Catena aurea ES 3610

MATEO 6,10


3610 (Mt 6,10)

"Venga el tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo". (v. 10)

Glosa. Muy oportunamente se sigue que después de haber sido adoptados por hijos, pidamos el reino que se debe a los hijos, y así es como prosigue: "Venga a nos el tu reino".

San Agustín, de sermone Domini, 2 ,6. Eso no quiere decir que Dios no reine en la tierra, porque siempre ha reinado sobre ella. La palabra venga quiere significar que se manifieste a los hombres. A ninguno le será lícito desconocer el reino de Dios, siendo así que su Unigénito, no sólo de una manera inteligible o espiritual sino también de una manera visible, habrá de juzgar a los vivos y a los muertos el día de juicio, que según nos enseña el Señor habrá de tener lugar cuando el Evangelio se haya predicado a todas las gentes. Esta súplica se refiere a la santificación del nombre de Dios.

San Jerónimo. O bien se pide de una manera general que reine en todo el mundo, a fin de que el diablo deje de reinar en el mundo, o que Dios reine en cada uno de nosotros y no reine el pecado en el cuerpo mortal de los hombres (Rm 6)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14. O pedimos que nos venga de Dios nuestro reino, según nos está prometido, y que hemos adquirido con la sangre de Cristo, para que los que hemos servido antes a Cristo en este mundo, reinemos después.

San Agustín, Ad Probam, epístola 130,11El reino de Dios vendrá, lo mismo si queremos que si no queremos, pero encendemos nuestro deseo hacia aquel reino, para que venga a nosotros y reinemos en él.

Casiano, Collationes, 9, 9.

O bien porque el justo conoce, por el testimonio de su conciencia, que cuando aparezca el reino de Dios, habrá de participar de él.

San Jerónimo. Debe entenderse que es gran atrevimiento y propio solamente de una conciencia pura, pedir el reino de Dios y no temer su juicio.

San Cipriano, de oratione Domini. Puede suceder también que el mismo Cristo sea el reino de Dios, que todos los días deseamos que venga, y cuyo advenimiento mueve nuestro deseo apenas el pensamiento nos lo representa. Pues así como El mismo es la resurrección, toda vez que en El hemos resucitado, así se puede tomar por el reino de Dios, puesto que habremos de reinar en El. No sin razón pedimos el reino de Dios, esto es, el celeste, porque también hay un reino terrestre. Pero el que ya ha renunciado al mundo es mayor que todos sus honores y su reino. Y por lo tanto, el que se consagra a Dios y a Jesucristo, no desea los reinos de la tierra sino los del cielo.

San Agustín, de dono perseverantiae, 2. Cuando se pide diciendo: "Venga a nos el tu reino", ¿qué es lo que piden los que ya están santificados, sino la perseverancia en aquella santidad que ya se les ha concedido? No de otra manera vendrá el reino de Dios, que ciertamente habrá de venir, para aquellos que perseveran hasta el fin.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 6. En aquel reino de la bienaventuranza, se perfeccionará la vida feliz en los santos, como ahora sucede con los ángeles que están en los cielos. Y por lo tanto, después de aquella petición en la que decimos: "Venga a nos el tu reino", se sigue: "Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo". O sea, así como en los ángeles que están en el cielo se hace tu voluntad para que gocen de Ti, no viniendo error alguno a oscurecer su inteligencia, ni penalidad ninguna a impedir su felicidad, hágase tu voluntad en tus santos que están en la tierra, y han sido hechos de tierra (en cuanto al cuerpo) "Hágase tu voluntad", se entiende también diciendo que deseamos que los preceptos de Dios se cumplan, así en el cielo como en la tierra, esto es, así por los ángeles como por los hombres: no porque ellos determinan la voluntad de Dios, sino porque hacen lo que El quiere, esto es, obran según su voluntad.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,5. He aquí una consecuencia muy buena. Después de habernos enseñado a desear las cosas del cielo por estas palabras: "Venga a nos el tu reino", antes de llegar al cielo nos enseña a hacer de la tierra cielo con estas palabras: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo".

