Catena aurea ES 4120

MATEO 11,20-24


4120 (Mt 11,20-24)

Entonces empezó a echar en cara a las ciudades, en que El había hecho tantos milagros, por qué no habían hecho penitencia. "Ay de ti, Corazín, ay de ti, Betsaida, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se hicieron en vosotras, ya hubieran hecho penitencia con el cilicio y la ceniza! En verdad os digo, que habrá más indulgencia en el día del juicio para Tiro y Sidón, que para vosotras. ¿Y tú, Cafarnaúm, serás exaltada por ventura hasta el cielo? Bajarás hasta el infierno; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, quizá hubiera existido hasta este día. Pero os digo que, en el día del juicio, habrá más indulgencia para Sodoma que para ti". (vv. 20-24)

Glosa. Hasta aquí había El reprendido indistintamente a todos los judíos. Pero ahora lo hace con ciertas ciudades que no querían convertirse, no obstante haber predicado en ellas de manera particular. Por eso dice: "Entonces empezó El a echar en cara a las ciudades, en que, etc".

San Jerónimo. La invectiva a las ciudades de Corozaín, Bethsaida y Cafarnaúm, se pone al principio de esta parte, porque después de haber sido evangelizadas de una manera especial, no quisieron hacer penitencia. Por eso dice: "¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Bethsaida!"

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 37,4. Pone el nombre, esto es, Bethsaida, patria de muchos Apóstoles, a fin de que no se creyera que en esa ciudad eran todos malos por naturaleza: de Bethsaida eran Felipe, Pedro y Andrés, Santiago y Juan.

San Jerónimo. Por la palabra "Ay" nos manifiesta lo lloradas que fueron por el Salvador estas ciudades, que después de ver tantos prodigios y virtudes no hicieron penitencia.

Rábano. Corozaín, que quiere decir mi misterio y Bethsaida casa de los frutos, o casa de los cazadores, son ciudades de Galilea, situadas en las costas del mar de Galilea. Llora, el Señor estas ciudades, que en otro tiempo poseyeron el misterio de Dios, debiendo dar frutos de virtud y a las que el Señor había mandado a sus apóstoles.

San Jerónimo. Y son preferidas a ellas Tiro y Sidón, ciudades entregadas a la idolatría y a los vicios. Por eso sigue: "Porque si en Tiro y Sidón se hubiesen hecho los prodigios que se hicieron en vosotras, ya hubiesen hecho penitencia con el cilicio y con la ceniza".


San Gregorio Magno, Moralia, 35. Por el cilicio se significa la austeridad y el dolor de los y pecadores y por la ceniza, el polvo de los muertos. Por la penitencia suelen unirse estas dos cosas, a fin de que conozcamos por la austeridad del cilicio lo que hicimos por el pecado y examinemos por el escudo de la ceniza lo que venimos a ser mediante el juicio.

Rábano. Tiro y Sidón, son ciudades de la Fenicia: el nombre de Tiro se interpreta como angostura y el de Sidón como cacería. Ellas significan las naciones que el diablo cazador ha apresado en la trampa de los pecados, pero que el Salvador Jesús absolvió por el Evangelio.

San Jerónimo. Preguntamos ahora: ¿dónde está escrito que Jesús hizo prodigios en Corozaín y en Bethsaida? Leemos arriba: "El Señor recorría todas las ciudades y aldeas, curando toda enfermedad" (Mt 9,35) Es consecuente, pues, que entre las demás ciudades y aldeas el Señor también hiciese prodigios en Corozaín y en Bethsaida.

San Agustín, de dono perseverantiae, 9. No es verdad que la razón por la que no se predicó el Evangelio en aquellos lugares era que el Señor preveía que no iban a querer creer en los muertos que El había resucitado. Ved aquí que el Señor asegura que Tiro y Sidón hubieran hecho una grande y humilde penitencia, si en ellas se hubieran hecho los milagros de su poder divino. Por consiguiente, si también los muertos son juzgados según las obras que deberían haber practicado si vivieran, indudablemente ellos hubieran sido fieles si se les hubiera predicado el Evangelio con tan grandes milagros. De ello pareciese seguirse que no deberían ser castigados, sin embargo en el día del juicio sí serán castigados. Pues, sigue: "Pero os digo que habrá más indulgencia para Tiro y Sidón, etc". Luego aquellos serán castigados con mayor severidad y éstos con más benignidad.

San Jerónimo. Es porque los de Tiro y Sidón quebrantaron la ley natural solamente y las demás ciudades la ley natural y la escrita y despreciaron además los milagros que se hicieron en ellas.

Rábano. Vemos hoy cumplidas las palabras del Señor, porque Corozaín y Bethsaida no quisieron creer estando el Señor presente y Tiro y Sidón creyeron después al Evangelio que predicaron los discípulos.

Remigio. Cafarnaúm era una ciudad importante de Galilea y muy célebre en aquella provincia. Por eso la menciona el Señor de manera especial, diciendo: "Y tú, Cafarnaúm, ¿por ventura serás exaltada hasta el cielo? Bajarás hasta el infierno".

