Catena aurea ES 3814

MATEO 8,14-15


3814 (Mt 8,14-15)

Y habiendo llegado Jesús a la casa de Pedro, vio a su suegra que yacía en cama, y con fiebre: Y le tocó la mano, y la dejó la fiebre, y se levantó, y los servía. (vv. 14-15)

Rábano. Después que manifestó San Mateo en el leproso la curación de todo el género humano, y en el siervo del centurión la del pueblo gentil, consiguientemente por medio de la suegra de San Pedro, designa la curación de la sinagoga, y por esto dice: "Habiendo llegado Jesús a la casa de Pedro". Primero habla del siervo, porque fue mayor el milagro, y mayor la gracia en el gentil convertido o porque al fin del mundo la sinagoga habrá de convertirse en absoluto, cuando hayan entrado todas las gentes en el reino de Dios. La casa de San Pedro, estaba en Betsaida.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,1. Pero, ¿por qué entró en la casa de Pedro? Me parece que a comer, porque se añade: "Y se levantó y los servía". Se detenía en casa de sus discípulos para honrarlos y hacerlos con esto más ansiosos. Considera el respeto de San Pedro para con Jesucristo. Teniendo a su suegra en casa con calentura, no le hizo venir a ella, sino que esperó que terminase la predicación de la doctrina y que se curasen otros. Había aprendido desde el principio a dar la preferencia sobre sí a todos los demás. Así es que ni siquiera le hace una indicación, sino que el Señor fue espontáneamente, después que dijo el centurión: "No soy digno de que entres en mi casa", manifestando cuánto distinguía a su discípulo. No se creyó rebajado al entrar bajo el techo de un pobre pescador, para enseñarnos a conculcar en todo el orgullo humano. Unas veces cura con su sola palabra y otras extiende además la mano como en esta ocasión dice el sagrado texto: "Y tocó su mano". No siempre quería hacer milagros sobreabundantes, le convenía ocultarse alguna vez. Tocando el cuerpo, no sólo curó la fiebre, sino que también le concedió una salud completa. Cuando la enfermedad era curable, en el modo de curar manifestaba su poder, haciendo lo que no puede hacer la medicina, esto es, restituyendo al mismo tiempo la salud completa, por lo que el evangelista, entendiendo esto así, dice: "Y se levantó, y los servía".

San Jerónimo. La naturaleza de los hombres es tal que después de haber pasado una enfermedad, parece que están peores que durante ella, y cuando empieza la convalescencia, es precisamente cuando se siente más la enfermedad, pero la salud que se concede por el Señor, se concede toda a la vez.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,1. En esto que se dice, de que se levantó y los servía, se manifiesta el poder de Dios y la disposición que aquella mujer mostraba hacia Jesucristo.

Beda. Místicamente hablando, la casa de San Pedro representa la ley y la circuncisión, la suegra figura la sinagoga, que en cierto modo es la madre de la Iglesia, confiada a Pedro. Aquélla estaba enferma, porque sufría la calentura de la envidia, persiguiendo a la Iglesia, cuya mano toca el Señor cuando convierte sus acciones terrenas en costumbre espiritual.

Remigio. También puede entenderse, que la suegra de San Pedro representa la ley que, según el apóstol, estaba enferma según la carne, esto es, la inteligencia carnal. Pero cuando el Señor, por el misterio de la encarnación, apareció visiblemente delante de la sinagoga, cumplió la ley con sus obras y enseñó la manera de entenderla en sentido espiritual. Asociada luego a la gracia del Evangelio, adquirió tanta fuerza que se convirtió de dispensadora de la muerte y de la pena, en ministra de la vida y de la gloria.

Rábano. Toda alma que vive bajo el dominio de las concupiscencias de la carne, se encuentra como el que padece fiebre. Pero tocada por la mano de la misericordia divina, convalece y enfrena las pasiones de la carne, por medio de la continencia, y con los mismos miembros con que servía a la inmundicia, sirve ahora a Dios.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7. En la suegra de San Pedro puede decirse también que estaba representada la viciosa afección de la infidelidad, a la que va unida la libertad de la voluntad, que nos une a sí, con cierto lazo conyugal. Luego con la entrada del Señor en la casa de Pedro (esto es, en el cuerpo), se cura la infidelidad de los pecados, que arde con vehemencia y libre del yugo de los vicios, se consagra el alma al servicio de Dios.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 21. Cuándo fue obrado este milagro (esto es, después de qué o antes de qué) no lo dice San Mateo. No puede decirse que este hecho aconteció necesariamente después de lo que había referido. Se comprende, sin embargo, que ha recopilado aquí lo que antes había omitido. San Marcos (Mc 1,29-31) lo coloca antes de la curación, que refiere del leproso, y que parece le pone inmediatamente después del sermón del monte, que omite. San Lucas (Lc 4 Lc 39) también coloca esta curación de la suegra de Pedro después de la misma circunstancia que San Marcos. Le interpuso antes de un sermón muy largo del Salvador, y que puede creerse sea el mismo que San Mateo dice que predicó el Señor en el monte. ¿Pero qué importa el lugar u orden de los hechos? ¿Qué importa que un evangelista ponga ahora lo que acababa de omitir, o que ponga antes lo que era posterior, con tal que el hecho, así colocado, no se oponga en nada a otro hecho, referido por él o por otro? No está en la potestad de cada uno el recordar oportunamente las cosas conocidas, por el mismo orden que sucedieron. Es bastante que cada evangelista crea que debe contar las cosas por el orden con que Dios se dignó recordarle lo que ya sabía, por lo que, cuando no aparece el orden de los tiempos, nada debe interesarnos, puesto que cada uno de ellos tenía su modo de ordenar la narración.

