Catena aurea ES 12622

JUAN 6,22-27


12622 (Jn 6,22)

Al día siguiente, la gente que estaba en la otra parte del mar vio que no había allí sino un solo barco, y que Jesús no había entrado en el barco con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían ido solos. Y llegaron otros barcos de Tiberíades, cerca del lugar en donde habían comido el pan, después de haber dado gracias al Señor; pues cuando vio la gente que no estaba allí Jesús ni sus discípulos, entraron en los barcos, y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Y cuando le hallaron de la otra parte del mar, le dijeron: "¿Maestro, cuándo llegaste acá?" Jesús les respondió, y dijo: "En verdad, en verdad os digo: Que me buscáis, no por los milagros que visteis, mas porque comisteis del pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, mas por la que permanece para vida eterna, la que os dará el Hijo del hombre. Porque a Este señaló el Padre el Dios". (vv. 22-27)

Crisóstomo in Ioannem hom. 42. El Señor, aun cuando no manifestó a las multitudes de una manera clara cómo había andado por encima del agua, les dio a entender, aunque de una manera velada, lo que había sucedido. Y el evangelista explica esto mismo, diciendo: "El día siguiente, la turba que estaba de la otra parte del mar, vio que Jesús no había entrado en el barco", etc. ¿Qué quería decir esto, sino que sospechaba que había atravesado el mar andando por encima de sus aguas? Y no hay por qué decir que habría ido en otro barco, porque allí únicamente se encontraba una nave, en la que se embarcaron los discípulos, con los cuales no había entrado el Señor.

San Agustín In Ioannem tract., 25. Se les insinuó que se había verificado aquel gran milagro. Vinieron, pues, otros barcos junto a la orilla de aquel lugar en donde habían comido el pan y lo habían seguido las multitudes. Y esto es lo que añade: "Y llegaron otros barcos; etc. y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús".

Crisóstomo in Ioannem hom. 42. Y sin embargo, viniendo ellos después de un milagro tan grande, no le preguntaron cómo había pasado el mar, ni se cuidaron de conocer este milagro. Sigue, pues: "Y cuando le hallaron de la otra parte del mar, le dijeron: ¿Maestro, cuándo llegaste acá?" A no ser que alguno diga que aquí debe entenderse cuándo por cómo. Digno es de notarse en estas palabras la falsedad de aquellas gentes, porque mientras decían: éste es un profeta y se proponían llevárselo y hacerlo rey, cuando lo encontraron no le dijeron nada.

San Agustín, ut supra. He aquí a aquél que en el monte huía de las multitudes, (porque no quería que lo hiciesen rey), hablando con las mismas multitudes, expuesto a que lo detengan y lo proclamen rey. Pero El, después del misterioso milagro, les predica con el fin de saciar sus almas con su palabra, así como había saciado sus cuerpos con el alimento corporal.

Alcuino. El que nos dio ejemplo para que huyésemos de la alabanza y del dominio terrenal, da ejemplo a los que deben enseñar de cómo deben insistir en la predicación.

Crisóstomo in Ioannem hom. 43. Pero la mansedumbre y la bondad no siempre son útiles. Con el discípulo desaplicado y torpe conviene usar del aguijón del estímulo. Esto es lo que hace aquí el Hijo de Dios. Cuando vinieron las multitudes y lo halagaban diciendo: "Maestro, ¿cuándo llegaste acá?", para manifestar que no ambiciona el honor que procede de los hombres, sino que únicamente se propone la salvación de los demás, les contesta reprendiéndoles, no sólo a fin de corregirles, sino queriendo darles a conocer aun lo mismo que pensaban. Prosigue: "Jesús les respondió y les dijo: en verdad, en verdad os digo que me buscáis, no por los milagros que habéis visto", etc.

San Agustín In Ioannem tract., 25. Como diciendo: me buscáis por cosas materiales y no con fines espirituales.

Crisóstomo, ut supra. Después de esta reprensión, les añade la predicación de su celestial doctrina, diciendo: "Trabajad, no por la comida que perece", etc. Como diciendo: Vosotros buscáis la comida temporal y yo he alimentado vuestros cuerpos para que por medio de esta comida busquéis lo que no produce la vida temporal, sino la eterna.

Alcuino. El alimento temporal únicamente robustece la parte material del hombre exterior y no basta recibirlo una vez, sino que es necesario tomarlo diariamente. Mas el alimento espiritual subsiste siempre y produce la saciedad perpetua y la inmortalidad.

San Agustín, ut supra. Insinúa que El mismo es este alimento espiritual, como se evidencia en lo que sigue. Como si dijera: me buscáis por otra cosa; buscadme por mí mismo.

Crisóstomo, ut supra. Pero como algunos gustan vivir de la holganza, abusan de esta palabra; y debemos citarles las palabras de San Pablo (Ep 4,28): "El que robaba, que ya no robe, sino que procure más bien trabajar con sus manos y así tendrá con qué poder remediar las necesidades de la vida". Y él mismo, cuando iba hacia Corinto, se detenía en casa de Aquilas y Priscila y allí trabajaba. (Ac 18) Y diciendo "no os afanéis por el alimento que se pierde", no es que dé a entender que se deba ser perezoso, sino que conviene trabajar y dar a los demás. Esta es la comida que no se pierde. Porque procurar la comida que se pierde es lo mismo que aficionarse a los cuidados del mundo. Y esto lo dice porque aquéllos no se ocupaban de la fe, sino que únicamente querían llenar su vientre sin trabajar y a esto oportunamente lo llamó la comida que se pierde.