San Jerónimo. En el otro ejemplo encontramos: "Y tú, Cafarnaúm, que fuiste exaltada hasta el cielo, descenderás hasta el infierno". Este pasaje tiene dos interpretaciones. O bien bajarás hasta el infierno, porque te resististe con el mayor orgullo a mi predicación; o bien, porque habiendo sido exaltada hasta el cielo por el tiempo que yo he estado hospedado en medio de vosotros, haciendo los milagros y maravillas que habéis presenciado, después de este gran privilegio que habéis tenido, seréis condenados a mayores suplicios, porque no quisisteis creer estas manifestaciones.

Remigio. En comparación, no sólo los pecados de Tiro y Sidón, sino los mismos de Sodoma y Gomorra fueron leves y por eso sigue: "Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se hicieron en ti, quizás existiera todavía.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 37,4. Aumenta en esta palabra su acusación, porque el presentarlos como peores, no sólo que los actuales, sino que aquellos que jamás habían sido malos, es una prueba muy grave de su malicia.

San Jerónimo. Jerusalén, de quien dice por Ezequiel: "Sodoma fue justificada por ti" (Ez 16,48), se encuentra bajo el peso de la condenación lanzada contra Cafarnaúm, palabra que significa villa muy hermosa.

Remigio. El Señor, que conoce todas las cosas, pone la palabra dubitativa "quizás", para demostrar que se ha concedido al hombre la libertad. Continúa diciendo: "Pero os digo en verdad, que en el día del juicio habrá más indulgencia con Sodoma que contigo". Es preciso comprender, que no advierte el Señor al casco de la ciudad, o al campo, o a los edificios, o a las paredes de las casas, sino a los seres humanos que habitan en ellas. Hay en este pasaje una especie de metonimia, por la que se toma el continente por el contenido. Y cuando dice: "habrá más indulgencia en el día del juicio", nos da a entender de una manera bien clara que en el infierno hay diversas clases de tormentos, así como en el reino de los cielos hay diferentes moradas.

San Jerónimo. Cualquier lector curioso podrá preguntar si Tiro y Sidón y Sodoma pudieron hacer penitencia a la vista de la predicación del Salvador y de sus milagros, no hay en ellos culpa en no haber creído, sino que la culpa recae sobre aquellos que no les quisieron predicar en el momento en que estaban dispuestos para hacer penitencia. La respuesta es fácil y consiste en que nosotros ignoramos los misterios de las disposiciones de la Providencia. Tenía el Señor el propósito de no salir de los límites de Judea, a fin de no dar a los fariseos y a los sacerdotes pretexto alguno plausible para la persecución. Por eso manda a los Apóstoles "que no vayan por los caminos de los gentiles" (Mt 10,5) Y Corozaín y Bethsaida son condenadas porque no quisieron creer, estando presente el Señor y Tiro y Sidón son justificadas porque en su momento creyeron a los discípulos del Señor. No me preguntéis por el momento, si veis que todos los que creyeron alcanzaron la salvación.

Remigio. Este pasaje se puede interpretar también de esta otra manera: quizás había muchos en Corozaín y en Bethsaida, que indudablemente hubieran creído y en Tiro y Sidón muchos que no hubieran creído y por lo tanto no eran dignos del Evangelio. Luego el Señor predicó a los habitantes de Corozaín y de Bethsaida, para que los que habían de creer creyeran y no quiso predicar a los habitantes de Tiro y Sidón, para evitar que fueran más severamente castigados aquellos que no habían de creer y habían de ser peores por el desprecio que harían del Evangelio.

San Agustín, de dono perseverantiae, 10. Cierto comentador católico, no despreciable, expone este pasaje del Evangelio, diciendo que el Señor sabía de antemano que los de Tiro y Sidón se separarían de la fe, después de haber creído por los milagros hechos en presencia de ellos; pero movido el Señor de misericordia no quiso hacer en esas ciudades milagros porque hubieran quedado sujetas a mayores castigos si hubiesen abandonado la fe que recibieron, que si jamás la hubieran recibido (Jn 12,37-40) O de otro modo: El Señor previó con certeza los beneficios por los que El se digna salvarnos.

San Agustín, de consensu evangelistorum, 2, 32. San Lucas (Lc 10), refiere lo mismo que aquí se dice, uniendo sus palabras al discurso del Señor, resultando así que en esto no parece que hizo otra cosa que ordenar las palabras del Señor. San Mateo, por su parte, conservó el orden, según recordaba los hechos o bien según la mejor manera de expresarlos. "Entonces, dice, empezó el Señor a echar en cara a las ciudades". La palabra entonces expresa el momento preciso en que el Señor lo pronunció y no un espacio de tiempo más largo, tiempo en que se podría haber colocado otros muchos hechos y palabras del Señor. El que admita esto último debe reconocer que las palabras del Señor fueron pronunciadas dos veces, puesto que en un solo Evangelio se encuentran repetidas en dos circunstancias diferentes dichas palabras del Señor, como sucede, por ejemplo, cuando recomienda a sus discípulos que no lleven alforja para el camino (Lc 9 y 10) ¿Qué tiene, pues, de particular, que una palabra que ha sido repetida dos veces por el Señor, sea referida por dos evangelistas en un orden diferente? Este orden diferente aparece siempre que se cuentan las cosas, unas veces atendiendo a ciertas circunstancias y otras a otras.

