DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § V. La cruz del Gólgotha



§ VI. La Sepultura

26. Inmediatamente, después de la muerte de Jesús, continúa el Evangelista, «el decurión Josef de Arimathea, hombre rico y considerado por su piedad y su Justicia, aquel de los Ancianos que no quiso tomar parte en las últimas deliberaciones del Sanhedrín, porque esperaba el reino de Dios, entró denodadamente a encontrar a Pilatos, y lo pidió el cuerpo de Jesús. Pilatos admirado de que tan pronto hubiese muerto Jesús, preguntó al centurión si efectivamente había muerto. Y habiéndole asegurado que sí el centurión, dio el cuerpo a Joseph.» 1141Podía habérselo vendido. Comúnmente los pretores y los procónsules romanos hacían pagar a los parientes o amigos de los crucificados el favor que concede aquí Pilatos gratuitamente. Con una sola palabra: Donavit, «hizo la donación», nos traza el Evangelio todo un sistema de jurisprudencia y de tiranía olvidadas. Merece también notarse otra expresión del escritor sagrado. Josef de Arimathea había disimulado cuidadosamente hasta entonces, dice San Juan, sus relaciones con Jesús, por temor de incurrir en el odio y la venganza de los Judíos: Discipulus Jesu, occultus, autem propter metum Judaeorum. Mas ahora está lleno de valor, y se confiesa en voz muy alta discípulo del crucificado, presentándose como tal en casa de Pilatos: Andacter introivit ad Pilatum. Los prodigios del Calvario habían reanimado el corazón de los amigos de Jesús, al mismo tiempo que consternaban a sus enemigos. «Como era el día de la Parasceve (Preparación o viernes), continúa el Evangelista, y al día siguiente era el gran sábado, no quisieron los Judíos que los cuerpos quedasen en la cruz durante la solemnidad, y suplicaron a Pilatos que se quebrase las piernas a los crucificados y los quitasen de allí. Vinieron, pues, los soldados, y rompieron las piernas de los dos ladrones para que acabaran de morir: mas al llegar a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante salió sangre y agua de la herida. El que asegura este hecho lo vio con sus ojos, y su testimonio es verdadero. Así se cumplieron [686] las palabras de la Escritura: «No quebraréis los huesos al Cordero Pascual; 1142y de esta otra: 1143«Dirigirán sus ojos hacia Aquel a quien traspasaron.» 1144

¿Qué es este nuevo escrúpulo de los Fariseos y de los Sacerdotes? ¿Por qué temen ahora al cadáver de aquel cuya muerte han deseado? Hay en la precipitación y en el paso que dan cerca de Pilatos una confesión de terror supremo. Las convulsiones de la naturaleza; el velo del Templo desgarrado por en medio en dos partes iguales, a la hora en que comenzaba el sacerdote el sacrificio de la tarde; 1145las tinieblas de aquel sangriento día; los sepulcros entreabiertos; todos estos prodigios arrojaron en su alma una consternación indecible. ¡Tienen prisa en hacer que desaparezcan los rastros de su atentado! Ha poco que gritaban: «¡Recaiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» ¡No formaban escrúpulo alguno en violar la santidad del Día de la Preparación! ¡Mas ahora tienen miedo de la cruz silenciosa y de la sangre que han derramado! Para abreviar los tormentos de los sentenciados, acostumbraban los Romanos romperles las piernas con una barra de hierro, o darles en el pecho un golpe con una maza, lo que se llamaba el Golpe de gracia. Pero Jesús había muerto, y el soldado para asegurarse mejor de ello, le hiere el corazón con el largo y encorvado [687] hierro de la lanza romana. Y brotan de la herida agua y sangre, señal infalible de la muerte, bajo el punto de vista fisiológico, puesto que la sangre descompuesta deja salir la parte serosa; pero la herida del corazón de Jesús tenía una significación divina, para la salvación del mundo. ¡La divina sangre y el agua de la gracia que de ella se escapan son dos fuentes de inmortalidad, abiertas por siempre para las generaciones fieles!

