Catena aurea ES 9849

LUCAS 8,49-56

9849 (Lc 8,49-56)

Aún no había acabado de hablar, cuando vino uno al príncipe de la sinagoga, y le dijo: "Muerta es tu hija, no le molestes". Mas Jesús, cuando oyó esto, dijo al padre de la muchacha: "No temas, cree tan solamente, y será sana". Y cuando llegó a casa no dejó entrar consigo a ninguno, sino a Pedro y a Santiago, y a Juan, y al padre y a la madre de la muchacha. Todos lloraban y la plañían. Y El dijo: "No lloréis, no es muerta la muchacha, sino que duerme". Y se burlaban de El sabiendo que era muerta. Mas El la tomó por la mano, y dijo en alta voz: "Muchacha, levántate". Y volvió el espíritu a ella, y se levantó luego: y mandó que le diesen de comer. Y sus padres quedaron espantados, a quienes mandó que a nadie dijesen lo que habían visto. (vv. 49-56)

Crisóstomo in Mat. hom. 32. El Señor esperaba oportunamente la muerte de aquella niña para que se divulgase el milagro de su resurrección. Por esta causa anduvo más despacio y habló largamente con aquella mujer, para que expirase la hija del príncipe de la sinagoga, dando lugar a que viniese la noticia de este acontecimiento. Por esto dice: "Aún no había acabado de hablar, cuando vino uno al príncipe de la Sinagoga, y le dijo: Muerta está tu hija, no le molestes", etc.

San Agustín de cons. Evang. 2, 28. Cuando San Mateo refiere que el principe de la sinagoga dijo al Señor, no que su hija iba a morir, sino que estaba muerta; mientras que San Lucas y San Marcos dicen que no había muerto todavía, si bien añaden que vinieron en seguida a anunciar su muerte, no debe verse una contradicción. Sino que debe entenderse que San Mateo, en obsequio a la brevedad, quiso decir más bien que se pidió al Señor la gracia de que hiciese lo que se sabe que hizo, esto es, resucitar a la muerta. Atiende, no a las palabras del padre intercediendo por su hija, sino (lo que es mucho más) a su voluntad. Indudablemente si los otros dos evangelistas, o cualquiera de ellos, hubiere hecho decir al padre lo que dijeron aquellos que vinieron de la casa, a saber, que no molestase ya a Jesús porque la joven había muerto, parecería en cierto sentido que se oponían a su modo de pensar las palabras que escribió San Mateo. Pero no se lee que el mismo padre se uniese a los enviados para impedir al Maestro ir. Por esto el Señor no respondió al que desconfiara, sino que confirmó más la fe del que creía. De aquí prosigue: "Mas Jesús, cuando esto oyó, dijo al padre de la muchacha: Cree tan solamente", etc.

San Atanasio. El Señor exige la fe a aquellos que le invocan, no porque necesite de la ayuda de otros (porque El es el Señor y quien concede la fe), sino para que no se crea que dispensa sus gracias según la acepción de personas. Demuestra que favorece a los que le creen, para que no reciban sus beneficios sin fe y los pierdan por su infidelidad. Quiere que, cuando hace bien, dure la gracia, y cuando cura permanezca inconcluso el remedio.

Teofilacto. Cuando se disponía a resucitar a la muerta, alejó a todos, dándonos a entender que no tenía vanagloria y que nada hacía por ostentación. Así cuando alguno deba hacer milagros, no conviene que esté en medio de muchos, sino solitario y separado de los demás. Por esto sigue: "Y cuando llegó a la casa, no dejó entrar consigo a ninguno, sino a Pedro y Santiago y Juan". Unicamente quiso que entraran éstos, como jefes de sus discípulos y capaces de callar el milagro. No quería, pues, que éste fuese conocido antes de tiempo, acaso por la envidia de los judíos. Así cuando alguno nos tiene envidia, no debemos manifestarle nuestras virtudes, para que no sea mayor la ocasión de su envidia.

