Catena aurea ES 3523

MATEO 5,23-24


3523 (Mt 5,23-24)

"Por tanto, si fueses a ofrecer tu ofrenda al altar y allí te acordares que tu hermano tiene alguna cosa contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano, y entonces ven a ofrecer tu ofrenda". (vv. 23-24)

San Agustín, de sermone Domini, 1, 10. Si no es lícito enfurecerse contra su hermano ni decirle raca ni necio, mucho menos debemos tener ninguna animadversión que pueda degenerar en odio, y por esto añade: "Por tanto, si fueres a ofrecer tu ofrenda al altar y allí recordares que tu hermano tiene alguna cosa contra ti".

San JerónimoNo dijo si tú tienes algo contra tu hermano, sino si tu hermano tiene algo contra ti, como imponiéndote con más dureza la necesidad de reconciliarte.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 10. Entonces él tiene algo contra nosotros, si le hemos ofendido en algo; pero nosotros tenemos algo en contra de él, si él nos ha ofendido, en cuyo caso no es necesario procurar su reconciliación. No pedirás el perdón a aquel que te hace alguna ofensa, sino que lo que haces es perdonarlo. Como deseas que Dios te perdone, perdona tú también a tu hermano.


Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. Pero si aquél te ofendiere y fueses el primero en pedirle el perdón, adquirirás un gran mérito.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,9. Pero si alguno no procura reconciliarse con él por amor al prójimo, lo induce a esto para que sus buenos oficios no queden incompletos, especialmente si se verifican en un lugar sagrado. Por esto añade: "Deja allí tu ofrenda delante del altar y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano".

San Gregorio, hom 1. El Señor no quiere recibir el sacrificio de los que están enemistados. De aquí podéis conocer cuán grande sea el mal de la enemistad, por lo cual se rechaza aun aquello, en virtud de lo cual se perdona la culpa.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. Ve aquí la gran misericordia de Dios, que da preferencia a las utilidades de los hombres sobre su honor, más bien quiere la unión de los fieles que sus ofrendas. Cuando los hombres fieles tienen alguna disensión entre sí, no recibe ninguna ofrenda de ellos, ni oye ninguna de sus oraciones, mientras dura la enemistad. Ninguno, pues, puede ser amigo fiel de dos que son enemigos entre sí, y por ello, Dios no quiere ser amigo de los fieles mientras sean enemigos entre sí. Y nosotros no guardamos la fe a Dios si amamos a sus enemigos y aborrecemos a sus amigos. Aquel que ofende primero, debe ser el que pida la reconciliación. Has ofendido con el pensamiento, debes reconciliarte por medio del pensamiento; has ofendido con palabras, con palabras debes reconciliarte; has ofendido con obras, con obras debes reconciliarte. Todo pecado, del mismo modo que se comete, debe hacerse por él penitencia.

San Hilario, in Matthaeum, 4. Una vez obtenida la paz humana manda volver a la divina, para pasar de la caridad de los hombres a la de Dios, y por ello sigue: "Y entonces ven a ofrecer tu ofrenda".

San Agustín, de sermone Domini, 1, 10. Si lo que aquí se dice se toma al pie de la letra, acaso crea alguno que esto conviene hacerlo así, no puede dilatarse la reconciliación por mucho tiempo si el hermano está presente, puesto que se nos manda dejar la ofrenda delante del altar; mas si está ausente y (lo que puede suceder también) al otro lado del mar, es un absurdo el creer que debe dejar su ofrenda delante del altar y recorrer las tierras y los mares antes de ofrecerla al Señor. Por ello se nos manda recogernos en el interior y pensar espiritualmente, para que pueda entenderse aquello que se dice, sin incurrir en absurdos. Por altar debemos entender, espiritualmente hablando, la fe. La ofrenda que ofrecemos al Señor, ya sea por medio de la enseñanza, ya por medio de la oración, o ya por cualquier otro concepto, no puede ser aceptable delante de Dios si no va adornada con la fe. Si, pues, hemos ofendido a nuestro hermano en alguna cosa, debemos ir a reconciliarnos con él, no con los pies del cuerpo, sino con los movimientos del alma, prostrándonos ante el hermano con afectos de humildad, en presencia de Aquel a quien vamos a ofrecer. Y así, como si estuviese presente, podremos calmarlo, no con ánimo afectado, sino pidiéndole perdón y al volver, esto es, renovando la intención de lo que habíamos empezado a hacer, ofreceremos nuestra ofrenda.

