ÚLTIMAS CONVERSACIONES-Sta. Teresa del Niño Jesús 9999

23 de septiembre

1. 23.9.1

... ¡Cuánto te debo! ¡Por eso te quiero tanto...! Pero no quiero hablar más de ello, porque me echaría a llorar...

(Llorar la perjudicaba mucho.)

2. 23.9.2

Mañana será el aniversario de tu toma de velo, y seguramente el día de tu muerte.

No sé cuando será, lo espero de continuo, pero sé muy bien que no puede tardar.

3. 23.9.3

Nos sonreía con frecuencia, a una o a otra, pero no siempre nos dábamos cuenta.

... Muchas veces he dirigido radiantes sonrisas a la "chacha" y a otras, pero se han perdido...

4. 23.9.4

Por la noche se había oído como el arrullo de un pájaro en la ventana cerrada, y nos preguntábamos qué podría ser aquello. Una decía: es una tórtola; otra: es un ave de rapiña.

Bueno, si es un ave de rapiña, ¡peor para mí! Las aves de rapiña venían precisamente a comer a los mártires.

5. 23.9.5

A propósito de una confidencia de poca importancia que una hermana le había hecho pidiéndole que guardara el secreto: ... Cuando las hermanas lo imponen, el secreto es sagrado... Aunque se tratase de cosa más insignificante, no habría que decirlo.

23.9.6

Después de un silencio muy largo, mirándonos a sor María del Sagrado Corazón y a mí, que en aquel momento estábamos solas con ella: ¡Hermanitas queridas, vosotras me habéis educado...! y los ojos se le llenaron de lágrimas.

: 24 de septiembre

1. 24.9.1

En el aniversario de su toma de velo, yo había encargado la Misa por ella.

¡Gracias por la Misa!

Como la veía sufrir tanto, contesté con tristeza: ¿Pero ya ves que te encuentras más aliviada?

¿O sea, que has obtenido permiso para mandar decir la Misa para aliviarme?

Lo hice por tu bien.

Mi bien consiste, sin duda alguna, en sufrir <24>...

2. 24.9.2

Me contó un disgusto que había tenido tiempo atrás, un año en que habíamos podado demasiado tarde los castaños.

Al principio fue una amarga tristeza, acompañada de grandes combates.

¡Me gustaban tanto las sombras! Y ese año no las íbamos a tener. Las ramas, ya verdes, estaban en gavillas en el suelo, ¡y no quedaban más que troncos! Luego, de pronto, me sobrepuse, diciéndome: Si estuviera en otro Carmelo, ¿qué me importaría que cortasen aunque fuera todos los castaños del Carmelo de Lisieux? Y sentí una gran paz y una alegría de cielo.

3. 24.9.3

Visita del Sr. de Cornière, que está cada vez más edificado. Le dice a nuestra Madre: «¡Es un ángel! Tiene cara de ángel, su rostro no se ha alterado lo más mínimo, a pesar de sus enormes sufrimientos. Nunca he visto cosa igual. Dado su estado de adelgazamiento general, es cosa sobrenatural».

4. 24.9.4

... Quisiera correr por las praderas del cielo...

... Quisiera correr por praderas donde la hierba no se aplastara, donde hubiera hermosas flores que no se marchitaran y preciosos niños que fuesen ángeles <25>.

No pareces nunca cansada de sufrir. ¿Lo estás en realidad? Pues no. Cuando no puedo más, no puedo más, eso es todo.

5. 24.9.5

Me daban ganas de decirle al Sr. de Cornière: Me río porque, a pesar de todo, usted no ha podido impedirme ir al cielo. Pero en castigo, cuando yo esté allá, no le dejaré a usted ir tan pronto <26>.

6. 24.9.6

Dentro de poco ya sólo hablaré el lenguaje de los ángeles.

7. 24.9.7

En el cielo tú estarás entre los serafines.

Puede... Pero si estoy entre ellos, no haré como ellos. Ellos se cubren con las alas delante de Dios; yo me guardaré muy bien de cubrirme con las alas.

8. 24.9.8

... ¡Dios mío..., ten piedad de la ni... ni...ña!