Crisóstomo ut sup. No entró consigo a los demás discípulos, excitándolos a que tuviesen mayor deseo y también porque no estaban todavía bien dispuestos. Llevó consigo a Pedro y a los hijos de Zebedeo, para que otros les imiten. También llevó como testigos a los padres de la niña, para que no hubiese quien dijera que el milagro de aquella resurrección era falso. Nótese también que hizo salir de la casa a los que lloraban, manifestando que no eran dignos de presenciar el milagro. Prosigue, pues: "Y todos lloraban y la plañían". Y si entonces los hizo salir, con mayor razón ahora; porque entonces todavía no era evidente que la muerte habría de ser convertida en sueño. Ninguno se burle en adelante infiriendo injuria a la victoria, por la cual Jesucristo venció a la muerte convirtiéndola en un sueño. Para probar esto, añade: "Y El dijo: No lloréis, no es muerta la muchacha, sino que duerme", etc. Manifiesta que todo le era igualmente fácil, devolverla a la vida, como despertarla de un sueño; a pesar de todo, se reían de El. Prosigue, pues: "Y se burlaban", etc. No reprendió ni reprimió la risa, a fin de que esta burla fuese un indicio de la muerte; pues como muchas veces sucede, que después de los milagros, los hombres continúan siendo incrédulos, los previene con sus palabras. Y a fin de disponerlos como por la vista a la fe de la resurrección, toma la mano de la joven. Por esto sigue: "Mas El la tomó de la mano, y dijo en voz alta: Muchacha, levántate". Y habiéndola tenido de la mano, la resucitó. Por esto sigue: "Y volvió el espíritu a ella, y se levantó luego". No le infundió otra alma, sino que restituyó aquélla misma que había espirado. No solamente resucita a la joven, sino que manda se le dé de comer. Sigue: "Y mandó que le dieren de comer", para que no se creyese fantástico lo que acababa de hacer. No es El quien le da de comer, sino que lo manda a los otros; así como dijo en la resurrección de Lázaro (Jn 11,44): "Desatadle", y después le hizo participante en la mesa.

Expositor Griego. Después, a todos los que estaban admirados y a los padres que casi gritaban, les prohibe que publiquen el hecho. Por esto sigue: "Y sus padres quedaron espantados, y les mandó que a nadie dijesen lo que se había hecho". Demostrando así que derrama sus beneficios, pero que no es codicioso de gloria; que lo da todo, no recibiendo nada. El que busca la gloria de sus obras, da con una mano y recibe con otra.

Beda. Místicamente, apenas la mujer fue curada del flujo de sangre, se anuncia la muerte de la hija del príncipe de la Sinagoga, porque, cuando la Iglesia fue purificada de sus vicios, al punto la sinagoga espiró por perfidia y envidia. De perfidia, porque no quiso creer en Jesucristo; de envidia, porque se dolió de la fe de la Iglesia.

San Ambrosio. Aún no creían los criados del príncipe de la sinagoga en aquella resurrección, que Dios había predicho en la ley, y que después cumplió en el Evangelio. Por esto dice: "No lo molestes", considerando que sería imposible el resucitar la muerta.

Beda. O acaso por ellos dicen esto hoy los que ven el estado de la sinagoga totalmente caído, que no creen pueda restaurarse, por lo que no juzgan conveniente rogar por su resurrección; mas lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Por esto el Señor le dijo: "No temas, cree tan solamente y será sana". El padre de la niña representa el congreso de los doctores de la ley, quien si hubiese querido creer, también hubiese podido salvar a la sinagoga que le estaba confiada.

San Ambrosio. Y así cuando vino a la casa eligió a pocos que fueren testigos de la futura resurrección, porque la resurrección no fue creída inmediatamente por muchos. ¿Cuál es la causa de esta diferencia? Antes el hijo de la viuda fue resucitado públicamente, aquí se separa a muchos que quieren presenciar el milagro. Creo que el Señor manifiesta así su bondad, porque aquella viuda, madre de un hijo tísico, no podía sufrir que se tardase. Además, su sabiduría figuraba en el hijo de la viuda la fe pronta de la Iglesia, mientras que en la hija del príncipe de la sinagoga figuraba el pequeño número de los que habían de creer de entre la muchedumbre de los judíos. Finalmente, cuando dijo el Señor: "La muchacha no está muerta, sino que duerme", se burlaban, porque todo el que no cree se burla. Lloren, pues, a sus muertos los que los creen muertos; en donde existe la fe de la resurrección, no hay temor de muerte, sino esperanza de descanso.

Beda. Así la sinagoga, que ha perdido la alegría del esposo, con la que podía vivir, yace, por decirlo así, en medio de los que la lloran, sin comprender siquiera por qué lloran.

