DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § IV. Jueves Santo



Capítulo XI

Pasión

§ I. EL SUDOR DE SANGRE.

1. La agonía y el sudor de sangre. -2. Divinidad de Jesús. -3. Una palabra de Bossuet sobre la agonía del Salvador.

§ II. EL BESO DE JUDAS ISCARIOTE.

4. Judas en el huerto de Gethsemaní. -5. Ensayo de rehabilitación de Judas y fiel Sanhedrín por el racionalismo. -6. Refutación. -7. Papel de Judas Iscariote en el arresto de Jesús.

§ III. ANÁS Y CAIFÁS.

9. Arresto de Jesús. El joven discípulo. -9. Jesús ante Anás. Primera reunión de los Sacerdotes y de los Ancianos en casa de Caifás. -10. La sentencia de Caifás y el racionalismo moderno. -11. Las tres negaciones de San Pedro.

§ IV. PONCIO PILATOS

12. Segunda reunión del Sanhedrín en casa de Caifás. Es conducido Jesús al pretorio de Pilatos. -13. Suicidio de Judas Iscariote. -14. Las turbas ante el pretorio de Pilatos. -15. Primer interrogatorio de Jesús por Poncio Pilatos. -16. Jesús ante Herodes. -17. Barrabás. -18. Claudia Prócula, mujer de Poncio Pilatos. Flagelación. Ecce Homo. -19. Último interrogatorio de Jesús por Poncio Pilatos. -20. Pilatos se lava las manos y pronuncia la sentencia de muerte.

§ V. VÍA CRUCIS.

21. Primeras estaciones de la Vía Dolorosa.

§ VI. LA CRUZ DEL GÓLGOTHA.

22. La crucifixión. -23. Las siete palabras de Jesús en la cruz. La muerte. -24. Prodigios acaecidos en la muerte de Jesús. -25. Confirmación de la narración Evangélica por la historia profana.

§ VII. EL SEPULCRO. LA SEPULTURA.

26 El Crurifragium. -La herida del Corazón de Jesús. -27. La sepultura por Josef de Arimatea y Nicodemo. -28. El sello de los Pontífices en el sepulcro de Jesús.





§ I. El sudor de sangre

1. «Jesús se fue según costumbre, dice el Evangelio, hacia el monte de los Olivos, Seguíanle los once Apóstoles. En esto llegaron [644] a la granja de Getsemaní 1051, donde había un huerto perfectamente conocido del traidor Judas, porque el Señor solía retirarse muchas veces a él con sus discípulos. Jesús entró, pues, en él, y dijo a los Apóstoles. Sentaos aquí mientras yo voy más allá y hago oración. Orad vosotros también para no caer en tentación. Y llevándose consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a entristecerse y a angustiarse; y les dijo entonces: Mi alma está en una tristeza mortal: aguardad aquí, y velad conmigo. Y apartándose de ellos como la distancia de un tiro de piedra, hincadas las rodillas, hacía oración y decía: ¡Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz; no obstante, hágase tu voluntad y no la mía! En esto se le apareció un ángel del cielo confortándole. Y Jesús, postrándose en tierra, caído sobre su rostro, cayó en una verdadera agonía, y oraba con mayor intensión: Abba, ¡Padre mío! decía, todas las cosas te son posibles; aparta de mí este cáliz, quítame esta copa de amargura, mas no sea lo que yo quiero, sino lo que tú. -Y en aquel momento fue cubierto de un sudor como de gotas de sangre que caía hasta el suelo. Y levantándose de la oración, y viniendo a sus discípulos, hallolos dormidos por causa de la tristeza. Y díjoles: ¿Por qué dormís? ¡Levantaos y orad para no caer en tentación; que si bien el espíritu es esforzado, más la carne es flaca! Y dirigiéndose a Pedro, le dijo: Simón, ¿duermes? ¡Es posible que no hayas podido velar una hora conmigo! Volviose de nuevo por segunda vez, y oró diciendo: ¡Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. -Volviendo después a sus discípulos, encontrolos dormidos, porque sus ojos estaban cargados de sueño, y no sabían qué responderle. Y dejándolos, se retiró aun a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. En seguida volvió a sus discípulos, y les dijo: Dormid ahora y descansad: he aquí que llegó [645] ya la hora, y el Hijo del hombre va luego a ser entregado en manos de los pecadores 1052».