27. «Al caer el sol, dice el Evangelio, vino Josef de Arimathea, a llevarse el cuerpo de Jesús. Acompañábale Nicodemo, aquel doctor que había conversado una noche con Jesús en el primer año del ministerio público; Nicodemo traía consigo para la sepultura unas cien libras de una confección de mirra y de aloe; Josef había comprado un sudario nuevo, con el cual envolvió el cuerpo de Jesús, después de haberle descendido de la cruz. Josef y Nicodemo tomaron el cuerpo de Jesús, y bañado en las especies aromáticas, le amortajaron con lienzos, según la costumbre de sepultar de los Judíos. En el mismo sitio del Calvario había hecho abrir Josef en peña viva, un sepulcro en donde ninguno hasta entonces había sido sepultado. Estando próxima la hora en que concluía la Parasceve, y en que iba a principiar la Pascua, se dio prisa Josef a llevar el cuerpo al sepulcro, a cuya entrada arrimó una gran piedra, y se retiró. Entre tanto, las mujeres galileas, sentadas en frente del sepulcro, vieron poner el cuerpo en la tumba, y en seguida se retiraron, con intención de preparar los aromas y los perfumes para la sepultura definitiva; mas en obediencia a los preceptos de la Ley, permanecieron en reposo durante todo el día del sábado.» 1146[688]

Josef de Arimathea, un miembro del Sanhedrín; Nicodemo, un doctor de la Ley, sepultan con sus manos al crucificado del Calvario. ¿Quién era, pues, Jesús? Estos dos ilustres personajes que habían permanecido ocultos durante la vida de Jesús, se muestran animosos a su muerte. Los Apóstoles se eclipsan en el sepulcro; al menos, no hace mención de ellos el Evangelio; sin embargo, estaban allí, puesto que nos ha dicho San Lucas algunas líneas más arriba: «A alguna distancia de la Cruz se hallaban los amigos de Jesús con las mujeres de Galilea, y observaban de lejos todo lo que pasaba.» 1147Pero los Apóstoles expían la cobardía de su fuga en Getsemaní; y callan y lloran con Pedro. En medio de las mujeres sentadas a la entrada del sepulcro, está María, la Madre de Jesús, convertida en aquel día en Madre Dolorosa. En sus brazos desfallecidos recibió el cuerpo ensangrentado que había adorado en el pesebre de Belén. Las siete palabras de su Hijo en la cruz habían traspasado su corazón como otras siete espadas; pero pasa sus angustias en silencio, como había hecho con sus gozos. Ni aun el mismo hijo adoptivo que le ha sido legado en el Calvario, levanta en su Evangelio el velo de dolor, con que se envuelve la compasión de María. La Reina del cielo atraviesa el océano de amargura que debe salvar al mundo, sin que revele una sola palabra la sublimidad de su sacrificio. Solamente los Profetas han descrito anticipadamente este martirio del amor maternal: «¡Oh vosotros que pasáis por el camino, contemplad y ved si hay un dolor semejante al mío!» 1148«¡El manto de humildad de la Virgen María, es tan impenetrable como las tinieblas que se extendían en esta lúgubre noche sobre la ciudad deicida!

28. El silencio del sepulcro de Jesús turbaba aun el odio y la cobardía de los Judíos. Sin temer violar el reposo legal, en aquel día en que coincidía la Pascua con el sábado, «acudieron a Pilatos, continúa el Evangelista, los Príncipes de los Sacerdotes y los Fariseos, diciendo: Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando todavía en vida, dijo: «Resucitaré al tercero día.» Manda, pues, que se guarde el sepulcro durante los tres primeros días, no sea que vayan de noche sus discípulos y hurten secretamente el cadáver [689] y digan a la plebe: «Ha resucitado de entre los muertos!» ¡y, sea el postrer engaño más pernicioso que el primero! -Respondioles Pilatos: Ahí tenéis la guardia; id, y ponedla como os parezca. Con esto fueron al Gólgotha, y aseguraron bien el sepulcro, sellando la piedra, y poniendo guardias de vista.» 1149

«Destruid este Templo, había dicho el Señor, y lo reedificaré en tres días.» Tal fue la palabra que había recogido el Sanhedrín como una blasfemia y que quería hacer pasar por una conspiración contra la soberanía de Jehovah. Ahora reconocen los mismos verdugos el verdadero sentido de la pretendida blasfemia; pero Pilatos se indigna de su mala fe. «¡Id, les dice, y poned la guardia como os parezca!» Esperaban ellos que el gobernador romano les evitaría el escándalo público que debieron dar, yendo ellos mismos, en día del sábado dos veces santo, a infringir la ley del descanso mosaico, y a contraer ostensiblemente la impureza ritual, con el contacto del sepulcro de un crucificado. Pero Pilatos se arrepiente ya de haber cedido una vez a sus pérfidas sugestiones. Los prodigiosos sucesos de que había sido señal la muerte de Jesús, turban la conciencia del pretor. La guardia del Templo estaba a disposición de los príncipes de los Sacerdotes, y puesto que se habían servido de ella sin autorización alguna para prender a Jesús, podían emplearla, como quisieran, para vigilar el sepulcro de su víctima. Tal es el sentido de la respuesta de Pilatos. Así, pues, estos escrupulosos Fariseos que prohibían a Jesús curar un paralítico o un ciego de nacimiento en día de sábado, fueron en este sábado Pascual, el más augusto de todos, a sellar, con el sello auténtico de un odio deicida, el sepulcro del Gólgotha. Y pusieron en él centinelas a fin de que estuviera rodeada la resurrección divina de los testigos más irrecusables!



