Catena aurea ES 9718

LUCAS 7,18-23


9718 (Lc 7,18)

Y contaron a Juan sus discípulos todas estas cosas. Y Juan llamó dos de sus discípulos, y los envió a Jesús, diciéndole: "¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?" Y como viniesen estos hombres a El, le dijeron: "Juan el Bautista nos ha enviado a ti, y dice: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?" Y Jesús en aquella misma hora sanó a muchos de enfermedades y de llagas y de espíritus malignos, y dio vista a muchos ciegos. Y después les respondió, diciendo: "Id, y decid a Juan lo que habéis oído, y visto: Que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Y bienaventurado el que no fuere escandalizado en mí". (vv. 18-23)

San Cirilo.Algunos discípulos de San Juan Bautista le referían el milagro que todos los habitantes de la Judea y de la Galilea habían conocido. Por lo que sigue: "Y contaron a Juan", etc.

Beda. No con sencillez, como yo creo, sino disimulando la envidia. Porque ya en otra ocasión se habían quejado diciendo: "Maestro, el que estaba contigo a la otra parte del Jordán, bautiza, y muchos van con El".

Crisóstomo. Nos levantamos mucho más a Dios cuando la necesidad nos obliga. Por eso San Juan, encerrado en la cárcel, envió sus discípulos a Jesús cuando más necesitaban de El. Sigue pues: "Y Juan llamó a dos de sus discípulos y los envió a Jesús diciendo: ¿Eres tú el que ha de venir?", etc.

Beda. No dice: "Tú eres el que ha venido", sino: "Tú eres el que ha de venir". Y éste es el verdadero sentido de esta pregunta: Voy a ser muerto por Herodes y descenderé a los infiernos; mándame a decir si debo anunciarte allí también como te he anunciado sobre la tierra, o si esto no conviene al Hijo de Dios y has de enviar a otro con esta misión.

San Cirilo.Pero tal opinión debe rechazarse. No encontramos en la Sagrada Escritura testimonio alguno por el cual se diga que el Bautista anunció la venida del Salvador en los infiernos. También es verdad que el Bautista conocía las profundidades del misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Así sabía, entre otras cosas, que debía llevar luz a los que habitaban en el infierno, puesto que debía morir por todos, por los vivos y por los difuntos. Pero como las Sagradas Escrituras habían predicho que Jesús vendría como Dios y Señor, otros fueron enviados, como servidores delante de Cristo; por eso era llamado por los profetas Señor y Salvador de todo, que viene o ha de venir, según aquellas palabras del Salmo: "Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Ps 117,26), y que se leen en Abacuc: "El que ha de venir, vendrá pronto y no tardará" (Ha 2,3) Así, pues, el Bautista del Señor, como recibiendo el nombre de la Sagrada Escritura, envía algunos de sus discípulos a preguntar si es El el que viene o el que ha de venir.

San Ambrosio. Pero ¿cómo puede suceder que habiendo dicho ya (Jn 1,29): "Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo", dudase todavía si sería el Hijo de Dios? O era insolencia atribuirle una divinidad que ignoraba, o era perfidia dudar que fuese el Hijo de Dios. Algunos entienden de Juan que era tan gran profeta, que conocía a Cristo; y que no dudaba, como profeta, sino como vate piadoso, no creía que moriría el que había de venir. No dudó en su fe, sino en su piedad, diciendo como San Pedro: "Señor, ten compasión de Ti, no suceda esto" (Mt 16,22)

San Cirilo in Thesauro lib. 2. cap. 4. O pregunta con intención: porque (como precursor) conocía el misterio de la pasión de Jesucristo; mas a fin de que sus discípulos fuesen testigos de la excelencia del Salvador, envía a los más prudentes de entre ellos y les manda que se informen y aprendan de labios del Salvador si es El el que se esperaba. De donde se añade: "Y como viniesen estos hombres a El, le dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, y dice: ¿Eres tú?", etc. Sabiendo, pues, como Dios, el fin que se propuso San Juan al enviar a sus discípulos y la causa de su venida, hizo en aquella ocasión mayores milagros. Por lo que sigue: "Y Jesús en aquella misma hora sanó a muchos de enfermedades", etc. No les dice expresamente: "Yo soy", sino que los lleva a mayor certeza, a fin de que, creyendo en El por la mejor prueba, se vuelvan a aquel que los había enviado. Por lo tanto, no se contentó con responderles por medio de palabras, sino que les contestó por medio de obras. Y sigue: "Y después les respondió, diciendo: Id, y decid a Juan lo que habéis oído y visto". Como diciendo: Referid a Juan lo que habéis oído por medio de los profetas y que habéis visto confirmado por Mí. El hacía entonces lo que los profetas habían dicho que haría. Por lo que sigue: "Los ciegos ven, los cojos andan", etc.

San Ambrosio. Testimonio pleno, en verdad, para que el profeta reconociese al Señor. Habíase anunciado de El (Ps 145,7-8) que el Señor da de comer a los que tienen hambre, levanta a los caídos, liberta a los oprimidos e ilumina a los ciegos; y que reinará eternamente el que hace estas cosas. Todas estas cosas indican que su poder no era humano, sino divino. Además todo esto no se conoció antes del Evangelio o sucedió rara vez. Sólo Tobías recobró la vista, y esto por la medicina que le trajo un ángel, no un hombre; Elías también resucitó a los muertos, pero rogó y lloró, mientras que Jesús mandó; Eliseo consiguió limpiar a un leproso, pero allí no valió su autoridad, sino la representación de un misterio.

