ÚLTIMAS CONVERSACIONES-Sta. Teresa del Niño Jesús 9999

13 de agosto

13.8 Le dije un pensamiento sobre el cielo, que había tenido durante Completas. ... Yo ya sólo tengo luces para ver mi nada. Y eso me hace mayor bien que las luces sobre la fe.

14 de agosto

14.8

(Comunión)

... Muchas pequeñas cruces durante la jornada... ¡Ay, cuánto trabajo os doy!

Durante Maitines le dije: Has tenido muchos sufrimientos hoy.

Sí, pero como me gustan... Todo lo que Dios me da me gusta.

15 de agosto

1. 15.8.1

(Comunión)

Le recordaba yo lo que dice san Juan de la Cruz sobre la muerte de las almas transformadas en amor <42>. Suspiró y me dijo: Habrá que decir que donde se dan «el gozo y los transportes» es en el fondo de mi alma. Pero eso no animaría tanto a las almas si se pensase que no he sufrido mucho.

¡Ya veo que estás muy angustiada! Y sin embargo, hace un mes me decías cosas tan bellas sobre la muerte de amor...

Pues lo que entonces te decía, volvería a decírtelo también ahora.

2. 15.8.2

Se ahogaba mucho, y como el ahogo iba en aumento me dijo:

¡No sé qué será de mí!

¿Y te preocupa lo que será de ti?

Con acento inefable y con una sonrisa:

No, no...

3. 15.8.3

Durante el silencio <43> soñé que me decías: Cuando venga la comunidad, va a cansarte mucho que todas las hermanas te miren y te obliguen a decirles algo a cada una. Y que yo te respondía: Sí, pero cuando esté allá arriba, descansaré de todo.

4. 15.8.4

Anteanoche le pedí a la Santísima Virgen no toser, para que sor Genoveva pudiera dormir <44>, pero añadí: Si no lo haces, te querré todavía más.

5. 15.8.5

Nuestras nuevas campanas tocaban a Vísperas; abrí la puerta para las oyera bien y le dije: Escucha cómo suenan nuestras flamantes campanas.

Después de escucharlas:

¡No demasiado flamantes todavía <45>!

1. 15.8.6

Dios me da el valor en proporción a mis sufrimientos. Creo que de momento no podría soportar más, pero no tengo miedo, pues si los sufrimientos aumentan, Dios aumentará al mismo tiempo mi valor.

2. 15.8.7

Me pregunto cómo puede Dios contenerse tanto tiempo sin tomarme...

... Además, ¡se diría que quiere hacerme creer que no existe el cielo...!

... Y todos los santos, a los que tanto quiero, ¿dónde se han «metido...?».

... No, no finjo, la verdad es que no entiendo ni jota. Pero, en fin..., tendré

que cantar muy fuerte en mi corazón: «Después de la muerte la vida es inmortal» <46>; de lo contrario, nada tendría sentido...

3. 15.8.8

Después de Maitines estaba agotada, y cuando nos disponíamos a mullirle las almohadas nos dijo: Ahora haced de mí lo que queráis.

16 de agosto

1. 16.8.1

Ya no podía hablar, de débil y sofocada que estaba.

¡No... poder... ya hablarte... ni siquiera... a ti...! ¡Ay, si pudieran saberlo...!

¡Si no amase a Dios...! Sí, pero...

2. 16.8.2

En el locutorio no se debe hablar de cualquier cosa, por ejemplo del aderezo personal y de vestidos...

3. 16.8.3

«Tú no tendrás una «Teresita» que venga a buscarte».

Sonrió, y mirando la estatua de la Santísima Virgen y la estampa de Teófano Vénard, me las señaló una tras otra con el dedo.

4. 16.8.4

Los ángeles no pueden sufrir, no son tan afortunados como yo. ¡Pero qué maravillados quedarían si sufriesen y sintiesen lo que yo siento...! Sí, se quedarían atónitos, pues yo misma lo estoy.

5. 16.8.5

Durante Maitines, se despertó de repente, y mirándome con una dulce sonrisa:

¡Madrecita linda!

17 de agosto

1. 17.8.1

(Comunión)

Estoy segura de que Dios quiere que sufra. Los remedios que deberían ayudarme y que alivian a los demás enfermos, a mí me perjudican.

2. 17.8.2

Acababan de levantarla y le habían hecho daño, y como la habían hecho sufrir también al dispensarle ciertos cuidados, pidió un pañito. Dudaban si dárselo o no, por no saber para qué lo quería. Entonces, dijo mansamente: Deberíais creerme cuando pido algo, pues soy un sol de criatura...

(Es decir, que sólo pide lo indispensable.)

Una vez vuelta a la cama, sintiéndose al límite de sus fuerzas: Soy una "niña" muy enferma, ¡sí, muy enferma!

