Catena aurea ES 9620

LUCAS 6,20-23


9620 (Lc 6,20)

Y El, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: "Bienaventurados los pobres, porque, vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis hartos. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando os aborrecieren los hombres, y os apartaren de sí, y os ultrajaren, y desecharen vuestro nombre como malo por el Hijo del hombre. Gozaos en aquel día, y regocijaos; porque vuestro galardón grande es en el cielo, porque de esta manera trataban a los profetas los padres de ellos". (vv. 20-23)

San Cirilo.Después de la reunión de los apóstoles a la nueva vida evangélica, el Salvador renovó a sus discípulos.

San Ambrosio. Empieza a ser sublime al anunciar los oráculos de la Divinidad. Aun cuando estaba en lo llano, sin embargo, elevó sus ojos; por lo que se dice: "Y El, alzando sus ojos hacia sus discípulos". ¿Qué quiere decir levantar los ojos, sino encender la luz interiormente?

Beda. Y aun cuando hablaba generalmente con todos, especialmente fijaba sus ojos en sus discípulos. Y prosigue: "Sobre sus discípulos". Para que aquellos que oyen la palabra con atención del corazón, reciban más gracia interior y más luz.

San Ambrosio. San Lucas puso tan sólo cuatro bienaventuranzas, San Mateo ocho; pero en aquellas ocho se comprenden estas cuatro, y en aquellas cuatro estas ocho. Este puso cuatro bienaventuranzas, representando las cuatro virtudes cardinales, y aquél explicó en estas ocho un orden místico -o número-, porque la octava, que es la perfección de nuestra esperanza, es también la más grande de las virtudes. Que la pobreza es la primera de las bienaventuranzas, lo dicen igualmente los dos evangelistas; en cuanto al orden es la primera de todas, y como la madre de las demás virtudes; porque el que despreciare las cosas del mundo merecerá las eternas; ni puede nadie alcanzar la gloria, si poseído del amor del mundo no llega a desprenderse de él. De donde prosigue: "Decía: bienaventurados los pobres".

Crisóstomo. En el Evangelio de San Mateo, dijo que eran bienaventurados los pobres de espíritu, para que comprendamos que el ser pobres de espíritu es tanto como tener una inteligencia modesta y humilde en cierto sentido. Por lo que dice el Salvador: "Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29) Aquí dice: Bienaventurados los pobres -sin añadir de espíritu- para designar a los que desprecian las riquezas. Convenía, pues, que cuando predicasen el Evangelio, no pensasen en la codicia, sino que tuviesen su espíritu predispuesto para cosas más elevadas.

San Basilio. No puede llamarse bienaventurado a todo el que es afligido por la pobreza, sino solamente al que prefiere el precepto de Jesucristo a las riquezas mundanas. Hay muchos pobres de bienes, pero que son muy avaros por el afecto; a éstos no los salva la pobreza, pero los condena su deseo. Ninguna cosa que no sea voluntaria aprovecha para la salvación, por la sencilla razón de que toda virtud está basada en el libre albedrío. Es bienaventurado el pobre que imita a Jesucristo, quien quiso sufrir la pobreza por nuestro bien; porque el mismo Señor todo lo hacía para manifestarse como nuestro modelo y podernos conducir a la eterna salvación.

San Eusebio . Pero como el reino de los cielos se alcanza por grados, el primero porque pasan los que suben a él es el de la pobreza; por esto Jesucristo eligió sus primeros discípulos de entre los pobres, y les dice: "Porque de vosotros es el reino de los cielos"; dando a entender que esto se refería a los que tenía presentes, hacia los cuales elevara sus ojos.

Crisóstomo. Después que mandó practicar la pobreza, glorifica las cosas que acompañan a la indigencia. Sucede, pues, que los que viven en la pobreza carecen hasta de lo más necesario, y apenas pueden adquirir su alimento. Pero el Señor no quiere que sus discípulos teman sobre esto; por eso les dice: "Bienaventurados los que ahora tenéis hambre".

Beda. Esto es, bienaventurados los que castigáis vuestro cuerpo y lo reducís a la esclavitud, que en el hambre y la sed os entregáis al ministerio de la palabra, porque habréis de gozar de la abundancia de los goces celestiales.