Teofilacto. A esto se refieren también estas palabras de Isaías: "El mismo Dios vendrá y nos salvará: Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos: entonces el cojo saltará como un siervo" (Is 35,5)

Beda. Y lo que no es de menos importancia, añade: "Y los pobres reciben el Evangelio"; esto es, los pobres de espíritu, que son iluminados interiormente, para que no haya diferencia alguna entre los ricos y los pobres cuando se predique el Evangelio. Es una prueba de la verdad del Maestro, que sean iguales ante El todos los que por El puedan salvarse.

San Ambrosio. Sin embargo, estos signos son todavía los menores testimonios de la divinidad del Señor. La plenitud de la fe es la cruz del Señor, su muerte y su sepultura. Por lo que añade: "Y bienaventurado es el que no fuere escandalizado en mí". La cruz también podía servir de escándalo a los escogidos; pero no hay testimonio más grande de la divina persona, porque nada parece más superior a la naturaleza humana como haberse ofrecido solo por todo el mundo.

San Cirilo.O quería demostrar con esto que nada de lo que ellos tenían en el fondo de sus corazones podía ocultarse a sus miradas; pues ellos mismos eran los que se escandalizaban de El.

San Ambrosio. Espiritualmente hablando ya hemos dicho que en San Juan se encontraba el tipo de la ley que anunciaba la venida de Jesucristo. San Juan envió sus discípulos al Señor para que concluyesen de instruirse, porque Jesucristo es la plenitud de la ley. Y puede decirse que estos dos discípulos son los dos pueblos, de los que uno es el judío que creyó, y otro el de los gentiles, que también creyó pero fue porque oyó. Estos quisieron ver, porque son bienaventurados los ojos que ven. Y cuando llegó la predicación del Evangelio, y vieron que los ciegos eran iluminados, que los cojos andaban, etc., dirían entonces: "Lo hemos visto con nuestros propios ojos": nos parece que vemos lo mismo que leemos; o al menos en cierta parte de nuestro cuerpo nos parece haber recorrido la pasión de nuestro Señor: porque la fe llega a muchos por medio de pocos. La ley anuncia que Jesucristo había de venir, y el Evangelio dice que ha venido ya.

LUCAS 7,24-28


9724 (Lc 7,24-28)

Y cuando se hubieron ido los mensajeros de Juan, comenzó a decir de Juan a las gentes: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña movida del viento? ¿Mas qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido de ropas delicadas? Ciertamente los que visten ropas preciosas, y viven en delicias, en las casas de los reyes están. ¿Mas qué salisteis a ver? ¿Un profeta? En verdad os digo, y más que profeta. Este es, del que está escrito: He aquí envío mi Angel delante de tu faz, que aparejará tu camino delante de ti; Porque yo os digo que entre los nacidos de mujeres no hay mayor profeta que Juan el Bautista: mas el que es menor en el reino de Dios, es mayor que él". (vv. 23-28)

San Cirilo.El Señor comprendió (como que conocía los secretos de los hombres) que algunos dirían: si hasta hoy San Juan no conoce a Jesús, ¿cómo es que nos lo ha predicado diciendo: He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Jn 1,29)? Para curar este mal que les había acometido, alejó el daño que procedía del escándalo. Por lo que se dice: "Y cuando se hubieron ido los mensajeros de Juan, comenzó a decir a las gentes, refiriéndose a San Juan: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña movida por el viento?" Como diciendo: Os habéis admirado del Bautista y habéis recorrido muchas veces las inmensas distancias del desierto para poder llegar a donde estaba él. En vano habéis hecho esto si habéis creído que era un hombre variable, que pueda compararse a una caña agitada por el viento, pues tal parece ser si dice por ligereza que ignora lo que ha conocido.

Tito Bostrense. No habríais dejado las ciudades para ir al desierto (donde todo falta), si no hubiérais tenido confianza en ese hombre.

Expositor Griego. El Señor dijo todo esto después que se hubieron marchado los discípulos de San Juan. No quiso decirlo cuando ellos estaban delante para que no creyesen que adulaba.

San Ambrosio. El Bautista no es alabado aquí sin razón, porque prefirió la justicia a la vida, y no temió la muerte. Aquí parece que se compara el mundo a un desierto estéril y sin cultivar, en el cual dice el Señor que no debemos marchar por las huellas de los hombres que, vacíos de toda virtud interior, están llenos de pensamientos carnales y orgullosos con la frágil gloria del siglo. Con razón se les compara a una caña, por su exposición a las tempestades del mundo y la vida móvil que los inquieta.

Expositor Griego. El vestido y la prisión son también un testimonio infalible de la vida de San Juan, pues no hubiera sido encerrado en la cárcel si hubiera buscado el favor de los príncipes. Por lo que sigue: "Pero qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido de ropas delicadas? Ciertamente los que visten ropas preciosas, y viven en delicias, en las casas de los reyes están". Da a entender con esto que los que visten bien viven entre las delicias.

Crisóstomo hom. 24 in Epist. ad Hbr. El vestido agradable descompone la rectitud del alma y si un cuerpo rígido y áspero viste esta clase de ropas, concluye por volverse muelle y delicado. Cuando el cuerpo se enerva, también es necesario que el alma sufra detrimento, porque las acciones del cuerpo están en perfecta armonía con las disposiciones del alma.

San Cirilo in Thesaurus, ut sup. ¿Cómo tanta diligencia religiosa para contener las pasiones de la carne podría venir a parar a tanta ignorancia, sino por la veleidad de un espíritu que no busca la austeridad sino las delicias mundanas? Luego si imitáis a Juan porque huye de las delicias, concededle la firmeza que conviene a su continencia. Si, por el contrario, nada más se debe a la honestidad de su vida, ¿por qué, despreciando el culto de lo que es delicado, admiráis a ese salvaje del desierto con grosero vestido de pelo de camello?