(Dándose vuelta con gran dificultad.)

9. 24.9.9

Cuando Teresa acaricia a su "Teófano", él se siente muy honrado.

No se trata de honores...

¿Entonces de qué se trata?

Simplemente de caricias.

(Estaba acariciando el retrato de Teófano Vénard.)

1. 24.9.10

¿Así que no tienes ninguna intuición sobre el día de tu muerte?

¿Intuiciones yo? ¡Si supieras la pobreza en que me encuentro! Yo no sé más de lo que sabes tú; yo no adivino nada a no ser por lo que veo y por lo que siento. Pero mi alma, a pesar de las tinieblas, goza de una paz asombrosa.

2. 24.9.11

¡Quién te quiere como nadie en la tierra...!

25 de septiembre

1. 25.9.1 Le conté lo que habían dicho en la recreación a propósito del Sr. Youf, que tenía mucho miedo a la muerte. Las hermanas habían estado hablando de la responsabilidad de los que tienen cura de almas y han vivido mucho tiempo. ... Los pequeños serán juzgados con gran benignidad. Y se puede muy bien ser pequeño hasta en los cargos más temibles, aun viviendo muchos años. Si yo muriese a los 80 años, si hubiese estado en China, o en cualquier otra arte, estoy segura de que moriría tan pequeña como hoy. Y está escrito que al final «el Señor se pondrá en pie para salvar a los humildes de la tierra». No dice juzgar, sino salvar.

2. 25.9.2 Uno de estos últimos días, de terribles sufrimientos, me había dicho:

Madre, es muy fácil escribir cosas bonitas sobre el sufrimiento. Pero escribir no significa nada, ¡nada! ¡Hay que pasar por él para saber...! Guardaba yo de estas palabras una impresión dolorosa, cuando, ese mismo día, como si recordase lo que me había dicho, me miró de una manera muy especial, y hasta solemne, y pronunció estas palabras: Ahora sé que lo que he dicho y escrito es todo verdad... Es verdad que deseaba sufrir mucho por Dios, y es verdad que sigo deseándolo.

25.9.3 Le decían: ¡Es horroroso lo que estás sufriendo! No, no es horroroso. A una víctima de amor no puede parecerle horroroso lo que su Esposo le envía por amor.

26 de septiembre

26.9 Estaba ya sin fuerzas. ¡Ay, qué acabada estoy...! Mirando por la ventana una hoja muerta desprendida del árbol y suspendida en el aire por un ligero hilo: Mira, ésa es mi imagen, mi vida sólo pende de un ligero hilo. Después de su muerte, la noche misma del 30 de septiembre, la hoja, que hasta entonces había estado balanceándose a merced del viento, cayó al suelo, y yo la recogí con el hilo de araña que todavía estaba adherido a ella.

27 de septiembre

27.9 Entre las dos y las tres de la tarde, le ofrecimos de beber. Nos pidió agua de Lourdes, diciendo: Hasta las tres, prefiero el agua de Lourdes; es más piadoso.

28 de septiembre

1. 28.9.1

...¡Mamá...! Me falta el aire de la tierra, ¿cuándo me dará Dios el aire del

cielo...?

¡... Nunca esto ha sido tan escaso!

(Su respiración.)

2. 28.9.2

¡Pobrecita mía, estás como los mártires en el anfiteatro: ya no podemos hacer nada por ti!

Sí, sí, el solo hecho de veros me hace mucho bien.

Toda la tarde estuvo prodigándonos sus sonrisas.

Me escuchó con atención cuando le leí estos pasajes del Oficio de San Miguel: «Vino el arcángel Miguel con una multitud de ángeles. A él le ha confiado Dios las almas de los santos para que las haga llegar a los gozos del paraíso». «Arcángel Miguel, yo te he constituido príncipe entre todos los elegidos». Me hizo una seña, extendiendo la mano hacia mí y posándola luego sobre el pecho, para darme a entender que yo estaba allí, en su corazón.

29 de septiembre

1. 29.9.1

Desde la madrugada, parecía estar en agonía. Tenía un estertor muy penoso y no podía respirar. Fue llamada la comunidad, que se reunió alrededor de su cama para recitar las preces del Manual. Al cabo de una hora, poco más o menos, nuestra Madre despidió a las hermanas.