San Ambrosio. Tomando el Señor la mano de la muchacha, la resucitó. ¡Dichoso aquel a quien la Sabiduría toma de la mano para introducirle en su casa y mandar que se le dé de comer! Pues el pan del cielo es el Verbo divino; por eso esta Sabiduría, que llenó los altares de los alimentos del cuerpo y la sangre de Dios, dijo: "Venid, comed mis panes, y bebed el vino que he mezclado para vosotros" (Pr 9,5)

Beda. La joven resucitó al momento, porque el hombre vuelve en sí de la muerte del alma desde el instante en que Cristo conforta su mano. Hay algunos que se dan la muerte con sólo el pensamiento secreto del pecado, y para significar que los vivifica, el Señor resucita a la hija del príncipe de la sinagoga. Otros, haciendo el mal en que se complacen, sacan a su muerto como fuera de la ciudad; y demostrando que también puede resucitar a éstos, resucitó al hijo de la viuda, fuera de las puertas de la ciudad. Otros, en fin, por la costumbre del pecado, se corrompen por decirlo así, y se sepultan, y la gracia del Salvador también está pronta a levantar a éstos; y para demostrarlo resucitó a Lázaro, que yacía cuatro días en el sepulcro. Cuanto es más cierta la muerte del alma, tanto más grande debe ser el fervor del penitente; por eso habla suavemente, para resucitar a la joven, tendida en su casa, y habla más fuerte para reanimar al joven llevado de la ciudad; mas para resucitar al que había muerto cuatro días hacía, se esforzó sobremanera, derramó lágrimas, y exclamó en alta voz. Pero aquí también debe advertirse que una ofensa pública necesita de público remedio; mientras que los pecados leves pueden borrarse con la penitencia secreta. La joven que estaba tendida en su casa, resucita con poco esfuerzo; el joven que era llevado fuera de su casa, fue resucitado en presencia de la multitud; y Lázaro, llamado del sepulcro, fue conocido por muchos pueblos.

LUCAS 9,1-6


9901 (Lc 9,1)

Y llamando Jesús a los doce Apóstoles, les dio virtud y potestad sobre los demonios, y para que curasen enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios y a sanar los enfermos. Y les dijo: "No llevéis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tengáis dos túnicas; y en cualquier parte que entrareis, allí permaneced, y no salgáis de allí. Y si no os recibieren, al salir de aquella ciudad, sacudid aun el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos". Y habiendo salido, iban de pueblo en pueblo predicando el Evangelio y curando por todas partes. (vv. 1-6)

San Cirilo.Convenía que los que habían sido constituidos en ministros de las sagradas doctrinas pudiesen hacer milagros para que por ellos se conociese que eran ministros de Dios. Por ello dice: "Y llamando a los doce Apóstoles, les dio virtud y potestad sobre todos los demonios", etc. Con lo que desarmó la alta arrogancia del diablo, que decía alguna vez: "No hay quien pueda contrariarme" (Is 50,8)

Eusebio . Y para que puedan ganarse a todos los hombres, no sólo les da el poder para arrojar los espíritus malos, sino también para que curen cualquier enfermedad en su nombre. De donde sigue: "Y para que sanen las enfermedades".

San Cirilo.Observa aquí que el divino poder del Hijo es superior a la naturaleza humana. Los santos tenían facultad para hacer milagros, no por su naturaleza, sino por la virtud del Espíritu Santo. Además, no podían conceder a otros este poder, porque ¿cómo una naturaleza creada podría tener dominio sobre los dones del Espíritu? Pero nuestro Señor Jesucristo, como es Dios por naturaleza, concede esta gracia a quien quiere, no invocando sobre ellos la virtud ajena, sino infundiendo la de su propio tesoro.

Crisóstomo in Mat. hom. 32. Después que se hubieron fortificado con su trato y adquirieron la competente prueba de su virtud, los envió. Por ello sigue: "Y los envió a predicar el reino de Dios". Con esto no se les confía algo material, como se había confiado a los profetas, que ofrecían la tierra y las cosas terrenas; mas éstos el reino de los cielos y cuanto en él se contiene.

San Gregorio Nacianceno. Enviando a los discípulos a predicar, el Señor les inculcó muchas cosas, cuyo compendio es que sean tan virtuosos, tan constantes y modestos, y (para decirlo brevemente) tan celestiales, que la doctrina evangélica no se propague menos con su modo de vivir que con la palabra. Y por ello son enviados sin dinero, sin báculo y con un solo vestido. En razón a lo que añade: "Y les dice: No llevéis nada para el camino, ni báculo, ni", etc.

Crisóstomo in Mat. hom. 33. Con esto proveía a muchas cosas. En primer lugar, hacía que sus discípulos no fuesen sospechosos; en segundo lugar, los exoneraba de todo cuidado, para que se consagrasen en absoluto a la divina palabra; en tercer lugar, les enseñaba su propia virtud. Pero acaso diga alguno que las demás cosas tienen su razón de ser. Pero no llevar alforja en el camino, ni tener dos túnicas, ni báculo, ¿a qué conduce? Quería alentarlos a toda diligencia, y (por decirlo así) hacía ángeles de hombres, separándolos de todos los cuidados de la vida, para que se fijen sólo en un cuidado, en el de predicar la doctrina.

