Catena aurea ES 4026

MATEO 10, 26-28

4026 (Mt 10,26-28)

"No les temáis, pues; porque nada hay oculto que no sea revelado, ni secreto que no sea sabido. Decid a la luz lo que os he dicho en la oscuridad, y predicad sobre los más alto de la casa lo que vuestros oídos han oído. Y no temáis a aquéllos que matan al cuerpo, mas no pueden matar al alma, sino antes bien, temed a aquél que puede arrojar al infierno al cuerpo y al alma". (vv. 26-28)

Remigio. Luego de la anterior consolación, añade otra no menor, diciendo: "No les temáis"; es decir, a los perseguidores. Y les da la razón de por qué no les deben temer, a saber: "Porque nada hay oculto que no sea revelado".

San Jerónimo. ¿Cómo es posible que en el tiempo presente no se sepan las maldades de muchos? Aquí habla, pues, del tiempo futuro, cuando Dios juzgará los misterios de los hombres, iluminará los escondrijos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones (1Co 4,5): el sentido es éste: "No temáis la crueldad de los perseguidores y la rabia de los blasfemos, porque llegará el día del juicio y en él se verán bien a las claras vuestra virtud y su malicia".

San Hilario, in Matthaeum, 10. Les aconseja, pues, que no tengan miedo ni a las amenazas, ni a las afrentas, ni a las revoluciones, ni al poder de los perseguidores; porque ya verán en el día del juicio de cuán poco les valieron todas estas cosas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,1. Parece, a primera vista, que tiene un sentido general lo que acaba de decir; sin embargo, no lo dijo de todos, sino solamente de aquellos de que habló antes. Es como si dijera: Si vosotros sufrís oyendo los ultrajes, tened presente que bien pronto quedaréis libres de toda sospecha: Os llamarán adivinos y magos y seductores; pero esperad un poco y veréis como, cuando la misma realidad de las cosas os declare bienhechores y atiendan ellos a la verdad de las cosas y no a las habladurías de los hombres, os proclaman ellos mismos salvadores de todo el género humano.

Remigio. Opinan algunos que prometió el Señor a sus discípulos por estas palabras que revelarían ellos todos los misterios ocultos por el velo de la letra de la Ley. Por eso dice el Apóstol: "Cuando se hubieren convertido al Señor, entonces se quitará el velo" (2Co 3,16), cuyo sentido es: ¿por qué debéis temer a vuestros perseguidores, vosotros que habéis sido elevados tal dignidad, que por vosotros hayan sido puestos de manifiesto los misterios de la Ley y de los Profetas?

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2. Después que les quitó el miedo y les hizo superiores a los oprobios, les habla en tiempo oportuno de la libertad de la predicación, diciéndoles: "Lo que os digo en las tinieblas".

San Hilario, in Matthaeum, 10. No hemos oído que el Señor acostumbrase a predicar o a enseñar por la noche, sino que dice esto porque para los hombres carnales sus palabras eran tinieblas y para los infieles noche. Y así dijo que debía El ser anunciado con la libertad de la fe y de la predicación.

Remigio. El sentido, pues, es el siguiente: "Lo que os digo en las tinieblas", esto es, entre los judíos incrédulos, "decidlo vosotros a la luz", esto es, predicadlo a los fieles: "Y lo que habéis escuchado al oído", esto es, lo que os he dicho en secreto, "predicadlo sobre los techos", esto es, públicamente y delante de todos; solemos decir muchas veces: Le habla al oído, esto es: en secreto.

Rábano. Sin duda cuando dijo: "Predicad sobre los techos", habla según la costumbre de la provincia de Palestina, donde se habitan los techos, porque no están terminados en punta, sino en una superficie plana. Será, pues, predicado en los techos lo que deba decirse delante de todos los oyentes.

Glosa. O de otra manera: "Lo que os digo en las tinieblas", esto es, cuando aun estáis en el temor carnal, "decidlo en la luz", esto es, en la confianza de la verdad cuando fuereis iluminados por el Espíritu Santo. "Y lo que oísteis al oído", esto es, percibisteis con sólo el oído, "predicadlo" completándolo con vuestras obras, estando sobre los techos, esto es, en vuestros cuerpos, que son el domicilio de las almas.