San Gregorio Niceno, De beatitudinibus, Orat. 4. En un sentido más elevado, del mismo modo que para el alimento del cuerpo, se prefieren diversos manjares, así también, para el alimento del alma, los unos desean un bien imaginario, y otros lo que es naturalmente bueno. Por lo que, según San Mateo, son beatificados los que consideran la justicia como una comida y una bebida; no diré la justicia que es una virtud particular, sino la justicia que es una virtud general; el que tiene hambre de la cual será bienaventurado.

Beda. Nos da a conocer terminantemente el Señor, que no debemos considerar como bueno a cualquiera, sino que hemos de ver que constantemente procure adelantar en el camino de la perfección, a cuya perfección no puede llegarse en esta vida, sino en la otra, como lo dice el Salmista: "Yo me saciaré cuando vea tu gloria" (Ps 16,15) De aquí prosigue: "Porque seréis hartos".

San Gregorio Niceno. Promete la abundancia a los que desean la justicia; ninguna de las cosas que se encuentran en esta vida puede saciar suficientemente a los que buscan la justicia; solamente el deseo de la virtud es seguido de una recompensa que inspira en el alma una alegría indeficiente.


San Cirilo.Sigue a la pobreza, no sólo la falta de las cosas deleitables, sino también la depresión del semblante por la tristeza. Por lo que sigue: "Bienaventurados los que lloráis". Considera como bienaventurados, no precisamente a los que derraman lágrimas -porque esto es propio de todos, tanto fieles como infieles, cuando experimentan alguna contrariedad- sino solamente a aquellos que hacen una vida mortificada, se preservan de los vicios y de las afecciones carnales, menospreciando las complacencias de la vida y llorando porque aborrecen las cosas de la tierra.

Crisóstomo, hom 18, ad prop. Antioch. Cuando la tristeza se experimenta por causa de Dios, ella nos alcanza la gracia de hacer penitencia para poder obtener la salvación. Esta tristeza es el fundamento de la alegría. Por lo que sigue: "Porque reiréis". Cuando nada podemos hacer en bien de aquellos por quienes lloramos, el beneficio recae sobre nosotros. El que llora de este modo los males ajenos, no dejará de llorar sus propios pecados; más aún, no caerá tan fácilmente en el pecado. No nos fijemos en las cosas de esta vida breve, sino suspiremos por las de la eterna; no busquemos las delicias de donde nace muchas veces el llanto y el dolor, sino entristezcámonos con la tristeza que nos alcanza el perdón. Suele suceder que encuentra al Señor el que llora; pero el que ríe no lo encuentra nunca.

San Basilio. Por eso promete la risa a los que lloran, no precisamente el sonido emitido con estrépito, sino la alegría pura y libre de cualquier tristeza.

Beda. Es bienaventurado el que por las riquezas de la herencia celestial, por el pan de la vida eterna, por la esperanza de las alegrías celestiales, desea sufrir el llanto, el hambre y la pobreza, y aun mucho más bienaventurado aquel que no teme guardar estas virtudes en medio de la adversidad. Por ello sigue: "Seréis bienaventurados, cuando os aborreciesen los hombres". Aun cuando aborrezcan los hombres con un corazón malvado, no pueden hacer daño al que es amado por Cristo. Prosigue: "Y cuando os apartaren de sí, apartarán tamibién al Hijo del hombre". Porque El resucita para sí a los que mueren con El, y les hace descansar en la eterna bienaventuranza. Prosigue: "Y cuando desecharen vuestro nombre como malo". En esto se refiere al nombre de cristiano, que fue tan ultrajado por los judíos y por los gentiles, cuantas veces se acordaron de El, y también fue despreciado por los hombres, sin que para ello hubiese otro motivo que el odio que tenían al Hijo de Dios, a saber, porque los fieles quisieron tomar su nombre de Cristo. Luego enseña que habrán de ser perseguidos por los hombres, pero que serán bienaventurados, como más que hombres. De aquí prosigue: "Gozaos en aquel día y regocijaos: porque vuestro galardón grande es en el cielo", etc.

Crisóstomo. Se considera una cosa grande o pequeña según la importancia de la persona que la concede. Examinemos ahora quién es el que promete una gran recompensa. Un profeta o un apóstol, que no son más que hombres, hubiesen dado como mucho lo que es poco; pero aquí es el Señor, que posee los tesoros eternos y las riquezas superiores a toda comprensión, quien ha prometido una grande recompensa.