3. 17.8.3

Puso una vincapervinca en la estampa de Teófano Vénard. Yo guardé esa vincapervinca.

4. 17.8.4

Voy a rezar a la Santísima Virgen para que disminuya tu opresión.

No, hay que dejarles las manos libres allá arriba.

5. 17.8.5

Durante Maitines, mirando la estampa de Teófano Vénard:

No sé qué me pasa, ya no puedo mirarlo sin llorar.

6. 17.8.6

Después de Maitines se encontraba menos sofocada, y dijo a sor Genoveva señalándome a mí:

Le rezó a María, y ya no he vuelto a hipar.

(Usaba esta palabra en plan de broma y con un soniquete muy gracioso, cuando quería decir que tosía hasta ahogarse.)

18 de agosto

1. 18.8.1

Sufro mucho, ¿pero sufro bien? Esa es la cuestión.

2. 18.8.2

¡El "bebé" está agotado...!

Durante el silencio del mediodía, yo me había escondido un poco detrás de la cama, para escribir.

Vuélvete de lado para que te vea.

3. 18.8.3

Mamá, tienes que leerme la carta que has recibido para mí <47>. No quise pedírtela durante la oración, para prepararme para la comunión de mañana y porque no está permitido.

(Era durante la recreación.)

Y al ver que yo cogía el lápiz para escribirlo:

¿Perderé acaso el mérito por habértelo dicho y por escribirlo tú? ¿O sea, que quieres adquirir méritos?

Sí, pero no para mí: para los pobres pecadores, por las necesidades de toda la Iglesia, en una palabra, para arrojar flores a todo el mundo, a justos y a pecadores.

1. 18.8.4

Le decía que tenía mucha paciencia.

Todavía no he tenido ni un minuto de paciencia. Mi paciencia no es mía...

¡Siempre os equivocáis!

2. 18.8.5

Ya que dicen que todas las almas sufren las tentaciones del demonio en el momento de la muerte, también yo tendré que pasar por ello. Pero no, yo soy demasiado pequeña. Y con los pequeñitos no puede <48>...

3. 18.8.6

Yo le decía: ¡Qué extraño te parecería, si recobrases la salud!

Si ésa fuese la voluntad de Dios, me sentiría muy feliz de ofrecerle ese sacrificio. Pero te aseguro que me costaría mucho, porque haber ido tan lejos para tener que volver... ¡Vamos...!

4. 18.8.7

En el estado de debilidad en que me encuentro, me pregunto qué sería de mí si viese una araña grande en la cama. Pero, en fin, quiero aceptar también ese miedo por Dios ¿... Y si tú le pides a la Santísima Virgen que no suceda eso?

19 de agosto

1. 19.8.1

Poco faltó para que se desmayase antes de la comunión al oír salmodiar, aunque en voz baja, el Miserere. Más tarde me dijo, derramando lágrimas:

¡A ver si pierdo el conocimiento...! Si supiesen la debilidad que tengo <49>...

Esta noche ya no podía más. Le pedí a la Santísima Virgen que me cogiese la cabeza entre sus manos para poder soportar esa debilidad.

2. 19.8.2

Quédate conmigo, Madrecita, que sólo tenerte a mi lado me resulta ya una ayuda.

3. 19.8.3

Sor Genoveva le presentó el crucifijo, y ella lo besó tiernamente en la cara.

En ese momento era hermosa como un ángel. El crucifijo tenía caída la cabeza, y ella dijo contemplándolo: ¡Está muerto... ! Prefiero que lo representen muerto, porque pienso que ya no sufre.

4. 19.8.4

Pidió ciertos cuidados que le costaban mucho, pero que el doctor y nuestra Madre había recomendado. Sor Genoveva le dijo como a un niñito: ¿Quién ha pedido eso a la «chacha» <50>? Ha sido el «bebé», por fidelidad.

1. 19.8.5

Acariciaba en las dos mejillas a Teófano Vénard. (La estampa estaba prendida en la cortina, un poco lejos de ella.)

¿Por qué la acaricias así?

Porque no puedo besarle.

2. 19.8.6

A sor María de la Eucaristía: NO hay que sentarse así, de través, en las sillas; está escrito.

3. 19.8.7

A sor Genoveva, que le arreglaba las almohadas sin tener cuidado con las estampas de las cortinas: ¡Cuidado con Teofanito!

4. 19.8.8

Cuando estábamos las tres juntas a su lado, hablábamos demasiado. Esto la cansaba, porque le hacíamos demasiadas preguntas a la vez.

«¿Qué quieres que digamos hoy?».

Será mejor no decir absolutamente nada, porque a decir verdad no hay nada que decir.

«Todo está ya dicho, ¿no?».