San Jerónimo. O también: "Lo que os digo en las tinieblas decidlo a la luz", esto es, lo que oísteis en el misterio, predicadlo con más claridad: "Y lo que oísteis al oído predicadlo sobre los techos", esto es, lo que Yo os enseñé en una pequeña aldea de Judea, decidlo sin temor en todas las ciudades del mundo entero.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2. Así como cuando decía: "El que cree en Mí hará las obras que Yo hago y las hará mayores que éstas" (Jn 14,12), también aquí muestra de que manera todo es obrado a través de ellos más que por sí mismos, como dice: "Yo di el principio; pero más aun, quiero culminarlo a través de vosotros"; pues esto no sólo concierne al que manda, sino también a los que enseñen y prediquen porque triunfarán sobre todo.

San Hilario, in Matthaeum, 10. Debemos sembrar constantemente el conocimiento de Dios y revelar con la luz de la predicación el secreto profundo de la doctrina del Evangelio, sin temor de aquellos que sólo tienen poder sobre los cuerpos, mas nada pueden sobre el espíritu; por eso se dice: "Y no temáis a aquellos que matan el cuerpo y al alma no pueden matar".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2. Mirad el modo de que se valió para hacerlos superiores a todos: aconsejándoles a despreciar por temor a Dios, no solamente las preocupaciones y las calumnias y los peligros, sino lo que es aun más terrible que todo esto, hasta a la misma muerte; por eso añade: "Sino temed más bien a aquel que puede arrojar al infierno vuestro cuerpo y vuestra alma".

San Jerónimo. No se encuentra en los libros antiguos la palabra gehenna y el Salvador es el primero que la emplea: indaguemos ahora a qué da motivo esta nueva palabra. Muchas veces hemos leído que el ídolo Baal estuvo cerca de Jerusalén, en la base del monte Moria, de donde brota la fuente Siloé. Este valle y pequeña planicie, regada y cubierta de árboles, era sumamente deliciosa y contenía un bosque consagrado al ídolo. El pueblo de Israel llegó a tal grado de locura, que abandonó los templos inmediatos para ofrecer en él los sacrificios, olvidar las ideas severas de la religión y quemar a sus hijos delante del demonio. Llamábase el bosque Gehennón, esto es, valle del hijo de Ennón. Este nombre está sumamente repetido en los libros de los Reyes, en las Crónicas y en Jeremías y Dios los amenaza con llenar ese lugar de cadáveres, para que no volviera a llamarse Tophet y Baal, sino Polyandrium, esto es, tumba de los muertos. Con este nombre son designados los futuros suplicios y las penas eternas de los pecadores.

San Agustín, de civitate Dei, 13,2. No se verificará esto antes que el alma esté unida al cuerpo con una unión de que jamás se separará y sin embargo, aun entonces se llama propiamente muerte del alma, porque no vive de Dios y muerte del cuerpo, porque aunque no deja de sentir el hombre en su última condenación, sin embargo, como este sentimiento no le proporciona ninguna dulzura ni tranquilidad alguna, sino el dolor de la pena, merece con muchísima razón que se le dé el nombre de muerte.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2. Observad además que no les promete librarlos de la muerte, sino que les aconseja el despreciarla, que es mucho más que el librarlos de la muerte y que les insinúa el dogma de la inmortalidad.

MATEO 10,29-31


4029 (Mt 10,29-31)

"¿Por ventura no se venden dos pájaros en un cuarto, y sin embargo, no cae ninguno de ellos sobre la tierra sin el consentimiento de vuestro Padre? También todos los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, porque vosotros sois mejores que muchos pájaros". (vv. 29-31)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2. Después de haberles quitado el miedo a la muerte, a fin de que no creyeran los Apóstoles, si morían, que Dios les había abandonado, insiste de nuevo en su sermón sobre la providencia de Dios, diciendo: "¿Por ventura no son vendidos dos pájaros en un cuarto y ninguno de ellos cae sin el consentimiento de vuestro Padre?"

San Jerónimo. El sentido es éste: si los pequeños animales no perecen sin el consentimiento de su Autor, que es Dios y la Providencia se extiende a todos y si lo que es en sí perecedero no perece sin la voluntad de Dios, vosotros, que sois eternos, no debéis temer que Dios abandone vuestra vida.