2. Tertuliano, Orígenes, San Epifanio, primeros apologistas del dogma cristiano, invocaban esta página del Evangelio para convencer a los discípulos de Marcion de que Jesucristo era realmente un hombre, y que la Divinidad no había absorbido en su augusta persona el elemento humano. El apologista actual debe retorcer la tesis, y probar a nuestros sofistas modernos que la agonía del Salvador en Getsemaní, es la de un Dios. ¡Un sudor de sangre! ¿Cuántas veces se ha declarado este fenómeno completamente imposible, en nombre de la ciencia fisiológica? Pero en el día, numerosos ejemplos, patentes y auténticos, han venido a probar que en ciertos casos de terror extremo, de angustias terribles y de peligro inminente, contrayéndose el corazón, sacude con violencia la sangre hasta las arterias capilares, de donde trasuda por los poros, y se forma sangre y aparece en la piel en gotillas semejantes a las de una traspiración ordinaria. El racionalismo no niega, pues, como físicamente imposible, el sudor de sangre del Hijo del hombre. Pero se detiene ante esta suprema manifestación «de terror, de disgusto, de tristeza y de angustia», y exclama: ¿Es esto un Dios? ¡Un Dios que teme; un Dios que tiembla; un Dios que lucha con la agonía de una debilidad inefable, en presencia de la muerte! ¿No es humano todo en los terrores, la turbación y la amargura del huerto de los Olivos? -¿Pero debe contestarse verdaderamente a estas argucias? ¡En lugar de hundir la frente en el polvo regado con la sangre redentora; en vez de llorar el peso de los pecados y de las culpas de la naturaleza humana, bajo cuyo peso gemía la víctima inocente, debemos probar a este siglo incrédulo que es Dios el Jesús de Getsemaní! Pues bien, sí, hasta este exceso de amor ha llevado el Hombre Dios su ternura para con nosotros. ¿Cómo no se ve desde luego y de una sola mirada, que el padecimiento lleva aquí eminentemente el carácter de la divinidad? Entre los mortales no es ni puede ser la agonía un fenómeno producido voluntariamente y cuya hora puedan fijar por sí mismos. Cuando llegue a cada uno de nosotros, la sufriremos después de una larga y dolorosa enfermedad; impondrásenos como la precursora de la muerte, sin dejarnos la [646] facultad de retardarla, ni la fuerza de vencerla. Pero Jesús elige espontáneamente la hora de su agonía. La llama a sí, lleno de salud, de juventud y de vigor. Quiere beberla, como un cáliz cada una de cuyas gotas envenenará sus labios. Nosotros tememos anticipadamente esta hora formidable, y cuando llega, es tal nuestra debilidad, que ni aun podemos comprenderla. Jesucristo, el Dios, hecho hombre mide hasta el fondo todos los dolores de la humanidad. Sale del Cenáculo, y lleno de vida, sondea los misteriosos espantos de la muerte. ¡Cuán terrible es esta hija del pecado, producida bajo el árbol del Paraíso terrenal, y luchando con el nuevo Adán en el jardín de Getsemaní! Jesús la verá de más cerca sobre la cruz; pero como es Dios, morirá en toda su fuerza, lanzando «un gran grito». Asimismo, porque es Dios, elige la hora de su agonía, la adelanta a su voluntad, y la interrumpe tres veces para ir a ver a sus Apóstoles. Hase derramado su sangre en un trasudor que moja la tierra; y no han perdido sus miembros nada de su elasticidad, de su flexibilidad y de su energía. Racionalistas ¿os parece esto enteramente natural? ¿Qué capacidad de fe no supone vuestra incredulidad? Si es en alguna parte el milagro visible, manifiesto y palpable, indudablemente es en el huerto de Getsemaní. Los Apóstoles, a pesar de tantas predicciones, creen tan poco en el peligro, que se duermen. Solo Jesucristo vela y hace oración, esperando al traidor. El Hombre Dios, que lo sabe todo, que lo revela todo y que lee al través de las tinieblas de la noche, como en los pliegues más ocultos del corazón, sigue todos los movimientos de la gente que va en busca suya; ve venir al traidor Judas; cuenta cada uno de sus pasos por el camino, y espera! Pero si hubiera sido Jesús un hombre débil, tímido y cobarde como os atrevéis a creer, ¿hubiera esperado acaso? De sus doce defensores, uno le ha vendido, los demás duermen, ¡y no huye Jesús! ¿Quién le retiene, pues? Protégele la oscuridad. Sus enemigos se han visto obligados a encender linternas y hachas. Esta circunstancia se presta indudablemente a una evasión. Podrá ocultarse fácilmente en la sombra de los olivos que cubren la montaña, y protegen contra toda clase de pesquisas. A la otra vertiente está el «Desierto de Jericó». Nadie podrá encontrarle en esta soledad. Al día siguiente será la víspera de la Pascua, y ocupados los Judíos con la inmolación del Cordero místico, no podrán continuar persiguiéndole, de suerte que el fugitivo tendrá durante los [647] ocho días de la fiesta, tiempo suficiente para ganar la Galilea, cruzar el lago de Tiberiades, e ir, si le place, a pedir al rey de Edessa el asilo que ha poco le ofrecía. Y no obstante, ¡no huye Jesús! Hace oración durante una hora; suda sangre; padece agonía, ¡pero no huye! ¿Dónde se ve al hombre en todo esto? ¿Creéis por acaso, que después de diez y nueve siglos, durante los cuales no ha cesado Jesús de ser adorado como Dios, no se haya reflexionado en cada una de estas circunstancias? Antes de postrarse ante el Hijo del hombre, era Tertuliano idólatra, Epifanio judío, Agustín discípulo de Manés. Sabían lo que es el hombre estos grandes genios, y adoraron como nosotros cual. Dios suyo al agonizante de Getsemaní.

