Catena aurea ES 3715

MATEO 7,15-20


3715 (Mt 7,15-20)

"Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, y dentro son lobos rapaces: por sus frutos los conoceréis. ¿Por ventura cogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así todo árbol bueno lleva buenos frutos; y el mal árbol lleva malos frutos. No puede el árbol bueno llevar malos frutos, ni el árbol malo llevar buenos frutos. Todo árbol que no lleva buen fruto, será cortado y metido en el fuego. Así, pues, por los frutos de ellos los conoceréis". (vv. 15-20)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19. Había mandado el Señor a los apóstoles que no hiciesen sus limosnas, sus ayunos y sus oraciones delante de los hombres, como lo hacen los hipócritas. Y para darles a conocer que todas estas cosas pueden hacerse con hipocresía, les habla diciendo: "Guardaos de los falsos profetas".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 24. Habiendo dicho el Señor que son pocos los que encuentran el camino estrecho y la puerta angosta, para que los herejes, que se recomiendan muchas veces por su pequeño número, no se coloquen en nuestro lugar, añade en seguida: "Guardaos de los falsos profetas".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,6. Como se había dicho que la puerta es estrecha, y que son muchos los que pervierten la vía que a ella conduce, por eso inculcó: "Guardaos de los falsos profetas". Para despertar más su atención, les recordó con ese nombre a los que introdujeron el error entre sus padres, lo cual había sucedido también en medio de ellos.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19. Lo que se ha escrito: "La Ley y los Profetas hasta San Juan Bautista" (Mt 11,13), es para significar que la profecía de Cristo no tendría lugar después de El. Aún hay profetas y los hubo, pero no que profeticen de Cristo, sino que interpretan lo que los antiguos profetas anunciaron de Cristo. Esto es, los maestros de las Iglesias. Y son profetas porque nadie puede interpretar el sentido de las profecías sino por medio del espíritu profético. Sabiendo, pues, el Señor que había de haber falsos doctores de diversas herejías, lo advirtió diciendo: "Guardaos de los falsos profetas". Como no eran manifiestos los futuros gentiles, sino escondidos bajo el nombre cristiano, no dijo: "Mirad", sino "Guardaos". Cuando la cosa es cierta se mira, esto es, se ve simplemente, pero cuando es incierta se observa, esto es, se examina con precaución. Dice además: "Guardaos", porque es una buena garantía de salvación saber de quién se ha de huir. No dice "Guardaos" como si el diablo pudiese introducir herejías (en la Iglesia) contra la voluntad de Dios, sino con la permisión de Dios, pues dado que no quiere tener siervos suyos sin discernimiento, permite la tentación. Y porque no quiere que sucumban por ignorancia, les advierte el peligro. Para que algún maestro hereje no diga que a ellos no los llamó profetas falsos, sino a los maestros de los gentiles y de los judíos, por eso añade: "Que vienen a vosotros con vestidos de ovejas". Las ovejas son los cristianos, mas el vestido de oveja es una especie de cristianismo y de religión fingida. Ninguna cosa hace tanto daño al bien como la ficción, porque lo malo que se oculta con apariencia de bueno. Mientras no se conoce, no se previene. Y para que aun no diga el hereje que habla de los verdaderos maestros, que también son pecadores, añade: "Y dentro son lobos rapaces". Los maestros católicos se llaman también siervos de la carne, porque son vencidos por ella, pero no lobos rapaces, porque no tienen el propósito de perder a los cristianos. Habla, pues, Jesucristo de los maestros herejes, que con intención toman el aspecto de cristianos para destrozarlos con la perversa mordedura de la seducción, y de quienes dice el Apóstol: "Sé que después de mi muerte, entrarán entre vosotros lobos rapaces, que no perdonarán el rebaño" (Ac 20,29)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,6. Por lo que parece, muchas veces no sólo son llamados falsos profetas los herejes, sino también aquéllos cuya vida es corrupta, pero que la ocultan con el antifaz de la virtud, por lo cual dijo: "Los conoceréis por sus frutos". Entre los herejes puede muchas veces hallarse la vida, pero de ningún modo entre los que he dicho.