San Agustín, ut supra. Así como había dicho a la Samaritana: "Si conocieses quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a El, y te daría un agua viva", así ahora añade (Jn 4,10): "La que os dará el Hijo del hombre".

Alcuino. Cuando recibes el cuerpo de Jesucristo de manos del sacerdote, no atiendas al sacerdote a quien miras, sino a Aquél a quien no ves. El sacerdote es quien administra este alimento, pero no es el autor. El Hijo del hombre se nos da a sí mismo con el fin de permanecer en nosotros y que nosotros permanezcamos en El. No queráis recibir a este Hijo del hombre como recibís a los demás hijos de los hombres, porque Este está separado de los demás por medio de cierta gracia y está fuera del número de todos. Porque este Hijo del hombre es también Hijo de Dios. Esto es lo que añade: "Porque a Este señaló el Padre el Dios". Señalar es tanto como poner un sello, como diciendo: no me despreciéis porque soy el Hijo del hombre; porque así y todo, el Padre me ha distinguido, esto es, me ha dado algo propio para que no me confundiese con el género humano, sino para que éste fuese redimido por mí.

San Hilario De Trin., 1, 8. La naturaleza de los signos lleva consigo la propiedad de explicar la especie impresa en ellos, sin que pierdan nada de sí en el acto de sellar, porque a la vez que reciben cuanto en ellos se imprime, comunican también todo lo impreso. Este ejemplo no tiene suficiente capacidad para poder explicar la generación divina, porque en los signos hay materia previa, diversidad e impresión, por medio de las que se imprimen ciertas semejanzas de otras cosas superiores. Mas el Unigénito de Dios, que se hizo Hijo del hombre por el misterio de nuestra salvación, queriendo dar a conocer que posee en sí mismo la imagen del Padre, dice que ha sido sellado por El. Y por esto puede entenderse que le fue dado poder para que nos preparase el alimento adecuado para conseguir la vida eterna, puesto que llevaba en sí toda la plenitud de la forma del Padre.

Crisóstomo in Ioannem hom. 43. O lo que es lo mismo, señaló: esto es, lo envió con el fin de que nos trajese esta comida, o lo señaló: esto es, lo dio a conocer por medio de su testimonio.

Alcuino. Hablando en sentido espiritual, puede decirse que al día siguiente -esto es, después de la Ascensión de Jesucristo-, estando de pie la multitud -en las buenas acciones y no recostada en las pasiones de la tierra-, espera que venga Jesús a ella. Había una sola nave, y ésta es la Iglesia. Porque las demás naves que vinieron después son las sectas de los herejes, las cuales buscan sus propios intereses y no la gloria de Jesucristo (Ph 2,21) Por esto muy oportunamente se les dice: "Me buscáis porque habéis comido el pan".

San Agustín, ut supra. ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino por los beneficios temporales que les granjea! Uno busca el negocio por la mediación de los sacerdotes, otro huye a esconderse en la iglesia cuando es perseguido por el más fuerte. Apenas si se busca a Jesús por Jesús.

San Gregorio Moralium 23, 26. Por la persona de éstos, el Señor aparta también a los que dentro de su propia Iglesia y habiéndose acercado al El por las sagradas órdenes, no buscan en ellas los méritos de las virtudes, sino la satisfacción de los asuntos del mundo. El haber seguido al Señor después de saciados, equivale a haber recibido de la Iglesia los alimentos necesarios. Y no siguen al Señor por sus milagros, sino por los alimentos, creyendo que cumplen con el deber de la religión ansiando los auxilios corporales, sin que se cuiden del fomento de las virtudes.

Beda. Y aquéllos también que no buscan en la oración las cosas eternas, sino las temporales, buscan a Jesús no por Jesús, sino por alguna otra cosa. Se da a conocer, por tanto, en sentido espiritual, que los conciliábulos de los herejes carecen de la asistencia de Jesucristo y de sus discípulos. Y cuando aquí se dice que han venido otras naves, significa que han brotado de repente otras herejías. Y por la multitud que conoció que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos, se designan aquéllos que, conociendo los errores de los herejes, los abandonan para venir a la verdadera fe.

JUAN 6,28-34

12628 (Jn 6,28)

Y le dijeron: "¿Qué haremos para hacer las obras de Dios?" Respondió Jesús, y les dijo: "Esta es la obra de Dios: que creáis en Aquél que El envió". Entonces le dijeron: ¿Pues qué milagro haces, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras tú? Nuestros Padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer". Y Jesús les dijo: "En verdad, en verdad os digo, que no os dio Moisés pan del cielo. Mas mi Padre os da el pan verdaderamente del cielo. Porque el pan de Dios es aquél que descendió del cielo, y da vida al mundo". Ellos, pues, le dijeron: "Señor, danos siempre este pan". (vv. 28-34)

Alcuino. Entendieron que esta comida que dura hasta la vida eterna era obra de Dios y por esto le preguntan lo que han de hacer para poder conseguir este alimento (esto es, la obra de Dios) Y esto es lo que da a entender respecto de lo que dijo el evangelista: "Y le dijeron: ¿Qué haremos para hacer las obras de Dios?"

