DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § IV. Primera vocación de los Apóstoles



§ V. Las bodas de Caná

18. «Jesús volvió a Galilea, dice el Evangelio, extendiéndose su fama por todo aquel país 443. Tres días después, se celebraron unas bodas en Caná de Galilea 444, y la Madre de Jesús estaba en ellas. Y fue también convidado a estas bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la Madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Y Jesús contestó: Mujer, ¿qué hay de común entre tú y yo 445? Aun no es llegada [251] mi hora. -Sin embargo, dirigiéndose la Madre de Jesús a los que lo servían, les dijo: Haced todo lo que él os diga. Y había allí seis hidrias de piedra destinadas para las purificaciones de los judíos, cada una de las cuales cabía dos o tres metretas 446. Jesús dijo a los servidores: Llenad de agua las hidrias; y las llenaron hasta arriba. Entonces añadió Jesús: Sacad ahora y llevad al Maestresala (o presidente del festín), y ellos la llevaron. Apenas el Maestresala probó el agua convertida en vino, no sabiendo de dónde era este vino (aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua), llamó al esposo, y le dijo: Todos sirven al principio el vino mejor, y cuando los convidados han bebido a su satisfacción, sacan el inferior; pero tú has reservado el buen vino para lo último. Éste fue el primer [252] milagro de Jesucristo en Caná de Galilea; así fue como manifestó su gloria y sus discípulos creyeron más en él 447».

19. El milagro de Caná es el complemento de la primera vocación de los discípulos. El Evangelio deja sobreentender muchas cosas con una delicadeza y un encanto que nos tomaríamos la libertad de llamar exquisitos, si no fueran divinos. Tres días antes, no se había resuelto directamente la objeción de Nathanael concerniente al lugar del nacimiento de Jesucristo. Pero en Caná, asistía la Madre de Jesús a la ceremonia nupcial, y las festividades del matrimonio duraban siete días, entre los Judíos; así, pudo darle María las enseñanzas que no se había atrevido a pedir el nuevo discípulo al Rabi. La Virgen había conservado en su corazón las palabras de los pastores en el Praesepium de Belén; la predicción de Simeón en el Templo; el gran misterio de la adoración de los Magos; las angustias de la huida a Egipto, y la respuesta de Dios, su hijo, sentado entre los doctores. ¿Puede comprenderse que no se aprovecharan durante siete días, Nathanael y los demás discípulos de la presencia de María, para oír de sus labios la narración de esta historia maravillosa? El Evangelista lo indica, sin afirmarlo positivamente, con estas sencillas palabras: «La Madre de Jesús estaba allí 448», y más adelante: «Los discípulos creyeron en él». Es imposible no reconocer aquí que preside María a la manifestación de Jesús en Caná, como había presidido a la de Belén, en favor de los Magos 449, siendo para los discípulos la introductora en el sendero de la fe. Así, más adelante, los Padres del concilio de Éfeso repetirán en honor suyo, esta gloriosa aclamación: «¡Dios te salve, María, Madre de Dios y siempre Virgen! Por mediación tuya ha evangelizado al mundo el colegio apostólico 450». La duda de Nathanael se disipó ante el testimonio de la Virgen Madre, así como se disipó la sospecha de San Josef ante la proclamación evangélica de la Virginidad Inmaculada. Así, pues, [253] ha destruido María bajo su pie sin mancha, los gérmenes de todos los errores anti-cristianos. He aquí por qué le dirige la liturgia católica este insigne elogio: «Bienaventurada Virgen, tú sola has destruido todas las herejías en el universo 451». Hay más; así como esperó el Hijo de Dios que expresara su voluntad María para descender a la tierra, y que precediera el Fiat virginal a la obra de redención, como había precedido el Fiat del primer día a la creación, así es la voluntad de María la que adelanta la hora de la manifestación de Jesucristo. Parece que el mismo divino Maestro se queja de la violencia poderosa de su Madre. «Mujer, ¿qué hay de común entre ti y yo? dice. Aún no ha llegado mi hora». -«¿Qué hay de común entre Vos y Ella? ¡Oh Dios mío! exclama San Bernardo. Hay entre Vos y Ella todo lo que hay de común entre una madre y su hijo. ¿Y para qué preguntar lo que hay de común entre un Hijo divino y las entrañas que le han llevado, entre los labios que han mamado la leche, y el seno virginal que los ha lactado 452? «Esta palabra evangélica es una de las que más han sublevado, bajo diversos puntos de vista, a los herejes de todas épocas. En el siglo de San Agustín, creían encontrar en ella los sectarios de Manés la prueba de que no era Jesús realmente el Hijo de María y que la maternidad divina había tenido sólo una apariencia fantástica 453. En nuestros días, no deja de citar el racionalismo esta respuesta, para justificar su famosa aserción: «La familia de Jesús no parece que le amase, y hay momentos en que se encuentra a Jesús duro con ella 454». Las dos conclusiones, maniquea y racionalista, son tan erróneas una como otra. He aquí lo que contestaba el gran obispo de Hipona a la primera: «Nuestro Señor Jesucristo, dice, era a un mismo tiempo Dios y hombre; en cuanto Dios, no tenía madre; en cuanto hombre, tenía una; tal era la madre de su humanidad, de la flaca naturaleza con que quiso revestirse por nosotros. Pues bien, el milagro que iba a verificar debía ser obra de la divinidad, y no de la débil carne; iba a obrar como Dios, sin que tuviera nada de común con la debilidad de [254] un hombre, nacido de la mujer. Pero la debilidad de Dios es más fuerte que todo nuestro poder. Sin embargo, la madre exigía un milagro; Jesús le contesta como si desconociese las entrañas humanas, cuando iba a realizar las obras divinas. Su contestación equivale a ésta: «Yo no he recibido de ti el poder que obra el milagro. No has engendrado tú mi divinidad 455». Así hablaba San Agustín a los racionalistas de su tiempo. Los del nuestro aprenderán de este ilustre doctor, que sólo el Hijo de Dios podía dar semejante respuesta a su madre, así como sólo María podía tener sobre el Hijo de Dios el poder de exigir un milagro; de suerte, que cuanto más rigurosa parezca la respuesta de Jesús, más lleva el sello de la autenticidad intrínseca de que nos ha dado tantos ejemplos el Evangelio.