MATEO 8,16-17


3816 (Mt 8,16-17)

Y siendo ya tarde, le presentaron muchos endemoniados; y con la palabra expulsaba a los demonios, y sanó todos los enfermos, para que se cumpliera lo que fue dicho por el profeta Isaías, que dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. (vv. 16-17)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,2. Como el número de creyentes ya había aumentado, y no querían separarse de Jesucristo en ningún tiempo, le traen por la tarde los enfermos. Y por ello se dice: "Y siendo ya tarde, le presentaron muchos que estaban poseídos del demonio".

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,22. En cuanto a lo que dice: "Y siendo ya tarde", indica suficientemente que esto se refiere al tiempo del mismo día, aun cuando no sea necesario que estas palabras: "Y siendo ya tarde", se tomen por la tarde de aquel mismo día.

Remigio. Jesucristo, Hijo de Dios, autor de la salvación humana, fuente y origen de toda piedad, daba a todos una medicina celeste. Por ello sigue: "Y arrojaba a los espíritus con la palabra, y curaba a todos los que estaban enfermos". Lanzaba a los demonios y curaba las enfermedades con sola la palabra, para demostrar con estas señales y virtudes que El había venido para salvar a todo el género humano.

San Juan Crisóstomo,homiliae in Matthaeum, hom. 27,1. Fijémonos en las muchas curaciones que omiten los evangelistas, no refiriendo a cada uno de los curados, sino manifestando con una sola palabra una inmensidad inefable de milagros. Mas para que por la grandeza del prodigio no se ponga en tela de juicio, si curó tanta gente y varias enfermedades en un solo momento, trae en su apoyo al profeta, que da testimonio de todas estas cosas que se hacían, diciendo: "Para que se cumpliese lo que se ha dicho por el profeta Isaías, que dice: El mismo tomó nuestras enfermedades".

Rábano. No para tenerlas El, sino para quitárnoslas y llevó nuestras flaquezas, para que lo que nosotros no podíamos llevar, a causa de la debilidad de nuestras fuerzas, lo llevase El por nosotros.

Remigio. Tomó la debilidad de la naturaleza humana para hacer fuertes y robustos a los que éramos débiles.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7. Y con la pasión de su cuerpo (según lo que habían dicho los profetas) asumió todas las debilidades de la humana flaqueza.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 27,2. Parece que el profeta más bien dijo esto, refiriéndose a los pecados. ¿Cómo, pues, el evangelista lo ha entendido de las enfermedades? Porque o quiso adaptar ese testimonio a la historia, o hacer ver que muchas enfermedades reconocen como causa los pecados de las almas, y que la misma muerte reconoce como principio el pecado.

San Jerónimo. Debe tenerse en cuenta que todos se curan, no por la mañana, ni al mediodía, sino a la caída de la tarde, cuando el sol va a ponerse y cuando el grano de trigo muere en la tierra para producir muchos frutos.

Rábano. La postura del sol representa la pasión y muerte de Aquel, que dijo por medio de San Juan: "Todo el tiempo que estoy en el mundo, soy la luz del mundo" (Jn 9,5), quien, mientras vivió en carne mortal, convirtió a pocos judíos. Mas apenas hubo pisado con sus pies el reino de la muerte, prometió los dones de la fe a todos los gentiles esparcidos por el mundo.

MATEO 8,18-22


3818 (Mt 8,18-22)

Mas como viese Jesús muchas gentes alrededor de sí, mandó a sus discípulos pasar a la otra parte del lago. Y llegándose a El un escriba, le dijo: "Maestro, te seguiré a donde quiera que fueres". Y Jesús le dijo: "Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza". Y otro de sus discípulos le dijo: "Señor déjame ir primero, y enterrar a mi padre". Mas Jesús le dice: "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos". (vv. 18-22)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,2. Como Jesús no solamente curaba los cuerpos, sino que también enmendaba el alma y enseñaba la verdadera sabiduría, quiso mostrarse a sí mismo, no sólo curando las enfermedades, sino también no haciendo nada por ostentación, y por eso se dice: "Mas como viese Jesús muchas gentes alrededor de sí, mandó pasar a la otra parte del lago". Hacía esto, educándonos en la moderación, calmando la envidia de los judíos y enseñándonos a no hacer nada por ostentación.

Remigio. Hizo esto, como hombre, queriendo evitar la importunidad de la muchedumbre. Estaban fijos en El admirándole, y queriendo verle. ¿Quién, en efecto, querría separarse de El, cuando tales milagros hacía? ¿Quién no querría ver su rostro sencillo y aquella boca que tales cosas hablaba? Pues si Moisés tenía la cara radiante de gloria y San Esteban como la de un ángel, comprendamos que el dueño de todas las cosas debió aparecer entonces cual convenía. Por lo cual dice el profeta: "Magnífico en hermosura sobre los hijos de los hombres" (Ps 44,3)

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7. No debemos creer que el nombre de discípulo conviniese solamente a los apóstoles; pues leemos que, además de los apóstoles, hubo otros muchos discípulos.

San Agustín, De consensu evangelistarum, 2, 22. Es manifiesto que el día en que Jesús mandó pasar a la otra parte del lago, no es aquel que sigue al otro en que fue curada la suegra de San Pedro, porque en ese día San Marcos y San Lucas dicen que salió Jesús para el desierto.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,2. Observemos que, para no ofender a la muchedumbre, no las despide directamente, no le dice: Retiraos, sino que mandó a sus discípulos ir al otro lado, dando esperanza a la muchedumbre de ir también allá.