San Jerónimo. Avergüencense por estas palabras los que mienten diciendo que todos los días hay ruinas en el cielo.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 6. O bien: "Así como en el cielo, en la tierra", esto es, así como en los justos, también en los pecadores, como si dijese: "Así como hacen tu voluntad los justos, háganla también los pecadores, para que se conviertan a Ti". O de otro modo, para que pueda darse a cada uno lo suyo, como sucederá en el juicio final. También podemos conocer que por cielo y tierra se entienden el espíritu y la carne, y por lo que dice el Apóstol: "Con la mente sirvo a la ley de Dios, y con la carne a la ley del pecado" (Rm 7,25), debemos comprender que la voluntad de Dios también se hace con el espíritu. Así sucede en aquella transformación que se promete a los justos. Hágase la voluntad de Dios así en la tierra como en el cielo, esto es, así como el espíritu no resiste a Dios, así el cuerpo no resista al espíritu. O de otro modo: "Así en la tierra como en el cielo", esto es, así en la Iglesia como en Jesucristo, en la Esposa del Hijo de Dios como en Este, que cumplió la voluntad del Padre. Se toman oportunamente el cielo y la tierra como un hombre y una mujer, puesto que la tierra fructifica cuando es fecundada por el cielo.

San Cipriano, de oratione Domini. No pedimos que El haga lo que quiera, sino que nosotros podamos hacer lo que Dios quiere. Lo que se hace en nosotros es obra de la voluntad divina, esto es, por medio de su ayuda y de su protección, porque ninguno es suficientemente fuerte por sus solas fuerzas, sino que está seguro por la misericordia de Dios.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,5. La virtud no es solamente propia de nuestro deseo, sino también de una gracia superior. Por esto se nos manda aquí a cada uno de nosotros que oremos por todo el orbe, y no dijo: "Hágase tu voluntad en mí o en nosotros", sino: "En toda la tierra", para que desaparezca el error y se siembre la verdad, y se destierre la malicia, y vuelva la virtud, y para que ya no se diferencie el cielo de la tierra.

San Agustín, de dono perseverantiae, 3. En esto se manifiesta claramente (en contra de los pelagianos) que el principio de la fe es un don de Dios, cuando ruega la santa Iglesia por los no creyentes, para que empiecen a tener fe. Como la voluntad de Dios se ha cumplido ya en los santos, cuando aún se pide que se cumpla, ¿qué otra cosa pedimos sino que perseveren en lo que comenzaron a ser?

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14Debe considerarse como dicho para todos lo que dice: "Así en el cielo como en la tierra", esto es, santificado sea tu nombre, así en el cielo como en la tierra, hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra. Y considera con cuánta precaución habló. No dijo, pues: Padre, santifica tu nombre en nosotros, venga tu reino sobre nosotros, haz tu voluntad en nosotros, ni dijo otra vez: santifiquemos tu nombre, recibamos tu reino, hagamos tu voluntad, para que no apareciere que esto era obra exclusiva o sólo de Dios o sólo del hombre, y por ello dijo en sentido impersonal: porque así como el hombre no puede obrar bien sin la ayuda de Dios, así Dios no puede hacer bien al hombre cuando el hombre no quiere.

MATEO 6,11


3611 (Mt 6,11)

"El pan nuestro que excede toda sustancia, dánosle hoy". (v. 11)

San Agustín, Enchiridion, 115. Estas tres cosas que se piden en las anteriores peticiones se empiezan aquí, y cuanto más adelantamos en la virtud, tanto más se aumentan en nosotros. Se poseerán perfectamente y para siempre lo que ha de esperarse en la otra vida. En las otras cuatro peticiones que siguen se piden cosas temporales, que son necesarias para conseguir la vida eterna. El pan que se pide a continuación es necesario aquí, por eso sigue: "El pan nuestro, que excede a toda sustancia, dánosle hoy".