San Basilio, in Cat. graec. Patr. Unas veces se dice grande en un sentido absoluto, como el cielo es grande, la tierra es grande; otras veces es por comparación, como un gran caballo, un gran buey, comparándolos con otros de su especie; así creo que será grande la recompensa reservada a aquellos que sufren oprobios por Cristo, no por comparación a las cosas que están entre nosotros y conocemos, sino grande en sí mismo y como dada por Dios.

San Juan Damasceno, in lib. De lógica, cap. 49. Todas aquellas cosas, que pueden medirse y contarse, se conceden de una manera limitada; pero lo que por cierta excelencia excede toda medida y número, se dice intencionadamente grande y mucho, como cuando decimos que es mucha la misericordia de Dios.

San Eusebio . Después, queriendo fortalecer a sus discípulos para pelear contra sus enemigos cuando predicasen el Evangelio por todo el mundo, les añade: "Porque de esta manera trataban a los profetas los padres de ellos".

San Ambrosio. Los judíos habían perseguido a los profetas hasta el punto de quitarles la vida.

Beda. Los que dicen la verdad son ordinariamente perseguidos; no obstante, los antiguos profetas no dejaban de predicar la verdad por temor a la persecución.

San Ambrosio. En esto que dice: "Bienaventurados los pobres", tiene la templanza, que se abstiene del mal, holla con los pies el siglo y no busca los placeres. "Bienaventurados los que tenéis hambre". He ahí la justicia; pues el que tiene hambre se compadece del que la tiene; compadeciéndose de él, le favorece; favoreciéndole, se hace justo, y su justicia permanece eternamente. "Bienaventurados los que ahora lloráis"; aquí tenemos la prudencia, que llora lo de todos los días y busca las cosas que son eternas. "Bienaventurados seréis cuando os aborrezcan los hombres". Aquí tenemos la fortaleza; pero no aquella que merece el odio por sus crímenes sino la que sufre persecución por la fe. Así es como se llega a la corona del sufrimiento, si se desprecia la gracia de los hombres, y se sigue la divina. Luego, la templanza produce la limpieza del corazón; la justicia la misericordia; la prudencia la paz; y la fortaleza la mansedumbre. Las virtudes están reunidas de tal modo, que cuando se tiene una parece que se tienen todas. Cada santo tiene una virtud propia; pero la más abundante es la más recompensada. Cuánta caridad tenía Abraham. ¡Cuánta humildad! Pero como sobresalía entre todas su fe, ésta fue la que obtuvo la primacía. Por tanto, cada uno tendrá muchos premios, cuando practique muchas virtudes; pero como siempre se distingue en alguna, por ella obtendrá un premio mayor.

LUCAS 6,24-26


9624 (Lc 6,24-26)

"¡Mas hay de vosotros los ricos, porque tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que estáis hartos, porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis! ¡Ay de vosotros cuando os bendijeren los hombres, porque así hacían a los falsos profetas los padres de ellos!" (vv. 24-26)

San Cirilo.Una vez explicado que la pobreza, sufrida por Dios, es el origen de todo bien, y que el tener hambre y llorar no carece de premio, pasa ahora a hablar de lo contrario, diciendo cuál es la causa de la perdición y del tormento eterno; por lo que sigue: "¡Mas ay de vosotros los ricos, porque tenéis vuestro consuelo".

San Cirilo.Esta expresión: "ay de vosotros", se pone siempre en las Sagradas Escrituras, cuando se trata de aquellos que no pueden escapar de la eterna perdición.

San Ambrosio. Aun cuando en la abundancia de las riquezas hay muchos alicientes para pecar, también hay muchos medios para practicar la virtud. Aunque la virtud no necesita opulencia, y la largueza del pobre es más laudable que la liberalidad del rico, sin embargo la autoridad de la sentencia celeste no condena a los que tienen riquezas, sino a los que no saben usar de ellas. Porque así como el pobre es tanto más laudable cuanto más pronto es el afecto con que da, así es tanto más culpable el rico que tarda en dar gracias a Dios por lo que ha recibido, y se reserva sin utilidad la fortuna que le ha sido dada para el uso de todos. Luego no es la fortuna, sino el afecto a la fortuna, el que es criminal; y aunque no hay mayor tormento que amontonar con inquietud lo que ha de aprovechar a los herederos, sin embargo, como los deseos de amontonar de la avaricia se alimentan de cierta complacencia, los que tienen el consuelo de la vida presente pierden el premio eterno. Podemos entender aquí por rico al pueblo judío y a los herejes, y especialmente a los fariseos, que, complaciéndose en la fecundidad de su elocuencia y en la ambición de poseerla como por patrimonio, desconocieron la simplicidad de la verdadera fe, y amontonaron riquezas inútiles.