Beda. Esto es, ¿qué mandamientos deberemos observar para que podamos cumplir los deseos de Dios?

Crisóstomo in Ioannem hom. 44. Y decían esto, no para aprender y obrar, sino queriendo obligarlo a que les diese a conocer aquella clase de comida.

Teofilacto. Mas Jesucristo, aunque conocía que de nada les aprovechaba, les contestó sin embargo, para utilidad de los demás. Y les dio a conocer (como a todos los demás hombres) cuál es la obra de Dios. Por esto sigue: "Respondió Jesús y les dijo: ésta es la obra de Dios, que creáis en Aquél que El envió".

San Agustín In Ioannem tract., 25. Y no dijo, para que le creáis a El, sino para que creáis en El. Pues el que le cree a El, no cree en El en seguida. Porque los demonios le creían, pero no creían en El y nosotros creemos a Pablo, pero no creemos en Pablo. Por lo tanto, creer en El es amarlo creyendo, y creyendo adorarle, y creyendo ir a El e incorporarse con sus miembros (Ga 3,25) Esta es la fe que el Señor exige de nosotros y que obra por medio del amor. La fe se distingue, pues, de las obras, como dice el Apóstol (Rm 3,28): "Que el hombre se justifica por medio de la fe sin las obras de la Ley". Y hay algunas obras que parecen buenas sin la fe de Jesucristo y no son buenas, porque no se refieren a aquel fin de donde deriva su bondad. Porque el fin de la Ley es Jesucristo, para justificación de todo creyente. (Rm 10,4) Y por tanto, no quiso distinguir la fe de la obra, sino que dijo que la misma fe es la obra de Dios, pues esta misma fe es la que obra por medio del amor. Y no dijo (2Co 3,17): ésta es vuestra obra, sino: ésta es la obra de Dios, a fin de que creáis en El, para que el que se gloría, se gloríe en el Señor. Luego creer en El es comer aquel alimento que permanece hasta la vida eterna. ¿Para qué preparas tu diente y tu vientre? Cree y ya has comido. Mas aunque los invitaba a creer, ellos todavía pedían milagros para creer. Y esto es lo que sigue: "Entonces le dijeron: ¿pues qué milagro haces", etc.

Crisóstomo, ut supra. Nada más opuesto a la razón que decir esto como si no hubiese hecho ningún prodigio, cuando tenían un milagro ante los ojos. Y no le permiten al Señor que elija la clase de milagro que quiera hacer, sino que lo quieren obligar a que no haga ningún otro que no sea aquél que se hizo en beneficio de sus padres. Por esto añaden: "nuestros Padres comieron el maná en el desierto".

Alcuino. Y para que no parezca que era de despreciar el maná en alguna manera, lo ensalzan con las palabras del salmo, diciendo (Ps 78,24): "como está escrito: Pan del cielo les dio a comer".

Crisóstomo, ut supra. Habiendo hecho muchos milagros en Egipto, en el mar Rojo y en el desierto, sólo hacen mención de éste, porque era el que deseaban más por la tiranía del vientre. Y no dicen que Dios hizo esto, para que no parezca que lo comparan con Dios; y no citan a Moisés, para que no se crea que humillan a Jesucristo, sino que adoptan el término medio, diciendo: "nuestros padres comieron el maná".

San Agustín In Ioannem tract., 25. Jesús nuestro Señor hablaba de sí de tal modo, que se hacía superior a Moisés, porque Moisés nunca se había atrevido a decir que daría una comida que no concluiría jamás. Sabía aquella gente todo lo que había hecho Moisés y sin embargo querían ver cosas mayores. De modo que casi puede entenderse que decían al Señor: tú ofreces un alimento que nunca se acaba, y sin embargo, nada haces de lo que hizo Moisés; porque aquél no nos dio panes de cebada, sino maná bajado del cielo.

Crisóstomo in Ioannem hom. 44. El Señor podía haberles dicho que Moisés había hecho otros milagros mayores, pero ahora no era tiempo de hablar de esto, sino de procurar atraerlos al alimento espiritual. Por esto sigue: "En verdad, en verdad os digo, que no os dio Moisés pan del cielo", etc. Porque en realidad el maná no venía del cielo. ¿Y cómo se dice del cielo? Del mismo modo que se dice aves del cielo (Ps 8 Ps 17,14 Si 46): "Tronó el Señor desde el cielo". Dice que aquel pan no era verdadero, no porque hubiese sido falso el milagro del maná, sino porque sólo era figura y no realidad. No dijo: no dio Moisés, sino yo. Y en lugar de Moisés pone a Dios Padre y en vez de maná se ofrece a sí mismo.