MATEO 5,25-26


3525 (Mt 5,25-26)

"Acomódate luego con tu contrario mientras que estás con él en el camino, no sea que tu contrario te entregue al juez y el juez te entregue al ministro, y seas echado en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante". (vv. 25-26)

San Hilario, in Matthaeum, 4. El Señor quiere que no pasemos ningún tiempo sin acudir a El, con la intención de perdonar. Por ello nos mandó reconciliarnos con nuestro enemigo en el camino de la vida, no sea que al tiempo de la muerte nos vayamos sin terminar la paz comenzada. Por ello dice: "Acomódate luego con tu contrario mientras que estás con él en el camino, no sea que tu contrario te entregue al juez".

San Jerónimo. Como no tenemos en los códices latinos la palabra consentiens, en los griegos se ha escrito eunoon, que quiere decir benigno o benévolo.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 11. Si pensamos quién sea nuestro contrario, con quien se nos manda ser benévolos, deberemos creer que es, o el diablo, o el hombre, o la carne, o Dios, o su ley. El diablo no me parece que sea aquel con quien se nos manda ser benévolos o estar en amistad. Donde hay benevolencia allí hay amistad, y nadie puede mandarnos que tengamos amistad con el diablo. Ni tampoco conviene estar conforme con él, puesto que hemos renunciado a su trato y le hemos declarado la guerra. Ni tampoco debemos consentir con él, porque el haber estado conformes con él alguna vez, ha hecho que caigamos en tantas miserias.

San Jerónimo. Algunos dicen que manda el Salvador que seamos benévolos con el demonio para que no le hagamos sufrir por culpa nuestra, porque hay quien dice que debe ser atormentado por nosotros cuando consentimos en sus tentaciones. Otros dicen, con más precaución, que nosotros en el bautismo hacemos una especie de pacto con el demonio, renunciando a él; pero si respetamos este pacto, nos hacemos benévolos y conformes con nuestro enemigo, y no seremos encerrados en la cárcel

San Agustín, de sermone Domini, 1,11. No veo cómo interpretar esto: nosotros somos entregados por el hombre al juez, cuando comprendo que Jesucristo es el juez ante cuyo tribunal todos habremos de presentarnos, según dice el Apóstol. ¿Cómo habrá de ser entregado a un juez aquel que, como nosotros, habrá de comparecer también ante el juez Supremo? Y también si alguno daña a otro hombre matándolo, no tendrá tiempo de reconciliarse con él en el camino, esto es, en esta vida, ni podrá obtener el perdón por la penitencia. Tampoco comprendo cómo se nos podría estar mandando estar acordes con la carne, en cuyas supersticiones, si consentimos, nos hacemos más pecadores. Los que la someten a la servidumbre, no están de acuerdo con ella, sino que la obligan a que se someta.

San Jerónimo. ¿Cómo puede meterse la carne en la cárcel, si no está de acuerdo con el alma, siendo así que el alma y el cuerpo han de ser aprisionados juntamente, y el cuerpo no puede hacer nada si el alma no le obliga?