Capítulo XII

Resurrección

Sumario

§ I. EL DÍA DE LA RESURRECCIÓN.

1. El Ángel de la resurrección. El último consejo de los Sacerdotes. -2. Pedro y Juan en el sepulcro. -3. Primera aparición de Jesús a María Magdalena. -4. Las santas Mujeres en el sepulcro. Segunda y tercera aparición de Jesús. -5. Cuarta aparición de Jesús a los Apóstoles reunidos. -7. La incredulidad de los Apóstoles, fundamento de la fe cristiana.

§ II. LA OCTAVA DE LA RESURRECCIÓN.

8. El sacramento de la Penitencia. La confesión auricular. -9. Tomás, sobrenombrado Dídymo.

§ III. REGRESO A GALILEA.

10. La aparición en las orillas del lago de Tiberiades. Última pesca de San Pedro.- 11. Adhesión de San Pedro.- 12. Confirmación de la primacía dada a San Pedro. -13. El primer papa. -14 Aparición de Jesús a quinientos discípulos reunidos en el Thabor.

§ IV. ASCENSIÓN.

15. Autoridad conferida a los Apóstoles sobre todo el universo- 16. Promesa del Espíritu Santo. -17. Ascensión.





§ I. El Día de la Resurrección

1. «Avanzada ya la noche del sábado, cuando la puesta de las estrellas hubo anunciado el fin del día, dice el Evangelio, María. Magdalena, María, Madre de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a la aurora a embalsamar a Jesús.» 1150Las santas mujeres se habían mostrado más fieles que los Fariseos en observar la ley del descanso sabático. Su amor hacia el divino Maestro no les hace olvidar el respeto a su palabra. El Maestro había dicho: «No he venido a destruir la ley, sino a completar su perfección.» Había dicho también: «Resucitaré al tercero día.» Los Sacerdotes y los Escribas se acordaban de esta profecía, cuyo cumplimiento literal no se [692] atrevían a esperar ni las santas mujeres, ni los mismos Apóstoles. «Entre tanto, continúa el Evangelista, en la noche que siguió al sábado, muy de mañana, se sintió un gran terremoto en el Calvario; porque bajó del cielo un Ángel del Señor, y llegándose al sepulcro, removió la piedra y sentose encima. Su semblante brillaba como el relámpago, y era su vestidura blanca como la nieve; de lo cual quedaron los guardias tan aterrados que estaban como muertos. «Había resucitado Jesús. ¡El sello de Caifás, los centinelas de los Fariseos, la pesada losa arrimada al sepulcro, nada puede encadenar este muerto triunfante, que hoy levanta la roca del Gólgotha, como levantará en breve el mundo entero! Los guardias han cumplido con su deber, velando con el arma al brazo, como era propio de soldados romanos. También velarán los Césares; cerrarán todas las salidas; querrán impedir a Cristo el paso. Mas acontecerá en el Capitolio lo que en el Calvario. Lo que no han podido los guardias de Pilatos y del Sanhedrín contra un cadáver, no lo podrán todas las fuerzas del universo contra el Dios vivo. ¡Ha resucitado! ¡En su victorioso impulso, arrastrará a los Césares y los imperios, los esclavos y los reyes! «Habiendo vuelto los guardias de su sorpresa, dice el Evangelista, corrieron a la ciudad, y refirieron a los príncipes de los Sacerdotes todo lo que había sucedido, y congregados éstos con los Ancianos, teniendo su consejo, dieron una gran cantidad de dinero a los soldados, con esta instrucción: Habéis de decir, que estando vosotros durmiendo vinieron de noche sus discípulos y hurtaron su cadáver. Y si esto llegase a oídos del presidente, nosotros le aplacaremos, y os sacaremos a paz y salvo. -Los guardias, recibido el dinero, hicieron según estaban instruidos, y esta voz ha corrido entre los Judíos hasta el día de hoy.» 1151Pero, dice San Agustín, si dormían los guardias, ¿cómo pudieron ver a los discípulos hurtar el cuerpo de Jesús? Y si no dormían, ¿cómo no impidieron el rapto? Los Judíos no han contestado nunca a este dilema, cuya solución busca el racionalismo de nuestra época, sin mejor éxito.