San Agustín, ut supra. Como diciendo: aquel maná representaba esta comida (esto es, aquella comida de que os he hablado antes), y todas aquellas cosas eran figuras mías. Habéis amado las figuras y despreciáis lo significado por ellas. Pues Dios concedió el pan que el mismo maná había representado, esto es, a nuestro Señor Jesucristo. Por esto sigue: "Mas el pan de Dios es aquél que descendió del cielo y da la vida al mundo".

Beda. Pero no a los elementos, sino a los hombres que habitan en el mundo.

Teofilacto. Hablaba de sí mismo como pan verdadero, porque lo que principalmente se representa por medio del maná, es el Hijo Unigénito de Dios hecho hombre. Maná es vocablo que significa ¿qué es esto?1 (Ex 26) Porque los judíos, cuando lo veían, se decían asombrados los unos a los otros: ¿qué es esto? Mas el Hijo de Dios hecho hombre es el maná más poderoso y admirable, de modo que a cualquiera se le ocurre preguntar: ¿qué es esto? ¿Y cómo el Hijo de Dios es Hijo del hombre? y ¿cómo puede ser que de dos naturalezas se forme una sola persona?

Alcuino. El, que siendo divino, descendió del Cielo asumiendo la humanidad y para la vida al mundo.

Teofilacto. Y este pan existe como vida según su naturaleza (como Hijo del Padre vivo) Hace obras propias, porque da vida a todas las cosas. Y así como el pan de la tierra conserva la naturaleza débil de nuestra carne, así Jesucristo, por medio de las operaciones del Espíritu, da vida al alma y hace también al cuerpo incorruptible, pues por su resurrección comunica la incorruptibilidad al cuerpo y de aquí el decir que da la vida al mundo.

Crisóstomo, ut supra. No sólo a los judíos, sino a todo el mundo. Mas ellos se fijaban aún en las cosas más bajas. Por esto sigue: "ellos, pues, le dijeron: Señor, dadnos este pan". Y habiendo dicho El: mi Padre es quien da este pan, no le dijeron: ruégale que nos lo dé, sino: dánosle.

San Agustín, ut supra. Y así como la Samaritana, a quien dijo el Señor: "El que bebiere de esta agua nunca volverá a tener sed" (Jn 4,14), tomando esto mismo en sentido material y queriendo ponerse a cubierto de la indigencia, también había dicho: "dame de esta agua"; éstos dicen: "Danos este pan"; que nos alimente y que no falte.

Notas 1. El nombre hebreo man es explicado en Ex 16,15 por la pregunta de los israelitas: man hu, ¿qué es esto? 2. "A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que 'en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente' (Col 2,9) Su humanidad aparece así como el 'sacramento', es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora". (Catecismo de la Iglesia Católica, 515) "Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres". (Catecismo de la Iglesia Católica, 609)


JUAN 6,35-40

12635 (Jn 6,35)

Y Jesús les dijo: "Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no tendrá hambre: y el que en mí cree, nunca jamás tendrá sed. Mas ya os he dicho que me habéis visto, y no creéis. Todo lo que me da el Padre, a mí vendrá, y aquél que a mí viene, no le echaré fuera. Porque descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió. Y ésta es la voluntad de aquel Padre, que me envió: Que nada pierda de todo aquello que El me dio, sino que lo resucite en el último día. Y la voluntad de mi Padre, que me envió, es ésta: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en El tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". (vv. 35-40)

Crisóstomo in Ioannem hom. 44. En lo que sigue el Señor los va a iniciar en el conocimiento de los misterios. En primer término, habla de su divinidad, por lo que les dice: "Y Jesús les dijo: yo soy el pan de la vida". Y no dijo esto refiriéndose a su cuerpo, porque de esto habló más adelante cuando dijo: "el pan que os daré, es mi propia carne". Pero ahora habla de su divinidad, porque su carne es pan por la Palabra de Dios, que se convierte en pan celestial para todo aquél que recibe su mismo espíritu.

Teofilacto. Y no dijo: yo soy el pan de alimento, sino de la vida. Y como todas las cosas estaban muertas, Jesucristo nos da vida por medio de sí mismo. Luego es un pan, no de la vida ordinaria, sino de aquélla que no concluye con la muerte. Por esto añade: "El que a mí viene, no tendrá hambre; y el que en mí cree, nunca jamás tendrá sed".

San Agustín In Ioannem tract., 25. El que viene a mí, esto es, el que cree en mí. Y cuando dijo: no tendrá hambre, debe entenderse esto mismo, y cuando dice que nunca tendrá sed, con una y otra cosa significa aquella saciedad eterna en donde nunca hay hambre.

Teofilacto. No se tendrá sed ni hambre, esto es, de oír la palabra de Dios, ni se cansará, ni será mortificado con sed intelectual, como sucedería cuando no tuviera el agua del bautismo y la santificación por el Espíritu Santo.

San Agustín, ut supra. Vosotros pues deseáis el pan del cielo, el mismo que tenéis a la vista, pero no lo coméis. Por esto sigue: "Mas ya os he dicho que me habéis visto, pero que no me creéis".