2. 29.9.2

A mediodía, dijo a nuestra Madre:

Madre, ¿es esto la agonía...? ¿Cómo haré para morir? ¡No voy a saber morir...!

3. 29.93

Volví a leerle algunos pasajes del Oficio de San Miguel y las preces de los agonizantes en francés <28>. Cuando mencioné a los demonios, hizo un gesto infantil, como para amenazarles, y exclamó sonriendo: ¡Oh! ¡Oh!, con un tono de voz que quería decir: No les tengo miedo.

1. 29.9.4

Después de la visita del doctor, le dijo a nuestra Madre: ¿Es para hoy, Madre?

Sí, hijita.

Una de nosotras dijo entonces: Hoy Dios está muy alegre.

¡Y yo también!

¡Qué felicidad si muriese ahora mismo!

2. 29.9.5

... ¡Cuándo me ahogaré del todo...! ¡No puedo más! ¡Que recen por mí...!

¡Jesús! ¡María!

¡Sí! Quiero..., acepto...

3. 29.9.6

Vino sor María de la Trinidad, y, al cabo de unos instantes, ella le pidió con mucha amabilidad que se retirara. Cuando se marchó, yo le dije:

¡Pobrecita! ¡Te quería tanto!

¿He hecho mal diciéndole que se fuera?

Y su rostro cobró una expresión de tristeza, pero yo la tranquilicé inmediatamente.

4. 29.9.7

(6 de la tarde). Se le había metido en una manga una especie de insecto, y la molestaban para sacarlo:

Dejadlo, no importa.

Sí, que te va a picar...

No, dejadlo, dejadlo, os aseguro que conozco bien a esos animalitos.

5. 29.9.8

Yo tenía un fuerte dolor de cabeza y cerraba los ojos, muy a pesar mío, al mirarla.

Duérmete... y yo también.

Pero ella no podía dormir, y me dijo: ¡Ay, Madre, cómo me duelen los nervios!

6. 29.9.9

Durante la recreación de la noche:

... ¡Ay, si supierais!

(Si supierais cómo sufro.)

1. 29.9.10

Quisiera sonreíros continuamente, ¡y os doy la espalda! ¿Os disgusta? (Era durante el silencio.)

2. 29.9.11

Después de Maitines, cuando nuestra Madre vino a verla, tenía las manos juntas, y dijo con voz dulce y resignada:

Sí, Dios mío, sí, Dios mío, lo acepto todo...

Es atroz lo que estás sufriendo, ¿verdad?, dijo nuestra Madre.

No, Madre, no es atroz, pero es mucho, mucho..., justo lo que puedo soportar.

Pidió quedarse sola durante la noche, pero nuestra Madre no quiso. Sor María del Sagrado Corazón y sor Genoveva se repartieron el consuelo de velarla (*). Yo me quedé en la celda contigua a la enfermería, que da al claustro.

(*) Los Cuadernos verdes añaden:

No había consentido que pasasen las noches junto a ella durante su enfermedad. La noche del 29 al 30 de septiembre, que fue la última de su vida, insistió aún en que la dejaran sola. Por fin, sor María del Sagrado

Corazón y sor Genoveva consiguieron compartir ese consuelo... La vieron atenta únicamente a no turbar el descanso de la que la velaba. ¡Y sin embargo, ¡qué sufrimientos soportó!

Sor María del Sagrado Corazón, después de darle una poción, se durmió, ¡y cuál no sería su enternecimiento cuando, al despertarse, vio que la pobrecita seguía sosteniendo en sus manos, temblorosas de fiebre, el vasito, esperando pacientemente a que su hermana se despertase para que volviera a ponerlo sobre la mesa!

+

30 de septiembre

Jueves, día de su preciosa muerte.

Por la mañana, estuve velándola durante la Misa. No me decía ni una palabra. Estaba agotada, jadeante. Adivinaba que sus sufrimientos eran indecibles. Juntó un momento las manos, y mirando la estatua de la Santísima Virgen:

¡Con qué fervor la he invocado! Pero es la agonía pura, sin mezcla alguna de consuelo.