MATEO 11,25-26


4125 (Mt 11,25-26)

En aquel tiempo respondiendo dijo Jesús: "Doy gloria a ti, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las revelaste a los pequeñuelos; así es, Padre, porque de esta manera fue de vuestro agrado". (vv. 25-26)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 28. Como sabía el Señor que muchos habían de poner en duda la verdad anterior, es decir, el por qué los judíos no le quisieron recibir y los gentiles sí lo recibieron con prontitud, contesta a las opiniones de todos diciendo: "Yo te confieso, Padre", etc.

Glosa. Esto es, a ti, que haces los cielos y gobiernas en la tierra.

San Agustín, sermones, 67,1. Si Cristo, que está muy lejos de todo pecado, dijo: "Yo confieso", la confesión consiguientemente no es de sólo el que peca, sino alguna vez también del que alaba. Confesamos, pues, ya alabando a Dios, ya acusándonos a nosotros mismos. Luego cuando dijo: "Yo te confieso", quiso decir, yo te alabo y no, yo me acuso.

San Jerónimo. Los que calumnian al Salvador diciendo que no había nacido, sino que había sido creado, apoyan su calumnia en que el Señor llama a su Padre Señor del cielo y de la tierra; pero si El es una creatura y la creatura puede llamar a su autor padre suyo, fue una necedad el que no le llamara también igualmente Señor del cielo y de la tierra o padre. El da las gracias a Dios de haber revelado su venida a los Apóstoles, cosa que no supieron los escribas y los fariseos, que se tenían por sagaces y prudentes. Por eso sigue: "porque ocultaste a los sabios, etc".

San Agustín, sermones, 67,8. Bajo el nombre de sabios y prudentes, se entiende los soberbios, según manifiesta el Señor por las palabras: "Revelaste estas cosas a los pequeñuelos". ¿Y quiénes son los pequeñuelos, sino los humildes?

San Gregorio Magno, Moralia, 27. Y no añade: Revelaste estas cosas a los necios, sino a los pequeñuelos, en cuya exclusión da a entender que no condenó la penetración de espíritu, sino el orgullo.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,1. Al decir "a los sabios", no se refiere a la verdadera sabiduría, sino a aquella que pretendían tener los escribas y los fariseos. Y por eso no dijo: "Revelaste estas cosas a los necios", sino a los pequeñuelos, esto es, a los sencillos o rústicos. En esto nos enseña el cuidado que debemos tener de huir del orgullo y de amar la humildad.

San Hilario, in Matthaeum, 11. Están ocultos a los sabios los secretos y las virtudes de las palabras de Dios y para los pequeñuelos están abiertos: a los que son pequeños en malicia, mas no en inteligencia; a los que son sabios a los ojos de la presunción, mas no a los de la prudencia.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,1. Debemos alegrarnos de que se haya hecho la revelación a éstos y debemos lamentar el que se haya debido ocultar a aquellos.

San Hilario, in Matthaeum, 11. El Señor confirma, según el juicio de la voluntad del Padre la equidad del hecho de que todos aquellos que no han querido hacerse pequeños delante de Dios se queden hechos unos necios en su propia sabiduría. Así dice: "Así es, Padre, porque de esta manera te agradó".

San Gregorio Magno, Moralia, 25. Estas palabras nos dan una lección de humildad, a fin de que no intentemos discutir temerariamente los juicios divinos sobre la vocación de unos y la desaprobación de otros, manifestándonos al mismo tiempo que no puede haber injusticia en aquel a quien tanto complace lo justo.

San Jerónimo. También en estas palabras dice el Señor con mucha ternura a su Padre, que culmine la obra comenzada en los Apóstoles.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,1-2. Todo lo que el Señor dijo a los Apóstoles en este pasaje, tiene por objeto el hacerlos más precavidos, porque era natural que tuviesen un concepto elevado de sí mismos, aquellos que lanzaban los demonios. De aquí el reprimir este concepto, porque cuanto se había hecho en su favor no era resultado de su celo, sino de la revelación divina. Por eso los escribas y los fariseos, teniéndose por sabios y prudentes, cayeron por efecto de su orgullo. De donde resulta que si por su orgullo no les fue revelado nada, también nosotros debemos tener miedo y ser siempre pequeños: pues esto hizo que vosotros gozaseis de la revelación. Y como dice San Pablo: "Los entregó Dios a su réprobo sentido" (Rm 1,26) No dice esto para afirmar que Dios es el que produce ese efecto, pues Dios no hace mal, sino que aquellos fueron causa inmediata de ello. Por esta razón dice: "Ocultaste estas cosas a los sabios y a los prudentes". ¿Y por qué razón se las ocultó? San Pablo expone la razón en estos términos: "Porque queriendo establecer su propia justicia, no estuvieron sometidos a la justicia de Dios" (Rm 10,3)


MATEO 11,27


MATEO 11, 27

4127 (Mt 11,27)

"Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre, y ninguno conoce al Hijo, sino el Padre; ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y a quien el Hijo lo quisiere revelar". (v. 27)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2. Después de haber dicho antes el Señor: "Yo te alabo, oh Padre, porque ocultaste estas cosas a los sabios". A fin de que nadie creyera que da las gracias al Padre, porque El está privado de ese poder, añade: "Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre". Cuando escuchares que "todo me ha sido entregado por mi Padre", no debéis entender nada humano. Pues, este modo de expresarse que tiene el Señor, es para darnos a entender que no son dos los dioses engendrados, porque desde el momento en que El fue engendrado, fue hecho Señor de todas las cosas.