San Hilario, in Matthaeum, 10. En sentido místico lo que se vende es el alma y el cuerpo y a quien se vende es al pecado. Los dos pájaros que se venden por un cuarto son aquellos que, nacidos para volar y remontarse al cielo en las alas de la gracia, se venden ellos mismos por un miserable pecado. Presos ellos por el placer de las cosas presentes y vendidos a la vanidad del siglo, quedan prostituidos con semejante proceder. Es voluntad de Dios que el uno vuele más que el otro; pero la ley que Dios ha dado al otro le hace caer en tierra. Si los dos volaran igualmente, los dos serían uno solo y los dos formarían un solo cuerpo espiritual; pero vendidos el uno y el otro al pecado, el alma se hace terrenal al contacto del mal y entonces es cuando uno de ellos es arrojado en tierra.

San Jerónimo. Las palabras: "Y vuestros cabellos están contados", nos manifiestan la inmensa providencia de Dios para con el hombre y nos marcan el inefable amor para con él, puesto que tan perfectamente sabe todas nuestras cosas.

San Hilario, in Matthaeum, 10. Pues es diligente el considerar en algo el número.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2. Dijo esto, no porque El hubiese contado los cabellos, sino para expresar su exquisito conocimiento y su mucha providencia sobre todas las cosas.

San Jerónimo. Los que niegan la resurrección se burlan de la interpretación que da la Iglesia a este pasaje, como si nosotros dijéramos que todos los cabellos están contados y que todos los que hubieren sido cortados por la tijera tenían que resucitar, siendo así que no dijo el Salvador: "Todos vuestros cabellos serán salvados", sino "están contados". El número da a entender solamente que Dios conoce el número de nuestros cabellos, mas no que El los conservará todos.

San Agustín, ult., de civitate Dei, 22,19. Aunque se pueda preguntar si efectivamente los cabellos que se cortan vuelven otra vez al mismo sujeto; si esto fuera así, ¿quién no se espantaría de semejante monstruosidad? Entiendo que nada del cuerpo ha de perderse hasta el punto de quedar en él algo deforme. Se comprende también que lo que había de añadirse a su volumen, ocasionando enorme deformidad, no se añadirá en aquellos lugares en que con ellos se afeara la belleza de los miembros. Como si se hiciera un vaso de barro y reducido de nuevo al mismo barro, se hiciera de nuevo otro igual; no sería necesario que la parte del polvo que había estado en el asa tornara al asa y la que había formado el fodo tornara a formar el fondo, con tal de que todo volviera al todo, es decir, que todo aquel barro, sin pérdida de parte alguna, tornara a todo el vaso. Por eso los cabellos, tantas veces cortados, no volverán a sus lugares respectivos si hubieran de volver produciendo alguna deformidad; aunque no se perderán para nadie en la resurrección, porque serán cambiados con la mutabilidad de la materia en la misma carne. Tendrán en ella el lugar del cuerpo, conservando siempre la conveniencia de las partes. Y esto contando con lo que dice el Señor: "No perecerá un cabello de vuestra cabeza" (Lc 21,18), puede entenderse con más propiedad de la longitud que del número de los cabellos. Así también se dice: "Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados".

San Hilario, in Matthaeum, 10. No parece digno de Dios el contar lo que ha de perecer; pero para que supiéramos que nada en nosotros ha de perecer, nos dice que nuestros mismos cabellos cortados están contados. No debemos tener miedo a las desgracias de nuestros cuerpos, según aquellas palabras: "No temáis, pues sois vosotros mejores que muchos pájaros".

San Jerónimo. El sentido de lo que precede está más manifiesto en estas palabras: "No debéis temer a los que matan al cuerpo", porque ¿si hasta los animales más pequeños no mueren sin la previsión de Dios, cuánto más el hombre que haya sido revestido de la dignidad apostólica?

San Hilario. Cuando dice que El los prefiere a muchos pájaros, da a entender que prefiere a los elegidos a la multitud de infieles, porque éstos han caído sobre la tierra y aquellos volarán al cielo.

Remigio. En sentido místico Cristo es la cabeza y los Apóstoles los cabellos y por eso se dice con razón que están contados, porque están escritos sus nombres en el cielo.