3. «¡Cuán infinitamente diferente fue esta agonía, dice Bossuet, de la que vemos en los demás hombres! En la del hombre una alma que se esfuerza en no separarse del cuerpo, y que es arrancada de él violentamente; y en ésta una alma pronta a salir del cuerpo y que es retenida en él por una autoridad. El alma combate en los moribundos para no dejar esta carne que ella ama, cuando ha ganado ya la muerte los extremos, se retira la vida a lo interior; impulsada por todas partes, se atrinchera, en fin, en el corazón, y allí se sostiene y se defiende, y lucha con la muerte, que la arroja al fin con un golpe final. Y he aquí, que por lo contrario, en nuestro Salvador, habiéndose turbado la armonía del cuerpo, y desconcertádose todo orden, y relajádose todo vigor hasta, perder ríos de sangre, se detiene el alma por una orden expresa y por una fuerza superior. ¡Vivid, pues, oh pobre Jesús! ¡Vivid para otros tormentos que os esperan! ¡Reservad algo de vida a los Judíos que se avanzan y al traidor Judas que marcha a su cabeza! ¡Basta con haber mostrado a los pecadores que era suficiente sólo el pecado para daros el último golpe mortal 1053!»

4. «Aún no había acabado de hablar Jesús, continúa el Evangelista, cuando llegó Judas, uno de los doce, seguido de una cohorte y de varios ministros, y de gran multitud de gentes armadas con palos y con linternas y hachas, que venían enviadas por los Príncipes de los sacerdotes, por los Escribas y Ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta seña: Aquel a quien yo besare, ése es; prendedle y conducidle con cautela. Judas iba, pues, delante de esta escolta, y acercándose a Jesús, le dijo: Dios te guarde, [648] Maestro. Y le besó. Díjole Jesús: ¡Oh amigo! ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre? Jesús, que sabía todas las cosas que iban a sobrevenir, salió al encuentro de los satélites y les dijo: ¿A quién buscáis? Respondieron. A Jesús Nazareno. -Yo soy, dijo Jesús. -Apenas hubo pronunciado estas palabras, retrocedieron todos y cayeron en tierra sobre su rostro. Jesús les preguntó por segunda vez. ¿A quién buscáis? Y ellos respondieron: A Jesús Nazareno. Replicó Jesús: Ya os he dicho que yo soy. -Y señalando a los Apóstoles, añadió: Ahora bien, si me buscáis a mí, dejad ir a éstos en libertad. Para que se cumpliese la palabra que había dicho: ¡Oh Padre! ninguno he perdido de los que tú me diste 1054». Entonces ellos le echaron las manos y le aseguraron. Y los Apóstoles que le rodeaban, le dijeron: «Señor ¿heriremos a estos hombres con la espada? Simón Pedro, sin esperar la respuesta, desenvainando la espada, hirió a un criado del Sumo Sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Maleo (Malek, «Rey».) Deteneos, dijo Jesús a los Apóstoles. -Después, dirigiéndose a Pedro, le dijo: Vuelve tu espada a la vaina, porque todos los que se sirviesen de la espada (por su propia autoridad) a espada morirán. ¿He de dejar yo de beber el cáliz que me ha dado mi Padre? ¿Piensas acaso que no puedo rogar a mi Padre, y pondrá en el momento a mi disposición más de doce legiones de Ángeles? Mas entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales conviene que suceda así? En seguida dijo a aquella multitud, entre la que se hallaban los príncipes de los Sacerdotes, los ministros del Templo y los Ancianos: ¡Habéis salido con espadas y con palos a prenderme, como si fuerais en busca de un ladrón! Cada día estaba sentado entre vosotros, enseñando al pueblo en el Templo, y nunca me prendisteis. Mas ésta es la hora vuestra y el poder de las tinieblas. Y todo esto ha sucedido así para que se cumplan las palabras de los Profetas 1055».