San Agustín, de sermone Domini, 2,24. Importa mucho averiguar la clase de frutos de que se trata aquí. Muchos se dejan engañar a la vista de los frutos que producen aquellos que llevan piel de oveja, y así resultan la presa de los lobos. Los frutos que los engañan son los ayunos, las limosnas y las oraciones que no tienen otro objeto que los hombres y agradar a aquellos a quienes estas obras parecen difíciles. Pues bien, éstos no son los frutos que pueden servirnos para reconocerlos, como se nos manda, porque todas estas cosas si se hacen con recta intención, en la verdad, son el vestido propio de las ovejas. Mas cuando se hacen con mal fin, y con el objeto de engañar, no aprovechan más que para encubrir a los lobos. Pero no deben las ovejas aborrecer su vestido porque con él se cubran muchas veces los lobos. Cuáles son los frutos con los que podremos conocer el árbol malo, no lo dice el Apóstol en su carta a los fieles de Galacia: "Manifiestas son las obras de la carne: ellas son la fornicación, la impureza" (Ga 5,19), etc. Y cuáles son los frutos con los que podremos conocer el árbol bueno, lo expresa también el Apóstol diciendo en la misma carta: "Los frutos espirituales son la caridad, el gozo, la paz" (Ga 5,22), etc.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19. El fruto por donde se conoce al hombre es la confesión de su fe. El que, según Dios, emita la voz de la humildad y de la verdadera confesión, éste es una oveja. Pero el que, por el contrario, se deshace en blasfemias contra Dios, es un lobo.

San Jerónimo. Así pues, lo que se dice aquí de los falsos profetas (que ofrecen una cosa en su trato y en sus palabras, y demuestran otra en sus obras), debe entenderse especialmente de los herejes, que parecen cubrirse con la continencia y el ayuno como con un vestido de piedad, pero que interiormente tienen sus almas envenenadas, y engañan los corazones de sus hermanos sencillos.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 39. Pero por las obras puede deducirse si esa apariencia exterior lleva envuelta alguna ambición. Cuando empiecen a ser mortificados por algunas tentaciones, en el modo de evitarlas o de no consentirlas se verá el fin que se propusieron, o que intentaron proponerse, al encubrirse con este velo. Y entonces aparecerá si es lobo cubierto con piel de oveja, u oveja con su propia piel.

San Gregorio Magno, Moralia 31,11. El hipócrita hasta con la paz de la Iglesia se ve hostigado, por eso a nuestra vista aparece vestido con capa de religiosidad. Pero basta que se declare alguna persecución contra la fe, y al punto los feroces apetitos del lobo lo despojan del vestido de oveja, y, persiguiendo, demuestra cuán grande es su crueldad contra el bien.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,6. Fácilmente se descubre a los hipócritas. El camino por el que quieren andar es difícil. El hipócrita no es amigo del trabajo. Además, para que no se diga que es imposible conocer a estos tales, pone otro ejemplo el Salvador, tomado de las mismas cosas humanas, diciendo: "¿Por ventura cogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19. La uva encierra en sí cierto misterio de Jesucristo. Así como el racimo suspende muchos granos pendientes de la cepa, así Jesucristo suspende de sí muchos fieles unidos al árbol de la Cruz. El higo representa la Iglesia, que contiene a muchos fieles con cierto dulce abrazo de caridad, así como el higo contiene muchos granillos encerrados en su piel. Hay en el higo estas señales de caridad en su dulzura, de unidad en la reunión de sus granos. La uva es el símbolo de la paciencia porque se la lleva al lagar, también lo es de alegría porque el vino alegra el corazón del hombre (Ps 103), de pureza porque no está mezclada con agua, y de suavidad por la complacencia que produce. La espina y el abrojo por todas partes ofrecen puntas. Así, si examinamos los esclavos del diablo, por cualquier parte que los examinemos, los encontraremos cubiertos de iniquidades. No pueden, pues, estos espinos y estos abrojos producir frutos propios de la Iglesia. Demuestra a continuación que es universalmente verdadero lo que en particular había dicho bajo la semejanza del higo y de la vid, de los espinos y de los abrojos, cuando dice: "Así todo árbol bueno lleva buenos frutos; y todo árbol malo, lleva malos frutos".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 24. Debe evitarse en este lugar el error de aquéllos (de los maniqueos) que opinan que los dos árboles designan dos naturalezas, de las cuales la una es de Dios y la otra no. Debe decirse que esta figura de los dos árboles en nada los favorece, puesto que aquí no se trata de los árboles sino de los hombres, como podrá ver claramente el que considere los antecedentes y los consiguientes.