20. «No tienen vino», dice la Madre a su Hijo. No es esto una súplica, ni siquiera un ruego; María se contenta con indicar el embarazo de una familia por quien se interesa su corazón. «Cuando eran pobres los esposos, dice el doctor Sepp, llevaban los convidados consigo vino, tortas y diversas provisiones, como se hace en el día en muchos lugares. Pero Jesús y sus discípulos no habían llevado nada consigo de Nazareth. Por esto dice María a su Hijo: No tienen vino, y temiendo que se abochornaran los esposos, insinúa a Jesús la idea de acudir en su auxilio 456. ¿Había entre los convidados de Caná muchos, excepto los discípulos, que hubieran apreciado el honor de tener en medio de ellos, un huésped divino? Nadie parece sospecharlo. Pero «allí está la Madre de Jesús»; y parece que tenga prisa de manifestar a todos estos indiferentes la divinidad de su hijo. «Aún no había llegado, sin embargo, la hora», pero la intervención de María tiene el poder de adelantar la hora de la gracia; la hora de María llegará a ser la hora de Dios. «Haced todo lo que él os diga, dice a los sirvientes»; tan segura está la Virgen María de que acceda a ello Jesús. Ella sabía «que le era sumiso 457». Por orden de Jesús, van los sirvientes a tomar agua, y llenan hasta el borde seis grandes hidrias dispuestas para las abluciones de todos los convidados. No son, pues, los discípulos del Salvador los que ejecutan la orden de su Señor, como hace observar un intérprete moderno. No hay duda de que los convidados de Caná no formaban una [255] comisión científica con las condiciones que querría un retórico exigente, y sin embargo, no estarán menos exentas de toda sospecha las circunstancias del milagro. Manos extrañas y completamente desinteresadas toman el agua en la fuente próxima, y la vierten en las hidrias que había en el Atrium. Jesús no se ha separado de la mesa del festín, y cuando van a decirle los sirvientes que están ejecutadas sus órdenes, les contesta: «Sacad ahora, y llevad al Presidente del banquete vuelven los sirvientes, introducen las copas en las hidrias que llenaron de agua un momento antes y colorea el vino a la sazón la copa del symposiarca 458, del Architriclino 459, como le llama el texto sagrado, representando con este término, con maravillosa exactitud, la observancia de las dos costumbres hebraica y romana en la civilización de la Judea, en aquella época. El Triclinio, lecho de descanso, en que se tendían los convidados, apoyado el codo izquierdo sobre cojines, era una importación romana. Josefo la hace notar como una de las magnificencias del palacio de Herodes. Semejante lujo contrastaba singularmente con la institución mosaica que prescribía a los Hebreos que comiesen el Cordero Pascual, en pie, ceñidos los riñones, calzados los pies con las sandalias de viaje y con el báculo en la mano 460. Sin embargo, extendiose en breve en Palestina, y lo encontraremos usado en todas partes, en la serie de la historia evangélica 461. El nombre de Architriclinus procedió indudablemente del Triclinium romano; la expresión era nueva, pero la función que designaba era mucho más antigua entre los Judíos 462. El capítulo XXXIII del Eclesiástico está consagrado enteramente a trazar las reglas de conducta para uso de los symposiarcas o presidentes de los festines 463, que servían el vino a los convidados. Todo el mundo sabe las sublimes metáforas que tomaron de esta costumbre nacional David e Isaías en sus cantos populares. [256] Jehovah es el gran symposiarca del mundo. «Tiene en la mano, dice el salmista, la gran copa del vino de sus venganzas, la ha inclinado a derecha e izquierda, para hacer que beban en ella las naciones, pero aún no se han agotado las heces y todos los prevaricadores de la tierra llevarán a ella sus labios 464». -Levántate Jerusalén, dice el profeta Isaías. La mano de Jehovah ha derramado sobre tus labios la copa de su cólera, tú has agotado hasta el fondo el cáliz del adormecimiento, y lo has apurado hasta las heces 465. Los Hebreos tenían, pues, en sus festines, un symposiarca, un «architriclino» encargado de la presidencia del convite. Más adelante veremos que se disputaban tal honor, muy solicitado especialmente por los Fariseos 466. En las bodas de Caná, se ejercía tal vez esta función por el Paraninfo 467, es decir, por el que dirigía la comitiva de la novia. El elogio que dirige al esposo en esta circunstancia, parece hacerlo sospechar así.