5. La narración Evangélica pasa en silencio, con inefable misericordia, todos los pasos de Judas Iscariote, desde que salió del Cenáculo, a las nueve de la noche, hasta su llegada al huerto de los Olivos, hacia la media noche. El velo de una caridad silenciosa se extiende sobre el traidor, y cubre todos los pormenores de la [649] traición. Así se muestra la mano que ha escrito el Evangelio fiel al Dios que dejó caer una sentencia de perdón sobre los verdugos. Nuestros modernos literatos no sospechan siquiera la divina delicadeza del texto sagrado. Sólo llama su atención en todo esto «el odio particular que demuestra Juan contra Judas, y el celo con que los antiguos amigos del traidor divulgan por el mundo el rumor de su infamia 1056». ¡Tales son las alturas a que se eleva la inteligencia del racionalismo contemporáneo! Con tan feliz comprensión histórica, resume la escena del arresto del Salvador en estos términos. «A todas estas medidas presidió un gran sentimiento de orden y de policía conservadora. Tratábase de evitar un escándalo. Como la fiesta de Pascua, que comenzaba este año en la noche del viernes, daba ocasión a grande aglomeración de gente y a la exaltación de los ánimos, se resolvió adelantar el día del arresto, pues Jesús tenía mucha popularidad, y se temió una sedición. Fijose, pues, el arresto para el jueves, resolviéndose también no apoderarse de Jesús en el Templo, a donde iba todos los días, sino espiar sus hábitos para prenderle en algún sitio secreto. Los agentes de los sacerdotes sondearon a los discípulos, esperando obtener de su debilidad o sencillez noticias útiles, y hallaron lo que buscaban en Judas de Kerioth. Este desgraciado por motivos que es imposible explicar, vendió a su maestro, dio todas las noticias necesarias, y se encargó él mismo (aunque tal extremo de depravación sea apenas creíble) a guiar la partida que debía verificar el arresto. La memoria de horror que la necesidad o la ruindad de este hombre dejó en la tradición cristiana, debió ser causa de que se introdujera en esto alguna exageración 1057, Judas, por un contratiempo común en las funciones activas de cajero, prefirió acrecentar los intereses de la caja, con perjuicio de la obra misma a que estaba destinada, y el administrador mató al Apóstol. Creemos, pues, que son algún tanto injustas las maldiciones con que se lo abruma 1058. La marcha que resolvieron seguir los sacerdotes era muy conforme al derecho establecido. La emboscada judicial formaba parte esencial entre los Judíos de la instrucción criminal 1059».

6. Perdónesenos esta larga cita; pero la piadosa Verónica no hizo distinción alguna entre las salivas que cubrirán en breve la adorable [650] faz del divino Maestro, en el Pretorio de Caifás, sino que las enjugó todas, puesto que las había sufrido todas el Salvador. Ésta del racionalismo moderno, la saliva de la última hora y todas cuantas la seguirán hasta la consumación de los siglos, estaba anticipadamente comprendida en el beso de Judas. ¡Qué! Jesús, «ese gigante sombrío, que despreciaba los sanos límites de la naturaleza 1060, como dicen nuestros racionalistas, y cuya extrema elevación rechazaba todo enternecimiento personal 1061», era en el hábito de la vida, un maestro que se dejaba besar por sus discípulos. El traidor Judas se felicitó de hallar a tan poca costa, una señal que comprendiera el populacho. Parece que los Rabí de Israel no se prestaban ya en su tiempo, a esta tierna familiaridad, más que se prestaría hoy un profesor de hebreo del colegio de Francia. Pero Jesús no era ni de la generación de los Escribas, ni de la raza de los Doctores oficiales. Era el amor divino, encarnado para la salvación del mundo. ¡Oh, Jesús! ¡Víctima sagrada! ¡En efecto presidió una gran medida de policía conservadora al arresto que os habéis dignado sufrir! Tal fue el decreto eterno de la conservación del género humano, dado en los consejos de la augusta Trinidad. Pero los Príncipes de los Sacerdotes que ordenaron el arresto del Hijo del Hombre, violaban la ley de Moisés y todas las leyes conocidas. En ninguna parte la justicia humana, que tiene conciencia de sí misma, ejecuta los arrestos en la sombra de la noche. Jamás, y entre los Judíos menos que en ninguna otra nación, podía un juez delegar su mandato a un vil denunciador. ¿Era Judas Iscariote, bajo título alguno un agente público? Por último, ¿qué puede tener de común con la justicia, esa turba armada de espadas y palos? Y ¡ha habido atrevimiento de escribir en un siglo que rebosa en formalismo: «A todas las medidas de arresto presidió un gran sentimiento de orden y de policía conservadora!» ¡Oh, Dios! ¡perdonadles, porque no saben lo que dicen! ¿No les defiende lo suficiente su ignorancia, cuando añaden estas palabras: «Como la fiesta de Pascua que comenzaba aquel año en viernes, daba ocasión a una grande aglomeración de gente y a exaltación en los ánimos, se resolvió adelantar el día del arresto, pues gozando Jesús de popularidad, se temió una sedición: así, pues, se fijó para el arresto el jueves?» Desde que se lee y [651] medita el Evangelio, es decir, durante mil ochocientos años, no se ha imaginado nada tal completamente falto de sentido sobre este grave asunto. La reflexión de nuestros literatos sería a lo más aceptable, si se tratase de una fiesta en las cercanías de París, en Nanterre o en Saint-Cloud; porque en efecto, en estas poblaciones no comienza el movimiento de aglomeración, y de exaltación hasta el día mismo de la fiesta, no embarazando en lo más mínimo a la policía de estas pacíficas poblaciones el gentío en la víspera ni en la antevíspera, y pudiéndose proceder en estos días, sin comprometer la tranquilidad pública, a un arresto legal. Pero en Jerusalén era la aglomeración de gente tan grande la víspera de Pascua como el día mismo de la festividad. Ya hemos visto que los peregrinos llegaban durante la semana anterior a verificar en su persona las purificaciones preliminares. Acudiendo de todas las sinagogas del mundo, era inmensa la multitud. Pues bien, la víspera de Pascua, el día de la Preparación, Parasceve, esta innumerable multitud que había podido acamparse hasta entonces fuera de la Ciudad Santa, se veía obligada desde la mañana a inmolar el Cordero en el interior de las murallas, después de haber empleado toda la noche en comprar, en las tiendas de los mercaderes que había abiertas, los objetos necesarios para mantenerse durante el grande e inviolable reposo que iba a seguir. Así, pues, se verificó el arresto del Salvador, precisamente en el momento en que reinaban en Jerusalén la mayor «aglomeración de gente» y la mayor «exaltación». ¡He aquí los milagros de ciencia exegética, cuya increíble exhibición no teme ofrecer a la Europa el racionalismo francés! Ha largo tiempo, que para honra de la verdadera ciencia, han notado todos los intérpretes la inconsecuencia del Sanhedrín, en las medidas en que tan cándidamente admiran nuestros literatos del día «un gran sentimiento de orden y de policía conservadora». Los Príncipes de los Sacerdotes, en un conciliábulo precedente, «buscaban los medios de apoderarse de Jesús por dolo, y de matarle 1062». Esta deliberación [652] no sirvió más que para demostrar su cobardía e impotencia. «¡Temían al pueblo y decían: Que no sea durante la solemnidad 1063, no sea que el pueblo se subleve!» En su terror, lejos de tratar de «adelantar» el arresto, pensaban en retrasarlo, para después de la semana de Pascua, cuando comenzaran a alejarse de Jerusalén las caravanas de los peregrinos. «Pero, dice Cornelio a Lapide, resumiendo con una sola palabra la enseñanza de los Padres y la exégesis de todos los siglos, el Consejo de Dios había decretado que muriese Cristo durante la Pascua, para que el tipo divino, la víctima augusta de que era figura el Cordero pascual, fuese inmolada en el día de la verdadera liberación del mundo de que eran símbolos la Pascua y la libertad de Israel 1064». El Nuevo Testamento se fundaba en la sangre del Testamento Antiguo. La historia entera se concentraba en torno de la cruz redentora.

