Catena aurea ES 3616

MATEO 6,16


3616 (Mt 6,16)

"Y cuando ayunéis, no os pongáis tristes como los hipócritas. Desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que recibieron su galardón". (v. 16)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. Como la oración es fuerte cuando se hace con un espíritu humilde y con un corazón contrito, y como no puede decirse que el que disfruta de las delicias de esta vida tenga un corazón humilde y un corazón contrito -bien sabido es que la oración sin el ayuno es flaca y enferma- por lo tanto, todos aquéllos que han querido rogar por alguna necesidad, han juntado siempre el ayuno con la oración, porque el ayuno es el apoyo de la oración. Por esto, nuestro Señor después de habernos enseñado a orar nos habla del ayuno, diciendo: "Cuando ayunéis, no os pongáis tristes como los hipócritas". Sabía, pues, el Señor, que la vanagloria ataca a todo lo bueno, y por eso manda cortar la espina de la vanagloria que nace en buena tierra, para que no sofoque el fruto del ayuno. No puede suceder que no sufra el que ayuna; pero mejor es que el ayuno te manifieste a ti, que no tú al ayuno. No puede suceder que el que ayuna esté contento y por lo tanto no dijo: "No queráis aparecer tristes". Los que aparecen pálidos en virtud de algunas imposturas, éstos no están tristes, pero se fingen como tales. Por el contrario, el que está triste en virtud de un ayuno prolongado no aparece triste, sino que en realidad lo está. Y por esto añade: "Exterminan sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan".

San Jerónimo. La palabra exterminan, que en las Escrituras Sagradas ha perdido su vigor por equivocación de los intérpretes, significa mucho más que lo que de común se comprende. Son exterminados aquellos a quienes se destierra, porque son enviados fuera de los términos. En vez de esta palabra exterminan, debemos usar siempre la palabra descomponen. Descompone el hipócrita su rostro, para manifestar tristeza, y cuando está alegre en su alma lleva el luto en su cara.

San Gregorio, Moralia, 8, 30. Porque unas veces se presentan pálidos, su cuerpo como que se cae de debilidad, el pecho se levanta por los suspiros que lo agitan, y nada buscan con tanto trabajo sino el conseguir la humana estimación.

San LeónMagno, in sermone 4 de Epiphania, 5. No son buenos los ayunos que no provienen del convencimiento de la conciencia, sino del arte de engañar.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15Si el que ayuna aparece triste, es un hipócrita, pero ¿cuánto peor es el que no ayuna, pero que pinta en su rostro, por medio de invenciones de su imaginación, cierta palidez en señal de que ayuna?

San Agustín, de sermone Domini, 2, 12. Debe advertirse especialmente en este capítulo que puede haber jactancia, no sólo en el brillo y en la apariencia de las cosas corporales, sino también en las mismas miserias dignas de lamentarse. Esto es tanto más peligroso en cuanto engaña, porque se hace aparecer con el nombre de servicio de Dios. El que brilla por el cuidado excesivo de su cuerpo, y por el brillo de su vestido y de las demás cosas que le adornan, fácilmente puede comprenderse que es amigo de seguir las pompas y vanidades del mundo, y no engaña a los demás con la apariencia de una santidad engañosa. Pero el que profesando la imitación de Cristo hace que se fijen los ojos de los demás hombres en su extraordinaria tristeza, en los harapos con que se viste a este fin -cuando haga esto por su propia voluntad, y no lo sufra por necesidad-, puede muy bien ser conocido por las demás obras que practique, si esto lo hace por desprecio del lujo superfluo o por algún mal fin.

Remigio. El fruto del ayuno de los hipócritas se manifiesta en las palabras que a continuación dice el Salvador: "Para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que recibieron su galardón".

MATEO 6,17-18


3617 (Mt 6,17-18)

"Mas tú, cuando ayunas, unge tu cabeza y lava tu cara para no parecer a los hombres que ayunas, sino solamente a tu Padre, que está en lo escondido: y tu Padre, que ve en lo escondido, te galardonará". (vv. 17-18)

Glosa. Enseñó Jesucristo lo que no debía hacerse, y ahora enseña lo que debe hacerse, diciendo: "Mas tú, cuando ayunas, unge tu cabeza, etc. ".