San Jerónimo. Porque de otra manera, si interpretamos este pasaje según nuestra frágil manera de ver las cosas, deberíamos admitir que desde el momento en que aquel que recibe empieza a tener, principiará a no tener aquel que ha dado. O también: por "todas las cosas me fueron entregadas" puede entenderse no el cielo, la tierra, los elementos y todo lo demás que hizo y creó Dios, sino todos aquellos que mediante el Hijo tienen entrada a donde está el Padre.

San Hilario, in Matthaeum, 11. O también: se expresó de esa manera, para que nadie juzgase que en el Padre había cosas que no las había en el Hijo.

San Agustín, contra Maximinum, 3,12. Porque si tiene menos poder que el Padre, no tiene todas las cosas que tiene el Padre. Y en el acto de ser engendrado por el Padre, este dio a su Hijo el poder, porque El ha dado lo que hay en su naturaleza a aquel que fue engendrado en su naturaleza.

San Hilario, in Matthaeum, 12. En seguida nos demuestra, que en el conocimiento del Padre y del Hijo, no hay en el Hijo cosa distinta y que sea completamente desconocida del Padre: "Y ninguno conoce al Hijo, sino el Padre y ninguno conoce al Padre, sino el Hijo".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2. En el mismo hecho de no conocer nadie al Padre, sino el Hijo, nos prueba de una manera bien clara que es de la misma naturaleza. Como si dijera: ¿por qué ha de admirarse nadie de que yo sea Señor de todas las cosas, teniendo yo una cosa superior a todas ellas, a saber: el conocer al Padre y ser de su misma naturaleza?

San Hilario, in Matthaeum, 11. Nos enseña el mismo Salvador, que la sustancia del Padre y del Hijo está contenida en el conocimiento mutuo del uno y del otro. De manera, que el que conoce al Hijo, conoce también, en el Hijo, al Padre, puesto que éste entregó al Hijo todas las cosas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2. Cuando dice que nadie conoce al Padre, sino el Hijo, no quiere decir que todos le desconozcan completamente, sino que nadie tiene el conocimiento que el Hijo tiene del Padre. Lo mismo debe entenderse con respecto al Hijo. Porque no habla aquí de un Dios desconocido, como decía Marción.

San Agustín, de Trinitate, 1,8. Finalmente, como la naturaleza divina es inseparable, basta algunas veces nombrar o las dos personas o el Hijo sólo, o sólo el Padre, no separándose por esto el Espíritu de los dos, Espíritu que con toda propiedad es llamado Espíritu de verdad.

San Jerónimo. Avergüéncese el hereje Eunomio de expresar su idea del Padre y del Hijo, diciendo que el Padre engendra al Hijo y el Hijo al Padre. Porque si tomara por base de semejante insensatez las palabras: "Y a quien el Hijo lo quisiera revelar", le contestaríamos: una cosa es conocer por igualdad de naturaleza y otra por gracia de revelación.

San Agustín, de Trinitate, 7,3. El Padre es revelado por su Hijo, esto es, por su Verbo. Pues así como las palabras que proferimos nos revelan de un modo temporal y transitorio a nosotros mismos y aquello de que hablamos, ¿cuánto más la Palabra de Dios por la que se hicieron todas las cosas? Esta Palabra nos dice lo que es el Padre, en el concepto de Padre y así mismo qué es lo que es el Padre.

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 2,1. Cuando dijo: "Ninguno conoce al Hijo, sino el Padre", no dijo: y a quien el Padre quisiere revelar. Pero esto no quiere decir que el Hijo no puede ser conocido más que sólo por el Padre. El Padre puede ser conocido, no sólo por el Hijo, sino por todos aquellos a quienes lo revelare el Hijo. Así decimos, que por revelación del Hijo conocemos al Padre y al Hijo, porque el Hijo es la luz de nuestra inteligencia. Y en lo que sigue: "Y a quien el Hijo lo quisiere revelar" comprendemos no sólo al Padre, sino también al Hijo, porque estas palabras están relacionadas con las anteriores. Porque es expresado el Padre por su Verbo y el Verbo, no sólo revela lo que El expresa, sino también se revela a sí mismo.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2. Luego si revela al Padre, se revela a sí mismo. Dejó de poner esto último por ser evidente y puso lo primero, por si alguno lo ponía en duda. Nos demuestra también que está El tan identificado con el Padre, que es imposible llegar al Padre, sino mediante el Hijo y esto era lo que principalmente escandalizaba a los judíos, porque lo creían contrario a la idea de Dios y esta creencia es la que trató de destruir por todos los medios.

MATEO 11,28-30


4128 (Mt 11,28-30)

"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os aligeraré. Tomad mi yugo sobre vosotros, aprended de mí; porque soy manso y humilde de corazón, y encontraréis el descanso para vuestros corazones; porque mi yugo es suave y mi carga ligera". (vv. 28-30)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2. El había encendido el deseo de sus discípulos por todo lo que precede, que no es más que la expresión de su inefable virtud y ahora los llama a sí por las palabras: "Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados".