Alcuino. Como diciendo: no he dicho esto porque yo piense que seréis saciados con este pan, sino más bien lo digo para que os avergoncéis de vuestra incredulidad, porque veis y no creéis.

Crisóstomo, ut supra. O acaso en aquellas palabras "os he dicho", da a conocer el testimonio de las Escrituras, al cual se había referido antes, cuando decía: "Ellas son las que dan testimonio de mí" (Jn 5,39) Y en otro lugar les había dicho: "porque he venido en nombre de mi Padre, y no me habéis recibido" (Jn 5,43) Y en cuanto a lo que les dijo: "Y que me habéis visto", etc., se refiere, aunque de una manera oculta, a los milagros.

San Agustín, ut supra. No soy yo quien ha perdido al pueblo de Dios, porque vosotros me habéis visto y no me habéis creído. Por esto sigue: "Todo lo que me da el Padre, a mí vendrá, y aquél que a mí viene, no le echaré fuera".

Beda. Dice "Todo" en absoluto para designar la plenitud de los fieles. Porque éstos son los que el Padre da al Hijo, cuando por medio de una inspiración interior les hace creer en el Hijo.

Alcuino. Todo aquél a quien el Padre traiga con el fin de que crea en mí, vendrá a mí por medio de la fe, de tal modo, que a mí se una. Y a todo aquél que venga a mí por medio de la fe y de las buenas acciones, no lo echaré fuera, esto es, habitará conmigo en el secreto de su conciencia limpia y al fin lo recibiré en la eterna bienaventuranza.

San Agustín, ut supra. Aquel interior de donde no se sale fuera es un gran santuario, un dulce apartamiento sin tedio, sin la amargura de los malos pensamientos y sin la interposición de las tentaciones y de los dolores. Del cual se dice: "Entra en el goce de tu Señor" (Mt 25,21)

Crisóstomo, ut supra. En lo que dice: "Todo lo que me da el Padre", demuestra que no es una cosa contingente el creer en Jesucristo, ni se consigue por medio de la sola razón humana, sino que necesita de aquella revelación que procede de lo alto, aun en el alma piadosa que recibe la revelación. Por donde no están exentos de culpa aquéllos a quienes el Padre no da, porque también necesitamos de la voluntad propia para creer. Por medio de esto refuta la incredulidad de aquéllos, manifestando que el que no cree en El se opone a la voluntad del Padre. Mas San Pablo dice que el Hijo los traerá al Padre (1Co 15,24), esto es, cuando entregue el reino a Dios y al Padre. Y así como el Padre cuando da no se priva de nada, así tampoco el Hijo cuando entrega. Y se dice que el Hijo entrega, porque somos llevados al Padre por medio de El, y respecto del Padre se ha dicho: "Por medio del que habéis sido llamados a vivir en sociedad con su Hijo. Y así, el que viene a mí se salvará, porque he venido y he tomado carne en beneficio de éstos" (1Jn 2 1Jn 1,9) Por esto sigue: "Porque descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió". Pero, ¿qué dices?, ¿unas cosas son tuyas y otras cosas son de El? Y para que nadie vaya a pensar cosa parecida, añadió: "Y ésta es la voluntad de aquel Padre que me envió: que todo aquél que ve al Hijo, tenga vida eterna". Y por esto quiere también el Hijo, porque Este da la vida a los que quiere. ¿Qué es, pues, lo que dice? No he venido a hacer más que lo que el Padre quiere, como no teniendo separada mi voluntad de la del Padre; todas las cosas que son del Padre son mías. Pero no dijo esto, porque lo deja para el fin. Y entretanto oculta las cosas superiores.

San Agustín In Ioannem tract., 25. Y por qué no arrojará fuera, lo explica diciendo: "Porque descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió". El alma se separó de Dios porque era soberbia y así por la soberbia fuimos arrojados. Pero volvemos por medio de la humildad, pues el médico, cuando estudia la enfermedad, si cura lo que ha sido producido por una causa y no extirpa la causa misma, manifestará que sólo cura por un poco de tiempo, mas durará la enfermedad mientras no desaparezca la causa. Con el fin de curar las causas de todas las enfermedades (esto es, la soberbia), bajó el Hijo de Dios y se hizo humilde. ¿Por qué, pues, ¡oh hombre! te ensoberbeces? El Hijo de Dios se ha hecho humilde por ti. Pudieras avergonzarte quizá de imitar a un hombre humilde. Imita al menos a un Dios humilde y ésta es la recomendación de la humildad: "No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió". Porque la soberbia hace su propia voluntad y la humildad hace la voluntad de Dios.

San Hilario De Trin., 1,3. Y no dice esto porque hace lo que no quiere, puesto que da a conocer que su obediencia está subordinada a la voluntad del Padre, queriendo El cumplir la voluntad del Padre.

