DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § VI. La Transfiguración



§ VII. Último viaje a Cafarnaúm

35. «Mientras admiraban los pueblos las obras de Jesús, continúa el texto sagrado, dijo el Señor a sus discípulos: En cuanto a vosotros, grabad en vuestro corazón lo que voy a deciros: El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y le quitarán la vida, y después de muerto, resucitará al tercero día. -Mas ellos no podían comprender esta revelación, cuyo sentido les estaba oculto, y no se atrevían a preguntárselo y guardaban silencio tristemente 774. Y habiendo llegado a Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los recaudadores del tributo del didracma 775 para el Templo de Jerusalén, y [439] le dijeron: ¿Qué, no paga vuestro maestro las dos dracmas? Sí, por cierto, respondió él. Y habiendo entrado en casa, se le anticipó Jesús y dijo; ¿Qué te parece Simón? Los reyes de la tierra ¿de quién reciben tributo o censo, de sus mismos hijos o de los extraños? -Y él le dijo: de los extraños. Y replicó Jesús: Luego los hijos están exentos. Con todo, para no escandalizar a esos hombres, ve al mar y hecha el anzuelo, y coge el primer pez que saliere, y abriéndole la boca hallarás un estater 776: tómale y dáselo por mí y por ti 777».

36. Todo israelita, de edad de más de veinte y cinco años, debía pagar anualmente un didracma, (medio siclo), para la conservación del Templo. «Quien quiera que lleva un nombre en Israel, había dicho Moisés, ofrecerá la mitad de un siclo, según la medida del Templo. Y se deberá este impuesto desde los veinte y cinco años 778. «Este canon o censo nacional se pagaba por todos los Judíos que tenían por un honor, dice el historiador Josefo, enviarlo de todos los puntos del mundo, en la época de la solemnidad Pascual, cuando no podían llevarlo ellos mismos 779. El Salvador no había ido este año a Jerusalén, y no había pagado personalmente esta [440] deuda sagrada: he aquí por qué se dirigían a Pedro, jefe de los Apóstoles, los que cobraban el impuesto para reclamárselo. Su respuesta nos atestigua que en los años precedentes se había conformado el divino Maestro en este punto a las prescripciones rituales. «Jesús no vino a destruir la ley, sino a darla cumplimiento, elevándola a la perfección 780». Esta actitud de sumisión a los reglamentos y a los poderes establecidos, se halla poco conforme con el retrato de fantasía que nos lo representa como «un demócrata fogoso, en rebelión contra todas las autoridades locales, detestando el Templo y anunciando a sus discípulos reyertas con la policía, sin pensar un momento en que esto causa rubor 781». Verdaderamente sí hay que ruborizarse de algo, es de la ignorancia de un siglo en que es necesario reparar semejantes inepcias. La narración evangélica que se acaba de leer, es una de aquellas cuyos caracteres de autenticidad intrínseca son más patentes. Manifiéstase desde luego la primacía de Pedro por un detalle tanto más significativo cuanto que es menos concertado. El colector del diezmo sagrado se dirige a Pedro. No queriendo importunar al Maestro con una reclamación poco importante, cree más natural trasmitirla por medio del jefe de los discípulos. Pero, según el sistema de sublime delicadeza que hemos notado anteriormente, el Evangelio de San Marcos, escrito bajo la inspiración del príncipe de los Apóstoles guarda silencio sobre este punto. Por todas partes donde la ambición humana hubiera encontrado ocasión legítima de poner su nombre, eclipsa San Pedro el suyo. Trátase del didracma o medio siclo mosaico. Los Judíos tenían dos especies de moneda en tiempo de Nuestro Señor. La dominación de los Césares les había traído el sistema monetario de Roma, el as, con sus múltiplos: el dipondio (dos ases), el denario (diez ases), etc., y los submúltiplos: el quadrans (cuarta parte de un as), etc. Todos estos nombres se hallan en los Evangelistas. Usábanse las evaluaciones en monedas romanas para los negocios, el comercio, los salarios y las transacciones de todo género. Mas por una distinción en la que se retrata todo el carácter hebreo, no bien se trataba del impuesto nacional para el Templo y de los diezmos sagrados establecidos por Moisés, era repudiado el lenguaje romano, empleándose solamente las evaluaciones del antiguo sistema monetario de la [441] Grecia, establecido en Judea desde Alejandro el Grande. Así es como se reclama al Salvador el didracma oficial, y como hace entregar para el tesoro del Templo un estater o doble didracma, por sí mismo y por Pedro. En este lenguaje había como una protesta implícita del pueblo judío, que mantenía inviolable sobre su cabeza la soberanía suprema de Jehovah. Entrando Nuestro Señor en este orden de ideas, hace brotar de ellas una admirable afirmación de su propia divinidad. Los reyes de la tierra, dice, no exigen de sus hijos ni el tributo (impuestos indirectos), ni el censo (capitación). Para ellos es de derecho la inmunidad. Asimismo, el hijo de Dios no tiene que pagar el impuesto para el Templo, que es el palacio de su Padre. -Lo pagará sin embargo, pero lo pagará como Dios. Pedro, el pescador futuro de las almas, es enviado a las orillas del lago, a una nueva pesca milagrosa. Merece citarse la explicación de los racionalistas, a propósito de este hecho. «El pez en cuya boca encontró, según se dice, Pedro el didracma con que pagó el tributo del Templo, fue meramente un pez que se apresuró a coger, a llevar al mercado y a venderlo por precio de un estater». ¿No valía más verdaderamente hacer echar las redes de lo alto de la barca e intentar una pesca más productiva y más segura que la del anzuelo? ¿Cómo saber anticipadamente que tendiendo una caña sacará de seguro Pedro un pez; que este pez será de tal tamaño que pueda llevarse solo al mercado, y que valga exactamente un estater? Tal serie de eventualidades, predicha por el Salvador y fielmente realizada, no sería menos prodigiosa que el mismo milagro evangélico Y ¿no se ve que nunca hubiera ido Pedro a echar el anzuelo en medio de Roma, para coger al mundo entero como una presa, si no hubiera hecho en Galilea, bajo la dirección de su divino Maestro, el aprendizaje de sus pescas milagrosas?