Con una graciosa inclinación de cabeza:

Sí.

5. 19.8.9

No importa lo que me digas, aunque sean las cosas más insignificantes.

Me haces el efecto de un gracioso trovador que canta sus leyendas con melodías siempre nuevas.

Y daba sorbitos para hacerme ver que se bebía mis palabras.

19.8.10

Sólo sufro en este momento. Si alguien se desalienta y se desespera, es porque piensa en el pasado y en el futuro.

20 de agosto

1. 20.8.1 A sor Genoveva, con tono infantil: Tú sabes muy bien que estás cuidando a un "bebé" que se está muriendo... Así que (mostrando el vaso) habría que echar un buen vaso de algo bueno, pues el «bebé» tiene mal muy sabor de boca.

2. 20.8.2 Había pedido que la besasen poco, pues, al estar tan débil, el aliento la fatigaba.

¿Podemos por lo menos hacerte una caricia? Sí, las manos no respiran.

1. 20.8.3

Le hablaban de la lata que daba a las enfermeras la pobre madre Corazón de Jesús <51>.

¡Cómo me habría gustado ser enfermera! No por motivos naturales, «sino por razones de gracia». Y creo que hubiera hecho muy feliz a la madre Corazón de Jesús. Sí, me hubiera gustado... Y habría puesto en ello mucho amor, pensando en las palabras de Dios. «Estuve enfermo, y me aliviasteis». Hasta en el Carmelo es difícil encontrar ocasiones tan hermosas como éstas.

2. 20.8.4

Con aire alegre y travieso:

¡Pronto estaré sumida en los horrores del sepulcro! Y también tú, Madrecita, estarás un día allí... Y cuando te vea llegar junto a mí, «se estremecerán de alegría mis huesos quebrantados».

3. 20.8.5

En cuanto veo algo de beber, me pasa esto. (Tose y le dice al vaso de agua de Bottot): ¡No es para beber! (Aparte:) No me entiende... (Más alto:)

¡Te he dicho que no es para beber!

4. 20.8.6

Ya no podía ni ver la leche, que, por otra parte, nunca le había gustado, y que entonces le causaba una enorme repugnancia. Yo le dije: «¿Beberías esta taza por salvarme la vida?».

¡Claro que sí...! ¿Y crees que no la tomaría por amor de Dios? Y se bebió la taza de un trago.

5. 20.8.7

Hacíamos comentarios acerca de la marca que tenía la capa de la enfermería: «+.F.».

No, no significa lo que decís. Quiere decir que hay que llevar la cruz (+) para poder llegar más allá del firmamento (F).

6. 20.8.8

Cuando sufro mucho, estoy contenta de ser yo quien sufre, y me alegro de que no seáis una de vosotras.

7. 20.89

«Contigo, Clarita, es con quien me encuentro más a gusto». (Frase que decía a la madre Genoveva <52> su hermanito.)

20.8.10

A causa de lo mucho que sentía no poder recibir ya la comunión, y como consecuencia de los muchos comentarios que tuvo que oír a este respecto, pasó un día de angustias y de tentaciones que a mi entender debieron de ser terribles (*). Por la tarde me pidió que estuviera un rato en silencio y que ni siquiera la mirara. Me dijo muy bajito:

Si ahora mismo te contara mis pesares, no pararía de llorar, y estoy tan agotada, que sin duda me ahogaría. Tras un silencio que duró más de una hora, me habló, pero poniendo delante de los ojos el abanico que le habían dado para las moscas, pues estaba todavía muy emocionada. (*) Los Cuadernos verdes aclaran: Aquel día sufrió angustias muy agudas. He aquí por qué: La comunión, que tanto deseaba antes, se convirtió para ella en un motivo de tormento durante su enfermedad. A causa de los vómitos, de la opresión y de la debilidad, temía que le sobreviniese algún percance, y hubiese querido que fuéramos nosotras quienes le dijésemos que no la recibiera. Ella no quería cargar por propia iniciativa con esa responsabilidad, pero, como no decía nada, nosotras pensábamos darle gusto insistiendo en que comulgase. Ella seguía callando, pero aquel día ya no pudo más y estalló en lágrimas. No sabíamos a qué atribuir aquel disgusto y le rogábamos encarecidamente que nos lo dijese. Pero la opresión que le producían los sollozos era tan fuerte, que no sólo no pudo respondernos sino que nos hizo señas de que no le dijésemos ni una sola palabra y de que ni siquiera la miráramos. Al cabo de varias horas que pasé sola a su lado, me atreví a acercarme y le dije que había adivinado muy bien el motivo de sus lágrimas. La consolé lo mejor que pude; parecía estar a punto de morir de dolor. Nunca la había visto sumida en semejantes angustias. Ya no volvió a comulgar hasta su muerte. El 19 de agosto, día de su última comunión y fiesta de san Jacinto, la había ofrecido por la conversión del desventurado P. Jacinto. A esta conversión se había dedicado durante toda su vida (Cf UC, II, Anexos, p. 324. N. del T.)