San Agustín, de civitate Dei, 12, 4-5. Las mismas naturalezas desagradan a los herejes mencionados, no considerándolas según su utilidad, como si la naturaleza considerada en sí misma no diese gloria a su Autor, sino por la comodidad o imcomodidad que nos produzca. Todas las naturalezas, por el mero hecho de existir y de tener su modo de ser propio, su especie y cierta paz suya consigo, son ciertamente buenas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,7. Para que alguno no diga que el árbol malo produce malos frutos, pero que también los produce buenos, y que por ello será difícil conocerlo a no ser gustando los dos frutos, añade: "No puede el árbol bueno llevar malos frutos, ni el árbol malo llevar buenos frutos".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 24. De aquí deducen los maniqueos que un alma no puede volverse buena, ni una buena en mala, como si se hubiese dicho: "No puede un árbol bueno convertirse en malo, ni un árbol malo volverse bueno". Lo que se ha dicho es: "No puede un árbol bueno producir malos frutos", ni lo contrario. El árbol es el mismo hombre. Los frutos son las acciones del hombre. No puede, por lo tanto, un hombre malo hacer obras buenas, ni uno bueno hacerlas malas. Luego si el malo quiere obrar bien, es preciso que primero se haga bueno. Mientras uno es malo, no puede hacer obras buenas. Puede suceder que lo que fue nieve no lo sea, mas no que la nieve sea caliente. Así puede suceder que el que fue malo no lo sea, pero no se podrá conseguir que el que es malo haga cosas buenas, pues aunque alguna vez es útil, esto no lo hace él, sino que se realiza en él, haciéndolo la divina Providencia.

Rábano. El hombre se considera como árbol bueno o malo, según que su voluntad sea buena o mala. Los frutos son sus acciones, que no pueden ser buenas cuando son producto de una mala voluntad, ni malas cuando lo son de una buena.

San Agustín, contra Iulianum 1, 13. Así como se sabe que de la mala voluntad no pueden brotar más que malas acciones (como sucede al árbol respecto de sus frutos), así, ¿de dónde dirás que procede la misma voluntad mala, sino porque la mala voluntad del ángel nace del ángel, como la del hombre nace del mismo hombre? ¿Qué eran estos dos, antes de que naciese en ellos la mala voluntad, sino una obra perfecta de Dios y una naturaleza digna de alabanza? He aquí por qué decimos que de lo bueno nace lo malo, pues no hay de dónde podría haber surgido sino es de lo bueno. Digo esto de la mala voluntad misma, pues ningún mal la precedió. No de las obras malas, porque ellas no nacen sino de una voluntad mala como de un árbol malo. Pero no proviene la mala voluntad de lo bueno -pues lo bueno ha sido hecho por el buen Dios- sino que proviene de la nada, no de Dios.

San Jerónimo. Preguntemos a los herejes, que admiten en sí mismos dos naturalezas contrarias si, según su modo de pensar, un árbol bueno no puede producir malos frutos, ¿cómo Moisés, árbol bueno, ha pecado junto a las aguas de la contradicción (Nb 26,72), San Pedro negó al Señor en la pasión diciendo: "No conozco a ese hombre", y el suegro de Moisés, árbol malo que no creía en el Dios de Israel, le dio un buen consejo?

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,7. Como no había mandado castigar a los malos profetas, los amenaza con las penas que Dios suele aplicar, diciendo: "Todo árbol que no lleve buen fruto, será cortado y metido en el fuego". En estas palabras parece que designa a los judíos y por ello recuerda las palabras del Bautista, manifestándoles por medio de ellas la pena que les está preparada. Pues aquél había dicho esto mismo a los judíos cuando les hablaba del árbol cortado, recordándoles que sería arrojado al fuego eterno. Si alguno considera esto con atención, encontrará dos penas: una en el ser cortado y otra en el ser quemado. El que es quemado es también separado del reino, y por ello su pena es doble. Algunos sólo temen el infierno, pero yo digo que la pérdida de aquella gloria es mucho más dolorosa que la pena del infierno. ¿Qué mal (grande o pequeño) no experimentaría un padre por ver y tener consigo a su hijo amado? Consideremos esto respecto de aquella gloria. No hay hijo alguno tan grato para su padre como la adquisición de aquellos bienes, y el renunciarse para poder estar con Cristo. La pena del infierno es insufrible, es verdad, pero aun considerando diez mil infiernos, nada se podrá decir respecto a la pena que produce la pérdida del cielo y el ser aborrecido por Cristo.

Glosa. De la comparación mencionada deduce lo que ya antes había manifestado, diciendo: "Por los frutos de ellos los conoceréis".

MATEO 7,21-23


3721 (Mt 7,21-23)

"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése entrará en el reino de los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿pues no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces yo les diré claramente: nunca os conocí. Apartaos de mí los que obráis la iniquidad". (vv. 21-23)