21. Como quiera que sea, el agua que tomaron en la fuente los servidores y que echaron en las seis hidrias lustrales, y después en la copa del architriclino, sin que la tocaran Jesús o sus discípulos, se convierte en un vino excelente, que provoca la admiración del Symposiarca. Prueba este licor e interpela al esposo. Cada pormenor del texto evangélico adquiere aquí una importancia capital. Los antiguos usaban, en la economía de sus banquetes, un sistema completamente contrario al nuestro. Las palabras del architriclino al esposo, marcan claramente esta diferencia. «Todo hombre dice, sirve primero el vino bueno, y después que han bebido bien, saca el que es inferior, mas tú has guardado hasta ahora el vino bueno 468». Pero [257] la feliz reforma que han vulgarizado los principios cristianos, aun sin noticia nuestra, en las sociedades modernas, hace resaltar mejor con su contraste, la admiración que debió causar al esposo de Caná esta inesperada interpelación. El esposo sabía que se había agotado el vino de sus odres, e ignoraba aunque hubieran renovado en favor suyo la indicación de María y el poder divino de Jesús, el milagro de Elías en Sarepta. En un principio, pudo temer que fuese una ironía la palabra del architriclino, que agravara el embarazo de su situación; pero no duró mucho su ansiedad. En breve brilló el vino milagroso en la copa de los convidados y justificó el elogio del symposiarca. Entonces cambió de objeto la sorpresa, haciéndose general, de particular que era. ¿De dónde venía esta provisión inesperada de un vino excelente, que no sólo bastó para terminar el banquete, sino que llenó abundantemente las hidrias lustrales, para los siete días consagrados en los usos hebraicos a las nupciales fiestas? El Salvador que no había llevado nada consigo ni sus discípulos, al aceptar el convite del esposo de Caná, pagaba divinamente su hospitalidad. No es difícil representarse la emoción de los convidados, cuando supieron todas las particularidades del milagro. Supóngase que refiere tal hecho un historiador común. El pasmo del esposo, sus preguntas a los sirvientes, la admiración de los convidados, cuando se presentó a sus ojos la realidad del milagro, cada una de estas circunstancias sería notada con la mayor escrupulosidad. Mas el Evangelio se contenta con decir una palabra. «Así fue como manifestó su gloria Jesús, y sus discípulos creyeron más en él». La sencillez divina de semejante narración es tan milagrosa como el mismo milagro.

22. «Así, pues, dice el obispo de Hipona, ¿quién se admirará de que Nuestro Señor Jesucristo haya convertido el agua en vino cuando se sabe que es Dios quien obra por sí mismo? Dios verifica en las bodas de Caná, en las seis hidrias llenas de agua, lo que hace cada año en la cepa de nuestras viñas. Conviértese en vino por su poder el agua echada en ellas por los sirvientes, así como el agua vertida por las nubes y que cae en lluvia en nuestros collados. No nos admiramos de esta última trasformación, porque se verifica cada año a nuestra vista, y la frecuencia y el hábito de verla impide la admiración. Y no obstante merecería este hecho que se atendiera más a él que al mismo milagro de Caná. Cuando se reflexiona en la economía [258] divina que preside al gobierno del universo, se para el entendimiento, sobrecogido de admiración, y abrumado por todas partes con el peso de los milagros. Pero los hombres desvían sus pensamientos de la meditación de las obras de Dios, y no piensan en bendecir cada día su munificencia creadora. He aquí por qué se ha reservado Dios como golpes de estado y maravillas inusitadas, que les dispiertan de su adormecimiento y les vuelven a su olvidado culto. Los Judíos todos admirarán la resurrección de un muerto obrada por Jesucristo, y sin embargo, nacen millares de hombres cada día, y nadie piensa en admirarse 469». Pero según el sentir de San Agustín y de los Padres de la Iglesia, el milagro de las bodas de Caná, tenía una significación más elevada todavía. El agua que llenaba las hidrias destinadas a las abluciones prescritas por la antigua ley, este elemento de una purificación enteramente material se convierte en el vino del Nuevo Testamento, que hace germinar las Vírgenes, en una generación espiritual y pura. El Evangelio era el vino excelente que tenía en reserva para la última hora el celestial Esposo 470. «Asistiendo con su Madre a las bodas de Caná, dice San Cirilo de Alejandría, quiso Jesús consagrar el principio de las generaciones humanas, así como había santificado anteriormente el agua bautismal con su contacto divino. Para levantar la naturaleza decaída y volverla a su primitiva santidad, no bastaba que bendijera el Salvador a los hombres que ya habían nacido, era necesario, para el porvenir, que estableciera en las fuentes de la vida, la gracia que debía extenderse a toda la posteridad humana y santificar el origen de todos los nacimientos. « Así, lo mismo que en las puertas del Edén se nos aparecieron Adán y Eva como los primeros padres de una raza culpable, así, en las bodas de Caná, presiden, Jesucristo, el nuevo Adán, y María, la Eva rehabilitada, a la generación espiritual de los hijos de la gracia. El matrimonio cristiano será uno de los sacramentos del Nuevo Testamento. El milagro de las bodas de Caná inaugura la institución divina de la familia, reconstituida en Jesucristo. He aquí lo que se sabía en nuestra Europa, después que fue regenerada por el Evangelio. ¿Cree la exégesis racionalista haber tocado siquiera estas grandes cosas que han convertido al mundo, [259] el día en que se permitió esta apreciación: «El primer milagro de Jesús se hizo para regocijar una boda de aldea 471?» ¡Este milagro hubiera obtenido sin duda el favor de una mención más formal si se hubiera verificado en las bodas de Agripina, para distraer de sus iras al César Tiberio!



