Catena aurea ES 5701

MATEO 27,1-5


5701 (Mt 27,1-5)

Y venida la mañana, todos los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo entraron en consejo contra Jesús, para entregarle a la muerte. Y lo llevaron atado y lo entregaron al presidente Poncio Pilato. Entonces Judas, que le había entregado, cuando vio que había sido condenado, movido de arrepentimiento, volvió las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, diciendo: "He pecado entregando la sangre inocente". Mas ellos dijeron: "¿Qué nos importa a nosotros? viéraslo tú". Y arrojando las monedas de plata en el templo, se retiró, y fue y se ahorcó con un lazo. (vv. 1-5)

San Agustín, de consensu evangelistarum 3,7. El Evangelista había tejido anteriormente su narración refiriendo aquellas cosas que sucedieron al Señor hasta el amanecer, pero volvió para narrar la negación de Pedro, terminada la cual continuó lo demás hasta la mañana. Y dice: "Habiéndose hecho de día, entraron en consejo contra Jesús todos los príncipes de los sacerdotes y ancianos del pueblo para entregarle a la muerte".

Orígenes, in Matthaeum, 35. Creía que con la muerte se extinguiría la doctrina y la fe en aquéllos que le habían creído como Hijo de Dios. Insistiendo, pues, en sus proyectos, ataron a Jesús, que desataba a los demás y así le llevaron al procurador Poncio Pilato.

San Jerónimo. Observa la solicitud de los sacerdotes que pasaron en vela toda la noche para cometer un homicidio, y entregaron atado a Jesús a Pilato, porque tenían la costumbre de entregar atado ante el Juez al que condenaban a muerte.

Rábano. Pero debe notarse que no fue entonces la primera vez que le ataron, sino que ya poco antes lo habían hecho en el huerto como dice San Juan.

San Juan Crisóstomo, in Matthaeum. hom. 84,3. No le mataron ocultamente porque querían destruir su gloria, en razón a que muchos le admiraban, y por esto se empeñaron en matarle públicamente y delante de todos; y a este fin le llevaron ante el prefecto.

San Jerónimo. Viendo, pues, Judas al Señor condenado a muerte, les devolvió a los sacerdotes el precio, como si estuviera a su arbitrio el cambiar la sentencia. "Entonces Judas, que le había entregado, cuando vio que había sido condenado, movido de arrepentimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos diciendo: he pecado entregando sangre inocente".

Orígenes, in Matthaeum, 35. Contéstenme los que inventan cierta fábula sobre dos naturalezas en el hombre, ¿por qué Judas conociendo su pecado dijo: "Pequé entregando la sangre del justo"; sino por la buena semilla de inteligencia y virtud que sembró Dios en el alma racional, la cual no cultivó Judas, y por esto cayó en tal pecado? Si, pues, si hay algún hombre de tal naturaleza que haya de perderse, Judas fue el que más perteneció a esta clase. Si después de la resurrección de Jesucristo hubiera dicho esto, acaso lo hubiera dicho obligado a arrepentirse de su pecado en fuerza de la misma resurrección. Pero ahora, viendo que había sido entregado Jesús a Pilato, se arrepintió tal vez acordándose de lo que Jesús había dicho repetidamente sobre su futura resurrección. Sin duda que Satanás, que había entrado en él, le apremió hasta que entregó a Jesús a Pilato; y después que logró lo que quería, salió de él y dejándole, pudo arrepentirse. ¿Pero cómo vio Judas que Jesús había sido condenado, si aun no había sido interrogado por Pilato? Acaso dirá alguno, que en su imaginación vio el resultado del proceso por lo que había visto. Otro dirá que lo que está escrito: "viendo Judas que había sido condenado", se refiere al mismo Judas, entonces sintió su maldad y se reconoció condenado.

San León Magno, sermones 52,5. Diciendo, sin embargo: "He pecado, entregando sangre inocente", persiste en la perfidia de su impiedad no reconociendo a Jesús como Hijo de Dios, sino tan sólo como hombre de nuestra condición puesto en peligro de muerte, cuya misericordia hubiese inclinado a su favor, si no hubiera negado su omnipotencia.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 85,2. Observa que se arrepintió cuando había consumado su pecado. El diablo no permite a aquéllos que no velan, que vean el mal hasta que lo consuman.

Sigue: "Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? Viéraslo tú".