San Agustín, de sermone Domini, 1,11. Acaso lo que se nos manda es estar unidos a Dios, de quien nos hemos separado pecando, y que desde entonces resulta nuestro adversario resistiéndonos, según estas palabras: "Dios resiste a los soberbios". Todo aquél, pues, que no se reconciliare con Dios en esta vida por medio de la muerte de su Hijo, será entregado por El al juez, esto es, al Hijo, a quien el Padre ha dado todo juicio. ¿Mas cómo puede decirse rectamente que el hombre se halla en el camino con Dios, sino porque Dios está en todas partes? Y si no se quiere decir que Dios, presente en todas partes, esté con los impíos, así como no decimos que los ciegos estén con la luz que los baña. Sólo resta aquí que comprendamos como adversario al precepto de Dios, opuesto a los que quieren pecar, y que nos ha sido dado en esta vida para que nos dirija en el camino. Una vez conocido, debemos asentir a él prontamente (leyendo, oyendo, asintiendo a su autoridad suprema), no aborreciéndole, porque es opuesto a nuestros pecados, sino amándolo porque nos corrige. No desechándolo por oscuro, sino orando para comprenderlo.

San Jerónimo. Mas, de los antecedentes aparece que Dios nos exhorta a la caridad fraterna, puesto que dice más arriba: "Ve a reconciliarte con tu hermano".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. Se apresura el Señor a reconciliarnos con nuestros hermanos en esta vida, sabiendo cuán peligroso es que un enemigo muera sin reconciliarse. Si, siendo enemigos, os presenta la muerte ante el juez, éste os entregará a Cristo, el cual os convencerá de reos en su juicio. Os entregará al juez, por más que antes os haya suplicado la reconciliación. Pues el que ruega antes al enemigo, lo hace reo delante de Dios.

San Hilario in Matthaeum, 4. O bien vuestro adversario os entregará al juez, porque vuestra ira, que permanece sobre él, es la prueba de vuestra enemistad.

San Agustín, de sermone Domini, 1,11. Entiendo que ese juez es Cristo, porque "el Padre dio todo juicio al Hijo" (Mt 4,11) Por ese ministro entiendo el ángel: "Y los Angeles, dice, le servirán". Y, en efecto, creemos que vendrá a juzgar con sus ángeles, por lo cual añade: "El juez te entregará al ministro".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. O al ministro, esto es, al ángel cruel de las penas, el cual os sepultará en la cárcel de fuego, y así es como sigue: "Y serás metido en la cárcel".

San Agustín, de sermone Domini, 1,11. Entiendo por cárcel las penas de las tinieblas, y para que ninguno desprecie esta cárcel, añade: "En verdad te digo que no saldrás de esa cárcel hasta que no pagues el último cuadrante".

San Jerónimo. Cuadrante es una moneda que vale dos minutas, lo cual equivale a decir: no saldrás de la cárcel mientras no hayas expiado hasta los pecados más pequeños.

San Agustín, de sermone Domini, 1,11. Esta expresión se pone aquí para significar que nada se deja sin castigo. Así como decimos de una cosa, exigida con rigor, que se la ha exprimido hasta lo último. O se significan, con el nombre de novísimo cuadrante, los pecados terrenos, puesto que la tierra es el cuarto (novísimo o último) de los elementos. La palabra pagar significa la pena eterna, y la manera de expresarse hasta que, debe tomarse en el mismo sentido que esta otra frase: "Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies" (Ps 109,1) Es claro que su reino no terminará cuando someta a sus enemigos y así debe entenderse aquí: "No saldrás de ahí hasta que no pagues el último cuadrante", como si dijera que nunca saldrá de allí, porque pagará siempre el último cuadrante mientras duren las penas eternas, debidas a los pecados de su vida.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. Si haces las paces en esta vida, puedes recibir la remisión aun de las faltas más graves. Pero una vez condenado y metido en la cárcel, no sólo te exigirán suplicios por los pecados graves, sino también de una palabra ociosa, lo que puede entenderse por cuadrante.