Capítulo V

Primer año del ministerio público

Sumario

§ I. LA PRIMERA PASCUA.

1. Arroja Jesús a los vendedores del Templo. -2. El tráfico en el Templo de Jerusalén. -3. Autenticidad de la narración evangélica -4. Las necesidades exegéticas de nuestra época. -5. Conversación de Jesucristo con Nicodemo. -6. Preocupaciones nacionales de los doctores de la ley. -7. Verdadero reino del Mesías. -8. Testimonio de San Juan Bautista. El amigo del Esposo. -9. Interpretación de las palabras de San Juan Bautista. Costumbres judías. Humildad del Precursor.

§ II. LA SAMARITANA.

10. Narración evangélica de la conversación de la Samaritana. 11. Jesús fatigado del camino. -12. Jesús, el divino solicitador de las almas. -13. ¡Si scires domum Dei! -14. La primera confesión en el brocal del pozo de Jacob. -15. El alma convertida. -16. Milagro de la profecía. -17. Milagro de la doctrina. -18. Conclusión.

§ III. VOCACIÓN DEFINITIVA DE PEDRO.

19. El Hijo del oficial real de Cafarnaúm. -20 Vocación definitiva de Pedro, Andrés, Santiago y Juan. -21. La pesca milagrosa.

§ IV. PRISIÓN DE SAN JUAN BAUTISTA.

22. Herodes Antipas se desposa con Herodias, su sobrina. -23. Es encarcelado Juan Bautista por Herodes Antipas en Maqueronta.

§ V. JESÚS EN CAFARNAÚM.

24. Autoridad de la enseñanza de Jesús. -25. El día del sábado en Cafarnaúm. El endemoniado de la Sinagoga. -26. Exposición sumaria de los principios teológicos relativos a los poseídos del demonio. -27. Teoría racionalista. -28 Discusión del milagro evangélico obrado sobre el demoniaco de Cafarnaúm. -29. Inanidad de la hipótesis racionalista. -30. Curación de la suegra de Simón. -31. La tarde del sábado en Cafarnaúm.

§ VI. JESÚS EN NAZARETH.

32. Relato evangélico de la predicación de Jesús en Nazareth. -33. Las sinagogas judías en tiempo de Nuestro Señor Jesucristo. -34. «Nadie es profeta en su patria. -35 Realización de la profecía de Isaías en la persona de Jesucristo. -36 La primera homilía cristiana. [262]

§ VII. SERMÓN DE LA MONTAÑA.

37. Las ocho bienaventuranzas. 38. La ley antigua y la nueva. -39. La ley del juramento. La ley del talión. Amor a los enemigos. -40. Limosna y buenas obras. Oración dominical. -41. Ayuno. El Lis de los campos. La Providencia. -42. La viga y la paja. Los falsos profetas. Las palabras y las obras. -43. Idea general del Señor de la Montaña.

§ VIII. MILAGROS EN CAFARNAÚM.

44 El leproso de Cafarnaúm. -45. El paralítico en casa de Simón-Pedro. -46. «Vuestros pecados os son perdonados». -47. Vocación de San Mateo. La comida del Publicano. Murmuraciones de los Fariseos y de los Doctores de la ley. -48. La hemorroisa. Resurrección de la hija de Jairo. -49. Doble carácter de autenticidad y de perpetuidad de los milagros del Evangelio.





§ I. La primera Pascua

1. «Después del milagro de Caná, dice el Evangelio, bajó Jesús a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos (o parientes) y sus discípulos, donde permanecieron pocos días, porque estaba próxima la Pascua de los Judíos. Jesús subió a Jerusalén, donde halló el Templo obstruido de mercaderes que vendían bueyes, y ovejas y, palomas, y de cambistas sentados junto a sus mesas. Y habiendo formado Jesús como un látigo de cordeles, los echó a todos del templo, juntamente con las ovejas y bueyes, y echó por el suelo el dinero de los cambistas, derribando las mesas. Y dijo a los que vendían palomas: Quitad eso de aquí, y no hagáis de la casa de mi Padre una casa de tráfico. -Al verle proceder de esta suerte sus discípulos, se acordaron que está escrito: El celo de tu casa me tiene consumido 472. Entre tanto, interpelando los Judíos a Jesús, le pre-señal o prodigio nos manifestarás que tienes autoridad para hacer estas cosas? -Respondió Jesús y les dijo: Destruid este Templo, y yo le reedificaré en tres días. -Dijéronle los judíos. Cuarenta y seis años se han empleado en edificar este Templo, ¿y tú le has de restablecer en tres días? Pero Jesús hablaba del templo de su cuerpo. Así, después que resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que lo dijo por esto, y creyeron (con más fe) en la Sagrada Escritura 473 y en las palabras que [263] Jesús había dicho. Y mientras Jesús estaba en Jerusalén por la fiesta de la Pascua, viendo muchos los prodigios que hacía, creyeron en su nombre. Mas Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos, y no necesitaba de que nadie le diese testimonio de ningún hombre, porque conocía por sí mismo el secreto de todos los corazones 474».