Remigio. Como si dijeran: ¿Qué nos importa a nosotros si es justo? Esto era de tu cuenta. Esto es, tu obra se manifestará como sea. Algunos quieren que se lean juntas estas palabras: "A nosotros qué, tú lo vieras" para que haga este sentido: ¿qué concepto hemos de tener de ti, que confiesas haber entregado al justo?

Orígenes, in Matthaeum, 35. Cuando el diablo se aparta de alguno, observa el instante favorable, y cuando le ha inducido a un segundo pecado, acecha la ocasión para el tercero. A la manera que aquél que primero abusó de la esposa de su padre, se arrepintió de esta maldad; pero después el diablo exageró de tal manera su tristeza que llegó al extremo de perder al desgraciado. Algo semejante pasó en Judas, pues luego que se arrepintió, no supo contener su corazón, sino que se dejó llevar de la tristeza inspirada por el diablo, la cual le perdió. Y sigue: "Y marchándose se ahorcó". Pero si hubiera procurado hacer penitencia y la hubiese practicado a tiempo, sin duda hubiera encontrado a aquél que dijo: "No quiero la muerte del pecador" (Ez 33,11) Pero tal vez quiso adelantarse a la muerte de su maestro, y salirle al encuentro con el alma separada del cuerpo, para que confesando y rogando mereciese misericordia; pero no consideró que no debe el siervo de Dios sacarse de este mundo, sino esperar que Dios lo disponga.

Rábano. Se colgó de un lazo para manifestar que era detestado del cielo y de la tierra.


San Agustín, De quaestiones novi et veteri testamentorum, q. 94. Pero ocupados los príncipes de los sacerdotes en la muerte del Señor desde el amanecer hasta la hora de nona, ¿cómo se prueba que Judas les entregó el precio de la sangre que había recibido, antes de la crucifixión del Señor, y les dijo en el templo: "He pecado, entregando sangre inocente"? Aunque todos los príncipes y los ancianos del pueblo no estuvieron en el templo antes de la pasión del Señor, y en la cruz lo estuvieron insultando, no puede probarse con ello que lo de Judas fue antes de la pasión del Señor, cuando hay muchas cosas que ciertamente ocurren antes de los hechos y son narradas después. Pero quizás Judas se arrepintió después de la hora de nona, preso del miedo al ver que había muerto el Salvador, y que debido a ello se había desgarrado el velo del templo, que la tierra tembló, que se rompieron las piedras y que chocaron los elementos. Sin embargo, después de la hora de nona también estaban ocupados los ancianos y los príncipes de los sacerdotes en la celebración de la pascua; y en el sábado estaba prohibido por la ley aun llevar dinero encima. Por esto yo creo que no es posible saber en qué día -ni en qué tiempo-, puso Judas fin a su vida.

MATEO 27,6-10


5706 (Mt 27,6-10)

Y los príncipes de los sacerdotes, tomando las monedas de plata, dijeron: "No es lícito meterlas en el tesoro, porque es precio de sangre". Y habiendo deliberado sobre ello, compraron con ellas el campo de un alfarero para sepultura de los extranjeros. Por lo cual fue llamado aquel campo Haceldama, esto es, campo de sangre, hasta el día de hoy. Entonces se cumplió lo que fue dicho por Jeremías el profeta, que dijo: Y tomaron las treinta monedas de plata, precio del apreciado, al cual apreciaron de los hijos de Israel. Y las dieron por el campo del alfarero, así como me lo ordenó el Señor. (vv. 6-10)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 85,3. Como los príncipes de los sacerdotes sabían que habían comprado la muerte, se veían condenados por su propia conciencia; y para demostrar esto, añade el Evangelista: "Y los príncipes de los sacerdotes, tomando las monedas de plata, dijeron; no es lícito meterlas en el tesoro, porque es precio de sangre".

San Jerónimo. En verdad que filtraban un mosquito y se tragaban un camello, por lo tanto, si no ponen el dinero en el tesoro (esto es, en el gazofilacio en donde estaban las ofrendas hechas a Dios), porque era precio de sangre; ¿por qué derraman esa misma sangre?