San Jerónimo. Lo que nosotros llamamos aquí sobresustancial, en el texto griego dice epiousion, en lugar de lo cual dicen con frecuencia los Setenta intérpretes: periousion. Si consideramos el texto hebreo en todos los lugares en que aquéllos expresaron la palabra periousion, encontramos la palabra sogolla, que Simaco tradujo por exaireton, que quiere decir principal o egregio, aun cuando ha interpretado esto en cierta parte por peculiar. Cuando pedimos, pues, que Dios nos conceda el pan peculiar o principal, pedimos aquel de quien habla el Evangelio de San Juan, cuando dice (Jn 6): "Yo soy el pan vivo que bajé del cielo".

Cipriano, de oratione Domini. Jesucristo es el pan de la vida, y este pan no es el pan de todos, sino el pan nuestro. Pedimos todos los días que se nos dé este pan, no sea que los que estamos con Jesucristo y recibimos la Eucaristía todos los días, cuando cometamos algún delito grave, se nos prohiba el pan celestial y se nos separe del Cuerpo de Cristo. Pedimos, pues, que los que permanecemos en Cristo no nos separemos de su santificación y de su Cuerpo.

San Agustín, de dono perseverantiae, 4. Los santos piden al Señor la perseverancia, cuando piden que no sean separados del Cuerpo de Cristo, sino que perseveren en aquella santidad y no cometan pecado alguno.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14O puso pan sobresustancial, que quiere decir cotidiano.

Casiano, Collationes, 9, 21. Cuando dice "hoy", manifiesta que todos los días debe comerse y en todo tiempo debe repetirse esta oración, porque no hay un día en el que no nos sea necesario recibir este pan, para confirmar el corazón del hombre interior.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 7. Pero contra esta doctrina cuestionan todavía aquéllos que en las iglesias orientales no comulgan todos los días. Los que defienden su parecer acerca de esto, saben que lo hacen sin escándalo, apoyados en la autoridad eclesiástica, puesto que no se les prohíbe el que lo hagan por aquellos que gobiernan las iglesias. Pero aunque nada discutamos acerca de esto en particular, debe ciertamente ocurrírseles que nosotros hemos aprendido del Señor la manera de orar, la que no nos conviene traspasar. ¿Quién se atreverá a decir que nosotros sólo debemos rezar una sola vez la oración dominical, o si la habremos de decir dos o tres veces, hasta aquella hora solamente en que recibamos el cuerpo de Jesucristo? ¿No podremos decir después: "Danos hoy lo que ya hemos recibido", o podrá alguno obligarnos a que celebremos aquel sacramento en la última hora del día?

Casiano, Collationes, 9,21. La palabra hoy puede comprenderse como dicha para la vida presente, esto es, mientras vivimos en esta vida pedimos, diciendo: "Concédenos este pan".

San Jerónimo. Podemos comprender de otro modo el pan sobresustancial, a saber: aquello que supera a todas las sustancias y a todas las criaturas, o sea el cuerpo de Cristo.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 7. O que recibamos el pan cotidiano y espiritual, esto es, los preceptos divinos, que todos los días conviene meditar y ejecutar.

San Gregorio Magno, Moralia, 24, 7. A este pan lo llamamos "nuestro", y sin embargo, pedimos que se nos dé, porque es don de Dios y se hace nuestro por gracia cuando lo recibimos.

San Jerónimo. Otros creen sencillamente, según las palabras del Apóstol, que dice: "Cuando tengamos vestido y comida, estemos contentos con ello: los santos no cuidan más que de la comida de cada día" (1Tm 6,8) Por esto más adelante se manda: "No queráis pensar en el día de mañana".

