DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § II. Anás y Caifás



§ III. Poncio Pilatos

12. No podía pronunciarse de noche una sentencia capital, por prohibirlo la ley Judía. Sin embargo, el odio del Sanhedrín no se había detenido ante este obstáculo, habiéndose pronunciado contra Jesús la sentencia de muerte clandestinamente y en la sombra. Caifás [660] y sus Escribas quisieron aprovechar las últimas horas de la noche para consumar su atentado; pero libres para juzgar y condenar, no tenían el poder jurídico de hacer caer una sola cabeza. Habiendo dominado Roma a todo el mundo con la espada, se había reservado por todas partes el dominio supremo de la espada. Era, pues, preciso ratificar por medio del pretor romano, Pilatos, la condena de Jesús. Según, pues, el derecho romano no podía pronunciarse sentencia alguna antes de la aurora. «Luego que fue de día, continúa el Evangelista, todos los príncipes de los Sacerdotes y los Ancianos del pueblo, los Escribas y el Sanhedrín, tuvieron consejo contra Jesús para hacerle morir 1073. Sin embargo, uno de los ancianos, el senador Josef de Arimatea, varón virtuoso y justo, que era de los que esperaban el reino de Dios, rehusó concurrir a sus deliberaciones y al designio de los demás 1074. Fue llevado Jesús a la sala del consejo y le dijeron los jueces: Si tú eres el Cristo, dínoslo. Respondioles Jesús: Si os lo dijere, no me creeréis, y si yo os hiciese alguna pregunta, no me responderéis ni me dejaréis ir. Mas después de ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios. Dijéronle entonces todos: Luego tú eres el Hijo de Dios. Respondioles él: Así es que yo soy como vosotros decís. A estas palabras exclamaron ellos: ¡Qué necesitamos ya buscar otros testigos, cuando nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca! ¡Reo es, pues, de muerte 1075! En esta ratificación sumaria de la sentencia precedente, ya no hay testigos ni forma alguna jurídica, manifestándose únicamente el odio y la venganza. La ley judía prohibía condenar a un hombre, aun por su propia confesión, si no tenía otros testigos del crimen. No podían verificarse las reuniones legales del gran Consejo sino después del sacrificio de la mañana, entre las ocho o las nueve, a fin de que pudiera asistir todo el pueblo a la instrucción del proceso, conocer la acusación y apreciar la justicia de la sentencia. Finalmente, no podía pronunciarse condenación alguna a pena capital, sino hasta tres días después del juicio. 1076Pero el [661] Sanhedrín «se reunió, dice el Evangelio para condenar a Jesús a muerte.» No son, pues, ya jueces, sino verdugos los que pronuncian el fallo. Su considerando es siempre el mismo. Jesús, atado como un criminal vulgar, ajado el semblante con las bofetadas y salivas [662] de una turba infame, se ha proclamado el Cristo, Hijo de Dios vivo. Léese en la primer página del Evangelio: «El Verbo se hizo carne.» Toda la vida de Jesucristo, desde el pesebre de Belén hasta la sentencia de muerte, no ha sido más que el comentario definitivo de esta divina revelación: «¡Yo soy el Cristo, Hijo de Dios vivo!»

13. «La multitud, continúa el historiador sagrado, se precipitó sobre Jesús. Cargósele de cadenas y le llevaron tumultuosamente desde casa de Caifás hasta el pretorio del gobernador Poncio Pilatos. 1077Era muy de mañana, y los Judíos no quisieron entrar en el pretorio por no contraer la impureza legal que les hubiera imposibilitado comer la Pascua. Así es que estaban a la puerta exterior del tribunal. En aquel momento, el traidor Judas, viendo que era condenado Jesús, arrepentido de lo hecho, restituyó las treinta monedas de plata que había recibido, a los Príncipes de los Sacerdotes, diciendo: ¡Yo he pecado, pues he vendido la sangre inocente del Justo!- A lo que dijeron ellos: ¿A nosotros qué nos importa? Allá te las hayas. Mas él, arrojando el dinero en el Templo, se fue, y echándose un lazo, desesperado, se ahorcó. En las angustias de su agonía, reventó por medio, quedando esparcidas por tierra todas sus entrañas. 1078Los Príncipes de los Sacerdotes, habiendo recogido las monedas, dijeron: No es lícito depositarlas en el «Corban 1079 (Gazophylacium) o Tesoro Sagrado» porque son precio de sangre. -Y habiéndolo tratado en consejo, compraron con ellas el campo de un alfarero, para sepultura de los extranjeros, por lo cual se llama este campo aun en el día Haceldama, 1080esto es, «campo de sangre» con lo que vino a cumplirse lo que predijo el profeta Zacarías, que dice: «Recibido han las treinta monedas de plata, precio del puesto [663] en venta, según que fue valuado por los hijos de Israel, y empleáronlas en la compra del campo de un alfarero. Tal es la revelación que me ha hecho Jehovah.» 1081El escrúpulo de los Judíos que acaban de condenar a un inocente, y que no se atreven a entrar en el pretorio de Pilatos, por temor de contraer una impureza legal, es un rasgo de costumbres farisaicas, que basta hacer notar. La desesperación y el suicidio de Judas Iscariote, referidos tan claramente por el Evangelista, nos recuerdan otros escrúpulos que ha concebido ha poco la conciencia de nuestros literatos. Simpáticos a este desdichado cajero, no pueden admitir tan triste fin los racionalistas modernos. «Tal vez, dicen, retirado a su campo de Hakeldama, llevó Judas una vida pacífica y oscura, mientras sus antiguos compañeros conquistaban el mundo, divulgando por él la noticia de su infamia.» 1082No hay duda, que después de haber tenido el valor de vender a su Maestro, y con mayor razón, a su Dios, por treinta monedas de plata, hay derecho para esperar una muerte pacífica y tranquila, como un propietario que se retira al campo. Sin embargo, esta hipótesis idílica no tranquiliza completamente a nuestros literatos, sobre el destino del infortunado Iscariote. «Tal vez también, dicen, la espantosa odiosidad que pesó sobre su cabeza, fue a parar a actos violentos, en que se vio el dedo del cielo.» 1083¡Una acusación de asesinato, lanzada a la faz del siglo apostólico, que sólo tuvo mártires! ¡Sofista, permítenos pensar que cuando pusiste este punto de interrogación sobre tantas famas ilustres, no comprendiste 1084 lo que hacías!