Y sigue: "¡Ay de vosotros, los que estáis hartos, porque tendréis hambre!"

Beda. Aquel rico purpurado se saciaba comiendo con esplendidez todos los días; pero sufría aquel cruel "¡ay!" de la sed, cuando suplicaba que un dedo de Lázaro -a quien él había despreciado- le diese una gota de agua.

San Basilio. Que la abstinencia es necesaria, nos lo demuestra claramente San Pablo, contándola entre los frutos espirituales (Ga 5); pues la sujeción del cuerpo no se obtiene por otro medio que por la abstinencia, con la cual -como con cierto freno- debemos moderar los ardores de la juventud. Es, pues, la abstinencia la muerte del crimen, la sujeción de las pasiones y el fundamento de la vida espiritual, embotando en sí el aguijón de los placeres. Sin embargo, para no confundirnos con los enemigos del Señor, debemos aceptar todas las cosas, cuando las circunstancias así lo exijan, para dar a entender que todo es puro para los que tienen su corazón limpio; usando así de las cosas que son necesarias para la vida, y absteniéndonos en absoluto de todo aquello que incita a la complacencia. Además, no todos pueden prescribirse la misma hora, ni el mismo modo, ni la misma cantidad; pero todos deben tener la misma intención de no llegar a la saciedad; porque llenar el vientre inutiliza el cuerpo para sus propias funciones, le hace perezoso y dispuesto al mal.

Beda. De otro modo: Si son bienaventurados aquellos que tienen hambre de obras justas, deben por el contrario considerarse como desgraciados aquellos que, satisfaciendo todos sus deseos, no padecen hambre del verdadero bien.

Prosigue: "¡Ay de vosotros los que reís!" etc.

San Basilio. Cuando el Señor reprende a los que se ríen, da a entender claramente que el verdadero fiel no debe reir en ningún tiempo, y especialmente mientras vive entre aquella multitud de los que mueren en pecado, por quienes conviene llorar. La risa superflua es signo de desorden y un movimiento desenfrenado del alma; pero es conveniente expresar la alegría de las emociones del alma por el rostro.

Crisóstomo, hom. 6, in Math. Dime, pues, ¿por qué te disipas -o disuelves- y te derramas, tú que debes asistir a un juicio terrible y dar cuenta de todas las cosas que aquí haces?

Beda. Como la adulación es la que alimenta el pecado, del mismo modo que el aceite alimenta a la llama, y administra fomento a los que arden en la culpa, añade: "¡Ay de vosotros cuando os bendijeren los hombres", etc.

Crisóstomo. No es contrario lo que aquí se dice a lo que en otra parte dice el Señor: "Que brille vuestra luz delante de los hombres" (Mt 5,16), esto es, que nos apresuremos a obrar bien, buscando la gloria de Dios y no la propia. La vanagloria siempre es mala; de ella nace la iniquidad, la desesperación y la avaricia, que es la madre de todos los males. Si deseas preservarte de todo esto, dirige tu mirada al Señor, y conténtate con la gloria que está junto a El; pues si en cualquier facultad conviene elegir árbitros a los más doctos, ¿cómo confías la prueba de la virtud a cualquiera, y no a aquel que la conoce más que todos, y que puede darla y coronarla? Si buscas en El tu gloria, evita la alabanza humana. No acostumbramos a admirarnos de ninguna cosa más que de aquel que menosprecia su propia gloria; y si esto nos sucede a nosotros, mucho más debe suceder al Señor de todas las cosas. Además debes considerar que la gloria de los hombres desaparece muy pronto, y que cae en el olvido en cuanto pasa un poco de tiempo.

Prosigue: "Porque así hacían a los falsos profetas los padres de ellos".