San Agustín de sermone Domini, 2, 12. Suele preguntarse el significado de lo que aquí se dice. No es posible creer que Jesucristo mandase que aunque lavemos la cara todos los días, cuando ayunamos debamos untar nuestros cabellos, lo cual todos consideran como muy impropio.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. Por lo tanto, si manda que no estemos tristes, para que por medio de la tristeza no manifestemos a los hombres que ayunamos, ¿por qué manda ungir la cabeza y lavar la cara? Con todo, la unción de la cabeza y el acto de lavarse la cara, si los que ayunan los observan siempre, concluirán por ser señales de ayuno.

San Jerónimo. Pero aquí se habla de la costumbre que había en Palestina de ungirse la cabeza en los días de fiesta. Así, el Señor mandó que cuando ayunemos, nos manifestemos contentos y alegres.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. La interpretación sencilla de esto es que no debe entenderse literalmente, así como lo demás que antecede, como si dijese: "Debes estar tan lejos de la ostentación del ayuno, que si es posible (lo cual no es muy oportuno), debes hacer aun lo que, por el contrario, parece ser indicio de lujuria o de comida", y por eso sigue: "Para no parecer a los hombres que ayunas".

San Juan Crisóstomo homiliae in Matthaeum, hom. 20,1. Hablando de la limosna no dijo sencillamente esto, sino que dijo que la limosna no debe hacerse en presencia de los hombres, añadiendo: "Para ser vistos por ellos". Pero en el ayuno y en la oración no añadió esto, porque la limosna es imposible que esté oculta en absoluto, pero la oración y el ayuno sí. No es pequeño fruto el menosprecio de la gloria humana. Es entonces cuando uno está libre del yugo de los hombres. Y obrando no por ellos sino por la virtud, se ama realmente esta última y se obra por ella misma. Así como nosotros estimamos la afrenta cuando la sufrimos, no por nosotros sino por otros a quienes amamos, así no conviene practicar la virtud para que otros lo vean, ni obedecer a Dios por los hombres, sino por el mismo Dios. Y por ello sigue: "Sino solamente a tu Padre que está en lo escondido".

Glosa. Esto es, a tu Padre celestial, que es invisible o que habita en el corazón por medio de la fe. Ayuna para Dios el que se mortifica por su amor, y el que da a otro aquello de lo que se priva a sí mismo.

Prosigue el Salvador: "Y tu Padre que ve en lo escondido, etc. "

Remigio. Es suficiente para ti que quien conoce tu conciencia sea el mismo que te ha de premiar.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. Espiritualmente se entiende la conciencia por cara del alma. Así como en presencia de los hombres es agradable una cara limpia, así ante los ojos de Dios es hermosa una conciencia pura. Los hipócritas que ayunan para agradar a los hombres destruyen estas dos caras, queriendo engañar a la vez a Dios y a los hombres. Todo pecado lacera la conciencia. Si habéis limpiado vuestra alma de pecado y habéis lavado vuestra conciencia, ayunáis como debéis hacerlo.

San León Magno, in sermone 6 de Quadragesima, 2. Es preciso realizar el ayuno, no privándose solamente de los alimentos, sino procurando evitar el pecado y los vicios. Dado que no nos mortificamos sino para extinguir en nosotros la concupiscencia. Y el resultado de la mortificación debe ser el abandono de las acciones deshonestas y de las voluntades injustas. Esta manera de entender las exigencias de la fe no excusa a los que están enfermos de practicarlas, pues en un cuerpo lánguido puede encontrarse un alma sana.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. En sentido espiritual, Cristo es vuestra Cabeza. Dad de beber al sediento y dad de comer al hambriento, y así habréis incensado con perfumes a vuestra cabeza, a saber, a Cristo que dice en el Evangelio: "Lo que habéis hecho con uno de estos pequeños lo habéis hecho conmigo" (Mt 25,40)

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 16,6. Dios aprueba aquel ayuno que hace quien da limosna a los demás. Todo esto de lo cual te privas a ti mismo, lo entregas a otros, para que por lo mismo por lo que tu carne es afligida, se fortifique la carne de tu prójimo pobre.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 12. Consideramos a la cabeza como la razón, porque se encuentra en la parte superior del alma y gobierna los demás miembros del cuerpo. Luego el ungir la cabeza es tanto como alegrarse. Alégrese interiormente porque ayuna, el que ayunando se separa de las aspiraciones del mundo para quedar sometido a Dios.