Orígenes, in Matthaeum, 35. Veían que debían emplearse aquellas monedas más bien en los muertos, porque eran precio de sangre. Pero como en el lugar donde habitan los muertos hay también sus diferencias, emplearon aquel precio de la sangre de Jesús en la adquisición del campo de un alfarero, para enterrar allí a los peregrinos, y no entre las tumbas de sus padres. Por esto sigue: "Y habiendo deliberado sobre ello, compraron con estas monedas el campo de un alfarero para enterrar a los extranjeros".

San Agustín, in serm. de Passione. Yo creo que esto sucedió por disposición divina, para que se vea que el precio del Salvador no sirve al abuso de los pecadores, pero ofrece descanso a los peregrinos. A fin de que en lo sucesivo Jesucristo redima a los vivos con el precio de su sangre, y reciba a los muertos por su pasión preciosa. Con el precio de la sangre del Señor se compra, pues, el campo de un alfarero. Leemos en las Sagradas Escrituras que la salvación de todo el género humano ha sido comprada con la sangre del Salvador. Este campo es, pues, todo este mundo. El alfarero, que puede tener el dominio de todo el mundo, es El mismo que hizo de tierra este vaso de nuestro cuerpo. Pues el campo de este alfarero, es el comprado con la sangre de Jesucristo. Para los peregrinos, diremos que andaban desterrados de todo el mundo, sin casa ni patria; pero que en la sangre de Cristo se les provee del descanso necesario. Llamamos peregrinos a aquéllos piadosos cristianos que, renunciando al siglo, y no poseyendo cosa alguna en el mundo, descansan en la sangre de Cristo y el sepulcro de Cristo, no es otra cosa que el descanso del cristiano. Estamos sepultados, pues, con Jesús, como dice el Apóstol, por medio del bautismo en la muerte (Rm 6,4) Nosotros, por lo tanto, somos peregrinos en este mundo, y nos encontramos como huéspedes mientras dura la luz de la vida.

San Jerónimo. Como también éramos peregrinos respecto de la ley y de los profetas, hemos recibido nuestra salud del perverso proceder de los judíos.

Orígenes, in Matthaeum, 35. También llamamos peregrinos a aquéllos que desconocen a Dios hasta el fin, porque los justos están sepultados con Jesucristo en el sepulcro nuevo que ha sido abierto en la piedra. Y los que son extraños a Dios hasta el fin, quedan sepultados en el campo del alfarero, que trabaja en lodo, que fue comprado con el precio de sangre y se llama campo de sangre. Sigue: "Por lo cual fue llamado aquel campo Haceldama, esto es, campo de sangre, hasta el día de hoy".

Glosa. Esto último debe referirse al tiempo en que escribió esto el Evangelista. Además confirma esto mismo por medio de profecías, diciendo: "Entonces se cumplió lo que fue dicho por Jeremías el profeta, que dijo: y tomaron las treinta monedas de plata, precio del apreciado, a quien apreciaron los hijos de Israel, y las dieron por el campo del alfarero, así como me lo ordenó el Señor".