San Agustín, Ad Propam, epístola 130, 11Así ahora pedimos aquí lo necesario por la parte que en ello sobresale, esto es, significando todo lo que pedimos con el nombre de pan.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14No rogamos, pues, diciendo solamente: "Danos hoy el pan nuestro", para que tengamos qué comer (lo cual es común entre los justos y pecadores), sino que pedimos comer aquello que recibamos de la mano del Señor, lo cual sólo es propio de los santos, porque Dios da solamente el pan a aquellos a quienes prepara con la virtud. Pero el diablo distribuye el pan al que prepara con el pecado. Y así en el mero hecho de ser Dios quien da este pan, se recibe ya santificado. Por esto en la oración se añade "nuestro", esto es, el que nosotros tenemos preparado, dánoslo para que sea santificado por Ti. Así como el sacerdote, recibiendo el pan de un seglar, lo santifica y se lo ofrece, el pan en realidad es del que lo ofrece, pero su santificación corresponde al sacerdote. Dice "nuestro" por dos razones: primera, porque todo lo que el Señor nos da, lo da a otros por nosotros, para que hagamos partícipes del pan que recibimos a los que no pueden recibirlo. Los que no lo hacen, no sólo comen su pan, sino que también el ajeno. En segundo lugar, el que come el pan adquirido con justicia come su propio pan, pero el que lo come con pecado, se come el pan ajeno.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 7. Puede que alguno se admire porque rogamos para alcanzar las cosas que son necesarias para la vida, como son la comida y el vestido, siendo así que dice al Señor: "No queráis andar solícitos acerca de lo que hayáis de comer o de vestir" (Mt 6,25), cuando no puede menos de andar solícito el que desea alcanzar aquella cosa por cuya adquisición ruega.

San Agustín, Ad Probam, epístola 130,6El que no quiere más que las cosas necesarias para la vida, no quiere sino lo conveniente. Estas cosas necesarias no se apetecen por sí mismas, sino por la salud del cuerpo y decente sostenimiento de la persona, para que viva con decoro entre aquellos con quienes debe vivir. Cuando se tienen estas cosas, se debe rogar para conservarlas, y cuando no se tienen, para conseguirlas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,5. Debe considerarse, pues, que, después de decir: "Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo" (como hablaba a hombres que vivían en la tierra, vestidos de carne y como no pudiesen tener la misma impasibilidad que los ángeles) condesciende con nuestra debilidad, que indispensablemente necesita de alimento, y nos mandó hacer oración para obtener el pan, no para obtener dinero ni las cosas propias de la malicia, sino solamente el pan cotidiano y ni aun esto es suficiente, sino que añadió: "Dánosle hoy", con el objeto de que no nos mortifiquemos a nosotros mismos con la solicitud del día que ha de venir.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14A primera vista parece que el verdadero sentido de estas palabras consiste en que los que dicen esto no preparen cosa alguna para el día siguiente, lo cual, si así fuere, esta oración convendría a pocos: a los Apóstoles, que recorrían el mundo con el objeto de enseñar, o casi a ninguno. Pero debemos interpretar de tal modo la doctrina de Jesucristo, que todos puedan adelantar en ella.

San Cipriano, de oratione Domini. El discípulo de Jesucristo debe pedir esta comida divina con el objeto de no hacer largo el deseo de su petición, el cual resultaría contrario y desagradable, como cuando deseamos vivir mucho tiempo en esta vida los que pedimos que el Reino de los Cielos venga prontamente. También puede decirse que añade: "Cotidiano", para que cada uno coma cuanto exige la razón natural y no cuanto pide el apetito carnal. Si en un convite gastas tanto cuanto puedes necesitar para cien días, ya no comes el alimento cotidiano, sino el de muchos días.

San Jerónimo. En el Evangelio que se intitula Según los Hebreos1 se encuentra para significar el pan sobresustancial la palabra mohar, la cual quiere decir de mañana, para que así resulte, diciendo: Danos, hoy el pan de mañana, esto es el del porvenir.

MATEO 6,12


3612 (Mt 6,12)


"Y perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores". (v. 12)

San Cipriano, de oratione Domini. Después de pedir el recurso del alimento se encuentra el perdón del pecado, para que el que es alimentado por Dios viva en Dios y ya no se ocupe sólo de la vida presente, sino de la eterna, a la que puede llegarse si se perdonan los pecados, que Dios llama nuestras deudas, así como dice en otro lugar: "Te he perdonado toda tu deuda porque me lo has pedido". "Perdónanos nuestras deudas". Por lo que se nos advierte necesaria y saludablemente que somos pecadores, puesto que se nos invita a que roguemos por los pecados. Y para que no haya quien se complazca como inocente y, ensalzándose más, perezca, se le advierte que peca todos los días cuando se manda orar por los pecados cotidianamente.