San Agustín , ut supra. Y por tanto, no arrojaré fuera al que viene a mí porque no he venido a hacer mi voluntad. Siendo humilde he venido a enseñar la humildad y el que viene a mí se incorpora conmigo y se hace humilde, porque no hace su voluntad, sino la de Dios; y no será arrojado fuera. Si lo había sido antes, fue porque era soberbio, y a mí no puede venir el que no sea humilde. Lo que se arroja fuera es la soberbia; el que observa la humildad, no se separa de la verdad. Por lo tanto, no arrojará fuera al que viene a El, porque no viene a hacer su voluntad, como manifiesta cuando añade: "Y ésta es la voluntad de aquel Padre que me envió; que nada pierda de lo que me dio el Padre". Le fue dado todo aquél que observa la humildad (Mt 18,14) No hay voluntad en el Padre de que perezca siquiera uno, aunque sea de los más pequeñuelos. De los soberbios puede perecer alguno, pero de los pequeños ninguno perece. Porque si no os hacéis como este pequeñuelo, no entraréis en el reino de la gloria (Mt 18,3)

San Agustín De correptione et gracia, cap. 9. Mas los que en los misterios providentísimos de Dios han sido designados, predestinados, llamados, justificados y glorificados (aun cuando aún no hayan sido regenerados, ni aún nacidos), ya son hijos de Dios y no pueden perecer; y éstos son los que vienen verdaderamente a Jesucristo. Y Jesucristo es quien les da la perseverancia en el bien hasta el fin. Y no se concede ésta sino a aquéllos que no perecerán, porque los que no perseveran, perecerán.

Crisóstomo in Ioannem hom. 44. Respecto a lo que dijo "que nada pierda de todo aquello", no da a entender que necesite cuidar de ellos, sino que dice esto para que obtengan su salvación. Y después que había dicho: "que nada pierda de aquello, y no lo echaré fuera", añade: "Sino que lo resucitaré en el último día". Porque en el día de la resurrección serán arrojados todos los malos, según dice por San Mateo (Mt 22,13): "Cogedlo, y arrojadlo a las tinieblas exteriores". Porque ellos mismos serán los que se perderán, como dice también por medio de San Mateo (Mt 10,28): "Quien puede perder su cuerpo y su alma en el infierno". Y por esto, muchas veces les habla de la resurrección, para que no juzguen la providencia de Dios sólo por las cosas presentes, sino también atendiendo a la otra vida.

San Agustín In Ioannem tract., 25. Y ved cómo habla aquí de aquellas dos resurrecciones: el que viene a mí, resucita ahora, haciéndose humilde en mis miembros; pero lo resucitaré en el último día. Y para probar lo que había dicho: "que todo aquello que el Padre me dio" y respecto de lo que dijo después: "que nada se pierda", añade: "Y la voluntad de mi Padre que me envió, es ésta: que todo aquél que vea al Hijo y crea en El, tenga vida eterna". Antes dijo también (Jn 5,24): "El que oye mi palabra y cree en Aquél que me envió", y ahora dice: "El que ve al Hijo y cree en El". No dijo: y cree en el Padre, porque lo mismo es creer en el Hijo que creer en el Padre, puesto que así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también concedió al Hijo que tuviera vida en sí mismo; (Jn 5,26) para que éste concediera que todo aquél que vea al Hijo y crea en El tenga vida eterna, y creyendo y pasando la vida, pase como aquella primera resurrección. Y como esta vida no es la única, habla también de la segunda: "Y yo lo resucitaré en el último día".

JUAN 6,41-46

12641 (Jn 6,41)

Los judíos, pues, murmuraban de El, porque había dicho: "Yo soy el pan vivo, que descendí del cielo". Y decían: "¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Pues cómo dice éste: que del cielo descendí?" Mas Jesús respondió, y les dijo: "No murmuréis entre vosotros: Nadie puede venir a mí, si no le trajere el Padre que me envió: y yo lo resucitaré en el postrimero día. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados de Dios. Todo aquél que oyó del Padre y aprendió, viene a mí. No porque alguno ha visto al Padre, sino aquél que vino de Dios, éste ha visto al Padre". (vv. 41-46)

Crisóstomo in Ioannem hom. 45. Mas los judíos, creyendo que se trataba de la comida material, no se disgustaron hasta que se convencieron de lo contrario. Por esto dice: "Los judíos, pues, murmuraban de El, porque había dicho: Yo soy el pan vivo", etc. Parece que se disgustaban también porque dijo que había bajado del cielo, pero esto no era lo que producía su disgusto, sino que ya no esperaban saciarse de un alimento corporal. Sin embargo aún lo consideraban porque estaba reciente el milagro y por tanto no lo contradecían abiertamente, sino que manifestaban su disgusto murmurando. Y dice lo que murmuraban cuando añade: "Y decían: ¿No es éste Jesús el hijo de José", etc.

San Agustín In Ioannem tract., 26. Muy alejados estaban éstos del pan del cielo y no sabían experimentar hambre de El, porque este pan supone el hambre del hombre interior.

Crisóstomo, ut supra. Es bien sabido, pues, que aún no conocían su generación admirable. Por eso aún lo llaman hijo de José y sin embargo, no los increpa. Así, no les respondió: no soy hijo de José, puesto que no podían tener conocimiento de su generación prodigiosa. Y si no podían entenderlo claramente cuando hablaba respecto de la generación humana, con mucha más razón no lo comprenderían cuando hablase de otra naturaleza más elevada.

