Catena aurea ES 3505

MATEO 5,5


3505 (Mt 5,5)

"Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra". (v. 4)

San Ambrosio, in Lucam, 5,54. Cuando me contentase con la simplicidad y me alejase del mal, me quedara aún el moderar mis costumbres. ¿De qué me aprovecharía carecer de los bienes de la tierra si no fuese manso? Con todo acierto continúa: "Bienaventurados los mansos".

San Agustín, de sermone Domini, 1,2. Mansos son aquellos que ceden a las exigencias injustas, no resisten el mal y vencen las malas acciones con las buenas.

San Ambrosio, in Lucam 5,54. Calma tu afecto para que no te enojes, y si alguna vez te alteras, no peques. Es muy laudable el moderar la alteración con la reflexión y no es una virtud menor dominar la ira que nunca airarse; porque cuando comúnmente esto es más manejable, lo otro es más valorado.

San Agustín , de sermone Domini, 1, 2. Pelean los que no son mansos y se disputan las cosas temporales, pero siempre serán bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán una tierra de donde nadie los podrá arrojar. Aquella tierra de la que se dice en el salmo: "Mi riqueza está en la tierra de los vivos" (Ps 140,6) Esto significa cierta estabilidad de la eterna herencia, donde el alma descansa por el buen afecto como en su propio lugar. Así como el cuerpo descansa en la tierra y de allí saca su alimento, la misma es el descanso y la vida de los santos.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9. Pero la tierra aquí, como algunos dicen, todo el tiempo que se conserve en este estado es tierra de muertos porque está sujeta a la vanidad. Cuando queda libre de la corrupción entonces se convierte en tierra de vivos para que la hereden los mortales. He leído otro expositor que dice que la tierra, de este modo considerada, es como un cielo en el cual habrán de habitar los santos y se llama tierra de vivos. Esto puede considerarse como un cielo inferior puesto que se considera el cielo de arriba como superior. Otros dicen que nuestro cuerpo es tierra, y todo el tiempo que está sujeto a la muerte se llama tierra de muertos. Pero cuando está conforme con la gloria del cuerpo de Cristo se llama tierra de vivos.

San Hilario, in Matthaeum, 4. El Señor ofrece a los mansos la posesión de la tierra, esto es, de su cuerpo, aquel que El mismo tomó. Y como por la mansedumbre de nuestro corazón habita Jesucristo en nosotros, cuando esto sucede, también quedamos adornados con la gloria de su cuerpo.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 15,3. O de otro modo, Jesucristo mezcló aquí las cosas sensibles con las promesas espirituales. Puesto que se considera que quien es manso pierde todas sus cosas, le promete lo contrario diciendo: "Que poseerá sus cosas con perseverancia todo aquel que no sea soberbio; el que es de otro modo, pierde muchas veces su alma y la herencia paternal". Por lo que el profeta había dicho: "Los mansos heredarán la tierra" (Ps 36) y formó su sermón con las palabras acostumbradas.

Glosa. Los mansos, que se poseyeron a sí mismos, poseerán la herencia del Padre en la vida futura. Y más es poseer que tener, puesto que muchas cosas que tenemos las perdemos al instante.

MATEO 5,4


3504 (Mt 5,4)

"Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados". (v. 5)

San Ambrosio, in Lucam, 5,55. Cuando hagas esto, para que seas pobre y manso acuérdate que eres pecador y llora tus pecados. Por eso sigue: "Bienaventurados los que lloran". Con toda propiedad se aplica la tercera bienaventuranza al que llora sus pecados porque la Trinidad es quien perdona los pecados.

San Hilario, in Matthaeum, 4. Se llaman llorantes, no los que se entristecen llorando la orfandad o las afrentas u otros daños, sino los que lloran sus pecados.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9. Y los que lloran sus pecados pueden llamarse en realidad bienaventurados, pero a medias. Más bienaventurados son aquellos que lloran los pecados ajenos, tales conviene que sean todos los maestros.