Crisóstomo in Mat. hom. 38. Por medio de una y otra cosa nos da a entender el Salvador que San Juan ni se doblegaba fácilmente ni gustaba de la vida regalada.

San Ambrosio. Y aun cuando a la mayoría afemine el cuidado del vestido muelle, sin embargo, parece que aquí se significa otra clase de vestido, a saber, los cuerpos humanos con los que se visten nuestras almas. Así, los vestidos muelles son los placeres y las costumbres regaladas. Por consiguiente, aquellos que deleitan sus miembros con los placeres, desterrados son del reino de los cielos. Los príncipes de este mundo y de las tinieblas se apoderan de ellos, pues éstos son los reyes que dominan a los emuladores de sus obras.

San Cirilo in Thesaurus ut sup. Acaso es inútil excusar en esto a San Juan, puesto que confesáis que es digno de imitación. De donde añade: "¿Mas qué salisteis a ver? ¿Un profeta? En verdad os digo, y más que profeta". Porque los profetas predicaban que Jesús había de venir, pero San Juan no sólo predicó que vendría, sino que indicó que estaba presente, cuando dijo: "He aquí el Cordero de Dios" (Jn 1,29)

San Ambrosio. Es también el más grande de los profetas (o más que profeta), porque en él concluyeron y porque muchos deseaban ver a quien éste vio y a quien éste bautizó.

San Cirilo.Cuando el Salvador hubo hablado del lugar, de los vestidos, y de las gentes que lo seguían, habló de sus costumbres, citando el testimonio del profeta Malaquías, diciendo: "Este de quien está escrito: He aquí que mando a mi ángel".

Tito Bostrense. Llama ángel a un hombre no porque fuese ángel por naturaleza, puesto que era un hombre, sino porque obraba como un ángel, anunciando la venida del Señor.

Expositor Griego. En cuanto dice: "Delante de tu faz", designa la proximidad, pues apareció a los hombres cerca de la venida de Jesucristo. Debe ser considerado más que profeta, así como aquellos que están en la milicia más cerca del rey son considerados como los más dignos y como sus familiares.

San Ambrosio. Preparó el camino al Señor no sólo cuando iba a nacer según la carne, naciendo antes que El y siendo su precursor, sino también precediéndolo en su gloriosa pasión. Por lo que sigue: "Que preparará tu camino delante de ti". Pero si Jesucristo es profeta, ¿cómo puede decirse que San Juan es el mayor de los profetas? Fue el más grande entre los nacidos de mujer no virgen. Fue mayor que todos éstos, con quienes pudo igualarse en el modo de nacer. Por lo que sigue: "Por tanto, yo os digo, que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta, que Juan el Bautista".

Crisóstomo in Mat. hom. 38. Es muy suficiente la palabra del Señor dando testimonio de la supremacía de San Juan entre todos los demás hombres. No obstante, si alguno quiere ver realizado ese oráculo, lo hallará considerando los alimentos que tomaba, la vida que observaba y la excelencia de su alma. Vivía en la tierra como si hubiese bajado del cielo. Casi no tenía cuidado alguno de su cuerpo. Su mente siempre estaba elevada en la contemplación de la otra vida. Unicamente estaba unido con Dios, y separado de todo cuidado de la tierra. Su conversación era severa y agradable, pues cuando hablaba con el pueblo de los judíos, lo hacía varonil y fervorosamente; cuando hablaba con el rey, lo hacía de una manera atrevida; y a sus discípulos hablaba con sencillez. No hacía nada en vano ni inútilmente, sino que todo lo hacía con la mayor prudencia.

Isidoro Abad. También puede decirse que San Juan es el mayor entre los nacidos de mujer, porque ya profetizó desde el vientre de su madre y, cuando todavía estaba en tinieblas, no desconoció la luz que ya había venido.

San Ambrosio. En fin, de tal modo no podía compararse Juan al Hijo de Dios, que se estima inferior a los ángeles. Por lo que sigue: "Mas el que es menor en el reino de Dios, es mayor que él".

Beda. Esta sentencia puede entenderse de dos maneras. O llamó reino de Dios al que todavía no poseemos (en el que viven los ángeles), y en el que cada uno de ellos, por pequeño que sea, es mayor que el primer justo que todavía soporta un cuerpo que oprime a su alma. O bien, por ese reino de Dios ha querido significar la Iglesia de este tiempo y, entonces, el Señor habló de sí mismo, que era menor que Juan por el tiempo de su nacimiento, pero que era mayor que él por la autoridad divina y por el soberano poder. De allí que según la primera exposición, el sentido es éste: "El que es menor en el reino de los cielos, es mayor que él", y según la segunda: "El que es menor, es más grande que él en el reino de Dios".

Crisóstomo ut sup. Y añadió esto para que no tuviesen ocasión los judíos de creer que San Juan era mayor que Jesucristo, en atención a las muchas alabanzas. No creáis, sin embargo, que haya dicho comparativamente que era mayor que Juan.

San Ambrosio. Esta naturaleza es diferente y no debe compararse con las naturalezas humanas. No puede haber comparación alguna entre Dios y el hombre.

San Cirilo.Místicamente, al mismo tiempo que manifiesta la preeminencia de Juan sobre los nacidos de mujer, presenta en contra algo que es mayor, a saber: El que ha nacido Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, pues el reino de Dios es el Espíritu de Dios. Aun cuando por nuestras obras y por nuestras virtudes somos menores que aquellos que conocieron los secretos de la ley (a quienes el Bautista representaba), sin embargo, nosotros llegamos a mayor altura por medio de Jesucristo, cuando nos hacemos partícipes de su naturaleza divina.