Le dije algunas palabras de compasión y de cariño, y añadí que me había edificado mucho durante su enfermedad.

¿Y tú? ¡Todos los consuelos que me has proporcionado...! ¡Han sido muy grandes!

Se puede decir sin exagerar que pasó todo el día, sin un solo instante de respiro, entre verdaderos tormentos.

Parecía estar al límite de sus fuerzas, y sin embargo, con gran sorpresa nuestra, podía moverse y sentarse en la cama.

... ¡Ya veis, nos decía, con cuántas fuerzas me encuentro hoy! ¡No, no estoy para morir! ¡Tengo todavía para meses, tal vez para años!

Y si Dios así lo quisiera, dijo nuestra Madre, ¿lo aceptarías?

Comenzó a contestar, sumida en la angustia:

No habría más remedio...

Pero rehaciéndose enseguida, dijo con acento de resignación sublime, dejándose caer sobre las almohadas: ¡Lo acepto!

Pude recoger las siguientes exclamaciones, pero es imposible reproducir el acento con que las dijo:

Ya no creo en mi muerte... Ya no creo más que en el sufrimiento... Pues bien, ¡mejor que mejor!

¡Dios mío...!

¡Amo a Dios!

¡Querida Virgen Santísima, ven en mi ayuda!

Si esto es la agonía, ¿qué será la muerte?

¡Ay, mi buen Dios...! Sí, es muy bueno, me parece muy bueno...

Mirando a la Santísima Virgen:

¡Tú sabes que me estoy ahogando!

A mí:

¡Si supieras lo que es ahogarse!

Dios te ayudará, pobrecita, y pronto terminará todo.

Sí, ¿pero cuándo?

... ¡Dios mío, ten compasión de tu pobre hijita! ¡Ten compasión de ella!

A nuestra Madre:

¡Ay, Madre, le aseguro que el cáliz está lleno hasta los bordes...!

... Pero Dios no me abandonará, seguro...

... Nunca me ha abandonado.

... Sí, Dios mío, todo lo que quieras, ¡pero ten piedad de mí!

... Hermanitas, hermanitas, ¡rezad por mí!

... ¡Dios mío, Dios mío! ¡¡Tú que eres tan bueno!!

... ¡Sí, eres bueno! Lo sé...

Después de Vísperas, nuestra Madre le puso sobre las rodillas una estampa de Nuestra Señora del Carmen.

La miró un instante y, cuando nuestra Madre le dijo que pronto acariciaría a la Santísima Virgen como el Niño Jesús lo hacía en aquella estampa, dijo: Madre, presénteme pronto a la Santísima Virgen, ¡que soy un bebé que no puede más...! Prepáreme a bien morir.

Nuestra Madre le contestó que, como ella siempre había comprendido y practicado la humildad, ya estaba preparada. Reflexionó un instante y pronunció humildemente estas palabras: Sí, me parece que nunca he buscado más que la verdad. Sí, he comprendido la humildad del corazón... Me parece que soy humilde.

Y volvió a repetir: Todo lo que he escrito sobre mis deseos de sufrir es, con todo, una gran verdad.

... Y no me arrepiento de haberme entregado al Amor.

Con insistencia:

No, no me arrepiento, ¡al contrario!

Un poco más tarde:

¡Nunca hubiera creído que fuese posible sufrir tanto (*)! ¡Nunca! ¡Nunca!

No puedo explicármelo, a no ser por los ardientes deseos que he tenido de salvar almas.

(*) No se le administró ni una sola inyección de morfina.

Hacia las cinco, yo estaba sola a su lado. Su semblante cambió de pronto y comprendí que era la última agonía.

Cuando la comunidad entró en la enfermería, acogió a todas las hermanas con una dulce sonrisa. Tenía en las manos el crucifijo y lo miraba sin cesar.

Durante más de dos horas, desgarró su pecho un terrible estertor. Tenía el rostro congestionado, las manos amoratadas, los pies helados y le temblaban todos los miembros. Un sudor abundante perlaba su frente con gotas enormes y le resbalaba por las mejillas. La opresión era creciente y de vez en cuando, para respirar, emitía débiles gritos involuntarios.