San Agustín, sermones 69,1. ¿Por qué nos cansamos todos, sino porque somos mortales, que llevamos vasos de barro que nos ponen en tantas angustias? Pero si los vasos frágiles de la carne nos angustian, nos desplegamos en los espacios de la caridad. ¿A qué dice: "Venid a mí todos los que trabajáis", sino para que no nos cansemos?

San Hilario, in Matthaeum, 11. Llama a sí a todos los que trabajan por las dificultades de la ley y la carga del pecado.

San Jerónimo. Asegura el profeta Zacarías, que es carga muy pesada la del pecado, diciendo: "que la iniquidad está sentada sobre una masa de plomo" (Za 5,7) y el Salmista completó esta verdad con las palabras: "mis iniquidades están pesando sobre mí" (Ps 37,5)

San Gregorio Magno, Moralia, 30. Es ciertamente un yugo áspero y una dura sumisión el estar sometido a las cosas temporales, el ambicionar las terrenales, el retener las que mueren, el querer estar siempre en lo que es inestable, el apetecer lo que es pasajero y el no querer pasar con lo que pasa. Porque mientras desaparecen, a pesar de nuestros deseos, todas estas cosas que por la ansiedad de poseerlas afligían nuestra alma, nos atormentan después por miedo de perderlas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2. Y no dice: Venid éste y aquel, sino todos los que estáis en las preocupaciones, en las tristezas y en los pecados; no para castigaros, sino para perdonaros los pecados. Venid, no porque necesite de vuestra gloria, sino porque quiero vuestra salvación. Por eso dice: "Y yo os aligeraré". No dijo: Yo os salvaré solamente, sino (lo que es mucho más) os aliviaré, esto es, os colocaré en una completa paz.

Rábano. No sólo os aliviaré, sino que os saciaré con un manjar interior.

Remigio. Venid, dice, no con los pies, sino con las costumbres; no con el cuerpo, sino con la fe, porque ésta es la entrada espiritual que nos aproxima a Dios. Por eso dice: "Tomad mi yugo sobre vosotros".

Rábano. El yugo del Señor Jesucristo es el Evangelio que une y asocia en una sola unidad a los judíos y a los gentiles. Este yugo es el que se nos manda que pongamos sobre nosotros mismos, esto es, que tengamos como gran honor el llevarlo, no vaya ser que poniéndolo debajo de nosotros, esto es despreciándolo, lo pisoteemos con los pies enlodados de los vicios. Por eso añade: "Aprended de mí".

San Agustín, sermones, 69,2. No a crear el mundo, no a hacer en él grandes prodigios, sino aprended de mí a ser manso y humilde de corazón. ¿Quieres ser grande? Comienza entonces por ser pequeño. ¿Tratas de levantar un edificio grande y elevado? Piensa primero en la base de la humildad. Y cuanto más trates de elevar el edificio, tanto más profundamente debes de cavar su fundamento. ¿Y hasta dónde ha de tocar la cúpula de nuestro edificio? Hasta la presencia de Dios.

Rábano. Mandándonos nuestro Salvador que seamos sobrios en las costumbres y humildes en nuestros sentimientos, nos manda también que no ofendamos a nadie, que no despreciemos a nadie y que tengamos dentro de nuestro corazón todas las virtudes que manifestamos en nuestras obras exteriores.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2. Por eso El desde el principio comienza la exposición de las leyes divinas por la humildad y propone la recompensa en las palabras: "Y encontraréis la tranquilidad en vuestras almas". Esta es la mayor recompensa, porque con ello no sólo se hace uno útil para los demás, sino que encuentra en sí mismo la tranquilidad y concede esta recompensa antes de la que ha de dar en el tiempo venidero, ya que en ese tiempo se gozará de una tranquilidad eterna.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,3. Y para que no se llenaran de temor al oír las palabras, carga y yugo, añade: "Porque mi yugo, etc".

San Hilario, in Matthaeum, 11. Y nos propone la idea consoladora del yugo suave y de la carga ligera, a fin de dar a los que creen en El unos indicios del bien que sólo El ha visto en el Padre.

San Gregorio Magno, Moralia, 4,39. ¿Qué carga pesada impone a nuestras almas el que nos manda evitar todo deseo que nos pueda perturbar? ¿Qué cosa más ligera que el abstenerse de la maldad, querer el bien, no querer el mal, amar a todos, no aborrecer a nadie, alcanzar lo eterno, no engolfarse en lo presente y el no hacer a otro lo que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros?

San Hilario, in Matthaeum, 11. ¿Y cuál es este yugo más suave y cuál esta carga más ligera? Buscar ser más considerado, abstenerse demaldades, querer el bien, odiar el mal, amar a todos, no odiar a nadie, perseguir lo eterno, no aferrarse a las cosas presentes, no querer hacer a otro lo que no se quiere para sí.

Rábano. Pero cómo se entiende que es suave el yugo de Cristo, cuando se dice más arriba: "¿Es estrecha la senda que conduce a la vida?" (Mt 7,14) Porque lo que al principio se nos hace dificultoso, pasado algún tiempo, mediante la dulzura inefable del amor, se nos hace sumamente fácil.