San Jerónimo. Esto no se encuentra escrito en Jeremías, pero en Zacarías (Za 11,12) (que es el penúltimo de los doce profetas), se lee esto mismo aunque escrito de diferente modo. Y aun cuando en el sentido se diferencian poco, en el orden y en las palabras hay diferencia.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 3,7. Y si alguno juzga que por ello no se debe creer al Evangelista, sepa primeramente que no todos los códices del Evangelio expresan que fue dicho por Jeremías, sino que simplemente dicen que lo dijo un profeta. Pero a mí me parece que esto no es defensa, puesto que muchos códices, especialmente los más antiguos, citan el nombre de Jeremías, y nadie puede conocer la causa porque se añadiese este nombre, introduciendo así una equivocación. Y por qué se ha quitado, no es por otra razón mas que por efecto de la ignorancia atrevida que confundía la cuestión anterior. Pudo también suceder que la intención de San Mateo cuando escribió su Evangelio fuese citar a Jeremías en lugar de Zacarías (como suele suceder), lo que, sin embargo corregiría, tal vez avisado por aquéllos que leyeron su Evangelio cuando aun vivía. O tal vez que haciendo memoria, regida por el Espíritu Santo, se le ocurrió citar el nombre de un profeta por otro, porque el Señor así lo determinó cuando escribía. Y la primera causa de que así lo haya determinado es, que de esta manera da a conocer que todos los profetas -como han hablado animados por un mismo Espíritu- convienen entre sí de un modo admirable, como si pudiese decirse que todo lo escrito por los profetas parece que procede de un sólo hombre. Por lo tanto debe admitirse sin duda alguna todo lo que el Espíritu Santo ha dicho por su boca, y que lo de cada uno, es de todos; y lo de todos, de cada uno. Y así, si alguno en nuestros días, al querer citar las palabras de una persona dijera que las ha dicho otro que es muy amigo de aquel cuyas palabras quiere citar, y se da cuenta que se ha confundido, enmiéndelo, pero diga: he dicho bien, no fijándose en otra cosa que en la conformidad que hay entre ellos. ¿Con cuánta mayor razón debe decirse esto respecto de los santos profetas? Hay también otra razón por la que podemos decir que se permite seguir citando a Jeremías en vez de Zacarías y que más bien esto fue ordenado por autoridad del Espíritu Santo. Se dice en Jeremías (Jr 32,7-9) que compró un campo al hijo de su hermano, y que le dio treinta monedas de plata, pero no como precio, según se dice en la profecía de Zacarías. El Evangelista interpretó esto refiriéndose a la profecía que hablaba de las treinta monedas de plata, lo cual se cumplió ahora en el Señor como no cabe duda. Pero también se refiere a esto aquello del campo comprado de que habla Jeremías, y que puede significar místicamente que no se citaba aquí el nombre de Zacarías, que dijo en treinta monedas de plata, sino el de Jeremías, que habló del campo comprado. De esta manera, quien lee el Evangelio y ve el nombre de Jeremías, y al buscar en el libro de Jeremías no encuentra el testimonio respecto de las treinta monedas de plata, sin embargo sí encuentra el de la compra del campo, con lo cual se da cuenta de que debe comparar los textos y así descubrir el sentido de la profecía y su relación con lo que se cumplió en el Señor. Y aquello que añadió a este testimonio San Mateo, cuando dice: "A quien apreciaron de los hijos de Israel y las dieron por el campo del alfarero, así como me lo ordenó el Señor"; esto no se encuentra ni en Zacarías ni en Jeremías; por cuya razón debe creerse que más bien lo añadiría el Evangelista por elegancia, y en sentido espiritual o que lo intercalaría, en atención a que había sabido esto por inspiración divina, creyendo que esto lo decía refiriéndose al precio en que fue apreciado Jesucristo según la profecía.

San Jerónimo. Lejos, pues, del que sigue a Cristo que pueda ser argüido de falso, quien tuvo el cuidado no de citar las palabras y las sílabas, sino únicamente las sentencias de las doctrinas.

San Jerónimo. He leído hace poco tiempo, en un códice hebreo que me proporcionó uno de la secta de los nazarenos, un pasaje apócrifo de Jeremías, en el que hallé esto literalmente escrito. Y me parece que más bien este testimonio está tomado de Zacarías a quien citaban con frecuencia los evangelistas y los apóstoles, como tenían costumbre de citar el Antiguo Testamento, dando el sentido y prescindiendo del orden de las palabras.

MATEO 27,11-14


5711 (Mt 27,11-14)

Y Jesús fue presentado ante el presidente, y le preguntó el presidente y dijo: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le dice: "Tú lo dices". Y como le acusasen los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, nada respondió. Entonces le dice Pilato: "¿No oyes cuántos testimonios dicen contra ti?" Y no le respondió a palabra alguna, de modo que se maravilló el presidente en gran manera. (vv. 11-14)

San Agustín, de consensu evangelistarum, 3,7. Una vez terminado lo que dice San Mateo respecto de Judas el traidor, vuelve al orden de su narración, diciendo: "Y Jesús fue llevado ante el presidente".

Orígenes, in Matthaeum, 35Considera al que fue constituido por el eterno Padre Juez de toda criatura, cuánto se humilló hasta querer estar delante de este juez de Judea. Y es interrogado sobre un asunto del que acaso el mismo Pilato pregunta con ironía o duda. Por esto sigue: "Y le preguntó el presidente: ¿Eres tú el rey de los judíos?"

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 86,1. Pilato pregunta esto, porque los enemigos de Jesús todo lo interpretaban mal en contra de El, y como sabían que Pilato no entendía de los asuntos legales, levantan contra El públicas acusaciones.