San Jerónimo. Así como había dicho antes que aun los que llevan el vestido de la buena vida no deben ser recibidos si hay maldad en sus enseñanzas, así ahora dice, por el contrario, que no debe oírse a los que, enseñando buena doctrina, la destruyen con sus malas obras. Una y otra cosa es necesaria a los que sirven al Señor: que las obras se prueben con las palabras y las palabras con las obras. Y por ello añade: "No todo el que me dice Señor, Señor", etc.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1. En estas palabras parece que se dirige especialmente a los judíos, que ponen toda su atención en los dogmas. Por ello San Pablo los denuncia, diciéndoles en la segunda carta a los Romanos (Rm 2,17): "Si, pues, te llamas judío y descansas en la ley", etc.Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19. Como ya nos había enseñado a distinguir los verdaderos y los falsos profetas por sus frutos, ahora ya nos manifiesta de una manera terminante cuáles son los frutos por medio de los que se distinguen los maestros buenos y los malos.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 25. Debemos cuidar de no ser engañados en el nombre de Cristo por los herejes, o por los que lo entienden mal, o por los que aman el mundo, y por ello dice: "No todo el que me dice: Señor, Señor", etc. Pero veamos cómo puede concordar con esta sentencia aquella otra del Apóstol: "Ninguno puede decir: Señor Jesús si no lo dice inspirado por el Espíritu Santo". No podemos decir que aquellos que no entran en el reino de los cielos tienen el Espíritu Santo, pero el Apóstol puso propiamente esta palabra (1Co 12,3): dice, para dar a conocer la voluntad y el entendimiento del que habla. Habla con propiedad aquel que manifiesta su voluntad y su pensamiento por medio de la voz. El Señor puso aquí en general la palabra decir. Parece que también dice aquel que ni quiere ni entiende lo que dice.

San Jerónimo. Es costumbre en la Sagrada Escritura el tomar los dichos por los hechos, según cuya interpretación dice el Apóstol: "Confiesan que conocen a Dios, pero lo niegan con los hechos" (Tt 1,16)

Ambrosiaster, commentario de 1 Cor 12,3. Toda verdad, sea dicha por quien quiera, proviene del Espíritu Santo.

San Agustín, de sermone Domini, 2,25. No creamos que pertenece a aquellos frutos de que había hablado antes, si alguno dice a nuestro Señor: "Señor, Señor", y que por ello nos parezca que es árbol bueno, sino que aquellos frutos son cumplir el designio de Dios. Por ello sigue: "Sino el que hace la voluntad de Mi Padre", etc.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5. El camino del reino de los cielos es la obediencia al designio de Dios, no el repetir su nombre.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19. Cuál sea el designio de Dios El mismo nos lo enseña: "Esta es la voluntad de Aquel que me envió, que todo el que ve a su Hijo y cree en El obtenga la vida eterna" (Jn 6,40) La palabra creer afecta lo mismo a la confesión que a la acción. El que no confiesa o no vive, según la palabra de Jesucristo, no entrará en el Reino de los Cielos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1. No dijo: "El que hace mi voluntad", sino "la del Padre", porque, entre tanto, era conveniente decir esto para acomodarse a la ignorancia de aquéllos; mas ya por esto les insinuó ocultamente aquello: "No es otra la voluntad del Hijo que la del Padre".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 25. Aquello tiene por objeto evitar que seamos engañados, no sólo en el nombre de Cristo por aquellos que tienen el nombre mas no los hechos, sino también por ciertos prodigios y milagros que Dios opera por medio de ellos a causa de los infieles. Nos advierte así que no nos dejemos engañar con tales obras, creyendo que hay alguna sabiduría invisible allí donde vemos el milagro, por lo cual añade y dice: "Muchos me dirán en aquel día".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1. Ves cómo se introduce de una manera discreta; cuando ya hubo terminado su sermón, se presenta a sí mismo como juez. Que la pena afecta a los que pecan ya lo demostró antes, quién es el que castiga ya lo revela, diciendo: "Muchos me dirán en aquel día", etc.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19. A saber, cuando venga en la majestad de su Padre, cuando ya nadie se atreverá a defenderse con palabrería ni con mentira ni a contradecir a la verdad, cuando hablen las acciones de cada cual, las bocas se cierren, ni uno intervendrá por otro, sino que cada uno temerá por sí. En aquel juicio no habrá testigos aduladores de los hombres, sino ángeles veraces y el juez, el Señor lleno de justicia. Por eso expresó propiamente las angustias de los hombres que temen y la voz de los que sufren, diciendo: "Señor, Señor". Decir una sola vez: "Señor", no bastaría a aquel a quien aprieta la necesidad del temor.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6. Presumen para sí la gloria por la virtud de su palabra, la profecía de la doctrina, la expulsión de los demonios y otras obras por el estilo, y por ello se prometen el Reino de los Cielos, diciendo: "Pues no profetizamos en tu nombre", etc.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1. Pero hay algunos que dicen que éstos lo dijeron mintiendo y que por eso no se han salvado, pero que no se atreverían a decir lo mismo en presencia del juez. Mas la misma pregunta y su misma respuesta manifiestan que ellos hicieron estas cosas. Como aquí eran admirables haciendo milagros en presencia de todos y allí se ven castigados, admirados dicen: "Señor, ¿pues no practicamos muchas virtudes en tu nombre?", etc. Algunos dicen que cuando hacían milagros no obraban mal, sino después. Pero no consta que esto sea lo que el Señor quería demostrar, a saber, que ni los milagros ni la fe valen algo cuando la vida no es buena, como dice San Pablo: "Si tuviese una fe tan firme que traspasase los montes de un lado a otro, pero no tuviese caridad, nada soy" (1Co 13,2)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19 Considera que dicen en el nombre y no en el espíritu. Profetizan en el nombre de Cristo, pero con el espíritu del diablo, como son los que adivinan, pero se distinguen así porque el diablo dice a veces las cosas falsas, mientras que el Espíritu Santo nunca. Se puede conceder que el diablo diga alguna vez alguna verdad, con el fin de hacer creer sus mentiras con alguna verdad rara. Arrojan los demonios en nombre de Cristo teniendo el espíritu del demonio, mas no los arrojan sino que aparentan que los arrojan, entendiéndose en realidad con los demonios. Hacen cosas admirables, esto es, milagros no útiles y necesarios, sino inútiles y faltos de significación.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 25. Léase cuanto hicieron los magos de Egipto, en contraposición a los milagros de Moisés.