7. Así, la policía conservadora del Sanhedrín no tuvo ni aun el ignoble valor de fijar el día en que había de satisfacer su odio. Quería retardarlo, y se adelantó; temía «la aglomeración de gente y la exaltación» de la solemnidad Pascual, y fue obligada a sufrirlas. En cuanto aparece Judas, es él quien se apodera del papel principal; el terror del Gran Consejo se esconde en el manto del traidor. Judas ha oído al Salvador decir a los Judíos: «Yo me voy, y vosotros no podéis seguirme. Dentro de poco tiempo, ya no me veréis más». «Se halló presente cuando mandó Jesús a Pedro y a Juan que anticiparan la hora de la preparación de la Cena, «porque su tiempo estaba cerca». Oyó esta otra significativa exclamación: «He deseado ardientemente comer con vosotros esta última Pascua. En verdad os digo, que ya no la celebraré con vosotros sino en el reino de Dios». Judas temió que se le escapara su víctima, y que inmediatamente después de la comida del Cenáculo, dejara definitivamente a Jerusalén: en tal caso fracasaría el complot urdido por el traidor. He aquí por qué se avanzó la hora del crimen. El Iscariote corrió a encontrar a los Príncipes de los Sacerdotes, a los Fariseos que le habían prometido el precio de la sangre. El Evangelio pasa en silencio lo que les dijo en esta postrer entrevista; pero nos es fácil conjeturarlo. [653] Jesús acaba de celebrar la Pascua. Hace dos días que no ha entrado en Jerusalén. Sin duda va a alejarse aún con sus Apóstoles, en cuanto haya cumplido el rito solemne de la Ley. ¿Dónde volver a encontrarle o apoderarse de él después de su partida? Es, pues, preciso aprovecharse de esta circunstancia suprema; darse prisa, porque si no, se perderá la ocasión para siempre. Tal debió ser el lenguaje de Judas. Requiérese al punto a algunos soldados romanos, puestos a disposición del Gran Sacerdote por el Gobernador Pilatos para conservar el orden, en medio de tantos extranjeros. Únenseles los criados de los Pontífices, los satélites del Gran Concejo, y esa horda innominada que se halla en todas las grandes aglomeraciones al servicio de quien quiera alquilarla. ¿Cuál será al día siguiente la actitud del verdadero pueblo de Jerusalén, en vista de este atentado? Nadie puede preverlo; pero no hay tiempo para pensar en ello. Va a escapárseles la víctima a sus verdugos: el tiempo urge. Es preciso precipitarse en su busca. Los Escribas y los Ancianos tienen toda la noche para concertar el medio de asegurar su venganza, preparar la opinión popular, y en caso necesario, hacer recaer sobre Pilatos la responsabilidad del hecho que ejecutan. Pero es necesario apoderarse del fugitivo. Enciéndense linternas y hachas; ármanse de espadas, de palos, y de cuanto les viene a la mano; y corre esta ignoble multitud, guiada por un traidor, en persecución del Dios que la espera. He aquí los «grandes sentimientos de orden y de policía conservadora», que saluda la admiración retrospectiva de nuestros literatos! He aquí lo que ha mancillado la execración de los siglos con el nombre de «beso de Judas».