1. 20.8.11

Me habló de la carta de un sacerdote que decía que la Santísima Virgen no conocía por experiencia los sufrimientos físicos.

Al mirar esta noche a la Santísima Virgen, comprendí que eso no es verdad. Comprendí que ella no sólo sufrió en el alma, sino también en el cuerpo. Sufrió mucho en los viajes, de frió, de calor, de cansancio. Ayunó muchas veces.

... Sí, ella sabe bien lo que es sufrir.

... Pero ¿acaso está mal querer que la Santísima Virgen haya sufrido? ¡Yo, que tanto la quiero!

2. 20.8.12

Se ahogaba mucho.

Desde hacía algún tiempo, encontraba un cierto alivio para sus opresiones, tan penosas, emitiendo algo así como un gritito acompasado <53>, algo así como: «¡Oh, là là!», o bien «¡Agne! Agne!».

Cuando la opresión viene desde abajo, es cuando digo: «¡Agne! ¡Agne!».

Pero eso no es de buena educación, y no me gusta. Ahora diré: «Anne!

¡Anne!».

Pondrán eso en tu circular.

¡Parecerá una receta de cocina!

1. 20.8.13

Tú fuiste quien me dio la alegría de tener el retrato de Teófano Vénard, una alegría inmensamente grande. ¡Y eso que pudiera muy bien no haberme gustado...! Pero es muy coquetón, es muy mono (*).

(*) Expresiones que ella había oído y que le hacían gracia.

2. 20.8.14

¡Qué hermoso será conocer en el cielo todo lo que ocurrió en el seno de la Sagrada Familia! Cuando el Niño Jesús empezó a ser mayorcito, al ver ayunar a la Santísima Virgen, tal vez le diría: «A mí también me gustaría ayunar». Y la Santísima Virgen le contestaría: «No, Jesusito, tú eres todavía demasiado pequeño, no tienes fuerzas». O quizás no se atrevía a negárselo.

¿Y san José? ¡Ay, cuánto lo quiero! El no podía ayunar, debido a su trabajo.

Lo veo acepillar, y después secarse la frente de vez en cuando. ¡Qué lástima me da de él! ¡Qué sencilla me parece que debió de ser la vida de los tres!

Las mujeres la aldea irían a charlar familiarmente con la Santísima Virgen.

A veces le pedirían que dejase que el Niño Jesús fuese a jugar con sus hijos. Y el Niño Jesús miraría a la Virgen para saber si debía ir o no. Otras veces, aquellas buenas mujeres irían directamente al Niño Jesús y le dirían sin ninguna clase de ceremonias: «Ven a jugar con mi niño», etc.

... Lo que me hace mucho bien, cuando pienso en la Sagrada Familia, es imaginármela llevando una vida totalmente ordinaria. No todo eso que se nos cuenta y todo eso que se supone. Por ejemplo, que el niño Jesús hacía pajaritos de barro y después, soplando sobre ellos, les daba la vida.

No, el Niño Jesús no hacía milagros inútiles como ésos, ni siquiera por complacer a su Madre. Y si no, ¿por qué no fueron transportados a Egipto en virtud de un milagro, que, por lo demás, habría sido más necesario y tan fácil para Dios? En un abrir y cerrar de ojos habrían sido llevados allá.

Pero no, en su vida todo discurrió como en la nuestra.

¡Y cuántas penas, cuántas decepciones! ¡Cuántas veces se le habrán hecho reproches al bueno de san José! ¡Cuántas veces se habrán negado a pagarle su trabajo! ¡Qué sorprendidos quedaríamos si supiésemos todo lo que sufrieron!, etc. etc.

Me habló largo y tendido sobre este tema y no pude escribirlo todo <54>.

3. 20.8.15

Quisiera estar segura de que la Santísima Virgen me ama.

4. 20.8.16

¡Y pensar que toda la vida me ha costado tanto rezar el rosario <55>!

1. 20.8.17 Después de recibir la absolución, en vez de perderme en oraciones para dar gracias a Dios, pienso sencillamente con gratitud que él me ha puesto un vestido muy blanco y me ha cambiado el delantal. Ni uno ni otro estaban muy sucios, pero es igual: mis vestiditos son más brillantes y todo el cielo me mira con mejores ojos

2. 20.8.18 No cabe duda que cuando sor María del Sagrado Corazón fue procuradora me hizo hacer muchas mortificaciones. Me quiere tanto, que yo parecía su niña mimada; pero en estos casos la mortificación mucho mayor todavía. Me cuidaba según sus gustos, completamente opuestos a los míos...