San Jerónimo. El luto del que se trata aquí no es por los muertos según la ley común de la naturaleza, sino por los que han muerto a causa del pecado y los vicios. Así lloró Samuel a Saúl (1S 16), y San Pablo a aquellos que después de sus actos de impureza necesitaban arrepentirse (2Co 12,21)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9El consuelo de los que lloran será el luto y los que lloran sus pecados se consolarán cuando obtengan el perdón.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,3. Y aun cuando sea suficiente disfrutar de su perdón, no termina la retribución en el perdón de los pecados, sino que los hace partícipes de muchos consuelos tanto para la vida presente como para la futura. El Señor da siempre retribuciones mayores que los trabajos.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9. Y los que lloran los pecados ajenos también serán consolados, puesto que cuando conozcan en la otra vida la gran bondad de Dios, de cuyas manos nadie les podrá ya arrebatar, y comprendan que los que se perdieron no eran de Dios, se alegrarán de aquellos que habiendo dejado la aflicción han sido constituidos en herederos de la gloria.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 2. El luto es la tristeza que ocasiona la pérdida de personas queridas. Los convertidos a Dios pierden todo lo más querido que tienen en este mundo. No se gozan en aquellas cosas en que antes se alegraban y hasta que no posean el amor de la cosas eternas son heridos por alguna tristeza. Se consolarán en el Espíritu Santo, el cual con toda propiedad se llama Paráclito, lo que quiere decir consolador, porque enriquece con la eterna alegría a los que pierden la alegría temporal. Por lo tanto dice: "Puesto que ellos serán consolados".

Glosa. Por el luto se entiende también dos clases de compunción, a saber, por las miserias de esta vida y por el deseo de las cosas celestiales. Por esta causa la hija de Calef pidió el rocío del cielo y de la tierra. Esta clase de luto no la tiene sino el pobre y el manso, el cual como no ama al mundo porque lo considera pobre, apetece el cielo. Por esto se ofrece oportunamente a los que lloran el consuelo, para que el que se entristece en la vida presente goce en la vida futura. Es mayor la retribución del que llora que la del pobre y el manso. Más vale gozar en el Reino que tener y poseer. Tenemos muchas cosas a costa de dolores y las poseemos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,3. Obsérvese que propuso esta bienaventuranza con cierta intención. Y por ello no dijo: "Los que se entristecen" sino "los que lloran". Nos enseñó así la sabiduría más perfecta. Pues si los que lloran a los hijos u otros individuos que han perdido, por todo el tiempo de su dolor no desean la riqueza ni la gloria, ni se consumen por la envidia, ni se conmueven por las ofensas, ni son presas de alguna otra pasión, mucho más deben observar estas cosas los que lloran sus pecados, pues llorarlos cosa digna es.

MATEO 5,6


3506 (Mt 5,6)

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos". (v. 6)

San Ambrosio, in Lucam, 5,56. Después de llorar mis pecados empiezo a tener hambre y sed de justicia. Un enfermo cuando padece mucho no tiene hambre. Por ello sigue: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia".

San Jerónimo. No nos es suficiente el querer la justicia si no tenemos hambre de justicia. De modo que nunca nos consideremos bastante justificados con este ejemplo, sino que entendamos que siempre debemos tener hambre de las obras de justicia.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9. Toda obra buena que no hacen los hombres con un fin bueno es desagradable delante de Dios. Tiene hambre de justicia el que desea obrar según la justicia de Dios. Tiene sed de justicia el que desea adquirir su ciencia.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 15,4. Llama a la justicia, ya universal ya particular, contraria a la avaricia. Como más adelante hablará de la misericordia, nos dice antes cómo debemos compadecernos, no del robo ni de la avaricia. En esto, atribuye también a la justicia lo que es propio de la avaricia, a saber, el tener hambre y el tener sed.