37. Todo se encadena en esta historia divina y se afirma con nudos que no podrá romper nunca el sofisma. Si los discípulos a quienes acababa de predecir formalmente el Salvador su pasión y su muerte próximas, no hubieran vivido en medio de una atmósfera de milagros, sino hubiesen tenido a la vista más que el espectáculo de un justo, de un sabio, expuesto a ser el blanco del odio conjurado de los Fariseos, de los Saduceos y de Herodes, no teniendo otras armas contra tantos enemigos que la resignación y la paciencia de un oprimido, no se hubieran ciertamente mecido con la quimérica [442] esperanza de verle en breve sentarse en un trono. No hubiera ocurrido a ninguno de ellos la idea de solicitar el primer sitio en su futuro imperio. Sin embargo, tales eran en aquel momento sus secretas disposiciones. Creían, pues, imposible a todo el poder de los hombres un atentado contra Aquel a quien velan mandar a toda la naturaleza, aplacar con una palabra las tempestades, lanzar los demonios y resucitar los muertos. Este sentimiento persistirá en su alma, a pesar de las predicciones del mismo Salvador, hasta en el Calvario; y su última palabra, antes de que haya disipado en fin este error la resurrección de su divino Maestro, será esta: «¡Ay! ¡habíamos creído que restablecería el reino de Israel!» -«Los discípulos, continúa el texto Sagrado, estaban preocupados por saber quién de ellos sería el mayor en el reino de su Maestro. Y altercaban entre sí por el camino sobre esto. Y Jesús conocía sus pensamientos. Cuando llegaron a la casa, les dijo: ¿De qué hablabais durante el camino? -Los discípulos guardaban silencio. -Y habiéndose sentado el Señor, llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos, y el que a todos sirva. Y tomando entonces a un niño 782, se colocó en medio de ellos, y habiéndole abrazado, les dijo: En verdad, os digo, si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños (en la sencillez e inocencia), no entraréis en el reino de los Cielos. Cualquiera, pues, que se humillase como este niño, ése será el mayor en el reino de los Cielos. Y el que acogiere a un niño semejante, en nombre mío, a mí me acoge, y quien me recibe a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me envió. Quien fuere, pues, el más pequeño entre vosotros, aquel es el más grande. Mirad que no despreciéis a alguno de estos pequeñitos, porque os digo que sus ángeles (de la guarda) contemplan continuamente en los cielos la majestad de mi Padre celestial. Y además, el Hijo del hombre vino a salvar lo que se había perdido. ¿Qué os parece? El pastor que tiene cien ovejas, si una se descarría ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la que se ha descarriado? Y si llega a encontrarla, en verdad, os digo que siente más regocijo por aquella que por las noventa y nueve que no se [443] extraviaron. Así, la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, es que no perezca ninguno de estos pequeñitos. Y al que escandalizare a alguno de estos parvulillos que creen en mí, le tendría más cuenta que le atasen al cuello una piedra de molino y le echasen al fondo del mar. ¡Ay, del mundo por los escándalos! Porque si bien es forzoso que haya escándalos; sin embargo, ¡ay de aquel hombre por quien viene el escándalo! -Después que hubo hablado el Señor de esta suerte, le dijo Juan: «Maestro, hemos visto a un hombre lanzar los demonios en tu nombre, y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros en tu seguimiento. Y Jesús dijo: No se lo impidáis, porque no hay alguno que haga milagros en mi nombre y pueda hablar inmediatamente mal de mí. Porque el que no está contra vosotros, está por vosotros; y cualquiera que os diere de beber un vaso de agua en mi nombre o porque sois (discípulos) de Cristo, en verdad os digo que no perderá su recompensa 783».