2. Los discípulos del Salvador ignoraban aun el acontecimiento. Lejos de haberlo preparado con una indigna superchería, rehusaron por largo tiempo creerlo; así que la primer conquista de Jesús resucitado, deberá ser el corazón de sus Apóstoles. «María Magdalena, [693] continúa el Evangelio, fue la primera al sepulcro; y habiendo llegado a él, antes que hubieran desaparecido enteramente las tinieblas, vio quitada la piedra. Corriendo entonces al Cenáculo, donde se hallaba Simón Pedro y el otro discípulo amado de Jesús, les dijo: ¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sé dónde le han, puesto! -Con esta nueva salió Pedro seguido del otro discípulo, y corrieron ambos a la par al Calvario; pero Juan (más joven y más ágil) llegó el primero: y habiéndose inclinado a mirar en lo interior del monumento, vio los lienzos en el suelo; pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, y entró en el sepulcro y vio los lienzos en el suelo, y el sudario separado y doblado en otro lugar. Entonces Juan entró también y vio lo mismo, y creyó también que había sido efectivamente quitado; porque ni uno ni otro entendían aun que debió cumplirse la Profecía, y que era preciso que resucitara Jesús de entre los muertos. Retiráronse, pues, y Pedro por el camino admiraba el suceso.» 1152He aquí los atrevidos conspiradores que según la hipótesis de Caifás y de nuestros literatos, hubieran tenido el valor de arrostrar la lanza de los soldados romanos, para llevarse a su Maestro! Ni siquiera se atreven a permanecer junto al sepulcro vacío y desierto, protegidos como lo están aun por las sombras de la noche; porque podrían volver los guardias. Así, pues, retíranse tan precipitadamente como han venido, después de haberse, no obstante, asegurado de que no posee el sepulcro a su augusto huésped. Creen en un rapto que les consterna, y no les ocurre ni aun la idea de apropiarse las fajas, la mortaja ni el sudario, abandonados en la gruta sepulcral. ¡Ellos, que según se dice, no hubieran temido venir a disputar, a viva fuerza, el cuerpo de su divino maestro a los soldados de Tiberio, no se atreven ni aun a llevarse estas sagradas reliquias, temiendo que les comprometan, porque no hay duda que ha de buscarse el cuerpo de Jesús!

3. Las mujeres tuvieron el valor que faltaba a estos hombres. «María Magdalena, continúa el Evangelio, había vuelto al sepulcro, y estaba a la entrada llorando. Con las lágrimas, pues, en los ojos, se inclinó a mirar dentro del sepulcro, y vio a dos hombres vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde estuvo colocado el cuerpo de Jesús. Eran dos ángeles, pero ella no [694] lo sabía. Mujer, le dijeron, ¿por qué lloras? Y ella les respondió: porque se han llevado de aquí a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Dicho esto, volviéndose hacia atrás, vio a Jesús en pie, pero no sabía que era Jesús. «Mujer, le preguntó: por qué lloras? ¿a quién buscas? Ella suponiendo que sería el hortelano encargado de cuidar y custodiar el sepulcro, le dijo: ¡Señor, si le has quitado, dime dónde le has puesto, y yo me le llevaré para darle sepultura! -Díjole Jesús: ¡María! Volviose ella al instante y reconociéndole al punto, exclamó: ¡Rabboni! (que quiere decir ¡Maestro mío!) -Y se precipitó a sus pies para besarlos; mas díjole Jesús: No me toques, porque no he subido todavía a mi Padre, mas anda a mis hermanos y diles de mi parte. En breve subiré hacia mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. -Fue, pues, María Magdalena a dar parte a los discípulos, y los halló sumidos en dolor y lágrimas. ¡He visto al Señor, exclamó ella, y me ha dirigido estas palabras! Mas al oírla decir que estaba vivo Jesús y que le había visto, se negaron a creerla.» 1153¡Desdichado del que necesite demostración para conocer lo que hay de divino en esta página Evangélica! Un literato ha creído atenuar la trascendencia de este admirable relato, diciendo: «¡La exaltada imaginación de María de Magdala, representó en esta circunstancia un papel capital! ¡Poder divino del amor! ¡Sagrados momentos en que dio al mundo la pasión de una alucinada un Dios resucitado!» 1154Basta para justiciar estos ultrajes ponerlos en frente del texto del Evangelio. «La imaginación alucinada» de María Magdalena no ejerció influencia alguna respecto de los discípulos, puesto que «se negaron a creer.» -«Y no nos dolamos, dice San Gregorio el Grande, de su incredulidad; porque es el fundamento indestructible de nuestra fe. Cuanto más persisten en este momento en negar la resurrección de Jesucristo, más fuerza tendrá su testimonio, cuando, vencidos a su vez por la evidencia, vayan a hacerse matar, en todos los puntos del globo, diciendo: ¡Ha resucitado el Cristo, esperanza nuestra!»