San Agustín, ut supra. Tomó carne de los hombres, pero no a la manera de los demás hombres, porque teniendo Padre en el Cielo, eligió Madre en la tierra, y allí nació sin madre, y aquí sin padre. "Los judíos pues murmuraban de El", etc. ¿Que responde ante tales murmuradores? "No murmuréis entre vosotros". Como si dijese: sé por qué no sentís este hambre y por qué no comprendéis ni buscáis este pan. "Nadie puede venir a mí, si no lo trajere el Padre que me envió". ¡Noble excelencia de la gracia1! Ninguno viene si no es traído. ¿A quién trae y a quién no trae? El porqué, no debéis investigarlo si no queréis errar. Acéptalo y entonces entiéndelo. Y si acaso no has sido traído aún, ruega para que lo seas.

Crisóstomo, ut supra. Aquí se levantan los maniqueos diciendo que nada se deja a nuestra propia libertad, pero esto no destruye lo que en nosotros hay, sino que manifiesta que necesitamos del auxilio divino. Manifiesta pues aquí, que no se refiere a aquél que viene como obligado, sino a aquél que viene venciendo muchas contrariedades.

San Agustín, ut supra. Si a pesar nuestro somos traídos a Jesucristo, se sigue que a pesar nuestro creemos. Luego se nos hace violencia, no se mueve la voluntad. Pero alguno podrá entrar en la Iglesia no queriendo, mas no podrá creer si no quiere, "porque con el corazón se cree en la justicia" (Rm 10,10) Así pues, si viene obligado el que es traído, no cree; y si no cree, no viene; porque no nos encaminamos hacia Jesucristo andando, sino creyendo; y no nos aproximamos a El moviendo el cuerpo, sino por la voluntad del alma. Por tanto, eres traído voluntariamente. ¿Y qué es ser traído voluntariamente? "Complácete en el Señor, y alcanzarás de El lo que pide tu corazón" (Ps 36,4) Hay cierto goce en nuestra alma para la cual es muy satisfactorio aquel pan del cielo. Además, si fue lícito al poeta decir que el placer de cada uno es lo que lo atrae, ¿con cuánta más razón debemos decir nosotros que el hombre es traído a Jesucristo cuando se deleita en la verdad, cuando se deleita en la santidad, cuando se deleita en la justicia y cuando se deleita en la vida eterna? Y todo esto es Jesucristo. Los sentidos del cuerpo tienen sus placeres, ¿el alma carecerá de ellos? Dame un hombre que ama, uno que desea, uno que es fervoroso, uno que tiene hambre, uno que anda con esta solicitud y que tiene sed y que suspira por llegar a la fuente de la vida eterna. Este hombre comprenderá lo que digo. Porque el Señor quiso decir: "a quien el Padre trajere". Si hemos de ser traídos seámoslo por Aquél a quien dice el que lo ama (Ct 1,3): "Tráeme en pos de ti". Pero veamos cómo debe entenderse aquella sentencia. El Padre trae al Hijo a aquéllos que creen en el Hijo porque conocen que Este tiene a Dios por Padre, puesto que Dios Padre engendró al Hijo igual a sí. Y el que piensa y cree en la fe y examina que el Hijo es igual al Padre, en quien cree, es traído por el Padre al Hijo. Arrio pensó que sólo era una criatura; el Padre no lo trajo. Fotino2 dijo: Jesucristo únicamente es hombre; como creyó esto, no lo trajo el Padre. Trajo a Pedro, que dijo: "Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16) Por esto se le contestó: "La carne y la sangre no te han revelado esto, sino mi Padre que está en los Cielos" (Mt 16,17) Esta revelación es la atracción misma. Si atraen aquellas cosas que se revelan a los que se aman entre las delicias terrenas, ¿no atraerá Jesucristo revelado por el Padre? ¿Qué otra cosa mejor desea el alma que la verdad? Pero aquí los hombres tienen hambre, allí serán saciados. Por esto añade: "Y yo le resucitaré en el postrimero día". Como diciendo: será saciado, porque aquí tiene sed y en la resurrección de los muertos yo le resucitaré.

San Agustín De quaest. nov. et vet. testam. qu. 79. O bien atrae el Padre hacia el Hijo por medio de los milagros que hacía por El.

Crisóstomo in Ioannem hom. 45. No es pequeña la dignidad del Hijo si el Padre atrae y El resucita, no separando sus obras de las del Padre, sino manifestando la igualdad que existe entre la virtud y el poder del Padre con su poder. Manifiesta a continuación el modo con que el Padre atrae, diciendo: "Escrito está en los profetas: y serán todos enseñados por Dios". He aquí el honor que concede la fe, puesto que no viene de los hombres, ni por medio de los hombres, sino que deben aprenderla del mismo Dios. Porque un maestro, cuando preside una clase, está dispuesto a comunicar toda su ciencia, para inculcar a todos su enseñanza. Mas si el Señor nos enseña a todos, ¿cómo es que algunos no creen? Y esto se dice respecto de muchos, o sea de todos los que mueren.