MATEO 10,32-33


4032 (Mt 10,32-33)

"A todo el que me confesare, pues, delante de los hombres, también le confesaré Yo delante de mi Padre, que está en los cielos; y al que me negare delante de los hombres, también le negaré Yo delante de mi Padre, que está en los cielos". (vv. 32-33)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,3. Después de disipar el Señor el temor que tanto angustiaba el alma de sus discípulos, vuelve de nuevo a darles fuerzas con las cosas que han de conseguir; no solamente les desvanece todo temor, sino que los eleva, con la seguridad de mayores recompensas, en la libertad de predicar la verdad, diciendo: "A todo el que me confesare delante de los hombres, confesaré Yo también delante de mi Padre, que está en los cielos".

San Hilario, in Matthaeum, 10. Esta es la conclusión de lo que precede: el que estuviere firme en esta doctrina debe tener la constancia de confesar libremente a Dios.

Remigio. Esta confesión es aquella de que habla el Apóstol: "Se cree con el corazón para la justicia y se confiesa con la boca para la salvación" (Rm 10,10) A fin, pues, de que nadie tenga la idea de que sin la confesión de boca puede uno salvarse, no solamente dice: "El que me confesare", sino que añade: "Delante de los hombres" y vuelve a insistir: "Y al que me negare delante de los hombres, también negaré Yo delante de mi Padre, que está en los cielos".

San Hilario, in Matthaeum, 10. En estas palabras nos declara que de la manera que nosotros fuéremos testigos de su nombre delante de los hombres, de esa misma manera nos servirá su testimonio delante de Dios Padre.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,3. Debe considerarse aquí que la pena sobreabunda en el castigo y el bien en la recompensa, que es como si dijera: "¿Sobreabundasteis primero confesándome o negándome aquí?" También Yo sobreabundo infaliblemente dándoos mayores bienes, porque Yo os confesaré o negaré allí. Por esta razón no os debéis preocupar si hiciéreis algún bien y no recibiéreis la recompensa, porque esta recompensa os espera con creces en el tiempo venidero y no despreciéis el castigo si hiciéreis alguna cosa mala y no fuéreis castigados aquí, porque os espera allí el castigo, a no ser que mudéis de conducta y os hagáis mejores.

Rábano. Es preciso saber que hasta los mismos paganos no pueden negar la existencia de Dios; pero pueden los infieles negar que Dios sea Padre e Hijo. Luego el Hijo confesará a alguno delante del Padre, porque por el mismo Hijo tendrá entrada al Padre y porque el Hijo dice: "Venid los bendecidos de mi Padre" (Mt 25,34)

Remigio. Y negará al que le niegue a El, porque no tendrá por El mismo entrada para con el Padre y será rechazado de la presencia de su divinidad y de la del Padre.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,3. Y no solamente exige la confesión mental, sino también la oral, a fin de que nos anime a una intrépida predicación y a un amor más grande, haciéndonos superiores a nosotros mismos. Y no solamente se dirigen estas palabras a los Apóstoles, sino a todos los hombres en general, porque, no sólo a los Apóstoles, sino también a sus discípulos les da la fortaleza. Y el que observa esto ahora, no sólo tendrá la gracia de hablar en público, sino que tendrá también la de convencer con facilidad a un gran número, porque por la obediencia a su palabra ha hecho de muchos hombres apóstoles.

Rábano. O bien: confiesa a Jesús con aquella fe que viene del amor, todo el que observa sus mandamientos y la niega el que no obedece sus preceptos.

MATEO 10,34-36


4034 (Mt 10,34-36)

"No creáis que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la espada, porque yo he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y la nuera de su suegra, y serán enemigos del hombre sus mismos domésticos". (vv. 34-36)

San Jerónimo. Había dicho antes: "Lo que os digo en las tinieblas decidlo en la luz": ahora nos manifiesta lo que debe seguir a la predicación, diciendo: "No creáis que he venido a traer la paz".

Glosa. O bien continúa en otros términos: "Así como no os debe retraer el miedo de la muerte, así tampoco os debe atraer el amor carnal".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,1. ¿Pues cómo les mandó que diesen la paz a las casas donde entrasen? (Mt 10,12 Lc 10,5) ¿Pues cómo los ángeles dijeron: "Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres en la tierra" (Lc 2,14)? Aquí se manda la paz como el supremo remedio para evitar todo lo malo y alejarse de todo lo que produce la división, pues con sólo la paz se une la tierra con el cielo. Por eso el médico, a fin de conservar el cuerpo, corta lo que tiene por incurable. Y una horrorosa división fue causa de que terminara en la torre de Babel la paz infernal que allí había (Gn 11) Y San Pablo dividió a todos los que se habían unido contra él (Ac 23), porque no siempre la concordia es buena y los ladrones también se unen. No es del propósito de Cristo este combate, sino de sus enemigos.