21 de agosto

1. 21.8.1

Sufría mucho, y yo la estaba mirando de rodillas y con el alma a los pies.

Ojitos tristes, ¿por qué?

Porque estás sufriendo mucho.

Sí, pero también paz, paz...

2. 21.8.2

Ya no hay más que cama para el bebé..., ¡todo, todo hace sufrir!

Casi enseguida empezó de nuevo a toser y no pudo dormirse.

¡Ni siquiera cama ya para el bebé! ¡Se acabó! ¡Cualquier noche me ahogaré, lo sé!.

21.8.3*

¡Cuánto me hubiera gustado ser sacerdote para predicar sobre la Santísima Virgen! Un solo sermón me habría bastado para decir todo lo que pienso al respecto.

Ante todo, hubiera hecho ver qué poco se conoce su vida.

No habría que decir de ella cosas inverosímiles o que no sabemos; por ejemplo que de muy pequeñita, a los tres años, la Santísima Virgen fue al templo para ofrecerse a Dios con ardientes sentimientos de amor, totalmente extraordinarios, cuando tal vez fue allá sencillamente por obedecer a sus padres.

¿Y por qué decir también, al hablar de las palabras proféticas del anciano Simeón, que la Santísima Virgen, a partir de ese momento, tuvo constantemente ante los ojos la pasión del Señor? "Una espada te atravesará el alma", le dijo el anciano. Por lo tanto, no se trataba del presente, ¿te das cuenta, Madrecita?; era una predicción genérica para el futuro <56>.

Para que un sermón sobre la Virgen me guste y me aproveche, tiene que hacerme ver su vida real, no su vida supuesta; y estoy segura de que su vida real fue extremadamente sencilla. Nos la presentan inaccesible, habría que presentarla imitable, hacer resaltar sus virtudes, decir que ella vivía de fe igual que nosotros, probarlo por el Evangelio, donde leemos. «No comprendieron lo que quería decir». Y esta otra frase, no menos misteriosa: «Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño». Esta admiración supone una cierta extrañeza, ¿no te parece, Madrecita? Sabemos muy bien que la Santísima Virgen es la Reina del cielo y de la tierra, pero es más madre que reina; y no se debe decir que a causa de sus prerrogativas eclipsa la gloria de todos los santos, como el sol al amanecer hace que desaparezcan las estrellas. ¡Dios mío, que cosa más extraña! ¡Una madre que hace desaparecer la gloria de sus hijos...!Yo pienso todo lo contrario, yo creo que ella aumentará con mucho el esplendor de los elegidos. Está bien hablar de sus privilegios, pero no hay que quedarse ahí; y si en un sermón nos vemos obligados a exclamar desde el principio hasta el final «¡oh! ¡oh!», acaba uno harto. ¡Y quién sabe si en ese caso algún alma no llegará incluso a sentir cierto distanciamiento de una criatura tan superior y a decir: «Si eso es así, mejor irse a brillar como se pueda en un rincón». Lo que la Santísima Virgen tiene sobre nosotros es que ella no podía pecar y que estaba exenta del pecado original. Pero por otra parte, tuvo menos suerte que nosotros, porque ella no tuvo una Santísima Virgen a quien amar, y eso es una dulzura más para nosotros y una dulzura menos para ella. Finalmente, en mi cántico «Por qué te amo, María» he dicho todo lo que predicaría sobre ella.

22 de agosto

1. 22.8.1

Hoy es el santo del abuelito.

(San Joaquín.)

2. 22.8.2

¿Qué sería de mí, Madrecita, si Dios no me diese fuerzas? ¡Ya no tengo más que manos <58>...!. Nadie sabe lo que es sufrir así. No, hay que pasarlo.

3. 22.8.3

... En tal ocasión te tuvieron por imperfecta.

Con satisfacción: Bueno, ¡tanto mejor!

4. 22.8.4

Del lado de los intestinos y... en otras partes sufría intensamente; se temió la gangrena (*).

Bueno, al fin y al cabo, es preferible sufrir mucho y en todo el cuerpo y tener varias enfermedades juntas. Es como un viaje, en el que se soportan toda clase de incomodidades sabiendo que pronto todo pasará y que, en cuanto se llegue al final, ya todo será disfrutar. (*) Los Cuadernos verdes precisan (CV. I, pp. 89): (...) Sufre terribles dolores en los intestinos, tiene el vientre duro como una piedra, y no puede realizar sus funciones sino entre horrorosos sufrimientos. Si la sentamos, para evitar una opresión mayor cuando tose mucho, le parece estar sentada «sobre clavos». Nos conjura a que recemos por ella, porque, dice, «es como para perder la razón». No quiere que se dejan a su alcance los medicamentos para uso externo que contengan veneno, y aconseja que no se dejen nunca cerca de los enfermos que padezcan esas mismas torturas; y siempre por la misma razón: porque «es como para perder la razón», y porque, al no saber lo que hacen, podrían incluso quitarse la vida. Y que ella misma, si no tuviese fe, no habría dudado un instante en quitarse la vida.