Orígenes, in Matthaeum, 35. Y Pilato dijo esto de una manera terminante, por cuya razón más adelante escribió el título de Rey de los judíos. Cuando respondió al príncipe de los sacerdotes: "Tú lo has dicho", reprendió su duda de una manera indirecta; pero confirma las palabras afimrativas de Pilato, por lo que sigue: "Jesús le dice: Tú lo has dicho".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 86,1. Confesó que era rey, pero del cielo, como se lee terminantemente en otro Evangelio, en que dijo Jesús: "Mi reino no es de este mundo" (Jn 18,36); de modo que ni los judíos, ni Pilato, podían alegar excusa alguna al insistir en esta acusación.

San Hilario, in Matthaeum, 32. Ni el pontífice a quien contestando Jesús había dicho: "Tú lo dijiste"; porque bien sabido tenía por la ley que habría de nacer el Cristo. Pero como este que preguntaba si Jesús era el rey de los judíos, desconocía la ley, sólo le contestó: "Tú lo dices"; porque por medio de la fe de esta confesión, había de venir la salvación de los gentiles.

San Jerónimo. Observa además que respondió la sentencia a Pilato, de algún modo forzado a hacerlo. Pues no quiso contestar a los sacerdotes y a los príncipes, creyéndolos indignos de su contestación. Por esta razón, cuando era acusado por los príncipes de los sacerdotes y por los ancianos, nada respondió.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 3,8. San Lucas también manifiesta las mismas culpas de que le acusaban sus enemigos. ice: "Empezaron a acusarle, diciendo: hemos encontrado a éste sublevando a nuestro pueblo, y prohibiendo pagar sus tributos al César, diciendo además que El es el Cristo Rey" (Lc 23,2) . No afecta a la esencia el orden con que se refieren estas cosas, como tampoco interesa el que un evangelista calle lo que otro dice.

Orígenes, in Matthaeum, 35. Así como antes Jesús nada respondió, cuando lo acusaban, así tampoco ahora, porque no se dirigía entonces a ellos la palabra de Dios, como en otro tiempo se había dirigido a los profetas. Pero tampoco era digno que respondiese a Pilato, quien no tenía jurisdicción propia para juzgar a Cristo. Sino que por el contrario era traído y llevado, combatido por dos opiniones diferentes. Por esto sigue: "Entonces le dice Pilato: ¿no oyes cuántos testimonios dicen contra ti?"

San Jerónimo. En verdad que es un gentil quien desprecia a Jesucristo, pero echando la culpa al pueblo judío.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 86,1. Decía también esto, porque quería librarle si respondía disculpándose. Sigue. "Y no le respondió a palabra alguna, de modo que se maravilló el presidente en gran manera". Y aun cuando tenían muchas pruebas de su virtud y de su mansedumbre y humildad, sin embargo, le calumniaban y activaban contra El su juicio perverso. Por esta razón no responde y si alguna vez lo hace, habla con brevedad, no fuera que, por su prolongado silencio se formase de El la idea de pertinacia.

San Jerónimo. Jesús no quiso responder cosa alguna para evitar que, descubriendo el presidente su inocencia, se dilatase el inmenso beneficio de su pasión.

Orígenes, in Matthaeum, 35. El presidente se admiró de su constancia, creyendo acaso que tenía jurisdicción para declararle culpable. Y sin embargo, le veía firme en su tranquila y pacífica sabiduría e imperturbable gravedad, además se admiraba extraordinariamente, porque le parecía un milagro que presentado Jesús ante un juez, como culpable permaneciera impertérrito a vista de la muerte, que tan terrible es a los hombres.

MATEO 27,15-26


5715 (Mt 27,15-26)