Remigio. Qué es lo que sucedió entre tanto que Jesús mandó y se verificó el embarque, el evangelista procuró manifestarlo, cuando añade: "Y llegándose a El un escriba, le dijo: Maestro, te seguiré adonde quiera que fueres".

San Jerónimo. Este escriba, que sólo conocía la letra que mata, si hubiese dicho: "Señor, te seguiré adonde quiera que tú vayas", no hubiese sido rechazado por el Señor. Mas como le consideraba como maestro de entre muchos, y era literato, y no oyente espiritual, no tenía lugar en el cual pudiese Jesús reclinar su cabeza. Se nos demuestra, pues, con esto que el escriba fue rechazado, porque viendo la grandeza de los milagros, quiso seguir al Salvador para procurarse ganancias con la industria de los milagros, deseando lo mismo que Simón Mago quería comprar a San Pedro.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,2. Veamos también cuánto es su orgullo. Vino y habló de tal modo, que parecía desdeñarse de ser contado con la muchedumbre, manifestando que era superior a muchos.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7. Este escriba, que es uno de los doctores de la ley, le pregunta si quiere que le siga, como si en la ley no estuviese manifiesto que éste era Jesucristo, a quien debe seguirse con gran provecho. Por lo tanto manifestó su pensamiento de infidelidad bajo la duda de la pregunta, porque el aceptar la fe no es cosa que debe preguntarse, sino seguirse.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 27,2. Jesucristo le responde, no a la pregunta, que hace por medio de palabras, sino al fin que se propone, como sigue: "Y Jesús le dijo: Las raposas tienen cuevas y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza", como si dijese

San Jerónimo. : ¿Cómo es que quieres seguirme por las riquezas y las ganancias del mundo, cuando yo soy tan pobre que no tengo albergue ninguno, ni techo que pueda llamar mío?

San Juan Crisóstomo, homilae in Matthaeum, hom. 27,2. Esta respuesta no era para rechazarle, sino para reprenderle. Hubiérale aceptado, a haber querido seguirle en la pobreza. Y para que se comprenda su malicia, oyendo esto, no dijo: "Estoy preparado a seguirte".

San Agustín, sermones 100,1. O de otro modo, el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza, a saber, en tu fe. Las zorras tienen cuevas en tu corazón, porque eres un falsario, las aves del cielo tienen nidos en tu corazón, porque estás elevado por el orgullo. Como falsario y como orgulloso no me seguirás. ¿Cómo puede suceder que el falsario siga al que es sencillo?

San Gregorio Magno, Moralia, 19, 1. Las zorras son los animales más engañosos. Se esconden en fosas o en cuevas y cuando aparecen, nunca marchan por caminos derechos, sino que corren por sendas tortuosas. Las aves se remontan con alto vuelo. Así, con el nombre de zorras se significan los engaños y los fraudes, con el nombre de las aves, esta misma soberbia, propia de los demonios. Como si dijese: "Los demonios, engañadores y soberbios, encuentran hospedaje en tu corazón, pero mi humildad no encuentra descanso en el alma soberbia.

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 5. Se entiende, pues, que movido por los milagros, el escriba quiso seguir a Jesús buscando la vanagloria (que significan las aves), y fingió ofrecerse como discípulo, cuya ficción se significa con el nombre de las zorras.

Rábano. Los herejes, que confían en su astucia, se significan por las zorras, y los espíritus malignos por las aves, que tenían en el corazón del pueblo judío cuevas y nidos, esto es, sus domicilios.

Prosigue: Otro de sus discípulos le dice: "Señor, permíteme primero ir a enterrar a mi padre".

San Jerónimo. ¿Qué semejanza hay entre el escriba y el discípulo? Aquél le llama maestro, y éste le confiesa como Señor. Este, manifestando su piedad, desea ir a enterrar al padre. Aquél promete seguirle a donde quiera que vaya, no buscando al Maestro, sino utilidad del maestro.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7. Este discípulo no le pregunta si le debe seguir (ya creyó que convenía seguirle), sino que le ruega le permita ir a enterrar a su padre.

San Agustín, sermones, 100,2. El Señor, cuando prepara a los hombres para el Evangelio, no quiere que interpongan ninguna excusa de piedad temporal o terrena, y por eso sigue: "Jesús le dijo: Sígueme, y deja a los muertos que entierren a sus muertos".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,3. Dijo esto, no mandando despreciar el honor que se debe a los padres, sino demostrando que ninguna cosa es tan necesaria para nosotros como el ocuparnos en los negocios del cielo. A ese fin debemos unirnos a ellos con todo nuestro ardor, y no tardar un momento por inevitables e incitantes que sean las cosas que nos atraen. ¿Qué cosa era más necesaria que enterrar a su padre? ¿Y qué otra cosa más fácil? El tiempo que se podía tardar no era mucho. Por ese medio el Señor le libró de muchos males, como son los llantos y las tristezas, y las demás cosas que de aquí se desprenden. Después de la sepultura era necesario examinar el testamento, hacer las particiones y otras cosas por el estilo. Y así, sucediéndose en él las fluctuaciones unas a otras, pudieron alejarle mucho de la verdad. Mas si aún se subleva tu corazón, piensa que muchos no permiten que los enfermos sepan la muerte de su padre, de su madre o de su hijo, ni les permiten acompañar su cadáver al sepulcro, y lejos de ser esto una crueldad, lo sería lo contrario. Y mucho más malo es separar a un hombre de los tratos espirituales, sobre todo cuando hay otros para cumplir esos tristes deberes de sepultura, como acontecía en esta ocasión. Por eso contesta el Señor: "Deja a los muertos que entierren a sus muertos".