LUCAS 7,29-35


9729 (Lc 7,29)

Y todo el pueblo y los publicanos, que le oyeron, dieron gloria a Dios, bautizados con el bautismo de Juan. Mas los fariseos y los doctores de la ley, despreciaron el consejo de Dios, en daño de sí mismos, no siendo bautizados por él. Y dijo el Señor: "¿Pues a quién diré que se semejan los hombres de esta generación, y a quién se parecen? Semejantes son a los muchachos, que están sentados hablando entre sí, y diciendo: Os hemos tocado la flauta, y no bailasteis; os hemos endechado, y no llorasteis. Porque vino Juan Bautista que ni comía pan ni bebía vino, y decís: demonio tiene. Vino el Hijo del hombre que come y bebe, y decís: He aquí un hombre glotón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores. Mas la sabiduría ha sido justificada por todos sus hijos". (vv. 29-35)

Crisóstomo in Mat. hom. 38. Una vez terminada la alabanza del Bautista, se ocupa el Salvador de la culpabilidad grande de los fariseos y de los legistas que no recibieron el bautismo de San Juan, ni aun después de los publicanos. Por lo que añade: "Y todo el pueblo y los publicanos que le oyeron, dieron gloria a Dios".

San Ambrosio in Luc 1, 6. Dios es justificado por medio del bautismo, cuando los hombres se justifican confesando sus propios pecados. Porque todo aquel que peca y confiesa sus pecados delante de Dios, justifica a Dios, confesándolo como vencedor y esperando de El su perdón. Dios es justificado por medio del bautismo, en el cual se encuentran la confesión y el perdón de los pecados.

Eusebio in Lucam 1, 5 praefat. Porque creyeron, justificaron a Dios. Apareció ante ellos como justo en todo lo que hizo. Y los fariseos, menospreciando a San Juan como desobediente, discrepaban del profeta que dice: "Para que seas justificado en tus palabras" (Ps 50,6) De donde prosigue: "Mas los fariseos y los doctores de la ley despreciaron los consejos de Dios", etc.

Beda. Estas palabras se referían a la persona del evangelista o a la del Salvador, como algunos creen, pues dice: "en daño de sí mismos" (o contra sí mismos), lo que significa que el que desprecia la gracia de Dios obra contra sí mismo. O los vitupera de insensatos o ingratos porque no quisieron recibir el consejo de Dios que les había sido enviado. El consejo de Dios es el decreto de salvarnos por la pasión y muerte de Cristo, que los fariseos y los doctores de la ley menospreciaron.

San Ambrosio. Nos guardamos de condenar (como los fariseos) el consejo de Dios, que está en el bautismo de Juan. Este es el consejo que halló el Angel del gran consejo. Nadie desprecia el consejo de San Juan. ¿Quién, pues, rechazará el consejo de Dios?

San Cirilo.Había cierto modo de entretenerse entre los hijos de los judíos. Se dividía una turba de niños en dos partes, para burlarse de las vicisitudes rápidas de la vida presente. Los unos cantaban y los otros se lamentaban. Los que lloraban no se alegraban con los que cantaban, ni los que se alegraban se conformaban con los que lloraban. Después se reprendían mutuamente y vituperaban su falta de simpatía. Que así obró la plebe de los judíos juntamente con sus príncipes, lo declara Cristo, cuando añade: "¿Pues a quién diré que se asemejan los hombres de esta generación, y a quién se parecen? Semejantes son a los muchachos que están sentados en la plaza", etc.

Beda. La generación de los judíos se compara con los niños, porque los doctores tenían antiguamente sus profetas, de quienes se dice: "En la boca de los niños y de los que maman, perfeccionaste la alabanza" (Ps 8,3)

San Ambrosio. Cantaron, pues, los profetas, resultando de sus melodías espirituales los oráculos de la salvación del pueblo. Lloraron para enternecer con sus lamentaciones plañideras los corazones endurecidos de los judíos. Este cántico no se cantaba en el foro ni en las plazas, sino en Jerusalén. Ella es el foro del Señor en la que se publicaban las leyes divinas.

San Gregorio Niceno. El cántico y la lamentación no son otra cosa que un exceso, el uno de alegría, y el otro de tristeza. Sale de los instrumentos músicos cierta melodía simpática, la cual hace que el hombre manifieste sus disposiciones interiores con el movimiento cadencioso de su cuerpo. Por eso dice: "Os hemos cantado con flautas, y no habéis bailado: nos hemos lamentado y no llorasteis".

San Agustín, de quaest. evang. 2, 11. Todas estas cosas se refieren a San Juan y a Jesucristo. Cuando dice: "Nos hemos lamentado y no llorasteis", se refiere a San Juan, cuya abstinencia de comida y de bebida representaba la mortificación de su penitencia. Hablando de esto añade: "Porque vino Juan Bautista, que ni comía pan ni bebía vino; y decís: demonio tiene".

San Cirilo.Se atreven a recriminar a un hombre digno de toda admiración. Llaman poseído del demonio al que mortifica la ley del pecado oculta en sus miembros.

San Agustín, de quaest. evang. 2, 11. En cuanto se dijo: "Os hemos cantado con flautas y no bailasteis", se refiere al mismo Señor, que comiendo y bebiendo con sus apóstoles, prefigura la alegría del reino de Dios. Por lo que sigue: "Vino el hijo del hombre, que come y bebe", etc.

Tito Bostr. No quiso Jesucristo abstenerse de comer y de beber, para no dar ocasión a los herejes, que dicen que las criaturas son malas, y condenan el uso de la carne y el vino.