Eusebio . Les hizo esta recomendación para sustraerlos de todo apego terreno y de todas las solicitudes de la vida. Fiaba en la experiencia de la fe y el celo que de ellos tenía, que no rehusarían el precepto de llevar una vida de extrema pobreza. Convenía que ellos hiciesen cierta compensación, y que recibiendo virtudes saludables, las pagasen con la obediencia a los mandamientos. Y haciéndolos milicia del reino de los cielos, los dispuso para la pelea contra los enemigos, aconsejándoles la práctica de la pobreza. Ninguno que se consagre al Señor debe mezclarse en los negocios seculares (2Tm 2,4)

San Ambrosio. Cómo debe ser quién evangeliza el reino de Dios, se designa en los mismos preceptos evangélicos. Es decir, que no busque el auxilio de los socorros humanos y que, adhiriéndose por entero a la fe, viva convencido de que, cuanto menos busque estos apoyos, más los hallará a mano.

Teofilacto. Así, pues, los envía como mendigos, no queriendo que lleven ni panes, ni cosa alguna de las que muchos necesitan.

San Agustín, de cons. evang. 2, 30. El Señor no quiso que sus discípulos poseyesen, ni llevasen cosa alguna de éstas. No porque no sean necesarias para el sostenimiento de la vida, sino que los enviaba así para demostrar que estas cosas debían serles suministradas por aquellos a quienes anunciasen el Evangelio. Y así seguros, no se cuidasen de poseer, ni de llevar lo necesario a esta vida, ni mucho ni poco. Por eso dijo, según San Marcos: "Sino un bastón" (Mc 6,8), manifestando así que los fieles debían proveer a sus ministros de todo lo necesario, pero no de lo superfluo. Con el emblema de la vara significó esta potestad, cuando dijo: "Nada toméis, en el camino, sino un báculo tan sólo".

San Ambrosio. Los que quieren, pueden interpretar esto en el sentido de que el pasaje describe sólo el estado espiritual de quien se ha despojado, por decirlo así, del vestido del cuerpo -no sólo desechando la potestad y despreciando las riquezas- sino también renunciando a los placeres de la carne.

Teofilacto. Algunos entienden aquello de que los apóstoles no deben llevar ni alforja, ni báculo, ni tener dos túnicas, en el sentido de que no deben atesorar (lo que se da a entender con la alforja, donde se reúnen muchas cosas), ni que deben ser iracundos ni de espíritu triste (lo que significa el báculo), ni que deben ser falsos ni de corazón lleno de dobleces (lo que significan las dos túnicas)

San Cirilo.Pero alguno dirá: ¿De dónde sacarían los apóstoles lo necesario para vivir? Y por esto el Señor añade: "Y en cualquier casa que entréis, allí permaneced, y no salgáis de allí". Como diciendo: que os baste el fruto de los discípulos, los cuales, recibiendo de vosotros las cosas espirituales, ya procurarán de que nada os falte. Los mandó que permaneciesen en una sola casa, para que no sirvan de gravamen al que los hospedase (esto es, abandonándole), y para que no incurran en la nota de glotonería o de veleidad.

San Ambrosio. Dice que es impropio de un predicador del reino de los cielos el corretear por las casas y cambiar los derechos inviolables del hospedaje. Mas para que se sepa que les es debido el hospedaje, les dice también que, si no son recibidos, sacudan el polvo y salgan de la ciudad, cuando prosigue: "Y por los que no os recibieren, salid de su ciudad, y sacudid también el polvo de vuestros pies", etc.

Beda. El polvo se sacude de los pies de los apóstoles en testimonio de su trabajo empleado en venir a la ciudad y de que la predicación del Evangelio haya podido llegar hasta ellos. También se sacude el polvo porque nada reciben (ni aun lo necesario para el sustento) de los que despreciaron el Evangelio.

San Cirilo.Porque es improbable que los que desprecian la predicación saludable y al Padre de familia se muestren muy benignos con sus enviados y pidan sus bendiciones.

San Ambrosio. Enseña también que no es poca remuneración de la buena hospitalidad el que no sólo demos la paz a los huéspedes, sino que si los oprimen algunos pecados, efecto de su veleidad, queden libres de ellos, en atención a que albergaron a los predicadores apostólicos.

Beda. Los que menosprecian la palabra de Dios, o bien por su abandono mal intencionado, o bien por su mala inteligencia, deben ser abandonados, y sobre ellos debe sacudirse el polvo de los pies, para que con vanas acciones (comparables al polvo) no se manchen los pasos del alma casta.