Glosa. He aquí por qué en el Nuevo Testamento no todas las cosas pueden entenderse al pie de la letra. Es ridículo creer que debemos derramar aceite sobre nosotros cuando ayunamos. Lo que debemos hacer es ungirnos con el espíritu del amor de Aquél de cuyos sufrimientos debemos participar, mortificándonos y ungiendo nuestras inteligencias.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. Propiamente hablando, debe lavarse la cara, pero no la cabeza que debe ser ungida. Todo el tiempo que vivimos en este cuerpo, nuestra conciencia está manchada por los pecados. Pero Jesucristo que es nuestra cabeza, no cometió pecado alguno.

MATEO 6,19-21


3619 (Mt 6,19-21)

"No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra, donde el orín y la polilla los consumen: y en donde los ladrones los desentierran y roban. Mas atesorad para vosotros tesoros en el cielo, en donde ni los consume orín ni polilla, y en donde los ladrones no los desentierran ni roban. Porque en donde está tu tesoro, allí también está tu corazón". (vv. 19-21)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 20,2. Después de que manifestó la malicia de la vanagloria, creyó el Salvador muy oportuno hablar del menosprecio de las riquezas. Ninguna otra cosa hace desear tanto las riquezas como el deseo de la gloria. Por esto los hombres presentan gran número de criados, caballos cubiertos de oro y mesas adornadas con plata. No para reportar de ello alguna utilidad sino para hacer ostentación delante de muchos. Y esto es lo que dice el Señor cuando continúa: "No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 13. Si alguno hace estas cosas con el objeto de conseguir algún beneficio terreno, no podrá decirse que tiene el corazón limpio aquel que se complace con las cosas de la tierra. El que se une a una naturaleza inferior, mancha la suya, aunque aquélla a la que se ha unido no esté manchada en su especie. Y así como el oro se deteriora cuando se mezcla con plata pura, así también nuestra alma se mancha cuando se mezcla con la tierra, por muy buena que sea en su clase1.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. Como nuestro Señor nada había enseñado acerca de la limosna, de la oración y del ayuno, sino que sólo había reprobado el su fingimiento, ahora de las tres cosas mencionadas deduce tres consecuencias de enseñanza. La primera de ellas afecta a la limosna de esta manera y en este orden: "No queráis atesorar para vosotros, etc". "Cuando das limosnas, no quieras tocar la trompeta delante de ti"; y después prosigue: "No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra". Aquí, en primer lugar, da consejo para que se haga limosna; en segundo lugar manifiesta cuál sea la utilidad de la limosna; y en tercero, exhorta a que el temor de la pobreza que pueda sobrevenir, no impida a la voluntad dar limosna.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 20,2. Habiendo dicho: "No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra", añade: "En donde los consume orín y polilla", para demostrar que los tesoros de la tierra, tanto por el lugar como por las personas los dañan, perjudican, mientras que los del cielo producen gran utilidad. Por esto decía: "¿Por qué temes que se te acabe el dinero si das limosna? Da, pues, limosna y ella te traerá el aumento de las riquezas, porque se añadirán las que están en el cielo, las cuales perderás si no das limosna". Y no dijo: "Las dejarás a otro", porque esto es agradable a los hombres.

Rábano. Pone tres cosas, según las tres clases de riquezas: los metales se destruyen por el orín, los vestidos por la polilla. Pero hay otras cosas a las que no afecta ni el orín ni la polilla, como son las piedras preciosas, y por eso pone su destrucción a los ladrones que pueden robar toda clase de riquezas.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. En otros textos se encuentra: "Porque los destruyen la comida y la polilla". Todos los bienes del mundo pueden destruirse de tres maneras. O por sí mismos, como cuando se vuelven viejos y se llenan de polilla, según acontece a los vestidos. O por los mismos dueños que se los comen, viviendo con lujuria. O por los extraños, cuando engañan a los propios dueños por medio del fraude, o por la fuerza, o por las calumnias, o por otro modo cualquiera. Es decir, todos los que se llaman ladrones, porque desean hacer que las cosas ajenas les sean propias. Pero dirás: ¿Acaso los que hacen estas cosas también las pierden? Pero que mientras que unos, hablando con propiedad, no las pierden, sí las pierden los otros, a quienes se las arrebatan. En verdad, las riquezas mal conservadas pueden perderse fácilmente, si no de una manera material, de una manera espiritual, porque no aprovechan a su dueño para conseguir su salvación.