San Jerónimo. El profetizar, hacer cosas admirables y arrojar los demonios (aun cuando sea por virtud divina) no constituye mérito alguno en aquel que ejecuta tales cosas, sino que, o la invocación del nombre de Cristo hace esto, o se concede para condenación de aquellos que lo invocan, o para utilidad de los que ven u oyen tales prodigios. Para que ellos, aunque desprecien a los hombres que hacen tales signos, honren, sin embargo, a Dios, con cuya invocación tantos milagros se hacen. Saúl (1S 10), Balaán (Nb 23) y Caifás (Jn 11) vaticinaron; y según leemos en los Hechos de los Apostóles (Ac 19), los hijos de Sceva arrojaban los demonios en la apariencia, y el apóstol Judas se dice que hizo también muchos prodigios entre los demás apóstoles, cuando ya había concebido la idea de ser traidor.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1. Como no todos eran aptos para todo, y mientras unos tenían una vida pura y no tan grande fe, en otros sucedía lo contrario, el Señor convertía a los primeros por los últimos para que mostrasen mucho la fe. Evocaba a éstos por el inefable don de los milagros, para hacerlos mejores, y como les concedía esta gracia con gran abundancia, dicen, pues: "Hemos hecho muchos milagros". Mas como fueron ingratos con Aquel que así los honró, con razón siguen las siguientes palabras: "Y entonces yo les diré claramente nunca os conocí".

San Jerónimo. Con intención dijo: "Y entonces yo les diré claramente", lo cual había callado mucho tiempo antes.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19. Una gran paciencia precederá a esta gran cólera de Dios, que hará más justo el juicio y más merecido el castigo de los culpables. Debe tenerse en cuenta que Dios desconoce a los pecadores, porque se han hecho indignos de que los conozca; no porque no los conozca en absoluto, sino porque no los reconoce como cosa propia. Dios conoce a todos naturalmente, pero aparenta no conocer a éstos. Así como también parece que no conocen a Dios los que no le adoran dignamente.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, 24,1. Dice, pues, el Señor a éstos: "¿Acaso os conocí?" Como si, no solo no los conozca en el día del juicio, sino que tampoco los conocía cuando hacían milagros: a muchos tienen ya odio aquí y los separa antes de castigarlos.

San Jerónimo. Observa también lo que dice el Salvador: "Que nunca os he conocido". Esto lo dice contra algunos que afirman que los hombres se han conducido siempre como criaturas racionales.

San Gregorio Magno, Moralia, 20, 9. En esta sentencia se da a conocer que entre los hombres debe tenerse en gran veneración la humildad de la caridad y no las apariencias de las virtudes. Por esto la Iglesia aun en esta vida desprecia los milagros de los herejes, si es que hacen algunos, porque no reconoce en ellos cosa alguna de santidad. La prueba de la verdadera santidad no consiste en hacer cosas aparatosas, sino en amar al prójimo como a sí mismo. Acerca de Dios debemos tener los mejores sentimientos, acerca del prójimo debemos pensar mejor que de nosotros mismos.