4. «Entre tanto, continúa el Evangelista, al salir el sol, María, madre de Santiago; Salomé; Juana, esposa de Chusa, y las demás mujeres de Galilea que habían servido a Jesús, fueron al sepulcro, llevando los perfumes de que habían hecho provisión. Durante el [695] camino, se decían una a otra: ¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro? la cual realmente era muy grande. Mas al llegar repararon que la piedra estaba apartada. Pero habiendo entrado dentro del sepulcro, no hallaron el cuerpo del Señor, Jesús; y quedaron muy consternadas con esta desaparición. Y en aquel momento se aparecieron de repente junto a ellas dos ángeles con vestiduras resplandecientes, y quedaron llenas de espanto. Uno de ellos, colocado a la derecha del monumento, les dijo: No tenéis que asustaros: vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que fue crucificado. ¿Para qué andáis buscando entre los muertos al que está vivo? Jesús no está aquí: ha resucitado según su promesa. Acordaos de lo que os previno cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Conviene que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y crucificado, y que al tercer día resucite.» ¡Mirad el lugar en que le pusieron! -El Ángel añadió: Id ahora y decid a sus discípulos y especialmente a Pedro: ¡Ha resucitado, e irá delante de vosotros a Galilea, donde le veréis todos! Las mujeres se acordaron en efecto de la predicción de Jesús. Y salieron apresuradamente del sepulcro, dividido su corazón entre el pavor y un inmenso gozo, y sin hablar una palabra, se dieron prisa a ir a encontrar a los Apóstoles. Cuando he aquí que Jesús les sale al encuentro, diciendo: Dios os guarde, y acercándose ellas, postradas en tierra, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: ¡No temáis! Id, avisad a mis hermanos para que vayan a Galilea, que allí me verán. -Ellas fueron, pues, a anunciar todas estas cosas a los once y a todos los demás discípulos, confirmando con su testimonio el de María Magdalena. No obstante, los Apóstoles persistieron en considerar estas nuevas como un desvarío, y no las creyeron.» 1155

Jesús resucitado les llamaba «hermanos suyos». Jesús había comprado, a costa de toda su sangre, el derecho de fraternidad divina que le asocia a todas las miserias de los hombres. En este título de inefable dulzura, previene Jesús el remordimiento y el arrepentimiento de los que le abandonaron. Aquí se reviste el perdón con la forma más misericordiosa. El Ángel de la resurrección envía las santas mujeres a Pedro, el cual, sin embargo, rehúsa aun creer. Es preciso que se fortifique su fe, después de la prueba más ruda [696] para adquirir el privilegio de la indefectibilidad. Es preciso que sepa por experiencia la dificultad de creer, y la de hacerse creer. Así, al declinar el día «se le apareció el mismo Jesús». Entonces creyó; pero cuando quiso hacer partícipes de su fe a los demás, no pudo convencerles: «¡El Señor ha resucitado realmente, y se ha aparecido a Simón! dijo: Y rehusaron creerle.» Surrexit Dominus vere et apparuit Simoni. 1156Nec crediderunt. 1157Pedro es el primero que se realza, y principia también la misión que le ha sido dada de confirmar a sus hermanos en la fe.» Sólo María no aparece en este día de gozo. Su triunfo es mudo, como lo habían sido sus dolores. La primera aparición del Hijo resucitado fue a su Madre. La tradición se halla unánime sobre este punto. Y la Iglesia Católica repetirá hasta el fin de los siglos: «¡Reina del cielo, regocijaos, ¡alleluia! ¡porque aquel de quien merecisteis ser madre, ¡alleluia! ha resucitado, según lo había dicho ¡alleluia!»