San Hilario, in Matthaeum, 4. Ofrece la bienaventuranza a los que tienen hambre y sed de justicia, manifestando que el perfecto conocimiento de Dios es el que constituye la avidez de los santos que no puede saciarse hasta que no habiten en el cielo. Y esto es lo que se expresa con aquellas palabras "porque ellos serán hartos".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9. Con la prodigalidad del premio de Dios, porque siempre son mayores los premios de Dios que los deseos de los santos.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 2. Serán también saciados en la vida presente de aquella comida de quien dice el Señor: "Mi comida es el hacer la voluntad de mi Padre" (Jn 4,34), la cual es la justicia, y aquella agua, de la que todo el que bebiere: "se hará en él una fuente de agua que saltará hasta la vida eterna" (Jn 4,14)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,4. Nuevamente instituyó un premio sensible: mientras que conseguir muchas riquezas es considerado avaricia, dice en este caso lo contrario, y más bien se vale de ello para la justicia: pues quien ama la justicia, posee todo con la mayor seguridad.

MATEO 5,7


3507 (Mt 5,7)

"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". (v. 7)

Glosa. La justicia y la misericordia están tan unidas que la una sostiene a la otra. La justicia sin misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia es disipación. Por ello después de la justicia habla de la misericordia diciendo: "Bienaventurados los misericordiosos".

Remigio. Se llama misericordioso el que tiene su corazón ocupado por la misericordia porque considera la desgracia de otro como propia y se duele del mal de otro como si fuera suyo.

San Jerónimo. Pero misericordia se entiende aquí no sólo la que se practica por medio de limosnas, sino la producida por el pecado del hermano, ayudándose así unos a otros a llevar la carga.

San Agustín, de sermone Domini, 1,2. Llama misericordiosos a los que socorren en las miserias porque así se les ofrece librarles de la miseria. Y por ello sigue: "Porque ellos alcanzarán misericordia".

San Hilario, in Matthaeum, 4. Tanto se complace Dios en nuestra bondad para con todos, que ofrece su misericordia sólo a los que son misericordiosos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,4. Parece que la recompensa es igual pero en realidad es mucho mayor. La misericordia humana no puede compararse con la misericordia divina.

Glosa. Con razón, pues, se ofrece la misericordia a los misericordiosos para que reciban más de lo que han merecido. Y así como tiene más el que recibe más de lo que puede saciarle, que aquel que tiene solamente lo necesario para la saciedad, así es mayor la gloria de los misericordiosos que la de los precedentes.

MATEO 5,8


3508 (Mt 5,8)

"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". (v. 8)

San Ambrosio, in Lucam, 5,57. El que dispensa la misericordia la pierde si no se compadece con un corazón limpio, porque si busca la jactancia pierde todo el fruto. Por ello sigue: "Bienaventurados los limpios de corazón."

Glosa. Con toda oportunidad se coloca en el sexto lugar la limpieza de corazón, porque en el sexto día fue cuando el hombre fue creado a imagen de Dios, la cual se había oscurecido en el hombre por la culpa y se restaura por la gracia en los limpios de corazón. Con razón, pues, esta bienaventuranza se coloca aquí después de las otras, porque si aquéllas no preceden, el corazón limpio no puede subsistir en el hombre.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,4. Aquí llama limpios a aquellos que poseen una virtud universal y desconocen la malicia alguna, o a aquellos que viven en la templanza o moderación, tan necesaria para poder ver a Dios, según aquella sentencia del Apóstol: "Estad en paz con todos, y tened santidad, sin la cual ninguno verá a Dios" (He 12,14) Dado que muchos se compadecen en verdad, pero haciendo cosas impropias, mostrando que no es suficiente lo primero, a saber, compadecerse, añadió esto de la limpieza.

San Jerónimo. Como Dios es limpio sólo puede conocerse por el que es limpio de corazón. No puede ser templo de Dios el que no está completamente limpio, y esto es lo que se expresa cuando dice: "Porque ellos verán a Dios".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9. El que obra y piensa en todo según la justicia, ve a Dios con su mente, porque la justicia es imagen de Dios. En efecto, Dios es justicia. Debe saberse, por lo tanto, que si alguno se aleja de las malas obras y practica las buenas ve a Dios según esto, poco o mucho, por poco tiempo o para siempre, según la posibilidad humana. En la vida futura, pues, los limpios de corazón verán a Dios cara a cara, no en espejo o enigma como aquí lo ven.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 2. Son necios todos aquellos que desean ver a Dios con los ojos exteriores, cuando sólo puede verse con el corazón, según está escrito en el libro de la Sabiduría: "Buscadlo por medio de la sencillez del corazón" (Sg 1,1) Lo mismo es corazón sencillo que corazón limpio.