San Agustín, contra adversarium legis et prophetarum libri, 2, 4. No puede creerse que Dios diga lo que llevamos dicho, refiriéndose a los santos profetas, como quieren los maniqueos. Esto lo dijo refiriéndose a aquellos que, después de predicado el Evangelio, hablan en nombre de El sin saber lo que dicen.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6. Así se han gloriado a sí mismos los hipócritas, como si lo que hacían o decían procediese solamente de ellos y no lo hiciese todo la virtud de Dios invocada. Esta doctrina ilustra la lectura del Evangelio, y el nombre de Cristo atormenta allí a los demonios. En nuestra mano está la consecución de aquella eternidad bienaventurada. Pero es necesario que pongamos de nuestra parte algo, como puede ser el querer el bien, evitar lo malo, y que hagamos con más gusto lo que el Señor quiere, que aquello que nos agrada, para que así podamos alcanzar la gloria. Rechazando el Señor a aquéllos por las obras de iniquidad, les dice: "Separaos de mí todos los que obráis la iniquidad".

San Jerónimo. No dijo: "Los que habéis obrado la iniquidad", para que no pareciese que prescindía de la penitencia, sino: "Los que obráis", esto es, hasta este mismo momento en que ha llegado la hora del juicio. Pues aunque no tengáis ya facultades para pecar, conserváis el afecto del pecado.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19. Porque la muerte separa el alma del cuerpo, pero no cambia las disposiciones de aquélla.

MATEO 7,24-27


3724 (Mt 7,24-27)

"Pues todo aquél que oye estas mis palabras y las cumple, comparado será a un varón sabio que edificó su casa sobre la peña. Descendió la lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos, dieron impetuosamente en aquella casa, y no cayó porque estaba cimentada sobre piedra. Y todo el que oye estas mis palabras y no las cumple, semejante será a un hombre loco que edificó su casa sobre arena. Descendió lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos, dieron impetuosamente sobre aquella casa, y cayó y fue su ruina grande". (vv. 24-27)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,2. Como había de haber algunos que admirarían lo que había dicho Jesús, pero que no harían ostensible con obras esa admiración, previniéndoles, los aterra, diciendo: "Pues todo aquel que oye estas mis palabras y las cumple, comparado será a un varón sabio".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 20. No dijo, pues: "Consideraré como un varón sabio a aquel que oye y hace", sino: "Será comparado a un varón sabio". Luego el que se compara es hombre ¿a quién se asemeja? A Cristo. Cristo, pues, es el varón sabio que ha edificado su casa (esto es, su Iglesia) sobre la piedra (esto es, sobre la firmeza de la fe) El hombre necio es el diablo que ha edificado su casa (esto es, todos los impíos) sobre arena (esto es, la inconstancia de la infidelidad), o sobre los hombres mundanos, que se llaman arena por la esterilidad, y como no están unidos entre sí, sino que están divididos por una multitud de opiniones, son innumerables. La lluvia es la enseñanza que riega al hombre, y las nubes son de donde sale la lluvia. Unos son encendidos por el Espíritu Santo, como los profetas y los apóstoles; otros son agitados por el espíritu del diablo, como son los herejes. Los vientos favorables son los espíritus de las diversas virtudes, o los ángeles, que obran de una manera invisible en los sentidos de los hombres y los inclinan a obrar el bien, y vientos perjudiciales son los espíritus inmundos. Los ríos benéficos son los evangelistas y los maestros del pueblo. Ríos malos son los hombres llenos del espíritu inmundo e instruidos en la palabra, como son los filósofos y los demás profesores de las ciencias humanas, de quienes brotan ríos de aguas pantanosas. A la Iglesia que Cristo fundó no la corrompe la lluvia de la enseñanza falaz, ni el hálito del demonio la empuja, ni la conmueven las corrientes de los ríos más violentos. No se opone a esto el que caigan en ello algunos de la Iglesia, pues no todos los que se llaman cristianos pertenecen a Cristo, sino que El conoce los que son suyos (2Tm 2,19) Pero la lluvia de la verdadera doctrina cae contra la casa que el diablo edificó. Soplan los vientos, esto es, las gracias espirituales o los ángeles; se hinchan los ríos, esto es, los cuatro evangelistas y los demás sabios; y así cae la casa, esto es, la gentilidad, para que se levante Cristo. Y su ruina ha sido grande. Disueltos los errores, convencidas las mentiras y destruidos los ídolos en todo el mundo. Es, pues, semejante a Cristo el que oye sus palabras y obra según ellas, esto es, el que edifica sobre fuerte roca, esto es, Cristo que es todo lo bueno para que sobre cualquier especie de bien que alguno edificare aparezca que ha edificado sobre Cristo. Como la Iglesia, una vez edificada por Cristo, no puede ser destruida, así el cristiano, que edifica sobre Cristo no puede ser derribado por ninguna adversidad, según las palabras del Apóstol a los Romanos (Rm 8,35): "¿Quién, pues, nos separará de la caridad de Cristo?" Es semejante al diablo, el que oye las palabras del Señor, pero que no obra según ellas. Las palabras que se oyen y no se practican andan separadas y esparcidas, y por ello se asemejan a la arena. Arena es también toda malicia u otros bienes propios del mundo. Así como se destruye la casa del diablo, así todos los que viven fundados sobre la arena de la malicia son destruidos y caen, y la ruina es grande si uno ha sufrido algún detrimento en la fe, mayor que si hubiese fornicado o hubiese cometido algún homicidio, porque tiene el medio de levantarse por la penitencia como se levantó David.