14. «Entre tanto, continúa el Evangelio, el gentío se agitaba tumultuosamente a la puerta del pretorio. Pilatos salió, pues, afuera, y dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? -Respondiéronle y dijeron: ¡Si éste no fuera malhechor, no le hubiéramos puesto en tus manos! Replicoles Pilatos: Pues tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley. -Pero respondieron los Judíos: A nosotros no nos es permitido condenar a nadie a muerte. Con lo que vino a cumplirse lo que dijo Jesús que moriría por mano de los [664] Gentiles. Entonces comenzaron a acusarle ante Pilatos, diciendo: Le hemos hallado pervirtiendo a nuestra nación, y prohibiendo pagar los tributos a César, y diciendo que él es el Cristo-rey.» 1085

Poncio Pilatos, hechura de Seyano, había recibido de este favorito de Tiberio el gobierno de la provincia presidial de Judea. Llamábanse así las provincias que provenían directamente del emperador, para distinguirlas de las provincias senatoriales, cuyos titulares eran nombrados por el Senado. Este pormenor de administración romana nos hace comprender la exactitud jurídica del título de Praeses, que da el Evangelio a Poncio Pilatos. Aunque simple pretor, tenía Pilatos el derecho de vida y muerte en la provincia presidial. Este derecho de la espada que le había concedido Tiberio, podía herir a la misma mano que lo ejercía, pues según las circunstancias, era tan peligroso hacer uso de él, como dejarlo dormir. Los Judíos, siempre rebeldes a la dominación del extranjero, habían dado ya a Pilatos más de un ejemplo de su obstinación. El gobernador romano los despreciaba y los temía a un mismo tiempo. En vista de esta multitud sediciosa, trata de desembarazarse del juicio que se lleva a su tribunal: sospecha que se trata de un asunto esencialmente judío, en que sólo se hallan en juego las pasiones de esta nación, y por eso contesta: «Encargaos de él vosotros mismos, y juzgad a este hombre según vuestra ley.» Pero los Príncipes de los Sacerdotes no quieren cargar con la responsabilidad que él les devuelve, y dan esta razón: «Nosotros no tenemos potestad para condenar a nadie a muerte.» Así, pues, no hay duda que piden la pena de muerte contra Jesús. Sin embargo, el Sanhedrín podía pronunciar la pena de muerte en los asuntos puramente eclesiásticos; ratificándose siempre una sentencia de esta clase. Pilatos reconoce aquí en ellos este derecho, el cual ejercieron todavía por mucho tiempo, según nos lo prueba el martirio de San Esteban; si bien en este caso era el suplicio, de lapidación. La sentencia debía sancionarse y ejecutarse por el pueblo mismo. Pues bien; el juicio previo, en virtud del cual debía deferirse a Pilatos el divino acusado, se había celebrado en la sombra, a puerta cerrada, sin que hubiera tomado parte en él el pueblo; puesto que no era el pueblo la gente de servicio que habían desencadenado los Sacerdotes y los [665] Escribas. Había comenzado la grande octava de la santa solemnidad llegando a ser imposible, durante ocho días, toda ejecución capital por mano de los Hebreos. Era, pues, preciso, a toda costa, que se erigieran en verdugos Pilatos y los soldados romanos. He aquí por qué exclamaban los Sacerdotes: «Os traemos un sedicioso que se niega a pagar el tributo a César. Pues bien; dos días antes había formulado Jesús esta doctrina solemne: «Dad al César lo que es del César.» Pero ¿qué importaba una nueva mentira a estos perjuros? Prohibir pagar el tributo al César, cuando el César se llama Tiberio, es un crimen que basta enunciar, para entregar un inocente a la muerte. «Se dice el Cristo-rey,» añaden. Proclamar una pretensión al trono cuyo monopolio tiene Tiberio; sublevar al pueblo contra Tiberio, y prohibir pagar el impuesto; he aquí tres acusaciones capitales, con las que no podía transigir Pilatos sin jugarse él mismo la cabeza. No se trata ya por los Judíos del «blasfemo que se ha llamado Hijo de Dios.» Olvídanse de la acusación de lesa majestad divina; y la trasforman en acusación de lesa majestad Cesárea; y Pilatos que se hubiera desdeñado de la primera, se ve obligado a considerar la segunda seriamente.

15. «Pilatos entró de nuevo en el pretorio, continúa el Evangelio, e hizo comparecer a Jesús. El Señor compareció en pie ante el gobernador, que le interrogó en estos términos: ¿Eres tú el rey de los Judíos? Respondió Jesús: ¿Dices tú eso de ti mismo, o te lo han dicho de mí otros? Replicole Pilatos: ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los Pontífices te han entregado a mí, ¿qué has hecho tú? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, claro está que mis gentes me habrían defendido para que no cayera en manos de los Judíos; mas ahora, 1086mi reino no es de aquí. -¿Luego tú eres rey? le replicó Pilatos. Respondió Jesús: Así es, como dices: yo soy rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo aquel que está por la verdad, escucha mi voz. ¿La verdad? dijo Pilatos. ¿Qué es la verdad? -Y diciendo esto, sin esperar la respuesta, salió segunda vez a los Judíos, y les dijo: Yo ningún delito hallo en este [666] hombre. -Entonces los Ancianos y los Sacerdotes volvieron a multiplicar sus acusaciones: Jesús guardó silencio. Por lo que Pilatos le dijo: ¿No oyes de cuántas cosas te acusan? ¿Nada tienes que contestar? Pero Jesús nada más contestó; por manera que el presidente quedó maravillado en extremo. -Sin embargo, los Judíos insistían más y más, diciendo: Tiene alborotado el pueblo con la doctrina que va sembrando por toda la Judea, desde la Galilea, donde comenzó, hasta aquí. -Oyendo pronunciar Pilatos la palabra Galilea, preguntó si aquel hombre era Galileo, y cuando se aseguró de ello, como el acusado, siendo Galileo, dependía de la jurisdicción de Herodes, envió Pilatos, pues, a Jesús al Tetrarca que estaba en Jerusalén hacía algunos días.» 1087