San Jerónimo. Porque todo el mundo, al advenimiento de la fe cristiana, se hallaba dividido: cada casa tenía sus infieles y sus creyentes y por consiguiente, un combate beneficioso debía poner fin a una paz mala.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,1 Dijo esto como consolando a los discípulos, lo cual es como si les hubiera dicho: "No os turbéis", como si estas cosas sucedieran fuera de lo que esperábais, porque yo he venido a dar principio al combate. Y no dijo el combate, sino lo que es más difícil, "la espada". Porque quiso El, por la aspereza de las palabras, excitar más su atención, a fin de que no desmayasen después en las dificultades que se les presentarían y para que nadie pudiera decir que había ocultado con expresiones suaves las cosas difíciles. Porque vale más la dulzura en las cosas que en las palabras. No se detuvo El en estas amenazas, sino que les expuso desde luego la clase de combate que habían de sostener y les manifestó que el combate era más terrible que toda una guerra civil, diciendo: "Porque he venido a separar al hombre de su padre y a la hija de su madre"; en cuyas palabras hace ver que, no solamente será el combate en el hogar de la familia, sino hasta entre aquellos que estén más estrechamente unidos por los lazos del corazón o la naturaleza de las cosas: la prueba más evidente del poder de Cristo consiste en que los Apóstoles que escuchaban estas palabras las tomaran para sí y las inculcaran a otros.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,1. Aunque no hizo Cristo esta separación, sino la malicia de los hombres, se la atribuye sin embargo a El, siguiendo la manera ordinaria de expresarse la Escritura; así, por ejemplo, cuando dice: "Dios les dio ojos para que no vieran" (Rm 11 Is 6,10), da a entender el parentesco que el Antiguo Testamento tiene con el Nuevo. Porque cualquiera entre los judíos, cuando hicieron el becerro (Ex 32) y después cuando ofrecieron sacrificios a Beelphegor (Nb 25), podía asesinar a su prójimo. De aquí es que para demostrar que le parecían iguales los del Antiguo y los del Nuevo Testamento, les hace mención de la profecía de Miqueas (Mi 7), diciendo: "Serán enemigos del hombre sus mismos domésticos". Y así sucedió entre los judíos: porque había bandos en el pueblo y las casas estaban divididas, había profetas verdaderos y profetas falsos. Los unos creían a unos y otros a otros.

San Jerónimo. Casi en los mismos términos está descrito este pasaje en el profeta Miqueas (Mi 7,5) Y es de notar que siempre que el Salvador recurre al testimonio del Antiguo Testamento, no interesa, si concuerdan las palabras o tan sólo el sentido.

San Hilario, in Matthaeum, 10. En sentido místico, la espada es el arma más acerada de todas las armas y es figura del poder y del juicio, de la severidad y del castigo de los pecadores. También es emblema de la palabra de Dios, enviada a la tierra para penetrar en los corazones de los hombres. Esta espada divide entre sí los cinco habitantes de una misma casa: tres contra dos y dos contra tres. Estos tres los hallamos en el hombre y son su cuerpo, su alma y su voluntad; porque así como el alma fue dada al cuerpo, así el poder de usar de uno y otro ha sido dado al hombre. Y por esta razón la Ley fue propuesta a la voluntad, como se ve desde luego en los primeros que salieron de las manos de Dios. Mas por el pecado y la infidelidad del primer padre, el pecado llegó a ser para las siguientes generaciones el padre de nuestro cuerpo y la infidelidad la madre de nuestra alma y la voluntad se adhiere a uno y a otra. Luego ya tenemos cinco habitantes en una misma casa. Cuando somos renovados por las aguas bautismales, la virtud de la Palabra nos separa de los pecados de nuestro origen y por las aberturas que hace en nosotros la espada de Dios, nos separamos de las afecciones de nuestro padre y de nuestra madre y resulta una gran lucha en la casa permanecer en esta novedad del espíritu, mientras que si desea continuar en su antiguo origen, se detiene en los placeres de la concupiscencia.