Eusebio . Habiendo preparado el Señor a sus discípulos como si fuesen soldados de Dios, por medio de las virtudes y de los consejos más saludables -enviándolos a los judíos, como doctores y como médicos- obraban según la misión que se les había confiado. Por ello prosigue: "Y habiendo salido, iban de pueblo en pueblo predicando el Evangelio, y sanando por todas partes". Predicando como doctores y probando su doctrina con milagros.

LUCAS 9,7-9


9907 (Lc 9,7-9)

Y llegó a noticia de Herodes el Tetrarca todo lo que hacía Jesús, y quedó como suspenso, porque decían algunos que Juan ha resucitado de entre los muertos; y otros que Elías había aparecido, y otros que un profeta de los antiguos había resucitado, y dijo Herodes: "Yo degollé a Juan: ¿quién, pues, es éste, de quien oigo tales cosas?" Y procuraba verle. (vv. 7-9)

Crisóstomo, in Mat. hom. 46. Pasado mucho tiempo, y no desde el principio, se enteró Herodes de los prodigios que obraba Jesús. Es patente la soberbia del tirano (que no los conoció desde el principio) De donde se dice: "Y llegó a conocimiento de Herodes", etc.

Teofilacto. Herodes era hijo del gran Herodes, que había degollado a los niños; pero aquél era Rey, éste Tetrarca. Preguntaba que quién era Jesús. Y prosigue: "Y quedó como suspenso".

Crisóstomo. Los pecadores temen lo que conocen y lo que ignoran, se asustan de las sombras, sospechan de todo y se estremecen al menor ruido. Tal es, en efecto, el pecado. Sin que nadie reprenda o vitupere a un hombre, él mismo lo da a conocer; sin que nadie lo acuse, él mismo lo condena y hace tímido y cobarde al delincuente. La causa de este temor se pone a continuación cuando dice: "Porque decían algunos".

Teofilacto. Los judíos esperaban la resurrección de los muertos en la vida carnal, en las comidas y las bebidas, siendo así que los resucitados no participarán ya de los actos carnales.

Crisóstomo. Habiendo oído Herodes los milagros que Jesús hacía, dijo: "Yo he degollado a Juan"; lo cual no decía por ostentación -sino para calmar su temor y tranquilizar su perturbado espíritu- recordando que él mismo lo había matado. Y como había degollado a Juan, añade: "Pues, ¿quién es éste?", etc.

Teofilacto. Si es Juan, ha resucitado de entre los muertos y, viéndolo, lo reconocería. Por lo cual sigue: "Y procuraba verle".

San Agustín, de cons. evang. 2, 45. Lucas, narrando esto de la misma manera que San Marcos, no obliga a creer que el orden de los sucesos fuese el mismo. Además concuerda con San Marcos en que hace decir a otros, no a Herodes, que Juan resucitó de entre los muertos. Pero como él dijo que Herodes vacilaba, hay que entender que después de esta vacilación se hallaba consolado en su espíritu por lo que los otros decían, cuando dijo a sus hijos, según narra San Mateo: "Es Juan Bautista, que resucitó de entre los muertos" (Mt 14,2) O estas palabras de Mateo deben interpretarse de tal modo que indiquen que vacilaba todavía.

LUCAS 9,10-17


9910 (Lc 9,10)

Y vueltos los Apóstoles, le contaron cuanto habían hecho: y tomándolos consigo aparte, se fue a un lugar desierto, que es del territorio de Betsaida. Y cuando las gentes lo supieron, le siguieron: y Jesús los recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que lo habían menester. Y el día había comenzado ya a declinar. Y acercándose los doce, le dijeron: "Despide a esas gentes, para que vayan a sus aldeas y granjas de la comarca, se alberguen, y hallen qué comer, porque aquí estamos en un lugar desierto". Y les dijo: "Dadles vosotros de comer". Y ellos dijeron: "No tenemos más de cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar viandas para esta gente". Porque eran como unos cinco mil hombres, y El dijo a sus discípulos: "Hacedlos sentar en ranchos de cincuenta en cincuenta". Y así lo ejecutaron. Y se sentaron todos. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó los ojos al cielo, y los bendijo, y partió y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante de las gentes. Y comieron todos, y se saciaron. Y alzaron lo que les sobró: doce cestos de pedazos. (vv. 10-17)

San Agustín , de cons. evang. 2, 45. San Mateo y San Marcos, con motivo de lo que precede, cuentan cómo fue degollado Juan por Herodes. San Lucas, que ya había hecho mención de los tormentos de Juan, después que contó aquella vacilación de Herodes, sobre quién sería Jesús, añade en seguida: "Y vueltos los apóstoles, le contaron cuanto habían hecho".