2. Creyendo un retórico escribir la historia de Jesús, se ha atrevido a decir: «Aborrecía» el Templo, y nada fue menos sacerdotal que su vida». El primer acto de Jesús en Jerusalén es un acto de respeto al Templo. Su primera afirmación tiene por objeto declarar que «el Templo es la casa de su padre». Testigos de la indignación verdaderamente sacerdotal que se apodera de él, al entrar en los pórticos del Lugar Santo, profanados por un tráfico innoble, le aplican sus discípulos la palabra de David: «Señor, el celo de tu casa me ha devorado». Por lo demás, era imposible en semejantes circunstancias aplicar con más exactitud la cita del salmista. Los discípulos debieron estremecerse pensando en el tumulto que iba a promover la conducta de su maestro. Y en verdad, no era en lo interior del Templo, ni aún en el Atrio de los Judíos, donde se había constituido el mercado público en que los prosélitos que acudían de Egipto, de la alta Siria, de la Caldea y de Roma, en la época pascual, hallaban provisión de víctimas para los holocaustos, corderos para el festín de la Pascua, y palomas para el rescate de los primogénitos. El Atrio de los Gentiles, (Atrium gentium) estaba consagrado desde el tiempo de Herodes a estas transacciones que parecía haber legitimado el uso. El Talmud de Jerusalén refiere que un famoso rabino, Bava, hijo de Bota, y que gozaba de gran crédito para con Herodes, había tratado de establecer en los pórticos mismos del Templo, un mercado, donde había vendido desde luego tres mil corderos de Cedar 475. La especulación había sido lucrativa, y le imitaron los mercaderes de bueyes y de palomas. En breve todas [264] las sinagogas de la Judea se convirtieron en lugares de tráfico. El carácter venal y avaro del pueblo Judío se prestaba a tentativas de este género, y a pesar de las prescripciones formales de la ley, llegó a ser el servicio del Templo, pretexto de un verdadero comercio. La policía de Herodes hallaba en esto también ventaja, puesto que nadie reclamaba contra un abuso de que la mayor parte trataba de aprovecharse. El Talmud cita a un rabino, Eleazar ben Sadoc, que ganaba con el cambio, cada año sumas enormes. A los dos lados de la puerta oriental había constantemente tiendas y mesas fijas que llegaban hasta los pórticos de Salomón. Cuando sucedió la dominación romana a la de Arquelao, no se alteró en nada este orden de cosas; sólo se vio tomar puesto al lado de los mercaderes, plateros y cambiadores con el doble objeto de facilitar las transacciones cambiando las monedas, y de especular sobre el impuesto sagrado de medio siclo que debía pagar cada israelita en la festividad de Pascua para la conservación del Templo 476.

3. Tal era la situación a que se dirigía Jesucristo con un látigo en mano, en presencia de sus discípulos atónitos. Trasládese la escena a otro teatro distinto del de la civilización judía; apártese de la persona divina de Jesús la aureola con que le había rodeado el testimonio de Juan Bautista, y el hecho de la expulsión de los vendedores del Templo tomará a los ojos de los espectadores, el carácter de un atentado contra el orden establecido; la multitud turbada en el ejercicio de un derecho en apariencia legítimo, desconcertada en sus hábitos, y sobre todo en sus intereses mercantiles, se apoderará del perturbador del reposo público, y se tomará la justicia por sí misma, o por lo menos entregará al culpable a los agentes de la autoridad romana. Así hubiera sucedido en cualquier otra parte. Pera todos los habitantes de Jerusalén habían oído algunos meses antes, de labios de Juan Bautista, la gran nueva de que acababa de hacer su advenimiento en Judea el Cordero de Dios, que borra los pecados del mundo, el Dominador, el Maestro esperado, el Hijo en quien había puesto Dios todas sus complacencias. Todos sabían que se había rendido a Jesucristo este testimonio a orillas del Jordán, y oían a los discípulos del Salvador darle públicamente el título de Hijo de Dios, y referir los milagros obrados por su poder. En el momento, [265] pues, en que el Mesías proclamado, aparece por vez primera con esta notoriedad en el Templo, y arroja de él a los vendedores que trasforman la casa de su Padre en un lugar de vil tráfico, los testigos de este acto insólito miran cual obra, sin que ninguno piense en impedírselo, porque conoce cada uno en su conciencia la justicia de aquel acto, y se limitan los Judíos a pedir a Jesús un milagro que les convenza de la divinidad de su misión. Todas las circunstancias de la narración evangélica llevan, pues, el sello de una autenticidad fundada en las entrañas mismas del hecho. No recordaremos aquí la perfecta concordancia de la fecha de cuarenta y seis años indicada como la de la reconstrucción del Templo, pues ya tuvimos ocasión de señalarla en la historia de Herodes 477. La empresa que comenzó este príncipe veinte años antes de la E. V. se prolongó aun más allá del periodo evangélico. Veinte y seis años de nuestra era habían trascurrido, en la época de la solemnidad Pascual, en que expulsó Jesús a los mercaderes del Atrio de los extranjeros; de manera que tenían una exactitud matemática los cuarenta y seis años citados por los Judíos.