Durante todo este tiempo, tan cargado de angustia para nosotras, entraba por la ventana y me hacía sufrir mucho todo un gorjeo de petirrojos y de otros pajarillos, ¡pero tan fuerte, tan cerca y tan largo rato! Yo pedía a Dios que los hiciese callar, pues aquel concierto me traspasaba el corazón y temía que fatigase a nuestra pobre Teresita.

En un determinado momento, parecía tener tan reseca la boca, que sor Genoveva, pensando aliviarla, le puso en los labios un trocito de hielo. Ella lo aceptó, dirigiéndole una sonrisa que jamás olvidaré. Era como un supremo adiós. A las seis, cuando sonó el ángelus, miró largamente la estatua de la Santísima Virgen. Por fin, a las siete y algunos minutos, habiendo despedido nuestra Madre a la comunidad, suspiró: Madre, ¿no es esto aún la agonía...? ¿No me voy a morir...? Sí, pobrecita mía, es la agonía, pero tal vez Dios quiera prolongarla algunas horas. Ella continuó valientemente: Pues bien... ¡adelante...! ¡adelante...! No quisiera sufrir menos tiempo... Y mirando al crucifijo: ¡Lo amo...! .................................................................... ¡Dios mío..., te amo! ..................................................................... Y de pronto, tras pronunciar estas palabras, cayó suavemente hacia atrás, con la cabeza inclinada hacia la derecha. Nuestra Madre mandó que tocasen a toda prisa la campana de la enfermería, para llamar a la comunidad. «Abrid todas las puertas», decía al mismo tiempo. Estas palabras tenían un no sé qué de solemne, y me hicieron pensar que en el cielo Dios se las decía también a los ángeles. Las hermanas tuvieron tiempo de arrodillarse en torno a su lecho y fueron testigos del éxtasis de la santa moribunda. Su rostro había recuperado el color de azucena que tenía cuando gozaba de plena salud, sus ojos estaban fijos en lo alto, refulgentes de paz y de alegría. Hacía unos movimientos de cabeza como si Alguien la hubiera herido divinamente con una flecha de amor y luego retirase la flecha para volver a herirla de nuevo... Sor María de la Eucaristía se acercó con un cirio para ver más de cerca su sublime mirada. A la luz de aquel cirio, no se percibió movimiento alguno en sus pupilas. Este éxtasis duró aproximadamente el espacio de un credo, y exhaló el último suspiro. Después de su muerte conservó una sonrisa celestial. La suya era una belleza encantadora. Tenía tan fuertemente asido el crucifijo, que hubo que arrancárselo de las manos para amortajarla. Sor María del Sagrado Corazón y yo cumplimos este oficio con sor Amada de Jesús y nos dimos cuenta al hacerlo de que no aparentaba tener más de 12 ó 13 años. Sus miembros permanecieron flexibles hasta su inhumación, que tuvo lugar el lunes 4 de octubre de 1897.

Sor Inés de Jesús

r.c.i.

APÉNDICE 30 de septiembre ... Todos mis pequeños deseos se han realizado... Por tanto, este gran deseo (morir de amor) tendrá también que realizarse. Por la tarde: ¡Con cuántas fuerzas me encuentro hoy...! ¡Tengo para meses! ¡Y mañana, y todos los días, será todavía peor...! ... Bueno, ¡pues mejor que mejor!

¡No puedo respirar, no puedo morir...! (*) ... ¡Nunca sabré morir...!

(*) No respiró nunca con oxígeno; creo que entonces no se conocía. ... ¡Sí, Dios mío...! ¡Sí!

... Acepto seguir sufriendo…

Hacia las cinco, la madre María de Gonzaga hizo caer las reliquias del beato Teófano Vénard y de la madre Ana de Jesús, que estaban prendidas con alfileres en la cortina, a su derecha. Las recogieron, y ella les hizo una pequeña caricia.