San Agustín De praedest. Sanct. cap. 8. Hablamos con propiedad cuando decimos de algún maestro que enseña las letras humanas y está solo en la ciudad: éste enseña aquí todas las letras; no porque todos aprendan, sino porque ninguno de los que allí están aprenden sino de él. Y así decimos con propiedad: Dios manifiesta a todos cómo deben venir a Jesucristo, no porque todos vengan, sino porque no pueden venir de otro modo.

San Agustín In Ioannem tract., 25. Todos los hombres de aquel reino serán enseñados por Dios y no podrán oír estas cosas de los hombres. Y aun cuando aquí oyen de los hombres, lo que comprenden se les concede interiormente, interiormente brilla, e interiormente se les revela. Yo, por ejemplo, lanzo un estrépito de palabras en vuestros oídos, pero si no revela el que está dentro, ¿qué digo? ¿qué hablo? Dice, pues: "Y todos serán enseñados por Dios". Como diciendo: ¿Cómo podéis conocerme, oh judíos, siendo a quienes el Padre no ha enseñado?

Beda. Dice en plural: en los profetas, porque todos éstos estaban llenos de un mismo espíritu. Y aunque vaticinaban cosas diferentes, se encaminaban a un mismo fin, estando los unos conformes con los pensamientos de los otros y con las palabras del profeta Joel: "Serán todos enseñados por Dios".

Glosa. Esto no se encuentra así en Joel, sino de una manera parecida, porque allí se dice: "Hijos de Sion, regocijaos y alegraos en el Señor nuestro Dios, porque os ha dado un doctor" (Jl 2,33) Más expresivo está en Isaías cuando dice: "Yo tomaré a todos tus hijos enseñados por el Señor" (Is 54,13)


Crisóstomo, ut supra. Lo cual es una cosa de verdadera importancia, porque antes aprendían por ministerio humano las cosas que atañen a Dios, y ahora por el Hijo único de Dios y por el Espíritu Santo.

San Agustín De praedest. Sanct. cap. 8 et seqq. Todos los que son enseñados por Dios vienen al Hijo, porque oyeron y aprendieron del Padre por el Hijo. De aquí que añada: "Todo el que oyó del Padre y aprendió, viene a mí". Si el que oyó las cosas del Padre y aprendió viene, en verdad que el que no oyó del Padre no aprendió. La escuela donde el Padre es oído y enseña que se vaya a su Hijo está muy alejada de los sentidos del cuerpo. Porque esta operación no la realiza por los oídos de la carne, sino del espíritu, en donde está el mismo Hijo, dado que es su Verbo por el que el Padre enseña del modo antedicho. Está también el Espíritu Santo, porque hemos aprendido que las operaciones de la Trinidad son inseparables, y se le atribuye esto principalmente al Padre, porque de El es el Hijo y procede de ambos el Espíritu Santo. Y así la gracia que se concede por la divina magnificencia a los corazones humanos por caminos ocultos, no puede ser rechazada por un corazón duro, supuesto que su primer movimiento es quitar la dureza de corazón3. ¿Y por qué enseña a todos para que vengan a Jesucristo, sino porque aquéllos a quienes enseña les enseña por su misericordia y aquéllos a quienes no enseña lo hace porque ellos se hacen acreedores a tal pena? Y si dijéramos que quieren aprender aquellos a los que no enseña, nos responderá: ¿Y dónde están cuando se le dice: "Señor, si tú nos miras, nos darás vida" (Ps 84,7)? Y si Dios no hace que quieran aquéllos que no quieren, ¿por qué ruega la Iglesia por sus perseguidores, conforme a lo que Dios le tiene ordenado? Por tanto, no puede decir alguno: he creído para ser llamado por esta causa, siendo así que la gracia de Dios prepara a aquél que es llamado para que crea.

San Agustín In Ioannem tract., 26. He aquí cómo el Padre atrae enseñando la verdad y no imponiendo la necesidad, porque el atraer es propio de Dios: "Todo el que oyó la voz del Padre y aprendió, viene a mí". ¿Cómo así? ¿Jesucristo nada enseñó? ¿Cómo, si los hombres no vieron a su maestro el Padre, vieron al Hijo? El Hijo, pues, hablaba, pero el Padre enseñaba. Y si yo, siendo hombre, enseño a aquél que ha oído mi palabra, el Padre también enseña a aquél que oye a su Verbo. El mismo da a conocer esto y nos enseña lo que dijo, expresándose a continuación en estos términos: "No porque alguno ha visto al Padre, sino aquél que oyó la voz del Padre". Como diciendo: no sea que acaso, cuando esto os digo, que todo el que ha oído y aprendido del Padre, digáis entre vosotros: nunca hemos visto al Padre; ¿cómo podemos aprender de El? Oídlo de mí mismo. Yo he conocido al Padre, vengo de El, del mismo modo que la palabra es de aquél de quien la concibe, no porque suena y pasa, sino porque se queda con el que habla y atrae al que oye.

Crisóstomo, ut supra. Y en verdad que todos somos hijos de Dios y lo que es muy esencial y propio del Hijo, de esto no habló por la debilidad de los que le oyesen.


Catena aurea ES 12622