San Cirilo.¿Cuándo pudieron probar que Jesucristo era comilón? Jesucristo se encuentra en todas partes reprendiendo la intemperancia y aconsejando la modestia. Trataba con los publicanos y los pecadores. Y por esto decían contra El que era amigo de los publicanos y de los pecadores, no pudiendo decir que había caído en pecado, sino que trataba con ellos acerca de la salvación. No se mancha el sol cuando recorre toda la tierra y deja caer sus rayos constantemente sobre sus cuerpos inmundos. Ni tampoco el Sol de Justicia se ofende cuando trata con los malos. Sin embargo, ninguno trate de comparar su propia medida con las excelencias de Jesucristo, sino que cada uno, considerando su propia miseria, evite la compañía de los malos, porque las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.

Prosigue: "Mas la sabiduría ha sido justificada por todos sus hijos".

San Ambrosio. La sabiduría es el Hijo de Dios por naturaleza, y no por ascenso. Se justifica en el bautismo porque no es rechazada con contumacia, sino reconocida por la justicia como un don de Dios. He aquí, pues, en qué consiste la justificación de Dios: en que parece haber transferido sus dones, no a los indignos y a los culpables, sino a los inocentes y a los que son justos y santos por el bautismo.

Crisóstomo. Llama sabios a los hijos de la sabiduría, porque la Sagrada Escritura acostumbra a designar a los malos más por el pecado que por el nombre, y a los buenos hijos, por la virtud que los caracteriza.

San Ambrosio. Dice bien "Por todos", porque la justicia está reservada a todos, a fin de que los fieles sean recibidos y los infieles arrojados.

San Agustín, de quaest. evang. 2, 11. Cuando dice: "Mas la sabiduría ha sido justificada por todos sus hijos", da a entender que los hijos de la sabiduría comprenden que la justicia no consiste en abstenerse ni en comer, sino en tolerar con paciencia la pobreza. No el uso, sino la concupiscencia, es lo que debe reprenderse, con tal que convengas en las clases de alimentos con aquellos con quienes has de vivir.

LUCAS 7,36-50


9736 (Lc 7,36-50)

Y le rogaba un fariseo, que fuese a comer con él. Y habiendo entrado en la casa del fariseo, se sentó a la mesa. Y una mujer pecadora, que había en la ciudad, cuando supo que estaba a la mesa en casa del fariseo, llevó un vaso de alabastro lleno de ungüento: Y poniéndose a sus pies detrás de El, comenzó a regarle con lágrimas los pies, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y le besaba los pies, y los ungía con el ungüento. Y cuando esto vio el fariseo, que le había convidado, dijo entre sí mismo: "Si este hombre fuera profeta, bien sabría quién, y cuál es la mujer que le toca: Porque pecadora es". Y Jesús le respondió diciéndole: "Simón, te quiero decir una cosa". Y él respondió: "Maestro, di". "Un acreedor tenía dos deudores: el uno debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; mas como no tuvieran con qué pagarle, se los perdonó a entrambos. ¿Pues cuál de los dos le ama más?" Respondió Simón y dijo: "Pienso que aquél, a quien más perdonó?" Y Jesús le dijo: "Rectamente has juzgado". Y volviéndose hacia la mujer dijo a Simón: "¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, no me diste agua para los pies; mas ella con sus lágrimas los ha regado y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso, mas ésta, desde que entró, no ha cesado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con óleo, mas ésta con ungüento ha ungido mis pies: por lo cual te digo: perdonados le son sus muchos pecados, porque amó mucho. Mas al que menos se perdona, menos ama". Y dijo a ella: "Perdonados te son tus pecados". Y los que comían allí, comenzaron a decir entre sí: "¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?" Y dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado. Vete en paz". (vv. 36-50)

Beda. Después de haber dicho antes: "Y todo el pueblo y los publicanos, que le oyeron, justificaron a Dios, bautizados con el bautismo de Juan", el evangelista establece con hechos lo que había expresado con palabras, esto es, que la Sabiduría había sido justificada por los justos y los penitentes, diciendo: "Y le rogaba un fariseo", etc.

San Gregorio Niceno hom. de muliere peccatrice. Esta relación encierra un sentido útil: la mayor parte de ellos se creían justos, hinchados con la ilusión de sus vanos sentimientos. Antes que llegue el juicio verdadero se separan a sí mismos, como se separarán los corderos de los cabritos, y rehusan tomar su alimento con la muchedumbre, abominando a todos aquellos que no van a los extremos, sino que ocupan el medio en el camino de la vida. San Lucas, que era más médico de las almas que de los cuerpos, nos muestra al mismo Dios y nuestro Salvador, visitando con bondad a los otros. Por lo que sigue: "Y habiendo entrado en la casa de un fariseo, se sentó a la mesa", no para tomar algo de sus vicios, sino para hacerlo partícipe de su propia justicia.

San Cirilo.Sin embargo, una mujer de vida deshonesta, manifestando un fiel afecto, viene a Cristo para que la libre de toda culpa y le conceda el perdón de todos los pecados cometidos. Prosigue, pues: "Y una mujer pecadora que había en la ciudad, cuando supo que estaba a la mesa, llevó un vaso de alabastro, lleno de ungüento", etc.

Beda. El alabastro es una especie de mármol blanco manchado de varios colores y que suele destinarse a contener perfumes, porque, según se cree, los conserva incorruptos.

San Gregorio, in Evang. hom. 33. Como esta mujer conocía las manchas de su mala vida, corrió a lavarlas a la fuente de la misericordia, sin avergonzarse de que estaban presentes los invitados. Como se avergonzaba mucho interiormente no estimó en nada el rubor exterior. Ved cuánto es un dolor cuando no se avergüenza de llorar en medio de las alegrías del convite.

San Gregorio Niceno. Dando a conocer cuánta era su indignidad, estaba por la espalda, ocultándose de las luces y abrazando los pies, que cubría con sus cabellos y regaba a la vez con sus lágrimas, manifestando así la tristeza de su alma e implorando el perdón. Por esto sigue: "Y postrándose a sus pies detrás de El, comenzó a regarle con lágrimas los pies", etc.