Se llegaba al pretorio por una escalera de mármol blanco de veinte y ocho gradas, y es la Scala Santa que se llevó más adelante a Roma por Constantino el Grande. Nuestro Señor la subió tres veces durante su Pasión. 1088La han subido también de rodillas todas las generaciones cristianas de los peregrinos. Cuando salió Pilatos a hablar a los Judíos, como dice el Evangelio, se paró en lo alto de esta escalera. «Así, el escrúpulo de los Príncipes de los sacerdotes fue respetado, y conservaron intacta la pureza legal, que no les impedía mancharse con la sangre del Justo.»

Sólo los soldados romanos escoltaron al divino Maestro, cuando tuvo que subir la escalera pretoriana y que comparecer en el tribunal del gobernador. El interrogatorio fue según la fórmula breve e irónica que afectaba la justicia de Roma para el universo vencido. «¿Acaso soy yo judío, pregunta Pilatos, para creer en el reinado de un Cristo? ¿Qué has hecho? ¿Eres, pues, tú rey?» -Y cuando habla Jesús a este romano que administra justicia en nombre de Tiberio, de «un reino que no es de este mundo,» de un cetro que «no es actualmente de aquí bajo»; Pilatos se encoge de hombros. Hasta más tarde no conocerá Roma este duple reinado espiritual y temporal, que ha de asegurarle el imperio inmortal de la verdad. Pero en [667] aquel momento, Pilatos, representante de la filosofía de Roma pagana, hace con una sola palabra su profesión de fe. «¿Qué es la verdad?»- «No pide respuesta, dice un autor ilustre, estaba seguro de que no la obtendría.» 1089Busca en el acusado crímenes, y sólo encuentra ideas cuya expresión, tendencias y trascendencias reales no comprende, pero cuya inocencia es incontestable. Después vuelve a decir a los Judíos: «No he encontrado crimen en este hombre.» Juez competente, anula la sentencia de muerte pronunciada por el Sanhedrín. Si Pilatos hubiera sostenido como era deber suyo, la inviolabilidad de la sentencia absolutoria; si hubiera resistido a los clamores de la multitud deicida, no hubiera sido entregado su nombre a una infamia eterna. Pero no tiene el valor de la justicia, y se deja intimidar por las vociferaciones de los Judíos. Tal vez es tan poca cosa la vida de un inocente para este romano que no quiere tomarse la pena de defenderla. ¿Qué es una víctima más en el reinado de Tiberio? Como quiera que sea, Jesús de Nazareth depende de la jurisdicción del tetrarca Herodes, y Pilatos remite la causa a su príncipe natural. 1090

16. «Herodes, dice el historiador sagrado, holgose sobremanera de ver a Jesús, porque hacía mucho tiempo que deseaba verle, por las muchas cosas que había oído de él, y con esta ocasión esperaba verle hacer algún milagro. Hízole, pues, muchas preguntas, pero él no le respondió palabra. Entre tanto, los Príncipes de los Sacerdotes y los Escribas (que no temían ya contraer la impureza legal en el palacio de un príncipe judío) estaban en pie junto al trono de Herodes, y persistían obstinadamente en acusarle. Mas Herodes con todo su séquito, le despreció, y para burlarse de él le hizo vestir de una ropa blanca (como se hacía con los locos), y le volvió a enviar a Pilatos. Y desde aquel día se reconciliaron Herodes y Pilatos que estaban enemistados.» 1091

El matador de Juan Bautista temió en otro tiempo que su víctima, resucitando de entre los muertos, hubiera tomado la forma de Jesús de Nazareth; pero se disipa su terror al ver una figura que en [668] nada se parece a la del encarcelado de Maqueronta. El silencio del divino acusado provoca las burlas del príncipe y sus cortesanos. Por ventura ¿no se sospecha siempre que la inocencia que calla, ante las potestades de este mundo, es rebelde o loca?

17. Jesús fue, pues, vuelto a conducir al Pretorio. «Pilatos, continúa el Evangelio, dijo a los Príncipes de los Sacerdotes, a los Ancianos y al pueblo reunidos: Vosotros me habéis presentado este hombre como alborotador del pueblo, y he aquí que habiéndole yo interrogado en presencia vuestra, ningún delito he hallado en él de los de que le acusáis. Pero ni Herodes le halló, puesto que os remití a él, y por el hecho se ve que no le juzgó digno de muerte; y así soltarele después de algún castigo.» 1092¿Castigo por qué? puesto que es inocente. He aquí la justicia sumaria de Pilatos. Y no obstante, nos vemos obligados a añadir, que el inicuo expediente del gobernador romano, era en realidad un acto de clemencia, si se compara con el odio obstinado de los Sacerdotes. Todos los castigos que podrá imponerse a Jesús, no satisfarán su rabia; porque quieren su muerte. La proposición de Pilatos no fue aceptada. «Acostumbraban los presidentes o gobernadores romanos, continúa el Evangelio, conceder por razón de la fiesta de Pascua la libertad de un reo a elección del pueblo, y teniendo a la sazón en la cárcel a un ladrón muy famoso llamado Barrabás, culpable de robo, de sedición y asesinato, preguntó Pilatos a los que habían concurrido: Os repito que no hallo delito alguno en el hombre que me habéis traído a mi tribunal; mas ya que tenéis costumbre de que os suelte un reo por la Pascua, ¿queréis que os ponga en libertad al Rey de los Judíos? ¿A quién elegís de Barrabás o Jesús, que es llamado el Cristo? -Pilatos hacía esta nueva proposición al pueblo y no a los Príncipes de los Sacerdotes, cuyo odio personal a Jesús era conocido. Y estando el gobernador sentado en su tribunal, le envió a decir su mujer: No te mezcles en las cosas de ese justo, porque son muchas las congojas que hoy he padecido en sueños por su causa. -Pilatos esperaba que el pueblo sería más compasivo que los Príncipes de los Sacerdotes, pero éstos, de concierto con los Ancianos y con los Escribas, indujeron al pueblo a que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Así es, que preguntándoles el presidente otra vez, y diciendo: [669] ¿A quién de los dos queréis que os suelte? respondió el pueblo a una voz: Desembarázanos de Jesús y danos a Barrabás. -Replicole Pilatos: ¿Pues qué he de hacer de Jesús, llamado el Cristo? Exclamaron todos: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Por tercera vez replicoles Pilatos, diciendo: Pues ¿qué mal ha hecho? Yo no hallo en él causa alguna de muerte. -Mas ellos sin escucharle, redoblaron sus gritos: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! y la gritería era más amenazadora. -Pilatos dijo al fin: Voy a hacerle azotar y le soltaré después.» 1093