Beda. Se entiende por falsos profetas los que vaticinaban lo futuro, para conseguir la admiración del vulgo. Y por esto el Señor solamente habló en el monte de la bienaventuranza de los buenos, y en el campo explica la desgracia de los malos, en atención a que los que le oían todavía eran ignorantes y se necesitaba inclinarlos a obrar el bien por medio del terror, a la vez que a los perfectos debía invitarse por medio de los premios.

San Ambrosio. Y observa que San Mateo excita a los pueblos a la virtud y a la fe por medio de premios, mientras que éste los aparta también de los crímenes y de los pecados con la amenaza de los futuros suplicios.

LUCAS 6,27-31


9627 (Lc 6,27)

"Mas dígoos a vosotros, que oís: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os quieren mal. Bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Y al que te hiere en una mejilla, preséntale también la otra. Y al que te quitare la capa, no le impidas llevar también la túnica. Da a todos los que te pidieren; y al que tomare lo que es tuyo, no se lo vuelvas a pedir. Y lo que queráis que os hagan los hombres, eso mismo haced vosotros a ellos". (vv. 27-31)

Beda. Como había dicho antes todo lo que se puede sufrir de los enemigos, ahora nos enseña cómo debemos tratar a estos mismos enemigos, diciendo: "Mas dígoos a vosotros, que oís".

San Ambrosio. No en vano, sólo después de referir un gran número de hechos sublimes, viene a esto, a fin de enseñar a los pueblos, robustecidos ya con sus milagros, a marchar por las huellas de los prodigios más allá de las tradiciones de la ley. Como entre las tres virtudes -la fe, la esperanza y la caridad- la mayor es la caridad, se ocupa de ella en primer lugar, cuando dice: "Amad a vuestros enemigos".

San Basilio, in Regulis brevioribus ad interrogat. 176. Es propio del enemigo el oprimir y acechar. Por tanto, todo el que hace un daño cualquiera a otro, se llama enemigo.

San Cirilo.Era muy oportuno dar a conocer todo esto a los santos doctores, que habían de predicar en todo el mundo la doctrina salvadora, porque si quisieran tomar venganza de sus perseguidores, omitirían el llamarlos al conocimiento de la verdad.

Crisóstomo, in Mat hom 18. No dice, pues: No aborrezcas, sino: Ama. Y no mandó amar solamente, sino además hacer bien; por lo que sigue: "Haced bien a los que os quieren mal".

San Basilio. Como el hombre consta de alma y cuerpo, le hacemos bien respecto del alma cuando le aconsejamos o le reprendemos trayéndole -como de la mano- a la conversión; pero según el cuerpo, le hacemos bien, dándole lo necesario para su sustento.

Prosigue: "Bendecid a los que os maldicen".

Crisóstomo. Los que hieren sus propias almas son dignos de lágrimas y de suspiros, no de maldiciones, porque no hay cosa más detestable que un alma maldiciente, ni nada más inmundo que una lengua que maldice. Eres hombre, no vomites el veneno del áspid, ni te conviertas en bestia feroz. Se te ha dado una boca no para que muerdas, sino para que cures la herida de los demás. El Señor manda que trates a tus enemigos lo mismo que a tus amigos; no de cualquier modo, sino como a los más íntimos, por quienes acostumbras a orar. De donde prosigue: "Y orad por los que os calumnian", etc. Hay muchos que, por el contrario, mientras se postran en tierra y arrastran su frente por el suelo, hiriendo sus pechos y levantando sus manos al cielo, no piden a Dios el perdón de sus pecados, sino que piden contra sus enemigos, lo cual no es otra cosa que hincarse a sí mismos el puñal. Cuando pides al que prohibió las imprecaciones contra los enemigos que escuche tus maldiciones contra ellos, ¿cómo puedes ser oído cuando provocas al que ha de oírte, castigando a tu enemigo en presencia de su Rey, si no con las manos, al menos con las palabras? ¿Qué haces, hombre? Estás pidiendo el perdón de tus pecados, y a la vez llenas tu boca de amargura. Es el tiempo del perdón, de la oración, del llanto, no del furor.

Beda. Pero con razón se cuestiona: ¿Cómo es que en los profetas se encuentran imprecaciones contra sus enemigos? Pues bien, sépase que los profetas anunciaban en sus imprecaciones lo que debía suceder; no eran votos que expresaban su deseo, sino revelaciones del Espíritu que preveía.