San Gregorio. Con los ojos había apetecido las cosas de la tierra, pero ahora lloraba con los mismos en señal de penitencia. Con sus cabellos que antes había adornado para engalanar su rostro, ahora enjugaba las lágrimas. Por lo que sigue: "Y los enjugaba con los cabellos de su cabeza". Con la boca había hablado palabras de vanidad, pero ahora, besando los pies del Señor, consagra sus labios a besar sus plantas. Por esto sigue: "Y le besaba los pies". Había usado los perfumes para dar buen olor a su cuerpo, pero esto, que hasta aquí había empleado en la inmodestia, lo ofrecía ahora al Señor de una manera laudable. Por lo que sigue: "Y los ungía con el ungüento". Todo lo que había tenido para su propia complacencia ahora lo ofrece en holocausto. Todos sus crímenes los convirtió en otras tantas virtudes, para consagrarse exclusivamente al Señor por medio de la penitencia, tanto como se había separado de El por la culpa.

Crisóstomo in Mat. hom. 6. Así sucedió que esta mujer pecadora se hizo más honesta que las vírgenes, después que se consagró a la penitencia y se dedicó a amar a Dios. Y todo esto que se ha dicho, se hacía exteriormente, pero lo que revolvía su intención, y que sólo Dios veía, era mucho más ferviente.

San Gregorio. Cuando el fariseo vio a esta mujer, la despreció. Y no sólo vituperó a aquella mujer pecadora que había venido, sino también al mismo Jesucristo que la recibía. Por lo que sigue: "Y cuando esto vio el fariseo, que le había convidado, dijo entre sí: Si este hombre fuera profeta, bien sabría quién y cuál es la mujer que le toca". He ahí a ese fariseo, verdaderamente soberbio en sí mismo y falsamente justo, que reprende a la enferma de su enfermedad, y al médico por el socorro. Si esta mujer hubiera venido a los pies del fariseo, la hubiera rechazado con desprecio porque se habría creído manchado con los pecados ajenos, puesto que él no estaba lleno de la verdadera justicia. Así, algunos sacerdotes, porque ejecutan exteriormente algunos actos de justicia, desprecian a sus subordinados y desdeñan a los pecadores de la plebe. Es necesario, pues, que cuando tratemos con los pecadores, nos compadezcamos antes de su triste situación. Porque también nosotros, o habremos caído en los mismos pecados, o podremos caer. Conviene distinguir con cuidado entre los vicios, que debemos aborrecer, y las personas, de quienes debemos compadecernos. Porque si debe ser castigado el pecador, el prójimo debe ser alimentado. Mas cuando ya él mismo ha castigado por medio de la penitencia lo malo que ha hecho, deja de ser pecador nuestro prójimo, porque éste castiga en sí lo que la justicia divina reprende. El Médico se encontraba entre dos enfermos: uno tenía la fiebre de los sentidos y el otro había perdido el sentido de la razón. Aquella mujer lloraba lo que había hecho. Pero el fariseo, enorgullecido por la falsa justicia, exageraba la fuerza de su salud.

Tito Bostrense. El Señor, no oyendo las palabras de este último, sino conociendo sus pensamientos, se da a conocer como Señor de los profetas. De donde prosigue: "Y Jesús le respondió diciendo: Simón, te quiero decir una cosa".

Glosa. Y como dijo esto en contestación a los pensamientos que tenían, el fariseo se mostró muy atento a las palabras del Señor, por lo que sigue: "Y él respondió: Maestro di".

San Gregorio. Le presenta una parábola de dos que tenían deudas, uno de los cuales debía menos y otro más. De donde prosigue: "Un acreedor tenía dos deudores", etc.

Tito Bostrense. Como diciendo: Ni tú tampoco estás libre de deudas. Por lo tanto, si tú debes también, aun cuando sea poco, no te ensoberbezcas, porque tú también necesitas perdón. Hablando del perdón, añade: "Mas como no tuvieran de dónde pagarle, se los perdonó a entrambos".

Glosa. Ninguno puede decir respecto de sí mismo que carece de la deuda del pecado si no consigue el perdón por la gracia divina.

San Gregorio in Evang. hom. 33. Habiendo perdonado la deuda a uno y a otro, es interrogado el fariseo respecto de que cuál de los dos deudores debe estar más agradecido al que les ha perdonado la deuda. Sigue, pues: "¿Cuál de los dos le ama más?". A cuyas palabras el fariseo respondió inmediatamente, diciendo: "Pienso que aquel a quien más perdonó". En lo cual debe advertirse que, mientras el fariseo se condena por sus propias palabras, lleva como frenético la cuerda con que ha de ser atado. Por lo que sigue: "Y Jesús le dijo: Rectamente has juzgado". Se le cuentan las buenas acciones de la mujer pecadora y las malas del que se considera justo sin fundamento. Por lo que prosigue: "Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simeón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa, no me diste agua para los pies; mas ésta, con sus lágrimas, ha regado mis pies".

San Ambrosio. Como diciendo: Es fácil el uso de las aguas, pero no lo es la efusión de las lágrimas. Tú no has empleado lo que es fácil y ésta ha derramado lo que es difícil. Lavando con lágrimas los pies, ha purificado sus propias manchas. Los ha enjugado con sus cabellos, para recibir el premio de sus aflicciones por medio de ellos. Y como con ellos también ha contribuido a los pecados de su juventud, ahora los emplea en su santificación.