1. 22.8.5

A propósito de un comentario que le hacían (ya no recuerdo con qué motivo):

¿Tú crees que la Santísima Virgen se deshizo en contorsiones como san María Magdalena <59>? Pues no, no habría estado bien. ¡Me hace bien hipar!

2. 22.8.6

Había derramado tila sobre la cama, y para consolarla le decíamos que no tenía importancia.

Como queriendo decir que tenía que sufrir por todo: ¡No tiene importancia, qué va!

3. 22.8.7

Me miró durante la oración, y luego miró la estampa de Teófano Vénard con su mirada serena y profunda.

Poco después quiso hablar para complacerme, pues apenas podía respirar. Yo le dije que se callara.

¿No, no tengo que hablar...? Pues... yo creía... ¡Te quiero tanto...! ¡Voy a portarme bien..., Madrecita!

4. 22.8.8

Querían impedirle que se esforzase por consolarnos.

Tenéis que dejarme hacer mis «monadas».

5. 22.8.9

Me alegré al pensar que rezan por mí, y entonces le dije a Dios que quería que esas oraciones se aplicasen por los pecadores.

¿Entonces no quieres que sirvan para aliviarte a tí?

No.

22.8.10

Sufría mucho y se quejaba.

¡Madrecita...! ¡Sí...! ¡Lo acepto...!

... No tengo que quejarme más, no sirve de nada. Rezad por mí, hermanitas queridas, pero no de rodillas, sentadas.

(Estábamos de rodillas.)

23 de agosto

1. 23.8.1

No había pasado nunca una noche tan mala. ¡Qué bueno tiene que ser Dios para que yo pueda resistir todo lo que sufro! Nunca creí que pudiera sufrir tanto. Y no obstante, creo que todavía no he llegado al límite del sufrimiento. Pero él no me abandonará.

2. 23.8.2

Tú cantaste a la Santísima Virgen:

«Puede tomar de nuevo Jesús lo que me ha dado,
dile que por mí nunca se moleste» <60>.
Ella se lo ha dicho y él te coge la palabra.
Me alegro, y no me arrepiento.

3. 23.8.3

No, Dios no me da el presentimiento de una muerte próxima, sino el de sufrimientos mucho mayores... Pero no me preocupo, sólo quiero pensar en el momento presente.

4. 23.8.4

Le decía que me habían dado una manta grande para el invierno, y que la verdad es que era demasiado grande.

No, no, nunca se tiene demasiado calor en invierno.

... Tú tendrás frío cuando yo ya no tenga frío. ¡Qué lástima!

5. 23.8.5

Bésame en la frente.

A sor Genoveva:

Reza mucho por mí a la Santísima Virgen, tú que eres mi enfermera, pues si tú estuvieses enferma, yo rezaría mucho por ti a la Santísima Virgen.

Por una misma no se atreve una a hacerlo.

6. 23.8.6

Había ofrecido sus sufrimientos por el Sr. abate de Cornière, que todavía era seminarista <61> y se encontraba muy tentado. Él lo supo y escribió una carta de lo más humilde y emotiva.

¡Qué consuelo me ha proporcionado esta carta! He visto que mis pobres sufrimientos han dado su fruto. ¿Te has fijado en los sentimientos de humildad que en ella se expresan? Eso es precisamente lo que yo esperaba.

... ¡Y cuánto bien me ha hecho ver cómo en tan poco tiempo se puede sentir tanto amor y tanta gratitud hacia un alma que te ha ayudado y a la que hasta entonces no conocías! ¡Qué será, pues, en el cielo cuando las almas conozcan a quienes las salvaron!

7. 23.8.7

En medio de sus grandes sufrimientos:

¡Mamaíta...! ¡Mamaíta...! ¡Ah...! ¡Ah...! ¡Sí...! ¡Mamá! ¡mamá! ¡mamá!

8. 23.8.8

Cuando se ha pedido algo a la Santísima Virgen y no nos escucha, es señal de que no quiere. Entonces hay que dejarla a su aire y no preocuparse.

9. 23.8.9

Me decía que todo lo que había oído predicar sobre la Virgen la había dejado indiferente.

Que los sacerdotes nos presenten virtudes practicables. Está bien hablar de sus privilegios, pero sobre todo es necesario que podamos imitarla. Ella prefiere la imitación a la admiración, ¡y su vida fue tan sencilla! Por hermoso que sea un sermón sobre la Virgen, si nos vemos obligados a exclamar continuamente «¡oh! ¡oh!», acaba uno harto.