18. Según testifica la tradición, la mujer de Pilatos se llamaba Claudia Prócula. Es probable que fuera una liberta de la familia Claudia, de que procedía el mismo emperador Tiberio. Había acompañado a su esposo a la Judea. 1094Sabida es la importancia que los antiguos daban a los sueños. La oneirocricia o adivinación por sueños, había recorrido el mundo pagano. Del palacio de los Faraones pasó a los de Nínive, de Babilonia y de Persépolis; reinó en la Grecia y dominó a los Romanos, dueños del universo. Calpurnia, aterrada por un sueño, quiso impedir a Julio César que fuera al Senado el día en que debía ser asesinado el héroe. Claudia Prócula quiso sin mejor éxito evitar a Pilatos la mancha que iba a caer en su nombre. El gobernador o presidente intentó, no obstante, disputar la vida de la augusta víctima al furor de sus enemigos. Contaba con que la vista de la sangre inocente que iba a correr a oleadas al azote de los soldados, enternecería a los Judíos. Mas esta cruel concesión debía ser más funesta al acusado que una sentencia capital, pues en lugar de un suplicio, iba a sufrir dos Jesús. La flagelación era un tormento equivalente a la muerte, con que terminaba con frecuencia. El paciente, medio encorvado y metidas ambas manos en un anillo de hierro sujeto a una columna, era despojado de sus vestidos hasta la cintura. Azotábanle cuatro soldados sin contar los golpes, con correas de cuero armadas de bolillas de plomo y garfios de hierro. «Pilatos, dice el Evangelista, mandó azotar a Jesús. Los soldados [670] le llevaron entonces fuera del pretorio, 1095y después de ejecutar esta orden, le volvieron al vestíbulo. Reunida allí toda la cohorte, le vistieron un manto de escarlata y le pusieron en la cabeza una corona tejida de espinas 1096 y una caña 1097 en la mano derecha, y se arrimaban a él, y doblando la rodilla, postrándose ante él, le escarnecían diciendo: ¡Salve, oh rey de los Judíos! y dábanle de bofetadas. Al mismo tiempo heríanle con la caña que habían puesto en sus manos atadas y le cubrían de salivas.» 1098Así, pues, comenzó a correr en la pasión la sangre del Redentor al azote de un soldado romano. Un soldado romano fue quien coronó de espinas al Rey de los Judíos y del mundo. ¡Con cuántas lágrimas de amor no ha rescatado la Roma cristiana estos atentados de la Roma de Tiberio! Entre tanto Pilatos volvió a tomar al divino flagelado, y salió con él del palacio. Y salió juntamente con Jesús a lo alto de una arcada que cruzaba la calle, y dominaba a toda la multitud; Jesús, dice el Evangelista, llevaba la corona de espinas en la cabeza y el manto de escarlata en los hombros. He aquí, dijo Pilatos, que os lo saco fuera para que reconozcáis que yo no hallo en él delito alguno. Después, enseñándoselo con el dedo, añadió: ¡Ved aquí al Hombre! Luego que los Pontífices y sus ministros le vieron, alzaron el grito, diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale!» 1099El pueblo enternecido [671] callaba. La divina víctima chorreando sangre, había desarmado por un instante, con el espectáculo de sus padecimientos, la ferocidad de la multitud. Pero el odio de las gentes del Templo era implacable, y en breve el pueblo va a imitar su furor. «Díjoles Pilatos. Tomadle allá vosotros y crucificadle, que yo no hallo crimen en él. -Nosotros tenemos una ley, respondieron los Judíos, y según esta ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios. Cuando oyó Pilatos esta acusación, se llenó más de temor.» 1100

19. Mientras los Judíos sólo habían articulado contra Jesús agravios políticos, evidentemente imaginarios, se había cuidado poco de ello Pilatos; una simple ojeada había bastado al Romano para convencerse de que el cetro de Tiberio no podía verse amenazado seriamente por semejante competidor. «¡Ved aquí al hombre!» dijo el presidente, mostrando a la víctima agobiada, cubierta de sangre y de heridas. Sí, era el hombre tal cual lo había puesto el pecado. Pero el pretor no piensa en los misterios de gracia y de amor divino que oculta su irónica interjección, esperando desarmar, con el espectáculo de tantos dolores, el odio de los Judíos. Por un momento creyó haberlo logrado, pues la multitud hasta entonces encarnizada, guardaba silencio. Sólo los Sacerdotes y sus ministros; Pontifices et ministri, prorrumpen de nuevo en gritos de muerte. Pilatos les contesta: «Tomadle vosotros mismos y crucificadle», porque sabía muy bien que, aun dándoles este permiso, no querrían aprovecharse de él, durante la solemnidad pascual que había ya principiado. Como quiera que sea, esta concesión es un segundo paso en el camino de iniquidad en que se empeña el gobernador vergonzosamente. En breve el furor de los Judíos reanimado con las excitaciones de los Sacerdotes, le arrancara una sentencia de muerte. «Nosotros tenemos nuestra ley, dicen ellos, y según esta ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios.» En estas palabras apercibe Pilatos tumultos, rebeliones y nuevas guerras, semejantes a las que después de treinta años no habían cesado de suscitar en Palestina [672] las pasiones religiosas. «Redóblanse sus temores», dice el Evangelio: Pilatus magis timuit. Ya no es más que un instrumento ciego en manos de los Sacerdotes. Su acusación de lesa majestad cesárea no ha producido el resultado que esperaban, mas ahora van a triunfar en nombre de su ley, cuya inviolabilidad ha garantizado Roma, con la perspectiva de un levantamiento nacional. Sin embargo, Pilatos quiere interrogar aun otra vez al acusado. «Y volviendo a entrar en el pretorio, continúa el Evangelista, dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús no le respondió palabra. Por lo que Pilatos le dijo: ¿Rehúsas hablarme? ¿No sabes que tengo poder para crucificarte o para soltarte? Entonces, respondió Jesús. No tendrías poder alguno sobre mí, si no te fuera dado de arriba. Por eso, quien a ti me entregó, tiene mayor pecado. Desde entonces buscaba Pilatos más aún, cómo libertarle; pero los Judíos daban voces diciendo: Si sueltas a ése, no eres amigo de César, puesto que cualquiera que se hace rey, se declara contra César.» 1101