San Agustín, de civitate Dei, 22, 29. Si los ojos, aun los mismos espirituales en el cuerpo espiritual, podrán ver tanto cuanto pueden éstos que ahora tenemos, sin duda alguna por medio de ellos no podremos ver a Dios.

San Agustín, de Trinitate. 1, 8. Esta manera de ver es un premio de la fe por la cual se limpian los corazones. Como está escrito: "Limpiando con la fe los corazones de ellos" (Ac 15,9) Esto se prueba principalmente por aquella sentencia: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios".

San Agustin, de Genesi ad litteram, 12, 25. Ninguno que vea a Dios vive en esta vida, en la cual se vive de una manera mortal y en estos sentidos corporales. Por lo que si alguno no ha salido de esta vida por medio de la muerte, o si no está totalmente separado del cuerpo, o si no vive enajenado de los sentidos corporales, no conocerá el premio, como dice el Apóstol, (2Co 12,2) si se encuentra en el cuerpo o fuera del cuerpo, no puede ser conducido a aquella visión de Dios.

Glosa. Mayor premio tendrán éstos que los primeros, así como en la corte de un rey están más elevados los que le ven la cara que aquellos que sólo comen de sus tesoros.

MATEO 5,9


3509 (Mt 5,9)

"Bienaventurados los pacíficos, porque se llamarán hijos de Dios". (v. 9)

San Ambrosio, in Lucam, 5,58. Cuando tengas toda tu alma limpia de toda culpa, procura que no nazcan disensiones ni disputas por tu culpa. Empieza por tener paz en ti mismo y así podrás ofrecer la paz a los demás. Y de ahí prosigue: "Bienaventurados los pacíficos".

San Agustín, de civitate Dei, 19, 13. Es la paz la tranquilidad del orden y el orden es la disposición por medio de la cual se concede a cada uno su lugar, según que sean iguales o desiguales. Así como no hay alguno que no quiera alegrarse, tampoco hay ninguno que no quiera tener paz, como sucede cuando aquellos que quieren la guerra no buscan otra cosa que encontrar la gloriosa paz batallando.

San Jerónimo. Los pacíficos se llaman bienaventurados, porque primero tienen paz en su corazón y después procuran inculcarla en los hermanos en conflicto. ¿De qué te aprovechará el que otros estén en paz si en tu alma subsisten las guerras de todos los vicios?

San Agustín, de sermone Domini, 1, 2. Son pacíficos en sí mismos aquéllos que, teniendo en paz todos los movimientos de su alma y sujetos a la razón, tienen dominadas las concupiscencias de la carne y se constituyen en Reino de Dios. En ellos, todas las cosas están tan ordenadas, que lo que hay en el hombre de mejor y más excelente domina a las demás aspiraciones rebeldes, que también tienen los animales. Y esto mismo que se distingue en el hombre (esto es, la inteligencia y la razón) se sujeta a lo superior, que es la misma verdad, el Hijo de Dios. Y no puede mandar a los inferiores quien no está subordinado a los superiores. Esta es la paz que se da en la tierra a los hombres de buena voluntad.

San Agustín, in libro retractationum. 1, 19. Y no puede suceder en esta vida que le acontezca a alguno el que no sienta esa ley de los miembros que se opone en todo a la ley de la inteligencia. Esto es lo que hacen los pacíficos sujetando las concupiscencias de la carne para poder venir alguna vez a conseguir la paz completa.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9. Se llaman pacíficos para otros, no sólo los que reconcilian los enemigos por medio de la paz sino también aquellos que olvidando las malas acciones aman la paz. Aquella paz es bienaventurada, la que subsiste en el corazón y no solamente en las palabras. Los que aman la paz son los hijos de la paz.