San Agustín, sermones,70,1. Los que llevaron intrépidamente sobre sus cabezas el yugo del Señor, han afrontado peligros tan difíciles, que parece como que son llamados, no del trabajo al descanso, sino de la inacción al trabajo, como dice el Apóstol de sí mismo (2Co 6): El Espíritu Santo es ciertamente el que renueva de día en día al hombre interior en medio de las ruinas del hombre exterior y una vez que ha gustado la tranquilidad espiritual, en esta afluencia de las delicias de Dios, en la esperanza de los bienes eternos, todo lo presente pierde su aspereza y todo lo pesado se aligera. Sufren los hombres el ser despedazados y quemados, no solamente a fin de no sufrir los dolores eternos, sino aún para evitar mediante un dolor muy vivo pero momentáneo, otros sufrimientos prolongados. ¿Qué tormentas e inclemencias no sufren los comerciantes, a fin de conseguir riquezas banales? Las mismas penas experimentan los que no buscan esas riquezas como los que las buscan. Pero en éstos no son tan terribles, porque el amor suaviza y hace fáciles las cosas más inclemente y difíciles. ¿Con cuánta más razón hará más fácil todo lo difícil, la caridad que tiene por objeto la verdadera felicidad, que no la pasión, que en cuanto está de su parte tiende a un fin miserable?

San Jerónimo. ¿Cómo el Evangelio es más suave que la ley, puesto que ésta sólo castiga el homicidio y el adulterio y el Evangelio hasta la ira y la concupiscencia? (Mt 5) Hay en la ley muchos preceptos, que según enseña con toda erudición el Apóstol (Ac 15) son impracticables. En la ley se exige la obra, en el Evangelio la intención, con la que puede obtenerse la recompensa sin que se haya realizado la obra. El Evangelio nos manda lo que nos es posible, esto es, el no desear y esto queda dentro de nuestras facultades. La ley, al castigar al adulterio, no castiga la intención, sino el hecho. Figuraos que en una persecución ha sido violada una virgen, el Evangelio la recibe como virgen porque no ha pecado por su voluntad, pero la ley la repudia porque ha sido violada.

MATEO 12,1-8


4201 (Mt 12,1-8)

En aquel tiempo andaba Jesús un día de sábado por unos sembrados; y sus discípulos, como tuviesen hambre, comenzaron a cortar espigas y a comer. Y los fariseos cuando lo vieron, le dijeron: "Mira que tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado"; pero El les dijo: "¿No habéis leído lo que hizo David cuando él tuvo hambre, y los que con él estaban? ¿Cómo entró en la casa de Dios y comió los panes de la proposición, que no le era lícito comer, ni a aquéllos que con él estaban, sino a los Sacerdotes? ¿O no habéis leído en la ley que los Sacerdotes los sábados quebrantan el sábado en el templo y están sin pecado? Pues dígoos, que aquí está el que es mayor que el templo. Y si supiéseis qué es: Misericordia quiero, y no sacrificio, jamás condenaríais a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es Señor aun del sábado". (vv. 1-8)

Glosa. Después de haber contado los milagros y las predicaciones que tuvieron lugar en el año que precedió a la cuestión de Juan, pasa a referir lo que se verificó al año siguiente de la muerte de Juan, cuando Jesucristo era impugnado en todo, por eso dice: "En aquel tiempo", etc.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,34. Con todo lo que se refiere en este capítulo están conformes completamente los evangelistas Marcos (Mc 2) y Lucas (Lc 6) Pero no ponen ellos las palabras: "en aquel tiempo". Esto es porque Mateo refiere los hechos según el orden con que se verificaron y los otros según los fueron recordando. A no ser que se tomen en un sentido más vasto las palabras: "En aquel tiempo". Esto es, en todo tiempo en que estas cosas y otras muchas distintas se verificaron. Así se comprende que después de la muerte de Juan tuvieron lugar todas esas cosas. Porque es opinión general que Juan fue decapitado poco tiempo después de haber mandado a sus discípulos a Cristo, de manera que las palabras: "En aquel tiempo" parecen indicar un tiempo indeterminado.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 39,1. Mas, ¿por qué aquel que preveía todas las cosas llevaba en día sábado a sus discípulos por los sembrados, sino porque quería violar el sábado? Lo quería, en efecto, pero no simplemente por violarlo, sino con causa. De tal manera nos daba una ocasión racional para superar la ley, pero sin infringirla. Por esta razón, a fin de calmar a los judíos, les presenta de antemano la necesidad natural, que es lo que quiere decir con las palabras: "Y teniendo hambre sus discípulos". Aunque nunca hay pretexto en las cosas que manifiestamente son pecados, porque el arrebato no sirve de exculpación en el matar, ni en el adulterio la concupiscencia, ni cualquier otro motivo, sin embargo aquí exime el Señor de toda responsabilidad a sus discípulos, mencionando que estaban hambrientos.