San Agustín, sermones 100,2. Como diciendo: "Tu padre ha muerto, pero hay otros muertos que entierran a sus muertos, como son los infieles".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,4. En lo que manifiesta que este muerto no le pertenecía, porque el difunto, según yo creo, era del número de los infieles. Si admiras a este joven porque preguntó al Salvador acerca de un asunto tan necesario y no se marchó espontáneamente, admira mucho más que, habiéndose prohibido marchar, se quedó, sin que esto pueda llamarse ingratitud, puesto que no lo hizo por desidia, sino por dar la preferencia a un asunto de más interés.

San Hilario,homiliae in Matthaeum, 7. Lo que nos enseña el principio de la oración dominical, que en primer lugar debemos rogar: "Padre nuestro que estás en los cielos" (Mt 6,9), se realiza en el discípulo, personificación del pueblo creyente. Se le advierte que tiene un solo Padre, que está en los cielos. Después, entre el hijo fiel y el padre infiel, no queda ningún derecho para llamarse padre. Advirtió también que no se mezclen en las memorias de los santos los muertos infieles, que igualmente están muertos los que viven apartados de Dios, que por consiguiente, los muertos sean sepultados por los muertos, porque es necesario que por la fe de Dios los vivos se adhieran a los vivos.

San Jerónimo. Si un muerto sepulta a otro muerto, no debemos cuidarnos de los muertos, sino de los que viven, no sea que mientras andamos solícitos por los muertos, vengamos a ser muertos también.

San Gregorio Magno, Moralia, 4,27. Los muertos sepultan también al muerto cuando los pecadores favorecen a los pecadores, pues los que alaban al que peca, le esconden ya muerto bajo la losa de sus palabras.

Rábano. En esta sentencia podemos ver también que en algunas ocasiones debe prescindirse de los bienes pequeños para conseguir otros mayores por su utilidad.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,23. Lo que San Mateo nos cuenta aquí como acontecido después que el Señor mandó que se pasase al otro lado del lago, San Lucas (Lc 9) lo coloca en el momento en que estaban en marcha por el camino, lo cual no es contrario, porque era necesario andar camino para llegar al mar.

MATEO 8,23-27


3823 (Mt 8,23-27)

Y entrando El en una barca, le siguieron sus discípulos. Y sobrevino luego un grande alboroto en la mar, de modo que las ondas cubrían la barca. Mas El dormía. Y se llegaron a El sus discípulos y le despertaron, diciéndole: "Señor, sálvanos, que perecemos". Y Jesús les dice: "¿Qué teméis, hombres de poca fe?" Y levantándose al punto, mandó a los vientos y a la mar, y se siguió una grande calma. Y los hombres se maravillaron, y decían: "¿Quién es Este, a quien los vientos y la mar obedecen?" (vv. 23-27) Pseudo-Orígenes, hom. 7. Habiendo hecho Jesucristo muchos y admirables prodigios en tierra, pasa al mar a ejecutar allí obras más admirables, para demostrar a todos que era el Señor de la tierra y del mar. Por lo que se dice: "Y entrando El en una barca, le siguieron sus discípulos", no imbéciles, sino firmes y estables en la fe. Estos, pues, le siguieron, no sólo tras las huellas de sus pies, sino más bien acompañando a su santidad.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 28,1. Tomó a sus discípulos consigo, y en la barca, para enseñarles estas dos cosas: no asustarse ante los peligros, ni envanecerse con los honores. Permite que las olas los atormenten, a fin de que no formen de sí mismos un juicio muy ventajoso, a causa de la elección que había hecho de ellos, dejando a los demás. Cuando se trata de manifestación de milagros, permite que asista el pueblo; mas cuando es cuestión de tentaciones y temores, toma solamente a los atletas que se proponía formar para la conquista del mundo.

Pseudo-Orígenes, hom. 7. Apenas entró en la barca hizo que se alborotara el mar. Como sigue: "Y sobrevino luego un grande alboroto en el mar, de modo que las olas cubriesen la navecilla". Esta tempestad no nació de sí misma, sino que obedeció al poder del que mandaba, el cual saca los vientos de sus tesoros. Se levantó una gran tempestad, para manifestar la grandiosidad del prodigio, porque cuanto más se precipitaban las olas sobre la navecilla, tanto más el temor turbaba a los discípulos, y más deseaban librarse por medio de un milagro del Salvador.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 28,1Habían visto a otros recibir beneficios de manos de Jesús, pero como no juzgamos igualmente lo que se hace en los otros cuerpos con lo que se hace en el nuestro, fue conveniente que, por el sentido familiar, disfrutasen de los beneficios de Jesucristo. Y por eso quiso que se verificase esta tempestad, para que, por su liberación, les hiciese más claro el sentido del beneficio. Esta turbación era la figura de las tentaciones que habían de venir, de las cuales dice San Pablo: "No quiero que ignoréis, hermanos, que estamos gravados sobre nuestras fuerzas" (2Co 1,8) Para dar tiempo al miedo, se dice: "Mas El dormía". Si se hubiese verificado la tempestad estando El despierto, o no hubiesen temido, o no le hubiesen rogado, y acaso no hubiesen creído que El podía hacer tal cosa.