San Hilario, in Matthaeum, 4. La bienaventuranza de los pacíficos es el premio de su adopción. Y por ello se dice: "Porque serán llamados hijos de Dios". El padre de todos es solamente Dios, y no se puede entrar a formar parte de su familia si no vivimos en paz mutuamente por medio de la caridad fraterna.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,4. Se llaman pacíficos los que no pelean ni se aborrecen mutuamente, sino que reúnen a los litigantes, éstos se llaman con propiedad hijos de Dios. Esta es la misión del Unigénito: reunir las cosas separadas y establecer la paz entre los que pelean contra sí mismos.

San Agustín, de sermone Domini,. 1, 2. La perfección está en la paz, donde no hay aversión. Se llaman pacíficos los hijos de Dios, porque nada se encuentra en ellos que se oponga a Dios, pues también los hijos deben parecerse a sus padres.

Glosa. Tienen una gran dignidad los pacíficos, así como el que se llama hijo del rey es el más alto en el palacio real. Esta bienaventuranza se coloca en el último lugar porque antiguamente el día sábado era el día de verdadero descanso y de verdadera paz, después de pasados los siete días anteriores.

MATEO 5,10


3510 (Mt 5,10)

"Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos". (v. 10)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,4. Una vez explicada la bienaventuranza de los pacíficos, para que alguno no crea que es bueno buscar siempre la paz para sí, añade: "Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia". Esto es, por los valores, por la defensa de otro o por la religiosidad. Acostumbra ponerse la palabra justicia cuando se trata de cualquier virtud del alma.

San Agustín, de sermone Domini,. 1, 2. Una vez establecida y firmada interiormente la paz, aquel que ha de sufrir cualquier clase de persecuciones exteriores, de cualquier manera que sea atribulado exteriormente, dará mayor gloria a Dios.

San Jerónimo. Terminantemente añade: "Por la justicia". Muchos sufren persecución por sus culpas, pero éstos no son justos. A la vez téngase en cuenta que la octava bienaventuranza concluye con el martirio.

Pseudo-Crosóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9. No dijo, pues: "Bienaventurados los que padecen persecución de los gentiles", para que no creas que sólo es bienaventurado el que padece persecución por no adorar los ídolos. Y por lo tanto el que sufre persecución de los herejes por no abandonar la verdad, es bienaventurado puesto que padece por la justicia. Además, si alguno de los poderosos, aun los que parecen cristianos, te persiguiese cuando le reprendas por sus pecados, si éste te persigue serás bienaventurado con San Juan Bautista. Si bien es verdad que los profetas fueron mártires, aun cuando fueron muertos por los suyos, no dudes que todo aquél que padece algo por la causa de Dios, aun cuando sea por los suyos, obtiene el premio del martirio. Por esto no especifica la Escritura las personas de los perseguidores, sino solamente la causa de la persecución, para que no te fijes en quién es el que te persigue, sino por qué te persigue.

San Hilario, in Matthaeum, 4. Así cuenta en la última bienaventuranza a todos aquéllos que sufren todas las cosas por Jesucristo (quien se llama justicia), se reserva el Reino de los Cielos a éstos, porque en el desprecio de las cosas del mundo son verdaderos pobres de espíritu. Por ello dice: "Porque de ellos es el reino de los cielos".

San Agustín, de sermone Domini, 1, 3. La octava bienaventuranza vuelve sobre la primera, porque la manifiesta y prueba consumada y perfecta. Así en la primera y en la octava es donde se nombra el Reino de los Cielos. Siete bienaventuranzas son las que perfeccionan, porque la octava clarifica y demuestra lo más perfecto, para que por estos grados se perfeccionen los demás, como se ofrecen en el principio.