Rábano. Hablando de una manera alegórica, el orín significa la soberbia, que oscurece el brillo de las virtudes, y la polilla, que muerde el buen deseo, y por esto descompone lo compacto de la unidad. Ladrones son los herejes y los demonios, que siempre están dispuestos a quitarnos las gracias espirituales.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5. Por lo demás, la alabanza celestial es eterna y no puede ser robada por el hurto del ladrón, ni mortificada por el orín y la polilla de la envidia. Y por ello prosigue: "Mas atesorad para vosotros tesoros en el cielo, en donde ni lo consume orín ni polilla, y en donde los ladrones no los desentierran ni los roban".

San Agustín de sermone Domini, 2, 13. Yo no considero en este lugar el cielo como una cosa corpórea, porque todo cuerpo es tierra. Debe despreciar todas las cosas del mundo aquél que atesore para sí tesoros en el cielo, del que se ha dicho: "El cielo son los cielos para Dios" (Ps 113,16), esto es, en el firmamento espiritual. El cielo y la tierra pasarán. No debemos, pues, colocar nuestro tesoro en lo que puede pasar (o constituir nuestro corazón), sino en lo que permanece siempre.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. ¿Qué es, pues, mejor, el amontonar sobre la tierra, donde no es segura su conservación, o en el cielo, donde es segura su defensa? ¡Qué necedad tan grande es amontonar bienes donde se ha de dejar, y no enviarlos allí a donde se ha de ir! Coloca tus riquezas allí donde tienes tu patria.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 20,3. Como no todo tesoro de la tierra se destruye por el orín y la polilla ni se roba por los ladrones, añade aquello diciendo: "Donde está tu tesoro, allí está tu corazón". Como si dijese: "Aun cuando no suceda lo primero, no sufrirás pequeña pérdida, apegado a las cosas inferiores, hecho su esclavo, caído del cielo e incapaz de pensar en las cosas sublimes".

San Jerónimo. Esto no debe entenderse solamente del dinero, sino de todas las cosas que se poseen en la tierra. Para el goloso, su dios es el vientre; para el lascivo, su tesoro es la impureza; para el amante, la liviandad. Cada uno es esclavo del que le ha vencido. Allí, pues, tiene su corazón donde tiene su tesoro.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. Ahora trata sobre la utilidad que se percibe cuando se hace limosna. El que coloca su tesoro en la tierra nada tiene que esperar en el cielo. ¿Qué esperará encontrar en el cielo aquel que nada ha enviado? Por lo tanto, peca dos veces: primero, porque atesora cosas malas, segundo, porque tiene su corazón fijo en la tierra. Asimismo, por causas contrarias obra bien doblemente quien atesora tesoros en el cielo.

MATEO 6,22-23


3622 (Mt 6,22-23)

"La antorcha de tu cuerpo es tu ojo. Si tu ojo fuere simple, todo tu cuerpo será luminoso. Mas si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tenebroso. Pues si la lumbre que hay en ti, son tinieblas, ¿cuán grandes serán las mismas tinieblas?" (v. 22-23)

San Juan Crisóstomo homiliae in Matthaeum, hom. 20,3. Después que hizo mención del entendimiento reducido a esclavitud y cautivado, como esto no podía conocerse fácilmente por muchos, pasa a enseñar sobre cosas exteriores, diciendo: "La antorcha de tu cuerpo", etc. Como diciendo: "Si no has conocido aún qué se entiende por detrimento del entendimiento, conócelo ahora en las cosas temporales". Lo que es el ojo para tu cuerpo, eso es el entendimiento para tu alma. Así como una vez perdidos los ojos se pierde el poder para obrar en los demás miembros, porque se les apaga la luz, así, una vez oscurecida la inteligencia, la vida es abrumada por muchos males.