Pseudo-Orígenes, hom. 7. La cosa, en verdad, es admirable y estupenda. El que nunca duerme ni aun dormita, ahora se dice que duerme. Dormía, en verdad, como hombre, pero vigilaba como Dios, manifestando así que tenía verdadero cuerpo humano, que había vestido corruptible. Dormía con el cuerpo, para hacer vigilar a los apóstoles, y para que nunca durmamos nosotros con el alma. Fue tanto lo que los discípulos se aferraron con el miedo, que, casi faltos de razón, se arrojaron sobre El, y en vez de hablarle con modestia y dulzura, le despertaron turbulentamente, como indica el evangelista: Y se acercaron los discípulos a El, y lo despertaron, diciendo: "Señor, sálvanos, que perecemos".

San Jerónimo. El tipo de este signo le vemos en el profeta Jonás, cuando, peligrando todos los otros, El estaba seguro, y duerme y es despertado.

Pseudo-Orígenes, hom. 7. ¡Oh verdaderos discípulos! Tenéis con vosotros al Salvador, ¿y teméis el peligro? Está con vosotros la vida, ¿y teméis la muerte? Pero respondan: "Somos niños débiles todavía, y por eso tememos". De sonde sigue. "Y les dijo Jesús: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?" Como diciendo: "Si me habéis visto poderoso en la tierra, ¿por qué no creéis que también puedo serlo en el mar?" Y si viniese la muerte, ¿no debéis sufrirla con gran valor? El que cree poco será argüido, el que nada cree, será condenado.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 28,1. Mas si alguno dijese que no fue señal de poca fe el aproximarse a despertar a Jesús, habrá de admitir que esto fue señal de que todavía no tenían formada de El una opinión decorosa, porque habían conocido que podía increpar a la mar estando despierto, y aun no habían conocido que podía hacer lo mismo estando dormido. No hace este milagro en presencia de la muchedumbre, para que no sean acusados de poca fe. Pero, hallándose solo con ellos, los reprende ante todo, y calma la turbación de las aguas, como sigue: "Entonces, levantándose, mandó a los vientos y a la mar, y se siguió una grande calma".

San Jerónimo. De este pasaje inferimos que todas las criaturas sienten al Creador, pues aquellos a quienes se manda, sienten al que manda, no según el error de los herejes (que todo lo creen animado), sino por la majestad del Creador, por la que todas las cosas que son insensibles para nosotros son sensibles para El.

Pseudo-Orígenes, hom. 7. Mandó, pues, a los vientos y al mar, y de un viento grande se hizo una gran tranquilidad. Conviene que el grande haga cosas grandes, y por eso el que primero había alborotado magníficamente la profundidad del mar, ahora manda que otra vez se restablezca una gran tranquilidad, para que los discípulos, tan turbados, se alegren magníficamente.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 28,2. Vemos aquí también que toda la tempestad se disipó en el acto sin quedar huella de la turbación, lo cual era ciertamente extraño, pues cuando la fluctuación se termina naturalmente, las aguas se agitan después por mucho tiempo, mientras que aquí todo se volvió a la vez. Así realiza aquí Jesucristo lo que ha dicho del Padre: "Dijo, y se detuvo el espíritu de la tempestad" (Ps 106) Con su sola palabra y mandato apacigua y refrena el mar. Por el aspecto, el sueño y el uso de la barca, los allí presentes le consideraban como hombre. De ahí la admiración en que cayeron, como sigue: "Y los hombres se maravillaron y decían: ¿Quién es ese", etc.

Glosa. San Juan Crisóstomo pone esta versión: "¿Quién es este hombre?" El sueño y lo que parecía demostraba que era hombre, pero el mar y la tranquilidad manifestaban que era Dios.

Pseudo-Orígenes, hom. 7. Pero ¿quiénes son esos hombres que se admiraron? No creas que aquí se habla de los apóstoles, nunca encontramos que se designen los discípulos del Señor sino para honrarlos, y siempre se les llama apóstoles o discípulos. Se admiraban, pues, los hombres que navegaban con El, y de quienes era la barca.

San Jerónimo. Pero si alguno contenciosamente quiere decir que eran los discípulos los que se admiraban, responderemos que se les llama hombres con propiedad, porque todavía no habían conocido el poder del Salvador.

Pseudo-Orígenes, hom. 7. No dicen preguntando: "¿Cuál es Este?", sino asegurando que éste es Aquel a quien obedecen los vientos y el mar. ¿Cuál es éste, pues?, esto es, ¡qué poderoso, qué fuerte, qué grande! Manda a toda criatura, y no se desobedece su mandato. Sólo los hombres resisten, y por eso serán condenados en el juicio. En sentido místico, todos navegamos con el Señor en la barca de la Iglesia por este mundo borrascoso. El mismo Señor duerme con piadoso sueño, esperando nuestra paciencia y la penitencia de los impíos.

San Hilario,homiliae in Matthaeum, 7. Duerme, porque con nuestro sueño se adormece en nosotros. Sucede eso especialmente para que, en el miedo del peligro esperemos de Dios el auxilio. ¡Y ojalá que nuestra esperanza, aunque tardía, confíe en que podrá evadir el peligro, porque vigila dentro de nosotros el poder de Dios.

Pseudo-Orígenes, hom. 7. Acerquémonos a El con alegría, diciendo con el profeta: "Levántate; ¿por qué te duermes, Señor?" (Ps 43,23) Y El mandará a los vientos, esto es, a los demonios, que son los que agitan en las persecuciones de los santos. Y restablecerá una gran tranquilidad respecto de los cuerpos y de las almas, la paz para la Iglesia y la serenidad para el mundo.