5. «Al declinar el día, continúa el Evangelio, dos de los discípulos iban a una aldea llamada Emmaús, distante de Jerusalén el espacio de sesenta estadios, 1158y por el camino conversaban de todas las cosas que habían acontecido. Mientras así discurrían y conferenciaban recíprocamente, sucedió, que acercándose el mismo Jesús, caminaba a su lado, sin que le conociesen. Díjoles, pues: ¿Qué conversación es esa que lleváis entre vosotros por el camino, y por qué estáis tan tristes? Y respondiendo uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo: ¿Tú sólo eres tan extranjero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado en ella estos días? ¿Qué? replicó él.- Lo de Jesús Nazareno, que era un profeta poderoso en obras y en palabras a los ojos de Dios y de todo el pueblo. ¿Y cómo los sumos sacerdotes y nuestros magistrados le entregaron para que fuese condenado a muerte y le crucificaron? Mas nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel, y no obstante, después de todo esto, he aquí que estamos ya en el tercer día después que acaecieron dichas cosas. Bien es verdad, que algunas mujeres de entre nosotros nos han sobresaltado, porque antes de ser de día fueron al sepulcro, y no habiendo hallado su cuerpo, volvieron diciendo habérseles aparecido unos ángeles, los cuales les han asegurado está vivo. [697] Con eso, algunos de los nuestros han ido al sepulcro y hallado ser cierto lo que las mujeres dijeron, pero a Jesús no le han encontrado. Entonces les dijo él: ¡Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron ya los Profetas! ¿Pues qué? por ventura ¿no era conveniente que el Cristo padeciese todas estas cosas y entrase así en su gloria? -Y empezando por Moisés y discurriendo por todos los Profetas, les explicaba en todas las Escrituras los lugares que hablaban de él. En esto llegaron a Emmaús, y Jesús hizo ademán de seguir adelante, mas los discípulos le instaron a que se detuviese, diciendo: Quédate con nosotros, porque ya es tarde y va ya el día de caída. -Entró, pues, con ellos, y estando juntos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, y lo partió y se lo dio. Con lo cual se les abrieron los ojos y le conocieron; mas él desapareció súbitamente de su vista. Habiendo quedado solos, se dijeron uno a otro: ¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? -Y levantándose al punto, regresaron a Jerusalén.» 1159

6. «En ella estaban congregados los once Apóstoles. Y al entrar los dos discípulos, se decía en la reunión: «El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón.» Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino de Emmaús; y cómo habían reconocido al Señor al partir el pan. Mas los discípulos no quisieron creerles. Era ya muy tarde, y los Apóstoles reunidos a la mesa, habían cerrado cuidadosamente las puertas por temor a los Judíos; y de repente se presentó Jesús en medio de ellos. Ellos empero atónitos y atemorizados, se imaginaron ver un espíritu. Mas Jesús les dijo: La paz sea con vosotros; soy yo, no temáis. Mas todavía les dominaba el miedo. Jesús les reprendió su incredulidad y la dureza de su corazón, porque habían rehusado dar fe a los que le habían visto resucitado. ¿Por qué os asustáis, les dijo, y por qué dais lugar en vuestro corazón a los pensamientos que os asaltan? Mirad mis manos y mis pies; yo mismo soy; palpad y ved; porque el espíritu no tiene carne ni huesos como vosotros veis que yo tengo. Y habiendo dicho esto, les mostró sus manos y sus pies, y la llaga que tenía en el costado. Mas como ellos aun no lo acabasen de creer, estando llenos de gozo y de admiración, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? [698] Ellos le presentaron un pedazo de pez asado y un panal de miel. Y habiendo comido delante de ellos, tomando las sobras, se las dio. Después les dijo de nuevo: La paz sea con vosotros. Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros. Dichas estas palabras, sopló (o dirigió el aliento) hacia ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo: a aquellos cuyos pecados perdonaréis, les serán perdonados; y a aquellos a quienes se los retuviereis, les serán retenidos.» 1160