Beda. No sólo cuentan lo que ellos habían hecho o enseñado, sino también lo que Juan sufrió, mientras que ellos predicaban. Y son sus propios discípulos, o los de Juan mismo, los que se lo cuentan, como insinúa San Mateo.

San Isidoro. Como el Señor rechaza a los hombres sanguinarios y a los que viven con ellos si no se apartan de sus propios crímenes, después de la muerte del Bautista abandonó a los asesinos y se retiró. Por lo que sigue: "Y tomándoles consigo aparte, se fue a un lugar desierto, que es del territorio de Betsaida".


Beda. Betsaida es una ciudad de Galilea, de donde eran Andrés, Pedro y Felipe, cerca del lago de Genesaret. No hizo esto por temor a morir (como algunos creen), sino perdonando a sus enemigos y para evitar que añadiesen un homicidio a otro, esperando a la vez el tiempo oportuno de su pasión.

Crisóstomo in Mat. hom. 50. No antes, sino después de lo que se le contó, se retiró, manifestando en todo esto la verdad de su carne.

Teofilacto. El Señor se retiró al desierto porque había de hacer el milagro de los panes, para que alguno no dijese que, estando cerca de una población, los habían traído de ella.

Crisóstomo ut sup. O se marchó a un lugar desierto para que nadie lo siguiese. Pero no por esto se retiró la plebe, sino que lo acompañó. Por lo que prosigue: "Y cuando las gentes lo supieron, le siguieron", etc.

San Cirilo.Los unos pedían que los librase de los demonios, los otros lo seguían para que los librase de alguna enfermedad; también había los que se complacían en su doctrina y lo oían con suma atención.

Beda. Mas El, como poderoso y misericordioso Salvador, recibiendo a los fatigados, enseñando a los ignorantes, sanando a los enfermos y dando de comer al hambriento, muestra cuánto se deleita con la devoción de los creyentes. De donde sigue: "Y Jesús los recibió, y les hablaba del reino de los cielos", etc.

Teofilacto. Para que aprendas que la sabiduría consiste en las palabras y en las obras, y que las palabras deben concordar con las obras, y las obras con las palabras. Cuando el día empezaba a declinar, los discípulos comenzaron a tener cuidado por las muchedumbres y a compadecerse de ellas. Por ello, prosigue: "El día había empezado ya a declinar", etc.

San Cirilo.Como ya se había dicho, pedían el remedio de muchos males. Y como los discípulos sabían que con sola la voluntad podía hacerse lo que los enfermos pedían, dicen al Señor: "Despídelos", para que no sufran más. Admiremos la inmensa mansedumbre de Aquel a quien se ruega. No sólo da lo que piden sus discípulos, sino que añade a los que lo siguen los dones de su generosa mano, mandando servirles de comer. De donde sigue: "Dadles vosotros de comer".

Teofilacto. No dijo esto ignorando la contestación de ellos, sino queriendo obligarlos a que dijesen los panes que tenían y así se demostrase por la declaración de ellos el gran milagro, oída de antemano la cantidad de los panes.

San Cirilo.Pero lo que se mandaba a los discípulos era un imposible, porque no tenían más que cinco panes y dos peces. Por ello sigue: "Y ellos dijeron: No tenemos más de cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos y compremos viandas para todas estas gentes".

San Agustín, de cons. evang. 2, 44. En estas palabras recopiló San Lucas la contestación de San Felipe, que dijo: "Doscientos denarios de pan no les basta para que cada uno tome un poco". Y la respuesta de San Andrés que dijo: "Hay aquí un niño que tiene cinco panes de cebada y dos peces", como refiere San Juan (Jn 6,7-9) En efecto, lo que dice San Lucas: "No tenemos más que cinco panes y dos peces", se refiere a la contestación de San Andrés. Y lo que él añade: "A no ser que vayamos y compremos viandas para toda esta gente", parece que se refiere a la respuesta de San Felipe, sino que calló lo de los doscientos denarios, aunque esto puede entenderse también en la respuesta de San Andrés. Porque después de haber dicho: "Hay aquí un niño que tiene cinco panes de cebada y dos peces", añadió: "Pero, ¿qué es esto para tantos?". Lo que equivale a decir: "A menos que nosotros vayamos y compremos víveres para toda esta turba". Esta variedad de las palabras y esta concordancia de los hechos encierran para nosotros la saludable enseñanza de que no se debe buscar en las palabras sino la voluntad de los que hablan y que los historiadores verídicos deben cuidar sobre todo de ponerla en evidencia en sus narraciones, cuando refieren algo del hombre, del ángel o de Dios.