Rábano. El mar es la vorágine del mundo; la nave en que sube Jesús es el árbol de la cruz, con cuyo auxilio los fieles, hendidas las olas del mundo, vienen a la patria celestial como a una playa segura, en la que salta Jesús con todos los suyos. Por ello dice después: "El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". Habiendo Jesús subido a la Cruz, se verificó un gran movimiento, porque se agitaron las imaginaciones de sus discípulos, acerca de su pasión y la nave se cubría con las olas, porque toda la fuerza de la persecución se verificó en derredor de la Cruz, cuando sucumbió por la muerte. Por esto se ha dicho: "Mas El dormía". Su dormir es la muerte. Los discípulos despiertan al Salvador, cuando turbados con la muerte, buscan la resurrección a grandes voces, diciendo: "Sálvanos, resucitando, porque perecemos con la turbación de tu muerte". Pero El, resucitando, les reprende la dureza de su corazón, como se lee más adelante. Mandó el Señor a los vientos, porque humilló la soberbia del diablo. Mandó al mar, porque inutilizó la rabia de los judíos, y se verificó una gran calma, porque se tranquilizaron las mentes de los discípulos cuando presenciaron la resurrección.

Glosa. La nave es la Iglesia presente, en la que Jesucristo atraviesa con los suyos el mar de esta vida, enfrentando las aguas de las persecuciones. Admiremos y demos gracias a Dios.

MATEO 8,28-34


3828 (Mt 8,28-34)

Y cuando Jesús hubo pasado de la otra parte del lago a la tierra de los Gerasenos, le vinieron al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros; fieros de tal manera, que ninguno podía pasar por el camino. Y empezaron luego a decir a gritos: "¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá a atormentarnos antes de tiempo?" Y no lejos de ellos andaba una piara de muchos puercos, paciendo. Y los demonios le rogaban, diciendo: "Si nos echas de aquí envíanos a la piara de los puercos". Y les dijo: "Id". Y ellos, saliendo, se fueron a los puercos. Y he aquí que con gran ímpetu se fue todo el rebaño por un precipicio al mar, y murieron en las aguas. Y los pastores huyeron; y, viniendo a la ciudad, contaron todo esto y el suceso de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro a Jesús. Y cuando le vieron, le rogaban que saliese de sus términos. (vv. 28-34)

San Juan Crisóstomo,homiliae in Matthaeum, hom.28,2. Los hombres decían que Cristo era hombre, pero vinieron los demonios publicando su divinidad, para que, los que no habían oído hablar del mar alborotado y encalmado después, oyesen a los demonios clamando. Por ello prosigue el evangelista: "Y cuando hubo venido Jesús de la otra parte del lago a la región", etc.

Rábano. Gerasa es una ciudad de la Arabia, a la parte allá del Jordán, en las faldas del monte Galaad, que ocupó la tribu de Manasés, no lejos del lago de Tiberíades, en el que los puercos se precipitaron.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 24. Mientras que San Mateo dice que fueron dos los endemoniados, San Marcos y San Lucas sólo hacen mención de uno. Pero debe tenerse en cuenta que uno de ellos era persona de posición y de fama, a quien sentía mucho la región aquella, y por cuya salud el pueblo se interesaba, de ahí el que la fama de este hecho brillase más.

San Juan Crisóstomo,homiliae in Matthaeum, hom.28,2-3. San Lucas y San Marcos eligieron uno de ellos, el que estaba más malo, y por ello expusieron su desgracia. San Lucas dice que, rotas las ligaduras con que se le sujetaba, se había ido al desierto. San Marcos, que se daba golpes contra las piedras, pero no dicen si fue uno solo, para que no apareciese que decían lo contrario que San Mateo. Por esto que se añade: "Que salían de los sepulcros", querían insinuar un error pernicioso, a saber: que las almas de los que mueren se convierten en demonios. Por eso muchos desgraciados matan a los niños, para tener como cooperadora el alma de ellos. No es el alma de un difunto quien clama, sino que el demonio finge esto, para engañar a los que le oyen. Pues si fuese dado al alma de un difunto entrar en el cuerpo de otro, mucho más preferiría entrar en el suyo. Pero no tiene razón de ser que el alma que padece cosas inicuas coopere con el que la hace inicuamente sufrir; ni que el hombre pueda cambiar una substancia incorporal en otra, esto es, el alma en sustancia de demonio; ni aun en los cuerpos puede ninguno hacer esto, o sea que el cuerpo de un hombre se convierta en cuerpo de un asno. Por otra parte, tampoco es racional que el alma, separada del cuerpo, ande ya errante por la tierra. Las almas de los justos están en manos de Dios (Sg 3,1), luego también las de los niños, que tampoco son malas, que las almas de los pecadores son también sacadas inmediatamente de este mundo, es manifiesto por el hecho de Lázaro y el rico Epulón. Como ninguno se atrevía a traer a Jesucristo los endemoniados, por temor de ser maltratados, va Jesucristo hacia ellos. Cuál sería la furia de éstos, nos lo dicen las palabras siguientes: "Fieros en demasía, de tal suerte, que ninguno se atrevía a pasar", etc. Mas los que prohibían pasar a otros hallaron quien les obstruyese el camino, pues eran invisiblemente flagelados, padeciendo intolerables tormentos con la presencia de Jesucristo; por eso se añade: "Y he aquí que clamaron, diciendo", etc.