Rábano. También puede entenderse por ruina grande lo que Jesucristo habrá de decir a aquellos que lo oyen y no obran: "Id al fuego eterno" (Mt 25,41)

San Jerónimo. Toda predicación de los herejes se funda en arena movediza, que no puede hacerse compacta, y así se desmorona.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6. También significa con las lluvias las seducciones de los blandos placeres, que se desprenden poco a poco por todas las rendijas (cuando éstas están abiertas) para humedecer la fe, después de las cuales llega el oleaje de los ríos (o torrentes), esto es, el empuje de los placeres más criminales, y de todas partes soplan los vientos con todo su furor, esto es, todo espíritu del poder diabólico entra en la lid.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 25. Cuando la lluvia se pone como significando algún mal, se toma por la superstición nebulosa. Los rumores de los hombres se comparan a los vientos, el río a las concupiscencias de la carne, como que corren por la tierra. El que es inducido por las prosperidades es quebrantado por la adversidad, lo cual no teme el que tiene edificada su casa sobre piedra, esto es, el que no sólo escucha los preceptos del Señor, sino que también los practica. Mas se expone a peligro en todas estas cosas aquel que oye y no obra. Ninguno afirma en sí lo que percibe de Dios, ni lo oye, sino practicándolo. Debe considerarse que cuando dijo: "Y todo el que oye estas mis palabras", bien manifiesta que estas palabras comprenden todos los preceptos en que se funda toda la vida del cristiano, para que con razón los que quieran vivir según ella sean comparados a los que edifican sobre piedra.

MATEO 7,28-29


3728 (Mt 7,28-29)

Y sucedió que, cuando Jesús hubo terminado estos discursos, se maravillaban las gentes de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los Escribas y los Fariseos de ellos. (vv. 28-29)

Glosa. El evangelista, después de exponer la doctrina de Jesucristo, manifiesta los efectos de esta misma doctrina en la muchedumbre diciendo: "Y sucedió que cuando hubo terminado", etc.

Rábano. Esta terminación afecta a la perfección de las palabras y a la integridad del dogma. En cuanto a lo que dice: "Las turbas se admiraban", o representa a los infieles en la muchedumbre (que se admiraban, porque no creían las palabras del Salvador) o se refiere en general a todos aquellos que veneraban en El la excelencia de tanta sabiduría.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 20. El entendimiento del hombre, aplacado razonablemente, alaba; vencido, admira. Todo lo que no podemos alabar dignamente, suscita nuestra admiración. La admiración de aquéllos más bien pertenecía a la gloria de Jesucristo que a la fe de los que lo admiraban. Si hubiesen creído en Cristo, no se habrían admirado. Esto, pues lleva a admirar lo que está más allá del mero decir o hacer; y por eso no admiramos lo que Dios dice o hace, porque todo es menos que el poder de Dios. La muchedumbre era la que se admiraba, esto es, el pueblo sencillo, no los principales del pueblo, que no acostumbraban a oír por el deseo de aprender. El pueblo sencillo oía sencillamente, pero su silencio, si aquéllos hubiesen asistido se hubiese perturbado con sus contradicciones. Donde la ciencia es mayor, allí es más fuerte la malicia. El que se apresura a ser el primero, no se contenta con ser el segundo.