7. Cinco apariciones sucesivas habían marcado este primer día de la Resurrección divina. Magdalena y las santas mujeres fueron las primeras que tuvieron con María el inefable gozo de contemplar al Salvador en su gloria. La obra de la Redención se prosigue en un plano paralelo al de la caída. Una mujer causa la ruina del género humano. María y sus compañeras reparan la culpa de Eva. Las piadosas mujeres del Evangelio han seguido al Dios del Calvario en su vía dolorosa, y no le han abandonado en su agonía en la cruz. Han hecho la primera peregrinación cristiana al Santo Sepulcro. Estudien los doctores del Protestantismo este hecho antes de acusar de idolatría las peregrinaciones católicas a los Santos Lugares. Hay, pues, indudablemente, en el papel de la mujer Evangélica, rehabilitada por la fe y el amor divino, un principio de grandeza, de nobleza y de dignidad cristiana, que se desarrolla por todas partes donde se ha enarbolado la cruz redentora. La mujer ha vuelto a tomar posesión en la persona de la Virgen María, de los tesoros de gracia, de pureza y de inocencia que le había arrebatado la serpiente. Sin embargo, por elevados que sean los destinos que ha creado el Evangelio a la mujer, no se ha turbado la maravillosa armonía de la creación. La mujer rescatada por Jesucristo, se eleva hasta el cielo por medio del heroísmo de la virtud; pero permanece en la tierra, en la humildad y la modestia de su condición. ¡Retórico! ¡Has dicho que «dio al mundo la pasión de una alucinada, un Dios resucitado!» 1161Y has creído enunciar una blasfemia retumbante; y sólo es una impiedad grosera. María Magdalena fue la primera que vio a su buen Maestro, y fue presurosa a anunciar a los Apóstoles la feliz noticia, pero los Apóstoles no la creen. Las santas mujeres favorecidas a su vez por una aparición [699] semejante, llevan su testimonio a los Apóstoles, quienes insisten y se apoyan en la declaración idéntica de Magdalena. Y tampoco las creen los Apóstoles, sino que las tratan de visionarias. ¿Hubiera podido hacer más el racionalista más caviloso? ¿Dónde, pues, habéis encontrado en el Evangelio, que María Magdalena «diera al mundo un Dios resucitado?» Os ha parecido la frase un poco picante y la habéis escrito. Recaiga, pues, sobre vuestras pretensiones científicas como el mayor absurdo de que se ha hecho culpable jamás «un literato que cree hacer algún honor a su país.» Ni María Magdalena ni las santas Mujeres, pueden triunfar de la incredulidad de los Apóstoles. Simón Pedro, su jefe, después que se ha manifestado a él Jesús, no logra tampoco hacerse creer. 1162Preséntanse a su vez los dos discípulos de Emaús, y dicen: Le hemos visto; hemos viajado con él; nos ha hablado durante todo el camino; le hemos reconocido al partir el pan. -Respóndese a Cleofás y a su compañero de viaje como se ha respondido a Pedro, a las santas Mujeres y a María Magdalena. ¡No os creemos! Nec illis crediderunt. ¡Ah! ¡Comprendo el silencio de la Virgen María en este día en que la incredulidad de los Apóstoles daba a luz la fe inmortal de la Iglesia! Aun cuando hubiera ella dicho: ¡Ha resucitado mi Hijo. Ha venido a consolar mi dolor, se hubiera contestado a la Madre de Dios: ¡No os creemos! ¡Son ilusiones de vuestro corazón maternal! María calla, porque su Hijo es Dios, y sólo Dios puede triunfar de la incredulidad humana. Cada uno de los Apóstoles sólo creerá cuando haya visto por sus propios ojos. Si hubiera sido de otra suerte ¿hubiera querido nunca creer el mundo entero que no ha visto? ¿En qué descansa en este momento la fe de los adoradores de Jesús? En la incredulidad obstinada, perseverante, tenaz de los Apóstoles. ¡Oh Dios mío, Salvador y Maestro mío! Pedro y cada uno de los Apóstoles, antes de morir, se negaron, para atestiguar vuestra resurrección, a creer en ella hasta que os vieron. ¡He aquí por qué creo yo, yo que no he visto; y por qué se creerá hasta el fin de los siglos a testigos que sellan su declaración con su sangre! 1163[70]