San Jerónimo. No es ésta la confesión voluntaria, a la que sigue el premio de los que confiesan, sino la extorsión de la necesidad que obliga a los forzados. Así como los esclavos fugitivos si ven a su señor después de mucho tiempo no suplican otra cosa sino acerca de los azotes, así los demonios, viendo que el Señor se hallaba de repente en la tierra creyeron que había venido a juzgarlos. Algunos estiman ridículo que los demonios conociesen al Hijo de Dios y que lo ignorase el diablo, porque aquéllos son de menor malicia que éste, del cual son satélites. Y además, porque la ciencia de los discípulos debe referirse al maestro, como al origen de donde procede.

San Agustín, de civitate Dei, 9,21. Tanto se les manifestó Jesús, cuanto quiso, y tanto quiso, cuanto convino. Se les manifestó, no por el lado que es vida eterna y luz que ilumina a los piadosos, sino por medio de ciertos efectos temporales de su poder y signos muy ocultos de su presencia, más perceptibles a los espíritus angélicos, aunque sean malignos, que a la humana debilidad.

San Jerónimo. Sin embargo, debe entenderse aquí que tanto los demonios como el diablo sospechaban, más bien que conocían, que era Hijo de Dios.

San Agustín, de quaestionibus novi et veteri testamentorum, 66. En cuanto a que los demonios claman: "¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hijo de Dios?", debe creerse que lo dijeron, más por lo que sospechaban que por lo que conocían, porque si hubiesen conocido, nunca hubieran permitido que el Señor de la gloria fuese crucificado.

Remigio. Todas las veces que eran atormentados por su virtud y veían los milagros y prodigios que hacía, sospechaban que sería el Hijo de Dios. Mas cuando veían que tenía hambre, sed, y que padecía otras cosas por el estilo, dudaban y le creían puro hombre. Debe considerarse que los judíos incrédulos, diciendo que Cristo arrojaba a los demonios por medio de Beelzebub, y los arrianos, diciendo que es una criatura, no sólo merecen ser condenados con el juicio de Dios, sino también con la confesión de los demonios, que llaman a Jesucristo Hijo de Dios. Dicen bien: "¿Qué tenemos contigo", etc.; esto es, nada de común hay entre nuestra malicia y tu gracia, porque según el Apóstol (2Co 6), ninguna sociedad hay entre la luz y las tinieblas.

San Juan Crisóstomo, homiliar in Matthaeus, hom. 28,3 Para que no apareciese que decían esto por adulación, basados en la experiencia, exclamaban: "Has venido antes de tiempo a atormentarnos".

San Agustín, de civitate Dei, 8,23. Ya porque les pareció prematuro lo que opinaban que sucedería ciertamente, pero más tarde, ya porque consideraban como su perdición esto mismo, por la que el conocimiento de ellos los hacía despreciables. Y esto antes del día del juicio, en el cual serán castigados con eterna condenación.

San Jerónimo. La misma presencia del Salvador es un tormento para los demonios.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.28,3. No podían decir que no habían pecado, porque Jesucristo los había encontrado obrando mal y mortificando la obra de Dios. Por esto creían que, por la abundancia de males que habían hecho, no se les esperaría al día del juicio para aplicarles el castigo merecido.

San Agustín, de consensu evangelistarum,2,24. Que las palabras de los demonios se hayan referido por los evangelios de diverso modo, no ofrece dificultad alguna, puesto que pueden reducirse a una sola sentencia, o entenderse que todas se han dicho. No porque San Mateo refiera este acontecimiento hablando en plural y los demás en singular, se ha de creer que digan cosas contradictorias, cuando ellos mismos dicen que, preguntado el demonio quién era, respondió que él era una legión, porque eran muchos demonios.

Prosigue: "Había no lejos de ellos un rebaño de muchos puercos paciendo".

San Gregorio Magno, Moralia 2,10. Sabe el diablo que no se basta a sí mismo para obrar, sea lo que fuere, porque, ni en lo que es espíritu, existe por sí mismo.

Remigio. No pidieron que se les entrase en los hombres, porque veían que Aquel que los atormentaba tenía figura humana. Tampoco pidieron se les entrase en un rebaño de bueyes o corderos, porque eran animales limpios por precepto de Dios, y entonces se ofrecían en el templo del Señor. Con preferencia a otros inmundos, pidieron se les entrase en los puercos, porque ningún animal hay más inmundo que el puerco. Es sinónimo de inmundo, porque se deleita con las inmundicias, así como los demonios se deleitan con las inmundicias de los pecados. No pidieron que se los lanzase al aire, a causa de su excesiva codicia de hacer daño a los hombres. Prosigue: "Y les dice: Id".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 28,3. No hizo esto Jesús como persuadido por los demonios, sino para dispensar de aquí muchas cosas: primero, para demostrar la magnitud del daño que causaban los demonios a aquellos hombres que asediaban; segundo, para que sepan todos que, sin su permiso, ni aun contra los puercos se atreven; tercero, para hacer ver que hubieran operado cosas más graves en aquellos hombres que en los puercos, si aquellos hombres, en medio de las calamidades, no fuesen ayudados de la divina Providencia, porque más odio tienen a los hombres que a los seres irracionales. En esto se manifiesta que ninguno hay que no reciba socorro de la divina Providencia, y si no todos de la misma manera, ni aun según el mismo modo, la bondad de la Providencia no brilla menos, porque se manifiesta para cada uno de nosotros según conviene. Infiérese también de lo que precede que la Providencia, no sólo provee a todo en general, sino también a cada uno en particular, lo cual manifiestamente podrá ver cualquiera en este acontecimiento de los endemoniados, que sin duda hubiesen sido ahogados en otro tiempo a no mediar la protección de la divina Providencia. También por esta razón permitió a los demonios invadir el rebaño de puercos, a fin de que los que habitaban en aquellas comarcas conociesen su gran poder. Y allí donde no había quien lo conociese, hacía brillar sus milagros, para traerlos al conocimiento de su divinidad.