38. El camino abierto al paso de la humanidad para elevarse al reino de los cielos, sigue una línea opuesta a la que conduce a los honores y al poder terrestres. Ya el divino Maestro había puesto el fundamento de la vida cristiana, diciendo al doctor de Jerusalén: «Quien no fuere regenerado por un nacimiento nuevo, no puede entrar en el reino de los cielos». Tal había sido el lenguaje del Salvador, en la época de la primera Pascua. Al aproximarse la Pascua última, pone Jesucristo en acción esta doctrina sobrenatural, en presencia de sus Apóstoles para grabarla por siempre en su corazón. No la olvidarán ya, y se sucederán generaciones de almas en la Iglesia, tomando por tipo de la perfección evangélica la infancia espiritual, de que habla el Salvador. «A la manera de los niños recién nacidos, dirá San Pablo, no tengáis ambición sino por la leche blanca y pura de la enseñanza divina. «La blanca túnica de los niños llegará a ser el símbolo de la inocencia bautismal que debe conservar el cristiano sin mancha o renovarla por medio de la penitencia, para presentarla inmaculada en el tribunal de Cristo. «Los niños pequeños, dice San Hilario, siguen a su padre paso a paso, aman a su madre, y no piensan tampoco en querer mal al prójimo: no les afecta el afán o cuidado de las riquezas, no son propios de su edad el orgullo, el odio y la mentira; creen en la palabra que se les dirige, [444] admitiendo naturalmente la verdad. Tal es la sencillez de la infancia, a la que debemos volver, si queremos llevar en nosotros la imagen de la humildad del Salvador». Esta ley afecta a todas las almas fieles, desde el príncipe de los Pastores, el Pontífice Supremo que tiene en sus manos las llaves del reino de los cielos, que se entregaron a Simón Pedro, hasta la más oscura de las ovejas del rebaño. Tal fue la eficacia divina de la palabra de Jesucristo, que al mismo tiempo que dio el precepto, confirió la gracia necesaria para cumplirle. Así se verán las diversas jerarquías de la Iglesia rodeadas de un respeto, de una veneración, de un amor inviolables, porque la ley de su autoridad es la humildad, la dulzura, la sencillez, el candor de la infancia. Los poderes de la tierra se imponen con el fausto de la dominación; sírveseles sin amarlos; teméseles sin respetarlos; derribáseles ¡ay! por un capricho popular. Si el racionalismo desease conocer un soberano que fuese amado sin reserva, y con una adhesión sin límites por millones de hombres esparcidos por todo el mundo, le designaríamos al sucesor de Pedro, al jefe de la Iglesia Católica, que se llama el Siervo de los Siervos de Dios. Y esto sucede hace cerca de dos mil años. Este fenómeno, en el orden moral, valdría, por tanto, la pena de ser estudiado más seriamente que lo hacen nuestros sofistas.

39. Reunidos los doce Apóstoles al rededor del divino Maestro, en la casa de Cafarnaúm, formaban en cierto modo el primer Concilio de la Iglesia naciente. «Jesús continuó, dice el Evangelio, hablándoles en estos términos: Si tu hermano pecare contra ti, ve a encontrarle, y si se arrepiente, perdónale; si te hubiere ofendido siete veces en el día y te dijere: Estoy arrepentido; perdónale. Repréndele entre ti y él solos; y si te oyere, habrás ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, lleva contigo uno o dos testigos para que toda palabra se apoye en un testimonio legal. Y si no les oyere, dilo a la Iglesia; mas si ni a la Iglesia oyere, que sea para ti como un pagano y un publicano». La enseñanza farisaica, tal como la encontramos, aun en el Talmud 784, pretendía que se podía perdonar a su hermano tres veces, pero que no podía llegarse más allá. Tal era la doctrina rigorista a que aludía el Salvador, al establecer la gran ley de la misericordia evangélica, sin medida y sin límites, sobre [445] las ruinas de estas falaces tradiciones. El número siete expresaba entre los Hebreos el superlativo en general. El período septenario, durante el cual «había verificado todas sus obras» Jehovah 785, tenía naturalmente para los Judíos la idea de universalidad. He aquí por qué emplea Nuestro Señor esta expresión, en el sentido indeterminado que tenía para sus oyentes. Pero la misericordia debe conciliarse con la justicia, lo mismo en el seno de la Iglesia que en el gobierno del mismo Dios. Para conciliar estos dos términos que parecen excluirse, hase agotado el genio de los legisladores humanos en combinaciones siempre defectuosas. No dejará Jesucristo a su Iglesia desarmada, y manteniendo la gran ley de la misericordia, sabrá asegurar la inviolabilidad de los derechos de la justicia. La regla llena de mansedumbre que ha sentado, hase aplicado a todos los enemigos de la Iglesia, desde Arrio hasta Lutero. Cuando desgarran hijos ingratos el seno maternal de la esposa de Cristo, la queja caritativa y tierna del Pontífice supremo se dirige a su corazón para dispertar en él el sentimiento filial. Si no es oída esta voz, vienen los dos o tres testigos que exigía la ley de Moisés para toda prueba legal 786, a emplear los esfuerzos de su celo para con el culpable que se obstina en su orgullo. Si tienen el dolor de ser rechazados, es denunciado el rebelde a toda la Iglesia, reunida en solemne tribunal, en la persona de los obispos, sucesores de los Apóstoles. Pronuncia la sentencia el concilio universal, y anatematizado el genio del error, llega a ser para los fieles como un pagano y un publicano.