San Cirilo.La ley antigua mandaba no ofender a otros; o si antes fuéramos ofendidos, no traspasar en la venganza las proporciones de la ofensa recibida; pero la perfección de la ley está en Jesucristo y en sus mandamientos; por esto prosigue: "Y al que te hiriere en una mejilla, preséntale también la otra".

Crisóstomo, in Mat hom 18. Porque los médicos, cuando reciben una patada de un furioso, tienen más compasión de él y se preparan para curarle; tú también debes hacer lo mismo con los que te persiguen. Ellos son los que principalmente enferman: no desistamos antes que arrojen toda su amargura, y entonces te darán gracias, y el Señor te coronará, porque has librado a tu hermano de una enfermedad repugnante.

San Basilio, in Isaiam. Casi todos obramos en contra de este precepto; y especialmente los poderosos y los príncipes, no sólo cuando experimentan alguna contrariedad, sino también cuando se les falta a la debida reverencia, considerando como enemigos a todos aquellos que no los respetan tanto cuanto ellos se creen merecer. Es grande la maldad del príncipe cuando está pronto para vengarse; porque, ¿cómo enseñará a otro a no devolver mal por mal cuando se complace en vengarse del que le hace daño?

San Cirilo.El Señor quiere además que nos desprendamos de las cosas. Y prosigue: "Y al que te quitare la capa, no le impidas llevar también la túnica". Esta es la virtud del alma, que en un todo se opone a la pasión de la codicia. Conviene que el que es bueno se olvide también de las injurias, porque en aquellas cosas en que favorecemos a nuestros amigos más íntimos, debemos favorecer a nuestros enemigos.

Crisóstomo, in Mat hom 18. No dijo, pues: lleva con paciencia las furias del que te ofende, sino: procede con sabiduría, y así te dispondrás a sufrir todo lo que otro quiera hacerte; superando la insolencia de él con la abundancia de tu prudencia para que, avergonzándose de tu excelente paciencia, se retire. Pero dirá alguno: ¿Cómo puede ser esto? Cuando ves que el Señor se ha hecho hombre y ha padecido tanto por ti, ¿aún preguntas y dudas cómo es posible perdonar las injurias de tus hermanos? ¿Quién ha sufrido tanto como tu Señor, que fue aprisionado, azotado, recibió salivazos y sufrió la muerte? De donde prosigue: "Da a todos los que te pidieren".

San Agustín, de serv. Dom. 1, 40. No dice, da todas las cosas al que pida, sino da lo que justa y buenamente puedas; esto es, lo que no te perjudique a ti ni a otro, en cuanto el hombre pueda conocerlo y juzgarlo; y al que justamente negares lo que pide, has de hacerle ver la justicia, y tal vez será mejor lo que estés dando, corrigiendo al que pide cosas injustas.

Crisóstomo, hom 3 de Lázaro. En esto pecamos no poco; no solamente no dando a los que piden, sino vituperándolos diciendo: ¿Por qué no trabaja? ¿Por qué se ha de sustentar el ocioso? Dime, ¿y tú eres rico porque trabajas? Y si trabajas, ¿lo haces para vituperar a otros? ¿Y por un pan y una túnica le llamas codicioso? ¿No das? Pues no le vituperes. ¿Por qué no te compadeces, y disuades a los que quieren dar? Si diéremos indiferentemente a todos siempre nos compadeceríamos; porque Abraham recibía a todos, recibió también a los ángeles. Y aun cuando sea un homicida, o un ladrón, ¿no le consideras como digno de tener pan? No seamos, pues, censores severos de los demás, para no ser juzgados también nosotros con rigor.

Prosigue: "Y al que tomare lo que es tuyo, no se lo vuelvas a pedir".

Crisóstomo, hom 10 in Epist. 1 ad Cor. De Dios recibimos todas las cosas; y cuando decimos mío y tuyo, pronunciamos palabras sin sentido. Y cuando dices que la casa es tuya, pronuncias una palabra que carece de sentido. Porque el aire, y el suelo, y el cemento es del Creador; y aun tú mismo que construiste la casa. Es dudoso si aún el uso de esas cosas te pertenece, no sólo porque te puedes morir, sino también por las diversas eventualidades de la vida. La vida no te pertenece, ¿a qué título han de ser tuyas las riquezas? Quiere Dios, sin embargo, que los bienes que te ha confiado para tus hermanos sean tuyos; y tuyos serán, si para ellos los dispensares; mas si te prodigas a ti mismo las cosas que son tuyas, ya no serán tuyas, sino ajenas. Pero los hombres muchas veces se pelean por la codicia nefanda de las riquezas ante los tribunales, contra lo que dice Jesucristo: "Y al que tomare lo que es tuyo no se lo vuelvas a pedir".