San Agustín, de dono perseverantiae, 5. Con este dardo se traspasa a los herejes pelagianos, que se atreven a decir: "El hombre justo no tiene pecado alguno en esta vida, y en tales hombres ya existe en la vida presente la Iglesia, que no tiene mancha ni arruga".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Mattheum, hom. 19,5. Que conviene a los fieles esta oración nos lo enseñan las leyes de la Iglesia y el principio de la oración, que nos enseña a llamar Padre a Dios. Luego el que manda a los fieles pedir el perdón de sus pecados demuestra -contra los novacianos- que después del bautismo se perdonan los pecados.

San Cipriano, de oratione Domini. El que nos enseñó a orar por nuestros pecados, nos prometió la misericordia del Padre, pero añadió claramente la ley, obligándonos con cierta condición a pedir que se nos perdonen nuestras deudas según nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y esto es lo que dice: "Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".

San Gregorio Moralia, 1, 10. El bien que pedimos a Dios con contrición, concedámosle desde luego al prójimo desde el primer momento de nuestra conversión.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 8. Esto no se dice del dinero, sino de todas las ofensas que se nos hacen, y por esto también del dinero, pues nos ofende aquel deudor nuestro que pudiendo pagar el dinero que nos es en deber, no lo hace, y si no perdonamos esa ofensa, no podremos decir: "Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14. ¿Con qué esperanza ruega, pues, el que conserva enemistad contra otro, por quien acaso ha sido ofendido? Como muchas veces sucede que el que ora miente a la vez -dice que perdona y no perdona-, así pide perdón a Dios y no se le concede. Pero muchos no queriendo perdonar a los que les ofenden, evitan hacer esta oración. ¡Necios! Primeramente, porque el que no ora así como Jesucristo enseña, no es discípulo de Cristo. Segundo, porque el Padre no oye con gusto la oración que no es inspirada por el Hijo. Conoce el Padre el sentido y las palabras de su Hijo y no recibe las que inventa la usurpación humana, sino las que dictó la sabiduría de Jesucristo.

San Agustín, Enchiridion, 73-74. Sin embargo, este bien tan grande -a saber, el perdonar las deudas y el amar a los enemigos-, no es propio de tantos como creemos al escuchar que se dice: "Perdónanos nuestras deudas, como perdonamos a nuestros deudores". Sin duda se cumplen las palabras de esta promesa en aquel hombre que, no adelantando tanto que ame a su enemigo, sin embargo, cuando se le ruega por el hombre que le ha ofendido para que lo perdone, lo perdona de corazón, queriendo a su vez que se le perdone cuando él lo pida. Pero aquel que ruega a un hombre a quien ha ofendido -si se mueve a rogarle por su propia culpa-, no puede considerarse todavía como su enemigo, para que le sea difícil el amarlo, como lo era cuando la enemistad se encontraba en su periodo álgido.

MATEO 6,13


3613 (Mt 6,13)

"Y no nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos de mal. Amén". (v. 13)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14. Como el Señor había mandado antes a los hombres que dijesen cosas magníficas, como son el llamar a Dios su Padre y pedir el que su reino venga a ellos, ahora se añade la enseñanza de la humildad, cuando se dice: "Y no nos dejes caer en la tentación".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 9. Algunos códices tienen escrito: "Y no nos lleves a la tentación", lo cual creo que equivale, porque una y otra cosa han sido tomadas del griego, y muchos, interpretándolo, dicen así: "No permitas que seamos llevados a la tentación", explicando cómo debe entenderse la palabra dejes. Dios no induce por sí mismo a la tentación, pero permite que sea llevado aquel a quien niega su auxilio.

San Cipriano, de oratione Domini. En lo cual se manifiesta que nuestro enemigo nada podrá contra nosotros, si Dios no se lo permite antes, con el objeto de que todo temor y devoción de nuestra parte se convierta a Dios.