40. Tal es, en efecto, el poder que confería el divino Maestro solemnemente a sus Apóstoles. «En verdad os digo, continúa el Evangelista, todo lo que atareis sobre la tierra, será atado también en el cielo; y todo lo que desatareis sobre la tierra, será desatado en el cielo. Os digo más; que si dos de vosotros se unieren entre sí sobre la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, les será otorgado por mi Padre que está en los cielos. Porque donde se hallan dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos 787». Los concilios, las asociaciones para orar, las congregaciones religiosas, esos conventos, para llamarlos con un nombre, que ha querido manchar un odio ciego, se derivan, pues, directamente del Evangelio. Si duo consenserint. Ubi duo vel tres congregati in nomine meo. Tales son las [446] mismas expresiones de Jesucristo. Solamente la Iglesia Católica puede mostrar vivas hoy en su seno, estas obras, desconocidas de la antigüedad, cuyos fundamentos poseía Nuestro Señor Jesucristo en Cafarnaúm, en medio de doce pescadores. Sin embargo, Pedro que debía presidir al desarrollo de estas nuevas instituciones reflexionaba en el precepto de misericordia que había dado el divino Maestro. Quería penetrar toda su extensión y comprender la significación exacta de este número siete que había empleado Jesucristo, y cuyo sentido podía prestarse a equivocaciones entre los Judíos.

41. «Señor, le dijo: Cuando mi hermano pecare contra mí, debo perdonarle ¿pero ha de ser solamente hasta siete veces? Respondió Jesús: No te digo yo hasta siete veces solamente, sino hasta setenta veces siete». Es decir, según el estilo hebraico, de una manera ilimitada, y en número inconmensurable. «El Señor añadió: Por eso el reino de los cielos viene a ser semejante a un rey que quiso tomar cuenta a sus criados. Y se le presentó uno de ellos que le debía mil talentos 788. Y como éste no tuviese con qué pagar, mandó su señor que fuesen vendidos él y su mujer y sus hijos con toda su hacienda, y se pagase así la deuda. Entonces el criado echándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten un poco de paciencia, que yo te lo pagaré todo. Y el rey, movido a compasión de aquel criado, le dio por libre y le perdonó la deuda. Mas apenas salió este criado de su presencia, encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios 789, y agarrándole por la garganta, le ahogaba diciendo: Págame al momento lo que me debes. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten un poco de paciencia conmigo, que yo te lo pagaré todo. Mas sin querer oírle este acreedor implacable, le hizo meter en la cárcel hasta que le pagase lo que le debía. Al ver los otros criados, sus compañeros, lo que pasaba, se contristaron por extremo y fueron a contar a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el rey llamó a este ingrato, y le dijo: ¡Oh criado inicuo! yo te perdoné toda tu deuda porque me lo suplicaste. ¿No era, pues, justo que tú también tuvieses compasión de tu compañero como yo la tuve de ti? Y el rey indignado le entregó en manos de los verdugos [447] para ser atormentado hasta tanto que satisfaciera la deuda por entero. Así, de esta manera, se portará también mi Padre celestial con vosotros, sino perdona de corazón cada uno de vosotros a su hermano 790».

42. Tal es la ley evangélica de la caridad fraternal. Los Apóstoles, destinados a promulgarla en la tierra, hubieran podido vanagloriarse de tal misión, que superaba a todo lo que pudieron imaginar los sabios y los filósofos, de grandeza moral. Pero Nuestro Señor les precavió contra esta tentación. «¿Quién hay entre vosotros que teniendo un criado de labranza o pastor, luego que vuelve del campo, le diga: Ven, ponte a la mesa; y que al contrario, no le diga: Disponme la cena, cíñete y sírveme, mientras que yo como y bebo, y después comerás tú y beberás? Y luego que el criado ha hecho lo que el señor le mandó ¿le queda, por ventura el señor obligado? No por cierto. Así también vosotros, después que hubieseis hecho todo lo que se os ha mandado, habéis de decir: Somos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que ya teníamos obligación de hacer 791».



Capítulo VIII

Jerusalén

Sumario

§ I. SALIDA DE GALILEA.

1. Los hermanos de Jesús y la fiesta de los Tabernáculos. -2. Argumentación del racionalismo a propósito de los «hermanos oscuros» de Jesús. -3. Refutación. -4. La incredulidad de Nazareth y la divinidad del Salvador. Los descendientes de los hermanos de Jesús en presencia de Domiciano. -5. El divino: «Es preciso» de la pasión de Jesucristo. -6. Los diez leprosos en el territorio de Samaria. -7. Autenticidad del milagro.