San Hilario in Matthaeum, hom. can. Como la caridad cubre multitud de pecados, pagaremos hasta el último cuadrante, si con el precio de ella no redimimos nuestros pecados.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. También se pueden llamar cárceles a las angustias de este mundo, las cuales permite Dios muchas veces a los que pecan.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,11. O se trata aquí de los jueces de este mundo, del camino que conduce a este juicio y de esta cárcel. Esto para fijarnos en las cosas de la eternidad por medio de las temporales que tenemos a la vista y que de ordinario nos mueven más. En este sentido dice San Pablo: "Si obrares mal, teme la potestad; pues no sin causa lleva ceñida la espada" (Rm 13,4)


MATEO 5,27-28

3527 (Mt 5,27-28)

"Oísteis que se dijo a los antiguos: No adulterarás. Y yo os digo que todo aquel que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón con ella". (vv. 27-28)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 17,1. Después que el Señor terminó el primer mandamiento a saber: "No matarás", procede con orden a hablar del segundo. Oísteis que fue dicho a los antiguos: "No adulterarás".

San Agustín, sermones, 9,3. Esto es, no irás a buscar otra mujer que la tuya. Si exiges de tu mujer esto, ¿no querrás pagarle del mismo modo cuando debes darle ejemplo con tus virtudes? Es muy necio el que el hombre diga que esto no se puede hacer. Lo que hace la mujer, ¿no podrá hacerlo el hombre? No quieras decir: No tengo mujer y por lo tanto voy a buscar a una mujer pública y por ello no quebranto este precepto, puesto que dice: "No adulterarás". Ya has conocido lo que vales, el precio que Cristo pagó por ti: ya sabes qué comes y qué bebes, y también a quién comes y a quién bebes. Sepárate, pues, de las fornicaciones. Cuando corrompes la imagen de Dios (que eres tú), por las fornicaciones y por las complacencias carnales, el mismo Dios también (que sabe lo que te es útil), te manda esto para que no se destruya su templo, que tú has empezado a ser.

San Agustín, contra Faustum,19, 23. Pero como los fariseos creían que el sólo trato corporal e ilícito con una mujer se llamaba adulterio, el Señor les manifestó que tal concupiscencia no era otra cosa, diciéndoles: "Pues yo os digo que todo aquél que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio con ella". Lo que la ley manda es: "No desearás la mujer de tu prójimo" (Ex 20,17), esto les parecía a los judíos que debía entenderse sólo de la acción de quitar la mujer a otro y no del trato carnal.

San Jerónimo. Entre la pasión y el deseo hay la diferencia de que la pasión se considera como vicio, y el deseo aun cuando tiene la misma culpa del vicio, sin embargo, no se considera como crimen. Luego aquel que viese una mujer y observase que su alma se perturba, éste debe considerarse como herido por el deseo. Si consintiese, pasa del deseo a la pasión, y para éste, no sólo hay voluntad de pecar, sino también ocasión. Todo aquél que viese una mujer con ánimo de pecar con ella (esto es, si la mira de tal modo que la desee y se prepare para obrar el mal), éste ya puede decirse con verdad que ha pecado en su corazón.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 12. Tres circunstancias concurren para que se cometa un pecado: la sugestión, la complacencia y el consentimiento. La sugestión se verifica por medio de la memoria, esto es, por los sentidos del cuerpo, en cuyo goce, si alguno se deleita, ha incurrido en delectación ilícita, que debe refrenar. Si ha habido consentimiento, entonces hay pecado completo. La complacencia, sin embargo, antes del consentimiento, o es nula o muy leve. Consentir con ella es pecado cuando es ilícita; pero si se lleva a la práctica, parece que entonces se sacia y se apaga la concupiscencia. Después, cuando la sugestión se repite, la complacencia es mayor, más no lo es tanto como aquella que viene a constituir un hábito, que difícilmente se puede vencer.