Crisóstomo in Mat hom. 6. Así como después de un crudo invierno, aparece la calma de la primavera, así después de la efusión de lágrimas, aparece la tranquilidad y termina la tristeza que ocasionan las culpas. Y así como por medio del agua y del espíritu nos purificamos, así también por medio de las lágrimas y de la confesión. Por esto sigue: "Por lo cual le dijo: que perdonados le son muchos pecados, porque amó mucho". Los que con violencia obraron el mal, también con el mismo fervor se dedican a obrar bien cuando conocen lo mucho que deben.

San Gregorio ut sup. Tanto más se destruye la malicia del pecado cuanto más se abrasa el corazón del pecador en el fuego de la caridad.

Tito Bostrense. Sucede muchas veces que el que ha pecado mucho se purifica por medio de la confesión. Pero el que peca poco, y confiesa por arrogancia, no busca en la confesión el remedio oportuno. De aquí sigue: "Mas al que menos se perdona, menos ama".

Crisóstomo in Mat hom. 38. Necesitamos que nuestra alma sea fervorosa, porque no hay impedimento alguno para que el hombre se engrandezca. Ninguno de los que pecan mucho desespere ni tampoco se duerma el que practique la virtud. Este no debe confiar porque muchas veces le precederá una prostituta, ni tampoco desconfíe aquél, porque es posible que aventaje aun a los más santos. Por esto se añade: "Dijo a ella: Perdonados te son tus pecados".

San Gregorio. He aquí cómo la que vino enferma al Médico se ha curado, pero a causa de su salud, todavía enferman otros. Porque sigue: "Y los que concurrían allí, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?". Pero el Médico celestial no se fija en aquellos enfermos a quienes ve hacerse peores con su medicamento, sino que confirma por una sentencia de misericordia a aquella que había sanado. Por esto sigue: "Y dijo a la mujer: Tu fe te ha hecho salva". Ella no había dudado de poder recibir lo que pedía.

Teofilacto. Después que le hubo perdonado sus pecados, no se detuvo en el perdón, sino que añadió un beneficio. Por lo que sigue: "Vete en paz" (esto es, en justicia), porque la justicia es la paz del hombre con Dios, así como el pecado es la enemistad entre Dios y el hombre. Como diciendo: Haz todo lo que pueda conducir a la amistad de Dios.

San Ambrosio. Acerca de este pasaje hay muchos que tienen cierto escrúpulo, si los evangelistas están o no en contradicción.

Expositor Griego. Cuando los cuatro evangelistas dicen que Jesucristo fue ungido con un ungüento por una mujer, parece, por la cualidad de las personas, por el modo de obrar y por la diferencia de tiempo, que son tres mujeres diferentes. Así San Juan refiere de María, hermana de Lázaro, que seis días antes de la Pascua, ungió los pies de Jesús en su propia casa. San Mateo, después que el Señor ha dicho: "Sabéis que después de dos días se celebrará la Pascua" (Mt 26,2), añade que en Betania, en la casa de Simón el leproso, había derramado una mujer sobre la cabeza del Señor un ungüento y no que había ungido sus pies como María. San Marcos dice lo mismo que San Mateo. En fin, San Lucas refiere esto en medio de su Evangelio y no cerca de la Pascua.

San Juan Crisóstomo asegura que fueron dos estas mujeres: una como refiere San Juan y otra según lo que refieren los demás evangelistas.

San Ambrosio. San Mateo cita a esta mujer derramando perfumes sobre la cabeza del Señor. Por eso no quiso decir pecadora, porque la pecadora, como dice San Lucas, los derramó sobre sus pies. Puede también no ser la misma y entonces no aparece contradicción entre lo que dicen los evangelistas. Para resolver esta cuestión de la diferencia de mérito y de tiempo, se puede decir que aquélla era todavía pecadora y que ésta era ya más perfecta.

San Agustín, De cons. Evang., lib. 2. cap. 39. Yo creo que debe entenderse que fue la misma María la que hizo esto dos veces. Una vez, como dice San Lucas, cuando se acercó primeramente con humildad y lágrimas, mereciendo el perdón de sus pecados. De aquí, San Juan, cuando empezó a hablar de la resurrección de Lázaro, antes que Jesús viniese a Betania, dijo: "Y María era la que había ungido al Señor con un ungüento y la que había enjugado los pies de Jesús con sus cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo" (Jn 11,2) María ya había hecho esto y lo volvió a hacer en Betania, y aunque San Lucas no lo dice, sí lo refieren los otros evangelistas.

San Gregorio, homil. 33, in Evang. En sentido místico, el fariseo, que presume de su falsa justicia, representa al pueblo judío; y la mujer pecadora, que viene llorando a los pies del Señor, representa a la gentilidad convertida.

San Ambrosio in Lucam 1, 3. O leproso es el príncipe de este mundo, y la casa de Simón el leproso es la tierra. Luego el Señor bajó de lo alto a la tierra, porque esta mujer -que figura el alma o la Iglesia- no podía ser sanada. Si Cristo no hubiese venido a la tierra. Con razón toma la especie de pecadora, puesto que Cristo había tomado la forma del pecador. Por eso, si se supone un alma fiel que se acerca a su Dios exenta de pecados vergonzosos y obscenos, observando piadosamente la palabra de Dios, con la confianza de una castidad inmaculada, se elevará hasta la cabeza de Cristo, y la Cabeza de Cristo es Dios (1Co 11) Mas el que no esté a la cabeza de Cristo, que esté a los pies. El pecador a los pies, el justo a la cabeza. Pues toda alma, incluso la que pecó, tiene ungüento.

San Gregorio, hom. 33, in Evang. ¿Qué otra cosa significa el ungüento, sino el olor de la buena opinión? Si hacemos buenas obras con las que perfumemos la Iglesia de buena fama, ¿qué otra cosa hacemos que derramar ungüento precioso sobre el cuerpo del Señor? La mujer aquella estuvo junto a los pies. Nosotros estuvimos contra los pies del Señor, cuando, viviendo en pecado, dilatábamos entrar en sus caminos. Pero si después de nuestros pecados nos convertimos a una verdadera penitencia, entonces estamos detrás de El y junto a sus pies, porque seguimos sus huellas, de las que antes nos apartábamos.