§ II. LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS.

Discurso de Jesús en el Templo. -9. Lógica del discurso de Jesús. -10. Carácter divino de las palabras del Salvador. 11. Carácter profético. -12. El Sanhedrín envía soldados a apoderarse de Jesús. -13. Las fuentes de agua viva abiertas por Jesucristo. El agua de la piscina de Siloé. -14. El Sanhedrín y Nicodemo. -15. Belén y Nazareth. -16. El huerto de los olivos y la oración. -17. Juicio de la mujer adúltera. -18. El rigorismo humano ante la misericordia de Jesucristo. -19. Autenticidad de la narración evangélica. -20. «Yo soy la luz del mundo». -21. Explicación de esta palabra por San Agustín. -22. «Yo soy antes que Abraham fuese. -23. Milagro de la divina profundidad del discurso de Jesús. -24. La verdad y la libertad.

§ III. EL CIEGO DE NACIMIENTO.

25. Narración evangélica de la curación del ciego de nacimiento. -26. El capítulo de los milagros en el Evangelio del racionalismo. -27. Caracteres intrínsecos de autenticidad de la narración evangélica. -28. El racionalismo y la lógica aristotélica. -29. La lógica del ciego de nacimiento.

§ IV. PARÁBOLAS.

30. Parábola del Buen Pastor. -31. Un solo redil, un solo pastor. -32. Parábola del buen Samaritano. -33. Creación evangélica de la idea y del término de «Prójimo». -34. El reguero de sangre en el camino de Jerusalén a Jericó. -35. La herencia entre dos hermanos. Parábolas de los servidores vigilantes y del Mayordomo infiel. -36. El reino dado por Dios a la Iglesia. -37. Pormenores de costumbres locales.

§. V. LA FIESTA DE LOS INCIENSOS.

38. Narración evangélica. -39. Nombre y origen de la fiesta de las Encenias. -40. El pórtico de Salomón. -41. Armonía de la narración evangélica con las costumbres y las leyes judaicas.





§ I. Partida de Galilea

1. «Estando próxima, dice el Evangelista, la fiesta de los Judíos, llamada de los Tabernáculos, los hermanos de Jesús le dijeron: Sal de aquí y sube con nosotros a Judea para que vean también los discípulos que tienes allí, las maravillas que haces. Porque ninguno hace las cosas en secreto cuando quiere ser conocido en público. Ya que obras maravillas, date a conocer al mundo. -Hablaban [450] sus hermanos de esta suerte, porque muchos de ellos no creían en él. -Jesús les respondió: Mi tiempo no ha llegado todavía, pero vuestro tiempo siempre está a punto. A vosotros no puede aborreceros el mundo; mas a mí me aborrece, porque yo demuestro que sus obras son malas. Id vosotros a esa fiesta; yo no voy a ella porque mi tiempo no se ha cumplido. Habiendo dicho esto, se quedó él en Galilea. Pero algunos días después que marcharon sus hermanos, él también se puso en camino para ir a la fiesta, no con publicidad, sino como en secreto 792».

2. Tal es el pasaje del Evangelista que ha inspirado al racionalismo moderno la teoría de los «hermanos oscuros de Jesús, los cuales le hacían la oposición 793». No era en verdad muy temible la oposición de parte de estos hombres que incitan al Salvador a que elija, para manifestarse al mundo, un teatro más vasto y más brillante. No se hallaba todavía elevada sin duda su fe a la perfección divina, cuyo carácter tardaron tanto tiempo en conocer los mismos Apóstoles. Sin embargo, bajo el punto de vista puramente humano, ¿hay uno solo de los más ilustres racionalistas cuyo amor propio no acogiese con afán semejante homenaje? Si fueran a decirle: ¡No basta a vuestra gloria brillar en el estrecho círculo de vuestra patria; el mundo entero os reclama y os espera! dudamos que se hubiera ofendido mucho de tal lenguaje y que lo hubiera tomado por una declaración de guerra. La pretendida oposición de los «hermanos» del Salvador es, pues, una oposición quimérica. Pero insiste el racionalismo. «El nombre de 'hermanos' es realmente la expresión que emplea el Evangelio; y no pudiendo ser los 'hermanos' de Jesús, designados aquí, ni Santiago el Mayor y Juan, hijos de Zebedeo, ni Santiago el Menor y Judas o Tadeo, hijos de Cleofás, primos hermanos de Jesús, puesto que los cuatro formaban parte del Colegio Apostólico y creían en su Maestro, mientras que los hermanos de que se trata en este pasaje 'no creían en él,' es claro que Jesucristo tuvo realmente hermanos. Es imposible saber, por falta de noticias, si procedían del lado paterno o del materno. En el primer caso, sería la virginidad de José, y en el segundo la de María, una invención apócrifa. Todo lo que se puede afirmar legítimamente, es la existencia de 'hermanos oscuros' de Jesús, cuyo nombre no nos ha conservado la historia». Tal es, en toda su fuerza, [451] la objeción de los críticos modernos; la cual tiene el privilegio de la novedad; pues jamás la encontró en su camino la exégesis antigua. Desgraciadamente para la joven escuela racionalista, supone esta famosa objeción una absoluta ignorancia de los primeros elementos de la historia evangélica. Nuestro siglo ha vuelto a emprender con un ardor y un celo que le honran, el estudio serio y profundo de todas las genealogías, por tanto tiempo olvidadas de los Faraones del Egipto, de los Sargónides de Asiria, de los Maharadjas de la India, de los Hijos del cielo del imperio chino. Hoy sabemos el nombre de todos los hermanos y de todos los primos de Sesostris o de Salmanasar, y nadie tributa más justicia que nosotros a los progresos verificados en este género por la filología moderna, la cual ha restablecido numerosos anillos de la cadena de los tiempos, por lo que hará justicia el porvenir a sus esfuerzos. Pero cuanto más derecho tenemos de enorgullecernos con estas gloriosas conquistas, mayor es el deber que tenemos de conservar los resultados positivos, obtenidos por la exégesis de los siglos anteriores en el campo de la historia evangélica. La ciencia profana no podría por ningún título hacer olvidar la ciencia sagrada. Pues bien; la línea genealógica de Nuestro Señor Jesucristo ha sido una de las más esclarecidas de toda la historia del mundo 794