San Agustín, de sermone Domini, 2,9. Una cosa es ser llevado a la tentación, y otra cosa es ser tentado, porque ninguno puede ser probado sin tentación -ya sea tentado por sí mismo o por otro-. Cada uno es perfectamente conocido por Dios antes de sufrir ninguna tentación. No se pide, pues, aquí, que no seamos tentados, sino que no seamos llevados a la tentación, como si cualquiera a quien le fuere necesario probarse por medio del fuego, no ruega el que no sea mortificado por el fuego, sino el no ser quemado. Pero somos inducidos si caemos en tentaciones tales que nosotros no podemos resistir.

San Agustín, ad Probam, epístola 130,11Cuando decimos, pues: "No nos dejes caer en tentación", nos aconseja que pidamos esto, no sea que, abandonados de su ayuda, consintamos en alguna tentación, o, engañados, accedamos afligidos.

San Cipriano, de oratione Domini. En lo cual se advierte nuestra debilidad y nuestra ignorancia, para que alguno no se ensalce indebidamente, para que, cuando precede una confesión humilde y sumisa, se conceda todo a Dios, quien nos dispensa entonces por su piedad lo que le pedimos humildemente.

San Agustín, de dono perseverantiae 5. Cuando los santos piden: "No nos lleves a la tentación", ¿qué otra cosa piden, sino la perseverancia en la santidad? Con esta gracia concedida por Dios -como se demuestra en realidad que es un don de Dios cuando se obtiene de El-, no hay ninguno de los santos que no obtenga la perseverancia en la santidad hasta el fin, así como ninguno deja de perseverar en su propósito de ser buen cristiano, si antes no es llevado a la tentación. Por lo tanto, pedimos no ser llevados a la tentación, para que esto no se haga. Y si no se hace, es porque Dios no permite que se haga. Nada se hace sino lo que El mismo hace o permite que suceda. Puede muy bien hacer que las voluntades se separen de lo malo y se inclinen a lo bueno, y que el caído se convierta y se dirija a encaminarse hacia El, a quien no en vano se dice: "No nos dejes caer en la tentación". Porque el que no es llevado a la tentación por su mala voluntad, a ninguna otra tentación puede ser llevado. "Cada uno es tentado por su concupiscencia", según dice Santiago (Jc 1,14) Dios quiso, pues, que le pidiésemos el no ser llevados a la tentación -lo cual podía concedernos aunque no se lo pidiésemos-, porque quiso que nosotros conociésemos de quién recibíamos los beneficios. Y el mismo santo añade: "Atienda la Iglesia a sus oraciones cotidianas ruega para que los incrédulos crean: luego Dios convierte a la fe; ora para que los que creen perseveren; Dios, pues, concede la perseverancia final".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 9. Debemos pedir, no sólo el no caer en el mal cuando no hemos caído, sino también el librarnos de él cuando hayamos caído, y por ello sigue: "Mas líbranos de mal".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Mattheum, hom. 19,6. Aquí se llama mal al demonio por su excesiva malicia, que no proviene de su naturaleza sino de su elección y por la guerra implacable que nos tiene declarada. Por esto se dice: "Líbranos de mal".

San Cipriano, de oratione Domini. Después de todas las cosas ya dichas, al final de la oración viene la cláusula que concluye todas nuestras preces, recopilada con una brevedad admirable. Nada queda ya que deba pedirse al Señor, cuando ya hemos pedido la protección de Dios contra todo lo malo, la cual una vez obtenida, ya podemos considerarnos seguros contra todas las cosas que el diablo y el mundo puedan hacer. ¿Qué miedo puede darnos el mundo si en él tenemos a Dios por defensor?

San Agustín, ad Probam, epístola 130,11Y esto último que está puesto en la oración dominical, se conoce tan claramente, que el hombre cristiano en cualquier tribulación en que se encuentre, puede dar gemidos por medio de ella, y en ella derramar sus lágrimas. De aquí el que se exhorte a que termine la oración con esta palabra: Amén, en la que se demuestra el deseo del que ora.

San Jerónimo. Amén, pues -lo cual consta escrito al final-, es un signo de la oración dominical, el cual Aquila ha interpretado: fielmente, y nosotros podemos interpretar: verdaderamente.