Por el día solemne acostumbraba el presidente entregar libre al pueblo un preso, el que querían. Y a la sazón tenía un preso muy famoso, que se llamaba Barrabás. Y habiéndose ellos juntado, les dijo Pilato: "¿A quién queréis que os entregue libre? ¿A Barrabás, o por ventura a Jesús, que es llamado el Cristo?" Pues sabía que por envidia lo habían entregado. Y estando él sentado en el tribunal, le envió a decir su mujer: "Nada tengas tú con aquel justo. Porque muchas cosas he padecido hoy en visión por causa de él". Mas los príncipes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron al pueblo que pidiese a Barrabás, y que hiciese morir a Jesús. Y el presidente les respondió y dijo: "¿A cuál de los dos queréis que os entregue libre?" Y dijeron ellos: "A Barrabás". Pilato les dice: "¿Pues qué haré de Jesús, que es llamado el Cristo?" Dicen todos: "Sea crucificado". El presidente les dice: "¿Pues qué mal ha hecho?" Y ellos levantaban más el grito, diciendo: "Sea crucificado". Y viendo Pilato que nada adelantaba, sino que crecía más el alboroto, tomando agua, se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: "Inocente soy yo de la sangre de este justo: allá os lo veáis vosotros". Y respondiendo todo el pueblo dijo: "Sobre nosotros y sobre nuestros hijos sea su sangre". Entonces les soltó a Barrabás, y después de haber hecho azotar a Jesús, se lo entregó para que lo crucificasen. (vv. 15-26)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 86,1. Como Jesucristo no respondía a las acusaciones de los judíos, para poder Pilato absolverle de ellas, inventa otro medio para salvarle. Por eso dice: "Por el día solemne acostumbraba el Presidente entregar libre al pueblo un preso, el que querían".

Orígenes, in Matthaeum, 35. De este modo agradan los que gobiernan a los que les están subordinados, hasta que consiguen sentar sobre ellos su dominación absoluta. Entre los judíos también existió esta misma costumbre en algún tiempo. Saúl no mató a Jonatás, porque todo el pueblo así se lo pidió.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 86,2. Pilato también quiso salvar a Jesús, apoyado en esta costumbre. Y para que los judíos no tengan ninguna sombra de excusa, pone en parangón con Jesucristo a un homicida conocido de todos. Acerca de lo cual sigue: "Y a la sazón tenía un preso muy famoso, que se llamaba Barrabás". No solamente era ladrón, sino ladrón insigne, esto es, célebre por su maldad.

San Jerónimo. Este Barrabás, según el evangelio de los hebreos1, se dice que fue hijo de un maestro de aquéllos, que había sido condenado por una sedición y homicidio. Pilato les da a elegir para que dejen en libertad al que quieran. Al ladrón o a Jesús; no dudando que Jesús sería el escogido. Por esto sigue: "Y habiéndose ellos reunido, les dijo Pilato: ¿a quién queréis que os entregue libre, a Barrabás, o por ventura a Jesús, que es llamado el Cristo?"

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 86,2. Como diciendo: si no queréis dejarlo en libertad como inocente, dejadlo, al menos, como condenado, pero libre por la festividad. Y si convenía dejarlo libre cuando fuese verdaderamente culpable, con mucha más razón en caso de duda. Véase cómo se invirtió el orden en esta ocasión. La petición en favor de los condenados, se hacía por medio del pueblo y la concesión era propia del príncipe. Pero ahora sucede lo contrario. El príncipe pide al pueblo, y el pueblo se vuelve más cruel.

Glosa. Por qué trabajó tanto Pilato por librar a Jesucristo, lo manifiesta el Evangelista cuando añade: "Pues sabía que por envidia lo habían entregado".

Remigio. Cuál fuera aquella envidia, lo da a conocer San Juan, que en el capítulo 11 de su Evangelio dice: "He aquí que todo el mundo va en su seguimiento y si le dejamos libre así, todos creerán en El" (Jn 11,48) Es de notar también, que en lugar de lo que dice San Mateo: "O a Jesús que es llamado Cristo", dice San Marcos: "¿Queréis que os deje en libertad al rey de los judíos?" (Mc 15,9) Pues sólo los reyes de los judíos eran ungidos, y por esta unción se les llamaba cristos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 86,1. Después añade otra razón que es suficiente para que todos desistiesen de su pasión. Sigue: "Y estando él sentado en el tribunal, le envió a decir su mujer: Nada tengas tú con aquel justo". Porque además de las pruebas que eran públicas, era de mucho peso lo que en sueños había visto.

Rábano. Debe observarse que el tribunal es el asiento de los jueces, el solio el de los reyes y la cátedra el de los maestros; mas la mujer de este hombre gentil comprendió en visiones y sueños lo que los judíos, aun despiertos, no habían querido creer y entender.