. Hace solamente un siglo que era su notoriedad [452] universal en la Europa católica, y ningún escritor hubiera imaginado hablar de los «hermanos oscuros de Belén»; porque la sacrílega simpleza de semejante invención era entonces imposible.

3. He aquí por qué: Sabíase en esta época que eran seis los primos hermanos del Salvador, hijos de Cleofás y de la hermana por afinidad de la Santísima Virgen. Cuatro de ellos habían sido llamados al apostolado por el divino Maestro; los otros dos, Josef y Simeón o Simón, no figuraban aun ni entre los Apóstoles ni entre los discípulos. Es notable, en efecto, que no se encuentre su nombre en la lista, por otra parte incompleta, de los setenta y dos discípulos, conservada por San Epifanio y Eusebio de Cesarea. He aquí esta lista: Esteban, Procoro, Nicanor, Timon, Parmenas, Nicolás, Matías, Marcos, Lucas, Justo, Bernabé, Apeles, Rufo, Niger, Sostenes, Cefas 795, Aristión, Juan el Anciano, Andrónico Junias, Lucio de Cirene, Barsabas, Silas y Manahem. Por muy restringida que se halle esta nomenclatura, es evidente que si los dos primos-hermanos del Salvador Josef y Simón, hubieran formado parte, desde entonces, de los setenta y dos discípulos, hubieran ocupado el primer lugar en esta lista. Tenía tal importancia desde los primeros siglos de la Iglesia el título de parientes de Jesús, que siempre se les atribuye. Hegesipo, en el año 40 de nuestra era, los designa como hijos de Cleofás, hermano de San Josef 796. El mismo texto de Hegesipo, inserto por Eusebio de Cesarea en su Historia eclesiástica, es de una autenticidad incontestable. Hegesipo atestigua que la afinidad de Simón con el Salvador fue una de las razones que hicieron elegirle por unanimidad para suceder a Santiago, su hermano, en la silla de Jerusalén. Sobre esto no hay la menor oscuridad en el texto del Evangelio. Cuando nos habla San Juan de los «hermanos de Jesús que no creían en él» y que invitaban al Salvador a acompañarles a Jerusalén, en la peregrinación emprendida en común para la fiesta nacional de los Tabernáculos, emplea exactamente la misma expresión que San Mateo, en una circunstancia análoga 797. Toda la antigüedad cristiana ha sabido el nombre de estos pretendidos hermanos oscuros», como lo sabemos aun en el día 798. [453] Lo menos oscuro de todo esto es la decadencia de los estudios exegéticos en nuestra patria.