Me encanta cantarle:

«Nos has hecho visible (ella decía: fácil)
el estrecho camino que va al cielo
con el constante empleo de virtudes humildes» <62>.

23.8.10

¡Mamá...! ¡Ay, no paro de quejarme...! ¡Pero vamos...! Acepto, sí, estar enferma..., pero cuando toso continuamente y no puedo más...

(Hoy ha terminado el régimen de leche)

Acariciaba yo su frente después de Maitines:

¡Qué gusto da!

24 de agosto

1. 24.8.1

¿Estás desanimada?

¡No...! Sin embargo, esto va cada vez peor. Con cada respiración sufro intensamente. De todas formas, todavía no es como para gritar.

(Aquella mañana tenía una expresión muy dulce y serena.)

2. 24.8.2

... ¡Cómo me gustaría hablarte...! ¡Qué sacrificio...! ¡Pero me cuesta!

3. 24.8.3

... Mamaíta, a pesar de todo, ¿quieres que te hable?

(Yo llevaba ya mucho tiempo mirándola en silencio.)

Una media hora más tarde, durante la recreación:

¡Mamaíta...!, ¡yo que te quiero tanto...!

Despertándose durante Maitines:

¡Ay, el tiempo que hace que te estoy hablando! ¡Y veo que no te has enterado de nada!

(Me había explicado su enfermedad durante una pesadilla.)

... ¡Y ahora siento que me amenaza la tos! ¡En fin...!

Todo va peor, ¿verdad?

No, va mejor.

24.8.4 Yo la había compadecido, y ante el comentario de sor Genoveva de que con eso no se arreglaba nada: ¡Al contrario!, es eso justamente lo que alivia a los enfermos.

25 de agosto

1. 25.8.1

Le expresaba mi deseo de conocer la fecha de su muerte.

¡Pues yo no lo deseo! Siento una gran paz. Eso apenas me preocupa.

Durante el silencio, la puerta de la enfermería estaba abierta, y sor San Juan de la Cruz entraba todas las noches y poniéndose a los pies de la cama la miraba riéndose durante un buen rato <63>.

¡Qué visita más indiscreta y cómo debe de cansarte!

Pues sí, cuando se sufre resulta muy penoso que te miren riéndose. Pero pienso que a Nuestro Señor, en medio de sus padecimientos, también lo miraban así en la cruz. Y aquello era todavía peor, pues se burlaban de él de verdad: ¿no se dice en el Evangelio que lo miraban meneando la cabeza? Este pensamiento me ayuda a ofrecerle gustosa ese sacrificio.

2. 25.8.2

¡Cuánto sufres! ¡Y qué duro es! ¿Estás triste?

No. No me siento en absoluto desdichada. Dios me da justamente lo que puedo soportar <64>.

3. 25.8.3

Le habían traído de parte de nuestra tía unos preciosos ramos de miosotis artificiales. Los pusieron para adornar sus estampas.

Durante el silencio, con expresión infantil y muy graciosa:

Tenía ganas de que me regalaran algo, no sabía muy bien qué ni por qué, pero lo estaba deseando; y van y me regalan esto.

4. 25.8.4

¡Pobre hija mía!, bien puedes decir: «¡Ay, qué largo es mi destierro!».

Pues a mí no me parece largo. Porque sufra, no es más largo.

5. 25.8.5

Gemía suavemente:

¡Ay, cómo me quejo! Y sin embargo, no quisiera sufrir menos <65>.

6. 25.8.6

Nos pedía insistentemente que rezáramos y que hiciéramos rezar por ella.

¡Cuánto se debe rezar por los agonizantes! Si se supiera...

Creo que el demonio ha pedido permiso a Dios para tentarme con sufrimientos extremados, para hacerme faltar a la paciencia y a la fe.

A sor María del Sagrado Corazón le habló del himno de Completas, a propósito de las tentaciones del espíritu de las tinieblas y de los fantasmas de la noche <66>.

1. 25.8.7

Era la fiesta de san Luis, y había hecho una ferviente oración a papá sin ser escuchada.

... A pesar de lo que me dolió en un primer momento, le repetí a Dios que lo amaba todavía más, y a todos los santos también.

2. 25.8.8

Le hablaba de mi tristeza al pensar en lo que todavía tendría que sufrir:

Estoy dispuesta a todo... Sin embargo, ya ves que hasta ahora no me ha pasado nada que fuera superior a mis fuerzas.

... Hay que abandonarse. Y quisiera que tú te alegraras.

3. 25.8.9

¡Sí, sí, lo acepto! ¡Sí! ¡Pero es eso...!

¿El qué?