San Jerónimo. Todo esto se refiere a los sentidos, del mismo modo que el cuerpo queda en tinieblas si el ojo no está sano, así el alma, si pierde su inocencia, todos sus sentidos (o lo que es lo mismo, la parte sensible del alma), quedan envueltos en la oscuridad. Por ello dice: "Pues si la lumbre que hay en ti son tinieblas, ¿cuán grandes serán las mismas tinieblas?" Esto es, si el sentido, que es la luz del alma, se oscurece por el vicio, verás cómo aquello que es oscuro por sí mismo será envuelto en tinieblas.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. Parece que aquí no habla del ojo corporal ni de este cuerpo que se ve en el exterior, porque entonces hubiera dicho: "Si tu ojo fuere sano o enfermo". Pero lo que dice es: "Sencillo o malo". ¿De qué le serviría como luz exterior tener un ojo benigno pero enfermo? Y si le tuviese maligno, pero sano, ¿no le sepultaría en las tinieblas?

San Jerónimo. El hombre que tiene los ojos legañosos ve multiplicadas las luces, mientras que el ojo simple y puro ve las cosas simples y puras.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15. O bien se habla del ojo interior, no del exterior. Este lucero es la inteligencia, por medio de la cual el alma ve a Dios. Todo aquél que tiene su corazón inclinado hacia Dios tiene su ojo luciente, esto es, su inteligencia está limpia y no está oscurecida por las concupiscencias de la tierra. Las tinieblas, pues, en nosotros, son los sentidos corporales, que siempre apetecen las cosas que son propias de las tinieblas. Por lo tanto, el que tiene su ojo limpio, esto es, la inteligencia espiritual, conserva su cuerpo luminoso, esto es, sin pecado, pues aunque la carne desea las cosas malas el hombre la mortifica por medio del temor divino. Pero el que tiene su ojo malo, esto es, la inteligencia oscurecida por la maldad o perturbada por la concupiscencia, tiene su cuerpo tenebroso. No resiste a la carne cuando desea las cosas malas, porque no tiene esperanza en el cielo, que es la que nos concede valor para resistir a las pasiones.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5. Hablando del oficio de la luz del ojo, expresó también la luz del corazón, la que, si es sencilla y luciente, permanecerá así, dando al cuerpo la claridad de la eterna luz, e infundirá a la corrupción de la carne el esplendor de su origen, esto es, en la resurrección. Pero si está oscurecido por los pecados y la mala voluntad, el ojo será malo y la naturaleza del cuerpo estará sujeta a los vicios de la inteligencia.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 13. O bien debemos entender aquí por ojo nuestra intención, la cual si está limpia y es recta, todas las obras que hacemos según ella son buenas, y a todas éstas llamó Jesús "todo el cuerpo". También el Apóstol llama miembros nuestros a nuestras mismas obras, cuando dice en su carta a los Colosenses: "Mortificad vuestros miembros que están sobre la tierra: la fornicación, la inmundicia", etc (Col 3,5) Debe considerarse lo que cada uno hace no por la manera que cada uno lo haga, sino según el fin que se proponga. Esta es, pues, en nosotros la luz, porque siempre creemos que hacemos con buen fin todo lo que hacemos: todo lo que se manifiesta se llama luz (Ep 5,13) Los hechos que se realizan en la sociedad de los hombres tienen para nosotros un éxito dudoso, y por esto los llamó tinieblas. ¿Puedo yo saber, cuando doy una limosna a un pobre, qué es lo que hará con ella? Luego si la misma intención del corazón que ya te es conocida, se oscurece con el deseo de las cosas temporales, con mucha más razón el mismo hecho cuyo resultado es incierto, será tenebroso, porque aun cuando de él resulte alguien beneficiado, como tú no ibas con buena intención, no podrá decirse que aquel beneficio se deba a ti en la forma que haya podido resultarle al otro. Pero si haces algo con buena intención, esto es, con el fin de hacer una obra de caridad, entonces tus acciones serán puras y agradarán en la presencia del Señor.

San Agustín, contra mendacium, 7. Las cosas que son ciertamente pecados no pueden hacerse con buena intención, sea lo que fuere. Todas las acciones de los hombres, según respondan a causas buenas o malas, se llamarán también buenas o malas, cuando por sí mismas no sean pecados. Así como es bueno dar de comer a los pobres si esto se hace por caridad, así también es malo si esto se hace por jactancia. Pero cuando las acciones son ya pecados en sí mismas como el robo, el estupro y otras cosas por el estilo, ¿quién dirá que pueden hacerse por buen motivo, o que no son pecado? Entonces diría cualquiera: "Robemos a los ricos para que tengamos qué dar a los pobres".