20. La amenaza de denunciarle al tribunal de Tiberio, después de haberle amenazado con un levantamiento nacional, debía atemorizar a Pilatos. La perfidia de los Sacerdotes sigue, en la manifestación popular que dirigen, una gradación sabiamente calculada. Pilatos sabe que puede costarle la vida una sospecha de infidelidad, trasmitida a Tiberio por el último espía, y no es hombre que se arriesgue a semejante peligro, por salvar a un inocente. «Hizo, pues, salir a Jesús fuera del pretorio, continúa el Evangelio, y sentose en su tribunal, en el lugar llamado en griego Lithostrotos, y en hebreo Gabbatha. 1102Era entonces cerca de la hora sexta 1103 del día de la Parasceve (Preparación) de la Pascua. Pilatos dijo a los Judíos: Aquí tenéis a vuestro Rey. Mas ellos clamaban: ¡Quítale, quítale de enmedio, crucifícale! Díjoles Pilatos: ¿A vuestro Rey tengo yo de crucificar? Respondieron los Pontífices: No tenemos otro rey que el [673] César. -Con lo que viendo Pilatos que nada adelantaba, antes bien, que cada vez crecía el tumulto, mandó traer agua y se lavó las manos a vista del pueblo, diciendo: Inocente soy de la sangre de este justo: vosotros seréis responsables de ella. -A lo cual respondiendo todo el pueblo, dijo: Recaiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Y al fin Pilatos, deseando contentar al pueblo, les soltó a Barrabás, y les entregó a Jesús para que fuese crucificado.» 1104

«¡Lava tus manos, Pilatos, porque están teñidas en sangre inocente! ¡La has concedido por debilidad, y no eres menos culpable que si la hubieras sacrificado por malevolencia! Las generaciones han repetido hasta nosotros: Padeció bajo el poder de Poncio Pilatos: Passus est sub Pontio Pilato. 1105





§ IV. Vía Crucis

21. Habiéndose pronunciado la sentencia por la autoridad romana, la ejecutaron los soldados romanos. «Tomando a Jesús, dice el Evangelista, volvieron a ultrajarle, y después de estos nuevos insultos, le arrancaron el manto de escarlata con que le habían cubierto, lo pusieron sus vestidos, y cargando la cruz en sus hombros, le llevaron al Calvario, llamado en hebreo Gólgotha.» 1106Aquí comienza el Camino de la Cruz, todos cuyos pasos han sido y no cesarán de ser regados con lágrimas por la piedad cristiana. La [674] primera estación se hace en el tribunal de Pilatos, cuando se lava el pretor las manos, creyendo borrar la mancha de sangre divina que mancillara por siempre su memoria. Del pretorio al Calvario, se cuentan cerca de mil trescientos veinte pasos. Jesús, arrastrado por sus verdugos, escoltado por los soldados, y seguido del populacho judío, pasó primeramente por debajo de la arcada donde se le había mostrado a la multitud después de su flagelación. La calle que es de longitud de doscientos pasos, está en declive, y baja hasta encontrar la calle de Efraín, actualmente, calle de Damasco. «Bajando hacia la izquierda, dice M. Mislin, se halla el sitio donde la Santísima Virgen, que se había situado cerca del pretorio, durante esta cruel mañana, y que quería ver otra vez a su divino Hijo, se colocó a su tránsito, y se desmayó al encontrarse con sus miradas. «El Evangelio no ha notado este rasgo del dolor maternal. La espada predicha por Simeón, hería el corazón de María; pero no parece sino que la humilde Virgen quiso ocultar sus padecimientos, con el mismo cuidado con que veló sus gozos y sus grandezas. Sin embargo, todos los Padres nos han conservado esta tradición, que ha consignado la Iglesia Católica. Al fin de esta calle, abrumado con el peso de su cruel carga, cayó Jesús por vez primera. Este sitio se ha indicado a la piedad de los peregrinos de Jerusalén con una columna de mármol rojo, medio enterrada en el suelo. «Los soldados que le conducían, continúa el Evangelio, encontraron en aquel sitio a un hombre natural de Cirene, llamado Simón, que volvía de su granja y que era padre de Alejandro y de Rufo. 1107Los soldados requiriéndole en nombre de la ley romana, le cargaron la cruz en los hombros y le obligaron a llevarla detrás de Jesús. 1108Ya hemos dicho que el requerimiento del magistrado o del oficial romano, no admitía dilación ni excusa. Este africano, nacido en Libia y establecido en Jerusalén, era verosímilmente el prosélito o «convertido» del Judaísmo, que volvemos a encontrar en los Actos de los Apóstoles, con el nombre de Simón el Negro, al lado de Lucio de Cirene. 1109[675] Las tres partes del mundo conocido de los antiguos, Europa, Asia y África; las tres grandes razas de la humanidad, debían hallarse representadas en el divino sacrificio que reconcilió al cielo con la tierra. Antes de llegar a la puerta de Efraín, subió la comitiva por una calle bastante pendiente. Allí fue donde el divino Maestro, agobiado de fatiga y de padecimientos, y por la pérdida de sangre que corría de sus heridas, cayó por segunda vez. «Seguíale una gran muchedumbre de pueblo, dice el Evangelista, y de mujeres, las cuales se deshacían en llantos y lamentaciones.» 1110Una de ellas tuvo valor para penetrar por entre las apiñadas filas de los soldados, y con un pañuelo que llevaba en la mano, enjugó la sangre, el sudor y las salivas que cubrían la faz del Salvador; y la efigie del divino rostro quedó impresa en sangrientos rasgos, en el lienzo de la piadosa Verónica. 1111«Jesús, volviéndose hacia el grupo de las piadosas mujeres, les dijo, ¡Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos! Porque presto vendrán días en que se diga: Dichosas las estériles, y dichosas las entrañas que no concibieron y los pechos que no dieron de mamar! Entonces comenzarán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! y a los collados: Sepultadnos. Pues si al árbol verde le tratan de esta manera ¿qué se hará con el seco?» 1112En lo alto de la calle se hallaba la Puerta Judiciaria, que era en la que terminaba la ciudad, en tiempo de Nuestro Señor. 1113Otra tercer caída marcó el último paso de Jesús por el suelo de la ingrata ciudad. Quiso Jesús caer tres veces, como Pedro el Jefe de su Iglesia, para expiar nuestras multiplicadas caídas, y para enseñarnos a levantarnos, y a llevar con valor nuestra cruz. Al lado de la Puerta Judiciaria, se abría el campo de las ejecuciones capitales, conocido con el nombre de Gólgotha. [676]