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 3. O de otra manera: "He venido a separar al hombre de su padre", significa aquel que renuncia al diablo, de quien él era hijo: "Y el hijo de su madre", es decir, al pueblo de Dios de la ciudad mundana, esto es, de la perniciosa sociedad humana, significada en la Escritura, ya por Babilonia, ya por el Egipto, ya por Sodoma y ya por una multitud de otras denominaciones. "A la nuera de su suegra", es decir, a la Iglesia de la Sinagoga, que produjo, según la carne, a Cristo, Esposo de la Iglesia. Y son ellos divididos por la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios: "Y los enemigos del hombre son sus domésticos", con quienes, por costumbre, antes había estado unido.

Rábano. No puede observarse derecho alguno entre quienes existe la lucha de creencias.

Glosa. O de otro modo: dice esto dando a entender que no ha venido a los hombres para afirmarlos en sus deseos carnales, sino para cortarlos con la espada espiritual y por eso dice muy bien: "Los enemigos del hombre son sus domésticos".

San Gregorio Magno, Moralia, 3. Porque el astuto enemigo, cuando se ve rechazado del corazón de los buenos, busca a aquellos a quienes él ama mucho, a fin de que, penetrado el corazón por la fuerza del amor, deje fácil paso a la espada de la persuasión y llegue hasta los últimos atrincheramientos de la rectitud.

MATEO 10,37-39


4037 (Mt 10,37-39)

"El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí: y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí; el que halla a su alma, la perderá; y el que perdiere su alma por mí, la hallará". (vv. 37-39)

San Jerónimo. Aquel que había dicho antes: "No he venido a traer la paz sino la espada y a separar al hombre de su padre, de su madre y de su suegra", añade a fin de que nadie anteponga el sentimiento a la fe, lo siguiente: "El que ama al padre o a la madre más que a Mí, no es digno de Mí". También en el "Cantar de los cantares" se dice: "El ordenó en mí el amor" (Ct 2,4) En todo amor es indispensable este orden: Ama, después de Dios, al padre, a la madre y a los hijos. Y si fuere necesario elegir entre el amor de los padres y de los hijos y el de Dios y no se pudiese amar al mismo tiempo a todos, el abandono de los primeros no es más que una piedad para con Dios. No prohibió, pues, amar al padre, a la madre y a los hijos, pero añade de una manera significativa "más que a Mí".

San Hilario, in Matthaeum, 10. Porque aquellos que hayan preferido sus afectos familiares a su amor, serán indignos de la herencia de los bienes futuros.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,1. No nos debe admirar el que mande San Pablo (Col 3) obedecer a los padres sobre todas las cosas, porque este mandato no se extiende a las cosas contrarias a la piedad. Es, en efecto, cosa santa el que les honremos sobremanera. Pero no debemos seguir su consejo cuando exigen de nosotros más de lo debido. Esta doctrina está conforme con el Antiguo Testamento: porque no solamente manda Dios (Lv 20) abandonar, sino apedrear a los que adoraban a los ídolos y . En el Deuteronomio se lee: "El que dijere a su padre y a su madre: No os conozco y a sus hermanos: os ignoro, todos éstos guardarán tu palabra" (Dt 33,9)

Glosa. Acontece con mucha frecuencia que los padres amen más a sus hijos, que éstos a sus padres. Por eso nos enseñó el orden gradual del amor: primero a El, después a los padres y y y después a los hijos. Así lo dice expresamente: "El que ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí".

Rábano. Con estas palabras nos da a entender que no es digno de unirse con Dios el que prefiere el amor carnal al amor espiritual de Dios.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,2. En seguida, con el objeto de que no tuvieran pena alguna aquellos a quienes debe ser preferido el amor de Dios, los eleva El a pensamientos más sublimes. Nada verdaderamente hay más querido en el hombre que su vida y sin embargo, si no la abandonáis, tendréis adversidades. Y no sólo mandó simplemente el abandonarla, sino hasta entregarla a la muerte y a los tormentos sangrientos, enseñándonos que no sólo debemos estar preparados a morir, esto es, a sufrir cualquier clase de muerte, sino hasta la muerte más violenta y deshonrosa, es decir, hasta la muerte de cruz. Por eso dice: "Y el que no toma su cruz, etc". Aun no les había hablado acerca de su pasión, pero los va preparando entretanto, a fin de que acepten mejor sus palabras cuando trate de ella.