4. La incredulidad de Nazareth se había modificado desde el día en que los habitantes de esta ciudad ingrata habían querido precipitar al Salvador de lo alto de sus rocas. Por todas partes repetían los ecos de la Galilea la noticia de los prodigios de salvación y gracia obrados por un compatriota, cuya divina aureola ofendía a su envidia. Ante estos testimonios positivos, en presencia de hechos numerosos, constantes y probados, no era ya posible el escepticismo absoluto. Pero la envidia personal, con su baja y mezquina ruindad, no deja nunca las armas. «Ve a Judea, dicen los Nazarenos al Salvador, para que vean también los discípulos que tienes allí, las obras que haces». Jesús hacía, pues, obras dignas de fijar la atención de la Judea. Así lo confiesan ellos; pero, entonces ¿por qué no son también los primeros en proclamar su augusto carácter? «Ya que haces maravillas, manifiéstate al mundo». ¡Irrisorios y pérfidos consejos del odio! ¡Al paso que afectan un pérfido interés por la gloria y la reputación del Salvador, tienen la audacia de ensayar contra el Verbo encarnado la tentación más vulgar, la del amor propio humano! Envían a Jesús a Jerusalén como un actor a un teatro. Sin embargo, saben que la venganza de los Fariseos y de los doctores de la ley, que la tiranía turbulenta de Herodes Antipas esperan su víctima; ésta es sin duda la odiosa esperanza que disimulan con el lenguaje de la fraternidad. En estos rasgos característicos conocemos la naturaleza decaída en su verdadera fealdad. He aquí los procederes tortuosos de la envidia humana, tales como ha podido observarlos cada uno. Nada de todo esto se parece a la cólera artificial ni a las tempestades imaginarias con que quisiera rodear a Jesús el racionalismo moderno. Desarróllase la acción evangélica en un concurso viviente, sin ninguna exageración romántica, sin calculada reticencia. Los que rodean al Hombre-Dios son hombres, con todas sus flaquezas, sus pasiones, sus intrigas y sus sordas rivalidades. Pero he aquí el milagro. Cincuenta años más adelante, dos de estos «hermanos» de Jesús vivían todavía. «Domiciano les hizo venir a Roma, dice Hegesipo, y les interrogó sobre el advenimiento de Cristo. -¿Sois verdaderamente de la raza de David? les dijo. [454] -Y confesaron qué lo eran. -¿En qué consisten vuestros bienes y vuestra fortuna? -Poseemos cerca de valor de nueve mil denarios 799, respondieron. -No tenemos esta suma en dinero, sino en propiedades rústicas, de extensión de treinta y nueve fanegas 800. Las cultivamos nosotros mismos, sirviéndonos su producto para pagar los impuestos y proveer a nuestra existencia. Hablando así, enseñaban sus manos encallecidas, en las cuales había marcado sus huellas un trabajo incesante. Por fin, Domiciano les habló del Cristo. -¿De qué naturaleza será su reino? preguntó. ¿En dónde debe comenzar? Este imperio no es el imperio de la tierra y de este mundo, respondieron ellos. Es el reino angélico y celestial, que vendrá a la consumación de los siglos, cuando aparezca el Cristo en su gloria para juzgar vivos y muertos, y dar a cada uno según sus obras 801». -La gloriosa confesión de los hijos reparará la incredulidad momentánea de los padres. Nazareth adoró al crucificado del Gólgota, cuya divina aureola había repudiado por un instante.

5. Al negarse a ir a Jerusalén, seguido de la multitud de Galileos que hacían entonces esta peregrinación, Nuestro Señor se reservó partir «cuando hubiera llegado su hora». Hora solemne que marcó el principio del gran periodo de la Redención por la Cruz. Era preciso que Cristo padeciese, que muriese y que resucitase. Este divino: «era preciso» paralelo al que pronunciaba Jesús, algunos días antes, a propósito del escándalo que no debe desaparecer completamente de este mundo, se refiere a toda la economía providencial de la salvación. En la limitada esfera de nuestras miras humanas, tenemos dificultad en comprender estas terribles necesidades; y exclamaríamos gustosos como Pedro: «¡No quiera Dios que padezcas y que mueras!» Seríamos tentados a decir a Jesús, como los judíos en el Gólgota: ¡Desciende de esa infame cruz; rompe los clavos de tus pies y de tus manos; aparece ante la culpable ciudad en la majestad de tu gloria! Y sin embargo, si se hubiera verificado la Redención a fuerza de truenos, si el esplendor del Tabor no hubiera cesado de circundar la persona del Verbo encarnado, [455] hubiera sido suprimida la libertad humana y aniquilada la cooperación individual de la conciencia en la obra de la salvación, este divino privilegio comunicado a las almas por la sangre redentora. Para permanecer por siempre libre de creer o no creer, de adorar o de ultrajar a su Salvador, era preciso que llevase el hombre el abuso de su libertad a este exceso del crimen, cuyo horror se resume enteramente en una sola palabra: ¡Deicidio! Era preciso, por una razón inversa que se entregara a sí mismo Jesucristo, a la hora que hubiera escogido, como el Isaías del Nuevo Testamento, disponiendo su holocausto, llevando la leña del sacrificio; pero esta vez, deteniendo el brazo de los Ángeles, dispuesto a herir a sus ciegos verdugos.

6. «Jesús volvió a Jerusalén, después de partir sus hermanos, dice el Evangelio, pero evitando las manifestaciones exteriores, y como en secreto. Atravesando la Samaria 802 al entrar un día en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales, parándose a lo lejos, levantaron la voz, diciendo: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros. Luego que Jesús los vio, les dijo: Id, y mostraos a los sacerdotes; y cuando iban, quedaron curados de la lepra. Uno de ellos, apenas echó de ver que estaba limpio de la lepra, volvió atrás, glorificando a Dios a grandes voces, y se postró a los pies de Jesús, pecho por tierra, dándole gracias, y éste era Samaritano. Jesús dijo entonces: ¿Por ventura, no fueron curados todos diez? ¿Dónde están, pues, los otros nueve? Ninguno ha vuelto a dar gloria a Dios, sino este extranjero. Después le dijo: Levántate y vete, porque tu fe, te ha salvado 803».