§ V. La cruz del Gólgotha

22. «Eran también conducidos con Jesús, continúa el Evangelista, dos ladrones que debían ser crucificados al mismo tiempo que él. Llegados al lugar llamado Gólgotha o Calvario, le presentaron vino mezclado con mirra y hiel; mas él habiéndolo probado, no quiso beberlo. Era la hora sexta (medio día). Los soldados le clavaron en la cruz, 1114y los dos ladrones fueron crucificados uno a su derecha y otro a su izquierda. Y la cruz del Señor quedó en medio, cumpliéndose así las palabras de la Escritura: «Y fue puesto en la clase de los facinerosos.» 1115Entre tanto Jesús decía: «Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Pilatos había escrito la inscripción que debía ponerse encima de la cruz. Los soldados fijaron este Título, que enunciaba la causa del suplicio, en la cruz, encima de la cabeza de Jesús. En él estaba escrito en hebreo, en griego y en latín: «Jesús Nazareno, Rey de los Judíos.» Este rótulo lo leyeron muchos de los Judíos, porque él lugar en que fue Jesús crucificado estaba contiguo a la ciudad. Con esto los Pontífices de los Judíos dijeron a Pilatos: No has de escribir: Rey de los Judíos, sino: que se titula Rey de los Judíos. Mas Pilatos respondió: Lo escrito. 1116Entre tanto los soldados, después de haber crucificado [677] a Jesús, tomaron sus vestidos, de que hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y se los repartieron. Pero reservaron la túnica, la cual era sin costura y de un solo tejido de arriba abajo; por lo que dijeron entre sí: no la dividamos; mas echemos suertes para ver de quién será. 1117Con lo que se cumplió la palabra de la Escritura: Repartieron entre sí mis vestidos y sortearon mi [678] túnica.» 1118Y esto es lo que hicieron los soldados. Y habiéndose sentado junto a él, le guardaban. Y los Judíos que pasaban por allí le blasfemaban, y meneando la cabeza, decían: ¡Oh! tú que derribas el Templo de Dios y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz. Y el pueblo lo estaba mirando todo, y hacía befa de él. Y de la misma manera los Príncipes de los Sacerdotes y los Escribas y los Ancianos, acudieron también a ultrajarle: Ha salvado a otros, decían, y no puede salvarse a sí mismo. Si es el Rey de Israel, el Cristo elegido por Dios, que baje ahora de la cruz para que seamos testigos de vista y creamos en él. Él pone su confianza en Dios; pues si Dios le ama tanto, líbrele ahora, ya que él mismo decía: Yo soy el Hijo de Dios. -Insultábanle no menos los soldados, los cuales se arrimaban a él, y presentándole una esponja empapada en vinagre, le decían: Si eres el rey de los Judíos, ponte en salvo.» 1119

La mirra ofrecida por los Magos en Belén, vuelve a encontrarse en los crueles presentes del Gólgotha. Los soldados romanos no quieren desgarrar la túnica sin costura del Hombre-Dios. ¡No sabían entonces estos cuatro pretorianos de Tiberio, al repartirse al pie de la cruz los despojos de un crucificado judío, qué manos más poderosas intentarían vanamente en toda la serie de los siglos, desgarrar la túnica inmaculada de Jesucristo! El Judaísmo, insultando la cruz que salvó al mundo, completa este cuadro deicida. La cobardía del ultraje excede, si es posible, al frenesí de los clamores que resonaban ha poco en el pretorio: «¡Que recaiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos!» Todos los años, el día de Viernes Santo, pone esta oración la Iglesia Católica en los labios de sus ministros. «Dios omnipotente y eterno, e cuya misericordia no rechaza ni aun la [679] perfidia del Judaísmo, oye las oraciones que te dirigimos por este pueblo ciego. Que reconozca la luz de tu verdad, al Cristo, y se disipen por fin sus tinieblas.» 1120