San Cipriano, de oratione Domini. ¿Qué de extraño tiene, si tal oración es la que Dios enseñó, que con una maestría sin igual recopile todas nuestras preces en tan saludables palabras? De aquí el que se dijo por medio de Isaías: "Dios hizo sobre la tierra una brevedad por medio de su palabra" (Is 10,23) Y habiendo venido nuestro Señor Jesucristo para todos, a fin de abarcar igualmente a los sabios y a los ignorantes, con el objeto de dar preceptos para bien de todos los sexos y todas las edades, hizo un gran compendio de todos sus preceptos, para que los que se instruyen en la doctrina del cielo, no cansen su memoria, sino que aprendan prontamente lo que es necesario para creer con fe sencilla.

San Agustín, ad Probam, epístola 130,12 Cualesquiera otras palabras que digamos, que forman los afectos del que ora, o precediendo para que resplandezcan, o siguiendo para que crezcan, nada podemos añadir que no esté comprendido en esta oración dominical, si la decimos recta y convenientemente. El que dice, pues, como el Eclesiástico: "Date a conocer a todas las gentes, como te has dado a conocer a nosotros" (Si 36,4), ¿qué otra cosa dice, sino el que sea santificado tu nombre? El que dice: "Dirige mis pasos según tu palabra" (Ps 118,133), como David, ¿qué otra cosa dice más que "hágase tu voluntad"? El que dice: "Manifiéstanos tu faz y seremos salvos" (Ps 79,4), ¿qué otra cosa dice sino que "venga a nos tu reino"? El que dice: "No me des pobreza y riqueza" (Pr 30,8), como el autor de los proverbios, ¿qué otra cosa dice sino "el pan nuestro de cada día dánosle hoy"? El que dice: "Señor, acuérdate de David y de toda su mansedumbre" (Ps 131,1) y: "Si pagué con mal a los que me lo hacían" (Ps 7,5), ¿qué otra cosa dice más que "perdónanos nuestras deudas, como perdonamos a nuestros deudores"? El que dice: "Retira de mí las concupiscencias de la carne" (Si 23), como el Eclesiástico, ¿qué otra cosa dice más que "no nos dejes caer en la tentación"? El que dice: "Líbrame de mis enemigos, Dios mío" (Ps 58,2), como David, ¿qué otra cosa dice más que "líbranos de todo mal"? Y si recorres todas las palabras de todas las preces santas, ninguna cosa encontrarás que ya no esté comprendida en la oración dominical. Cualquiera que dice una cosa que no pertenezca a esta oración, ora por afectos carnales, lo cual no sé cómo no se diga ilícitamente, cuando a los regenerados no se les enseña a orar sino espiritualmente. El que dice en su oración: "Señor, multiplica mis riquezas, y aumenta mis honores", y esto lo dice teniendo deseos de ellos, no fijándose en que pueda aprovechar a los hombres según desea Dios, creo que no podrá encontrar en la oración dominical algo que pueda adaptarse a esta clase de oración. Por ello, se avergüenza de pedir, acaso, lo que no puede desear. Y si de esto se avergüenza y la codicia vence, pedirá mejor que esto, que también le libre de este mal de la codicia, a Aquel a quien decimos: "Líbranos de mal".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 11. Parece también que este número de siete conviene con el número de las bienaventuranzas. Si es con el temor de Dios con el que se hacen bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos, pidamos que sea santificado el nombre de Dios entre los hombres, y que permanezca su santo temor por los siglos de los siglos. Si la piedad es por medio de la cual los bienaventurados se hacen humildes, pidamos que venga su reino, para que seamos humildes y no nos opongamos a su voluntad. Si la ciencia es con la que son bienaventurados los que lloran, oremos para que se cumpla su voluntad así en la tierra como en el cielo, porque cuando el cuerpo consiente en las inspiraciones del espíritu, como la tierra se somete al cielo, no lloraremos. Si la fortaleza es con la que son bienaventurados los que tienen hambre, oremos para que nuestro pan cotidiano se nos conceda hoy, y podamos llegar por medio de él a la plenísima saciedad. Si es con un consejo saludable, con el cual los bienaventurados son misericordiosos para que Dios se apiade de ellos, perdonemos las deudas, para que se nos perdonen las nuestras. Si el entendimiento es con el cual son bienaventurados los de limpio corazón, oremos para no caer en la tentación, para que no tengamos un corazón con doblez, apeteciendo las cosas temporales y terrenas, acerca de las que versan todas nuestras tentaciones. Si es sabiduría aquélla con la cual son bienaventurados los pacíficos, puesto que se llamarán hijos de Dios, roguemos para que se nos libre de todo mal y esta misma libertad nos hará hijos libres de Dios.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,6. Como nos había hecho solícitos el recuerdo de nuestro enemigo el demonio, cuando el Señor nos enseñó a decir: "Líbranos de mal", otra vez nos da a conocer su atrevimiento en estas palabras que se encuentran en algunos libros griegos: "Puesto que suyo es el reino, y la virtud, y la gloria". Si el reino es suyo, nada tenemos que temer, porque quien pelea contra nosotros también le está subordinado. Siendo, pues, suya la virtud y la gloria infinita, no solamente puede librarnos de todo mal, sino también concedernos su gloria.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14. Todo esto pertenece a las cosas que preceden. Cuando dice: "Tuyo es el reino", corresponde a aquello que había dicho: "Venga tu reino", para que no haya alguno que diga: "Luego Dios no tiene reino en la tierra"; y en cuanto dice: "Y la virtud", corresponde a aquello que había dicho: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo", para que no haya quien diga que Dios no puede hacer todo lo que quiere; y en cuanto dice: "Y la gloria", responde a todo lo que sigue en lo que aparece la gloria de Dios.