San Gregorio Magno, Moralia, 28, 15. O de otro modo: "Si la luz que está en ti son tinieblas", etc. Si aquello que hemos empezado a hacer con buen fin lo estropeamos con una intención torcida, ¿cuánto más tenebrosas serán las cosas que no ignoramos que sean malas, aun cuando las hacemos?

Remigio. La fe se asemeja a la antorcha, porque por ella se ilumina la marcha del hombre interior, esto es, su acción, para que no tropiece, según aquellas palabras del Salmo: "Tu palabra es la antorcha para mis pies" (Ps 118,105) Pues si ésta estuviese limpia y fuere sencilla, todo tu cuerpo estaría perfectamente iluminado, pero si estuviese sórdida, todo tu cuerpo será tenebroso. O bien por antorcha se entiende el jefe de una iglesia, el cual, con toda propiedad, se llama el ojo, porque debe procurar el bien de toda la feligresía sujeta a él, que sería el cuerpo. Por lo tanto, si el jefe de una iglesia se equivoca, ¿con cuánta más razón se equivocará el pueblo que le está encomendado?


MATEO 6,24


MATEO 6, 24

3624 (Mt 6,24)

"Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno sufrirá y al otro despreciará. No podéis servir a Dios y a las riquezas". (v. 24)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16. Había dicho el Señor antes que el que tiene una inteligencia espiritual podrá conservar su cuerpo sin pecado, pero el que no la tiene no puede. La razón de esto la añade cuando dice: "Ninguno puede", etc.

Glosa. Se ha dicho arriba que una intención terrena hace malo lo que es bueno, de donde alguno ha podido deducir: "Yo haré obras buenas con fines temporales y con fines celestiales". Contra lo cual dice el Señor: "Ninguno puede servir a dos señores".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 21,1. Ya había el Señor refrenado la tiranía de la avaricia con muchas y grandes razones pero ahora añade otras más amplias. Las riquezas no nos dañan precisamente porque arman a los ladrones contra nosotros y porque oscurecen nuestra inteligencia, sino porque también nos separan de Dios. Y esto lo prueba con una razón muy fácil de comprender: "Ninguno puede servir a dos señores". Dice dos, porque mandan cosas contrarias. Si se entendiesen no serían dos sino uno, y manifiesta esto por lo que añade en seguida: "Porque aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno sufrirá y al otro despreciará". Pone dos para demostrar que es fácil el tránsito a otra cosa mejor, diciendo: "Me he hecho esclavo del dinero" (amando las riquezas) Y demuestra que es posible llegar a otro estado, a saber, no sufriendo la esclavitud, sino despreciándola.

Glosa. O bien se refiere el Señor a dos clases de sirvientes: unos sirven con gusto y por afecto, y otros servilmente y por temor. Cuando uno sirve por cariño a uno de dos señores enemigos, es necesario que aborrezca al otro. Pero si le sirve por temor, se hace necesario que mientras obedece a uno aborrezca al otro. Si las cosas terrenas, o Dios, dominan en el corazón del hombre, éste se halla atraído por fuerzas contrarias. Dios, atrayendo a su siervo hacia las cosas sublimes, y la tierra que le inclina hacia las cosas inferiores. Por esto, como poniendo fin, añade: "No podéis servir a Dios y a las riquezas".

San Jerónimo. La palabra mammona en siríaco quiere decir riquezas. Oiga esto el avaro que se honra con el nombre de cristiano: no se puede a la vez servir a Dios y a las riquezas. Y sin embargo no dijo: "El que tiene riquezas", sino: "El que sirve a las riquezas". El que es esclavo de las riquezas las guarda como esclavo, pero el que sacude el yugo de su esclavitud, las distribuye como señor.