San Cirilo.A fin de ponderar la dificultad del milagro, se habla de una gran muchedumbre de hombres, cuando sigue: "Eran unos cinco mil hombres", sin contar las mujeres y los niños, como refiere otro evangelista (Mt 14) Teofilacto. Enseña el Salvador que es conveniente, cuando damos hospitalidad a alguien, que lo hagamos descansar y le dispensemos toda clase de consuelos. Por ello sigue: "Y dice a sus discípulos", etc.

San Agustín, de cons. evang. 2, 46 . En cuanto a lo que dice aquí San Lucas, que mandó sentar por grupos de cincuenta, San Marcos dice que por grupos de cincuenta y de cien. Esto no implica contradicción, porque el uno dijo una parte y el otro el total. Pero si el uno sólo hablase de cincuenta y el otro de ciento, eso parecería contradictorio, y no sería fácil reconocer que, uno y otro número fueron mencionados. Sin embargo, si uno fuese mencionado por uno y el otro por el otro, ¿quién no convendrá en que, pensándolo bien, debería descubrirse que es así? He dicho esto porque se presentan muchas veces algunas cosas por el estilo, que para los que reflexionan poco y juzgan temerariamente parecen contradictorias y no lo son.

Crisóstomo in Mat. hom. 1. Y como debía creerse que Cristo había venido del Padre, antes de hacernos aquel milagro, miró al cielo. Por ello prosigue: "Y tomando los cinco panes", etc.

San Cirilo.Esto lo hizo así para nuestra instrucción, con el fin de que aprendamos en ello que al principio de la comida, cuando vamos a partir el pan, debemos ofrecerle a Dios y pedir que venga sobre el pan la bendición de Dios. Y prosigue: "Y los bendijo, y los partió".

Crisóstomo in Mat. hom. 50. Se los da a la muchedumbre por medio de sus discípulos, honrándolos así, para que no olviden el milagro que se ha verificado. No hizo de la nada aquellos alimentos para dar de comer a la muchedumbre, a fin de cerrar la boca del maniqueo, el cual dice que es ajena a El toda criatura. Y también para demostrar que El es quien da de comer y el mismo que dijo: "Produzca la tierra" (Gn 1,11) Multiplica también los peces, para dar a entender que no sólo se extiende su dominio a la tierra, sino que también a los mares. Ya había hecho milagros en beneficio de los enfermos, ahora los hace en beneficio de los que no están enfermos, pero que necesitan alimento. Por lo cual sigue: "Y comieron todos y se saciaron".

San Gregorio Niceno orat catequetica magna, cap. 23. El Señor saciaba la gran necesidad de aquellos para quienes ni el cielo llovía maná, ni la tierra, según su naturaleza en aquel sitio, producía qué comer. Pero el beneficio afluía de los graneros inagotables del divino poder. El pan se prepara y se hace en las manos de los ministros y además se multiplica, saciando el hambre de los que lo comen. Tampoco el mar administraba a la necesidad de ellos el alimento de sus peces, sino el que puso los peces en el mar.

San Ambrosio. Consta, pues, que el pueblo fue saciado, no con escaso alimento, sino abundante y multiplicado. Se pudo ver los pedazos -multiplicados sin ser partidos- salir como de un manantial incomprensible de las manos de aquellos que los distribuían, así como los fragmentos intactos deslizarse por sí mismos bajo los dedos de aquellos que los partían.

San Cirilo.Y no se limita a esto el milagro. Por lo cual sigue: "Y alzaron de lo que sobró doce cestos de pedazos". En lo que se da a conocer que las obras de caridad que hacemos por nuestros hermanos merecen una gran recompensa por parte del Señor.

Teofilacto. Y para que aprendamos cuánto puede la hospitalidad y cuánto se aumentan nuestros bienes cuando socorremos a los necesitados.

Crisóstomo in Mat. hom. 50. Hizo que sobrasen, no los panes, sino los trozos, para demostrar que eran los restos de los panes, los cuales se multiplicaron tanto, que sobraron tantos cestos cuantos eran sus discípulos.

San Ambrosio. Místicamente, después que aquélla -que representaba a la Iglesia- fue curada del flujo de sangre, y después que fueron destinados los apóstoles a predicar el reino de los cielos, se da el alimento de la gracia celestial. Pero date cuenta a quiénes se concede. Ni a los que están ociosos, ni a los que residen en la ciudad -como si estuviesen en su sinagoga u ocupando las dignidades seculares-, sino a los que buscan a Jesús en el desierto.