San Ambrosio. Haz tú también penitencia después de tus pecados, acude siempre doquiera que oigas el nombre de Jesús. En cualquier casa donde sepas que entra, date prisa a entrar. Cuando hallares la sabiduría, cuando hallares la justicia sentada en alguna casa, corre a sus pies, esto es, busca el primer grado de la sabiduría y confiesa tus pecados con lágrimas. ¿Y acaso Cristo no lavó sus pies para que nosotros se los lavemos con nuestras lágrimas? ¡Dichosas lágrimas, que no sólo pueden lavar nuestras culpas, sino que también pueden regar los caminos por donde viene a nosotros la gracia del Señor! Las lágrimas derramadas con buena intención no sólo producen el perdón de los pecados, sino también la fortaleza de los justos.

San Gregorio. Regamos con nuestras lágrimas los pies del Señor, cuando nos inclinamos a tener compasión de los siervos más humildes de Dios. Y secamos sus pies con nuestros cabellos, cuando nos compadecemos de sus santos (con quienes estamos unidos por medio de la caridad), con todas aquellas cosas que nos sobran.

San Ambrosio. Extiende también tus cabellos, arroja delante de El todas tus vanidades corporales, que preciosos son los cabellos que pueden ungir los pies de Jesucristo.

San Gregorio. Aquella mujer besaba los pies que había enjugado, lo cual hacemos nosotros también si con celo amamos a los que hemos socorrido con largueza. También puede entenderse por los pies el mismo misterio de la encarnación. Así besamos los pies de nuestro Redentor cuando amamos con todo nuestro corazón el misterio de su encarnación. Ungimos sus pies con el ungüento cuando anunciamos el gran poder de su humanidad con la buena fama de la palabra santa. Sin embargo, el fariseo veía esto con envidia, porque cuando el pueblo judío vio que Jesucristo predicaba a los gentiles, se enfureció por su propia malicia. Por eso es reprendido el fariseo, para hacernos ver en él a aquel pueblo pérfido. Porque aquel pueblo infiel no dio nunca al Señor ni aun lo que estaba fuera de él, mientras que la gentilidad convertida, no sólo dio por El sus bienes, sino que también derramó su sangre. Por esto dijo al fariseo: "No me has dado agua para los pies; mas ésta con sus lágrimas los ha regado". El agua está fuera de nosotros, pero el humor de las lágrimas dentro de nosotros. Aquel pueblo infiel no dio el ósculo al Señor, porque no quiso amar por caridad a quien había servido por temor (y el ósculo es una señal de amor) Una vez llamada la gentilidad, ésta no cesa de besar los pies del Señor, porque constantemente suspira en su amor.

San Ambrosio. Y no es pequeño este mérito, del cual se dice: "Desde que ha entrado no ha cesado de besarme los pies", para que ella no sepa hablar ya sino de la sabiduría, ni amar sino la justicia, ni libar sino la castidad, ni besar sino la pureza.

San Gregorio, hom. 33, in Evang. Pero dice al fariseo: "No ungiste mi cabeza con el óleo". Es decir, el pueblo judío no celebró con dignas alabanzas ni el mismo poder de la divinidad en el cual prometiera creer. "Mas ésta con ungüento ha ungido mis pies", porque cuando la gentilidad ha creído en el misterio de la encarnación, le ha predicado con suma alegría.

San Ambrosio. Bienaventurado aquel que puede ungir los pies de Cristo con óleo. Pero todavía es más bienaventurado el que los unge con ungüento, pues así esparce la esencia de muchas flores reunidas en uno solo. Y probablemente, este ungüento no pudiese ser ofrecido sino sólo por la Iglesia, la cual tiene tiene innumerables flores de diverso olor, y por esto nadie puede amar tanto como aquella que ama por medio de sus hijos. En la casa del fariseo, esto es, en la casa de la ley y de los profetas, no es el fariseo quien se justifica, sino la Iglesia, porque el fariseo no creyó, y ésta creía. La ley no tiene el sacramento para purificar las cosas que están ocultas. Por eso lo que es considerado poco en la ley es consumado en el Evangelio. Los dos deudores son los dos pueblos, obligados al Acreedor del tesoro celestial. No es que debamos precisamente dinero a este acreedor, sino el oro de nuestros méritos y la plata de nuestras virtudes, cuyo valor resulta de la gravedad de su peso, del brillo de la justicia y del sonido de la confesión. No es de poco valor esta moneda, en la cual está grabada la imagen del Rey. ¡Ay de mí, si no tuviere todo lo que he recibido! O, como es muy difícil que uno pueda pagar toda esa deuda al Acreedor, ¡ay de mí, si no le suplico que me perdone la deuda! Pero ¿quién es este pueblo que debe más, sino nosotros, a quienes se ha concedido más? A aquéllos se les dieron los oráculos de Dios, a nosotros se nos dio Emmanuel, nacido de una Virgen (esto es, Dios con nosotros), la cruz del Señor, su muerte y su resurrección. Es, pues, indudable que más debe quien más ha recibido. Según los hombres, ofende más el que debe más. Pero se muda la causa por la misericordia del Señor, de suerte que ame más quien más debió, si llega a conseguir la gracia. Y por eso no habiendo nada que podamos ofrecer dignamente a Dios, ¡ay de nosotros si no lo amamos! Devolvamos, pues, amor por deuda, pues ama más aquel a quien más se ha dado.


Catena aurea ES 9718