Glosa. Por mammona se entiende también al diablo, que preside a las riquezas; no porque pueda darlas, a menos que Dios se lo permita, sino porque engaña a los hombres por medio de ellas.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 14. El que sirve, pues, a la mammona (esto es, a las riquezas) también sirve a aquel que, puesto a la cabeza de todas ellas por razón de su perversidad, es llamado por Dios príncipe de este mundo. O de otro modo, manifiesta quiénes son estos dos señores cuando dice: "No podéis servir a Dios y a las riquezas", o lo que es lo mismo, a Dios y al diablo, porque el hombre aborrecerá a éste y amará al otro (esto es, a Dios), o sufrirá al uno y despreciará al otro. Sufre un duro dominio todo el que sirve a las riquezas. Cegado por su codicia, vive sometido al diablo, y no lo quiere. Como aquel que está unido a la sierva de otro por la concupiscencia, sufriendo una dura esclavitud, aun cuando no ame a aquél cuya sierva ama. Obsérvese que ha dicho: "Y despreciará al otro", y no: "Le aborrecerá", porque apenas hay conciencia que pueda aborrecer a Dios. Mas se le puede despreciar, esto es, no temerle a causa de la confianza que inspira su bondad.

MATEO 6,25


3625 (Mt 6,25)

"Por lo tanto os digo: No andéis afanados para vuestra alma qué comeréis, ni para vuestro cuerpo qué vestiréis. ¿No es más el alma que la comida y el cuerpo más que el vestido?" (v. 25)

San Agustín, de sermone Domini, 2, 15. El Señor había enseñado antes que aquel que quiere amar a Dios y cuidar de no ofenderlo no debe hacerse la ilusión de que puede servir a dos señores a la vez, con el fin de que el corazón no se divida, aunque ya no busque las cosas superfluas y sí las necesarias. Así, con el objeto de que la intención no se incline a separarse de unas y de otras, añade diciendo: "Por lo tanto os digo: No andéis afanados para vuestra alma qué comeréis, etc. "

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 21,2. No dijo esto porque el alma necesite de comida (pues es incorpórea), sino que habló según era común costumbre. Por lo demás, el alma no puede permanecer en el cuerpo si éste no se alimenta.

San Agustín, de sermone Domini, 2,15. Debemos creer que aquí se entiende por alma la vida sensible.

San Jerónimo. En algunos códices se ha añadido: "Ni qué bebáis". Luego se refiere a aquello que la naturaleza concede a las fieras, a las bestias y también a los hombres, y siéndonos esto común, no podemos vivir libres de este cuidado. Pero se nos manda que no andemos solícitos acerca de lo que hemos de comer, porque con el sudor de nuestra frente debemos prepararnos el pan. El trabajo debe ejercitarse, mas se debe evitar el afán. Lo que aquí se dice debemos entenderlo respecto de la comida carnal y del vestido. Por lo demás, respecto de las comidas espirituales y de los vestidos, siempre debemos ser solícitos.

San Agustín, de haeresibus, 57 . Se llaman euquitas, ciertos herejes que opinan que no es lícito al monje trabajar para sostener la vida, y que por lo tanto, todos los monjes deben hacer profesión de abstenerse en absoluto del trabajo.

San Agustín, de opere monachorum, 1ss. Dicen, pues: no les mandó el Apóstol que se ocupasen en trabajos corporales, en los que se ejercitan los labradores y los artesanos, cuando dijo (2Th 3,10): "El que no quiera trabajar que no coma". Y no podría en absoluto ser contrario al Evangelio, cuando dice el Señor: "Por lo tanto os digo: No andéis solícitos".

En las palabras del Apóstol debemos entender los trabajos espirituales, acerca de los que dice en su primera carta a los fieles de Corinto (1Co 3,6): "Yo he plantado, Apolo ha regado". Y así piensan obedecer a la vez a la sentencia apostólica y evangélica, admitiendo que el Evangelio mandó no cuidarse de la indigencia corporal de esta vida, y que el Apóstol dijo del trabajo y la comida espiritual: "El que no quiere trabajar que no coma". Primeramente probemos que el Apóstol quiso que los que sirven a Dios se ejerciten en trabajos corporales. Había empezado diciendo (2Th 3,7-10): "Vosotros sabéis cómo debéis imitarnos: nosotros no hemos andado inquietos entre vosotros, ni hemos comido el pan de alguno sin ganarlo antes; puesto que hemos pasado el día y la noche sufriendo con el trabajo y la fatiga para no ser gravoso a ninguno; no porque no tuvimos poder, sino para enseñaros a vivir en la forma en que nos debéis imitar. He ahí por qué, mientras hemos estado entre vosotros, os hemos dicho que, si alguno no quiere trabajar, no coma". ¿Qué puede decirse respecto de esto, cuando con su ejemplo había enseñado lo mismo que mandaba, esto es, a trabajar corporalmente? Que el Apóstol trabajaba corporalmente se manifiesta en los Hechos de los Apóstoles (Ac 18,2-3) con este pasaje: "Permaneció con Aquila y con su mujer Priscila, trabajando con ellos; eran, pues, constructores de tiendas de campaña" (Ac 18,3) Y sin embargo Dios había constituido al Apóstol como predicador del Evangelio, como soldado de Cristo, como plantador de su viña, como pastor de su rebaño, y por lo tanto para que viviese del Evangelio. El, con todo, nunca exigió lo que se le debía, para dar ejemplo a los demás que desean exigir aun lo que no se les debe.