§ II. Anás y Caifás

8. «La cohorte, el tribuno que la mandaba y los satélites Judíos, continúa el Evangelio, prendieron a Jesús y le ataron. Entonces todos los Apóstoles, abandonándole, huyeron. Pero cierto mancebo le iba siguiendo, envuelto solamente con una sábana o lienzo sobre sus carnes, y los soldados lo cogieron; mas él soltando la sábana, huyó desnudo, y se escapó de ellos 1065». Dispertado tal vez por el ruido de la multitud, dice el doctor Sepp, este joven discípulo, al [654] saber el objeto de la expedición nocturna, había dejado la cama en que dormía, cubriéndose apresuradamente con el lienzo que protegía su sueño y que los Árabes llaman aún en el día heik. Como San Marcos es el único Evangelista que refiere esta circunstancia, han deducido los Padres de la Iglesia que es él mismo el joven de quien hace mención. Y en efecto, la madre de Marcos tenía en este arrabal de Jerusalén una casa en que vivía con su hijo y donde se reunieron los Apóstoles y los discípulos, después de la muerte del Salvador 1066. «Como quiera que sea, la tentativa de los soldados para apoderarse de este joven, prueba que les habían mandado los Sacerdotes prender a los Apóstoles. Los Evangelistas ni siquiera se cuidan de mencionar esta circunstancia que atenuaría su fuga. San Marcos escribe, dictándole Pedro: «Entonces le abandonaron todos los discípulos y huyeron», sin tomarse cuidado alguno de atenuar a los ojos del universo, con una palabra explicatoria, este acto de cobardía. ¿Conoce el racionalismo muchos ejemplos de un sentimiento semejante de impersonalidad entre los escritores?

9. «Atado Jesús por los soldados, continúa el sagrado texto, fue conducido primeramente a casa de Anás, porque era suegro de Caifás, que era Sumo Pontífice aquel año. Anás dio orden de llevarle a casa de su yerno Caifás, donde estaban congregados todos los Sacerdotes, los Escribas y los Ancianos. Iban siguiendo de lejos a Jesús Pedro y Juan 1067, el cual era conocido del Pontífice, y así pudo entrar con Jesús en el atrio; pero Pedro tuvo que quedarse fuera, mas Juan salió a la puerta y habló a la portera, que franqueó a Pedro la entrada al patio del Gran Sacerdote. Los criados y ministros estaban allí a la lumbre, porque hacía frío, y Pedro asimismo estaba con ellos, calentándose. Entre tanto el Pontífice se puso a interrogar a Jesús sobre sus discípulos y doctrina. A lo que respondió Jesús: Yo he predicado públicamente delante de todo el mundo; he enseñado constantemente en las Sinagogas y en el Templo a donde concurren todos los Judíos, y no he pronunciado una sola palabra de enseñanza en secreto. ¿Para qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído lo que yo les he enseñado, pues ésos saben las cosas que yo les he dicho. Y habiendo Jesús dicho esto, uno de los ministros asistentes dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así respondes [655] tú al Pontífice? Díjole Jesús. Si he hablado mal, manifiesta lo malo que he dicho; pero si bien, ¿por qué me hieres? -Los príncipes de los sacerdotes y todos los miembros del Consejo andaban buscando algún falso testimonio contra Jesús para condenarle a muerte, pero no le hallaban aunque se presentaron muchos falsos testigos, pues se contradecían los falsos testimonios. Por último aparecieron dos falsos testigos; el primero declaró en estos términos. Le hemos oído decir: Yo puedo destruir el Templo de Dios y reedificarlo en tres días. El segundo habló así: Nosotros le hemos oído decir: Yo destruiré este Templo hecho de mano de los hombres, y en tres días fabricaré otro sin obra de mano alguna. -Mas estos dos testimonios no estaban acordes entre sí. Entonces el Sumo Sacerdote, levantándose en medio de la asamblea, interrogó a Jesús diciéndole: ¿No respondes nada a estos cargos? Mas Jesús callaba y nada respondió. Interrogole nuevamente el Sumo Sacerdote, y le dijo: ¡Yo te conjuro en nombre de Dios vivo, que nos digas si eres el Cristo, hijo de Dios! -Respondiole Jesús: Tú lo has dicho, yo soy, y aun declaro, que veréis después a este Hijo del hombre sentado a la derecha de la majestad de Dios venir sobre las nubes del cielo. -A estas palabras, el Gran Sacerdote desgarró sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¡Vosotros mismos acabáis de oír la blasfemia que han pronunciado sus labios! ¿Qué os parece? A lo que respondieron ellos: ¡Reo es de muerte! -Luego empezaron los criados a escupirle en la cara y a maltratarle a puñadas, y otros, después de haberle vendado los ojos, le daban bofetadas, diciendo: ¡Cristo, profetízanos, adivina quién te ha herido! Y repetían otros muchos dicterios, blasfemando contra él 1068».