San Gregorio, Moralia, 21, 2. Todo aquel que mira exteriormente de una manera incauta, generalmente incurre en la delectación de pecado, y obligado por los deseos, empieza a querer lo que antes no quiso. Es muy grande la fuerza con que la carne obliga a caer, y, una vez obligada por medio de los ojos, se forma el deseo en el corazón, que apenas puede ya extinguirse con la ayuda de una gran batalla. Debemos, pues, vigilarnos, porque no debe verse aquello que no es lícito desear. Para que la inteligencia pueda conservarse libre de todo mal pensamiento, deben apartarse los ojos de toda mirada lasciva, porque son como los ladrones que nos arrastran a la culpa.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 17,2. Si quieres con frecuencia fijar los ojos en las caras hermosas, serás atrapado por completo, aunque acaso puedas contenerte por dos o tres veces, porque esto no está fuera de la humana naturaleza. Pero el que una vez enciende la llama en su corazón (después de vista una mujer), aun cuando no vea sus formas, retiene en sí el recuerdo de las acciones torpes, de cuya representación muchas veces pasa a la obra. Pero si alguna, adornándose demasiado, atrae los ojos de los hombres hacia sí, aun cuando no haga pecar a ninguno, ella padecerá el fuego eterno, porque forma el veneno, aun cuando no encuentre ninguno que lo beba. Lo que dice a los hombres, esto mismo dice a las mujeres, lo que se dice a la cabeza, también se dice al cuerpo.

MATEO 5,29-30


3529 (Mt 5,29-30)

"Y si tu ojo derecho te sirve de escándalo, sácalo y échalo de ti. Porque te conviene perder uno de tus miembros antes que todo tu cuerpo sea arrojado al fuego del infierno. Y si tu mano derecha te sirve de escándalo, córtala y échala de ti, porque te conviene perder uno de tus miembros antes que todo tu cuerpo vaya al fuego del infierno". (vv. 29-30)

Glosa. Después que Jesucristo enseñó a evitar el pecado de la lujuria, porque no sólo debe evitarse este pecado en sí, sino que también deben evitarse las ocasiones de los pecados, nos dice que no sólo en la práctica, sino también en el corazón, conviene evitar las ocasiones de los pecados, diciendo: "Si tu ojo derecho te escandaliza".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12. Si según el profeta (Ps 37,4), no hay nada que no esté herido por el pecado en nuestra carne, debemos cortarnos cuantos miembros tenemos para que la pena de éstos pague la malicia de la carne. Pero veamos si así puede entenderse del ojo corporal y de la mano.

Así como todo hombre, cuando se convierte a Dios, está muerto al pecado, así el ojo, cuando deja de mirar mal, se separa del pecado, pero ni aun así está conforme. Si el ojo derecho te escandaliza, ¿el izquierdo qué hace? ¿Acaso contradice al derecho para que se conserve inocente?

San Jerónimo. En el ojo derecho, y en la mano derecha, se insinúa el afecto a los hermanos, la mujer, los hijos, los parientes y amigos, los cuales, si alguna vez resulta que nos son impedimento para conocer la verdad, debemos separarlos de nosotros.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 13. Del mismo modo que se entiende la contemplación en el ojo, así debe entenderse con toda propiedad la acción en la mano. Por ojo entendemos un amigo muy querido. Y esto suele decirse por aquellos que quieren expresar su cariño, diciendo: "Lo quiero como a las niñas de mis ojos". Conviene entender aquí por ojo un amigo consejero, porque el ojo nos enseña el camino. En cuanto a lo que se añade, el ojo derecho, acaso vale para aumentar la fuerza del cariño. Siempre temen los hombres mucho más el perder el ojo derecho. Por lo mismo que es ojo derecho se entiende que es su consejero respecto de las cosas divinas. El ojo izquierdo es el consejero de las cosas mundanas. Y así éste es el sentir: "Cualquiera que sea la cosa que tú quieras, como si fuera tu ojo derecho, si te escandaliza (esto es, si te sirve de impedimento para conseguir la vida eterna), arrójalo y sepáralo de ti". Acerca del izquierdo, cuando te escandalice, es inútil el decir que tampoco debes perdonarlo. La mano derecha se considera como un auxiliar estimado para las buenas obras, y la izquierda como un auxiliar de las cosas necesarias para esta vida y para el cuerpo.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12. O de otro modo: nuestro Señor Jesucristo quiere que nos preservemos no sólo del peligro de pecar, sino que también las personas cercanas a nosotros, eviten el hacer algo malo. Como si teniendo tú algún amigo, le consideras como tu ojo derecho, y cuando cuida de tus cosas le consideras como tu propia mano; mas si supieras que hacía alguna cosa mala, lo arrojarías lejos de ti, porque te escandaliza; pues no sólo daremos cuenta de nuestros pecados, sino también de los de nuestros prójimos que podamos evitar.