San Jerónimo. No para conceder a los demonios lo que pedían dijo el Salvador: "Id", sino para procurar la salvación de los hombres por medio de la muerte de los puercos. Prosigue: "Mas ellos, saliendo (esto es, de los hombres), se fueron a los puercos. Y he aquí que con gran ímpetu se fue todo el rebaño a precipitarse en el mar, y murieron en las aguas". Avergüéncese maniqueo: si las almas de los hombres y de las bestias reconocen un mismo origen, ¿cómo fueron ahogados dos mil cerdos sólo por la salvación de uno o de dos hombres?

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.28,3. Los demonios mataron a los puercos, porque por todos los medios y en todas partes procuran entristecer a los hombres, alegrándose de su perdición. La magnitud del daño aumenta la fama del que lo había causado. Por muchos se divulgaba el hecho: por aquellos que habían sido curados, por los dueños de los puercos y por los pastores. Así, continúa el evangelista: "Los pastores huyeron, y, viniendo a la ciudad, lo contaron todo, y lo que había pasado con los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad sale al encuentro de Jesús". Mas entonces que debieron adorarlo y admirar su poder, lo despedían de sí. Y prosigue: "Y cuando le hubieron visto, le rogaban que saliese de sus términos". Admiremos, pues, la mansedumbre de Jesucristo después de la obra de su poder. No resiste a aquellos que, después de haber recibido el beneficio, lo despiden de sí, sino que retrocedió y abandonó a los que se declararon indignos de recibir su doctrina, dejándolos, para enseñarlos, a los que había librado de la posesión de los demonios y a los pastores de los puercos.

San Jerónimo. O le ruegan que salga de sus términos, no impulsados por la soberbia, sino por la humildad, considerándose como indignos de tener consigo al Salvador, como decía San Pedro: "Retiraos de mí, Señor, porque soy un hombre pecador" (Lc 5,8)

Rábano. La palabra Gerasa se interpreta: el que arroja al colono o el forastero que se acerca, esto es, la gentilidad, que arroja de sí al diablo, y la que antes estaba lejos, ahora está cerca, visitada por Jesucristo después de la resurrección, por medio de predicadores.

San Ambrosio, in Lucam, 9. Los dos endemoniados figura son también del pueblo gentil, porque, habiendo tenido Noé tres hijos, Sem, Cam y Jafet, solamente la familia de Sem fue llamada a poseer la verdadera fe. Los pueblos descendientes de los otros dos fueron repudiados.

San Hilario, in Matthaeum, 8. Por eso detenían los demonios a dos hombres en los sepulcros, fuera de la ciudad, esto es, fuera de la sinagoga de la ley y de los profetas, a saber: habían poseído los orígenes de las dos naciones entre las moradas de los difuntos y los restos de los muertos, haciendo fatal a los que pasaban, el camino de la vida presente.

Rábano. No sin razón significó que aquéllos habitaban en los sepulcros. ¿Qué otra cosa son los cuerpos de los malos que ciertos sepulcros de difuntos, en donde está conservada, no la palabra de Dios, sino el alma muerta por el pecado? Dice, pues: "De tal modo que nadie podía pasar por aquel camino", porque había ido por aquel camino la gentilidad antes de la venida del Salvador. También puede entenderse que están figurados en estos dos hombres poseídos por el demonio, los judíos y los gentiles, que no habitaban en su casa, esto es, en su conciencia. Permanecían en los sepulcros, esto es, se complacían en las obras de los muertos, ni dejan pasar alguno por el camino de la fe, el cual camino impugnaban los judíos.

San Hilario, in Matthaeum, 8 Con el encuentro de aquéllos se significa la voluntad de los que concurren a la salvación. Viendo los demonios que ya no se les deja lugar entre los gentiles, piden que se les permita habitar en los herejes, y una vez que los han ocupado, por el impulso que les es natural, los precipitan en el mar, esto es, en las pasiones humanas, para perecer como infieles.

Beda, in Lucam, 8. O se llaman puercos los que se complacen en las acciones cenagosas, porque, cuando alguno no vive como los puercos, no tienen poder los demonios sobre él, o si lo reciben, sólo es para probarlo, nunca para perderlo. En cuanto a que los puercos se precipitasen en el lago, significa que, aun después de libertado el pueblo de los gentiles de la dominación de los demonios, ejercen sus ceremonias sacrílegas en sitios ocultos los que no quisieron creer en Jesucristo, cegados y en profunda curiosidad sumergidos. En cuanto a que anuncian esto los pastores de los puercos cuando huyen, significan a ciertos jefes de los impíos, que, aunque huyen del cumplimiento de la ley de Cristo, no cesan de predicar, asombrando el gran poder de Jesucristo. En cuanto a que aterrados le ruegan que se separe de ellos, significa la multitud, deleitada con la antigua desidia, no queriendo honrar la fe cristiana, alegando que no pueden cumplirla.

San Hilario, in Matthaeum, 8 Aquella ciudad significa al pueblo judío, que habiendo oído los milagros de Cristo, salió al encuentro de su Señor, prohibiéndole que se acercase a sus confines y a su ciudad, y ni recibió siquiera la ley evangélica.


Catena aurea ES 3814