4. Lejos estamos en verdad, de atribuir a esta confirmación del Evangelio por medio de pruebas internas o externas, el predominio sobre el carácter divino que se revela, independientemente de toda preocupación científica, a la simple lectura o a consecuencia de una meditación piadosa. ¡Cuán preferible no sería elevar nuestros corazones y nuestras inteligencias con el estudio exclusivo de los misterios de amor, de verdad y de vida, cuya constante manifestación es la historia de Dios! Pero el indigno disfraz que ha osado presentar la incredulidad en estos últimos tiempos contra el texto sagrado, nos impone la dura necesidad de arrancarnos de los divinos encantos de una contemplación que arrebataba al genio de Bossuet. En las épocas de postración y decadencia intelectuales, son necesarias enseñanzas proporcionadas al estado de los espíritus. En un siglo que se deja seducir por el eco de los añejos sofismas de Celso y de Porfirio, es preciso recordar los elementos de la catequística. ¡Ojalá nos den aun nuevos Agustines, para uso del nuevo racionalismo, tratados semejantes a los que el gran obispo de Hipona dirigía a los catecúmenos de su tiempo, con un título verdaderamente [266] apropiado a las necesidades actuales: ¡De catechizandis rudibus! Continuemos, entretanto, recogiendo las enseñanzas que se desprenden de los libros del divino Maestro.

5. «Había entonces en Jerusalén, dice San Juan, un doctor fariseo, llamado Nicodemo, hombre principal entre los Judíos, el cual fue de noche a buscar a Jesús, y le dijo: Maestro, sabemos que eres un doctor enviado de Dios, porque nadie puede hacer los prodigios que tú haces, si Dios no está con él. -Respondió Jesús, y le dijo: ¡En verdad, en verdad te digo, que ninguno puede ver el reino de Dios, sino nace de nuevo! -Pero ¿cómo puede nacer de nuevo un anciano? dijo Nicodemo. ¿Cómo puede volver otra vez al seno de su madre para renacer? -En verdad, en verdad te digo, respondió Jesús, nadie puede entrar en el reino de Dios, sino renaciere (por el bautismo) del agua, y (la gracia) del Espíritu Santo. Lo que ha nacido de la carne, carne es; mas lo que ha nacido del espíritu es espíritu. No extrañes, pues, que te haya dicho: Es necesario que vosotros nazcáis otra vez. El espíritu sopla donde quiere y tú oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va: lo mismo sucede respecto de todo aquel que ha nacido del espíritu. -¿Cómo se puede hacer esto? preguntó Nicodemo. -¿Eres doctor en Israel, respondió Jesús, e ignoras estas cosas? En verdad, en verdad, te digo, que nosotros hablamos lo que sabemos bien y no atestiguamos sino lo que hemos visto, y no obstante, vosotros no admitís nuestro testimonio. Si no me creéis, habiéndoos hablado cosas terrenas, ¿cómo me creeréis si os hablo de cosas celestiales? Ello es así que nadie subió al cielo, sino aquel que bajó del cielo (a saber) el Hijo del hombre que está en el cielo. Al modo que Moisés levantó en alto la serpiente de bronce en el desierto, así conviene que sea levantado en alto el Hijo del hombre, para que todo aquel que crea en él no perezca, sino que logre la vida eterna; porque amó Dios tanto al mundo que le dio a su Hijo unigénito, a fin de que todos los que creen en él no perezcan, sino que vivan la vida eterna. Pues no envió Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por su medio. Quien cree en él, no es condenado, mas el que no cree, ya tiene hecha la condena, por lo mismo que no cree en el nombre del Hijo unigénito de Dios. Y la causa de esta condonación consiste en que habiendo venido al mundo la luz, amaron los hombres más las tinieblas que la [267] luz, por cuanto sus obras eran malas. Porque todo aquel que obra mal, aborrece la luz y no se arrima a ella para que no sean reprendidas sus obras; mas el que obra según la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras son hechas según Dios 478».

6. Si fuera permitido aplicar a los divinos misterios del Evangelio denominaciones tomadas del orden terrestre y de nuestros usos vulgares, se podría decir que este diálogo secreto de Jesucristo con Nicodemo es enteramente el programa de la Redención verificada en favor de las almas por el Verbo encarnado. ¿Quién era este doctor ilustre en Israel que venía a encontrar por la noche al nuevo Rabí, cuyos milagros impresionaban a la multitud? Un discípulo de la escuela de Hillel, responden las tradiciones Talmúdicas; un hombre opulento, que hacía tender a sus plantas, cuando entraba en la Sinagoga, alfombras que abandonaba a los pobres. El Evangelio nos dice solamente que era uno de los miembros principales de Sanhedrín, y que se convirtió secretamente a las doctrinas del Salvador, sin atreverse a declararse en público por miedo a los Judíos 479. La riqueza de Nicodemo, que llamó la atención de los Talmudistas, no causa impresión alguna en el Evangelista; pero fijan particularmente la atención de San Juan, su título de doctor en Israel y el conocimiento de las Escrituras que éste supone. Todo el diálogo de Jesús con este tímido prosélito tiene por base la Escritura. El Antiguo Testamento era como la raíz del Evangelio; pero era precisa la revelación del Verbo para fecundizar este antiguo tronco. ¿Cuántas veces no habían anunciado los Profetas que Dios crearía una nueva generación, nuevos cielos y una tierra nueva? Nicodemo conocía sin duda estos textos sagrados, pero cuando oye la solemne afirmación de la necesidad de un segundo nacimiento, no comprende nada de este misterio, cuya sola enunciación provoca por su parte la objeción del más repugnante materialismo. Sin embargo, había leído las palabras de Jeremías, mandando de parte de Jehovah la circuncisión del corazón 480 y la célebre profecía de Ezequiel: «Os quitaré vuestro corazón de piedra para sustituirlo con otro de carne 481». Tal vez llevaba, como fariseo escrupuloso, bordada en la orla de su vestidura, la oración de David: ¡Oh Dios! [268] ¡cread en mí un corazón nuevo 482! «Por lo menos, era fiel observante de las prescripciones legales, respecto de las abluciones frecuentes. Pero bajo la letra de la ley, no sabía discernir la purificación espiritual, de que eran figura los ritos Mosaicos. El bautismo legal en el agua, para borrar las impurezas corporales; el bautismo legal en la carne, por medio de la circuncisión, para imprimir el sello de la adopción de los hijos de Abraham; tales eran a los ojos del Fariseo, los únicos elementos de santificación. He aquí por qué no comprende nada de la regeneración de las almas que acaba de verificar el Hijo de Dios. Para él, así como para todo el judaísmo, debe ser el Mesías un poderoso dominador, un fundador de imperio: subyúgale la idea de ver realizarse esta esperanza en la persona de Jesucristo; viene por la noche a llevar a los pies del Salvador el testimonio de toda su secta. «Rabí, dice, sabemos que vienes de parte de Dios, según nos lo prueban tus milagros». Si le hubiera contestado el divino Maestro: «Dentro de dos años volverá a levantarse el trono de David, Jerusalén eclipsará a la Roma del César, y los hijos de Abraham serán los soberanos del mundo», hubiera comprendido Nicodemo este lenguaje y aplaudido esta revelación.