San Agustín, de serv. Dom. 2, 36. Lo que dice el Señor respecto del vestido, de la casa, de la hacienda, del jumento, generalmente lo dice refiriéndose a todas las cosas. No conviene que el cristiano posea a su siervo como posee el caballo y el dinero. Si un criado es tratado mejor por ti que por otro que quiere quitártelo, no sé si alguien se atreva a decir que debes dejarlo ir.

Crisóstomo. Hay en nosotros una ley natural, por medio de la cual distinguimos la virtud del vicio; por lo que sigue: "Y lo que queréis que hagan a vosotros los hombres, eso mismo haced vosotros a ellos". Como son dos los caminos que conducen a la práctica de la virtud, a saber, abstenerse del mal y obrar el bien; establece esta última, que contiene también la otra. Y sinceramente, si hubiese dicho: "Para que seáis hombres, amad a las bestias", sería un mandato difícil; pero mandándonos amar a los hombres, según nuestra inclinación natural, ¿dónde está la dificultad de esta ley, observada por los leones y los lobos, a quienes inclina a amarse el natural parentesco? Se manifiesta, pues, que Jesucristo no ha mandado ninguna cosa superior a nuestra naturaleza sino que enseña, lo que grabó en nuestra conciencia, para que sea ley para nosotros, para que si queremos que se compadezcan de nosotros, nos compadezcamos también del prójimo.

LUCAS 6,32-36

9632 (Lc 6,32-36)

"Y si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? Porque los pecadores también hacen eso. Y si hiciereis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tendréis? Porque los pecadores también hacen esto. Y si prestarais a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tendréis? Porque también los pecadores prestan unos a otros, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos: haced bien, y dad prestado, sin esperar por eso nada: y vuestro galardón será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque El es bueno, aun para los malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso". (vv. 32-36)

Crisóstomo, hom 1 in Epist. ad Col. El Señor había dicho que debemos amar a los enemigos. Para que no se crea que esto se dijo hiperbólicamente, pensando que sólo se les decía para aterrarlos, añade la razón de esto, diciendo: "Y si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis?", etc. Muchas son las causas que producen el amor; pero el amor espiritual aventaja a todos los amores. Ningún miramiento humano puede producirle, ni la utilidad, ni el beneficio, ni la naturaleza, ni el tiempo, sino que baja del cielo. ¿Por qué te admiras si no necesita de favor para subsistir, y cuando no es pervertido por la enfermedad de los malvados? Un padre, cuando sufre injurias, rompe la alianza del amor; una consorte, después de la riña, abandona a su marido; un hijo, si ve a su padre muy anciano, se entristece; mientras que San Pablo iba a hacer bien a los que le apedreaban (Ac 14) y Moisés, apedreado por los judíos, ora por ellos (Ex 17) Respetemos, pues, las amistades espirituales, porque son indisolubles. Después, reprendiendo a los indolentes, añade: "Porque los pecadores también aman a los que los aman a ellos"; como diciendo: Porque quiero que vosotros hagáis algo más perfecto, no solamente os mando que améis a los amigos, sino también a los enemigos; hacer bien a los bienhechores, es común a todos. Da a conocer el Señor que pide un poco más que lo que acostumbran hacer los pecadores que sólo aman a sus amigos. De donde prosigue: "Y si hiciereis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tendréis?".

Beda. No solamente reprende el amor y el beneficio de los pecadores, como destituido de mérito, sino también el mutuo, de donde prosigue: "Y si prestarais a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tendréis? porque los pecadores también negocian con los pecadores -esto es, prestan- para recibir beneficios iguales".


San Ambrosio. La filosofía distingue tres clases de justicia: una respecto de Dios, que se llama piedad; otra respecto de los parientes y el resto de la humanidad, y la tercera respecto de los muertos, para que les paguen los derechos de las exequias. Pero nuestro Señor Jesucristo, elevándose sobre los oráculos de la ley y el testimonio de los profetas, enseñó a obrar con caridad respecto de aquellos que hacen daño, cuando añade: "Amad a vuestros enemigos", etc.