San Jerónimo. Y como leemos en otro evangelista (Mc 6), los discípulos de Cristo no tenían tiempo ni aun para comer debido a sus muchas ocupaciones. Pero como hombres que eran, tenían hambre. Y el hecho mismo de cortar unas espigas y comer los granos y calmar con ellas su necesidad de sustento es una muestra de la vida austera que tenían y de que no buscaban manjares preparados, sino una alimentación sumamente sencilla.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 39,1. Debéis vosotros admirar a los discípulos que, a pesar de la necesidad en que se encontraban, no tenían interés por las cosas corporales, desestimaban la comida de carnes, resistían el hambre, no se separaban de Cristo, y ni siquiera hubieran tocado las espigas si no hubieran sido obligados por el hambre intenso.

Vienen enseguida las palabras de los fariseos: "Mas viéndolo los fariseos, le dijeron: "Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en el sábado".

San Agustín, de opere monachorum, 23. Los judíos acusaron a los discípulos del Señor más por tratarse del día sábado que por la sustracción de la mies, pues estaba mandado al pueblo de Israel (Dt 23,24-25) que no tuviesen por ladrón al que tomase algo de sus campos, a no ser que se lo llevara consigo. Es decir que dejasen ir libre e impune a cualquiera que no tomase más que lo indispensable para alimentarse.

San Jerónimo. Es de advertir que los primeros apóstoles se declaran aquí, al superar la letra de la ley con respecto al sábado, en contra de los ebionitas, que recibían a todos los apóstoles menos a San Pablo a quien rechazaban como transgresor de la ley. Viene en seguida lo que Cristo explicó para excusarlos: "Pero el Señor les dijo: ¿No habéis leído lo que hizo David cuando tuvo hambre?" Recuerda el Señor a los fariseos, a fin de rechazar su calumnia, el hecho antiguo de David, que huyendo de Saúl llegó a Nobba, y después de haber sido recibido por el Sacerdote Achimelec, pidió a éste de comer (1S 21) Mas no teniendo el patriarca panes ordinarios, le dio del pan consagrado, que sólo a los sacerdotes y levitas era lícito comer (Lv 24) Procedió así creyendo que era mejor salvar a un hombre del peligro del hambre, que ofrecer a Dios un sacrificio. Porque la salvación de los hombres es una ofrenda agradable a los ojos de Dios. Les arguye, pues, el Señor, y les dice: Si David, a quien miráis vosotros como un santo, y el patriarca Achimelec, a quien tenéis por intachable, los dos por una causa aceptable, tuvieron por causa el hambre y violaron la ley, ¿por qué no aprobáis en mis discípulos esta misma causa que asentís en los demás? Aunque hay una gran diferencia entre ambos hechos: los apóstoles desmenuzan con las manos las espigas en el día del sábado y los otros comen el pan de los levitas. Además de que la fiesta de la luna nueva1 estaba unida al sábado, que era el momento en que David debía sentarse a la mesa del Rey, y se escapó lejos del salón regio (1S 20)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 39,1. Pone el ejemplo de David a fin de excusar a sus discípulos, porque gozaba David de gran popularidad entre los judíos. Y no podía oponerse que David era profeta, porque ni aun con este carácter le era lícito comer del pan consagrado, destinado exclusivamente para los sacerdotes. Tanta mayor importancia tiene la excusa de los discípulos cuanta mayor es la que tiene el que hizo esto. Desde luego, aunque David era profeta, los que lo acompañaban no lo eran.

San Jerónimo. Es de observar que ni David ni los jóvenes que con él estaban tomaron los panes de la proposición2, hasta que no declararon que estaban puros de todo contacto con mujeres3.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. Pero dirá alguno: ¿Qué relación tiene este ejemplo con la cuestión de que se trata? Pues David no infringió el día sábado. Pero ahí está la sabiduría de Cristo que apoya su doctrina en un ejemplo que tiene más fuerza que la violación del sábado. Porque no es lo mismo infringir el día sábado (cosa que acontecía muchas veces), que comer los panes consagrados, lo cual no estaba permitido. Resuelve además de otra manera esta dificultad y da su principal solución con las palabras: "Mas ¿no habéis leído en la ley que los sacerdotes en el templo violan el día del sábado y no están en pecado?".

San Jerónimo. Como si dijera: "Levantáis cargos contra mis discípulos porque obligados por el hambre cortaron unas espigas en sábado, mientras que vosotros violáis el sábado inmolando víctimas en el templo, matando toros y quemando los holocaustos sobre la leña ardiente"4. Y según la versión de otro evangelista: "Vosotros, que circuncidáis a vuestros hijos en sábado, destruyendo el sábado con la observancia de otra ley" (Jn 7) Jamás las leyes de Dios admiten contradicción entre sí. De esta prudente manera excusa a sus discípulos de la imputación de transgresores de la ley con los ejemplos de David y de Achimelec, y hace ver a los judíos que los que acusan a sus discípulos son los que realmente infringieron sin necesidad el día del sábado.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 39,2. Y no me digáis que no libra de la acusación el alegar como ejemplo a otro que ha caído en la misma culpa, porque cuando el que ha caído en la culpa no es acusado, su acción en sí misma está excusada. Pero aquí es suficiente lo dicho. Mas añadió lo que tiene más importancia: "que están sin pecado". Ve aquí la multitud de pruebas. El lugar, esto es, el templo; el tiempo, esto es, el sábado; el hecho mismo expresado no por la palabra faltar, sino por profanar; y el quedar libre no sólo del castigo, sino de toda culpa. Por eso dice: "Están sin pecado". Este segundo ejemplo no es semejante al primero acerca de David. Porque este último no había tenido lugar más que una sola vez, tenía su excusa en la necesidad y en que David no era sacerdote; pero el otro se verificaba cada sábado por los sacerdotes y según la ley. Por consiguiente, en el primer ejemplo los discípulos no son excusados por indulgencia, sino según la disciplina de la ley. Pero ¿qué no son sacerdotes los discípulos? Son más que sacerdotes. Les asistía el que es Señor del templo, el que es la verdad y no la figura. Por eso dice: "Pues os digo que aquí está el que es mayor que el templo".