23. «Uno de los ladrones crucificados con Jesús, continúa el Evangelio, blasfemaba contra él, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. -Mas el otro le reprendía, diciendo: ¿Cómo? ¿ni aun tú temes a Dios, estando como estás en el mismo suplicio? Y nosotros a la verdad, estamos en él justamente, pues pagamos la pena merecida por nuestros delitos; pero éste ningún mal ha hecho. -Y dirigiéndose a Jesús: ¡Señor, le dijo, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino! -Jesús le respondió: En verdad te digo, que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso.» 1121La fe de este ladrón conquista el cielo. ¿Quién dirá nunca la majestad divina que había en el crucificado del Gólgotha, para que descubriera el buen ladrón en él un Rey que partía a la conquista de un imperio inmortal? La segunda palabra de Jesús en la cruz abre el cielo a un ladrón; la primera había solicitado el perdón celestial para los verdugos. La tercera va a dar por madre a todos los hombres a la Reina del cielo. «Estaban al mismo tiempo en pie, junto a la cruz de Jesús, su Madre con María, mujer de Cleofás, María Magdalena y Juan, el discípulo que Jesús amaba. Jesús mirándoles, dijo a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo; y al discípulo: Ahí tienes a tu Madre. -Y desde aquel punto, tomó el discípulo a María por madre suya.» 1122Lo mismo ha hecho la humanidad. La Eva del Paraíso Terrenal, aceptó la muerte para todos sus hijos al pie del árbol del bien y del mal. Al pie del árbol de la cruz, en que abre Jesús el Paraíso terrestre al arrepentimiento, llega a ser María la madre de la salvación, el refugio y la esperanza de los pecadores. «Entre tanto, dice el texto sagrado, desde la hora sexta hasta la hora de nona (tres horas de la tarde), quedó toda la tierra cubierta de tinieblas, y el sol se oscureció. Y cerca de la hora nona, exclamó Jesús con una gran voz, diciendo: Eli, Eli, lamma sabacthani, 1123[680] es decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Estas palabras, pronunciadas en hebreo, no fueron comprendidas por algunos judíos helenistas que las oyeron; los cuales decían: «¡Llama al Profeta Elías! 1124Elías, el gran taumaturgo del Antiguo Testamento, había sido llamado por los Judíos el Ángel de la alianza, recurriendo a su intercesión en los peligros urgentes. El Talmud refiere que este Profeta, invocado del fondo de los calabozos por los Hebreos fieles, se apareció con frecuencia a los encarcelados, bajo una forma visible, e hizo caer sus cadenas. Aún en el día, durante la noche de Pascua, esperan los hijos de Jacob la venida del Mesías, que debe librar a su pueblo del yugo de los Goim (Gentiles). 1125Estas tradiciones hebraicas son el comentario exacto de la palabra de los Judíos al pie de la cruz. «¡Llama a Elías!» decían. Pero no era tal el sentido de la exclamación del Salvador. Después que Dios, muriendo entre dos malvados, legó el perdón a sus verdugos, el cielo al arrepentimiento, y su propia madre a todos los mortales, el nuevo Adán, el hombre que expía las culpas de la humanidad entera, vuelve a encontrarse en frente de la justicia eterna. Entonces hace oír Jesús las primeras palabras del salmo profético, en que resume David anticipadamente los tormentos del Gólgotha. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? No soy un hombre, sino un gusano; he venido a ser oprobio de los humanos y objeto de risa. Todos los que me miran hacen mofa de mí con palabras y con meneos de cabeza; vociferan blasfemias, diciendo: ¡En el Señor esperaba; que le liberte; sálvele ya que tanto le ama! Mi sangre ha corrido como el agua; se han agotado mis fuerzas, y mi lengua se ha pegado al paladar: han contado todos mis huesos uno por uno; repartieron entre sí mis vestidos y sortearon mi túnica.» 1126He aquí lo que decía Jesús en su divina agonía, relacionando las profecías de Israel con las realidades del Calvario, y recitando el primero este breviario de la cruz que repetirán sin cesar los sacerdotes de la Iglesia [681] Católica. ¿Saben todas estas cosas el racionalismo y el siglo que ha forjado a su imagen, cuando se atreven a decir: «Jesús sólo vivió de la ingratitud de los hombres; tal vez se arrepintió de padecer por una raza vil, y exclamó: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» 1127Hasta este punto de ignorancia religiosa ha llegado hoy la Francia. «¡Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen!» «Jesús, continúa el Evangelista, sabiendo que se habían cumplido las profecías, para que se cumpliese otra postrera (o la Escritura) 1128dijo: ¡Tengo sed! -Estaba puesto allí un vaso lleno de vinagre. Uno de los soldados corriendo, tomó una esponja y empapola en él, y puesta en la punta de una caña de hisopo, la acercó a los labios de Jesús. ¡Tengo sed, dijo Jesús. Me han abrevado de hiel y vinagre, había escrito David.- «Entre tanto, los Judíos dijeron al soldado: Dejad, veamos si viene Elías a librarle. Jesús, luego que tomó el vinagre, dijo: ¡Todo está cumplido! Y de nuevo, clamando con una voz muy grande, dijo: ¡Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu!- Y profiriendo estas palabras, inclinó la cabeza y expiró.» 1129

24. «Y al punto el velo del Templo se rasgó por en medio en dos partes, de alto abajo, y la tierra tembló y se partieron las piedras; y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían muerto resucitaron, y saliendo de sus tumbas, vinieron a la Ciudad Santa, y se aparecieron a muchos. Y el Centurión, situado en frente de la cruz, al oír el grito que lanzó Jesús antes de expirar y al ver estos prodigios, rindió gloria al Señor, diciendo: ¡Verdaderamente, este justo era el Hijo de Dios! -Y la multitud reunida en el Calvario volvió a Jerusalén, dándose golpes de pecho. Entre tanto, todos los discípulos y los amigos de Jesús consideraban de lejos todo lo que pasaba. Y con ellos se hallaban las tres mujeres que le habían seguido desde Galilea; María Magdalena; María, madre de Santiago el Menor y de Josef; Salomé, madre de los hijos de Zebedeo. 1130«Cristo, añade San Pedro, había muerto según la carne; pero siempre viviendo en su alma, fue a llevar la buena nueva de la liberación a los espíritus cautivos.» 1131