San Hilario in Matthaeum, 4. Hay un grado de inocencia que llega a ser muy elevado: se nos aconseja no sólo carecer de nuestros propios vicios, sino también de no incurrir en ellos exteriormente.

San Jerónimo. O de otro modo: Como antes había hablado de la concupiscencia de la mujer, llamó ahora pensamiento y sensación al ojo que se fija en diversas cosas. Por la mano derecha y por las demás partes del cuerpo se designan los principios de la voluntad y del afecto.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12. Este ojo de carne es el espejo del ojo interior. El cuerpo tiene su sentido, que es el ojo izquierdo, y el apetito es la mano izquierda. Las acciones del alma se llaman derechas, porque el alma ha sido creada con el libre albedrío y bajo la ley de la justicia, para que vea y obre bien. El cuerpo no tiene libre albedrío, está bajo la ley del pecado y se le llama mano izquierda. No manda nuestro Señor cortar el sentido o el apetito de la carne. Podemos contener el deseo de la carne con tal que no hagamos lo que la carne desea; mas no podemos arrancarla para que no desee. Cuando a propósito queremos una cosa mala y pensamos en ella, entonces el sentido derecho y la voluntad derecha nos escandalizan, y por lo tanto se nos manda cortar estas cosas, lo cual podemos hacer por medio del libre albedrío. O de otro modo: toda cosa buena que nos escandaliza, o a cualquier otro, debe ser separada de aquellos a quienes escandaliza. Así como si yo visito alguna mujer por causa de la fe, este motivo es bueno y se llama ojo derecho; pero si visitándola con frecuencia caigo en deseo de ella, o si los que lo ven se escandalizan, entonces mi ojo derecho me escandaliza, y lo que es bueno sirve de escándalo. El ojo derecho es una mirada con buen fin, esto es, una buena intención. La mano derecha es una buena voluntad.

Glosa. Tu ojo derecho es también la vida contemplativa, que escandaliza cuando caes en desidia o en arrogancia, o cuando no podemos por debilidad nuestra contemplar las cosas santas. La mano derecha es una buena obra, o la vida activa, la cual escandaliza cuando se desordena con la frecuencia de las cosas mundanas y el tedio de la ocupación. Si alguno no adelanta en la vida contemplativa, no descuide la activa y así no agostará en el ocio la dulzura de la vida interior.

Remigio. Nuestro Señor Jesucristo manifiesta por qué debe arrojarse el ojo derecho y cuándo debe cortarse la mano derecha, cuando dice: "Porque te conviene perder uno de tus miembros, etc".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12. Como somos los unos miembros de los otros, mejor es que nos salvemos sin uno de estos miembros, que queriendo conservarlos, ellos y nosotros perezcamos. O mejor es que nos salvemos sin un respeto o sin una obra buena, que no hacer toda las obras buenas, pereciendo con ellas.

MATEO 5,31-32


3531 (Mt 5,31-32)

"También fue dicho: Cualquiera que repudiare su mujer, déle carta de repudio. Mas yo os digo que el que repudiare a su mujer, a no ser por causa de fornicación, la hace ser adúltera. Y el que tomare la repudiada, adultera". (vv. 31-32)

Glosa. Había enseñado el Señor antes, que no debe desearse la mujer del prójimo. Ahora enseña, como consecuencia, que no debe dejarse la propia, diciendo: "También fue dicho a los antiguos: cualquiera que repudiase a su mujer, déle carta de repudio".