Beda. Después de haber dejado la Judea que, por su falta de fe en las profecías, se había como cortado la cabeza, dispensa el beneficio de su palabra en el desierto de la Iglesia que no tenía esposo. Y una gran multitud de fieles deja las ciudades de su antigua vida y diversas creencias para seguir a Cristo, que se retira a los desiertos de las naciones.

San Ambrosio. Los que no se desalientan son recibidos por Cristo. Y el Verbo de Dios habló con ellos no de cosas terrenas, sino del reino de Dios. Y si llevan en sí las llagas de alguna pasión temporal, les dispensa con largueza la medicina que necesitan. En todas las cosas se observa el orden del misterio, puesto que primero se conceden las medicinas necesarias para curar las heridas por medio del perdón de los pecados, y después se da con abundancia el alimento de la mesa espiritual.

Beda. Alimentó a la muchedumbre cuando ya declinaba la tarde, esto es, cuando ya se acerca el fin de los tiempos, o cuando el Sol de Justicia iba a morir por nosotros.

San Ambrosio. Aunque esta muchedumbre no es alimentada todavía con los manjares más nutritivos. Porque el primer alimento, a manera de leche, son cinco panes; el segundo siete; el tercero el Cuerpo de Cristo, que es el alimento más sólido. Si alguno se avergüenza de pedir pan, que deje todas sus cosas y acuda a la palabra de Dios. Pues cuando alguno empieza a oír la palabra de Dios, empieza a tener hambre. Empiezan los apóstoles viendo de qué tiene hambre. Y si aquéllos que tienen hambre aún no entienden de qué lo tienen, Cristo lo sabe: sabe que no tienen hambre de alimento temporal, sino del alimento de Cristo. Los apóstoles aún no habían comprendido que el alimento del pueblo fiel no era venal; pero Cristo sabía que nosotros seríamos redimidos y que sus banquetes serían gratuitos.

Beda. Todavía no tenían los apóstoles más que los cinco panes de la ley mosaica y los dos peces de uno y otro testamento, los cuales se ocultaban bajo la capa del misterio, como se oculta el agua en los fondos del abismo. Y como son cinco los sentidos corporales, los cinco mil hombres que siguieron al Señor designan a aquellos que, colocados todavía en la vida del mundo, saben hacer buen uso de las cosas exteriores que poseen. Estos se alimentan de cinco panes, porque necesitan todavía ser gobernados por los preceptos de la ley. Pero los que renuncian enteramente al mundo se hacen robustos con el alimento evangélico. Las muchas reuniones de los convidados representan las diversas congregaciones de la Iglesia en toda la tierra, que constituye la Iglesia católica.

San Ambrosio. Este pan que distribuyó Jesús no es otro que la palabra divina. En sentido místico es la predicación de Cristo, que cuando se distribuye se multiplica; y con pocos sermones suministró alimento abundantísimo a todos los pueblos. Nos dio sermones como panes, que se multiplican cuando salen de nuestra boca.

Beda. El Señor no crea nuevas viandas cuando da de comer a la muchedumbre hambrienta, sino que bendijo las que sus discípulos le presentaron. Porque viniendo en carne mortal, no predica más que lo que ya había anunciado. Pero nos demuestra los misterios de la gracia contenidos en las palabras proféticas. Mira al cielo, para enseñarles a dirigir allí el espíritu y a buscar allí la luz de la ciencia. Parte y distribuye aquellas viandas a los discípulos, para que las repartan entre la muchedumbre, a fin de dar a entender que por medio de ellos se proponía distribuir a todo el mundo los misterios de la ley y de los profetas, en virtud de la predicación a que los disponía.

San Ambrosio. No sin razón recogen los discípulos lo que sobra a la muchedumbre, porque las cosas divinas se encuentran con más facilidad entre los escogidos del Señor que entre las gentes del pueblo. ¡Bienaventurado aquel que puede recoger aún lo que sobró a los sabios! Mas ¿por qué razón llenó Jesucristo los doce cestos, sino para cumplir a los judíos lo que ya les había prometido en el salmo, en que se decía: "Que sus manos sirvieron con el cesto" (Ps 80,7)? Esto es, el pueblo, que antes recogía tierra en cestos, trabaje ahora para obtener el pan de la vida celestial por medio de la cruz de Cristo. Y esta gracia no es para pocos, sino para todos. Porque los doce cestos figuran el establecimiento de la fe en cada tribu.

Beda. También se representan por medio de los doce cestos los doce apóstoles y todos los doctores que los siguieron, en el exterior despreciados por los hombres, pero en el interior repletos de las reliquias de un alimento saludable.


Catena aurea ES 9849