¡Que me ahogaré!

26 de agosto

1. 26.8.1

Le habían dejado toda la noche encendido el cirio bendito.

Gracias al cirio bendito no he pasado demasiado mala noche.

2. 26.8.2

A nuestra madre, durante la oración:

Me alegro mucho de no haber pedido nada a Dios; así, él está obligado a darme valor <67>.

3. 26.8.3

Yo le decía que estaba hecha para sufrir mucho, que su alma tenía temple para eso:

Para el sufrimiento del alma, sí, puedo mucho...; pero para los sufrimientos del cuerpo soy como un niño pequeñito. No me doy cuenta, sufro minuto a minuto <68>.

4. 26.8.4

Tenía que confesarse:

Madrecita, tendría que hablarte, si pudiese. No sé si ser necesario que diga al Sr. Youf que he tenido pensamientos de gula, porque he pensado en cosas que me gustan, pero se las ofrezco a Dios.

5. 26.8.5

Se ahogaba.

... ¡Ay, me ahogaré...! ¡Sí...!

(ese "sí", dicho con voz suave y lastimera, era como un gritito.)

6. 26.8.6

Durante Maitines, le dije que se moviera a su antojo para ver si encontraba un poquito de alivio.

... ¡Qué difícil es, con lo que tengo, encontrar alivio!

1. 26.8.7

Se le había saltado un punto en el ribete de la túnica y yo intentaba cogerlo, pero era muy difícil y no acababa de acertar, cansándola mucho; ella ya no podía más, y luego me dijo: Madrecita, no hay que extrañarse de que una pobre enfermera se enfade a veces con las enfermas. ¡Ya ves lo difícil que soy! ¡Cuánto te quiero...!

Eres muy dulce. ¡Te estoy muy agradecida, lloraría de buena gana!

2. 26.8.8

¡Qué larga es tu enfermedad, pobrecita!

No, no, a mí no me parece larga. Cuando todo haya acabado, ya verás cómo no te parece larga.

3. 26.8.9

Mamaíta, ¡qué necesaria es la ayuda de Dios cuando se sufre tanto!

27 de agosto

1. 27.8.1

¡Qué desgraciado es uno cuando está enfermo!

¡Qué va!, uno no es desgraciado cuando se va a morir. ¡Qué curioso tener miedo a morir!

A fin de cuentas, cuando una está casada, cuando se tiene un marido y unos hijos, se comprende; pero yo, que no tengo nada...

2. 27.8.2

Me gustaría mucho que Monseñor no viniera a verme. De todas formas, siempre es una gracia la bendición de un obispo.

Riéndose:

¡Si al menos fuera san Nicolás, que resucitó a tres niños...! (Mons. Hugonin se encontraba en Lisieux.)

3. 27.8.3

¿No estás admirada, Madrecita, de cómo llevo mis sufrimientos?

... A fin de cuentas, en el fondo del alma tengo una gran paz.

4. 27.8.4

No has tomado nada desde esta mañana.

¿Que no he tomado nada? Tomé dos tazas de leche. Estoy atiborrada.

Soy un haz de leña <69>, ya no hace falta comprarla.

5. 27.8.5

¡Hago pasar las noches en blanco a la pobrecita sor Genoveva!

6. 27.8.6

Durante la recreación del mediodía:

Esta mañana me decías que no tenías a nadie, y tienes unas hermanitas y una Madrecita.

No, no tengo a nadie a quien dejar, porque a ellas no las dejo.

Con aire travieso:

¡Anda, que si pensase que las dejo...!

1. 27.8.7

¿Y si tuvieras que seguir enferma hasta la próxima primavera? Yo tengo miedo, ¿tú qué dirías?

Bueno, pues diría que tanto mejor.

2. 27.8.8

Por la tarde pasó un rato muy aliviada y nos hizo toda clase de monerías.

3. 27.8.9

Sufría continuamente de sed (*). Sor María del Sagrado Corazón le dijo: ¿Quieres agua bien fría?

Sí, ¡qué ganas tengo!

Nuestra Madre te ha mandado pedir todo lo que necesites.

Ya pido todo lo que necesito.

¿No pides más que lo necesario? ¿Nunca lo que te puede aliviar?

No, sólo lo necesario. Por eso, cuando no tengo uvas, no las pido.

Poco después de haber bebido, miraba el vaso de agua fría.

Bebe un poco más, le dijeron.

No, no tengo la lengua demasiado seca.

(*) Los Cuadernos verdes matizan:

Seguía sufriendo extremadamente a causa de la sed. "Nunca se me quita la sed, decía. Cuando bebo, la sed aumenta. Es como si echase fuego dentro". Por las mañanas tenía la lengua tan reseca, que parecía una escofina o un pedazo de madera.


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