Oigan, pues, los que no tienen el poder que aquél tenía, para que trabajando, no ya solamente con el espíritu, coman el pan ganado con su trabajo corporal (Ac 21) Si son evangelistas, si son ministros del altar, si son los que administran los sacramentos, tienen facultades para ello. Si acaso tenían algo en el mundo con lo que pudiesen fácilmente y sin trabajo material sostener esta vida, después de convertirse al Señor lo distribuyeron a los pobres. Debe creerse su imposibilidad de ganar el pan y proveer a sus necesidades, y no atender al lugar en el cual han invertido lo que tenían, puesto que todos los cristianos forman una sociedad (Ac 22) Pero en cuanto a los que vienen a la profesión del servicio de Dios dejando la vida rústica, el taller u otra profesión manual, no pueden excusarse de trabajar. De ningún modo conviene que allí donde los senadores trabajan, los obreros vivan ociosos, y que adonde vienen después de haber abandonado sus complacencias los que fueron dueños de predios, allí se hagan delicados los rústicos. Así cuando el Señor dice: "No queráis andar solícitos", no lo dice con el objeto de que no busquen lo necesario con lo que puedan vivir honradamente, sino para que no se fijen en estas cosas, y que no sea por ellas que hagan todo lo que se manda en la predicación del Evangelio, cuya intención llamó ojo más arriba.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 21,2. Puede continuarse de otro modo. Habiendo dicho el Señor que debe despreciarse el dinero para que algunos no dijesen: "¿Cómo podremos vivir si abandonamos todo?", añade: "Y por lo tanto os digo: No andéis solícitos", etc.

Glosa. Esto es, por las cosas temporales, para que no prescindáis de las eternas.

San Jerónimo. Se nos manda que no andemos solícitos acerca de lo que hemos de comer, porque nos buscamos la comida con el sudor de nuestra frente. Por lo tanto debe trabajarse, pero debe evitarse la preocupación.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16. Debe adquirirse el pan, no por medio de afanes espirituales, sino por medio de trabajos corporales, cuyo pan abunda para los que trabajan puesto que Dios se lo concede como premio de su laboriosidad y se lo oculta a los perezosos como castigo. Confirma, pues, el Señor nuestra esperanza, razonando así de mayor a menor: "¿Acaso el alma no vale más que la comida, y el cuerpo más que el vestido?".

San Jerónimo. El que asiente a lo mayor también asentirá a lo menor.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16. Si Dios no hubiera querido conservar lo que existía, no lo hubiera creado. Pero a lo que ha creado para que se sostenga por medio del alimento, es preciso que le dé la comida, tanto tiempo cuanto quiere que exista lo que ha hecho.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5. O de otro modo, como el sentido de estas palabras se ha adulterado respecto del cuidado que debemos tener por las cosas futuras, y como los infieles se han burlado respecto de lo que habrá de suceder con los cuerpos en la futura resurrección y de lo que constituirá el alimento en la vida eterna, Dios reprende por lo tanto la malicia de esta cuestión tan inútil, diciendo: "¿Acaso el alma no es más que la comida?". No permite, pues, que nuestra esperanza acerca del porvenir en la resurrección se detenga con preocupación de la comida, de la bebida y del vestido, con el fin de que con esa inquietud por las cosas mínimas no se infiera ofensa alguna al que ha de devolvernos el cuerpo y el alma.


Catena aurea ES 3616