos encontrado a Jesús, hijo de Josef de Nazareth, de quien escribió Moisés en el Libro de la Ley 437, y que fue anunciado por los profetas. 438Y díjole Nathanael: ¿Puede salir de Nazareth cosa buena? -Díjole, Felipe: Ven y lo verás. Vio Jesús venir hacia sí a Nathanael, y dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay doblez. -Preguntole Nathanael: ¿De qué me conoces? -Respondiole Jesús: Antes que Felipe te llamara, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera. -Al oír esto Nathanael, exclamó: ¡Oh! ¡Maestro mío! tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. -Respondiole Jesús: Has creído porque te dije que te vi debajo de la higuera. Tú verás cosas mucho mayores todavía. -Y añadió: en verdad, en verdad os digo: Veréis el cielo abierto y los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre 439».

17. He aquí cómo traducen los racionalistas modernos esta admirable narración del Evangelio. «Algunas veces, dicen se valía Jesús de un inocente artificio, que empleó también Juana de Arco, el de fingir que sabía alguna cosa íntima de la persona a quien quería ganarse, o el recordarle una circunstancia querida de su corazón. Así es como se atrajo a Nathanael 440». Si hay algo que cause sensación en el texto sagrado que acabamos de reproducir, es precisamente la falta de todo aparato escénico y de toda «ficción». Jesús va a tomar de nuevo el camino de Galilea, y se atrae a Felipe con una sola palabra. «¡Sígueme!» y Felipe le sigue. Expliquésenos si es posible, el predominio de semejante palabra, en boca de quien la pronuncia, y la obediencia espontánea de aquel a quien se dirige. No solamente sigue Felipe a Jesús, sino que reconoce Felipe en él al Mesías prometido por Moisés y predicho por los Profetas. Felipe hace en favor de Nathanael lo que habían hecho Andrés y Juan la víspera en favor de Simón: corre a informarle de este gran advenimiento de Cristo. «¡Ha venido el Mesías: es Jesús, hijo de Josef de Nazareth!» Felipe no sabe todavía, sobre el origen y la patria de Jesús, más que lo que refiere el vulgo. Admírase Nathanael de que pueda salir el Mesías de Nazareth, cuando han señalado los Profetas a Belén como la ciudad en donde debe nacer Cristo. Y hace de buena [249] fe esta observación. No tiene nada que contestar a esta objeción Felipe, y sin embargo persiste en su creencia, no dudando que participe de ella en breve Nathanael, si quiere solamente seguirle. «Ven y velo» le contesta. Ver a Jesús y ser visto de él bastaba para inducir a la fe. ¡Qué poder sobrehumano había pues ejercido en el espíritu de este discípulo, a quien sólo había dirigido una palabra Jesús: «¡Sígueme!» Después del rápido diálogo entablado aparte en el campo entre los dos amigos, corren hacia Jesús. El divino Maestro en el momento en que se acerca Nathanael, le dice: «He aquí un verdadero hijo de Israel, en quien no hay doblez». Según observa oportunamente un intérprete, esta palabra era más que una respuesta a la objeción formulada por Nathanael, sobre el lugar del nacimiento del Mesías, puesto que le probaba la divinidad misma de Jesús, que había oído, aunque ausente, la conversación secreta, y que leía realmente la objeción del recién llegado en su propio pensamiento 441. Para comprender bien el sentido de la alusión, es necesario recordar el significado hebraico del nombre de Israel; «Fuerte contra Dios» que se dio al patriarca Jacob, después de la visión de la Escala misteriosa. Este término de Israelita; Fuerte contra Dios, empleado en esta circunstancia, era por sí solo una revelación. Otro que no hubiera sido judío, no lo hubiera comprendido, pero Nathanael no podía equivocarse sobre esto. Conoce que penetra la mirada de Jesús en lo más profundo de su conciencia, y exclama: «¿De qué me conoces?» La mención de la higuera, bajo la cual estaba sentado antes que le llamara Felipe, y donde le había seguido Jesús con sus ojos divinos al través de la distancia, esta particularidad íntima de que nadie había sido testigo, acaba de llevar la fe a su alma: «Rabi (Maestro), dice, tú eres el hijo de Dios, el rey de Israel»; y Jesús, continuando la alusión a la historia del patriarca Jacob, apellidado divinamente Israel, replica: «Tú, verdadero israelita, verás subir y bajar los Ángeles de Dios sobre la cabeza del Hijo del Hombre. « He aquí en su incomparable sencillez y despojada de todo [250] aparato de «artificio» el misterio de esta vocación de Nathanael 442. El racionalismo no parece ni aun sospechar los caracteres intrínsecos de autenticidad, de buena fe y de poder divino que hay en este texto evangélico, y el comentario que de él da se reduce a una presuntuosa pasquinada.




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § I. Diez y ocho años de vida oscura en Nazareth