San Jerónimo. La palabra hic5 debe tomarse como adverbio de lugar y no como pronombre. Equivale a decir que el lugar en donde está el Señor es mayor que el templo.

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 10. Es de observar que un ejemplo está fundado en la potestad real de David y el otro en la sacerdotal, en aquellos que por el ministerio que tienen en el templo infringen el día sábado. De manera que debe estar muy por encima de toda imputación de crimen por haber arrancado en sábado unas cuantas espigas aquel que es verdadero rey y verdadero sacerdote.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 39,2. En seguida, como podría parecer duro a sus oyentes lo que acababa de decir, se refiere de nuevo a la misericordia y recalca con cierto ímpetu su discurso con las palabras: "Y si supiéseis qué es: 'misericordia quiero, y no sacrificio', jamás condenaríais a los inocentes".

San Jerónimo. Mas ya hemos dicho antes lo que quiere decir: "Quiero misericordia y no sacrificio". Las palabras: "Jamás condenaríais a los inocentes", se refieren a los apóstoles, y significan: si aprobasteis la misericordia de Achimelec cuando dio de comer a David, que estaba próximo a morir de hambre ¿por qué condenáis a mis discípulos?

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 39,2-3. Observad cómo al inculcar en su discurso el perdón, demuestra que sus discípulos en verdad no requieren perdón con las palabras: "porque son inocentes". Cosa que antes había dicho también respecto de los sacerdotes. Alega además otra razón para demostrar la inocencia de sus discípulos, y es: que el Hijo del hombre es Señor hasta del sábado.

Remigio. Se llama a sí mismo Hijo del hombre, y quiere decir con esto lo siguiente: Aquel a quien vosotros tenéis por un puro hombre, es Dios, Señor de todas las criaturas, y aun del sábado, y puede, por lo mismo, variar a su arbitrio la ley, porque El es el que la puso.

San Agustín, contra Fausto, 16,28. Mas no prohibió a sus discípulos el cortar las espigas en el día de sábado, a fin de educar a los judíos que estaban presentes, así como a los futuros maniqueos, que no arrancan las yerbas por temor de cometer un crimen.

San Hilario, in Matthaeum, 12. En sentido místico: es de advertir que principia su discurso con las palabras "en aquel tiempo". Es decir, cuando da las gracias a Dios, su Padre, por la salud que concedió a todas las naciones. El campo es el mundo; el sábado, el descanso; la siega, la utilidad que debían sacar los que iban creciendo hacia la madurez; luego la entrada el día sábado en el campo es la entrada del Señor en este mundo, cuando la ley había caído en suspenso, y el hambre es el deseo de salvación de todos los seres humanos.

Rábano. Cortan las espigas cuando apartan a los hombres de los deseos terrenales; las desgranan, cuando limpian las almas de las concupiscencias de la carne; comen los granos cuando llevan al seno de la Iglesia las almas que acaban de convertir.

San Agustín, quaestiones evangeliorum 2,2. Nadie pasa al cuerpo de Cristo si no fuere despojado de las vestiduras de la carne, según aquellas palabras de San Pablo: "Despojaos del hombre viejo" (Col 3,9)

Glosa. Practican esto en sábado, es decir, con la esperanza del descanso eterno, con el que convidan a todos los que les oyen.

Rábano. Andan también por los campos cultivados todos los que se complacen en meditar las Escrituras. Tienen hambre mientras tienen deseo de encontrar en ellas el pan de la vida, esto es, el amor de Dios. Cortan y desgranan las espigas, mientras discuten los pasajes, hasta que encuentran lo que está oculto en la letra. Y en el sábado, mientras descansan apartándose de pensamientos que perturban.

San Hilario, in Matthaeum, 12. Los fariseos, que se creían dueños de las llaves del reino de los cielos, arguyen a los discípulos de haber obrado mal. El Señor sólo les habla de una profecía, para un tiempo lejano. Y, para demostrar que este hecho encierra la ciencia del porvenir añade: " Y si supiéseis qué es: misericordia quiero, y no sacrificio". Porque no consiste la obra de nuestra salvación en el sacrificio, sino en la misericordia. Cesando la ley, nos salva la bondad de Dios. Si ellos hubieran comprendido su beneficio, jamás hubieran condenado a los inocentes (esto es, a los apóstoles) a quienes acusaban por animadversión de haber infringido la ley. Cesando la antigüedad de los sacrificios, la nueva ley de la misericordia les hubiera favorecido a todos mediante los Apóstoles.


Catena aurea ES 4120