MATEO 6,14-15


3614 (Mt 6,14-15)

"Porque si perdonareis a los hombres sus pecados, os perdonará también vuestro Padre celestial los vuestros. Mas si no perdonareis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados". (vv. 14-15)

Rábano. Como nuestro Señor había dicho: Amén, había dado a entender que Dios concede indefectiblemente todo cuanto se pide bien, cuando los que piden no menosprecian el cumplir lo pactado en la condición añadida, y por esto se añade: "Pero si perdonáis a los hombres sus pecados. "

San Agustín, de sermone Domini, 2, 11. En esto no debe pasarse en silencio que, de todas las sentencias, con las cuales el Señor nos mandó que orásemos, creyó oportunamente recomendarnos de una manera especial la que afecta a la remisión de los pecados, en la que quiso que fuésemos caritativos, lo cual es un consejo para evitar todas las debilidades.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14 No dice que primero nos perdona Dios para que después nosotros perdonemos a nuestros deudores. Dios sabe, pues, que los hombres mienten y que aun cuando obtengan el perdón de sus pecados, ellos no perdonan a sus deudores, por ello dice que primero perdonemos y que después pidamos nuestro perdón.

San Agustín, Enchiridion, 74. El que no perdona al que le pide perdón arrepentido de su pecado y no lo perdona de corazón, no espere en manera alguna que Dios le perdone sus pecados, y por ello añade: "Mas si no perdonareis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados".

San Cipriano, de oratione Domini. No podrás tener excusa alguna en el día del juicio, cuando seas juzgado según tu misma sentencia y cuando tú mismo sufras lo que has hecho con otros.

San Jerónimo. Pero está escrito: "Yo he dicho: sois dioses, pero vosotros como hombres moriréis". Esto se ha dicho por que los hombres han merecido ser tales, de dioses que eran, por sus pecados. Y en verdad que son llamados con razón hombres todos aquellos a quienes se les perdonan los pecados.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,7. Por lo tanto hace mención de los cielos y del Padre, para llamar la atención del que oye. Ninguna cosa se asemeja tanto a Dios, como perdonar a los que hacen alguna injuria. No es oportuno que sea feroz un hijo que procede de tal Padre. Y como está llamado a poseer el cielo, debe tener cierta propiedad en sus acciones, que se conforme con esta clase de vida.


Catena aurea ES 3610