San Ambrosio, in Lucam, 5,61. El primer Reino de los Cielos se ofrece a los santos en la disolución de su cuerpo y el segundo consiste en estar con Cristo después de la resurrección. Después de la resurrección empezarás a poseer la tierra, cuando hayas sido librado de la muerte, y en esta misma posesión encontrarás tu consuelo. El gozo sigue a la consolación y al gozo sigue la divina misericordia. El Señor llama a aquel de quien se apiada y éste, llamado así, ve al que lo llama. Y el que ve a Dios es recibido en el derecho de la divina generación. Finalmente, como hijo de Dios disfruta de las riquezas del Reino de los Cielos. Aquél, pues, empieza y éste queda satisfecho.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,5. No te admires, pues, si en cada una de estas bienaventuranzas no oyes la palabra reino, porque cuando dice "serán consolados", "alcanzarán misericordia" y otras cosas por el estilo, está insinuando de una manera oculta, el Reino de los Cielos. Esto es para que ya no esperes cosa alguna sensible, ni tampoco se considere como bienaventurado aquel que es coronado con las cosas que proceden de esta vida.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 4. Debemos fijarnos atentamente en el número de estas sentencias. En estos siete grados conviene observar la obra septiforme del Espíritu Santo que describe Isaías (Is 11) Pero aquél empieza por lo más alto y éste por lo más bajo, porque allí se enseña que el Hijo de Dios habrá de bajar a lo más humilde, y aquí que el hombre, de lo más bajo habrá de elevarse hasta unirse con Dios. En estas cosas lo primero es el temor, que conviene a los hombres humildes, de quienes se dice: "Bienaventurados los pobres de espíritu", esto es, no los que saben las cosas elevadas, sino los que temen. La segunda es la piedad, que conviene a los mansos, porque el que busca piadosamente, honra, no reprende, no resiste, lo cual es hacerse manso. La tercera es la ciencia, que conviene a los que lloran, los que aprendieron por qué males han sido oprimidos, siendo así que pedían los bienes. La cuarta es la fortaleza, que conviene a los que tienen hambre y sed, porque deseando la alegría sufren por los verdaderos bienes, deseando separarse de los bienes terrenos. La quinta es el consejo y conviene a los misericordiosos, porque es el único remedio para librarse de tantos males, perdonar a unos y dar a otros. La sexta es el entendimiento y conviene a los limpios de corazón, los cuales, una vez limpio el ojo, pueden ver lo que el ojo no vio. La séptima es la sabiduría, que conviene a los pacíficos, en los cuales ninguna disposición es rebelde, sino que obedece al espíritu. Un solo premio que es el Reino de los Cielos se designa de varias maneras. En el primero (como convención), está colocado el Reino de los Cielos, que es el principio de la sabiduría perfecta. Como si dijera: "El principio de la sabiduría es el temor de Dios" (Ps 110,10) A los mansos, se concede la herencia del reino de los cielos como testamento de un padre hacia los que le buscan con piedad. A los que lloran se les ofrece el consuelo como conociendo lo que han perdido, y en qué cosas han tomado parte. A los que tienen hambre se les ofrece la saciedad, como premio que alienta a trabajar por la eterna salvación. A los misericordiosos se les ofrece misericordia, porque usan del mejor consejo para que se les ofrezca lo que ellos ofrecen. A los limpios de corazón la facultad de ver a Dios como a los que tienen ojo limpio para entender las cosas eternas. Y a los pacíficos se les concede la semejanza de Dios. Todas estas cosas pueden cumplirse en esta vida, así como sabemos que se cumplieron con los Apóstoles, porque lo que se ofrece después de esta vida no puede explicarse con palabras.

MATEO 5,11-12


3511 (Mt 5,11-12)

"Bienaventurados sois cuando os maldijeren y os persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros, mintiendo por mi causa. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón muy grande es en los cielos, pues así también persiguieron a los profetas, que fueron antes que vosotros". (vv. 11-12)

Rábano. Dirigía Jesús principalmente las anteriores sentencias. Empieza a hablar impulsando a los presentes, prediciéndoles las persecuciones que habían de sufrir por su nombre y diciendo: "Bienaventurados sois cuando os maldijeren los hombres y os persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros".

San Agustín, de sermone Domini,. 1, 5. Conviene aclarar la importancia de lo que dice: "cuando os maldigan y digan todo mal", porque maldecir es decir lo malo. Pero otra cosa es la maledicencia, ya sea dicha con afrenta en presencia de aquel que se maldice, o bien cuando se hiere la fama de aquel que está ausente. Perseguir es como obligar por la fuerza o tender emboscadas por la violencia.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Mattheus, hom. 9. Si, pues, es verdad que el que ofrece una copa de agua no pierde su premio, también lo es que el que sufre la injuria de una palabra leve no quedará privado del premio. Para que un maldecido sea bienaventurado, deben ocurrir dos cosas: que sea maldecido con mentira y por causa de Dios. De otro modo, si faltase una de estas cosas, no obtendrá el premio de la bienaventuranza. Y por ello dice: "Mintiendo por mí".