San Crisóstomo, in Gen. hom 58. En lo cual más bien te favoreces a ti que a él. Porque él sólo es amado por un compañero suyo, pero tú te haces semejante a Dios. Es un acto grande de virtud colmar de beneficios a los que quieren hacernos daño, por lo que sigue: "Y haced bien". Así como el agua apaga el fuego de un horno encendido, así también la razón, con su calma, apaga los furores de los demás. Lo que es el agua respecto del fuego, esto es, la humildad y la mansedumbre respecto de la ira; y así como el fuego no se apaga por medio del fuego, así la ira no se apaga por medio de la ira.

San Gregorio Niceno, orat. 1 contra usurarios. El hombre debe evitar el celo que pueda dañar a otros y no debe exigir del que carece de riquezas aumentos de oro ni de plata, porque exigiría un fruto de metales, que son estériles; por lo que sigue: "Y dad prestado, sin esperar por eso nada", etc. Si alguno considera como robo, o como homicidio, la exagerada exigencia de los que prestan, no pecará. Porque ¿qué diferencia hay entre poseer un robo, horadando la pared, y poseer ilícitamente lo que la usura toma a los necesitados?

San Basilio. Tal modo de avaricia se llama en griego tocos, que procede de la palabra parir, por fecundidad del mal. Los animales -con el transcurso del tiempo- nacen, crecen y paren; pero el dinero de los usureros empieza a producir apenas sale de sus manos. Los animales que paren más pronto, dejan de parir también pronto; pero la codicia de los avaros, cuanto más tiempo tiene, más crece. Los animales, en cuanto transmiten a sus hijos la fecundidad, dejan de parir; pero el dinero de los avaros procrea nuevos frutos y renueva los precedentes. No te acerques, pues, a la bestia mortífera. ¿Qué ventaja resulta de evitar la pobreza de hoy, si ha de volver después aumentada? Medita ya cómo has de pagar. ¿Cómo podrá aumentarse tanto en tus manos el capital, que una parte remedie tu necesidad, otra represente el capital, y además produzca para el usurero? Pero dirás: ¿Cómo adquiriré lo necesario para comer? Trabaja, sirve, y últimamente pide limosna; todo es más llevadero que vivir de prestado. El rico, por otra parte, dirá: ¿Cómo puede llamarse préstamo aquello que carece de esperanza de retribución? Medita la virtud de la palabra, y admirarás la piedad de su autor. Cuando das al pobre, en virtud de la divina caridad, haces a la vez un préstamo y una donación. Donación, en cuanto que no esperas retribución alguna; y préstamo, por la misericordia de Dios, que paga siempre con creces, por aquél, de donde prosigue: "Y vuestro galardón será grande". ¿No quieres que el Omnipotente esté obligado a restituirte? ¿O aceptas la fianza de cualquier ciudadano rico, y repudias a Dios como fiador de los pobres?

Crisóstomo, in Genesim sub finem hom 3. Observa la naturaleza admirable del préstamo. El uno recibe, y otro se obliga a pagar la deuda, devolviendo el ciento por uno en la vida presente, y en la otra la felicidad eterna.

San Ambrosio. Tal es la recompensa de la misericordia, que da el derecho de la adopción divina. Pues sigue: "Y seréis hijos del Altísimo". Practica, pues, la misericordia para que merezcas la gracia. Inmensa es la benignidad de Dios: llueve sobre los ingratos; y la tierra fecunda no rehusa sus frutos a los malos. Por lo que prosigue, "Porque El es benigno para los ingratos y malos".

Beda. Ya repartiendo los bienes temporales, ya inspirando los celestiales con singular gracia.

San Cirilo.Grande es, pues, el premio de la piedad; porque esta virtud nos hace semejantes a Dios, e imprime en nuestras almas como un sello de la naturaleza sublime. Por lo que sigue: "Sed misericordiosos, como lo es vuestro Padre celestial".

San Atanasio, orat. 4 contra Arian. Lo dice con el fin de que -conociendo nosotros sus beneficios- hagamos nuestras buenas obras, no por los hombres, sino por Dios; por cuanto no debemos esperar el premio de los hombres, sino de Dios.


Catena aurea ES 9620