7. Todavía se encuentran en Palestina leprosos viajando por bandas y asociando su miseria común para librarse del suplicio del aislamiento, no menos terrible que su misma enfermedad 804. [456] La lepra ha sobrevivido a todos los progresos modernos; evádese del arte de nuestros médicos y desconcierta los esfuerzos de la ciencia. La curación de los diez leprosos de Samaria ofrece la particularidad característica de obrarse el prodigio de lejos, cuando no puede el divino Maestro obrar con la voz ni con el ademán ni con la mirada sobre los desgraciados que han implorado su auxilio. «Id, les dice, y mostraos a los sacerdotes». Tal es la palabra que debía salvar al género humano, este leproso secular a quien debían anunciar la buena nueva los sacerdotes de Jesucristo. Cuando recorran la tierra los Apóstoles para predicar en ella el nombre de Jesús, habrá desaparecido el divino Maestro en los esplendores de su gloriosa Ascensión. Su adorable persona no será ya visible a nuestras miradas mortales. Será por tanto, necesario, bajo pena de incurrir en la condenación eterna «mostrarse a los sacerdotes». La docilidad del mundo, en despecho de pasiones rebeldes y de preocupaciones hostiles, será el milagro permanente de la Iglesia, así como la docilidad de los diez leprosos constituye por sí sola un prodigio manifiesto. Todavía no están curados; continúa siendo devorada su carne por esas implacables úlceras que penetran hasta la médula de los huesos, y no obstante, no vacilan a la palabra del Señor. Sin dilación, sin tergiversación alguna, de unánime concierto, toman el camino de Jerusalén para ir a hacer consignar por los sacerdotes de Moisés, una curación que aún no se ha realizado, pero de la que no dudan un instante. Les ha hablado Jesús, y esto basta a su fe. Ensaye aquí el racionalismo la aplicación de sus teorías de curación por medio de la vista o del contacto de una persona predilecta. Sobre todo, que diga como, si no hubiera obrado jamás Nuestro Señor milagros, hubieran podido los leprosos creer súbitamente en la eficacia de una simple palabra, cuyo resultado no aparecía todavía. Diez leprosos a quienes manda Nuestro Señor que vayan a mostrarse a los sacerdotes de Jerusalén, van allí con toda confianza. Luego sabían de ciencia cierta, que Jesucristo obraba prodigios. Su fe manda a la nuestra, y su docilidad, en esta circunstancia, explica aquella cuyo magnífico espectáculo nos dará en breve el universo. En el camino desaparece su lepra, admirándoles tan poco este fenómeno, que sólo uno vuelve atrás, para dar gracias al médico celestial. Los demás continúan su camino; pero el Samaritano curado olvida las fiestas de Jerusalén, y la alegría que le espera en [457] una rehabilitación oficial, en que su familia, sus hijos, su anciano padre y su madre, van tal vez a serle devueltos. El reconocimiento vence en su corazón todos los demás sentimientos. Acorre a Jesús, y se postra a sus pies, cubriéndolos de besos y lágrimas. El Evangelio nos ofrece a cada página ejemplos de esta postración de los hombres ante el Verbo encarnado. Hay, pues, en el mundo una majestad visible que representa a nuestros ojos la invisible majestad de Jesucristo. El sucesor de San Pedro es el Vicario del Hombre Dios. He aquí por qué nos postramos nosotros a sus pies besándolos con amor. ¡Idolatría! dicen nuestros hermanos disidentes. ¿Era, pues, idólatra el Samaritano del Evangelio? ¿Magdalena la pecadora, cuyo amor ardiente mereció el elogio del Salvador, era acaso idólatra? ¿Y no se ve que para nosotros, leprosos purificados con la sangre del Cordero, pecadores agraciados por la inefable misericordia de Jesucristo, es una alegría más bien que un derecho o un deber postrarnos ante su representante en la tierra y ofrecer a su Vicario en el mundo los homenajes con que quisiéramos circundarle a él mismo, si nos fuese dado contemplarle con nuestros ojos y tocarle con nuestras manos? Cesemos, pues, de medir, a proporción del orgullo humano, los respetos con que conviene rodear al Dios de la Eucaristía y a su augusto representante. ¡Cuántas veces, ante los tabernáculos donde reposa Jesucristo no hemos gemido sobre la lamentable obstinación con que el Jansenismo, este hermano mayor del Protestantismo, pretendía regatear al Hijo de Dios el honor que le tributaban el leproso de Samaria o el endemoniado de Gadará, con indecible dicha, en las riberas del lago de Tiberiades o en los caminos polvorosos de Siquem! ¡Creer que se baila Jesucristo real y sustancialmente presente en la Eucaristía, y rehusar doblar la rodilla ante el tabernáculo de este Dios oculto, he aquí uno de los fenómenos de aberración que sólo puede producir el infierno, y que debe colmar de alegría el corazón de Satanás!




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § VI. La Transfiguración