San Agustín, de consensum evangelistarum, 2, 19. De lo que aquí se dice, puede inferirse que la muchedumbre de que se trata es la de los discípulos, de entre los cuales eligió doce, a los que designó con el nombre de apóstoles, lo cual San Mateo pasó en silencio en este lugar de su evangelio, pero lo dice San Lucas. Parece que sólo para sus discípulos pronunció Jesús en el monte este discurso, del cual hace mención San Mateo, pero lo calla San Lucas. Después bajó al llano, y pronunció otro discurso semejante, del que habla San Lucas, y lo calla San Mateo. Aunque también puede suceder (como ya se ha dicho antes), que Jesús pronunciase un solo discurso, estando presentes los apóstoles y la muchedumbre, del que se ocupan San Mateo y San Lucas, de diverso modo, aunque bajo los mismos conceptos, y así se explica lo que se dice de la admiración de la muchedumbre.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25,1. Indica la causa de esta admiración diciendo: "Estaba, pues, enseñando", etc. Si los escribas, viendo este poder por medio de los milagros, lo separaban de sí, ¿cuánto más se hubiesen escandalizado oyendo esas palabras, que por sí solas manifestaban ese poder? Pero la muchedumbre no sintió esta impresión. Cuando el alma es benévola fácilmente la persuaden los discursos de la verdad. Era tal el poder del que enseñaba, que convencía a muchos y llenaba de admiración a los demás. El placer que experimentaban oyéndole hacía que no lo dejasen, aun cuando callaba, y por eso lo siguieron bajando del monte. Lo que más los admiraba, era que en lo que decía no se apoyase en la autoridad de otro (como habían hecho Moisés y los profetas), sino que se mostraba siempre como quien tiene poder, apoyando en su palabra las leyes que daba: "Yo, pues, os digo" (Mt 5,25)

San Jerónimo. Como Dios y Señor del mismo Moisés, añadía a la ley, que creía deficiente lo que le parecía, o cambiaba lo que creía oportuno cuando predicaba al pueblo, como hemos leído más arriba: "Se ha dicho a los antiguos; pero yo os digo" (Mt 5,25) Los escribas sólo enseñaban lo que está escrito en Moisés y en los profetas.

San Gregorio Magno, Moralia 23,13. O bien, Jesucristo sólo ha podido hablar con verdadero poder, porque no había cometido falta alguna. Pero nosotros, como somos débiles, debemos consultar con nuestra debilidad lo que debemos decir a nuestros débiles hermanos.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6. O medían el efecto de su poder con el valor de sus palabras.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 25. Esto es lo que da a conocer en los Salmos (Ps 2,6-7): "Obraré con confianza en ello: las palabras del Señor son palabras castas, oro probado por el fuego purificado siete veces", por cuyo número, he creído oportuno comparar estos siete preceptos con aquellas siete sentencias, que he puesto al principio de este discurso, cuando he tratado de las bienaventuranzas (Mt 2,20) Sigue el mismo santo. El que uno se disguste con su hermano sin motivo alguno, o le diga raca, o lo llame necio, comete una gran soberbia. Contra ello hay un remedio, a saber, pedir perdón con ánimo humilde, para no inflarse con el espíritu de jactancia. "Bienaventurados, pues, los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 2,22) Hace las paces con su contrario, esto es, presta obediencia a la palabra divina todo aquel que, al abrirse el testamento de su padre, no se inclina a emprender pleitos sino que accede a lo dispuesto, calmado por la piedad. "Bienaventurados, pues, los mansos, porque ellos poseerán la tierra" (Mt 1,23) Todo aquel que sienta que las pasiones pecaminosas se levantan contra su voluntad recta, exclame: "Infeliz hombre de mí, ¿quién me librará de la muerte de este cuerpo?" (Rm 7,24) Y llorando así, invoque el auxilio del divino consolador, porque está escrito: "Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados" (Mt 1,32) ¿Qué cosa más penosa puede imaginarse que, para vencer la costumbre de un vicio, cercenar todos los miembros que pueden impedir el Reino de los Cielos, sin quebrantarse de dolor; soportar en el matrimonio todo lo que no es la fornicación, por muy molesto que sea; decir la verdad, no apoyada en la abundancia de juramentos sino en la probidad de costumbres? ¿Mas quién se atreverá a hacer frente a tantos trabajos si no arde de amor de justicia, como encendido de hambre y sed de ella? "Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia, porque serán hartos" (Mt 1,46) ¿Quién puede estar preparado a sufrir las injurias de los inferiores, a dar al que le pide, amar a los enemigos, hacer bien a los que le hacen mal, rogar por los que le persiguen si no es perfectamente misericordioso? "Bienaventurados, pues, los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 2,35) El limpio de corazón tiene puesta la vista en no hacer consistir el fin de sus buenas obras en la complacencia humana, y no se propone por ellas la adquisición de las cosas necesarias para la vida presente, ni condena temerariamente el proceder de los demás. Y cuanto manifiesta de otro, lo manifiesta con una intención tal que no tendría inconveniente en que de él se dijese lo mismo. "Bienaventurados, pues, los limpios de corazón" (Mt 1,40), etc. Conviene entender por limpios de corazón, el modo estricto de encontrar el camino de la verdadera sabiduría, que obstruyen las decepciones de los hombres perversos. "Bienaventurados, pues, los pacíficos" (Mt 2), etc. Ya se tenga en cuenta este orden, o ya cualquier otro, debemos obrar como el Señor nos dice, si queremos edificar sobre roca firme.


Catena aurea ES 3715