10. «¡He aquí el gran sentimiento de orden y de policía conservadora que presidió a todas las medidas!» En vano se busca sombra de justicia alguna en este hipócrita aparato del tribunal en que son violadas injuriosamente todas las prescripciones del código judío y todas las nociones de la jurisprudencia general. ¿Por qué este primer descanso de la vía dolorosa en casa de Anás? ¿Con qué derecho se hace llevar la augusta víctima ese suegro del Gran Sacerdote que había pagado a los Romanos para transmitir a su yerno Caifás la púrpura de Aarón? El texto del Evangelio dice más, en su divina [656] sencillez que todos los comentarios. Lleváronle a casa de Anás, porque Anás era suegro de Caifás». ¡Motivo singular para hacer comparecer ante él a un acusado! La ley mosaica no era más que un negocio de familia, y el proceso de Jesús comienza por una irrisión. Pero era preciso dar tiempo a los Escribas, para que reunieran sus famosos testigos en el palacio del Gran Sacerdote. La casa de Anás estaba situada en la montaña de Sión, a la entrada de la ciudad, a una milla del huerto de Getsemaní. Para llegar a ella, tuvo que bajar Nuestro Señor al valle de Josafat; atravesar el Cedron 1069, en frente del sepulcro de Absalón; subir la colina del Templo, y penetrar en la ciudad por la puerta Sterquilina. Habían trascurrido cuatro días desde su entrada triunfal, y apenas habían podido marchitarse las palmas con que se había alfombrado el camino. Al hosanna del pueblo habían sucedido los gritos de muerte de una horda infame. Sin embargo, era siempre un rey el que entraba en Jerusalén, sin que disminuyeran su poder las esposas con que se habían cargado sus manos. ¡Qué rayo de majestad divina brilla súbitamente, en el tribunal de Caifás! «Yo soy el Cristo, Hijo de Dios vivo. ¡Me veréis un día sentado a la derecha de Jehovah, descender en las nubes del cielo!» He aquí el rayo que surca las tinieblas de esta horrible noche, retumbando en la conciencia de los mismos jueces. Ha poco escribía un literato: «Jamás tuvo Jesús la idea de presentarse a los Judíos como Dios. Su mal humor contra el Templo, que había detestado siempre, le inspiró una imprudente palabra que figuró entre los considerandos de su sentencia de muerte». ¿Ha leído realmente el Evangelio el literato que usa este lenguaje? La «imprudente palabra contra el Templo» no figura «en los considerandos de la sentencia de muerte». Jesús había dicho a los Judíos: «Destruid el Templo, y yo lo reedificaré en tres días.» Y añade el Evangelista: «Jesús quería hablar del Templo de su cuerpo 1070.» Falsos testigos tratan de desnaturalizar esta palabra. El [657] uno la disfraza en estos términos: «Yo arruinaré el Templo.» Jesús no había pronunciado esta afirmación amenazadora, sino que había dicho hipotéticamente: «Destruid este Templo.» Llega después el segundo testigo, y su declaración manifiesta claramente que el Salvador hablaba de otro Templo distinto del de Jerusalén, puesto que había dicho: «Reedificaré otro que no será obra de mano del hombre. 1071» Esta doble declaración falaz y contradictoria, fue desechada. El Evangelio lo dice en términos formales: Non erat conveniens testimonium illorum. Caifás proclama un instante después su nulidad: ¿Quid adhuc egemus testibus? ¿Dónde, pues, ha encontrado el racionalista moderno monumentos desconocidos que atestigüen que figuró «la palabra imprudente» contra el Templo entre los considerandos de la sentencia de muerte? Lo que está en el Evangelio tan patente como la luz del Sol, es la solemne declaración de Jesús: «Yo soy el Cristo, Hijo de Dios vivo.» El Salvador ha guardado silencio mientras se ha tratado de acusaciones calumniosas, o de declaraciones contradictorias puestas en labios venales de testigos falsos. En este acusado que calla, no ven nuestros retóricos más que un hombre. Un hombre ante este tribunal inicuo hubiera protestado contra un juicio tan ilegal. Hubiera invocado los textos mosaicos que prohibían instruir un proceso criminal por la noche, que prohibían absolutamente toda sesión de este género durante la solemnidad pascual; hubiera recusado sobre todo, como juez a este Caifás, que se había constituido anteriormente en acusador suyo. Cuando le echa en cara un testigo el haber conspirado para destruir el Templo, calla Jesús. Pero, ¿se conoce bien el valor de semejante acusación en el pueblo judío? El Templo de Jehovah era toda la nacionalidad hebraica; la ley divina y humana reunidas en un monumento que todos los hijos de Abraham creían eterno. Para defender este Templo imperecedero contra las legiones romanas, se habían hecho degollar 1.10,00 judíos. Si se hubiese probado que había pensado tan sólo Jesús en destruir el Templo, le hubieran degollado al punto los testigos, los jueces, satélites y criados. Sin embargo, Jesús guardó silencio. Con una sola palabra hubiera podido deshacer la equivocación y restablecer el verdadero sentido de las palabras de que se le acriminaba falsamente. Mas sus labios no [658] pronuncian esta palabra. Cuando abra la boca, será para afirmar su divinidad, que no ha cesado de proclamar durante los tres años de su ministerio público. Es preciso que sepa el Sanhedrín el nombre de su víctima: «Soy Cristo, Hijo de Dios vivo. Un día me veréis sentado a la diestra del Todopoderoso descender en las nubes del cielo. ¡Ahora puede ya Caifás desgarrar su túnica de gran sacerdote, pues nunca volverá a ser cosida! Con ella ha desaparecido a girones el sacerdocio de Aarón. Los Escribas han juzgado a un Dios; le han condenado como Dios; el único «considerando que figura en la sentencia de muerte» es el título de Dios que se atribuye Jesús en voz alta. Después de esta manifestación de la divinidad, se entrega el Hijo del hombre a los ultrajes de la horda que le rodea. Todavía continúan, y el divino Maestro no cesa de presentar la mejilla a quien quiere abofetearla o escupirla. ¡En esta señal se reconoce siempre al Hombre Dios!