San Jerónimo. Nótese también que Dios revela muchas veces en sueños a los gentiles su voluntad y que cuando Pilato y su mujer confiesan que es justo son testimonio del pueblo gentil.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 86,1. ¿Pero por qué Pilato no veía el mismo sueño? Porque ella era más digna, o porque si Pilato lo hubiese visto, tampoco hubiese sido creído, o tal vez no lo hubiera revelado. Y por esto es disposición de Dios, lo que ve la mujer, para que sea manifiesto a todos. Y no ve más, sino que sufre mucho. Sigue pues: "Porque muchas cosas he padecido hoy en visión por causa de él". Con esto se proponía moverlo a compasión, para que sintiese como ella y desistiera de la condenación a muerte; pero el tiempo apremiaba, pues en aquella misma noche había tenido el sueño.

San Agustín, in serm. de Passione. Así, pues, el juez se aterró tanto, con lo que le dijo su mujer, de que no consintiera en juzgar del modo criminal que pretendían los judíos, que fue juzgado por la visión y tormentos de su mujer. Es juzgado el mismo que juzga y es atormentado antes que atormente.

Rábano. Entendiendo ahora, por fin, el diablo que iba a perder su presa por Jesucristo, quiso que a la manera que en el principio del mundo había introducido la muerte por medio de una mujer, así por medio de otra mujer lograra librar a Cristo de las manos de los judíos, a fin de que por su muerte no perdiera su imperio.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 86,2. Nada de lo dicho movió a los enemigos del Salvador, cegados enteramente por la envidia. Por lo que se dedican a contaminar a la plebe, con su misma malicia. Y esto es lo que dice a continuación: "Mas los príncipes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron al pueblo que pidiese a Barrabás, y que hiciese morir a Jesús".

Orígenes, in Matthaeum, 35. Y es digno de verse ahora, cómo el pueblo judío es persuadido y excitado por sus ancianos y por sus doctores, en contra de Jesús para que le pierdan.

Prosigue: "Y el Presidente les respondió y dijo: a cuál de los dos queréis que os entregue libre?"

Glosa. Se dice que Pilato se expresó en estos términos, ya por lo que le había dicho su mujer, o ya por lo que pedía el pueblo, que según costumbre pedía la libertad de algún reo, en los días de las fiestas.

Orígenes, in Matthaeum, 35. Y entonces las turbas, como fieras que corren desenfrenadas, quisieron que les diese en libertad a Barrabás. Por esto sigue: "Y ellos dijeron: A Barrabás". Esto demuestra que aquella gente era dada a la sedición, al homicidio y al latrocinio. Según algunos de su gente, esto era sólo en las cosas exteriores, pero en la realidad lo eran en el interior. En donde no está pues, Jesús, allí se encuentran los pleitos y las guerras; pero en donde está, todo es bonanza y paz. Todos los que se asemejan a los judíos en la doctrina y en la vida, desean la libertad de Barrabás, porque el que obra mal, tiene en su cuerpo libre a Barrabás y atado a Cristo; así como el que obra bien, tiene a Cristo en libertad y a Barrabás encadenado. Pero quiso, por tanto, Pilato, descargar sobre los judíos la ignominia de tan gran crimen. Por eso que sigue: "Pilato les dice: ¿Pues qué haré de Jesús?", etc. , no sólo para que contesten, sino para ver adónde llega su impiedad. Pero ellos, lejos de avergonzarse de oír que Pilato confesaba a Jesucristo, no se detienen, en manera alguna, en su perversidad. Sigue: "Dicen todos: sea crucificado", con lo que colmaron la medida de su impiedad, no sólo pidiendo la vida para un homicida, sino que también la muerte ignominiosa de cruz para un justo.

Rábano. Los crucificados, pendientes del leño, clavados de pies y manos, para que murieran, vivían largo tiempo en la cruz, no porque se prefería que su vida fuese más larga, sino porque se prolongase la muerte, a fin de que el dolor no concluyera tan pronto. Los judíos no pensaban más que en darle una muerte ignominiosa, no comprendiendo que era la elegida por el Señor, pues vencido el diablo por esta misma cruz, había de ser ella como un trofeo, que brillaría en la frente de todos los fieles.