NOTAS Septiembre Los comienzos de este mes ven cómo se prolonga la mejoría momentánea —muy relativa— que sucedió a los terribles sufrimientos del período comprendido entre el 22 y el 27 de agosto. Teresa come un poco y la familia Guérin se esfuerza por satisfacer sus antojos de enferma. Pero los síntomas no permiten albergar ninguna esperanza: adelgazamiento constante, debilidad extrema. Ni siquiera puede ya mover las manos y tiene muchos dolores. Ya no la pueden tocar. El 12 de septiembre comienzan a hinchársele los pies. El 14, el Dr. de Cornière no le da más de quince días de vida. A partir del 21, Teresa confiesa que le parece estar continuamente en la agonía. No entrará en ella de verdad hasta el 29, víspera de su muerte. El contenido del Cuaderno Amarillo en este mes tiene tanto valor por los gestos que describe como por las palabras que refiere. Ahora más que nunca, Teresa es maestra experiencial. Sus breves frases llevan el sello de la autenticidad e incluso el de la literalidad. Temas dominantes: la enfermedad, el sufrimiento, la muerte. La prueba de la fe continúa presente. La oración de la enferma se apoya en las estampas y la estatua que la rodean. Teresa mira la naturaleza con verdadero placer, y a veces sigue bromeando. Aún podrá celebrar dos aniversarios: el 8, el de su profesión (ese día escribirá su último autógrafo, Or 21), y el 24 el de su toma de velo (cf Ms A 77rº).

El gran número de testimonios sobre el 30 de septiembre nos permite reconstruir casi hora a hora la agonía de Teresa.

1 Ver la nota 32 del mes de julio.

2 Su maestra de novicias; cf Ms A 70vº.

3 Cf Cta 126, n. 1.

4 SAN JUAN DE LA CRUZ, Ll 1,6.

5 La madre Hermancia del Corazón de Jesús; cf 20.8.3.

6 Sor San Estanislao era sorda. Teresa le mostraba su gratitud acariciándole la mano.

7 Es fácil identificar a los personajes de esta letanía: sor Genoveva, la madre Inés de Jesús, sor María del Sagrado Corazón, Leonia Martin, sor María de la Eucaristía, el señor y la señora Guérin, la señora de Néele y el Doctor, el abate Bellière y el P. Roulland.

8 SAINTE THERESE D'AVILA, Poésie–Glose. (SANTA TERESA DE JESÚS, Obras Completas. Burgos, Monte Carmelo, 1994, «Poesías» 1, p. 1324. N. del T.)

9 Sin duda, la decepción causada por el diagnóstico del Dr. La Néele.

10 Augusto Acard.

11 Se trata de la «Sagrada Familia» de Müller; cf Cta 264.

12 Cf la nota 37 del mes de agosto.

13 Sor María de San José.

14 PN 34,1.

15 PN 17,9 según la primera versión (Poésies, II, pp. 102s); Cf Cta 220.

16 Cf 30.9.

17 El abate Denis, que se ordenó de sacerdote el 18 de septiembre, celebraría su primera Misa al día siguiente en el Carmelo de Lisieux.

18 En la audiencia del 20 de noviembre de 1887; cf Ms A 63vº.

19 Carta a la madre María de Gonzaga, del 19 de septiembre; puede verse un extracto en CG p. 1163.

20 (La expresión que usa la santa es «fûtée)», «cansada», en lenguaje popular.

21 La madre Inés tenía que fregar los platos dos días a la semana, lo cual la privaba de la recreación con su hermana.

21a He aquí en qué basaba el juego de palabras: «à la terre» (a la tierra) — «Alaterre» (apellido del sacerdote). N. del T.22 Sobre el apelativo «muñeca» que Teresa daba a sor María de la Trinidad, cf Cta 236 y 249; y CSM nº 56 en VT nº 77, pp. 66s.

23 Cf CG p. 1192.

24 Cf PN 54,16; y la nota 79 del mes de julio.

25 Cf el tema de sus sueños en Ms A 79rº; y PN 18, estr. 33.

26 El Dr de Cornière murió a los 80 años (1922).

27 La madre Inés; cf nota 104 de julio.

28 Traducción de las oraciones que la comunidad había rezado esa misma mañana en latín, y que se encontraban en el libro Prières de la Recommandation de l'âme (L.-J. Biton, 1894).











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