San Hilario, in Matthaeum, 10. O bien aquellos que han crucificado su cuerpo y con él sus vicios y sus concupiscencias, son de Cristo (Ga 5) y es indigno de Cristo el que no sigue al Señor después de haber tomado su cruz, por la que nosotros sufrimos con El, morimos, somos enterrados y resucitados, para vivir con espíritu nuevo en este misterio de la fe.

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 57 La palabra cruz viene de cruciatu (tormento o mortificación) Nosotros podemos cargar con la cruz de dos maneras: o bien dominando nuestra carne por medio de la abstinencia o bien haciendo nuestras por compasión las neecesidades del prójimo. Pero es preciso tener presente, que hay algunos que hacen alarde de la mortificación, no por Dios, sino por una gloria vana y hay también algunos que se entregan por compasión al servicio del prójimo de una manera carnal y no espiritual, de suerte que le conducen como con cierta compasión, no a la virtud sino al pecado. Y así parece que ellos llevan la cruz, pero no siguen al Señor y . Por esto dice: "Y me sigue".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,2. Y puesto que a algunos podrían parecer demasiado duros estos preceptos, El expone su enorme utilidad mediante las siguientes palabras: "El que haya hallado su alma la perderá y el que la haya perdido por Mí la hallará", que equivale a decir: No sólo no es perjudicial lo que os he mandado, sino sumamente útil; lo contrario es lo perjudicial. Siempre el Señor toma sus argumentos de aquellas cosas que más desean los hombres: como si El dijera: ¿Por qué no quieres postergar tu alma? ¿Por qué la amas? Pues por lo mismo debes humillarla y entonces te será muy útil.

Remigio. Aquí se entiende por alma aquí, no la sustancia alma, sino la vida presente. Tiene el siguiente sentido: Aquel que ha hallado su alma, o sea esta vida presente, es decir, el que desea esta luz y su amor y sus placeres, con el objeto de poder tener siempre la vida que siempre deseó conservar, la perderá, esto es, se prepara para su condenación eterna.

Rábano. O de otro modo. No duda perder su vida, esto es, entregarla a la muerte, aquel que busca su salvación eterna. Ambas interpretaciones están conformes con lo que sigue: "Y el que perdiere su alma por causa mía, la encontrará".

Remigio. Esto es, y quien en el tiempo de la persecución, por confesar mi nombre, desprecie esta luz temporal, su amor y sus placeres, encontrará su salvación eterna.

San Hilario, in Matthaeum, 10. De esta manera la ganancia del alma conduce a la muerte y el perjuicio del alma a la salud; porque con el detrimento de esta vida rápida, se gana la inmortalidad.

MATEO 10,40-42


4040 (Mt 10,40-42)

"El que os recibe a vosotros, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe a aquél que me envió. El que recibe al profeta en nombre de profeta, recibirá la recompensa de profeta; y el que recibe al justo en el nombre de justo, recibirá la recompensa de justo. Y cualquiera que diere a beber un vaso de agua fría a uno de estos pequeñitos, tan sólo en nombre de discípulo, os digo en verdad, no perderá su recompensa". (vv. 40-42)

San Jerónimo. Al mandar el Señor a sus discípulos a predicar, les enseña a no temer los peligros y a sujetar sus afectos a la fe. Y les había mandado no tener oro, ni llevar dinero en sus cintos, dura posición para los evangelistas. Porque ¿de dónde habían de sacar para sus gastos? ¿De dónde para su sustento? ¿De dónde para cubrir todas las demás necesidades? Por eso El suaviza la dureza de estos mandatos con la esperanza de las promesas, diciéndoles: "El que os recibe a vosotros, a Mí me recibe", a fin de que todo fiel crea que al recibiros a vosotros ha recibido al mismo Cristo.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,2. Verdaderamente son suficientes estas promesas para persuadir a todos los que recibieran a los apóstoles. Porque ¿quién no recibiría con el mejor deseo a unos hombres que de esta manera estaban fortalecidos, que despreciaban todas las cosas y no tenían más objeto que la salvación de otros? Ya más arriba amenazó castigar a todos los que no los quisieran recibir y ahora promete recompensar a los que los reciben y . Primero les promete tener la gran honra de recibir a Cristo y aun al Padre. Por eso dice: "Y el que me recibe, recibe a Aquel que me envió". ¿Y qué cosa puede igualarse a este grande honor de recibir al Padre y al Hijo? San Hilario, in Matthaeum, 10. En estas palabras nos enseña que El tiene el oficio de mediador: porque viniendo El de Dios y recibiéndolo nosotros a El mismo, El mismo nos transmite a Dios y . Y según este orden de gracias, lo mismo es recibir a los apóstoles que recibir a Dios, puesto que Cristo está en los apóstoles y Dios en Cristo.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,2. Después de esta promesa les promete otra en los siguientes términos: "El que recibe al profeta en nombre del profeta, recibirá la recompensa del profeta y el que recibe al justo, etc". No dijo simplemente el que recibe al profeta o el que recibe al justo, sino que añadió en nombre del profeta y en nombre del justo: es decir, no por su dignidad o por otro motivo temporal, sino porque es profeta o porque es justo.