San Jerónimo. Más abajo nuestro Salvador explica mejor este pasaje, esto es, que Moisés mandó dar el acta de divorcio por la dureza de corazón de los maridos, no concediendo el divorcio, sino impidiendo el homicidio.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12. Cuando Moisés sacó a los hijos de Israel de Egipto, por su descendencia eran israelitas, pero por sus costumbres eran egipcios. De aquí, que habían aprendido, en las costumbres de los gentiles, que el marido aborreciese a su mujer, y como no se le permitía dejarla, estaba dispuesto a matarla o mortificarla constantemente. Por eso Moisés mandó dar el acta de divorcio, no porque era bueno, sino porque era el remedio de un mal mayor.

San Hilario, in Matthaeum, 4. Pero nuestro Señor, conciliando la equidad para con todos, mandó que ella principalmente sea la que procure la paz del matrimonio. Y por esto añade: "Pero yo os digo que todo el que repudia a su mujer", etc.

San Agustín, contra Faustum,19, 26. Lo que aquí manda el Señor de no despedir a la mujer, no es contrario a lo que manda la ley, como decía el maniqueo, ni tampoco dice esto la ley: "El que quiera dimita a su mujer" (a lo cual sería contrario no despedirla), sino que como no quería que la mujer fuese repudiada por el marido, puso ese obstáculo del acta, que podía detener a un espíritu precipitado. Entonces, sobre todo, que entre los hebreos (como dicen) sólo los escribas tenían el privilegio de escribir en su idioma, porque tenían una sabiduría superior. La ley mandaba que viniesen a éstos todos aquellos a quienes mandó dar el acta de divorcio si despedían a su mujer. Estos escribas procuraban persuadir a los consortes, de una manera pacífica, a que tuviesen concordia entre sí y no escribían el acta sino cuando no acogían su consejo y se perdía toda esperanza de conciliación. Así como, pues, no cumplió la ley primordial por esta adición de palabras, tampoco destruyó la de Moisés oponiéndole una contraria (como el maniqueo decía), sino que de tal modo recomendó todo el contenido de la ley de los hebreos, que todo lo que hablase además de su persona valiese, o para buscar mejor aclaración (si algo oscuro se encontraba en ella) o que aprovechase para cumplirla mejor.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 14. El que buscó medio de detener el divorcio, manifestó claramente que no quería la disensión ni aun entre los hombres más endurecidos. El Señor para confirmar esto mismo, esto es, que no se repudie fácilmente, exceptúa sólo la causa de fornicación, diciendo: "A no ser por causa de fornicación". Manda, pues, que se sufran todas las demás molestias, si acaso existieren, llevándolas con paciencia en beneficio de la paz conyugal.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12. Si debemos llevar con paciencia las malas acciones de los extraños, puesto que dice el Apóstol: "Llevad mutuamente vuestras cargas" (Ga 6,2), ¿cuánto más las molestias de las mujeres? El hombre cristiano no sólo no debe pecar, sino que también debe evitar a otros la ocasión de obrar mal. De lo contrario, la culpa de otro vendría a constituir un pecado de éste, puesto que había sido la causa de que se cometiese el crimen. El que despidiendo pues, a su mujer, dio ocasión a adulterios, que ella adultere con otro, y otro con ella, éste sería condenado por causa de este adulterio. Por ello dice que el que repudia a su mujer, la obliga a que adultere.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 14. También dice más adelante que adultera aquel hombre que se case con la repudiada por otro, aun cuando sea por medio del acta de divorcio. Y por esto añade: "Y el que tomase la repudiada, comete adulterio".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 17,4. Y no puede decirse que su propio marido la ha repudiado, puesto que ésta, aun después de repudiada, continúa siendo mujer del que la repudió.