25. La majestad divina en la muerte en una cruz, es la correlación [682] y secuela del nacimiento del Verbo encarnado en el pesebre de Belén. Nada quitó el ánimo al Hijo del hombre; el sudor de sangre en Getsemaní; un ayuno de cerca de veinte horas; las fatigas de una marcha continua del Huerto de los Olivos a casa de Caifás, de casa de Caifás al pretorio de Pilatos, del pretorio al palacio de Herodes; la vuelta al pretorio para la flagelación; la vía dolorosa al Gólgotha; los torrentes de sangre que fluyen de las manos y de los pies traspasados por los clavos; las heridas abiertas en la cabeza por las espinas de la corona; en el pecho y las espaldas por los garfios del azote romano; tres horas de agonía en la cruz no han agotado, las fuerzas de la víctima voluntaria que eligió por sí misma el instante de su muerte, y que lo anuncia con un gran grito: «¡Todo está consumado!» -Los dos ladrones, crucificados junto al divino Maestro, no habían sufrido esta serie interminable de tormentos, a la cual no hubiese podido resistir por tanto tiempo ninguna constitución humana. Habíaseles sacado de su calabozo para conducirlos al Calvario. Nuestros literatos no se han avergonzado de escribir en vista de estas realidades Evangélicas: «¡Lo más especialmente atroz del suplicio de la cruz, era que se podía vivir tres o cuatro días en este horrible estado, sobre el escabel del dolor. La delicada organización de Jesús, le preservó de esta lenta agonía. Todo induce a creer que le ocasionó la ruptura instantánea de un vaso del corazón, una muerte súbita al cabo de tres horas.» 1132Así hablan nuestros racionalistas. Por lo demás, guardan un silencio absoluto sobre los prodigios que señalaron la muerte del Hombre-Dios. Y no obstante, algo es una súbita oscuridad extendiéndose por toda la naturaleza desde el medio día hasta las tres, en un día de luna llena en que es inexplicable un eclipse de sol, según los fenómenos naturales. Rocas que se dividen y se parten deben dejar rastros de su ruptura. Un terremoto que desgarra el velo del Templo y remueve y levanta las losas de los sepulcros, y deja consternada una multitud como la que llenaba entonces Jerusalén, no debió ser un hecho desapercibido. Calculando en quinientas mil almas la multitud reunida en la Ciudad Santa para la solemnidad Pascual, todavía sería un cálculo corto. 1133Pero [683] esta masa de testigos vivía aún cuando escribieron los Evangelistas. Fue, pues, preciso que se hallase completamente averiguada la notoriedad de los prodigios para que los Evangelistas los hicieran notar a la vista de una generación contemporánea, sin temer una sola negativa. Finalmente, si hubieran sido fabulosos todos estos prodigios, ¿se nos podría explicar cómo habían de haber convertido los Apóstoles un solo habitante de Jerusalén a favor de la divinidad de su Maestro? En pocos días cayeron cinco mil Judíos a un tiempo mismo a las rodillas de Pedro, y adoraron al crucificado del Gólgotha. ¿Hubieran podido ser tan instantáneas y tan generales estas maravillosas conversiones sin los prodigios que rodean la cruz del Salvador? Por otra parte, la realidad de los milagrosos hechos que acompañaron la muerte de Jesús, desafía todos los esfuerzos del más obstinado escepticismo. En el cuarto año de la segunda olimpiada (año de la muerte de Jesucristo), dice el escritor pagano Phlegon, tuvo lugar el mayor eclipse de sol de que tienen los hombres noticia. Fueron tales las tinieblas, que se vio lucir las estrellas en medio del día; redoblándose el horror de esta prolongada oscuridad con un terremoto.» 1134-«En el reinado de Tiberio, dice Plinio el Antiguo, arruinó doce ciudades en Oriente un terremoto tal como no hay memoria humana que se viere jamás.» 1135Testigo ocular del eclipse que desconcertó todas las reglas de la Astronomía, observando Apolófanes este fenómeno en Egipto, donde se encontraba entonces, exclamaba: «¡Estos cambios son sobrenaturales y divinos». 1136 Aún en el día presenta a todos los geólogos la roca del Gólgotha que se partió a la muerte del Salvador, una prueba palpable de la verdad de la narración Evangélica. «Esta quebradura, que estudié con el mayor cuidado, dice M. de Sauley, es vertical, y forma una línea [684] ondulosa en dirección de Este a Oeste. Lo que de ella puede verse, tiene de largo un metro y sesenta centímetros; y su mayor anchura es de veinte y cinco centímetros. Existe una prueba material de que esta quebradura no es una vena natural que hubiese entre dos capas paralelas de la roca, y es, que según la ley de los cuerpos que se parten violentamente en dirección vertical, va disminuyendo la anchura de la quebradura de alto a bajo. Y si fuese posible juntar las dos partes separadas, se unirían perfectamente, correspondiendo los ángulos salientes con los ángulos entrantes.» 1137Un geólogo inglés decía también: «He hecho un largo estudio de las leyes físicas, y estoy seguro de que las rupturas de esta roca no se han cansado por un terremoto ordinario y natural. Un sacudimiento de este género hubiera separado los diversos lechos de que se compone la masa; pero hubiera sido siguiendo las venas que los distinguen, y rompiendo su ligazón por los sitios más débiles. Aquí ha sucedido de muy distinto modo; porque la roca se halla dividida transversalmente, cruzando la ruptura las venas de un modo extraño y sobrenatural. Para mí está demostrado, que esta ruptura es efecto de un milagro que no han podido efectuar ni el arte ni la naturaleza. Doy gracias a Dios por haberme conducido aquí, para contemplar este monumento de su maravilloso poder, este testigo lapidario de la divinidad de Jesucristo.» 1138¡Qué libro es el Evangelio! Sus páginas se encuentran grabadas en rocas; sus pruebas se hallan registradas por la historia del mundo; los prodigios que refiere tienen por testigos al universo entero. Tertuliano, para convencer a la incredulidad pagana de su tiempo, decía a los Romanos: «¡En vuestros archivos públicos tenéis el relato de la catástrofe que señaló la pasión de Jesús!» 1139San Cirilo de Jerusalén exclamaba un siglo más tarde: «Si se quiere negar que haya muerto aquí un Dios, mírese solamente las rocas desgarradas del Calvario!» 1140¡Ahora comprendemos por qué no habla el racionalismo actual de los prodigios que acompañaron la muerte del Salvador!

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DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § II. Anás y Caifás