San Jerónimo. O de otro modo. Puesto que el Señor había alentado a los discípulos a recibir a los maestros, podían los fieles responderle desde el fondo de su corazón: Luego debemos recibir a los falsos profetas y y a Judas, el traidor. Para evitar esta interpretación, les dice el Señor que no miren a las personas sino al nombre y que no pierde la recompensa aquel que recibe, aun cuando el recibido haya sido indigno.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,2. Recibirá recompensa de profeta y recompensa de justo, esto es, la que corresponde a aquel que acoge al profeta o al justo, o la que ha de recibir el profeta o el justo.

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 20,12. Porque no dice: es del profeta o del justo la recompensa que ellos recibieron, sino la recompensa de profeta o de justo: puede ser justo este último y cuanto más despojado esté de este mundo, con tanta más confianza hablará en favor de la justicia. Aquel que posee alguna cosa en este mundo y con ella sostiene el justo, participará del mérito de la libertad de ese justo y dividirá el premio de la justicia con aquel a cuyas necesidades atendió. Ese hombre está lleno de espíritu de profecía, pero, sin embargo, necesita del alimento corporal y es cierto, que si no está alimentado su cuerpo, le faltará hasta la voz. Por consiguiente, el que alimenta al profeta, le da fuerzas para hablar; recibirá, pues, la recompensa del profeta aquel, que puso delante de los ojos de Dios los socorros con que ayudó al profeta.

San Jerónimo. En sentido místico, dividirá con el profeta la recompensa del profeta todo aquel que reciba al profeta como profeta y que esté convencido de que ese hombre habla de cosas futuras: por eso los judíos, que no comprendían a los Profetas más que en sentido carnal, no recibirán la recompensa de los Profetas.

Remigio. Entienden algunos por profeta al mismo Nuestro Señor Jesucristo, del cual dice Moisés: "Os suscitará Dios un profeta" (Dt 18,15) y también por el Justo, porque El es el justo por excelencia. El que recibe, pues, al Profeta y al Justo en nombre del Profeta y del Justo, esto es, de Cristo, recibirá la recompensa de parte de Aquél por cuyo amor recibe.

San Jerónimo. Podría alguno excusarse diciendo: yo soy pobre y mi pobreza me impide dar hospitalidad, excusa que desvanece el Señor con el ejemplo de una cosa tan insignificante como es el de dar de todo corazón un vaso de agua fría a uno de estos pequeñuelos. Dice de agua fría y no caliente, a fin de que la pobreza no careciese de mérito en la imposibilidad de calentar el agua por no tener combustible para ello.

Remigio. Dice a uno de estos pequeñuelos, esto es, no solamente a los justos y a los Profetas, sino a cualquiera por insignificante que sea.

Glosa. Notad cómo Dios atiende más al piadoso afecto del que da, que a la cantidad de la cosa que se da. O también: son pequeñitos aquellos que nada poseen en este mundo y serán jueces con Cristo.

San Hilario, in Matthaeum, 10. O también: previendo El que había de haber muchos que no teniendo más gloria que la que da el nombre de apóstol y que por las acciones de su vida harían dudosa toda verdad, no deja sin recompensa el obsequio que por un motivo religioso se haga a éstos mismos. Porque aunque éstos sean los más pequeños de todos, esto es, los últimos de los pecadores, los servicios que se les haga, aun los más insignificantes expresados por el vaso de agua fría, tendrán valor, porque no se dio el honor a los pecados del hombre, sino al nombre de discípulo.


Catena aurea ES 4026