San Agustín, de sermone Domini, 1,14. El Apóstol señala los límites de este precepto, diciendo que debe observarse por todo el tiempo que viva el marido, pero muerto éste se le concede licencia a la mujer para casarse. Y si no se le concede permiso para casarse con otro, mientras vive el marido, de quien se ha separado, mucho menos le es permitido cometer pecados ilícitos o estupros con cualquier otro. El que sin despedir a su mujer, vive con ella, no carnal sino espiritualmente, no va contra este precepto, pues los matrimonios de aquellos que viven en continencia por mutuo consentimiento, son más felices. Aquí nace una cuestión: siendo así que nuestro Señor permite repudiar a la mujer por causa de fornicación, conviene saber qué clase de fornicación sea ésta. Si debemos creer que esta fornicación se refiere a aquellos que cometen estupros, o si, como dicen las escrituras, que suelen llamar fornicación a todo pecado ilícito (1Co 7), como es la idolatría, la avaricia, o cualquier otra transgresión de la ley, cometida por concupiscencia ilícita. Pero si es permitido, según el Apóstol, el repudiar a la mujer infiel, aun cuando sería mejor no repudiarla, sin embargo, no es lícito, según el precepto del Señor, el que se repudie a la mujer, sino por causa de fornicación. La infidelidad es una fornicación. Y si la infidelidad es también fornicación, y la idolatría infidelidad, y la avaricia idolatría, no debe dudarse que la avaricia es también fornicación. Y en este caso ¿quién podrá separar fácilmente cualquier concupiscencia ilícita de la fornicación, si la avaricia es fornicación también?

San Agustín, in libro retractationum, 1, 19. No quiero, sin embargo, creer que esta cuestión suscitada por nosotros en asunto tan difícil, satisfaga al lector. No todo pecado puede llamarse fornicación espiritual, ni tampoco Dios castiga a todo el que peca, puesto que todos los días oye a sus santos, que dicen: "Perdónanos nuestras deudas" (Mt 6,12) Sin embargo, pierde a todo el que se hace reo de fornicación respecto de El. ¿Es lícito el divorcio por una fornicación de esta clase? Oscura es la cuestión, pero no hay duda ninguna respecto de la fornicación que profana el cuerpo.

San Agustín, de diuersis quaestionibus octoginta tribus, q. ultima. Si alguno dice que el Señor sólo considera la fornicación como causa suficiente para repudiar a la mujer, aquella fornicación que se comete por medio de concubinato ilícito, puede decirse que el Señor se refería a uno y a otro fiel, diciendo que a ninguno es lícito separarse del otro a no ser por causa de fornicación.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 16. No se trata aquí solamente de repudiar a la mujer adúltera. El que la despide lo hace, no sólo porque ella cometía la fornicación, sino porque era causa de fornicación para él mismo; la repudiaría por causa de fornicación no sólo de ella sino también suya; de ella, porque fornica, y suya, para que no fornique.

San Agustín, de fide et operibus, 16. Con igual razón, la repudiará, si ella dice a su marido: "No continuaré siendo mujer tuya, si no me enriqueces con el robo", o si se deleitase con alguna otra cualidad criminal que notase en su marido. Entonces, aquel a quien la mujer dice cualquier cosa de éstas, si es un verdadero penitente, cortará aquel miembro que la escandaliza.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 16. Ninguna cosa hay más fea que dejar a la mujer por causa de fornicación, cuando el marido puede convencerse de que también él es fornicador. Entonces sucede aquí lo que dice San Pablo a los fieles de Roma: "Te condenas a ti mismo en aquello que juzgas a otro" (Rm 2,1) Y en cuanto a lo que dice Jesucristo: "Y el que tomare la repudiada comete adulterio", puede comprenderse que así como adultera el que se casa con ella, así también peca aquella con quien se casó. Se manda por el Apóstol que ella siga sin casarse o que se reconcilie con su marido, pero si se separa de su marido, dijo el Apóstol que siguiera sin casarse. Mucho interesa saber si es ella la que repudia o si es la repudiada. Si es ella la que se separa de su marido y se casa con otro, parece que se separa de su primer marido por el deseo de contraer nuevo matrimonio (lo cual debe considerarse como un pensamiento de adulterio), pero si es ella repudiada por el marido no puede averiguarse ciertamente cómo se explica que, verificándose la unión por mutuo consentimiento, uno de ellos sea el que adultere y no el otro. A esto debe añadirse que si adultera aquel que se casa con otra que ha sido repudiada por su marido, ella es la que le hace adúltero, lo que prohíbe el Señor aquí.


Catena aurea ES 3523