7. Pero Jesús dice por lo contrario: «No ha enviado Dios a su único Hijo para juzgar al mundo; le ha enviado para llevar la salvación a las almas por medio de la fe. El Hijo del hombre será elevado como la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto. Lo atraerá todo a sí de lo alto de una cruz». Tal es el trono que acaba de buscar en la tierra el Hijo único de Dios que ha bajado del cielo. Su revelación es luz, verdad y obras de vida. El nuevo reino que acaba de fundar es una regeneración espiritual, cuya puerta es el bautismo del agua y del Espíritu Santo; este bautismo, figurado por la circuncisión da una vida nueva, un segundo nacimiento a las almas. Iluminados hoy por el Evangelio, comprendemos cada una de las palabras del discurso de Jesús, pero el doctor de Israel las oyó sin penetrar su sentido. El soplo del viento lleva un eco a nuestros oídos, sin que sepamos ni de dónde viene ni adónde va; tal era exactamente la situación del fariseo, al escuchar esta revelación inesperada. Al proseguir el estudio de la narración [269] evangélica, va a desarrollarse sucesivamente a nuestros ojos, la admirable economía del renacimiento de las almas en la tierra por la gracia de los Sacramentos, por la fe en el nombre del Hijo de Dios, y el cumplimiento de las obra de verdad. Pero podemos apreciar desde ahora, por la admiración de uno de los más ilustres doctores de Israel, los obstáculos que deberá encontrar tal doctrina, antes de subyugar las inteligencias. La profundidad de las tinieblas que cubrían la humanidad, opondrá a la luz divina una resistencia tanto más obstinada, cuanto que son las tinieblas un cómodo manto para ocultar todas las obras del pecado. Y si era ya tan difícil hacer comprender la generación espiritual de santidad que traía el Salvador a la tierra ¿cuánto más no lo será hacer que acepten las inteligencias el adorable misterio de la Encarnación del Verbo, Hijo único de Dios, que descendió del cielo por amor nuestro? El Doctor de Jerusalén comprendió más adelante cuál era el trono de que había hablado el Hijo del hombre, cuando le fue entregado en sus manos por Pilatos el cuerpo inanimado del Salvador, elevado en la cruz, como en otro tiempo la serpiente de bronce en el desierto.

8. El bautismo en el agua y el Espíritu Santo, era, pues, el principio de la regeneración del mundo. Así lo había anunciado el Precursor, preparando de esta suerte realmente y al pie de la letra, «los caminos ante el Señor». Es preciso cerrar voluntariamente los ojos a la luz para no sentirse impresionado por la magnífica correspondencia que existe entre la misión preparatoria de Juan Bautista y la acción suprema de Jesús. Sin embargo, la incredulidad moderna no parece ni aún sospecharía. Pero olvidemos las sacrílegas interpretaciones de la exégesis racionalista 483, pues caen por su peso ante la majestuosa sencillez del Evangelio. «Después de la festividad de Pascua, continúa el escritor sagrado, Jesús, seguido de sus discípulos, volvió a la campiña de Judá, próxima a Jerusalén 484; [270] donde vivía y bautizaba por el ministerio de sus discípulos, que conferían el bautismo en su nombre 485. Entonces se hallaba Jesús en las riberas del torrente de Ennom junto a Salim 486, donde había agua abundante y profunda. Y acudían muchos y eran bautizados, porque en aquella época aún no había sido Juan encarcelado, como lo fue a poco por Herodes Antipas. Habiéndose suscitado una disputa entre los discípulos de Juan y algunos judíos sobre el bautismo de su Maestro, acudieron a Juan sus discípulos, y le dijeron: Maestro, aquel que estaba contigo, a la otra parte del Jordán, de quien tú diste testimonio, sábete que se ha puesto a bautizar, y todos van a él. Respondió Juan, y dijo: el hombre no puede atribuirse cosa alguna sino le es dada del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: No soy yo el Cristo, sino que he sido enviado delante de él (como precursor suyo). ¿Quién es el esposo, sino aquel en cuyas manos se entrega la esposa? En cuanto al amigo del esposo, que está para asistirlo, se regocija en extremo de oír la voz del esposo. Mi gozo es, pues, ahora completo. Conviene que Jesús crezca y que yo mengüe. El que ha venido de lo alto es superior a todos. Y atestigua los misterios [271] divinos que vio y oyó, y no obstante, nadie recibe su testimonio. Mas quien recibe su testimonio, testifica que Dios es verídico; porque éste, a quien Dios ha enviado, habla palabras de Dios, porque Dios no le ha dado su espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto en su mano todas las cosas. El que cree en el Hijo (de Dios), tiene la vida eterna; pero quien no da crédito al Hijo de Dios, caerá en la muerte, bajo el peso de la ira de Dios 487».