San Jerónimo. Cuando respondieron esto, no condescendió Pilato al momento, sino que en virtud de la advertencia de su mujer, que le había dicho: "Nada tengas tú con aquel justo", Pilato respondió a los judíos. Por esto sigue: "El Presidente les dice: ¿Pues qué mal ha hecho?" Diciendo esto Pilato absolvía a Jesús. Sigue: "Y ellos levantaban más el grito, diciendo: Sea crucificado". Así se cumplía lo que estaba escrito en el Salmo: "Me rodearon muchos perros; la congregación de los malévolos me sitió" (Ps 21,17); y aquellas palabras de Jeremías: "Mi heredad se hizo para mí, como el león en la selva; dieron voces sobre mí" (Jr 12,8)

San Agustín, de consensu evangelistarum, 3,8. Pilato procuró muchas veces que los judíos dejasen en libertad a Jesús, lo cual atestigua San Mateo cuando dice: "Y viendo Pilato que nada adelantaba, sino que crecía más el alboroto". Lo cual no hubiese dicho, si no hubiere tenido grande interés (aun cuando se lo callaba cuantas veces intentaba esto), en librar a Jesús del furor de los judíos.

Sigue: "Tomando agua se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: inocente soy yo", etc.

Remigio. Era costumbre entre los antiguos, cuando alguno quería aparecer como inocente de algún delito, tomar agua y lavarse las manos en presencia del pueblo.

San Jerónimo. Por esto Pilato tomó agua según aquella expresión del profeta, que dice: "lavaré entre los inocentes mis manos" (Ps 25,6) Como contestando a esto y diciendo: yo he querido librar a un inocente, pero como se levanta una sedición, y como se me hace aparecer como un criminal contra el César, yo soy inocente de la sangre de este justo. Por lo tanto, el juez que es obligado a pronunciar sentencia contra el Señor, no condena al acusado, sino que reprende a los que se lo presentan, declarando que es justo aquél que ha de ser crucificado. Sigue: "Allá os lo veáis vosotros"; como diciendo: Yo soy ministro de las leyes, pero vuestro clamor derrama sangre. "Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Sobre nosotros, y sobre nuestros hijos sea su sangre". Persevera esta imprecación hasta nuestros días entre los judíos, y la sangre del Señor pesa sobre ellos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 87,1. Mira aquí la gran perfidia de los judíos, su impiedad y su funesto apasionamiento no les permite ver lo que les conviene prever. Y se maldicen a sí mismos, diciendo: su sangre sea sobre nosotros, y atraen también la maldición divina sobre sus hijos, diciendo: y sobre nuestros hijos. Pero nuestro Dios misericordioso, no aceptó esta imprecación, y se dignó recibir a muchos de sus hijos, que hicieron penitencia: porque San Pablo era de ellos, y muchos miles de fieles, que creyeron, cuando se predicó en Jerusalén.

San León Magno, sermones, 59,2. Excedió, pues, a la culpa de Pilato, el crimen de los judíos. Pero con todo no quedó libre de responsabilidad, por haber dejado su propia opinión, y haber tomado parte en el crimen de los demás. Sigue: "Entonces les soltó a Barrabás; y después de haber hecho azotar a Jesús, se lo entregó", etc.

San Jerónimo. Debe tenerse en cuenta que Pilato cumplió con lo que estaba prescrito en las leyes romanas, en las que se establecía que fuese azotado primero el que después había de ser crucificado. Jesús es entregado a los soldados para que le azoten, y aquel cuerpo santísimo y aquel pecho del Señor, recibieron los azotes.

San Agustín, in serm. de Passione. He aquí que preparan al Señor para azotarle. Mira, ya es herido; la violencia de los azotes rompe su santa piel; repetidos golpes desgarran sus espaldas y sus hombros. ¡Oh dolor! Dios se encuentra tendido delante del hombre, y sufre el suplicio de un reo, cuando en el Señor no pudo encontrarse vestigio alguno de pecado.

San Jerónimo. Esto sucedió porque estaba escrito: "Muchos son los azotes de los pecadores" (Ps 31,10), pero nosotros nos libramos por ellos de nuestros castigos. Por el acto de lavarse Pilato las manos, quedan purificadas las acciones de los gentiles, y nosotros quedamos ajenos a la impiedad de los judíos.

San Hilario, in Matthaeum, 33. Excitando los sacerdotes al pueblo, éste eligió a Barrabás, que quiere decir hijo de su padre, en lo que se revela el secreto de su futura iniquidad, dando la preferencia sobre Cristo al anticristo, que es el hijo del pecado.

Rábano. Barrabás es también el que levantaba las sediciones en los pueblos, y fue puesto en libertad por el pueblo judío, esto es, el diablo, que hasta hoy reina sobre ellos, por cuya razón no pueden tener paz.


Catena aurea ES 5701