San Agustín, de sermone Domini,. 1, 5. Lo cual considero añadido por aquellos que quieren gloriarse de las persecuciones y de la fama de sus malas obras. Por ello dicen que Cristo les pertenece porque se habla mal de ellos. En cambio, cuando se habla bien, se conoce desde luego el error de aquéllos. Y si alguna vez se jactan de cosas falsas no puede decirse que sufren estas cosas por Cristo.

San Gregorio, homiliae in Hiezechihelem prophetam, 9. ¿Qué importa que los hombres nos deshonren si nuestra conciencia sola nos defiende? Sin embargo, así como no debemos instigar intencionadamente las lenguas de los que maldicen para que no perezcan, así debemos sufrir con ánimo tranquilo las que son instigadas por su propia malicia, para que nuestro mérito crezca. Por ello se dice aquí: "Gozaos y alegraos porque vuestro galardón es muy grande en el Reino de los Cielos".

Glosa. Gozaos con la inteligencia y alegraos con el cuerpo, porque vuestro premio no sólo es grande como el de otros, sino abundante en los cielos.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 5. No me refiero aquí a las partes superiores de este mundo visible a las que llamamos cielos, porque nuestro galardón no debe encontrarse en las cosas visibles, sino en los cielos espirituales donde habita la justicia sempiterna. Experimentan ya este premio los que gozan de bienes espirituales, pero se habrá de perfeccionar cuando concluya esta vida mortal.

San Jerónimo. Debemos gozarnos y alegrarnos porque se nos prepara un premio en el Reino de los Cielos, el cual no podrán conseguir los que siguen en la vanagloria.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Mattheus, hom. 9. Cuanto más se alegra uno con las alabanzas de los hombres, tanto más se entristece con los vituperios; pero el que codicia la gloria de los cielos no teme los oprobios en la tierra.

San Gregorio, homiliae in Hiezechihelem prophetam, 9. Alguna vez, sin embargo, debemos refrenar a los maledicientes, no sea que mientras dicen cosas malas de nosotros, corrompan los corazones de aquellos inocentes que debían oírnos para obrar el bien.

Glosa. No sólo con el premio, sino también con el ejemplo exhorta Jesús a sus discípulos a tener paciencia, cuando añade: "Pues así también persiguieron a los Profetas que fueron antes que vosotros".

Remigio. El hombre atribulado recibe un buen consuelo cuando recuerda los sufrimientos de otros, de quienes recibe un ejemplo de paciencia, como si dijese: "Acordaos que vosotros sois discípulos de Aquel de quien ya lo fueron los Profetas".

San Juan Crisóstomo, in Matthaeum, hom, 15,5. Del mismo modo manifiesta la igualdad de su dignidad con la del Padre, como si dijese: "Así como persiguieron a aquéllos por mi Padre, así también os perseguirán a vosotros por mí". Cuando dice "los Profetas que fueron antes que vosotros", en esto indica que los Apóstoles han sido hechos profetas.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 5. Puso aquí la persecución de modo genérico, tanto en la maledicencia cuanto en la laceración de la buena fama.

MATEO 5,13


3513 (Mt 5,13)

"Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué se salará? No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada por los hombres". (v. 13)

San Juan Crisóstomo, in Matthaeum, hom. 15,6. Cuando Jesús había dado a sus discípulos preceptos sublimes, para que no dijesen: "¿cómo podremos cumplirlos?" los calma con alabanzas, diciéndoles: "Vosotros sois la sal de la tierra". Demuestra así que les añade esto por necesidad, como si les dijese: "No os envío por vuestra vida, ni por una nación, sino por todo el mundo. Y si al herir el corazón humano, éste os injuria, alegraos". Ese es el efecto de la sal, morder lo que es de naturaleza laxo y lo reduce. Por ello, la maldición de otros no os dañará, sino que será testigo de vuestra virtud.