9. En las riberas del Ennom, se expresa Juan Bautista, respecto de la divinidad de Jesucristo, absolutamente en el mismo sentido que lo hacia ha poco el Salvador con el doctor fariseo. Se indigna contra la incredulidad de sus propios discípulos que rehúsan ir a Jesús y escuchar la palabra del Hijo de Dios. Pero hay en el acento del Precursor una emoción, una respetuosa ternura, una profunda humildad, que se ocultaban tal vez al entendimiento de los lectores poco familiarizados con las costumbres judaicas, y cuyo admirable carácter conviene hacer resaltar. La alusión que hace aquí San Juan Bautista a las pompas nupciales de los Hebreos, merece fijar toda nuestra atención. La prometida esposa judía, engalanada con los adornos que le había enviado aquella mañana el esposo 488, dejaba la casa paterna de noche, al son de los instrumentos de música a la luz de las lámparas. Formaban su séquito diez Vírgenes con sus lámparas encendidas, a quienes precedía la joven esposa, llevada por el paraninfo. El esposo, ungido de perfumes, ceñida la frente con una corona, venía a recibirla, precedido de diez jóvenes, a cuya cabeza iba el amigo del esposo. Designábase su llegada, que esperaban las jóvenes Vírgenes por la gozosa aclamación que nos ha conservado una parábola evangélica: «He aquí al esposo, salid a su encuentro 489». Entonces se reunían las dos comitivas, y presentaba el paraninfo la esposa a su futuro esposo. Estos pormenores, tomados de las costumbres tradicionales de los Judíos, nos dan el sentido [272] de la comparación que emplea el Precursor. ¿Quién es el esposo? dice. ¿Es el que se adelanta el primero a la cabeza del séquito nupcial? No, es aquel en cuyas manos será entregada la esposa. Pero allí está a su lado el amigo del esposo, gozando de la dicha de aquel a quien ama, oyendo su voz conmovida y participando de su felicidad. Así, según la expresión de San Juan Bautista, la Encarnación del Hijo de Dios era la solemne alianza del Verbo con la humanidad: En esta grande epopeya nupcial, que proyectó su brillo sobre las tinieblas de una noche de cuatro mil años, no se atrevió el Precursor ni aun a atribuirse el papel del paraninfo, del que conducía a la esposa para ofrecerla al esposo. «Y no obstante, parece, dice San Juan Crisóstomo, que tal fue en realidad la misión de San Juan Bautista. Puso, pues, en mano del esposo celestial la mano de la Iglesia, su esposa, y fue el lazo de unión entre las almas y el Verbo encarnado». Pero el humilde Hijo de Isabel no se permitió tan elevados pensamientos respecto de su persona. Ya había dicho una vez, que en presencia de Cristo, Hijo de Dios, se tenía por indigno de desatar las correas de sus sandalias. «Hoy, a punto de terminar su carrera de Precursor, cuando da el testimonio de haber dispensado fielmente el depósito de la verdad confiado a su ministerio, deja escapar una palabra de enternecimiento que revela todo el secreto de su alma apasionada. Se dice el amigo del esposo bajado del cielo para desposarse con la humanidad. Y ¡qué suavidad de lenguaje en su comparación con el fiel amigo que oye la voz del esposo, permanece en silencio para gozar mejor de sus acentos, y se estremece en la plenitud de la alegría, contemplando el gozo de aquel a quien ama! He aquí perfectamente marcado el carácter del amor divino, cuya inmortal llama vino Jesucristo a encender en los corazones. Juan Bautista no aspira a ningún otro poder, a ningún otro privilegio, a ninguna otra grandeza. Y es, que en efecto, el Verbo encarnado, el Esposo que vino a contraer en persona estas bodas espirituales, no recibió de nadie más que de sí mismo, su esposa amadísima. Es el Verbo de Dios que creó al hombre inocente: es el Verbo de Dios que dejó caer una palabra de consuelo, de misericordia y de esperanza sobre el hombre culpable; es el Verbo Dios que llamó a Abraham y constituyó en la progenie de los patriarcas, la herencia de las promesas de salvación; hizo oír su en el Sinaí, y dictó sus leyes a la nación escogida; inspiró las profecías [273] en la serie de las edades, y dirigió las esperanzas de los justos. Nadie, pues, tuvo que darle su esposa, el día en que se presentó él mismo para su mística unión: Juan Bautista le precedió tan sólo, gritando al Judaísmo: «¡He aquí viene el esposo, corred a su encuentro!»




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § IV. Primera vocación de los Apóstoles