§ II. La Octava de la Resurrección

8. La solemnidad pascual duraba ocho días. Los Apóstoles y los discípulos no debían, pues, dejar a Jerusalén y volver a Galilea, hasta después de la semana de la fiesta. El Ángel de la Resurrección [701] les había anunciado que les precedería Jesús a su patria, y que en esta tierra donde había vivido tres años con ellos, todos podrían contemplarle. Sin embargo, el divino Maestro no quiso retardar [702] hasta entonces su manifestación al colegio Apostólico. Desde la primer noche se apareció a los Apóstoles congregados. Préstase como Dios a la debilidad de estos hombres; les hace tocar sus [703] manos, sus pies, la llaga de su costado. Come delante de ellos de las modestas provisiones que le ofrecen. Los pescadores del lago de Tiberiades, encerrados cuidadosamente por temor a los Judíos, no tienen otra cosa que un pez asado y un panal de miel. La Iglesia Católica, heredera de la tradición de los Apóstoles, ha conservado esta humilde práctica de la abstinencia que subleva las delicadezas del racionalismo y el libre alvedrío de los Protestantes. Pero la Iglesia ha sido fundada por doce pescadores, para los cuales eran prácticas familiares el ayuno, la abstinencia y la mortificación del cuerpo. Ni Lutero ni el racionalismo podrán alterar en nada el Evangelio y la tradición de los Apóstoles. Cuando hubo terminado el Salvador esta modesta comida, creían en fin todos los asistentes; habían desaparecido la incertidumbre, la vacilación y la duda. Verdaderamente que es forzoso creer cuando se ve, cuando se toca. «Un espíritu no tiene carne ni huesos,» había dicho Jesús. Un fantasma no come. La fe sucede a todas las negaciones precedentes. Entonces instituye el Salvador solemnemente el sacramento de la Penitencia. «Se perdonarán los pecados a los que vosotros se los perdonaréis, y les serán retenidos a aquellos a quienes vosotros se los retuviereis.» Antes de su Pasión, durante los días de su vida pública, perdonaba el divino Maestro los pecados. Había prometido a Pedro en particular 1164 y a los Apóstoles en general, 1165conferirles a ellos mismos este poder. Ha llegado el momento, y les confiere la investidura de este sagrado ministerio en el mismo día, en que, triunfante del pecado y de la muerte que es su castigo, sale Jesús vencedor del sepulcro. Pero, dicen los sectarios de Lutero y de Calvino, ¿dónde está el precepto de la confesión auricular, en estas palabras de Jesucristo? Concederase tal vez que sea el sacramento de la Penitencia de institución divina; pero no dice el Evangelio que sea necesario a un hombre confesarse. Jesús perdonaba las culpas de los prevaricadores con una sola palabra. «Hijo mío o hija mía, ten confianza, decía, tus pecados te son perdonados.» Mas no se había efectuado la confesión previa. -Así es como razonan, después de [704] tres siglos, nuestros hermanos extraviados. Pues bien; Jesús, el Verbo de Dios, conocía las disposiciones de las almas y sus extravíos y sus miserias. Cuando confesó a la Samaritana en el brocal del pozo de Jacob, fue él quien reveló a la pecadora el estado de su corazón. Pero al dar a los Apóstoles y a los discípulos el poder de perdonar los pecados, no les comunicó su divina presciencia. Para retener o para remitir la ofensa hecha a Dios, es necesario saberla. ¡Qué poder tan inaudito conferido a mortales! ¡Remitir o retener la injuria que se dirige a Dios! Tal es, no obstante, la misión que da Jesucristo a sus Apóstoles. ¿Han pensado jamás en una institución semejante las filosofías humanas con todos sus sistemas y sus genios? Pero evidentemente, puesto que el ministro de Jesucristo no sabe los pecados sino en cuanto se le revelan, no podría, sin la confesión previa, ejercer su privilegio sobre las almas.

9. «Tomás, empero, continúa el Evangelista, uno de los doce, llamado Dídimo, 1166no estaba con ellos cuando se manifestó Jesús. Dijéronle después los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Mas él les respondió: Si yo no veo en sus manos la hendidura de los clavos y no meto mi dedo en la cicatriz que dejaron, y mi mano en la llaga de su costado, no lo creeré. -Ocho días después, estaban otra vez los discípulos reunidos en la misma casa, y Tomás con ellos. Y vino Jesús estando también cerradas las puertas, y púsoseles en medio, y dijo: La paz sea con vosotros. -Después, dirigiéndose a Tomás: Mete aquí tu dedo, lo dijo, y registra mis manos, y trae la tuya y métela en la llaga de mi costado y no seas incrédulo, sino fiel. -¡Señor mío y Dios mío! exclamó el Apóstol. -Jesús repuso: Has creído ¡oh Tomás! porque me has visto ¡bienaventurados aquellos que sin haberme visto han creído.» 1167

La fe es, pues, el cumplimiento humano de la obra divina de la Redención. Admírase el racionalismo de que cada día, a cada hora, al menor capricho de una inteligencia extraviada, no aparezca Jesús en el esplendor de su humanidad viviente, para extinguir toda duda y disipar toda clase de ignorancia. Mas ya hemos dicho que esto sería destruir la libertad humana, la conciencia, el mérito y el demérito individuales. La fe no es meritoria, sino porque es un esfuerzo; y no obstante, es tal la luz en esa expansión de la verdad [705] Evangélica, que es preciso cerrar voluntariamente los ojos para sustraerse a tanta claridad. «¡Bienaventurado los que creen sin haber visto!»




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § V. La cruz del Gólgotha