11. «Pedro estaba sentado fuera en el atrio, dice el Evangelista, entre los criados y los satélites que estaban calentándose alrededor del brasero encendido. La criada del Gran Sacerdote que le había hecho entrar, clavando los ojos en él al resplandor del fuego que daba en su rostro, exclamó: ¡Éste también se hallaba con Jesús! -Y dirigiéndose a Pedro, ¿no eres tú, le dijo, uno de los discípulos del Galileo? No: contestó el Apóstol, delante de todos estos testigos: ¡No le conozco! No sé lo que quieres decir. Y saliendo Pedro fuera del vestíbulo, cantó el gallo. Otra criada le reconoció también y dijo a los criados. Este hombre se hallaba también con Jesús Nazareno. Pedro había vuelto junto al brasero, y estando allí en pie calentándose, le dijeron ellos: ¿No eres tú uno de sus discípulos? Pedro lo negó segunda vez, afirmando con juramento: ¡No conozco a tal hombre! -Cerca de una hora después, uno de los criados del Gran Sacerdote, pariente de aquel a quien había cortado la oreja Pedro en Gethsemaní, le reconoció también y exclamó: ¡No hay duda, éste estaba también con él, porque se ve que es igualmente de Galilea. -Y dirigiéndose a Pedro, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto con él? -No sé qué es lo que quieres decir, contestó Pedro. -Seguramente, replicaron los asistentes, tú eres uno de sus discípulos; pues eres también Galileo, según revela tu lenguaje. Entonces empezó a echar imprecaciones y a jurar que no había conocido a tal hombre. Y al momento cantó el gallo por segunda vez. [659] Con lo que se acordó Pedro de la palabra que le había dicho Jesús en el Cenáculo: Antes de cantar el gallo por segunda vez, me has de negar tres veces. Y saliendo afuera, lloró amargamente 1072.»

Marcos, el discípulo de San Pedro, es el que consigna con más pormenores las circunstancias de estas tres negaciones. Los otros Evangelistas indican brevemente el hecho. Pero la mano que guía el Príncipe de los Apóstoles, insiste en la caída, nota todos sus incidentes, inscribe cada una de sus fases. Cuando se trata de las prerrogativas de la soberanía dadas a Pedro; cuando se trata de los actos de adhesión, de impulsos de amor o de raptos de afecto cuya iniciativa había tomado Pedro durante tres años, en medio del colegio Apostólico, se detiene bruscamente el relato de Marcos. Pero aquí se acusa Pedro por boca de su discípulo. Jamás se agotarán las lágrimas que comenzó a derramar en aquella noche, pues según nos dice la tradición, araron sobre su rostro un surco que siempre estaba húmedo. Así le vio Roma en la silla curul del senador Pudens; y cuando se le preguntaba por qué se habían convertido sus ojos en una fuente de lágrimas, respondía contando la historia de su caída. Pedro llora siempre en la Iglesia; mas no por eso es menos el jefe supremo de la Iglesia. Necesitábamos, dice San Crisóstomo, un jefe que supiera por la experiencia de una caída personal, templar en la misericordia y la paciencia el rigor de sus justas sentencias. ¡La voz de una criada hizo caer al primer Papa; y ni el estruendo de las batallas, ni la amenaza de los conquistadores han podido conmover a uno solo de sus sucesores! Tal fue el divino poder de una mirada fijada en Pedro, cuando los criados de Caifás, cansados de golpear a su víctima, condujeron a Jesús al calabozo del palacio pontifical, para poder descansar ellos mismos hasta la mañana siguiente.




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § IV. Jueves Santo