San Hilario in Matthaeum, 4. Debemos ver aquí cuán apropiado es lo que se dice, cuando se compara el oficio de los Apóstoles con la naturaleza de la sal. Esta se aplica a todos los usos de los hombres, puesto que cuando se esparce sobre los cuerpos, les introduce la incorrupción y los hace aptos para percibir un buen sabor en los sentidos. Los Apóstoles son los predicadores de las cosas celestiales y son como los saladores de la eternidad. Con toda razón, pues, se les llama sal de la tierra, porque por la virtud de su predicación preservan los cuerpos salándolos para la eternidad.

Remigio. La sal también cambia de naturaleza por medio del agua, el ardor del sol y la violencia del viento. Así los varones apostólicos, por el agua del bautismo, por el ardor del amor y por el soplo del Espíritu Santo se transforman en una naturaleza espiritual. La sabiduría celestial, predicada por los Apóstoles, purifica las obras materiales, quita el mal olor y podredumbre de la mala conversación y el gusano de los malos pensamientos, a quien se refiere el profeta cuando dice: "El gusano de ellos no muere" (Is 66,24)

Remigio. Los Apóstoles son sal de la tierra, esto es, de los hombres terrenos, que amando la tierra, se llaman tierra.

San Jerónimo. Los Apóstoles se llaman también sal de la tierra porque por ellos se condimenta el género humano.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Mattheus, hom 10. Cuando un sabio está adornado de todas las virtudes mencionadas, entonces se le considera como una sal perfecta y todo el pueblo se condimenta de él viéndolo y oyéndolo.

Remigio. Debe saberse que no se ofrecía a Dios ningún sacrificio en el Antiguo Testamento (Lv 2) si primero no se condimentaba con sal, porque ninguno puede ofrecer un sacrificio que sea agradable a Dios si no se lo ofrece con el sabor de la sabiduría celestial.

San Hilarioin Matthaeum. 4. Pero como el hombre está sujeto a la conversión, por eso nos advierte que los Apóstoles, llamados sal de la tierra, persisten en la virtud de potestad que les ha sido dada, añadiendo: "Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?"

San Jerónimo. Esto es, si el doctor se equivoca, ¿por qué otro doctor será enmendado?

San Agustín, de sermone Domini, 1, 6. Y si vosotros, por quienes deben ser condimentados los pueblos, perdiéreis el Reino de los Cielos por miedo de las persecuciones temporales, ¿qué harán los hombres que debieron ser libres del error por vosotros? También dice "si la sal se desvaneciese", manifestando que deben considerarse como necios todos aquellos que, siguiendo la abundancia o temiendo la escasez de los bienes temporales, pierden los eternos, que no pueden ser dados ni arrebatados por los hombres.

San Hilario in Matthaeum, 4. Si los maestros se vuelven necios, nada salan, y aun ellos mismos, habiendo perdido el sentido del saber recibido, no pueden vivificar lo corrompido, quedan inútiles. Por ello sigue: "No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada por los hombres".

San Jerónimo. El ejemplo está tomado de la agricultura. La sal es necesaria para condimento de las comidas y para secar las carnes, pero no tiene otro uso. Ciertamente leemos en las Escrituras (Jg 9,45) que algunas ciudades sembradas de sal por los vencedores, quedaron inutilizadas para que en ellas no pudiese brotar germen alguno.

Glosa. Después que aquellos que son cabezas de otros faltan, no aprovechan para nada, sino para ser arrojados de su oficio de enseñar.

San Hilario in Matthaeum, 4. Separados de los oficios de la Iglesia, sean pisoteados por todos los que pasen.

San Agustín, de sermone Domini, , 1, 6. No es pisado por los hombres el que sufre persecuciones, sino aquel que se acobarda temiendo la persecución. No puede ser pisado sino el que está debajo, y no puede decirse que está debajo aquel que, aun cuando sufre muchas cosas en su cuerpo mientras dura esta vida, tiene su corazón fijo en el cielo.


Catena aurea ES 3505