Catena aurea ES 12106

JUAN 1,6-8


12106 (Jn 1,6)

Fue un hombre enviado de Dios, que tenía por nombre Juan. Este vino en testimonio, para dar testimonio de la luz, para que creyesen todos por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. (vv. 6-8)

San Agustín, in Ioannem, tract. 2, sparsim.Todo lo que se ha dicho hasta ahora, se refiere a la divinidad de Jesucristo, quien vino a nosotros bajo la forma humana. Y como era hombre en quien Dios se encontraba oculto, fue enviado antes de El un hombre grande, por cuyo testimonio se supiese que era más que hombre. ¿Y quién es éste? "Fue un hombre".

Teofilacto. No un ángel, para que nadie sospechase.

San Agustín, ut sup. ¿Y cómo podía este hombre decir la verdad de Dios? "Fue enviado por Dios".

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 5. No creas que hay algo humano en aquello que es dicho por él, porque no dice lo que es de él, sino lo que es de parte del que lo envía. Por esto es llamado ángel por el profeta, cuando dice: "Yo envío a mi ángel" (Ml 3,1) Es propiedad del ángel no decir cosa alguna de sí mismo. Cuando dice: "Fue enviado", no se refiere a su ser, sino al ministerio que traía. Y así como Isaías fue enviado desde el mundo, y fue hacia el pueblo luego que vio al Señor sentado sobre un solio elevado y excelso, así San Juan fue enviado desde el desierto para bautizar. Por esto dice: "El que me envió a bautizar me dijo: Sobre aquél que veas, etc.".

San Agustín, ut sup. ¿Quién era el llamado? "El que tenía por nombre Juan".

Alcuino. Esto es: gracia de Dios, o en quien habita la gracia, y que dio a conocer al mundo, el primero y con su propio testimonio, la gracia del Nuevo Testamento, esto es, a Jesucristo. Juan quiere decir: "ha sido dado", porque le fue donado por la gracia de Dios no sólo ser precursor sino también bautizar al Rey de los reyes.

San Agustín, in Ioannem, tract. 2. ¿Para qué vino? Vino en testimonio, para dar testimonio de la luz.

Orígenes, in Ioannem, tom. 5. Algunos se esfuerzan en desaprobar los testimonios de los profetas, respecto de Jesucristo, diciendo que el Hijo de Dios no necesita de testimonios, porque tiene en sí suficientes motivos para hacer creer, tanto por sus saludables palabras como por sus milagros. Y el mismo Moisés mereció ser creído por su palabra y sus milagros, no necesitando de otros testimonios. Responderemos a esto que, existiendo muchas causas para creer, los que no se mueven por una demostración, se admiran por otra. Y puede Dios dar muchas pruebas también a los hombres, para que crean en El, que se ha hecho hombre por todos los hombres. Consta, además, que algunos se han visto obligados a admirar a Jesucristo por los testimonios de los profetas, asombrándose de que fueran tantos los que anunciaron con su voz, antes de su venida, el lugar de su nacimiento y otras cosas por el estilo. También debe advertirse, que las prodigiosas virtudes de Jesucristo podían impulsar a creer a los que vivían en su tiempo, pero no del mismo modo hubiesen podido ser atraídos a la misma fe si hubieran vivido después de mucho tiempo. Porque entonces hubiesen podido considerar como fábula lo que acerca de ello se les refiriese. Porque cuando los milagros han pasado, alienta más la fe su consonancia con las profecías. También es preciso decir que algunos han sido honrados por este testimonio dado a Dios. Quiere, pues, privar al coro de los profetas de una gran gloria el que dice que no convenía que ellos diesen testimonio de Jesucristo. Y a éstos debe agregarse San Juan, que da testimonio de la luz.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 5. No porque necesitase testimonio de la luz, sino para dar razón de su venida, nos enseña Juan diciendo: "Para que creyesen todos por él". Así como se hizo carne para que no se perdiesen todos los hombres, así envió delante un mensajero para que oyendo una voz que conociesen, acudiesen con mayor facilidad.

Beda. Pero no dice: para que todos creyesen en él -porque es maldito aquel hombre que confía en el hombre (Jr 17,5)-, sino "para que todos creyesen por él", esto es para que creyesen en la luz por testimonio suyo.

Teofilacto. Y así, si algunos no creyesen, él quedaría suficientemente excusado. Porque así como cuando alguno entra en una casa tenebrosa y no recibe los rayos del sol no debe culpar de ello al mismo sol, así San Juan fue enviado para que creyesen todos; pero si esto no sucede, no es él quien será la causa de ello.

Crisóstomo, ut sup. Como entre nosotros es mayor el que da testimonio que aquél de quien lo da, y más digno de ser creído, para que nadie sospechase esto de San Juan, dice: "No era él la luz, sino que dio testimonio de la luz".

Pero si no repitió con intención las palabras "para dar testimonio de la luz", sería inútil lo que dice, y más bien repetición de la palabra que explicación de doctrina.

Teofilacto. Pero se dirá: luego no podemos decir que San Juan, ni ninguno de los santos, es o ha sido luz. Y si queremos decir que alguno de los santos fue luz, digámoslo sin artículo1 para que si nos preguntan si San Juan es luz, lo concedamos seguramente, sin artículo. Porque si se nos pide con artículo, debemos negarlo, en atención a que San Juan no es la luz principal, sino que se llama luz porque es en virtud de la participación con la verdadera luz que tiene luz.

JUAN 1,9


12109 (Jn 1,9)

Era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. (v. 9)

San Agustín, in Ioannem, tract.2. Ahora da a conocer de qué luz da testimonio cuando dice: "Era la luz verdadera".

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 6. Como el Evangelista había dicho antes acerca de San Juan, que vino y fue enviado para dar testimonio de la luz, con el fin de que quien oiga esto no crea que se habla como más arriba del que da testimonio; y para que no quede sospecha alguna acerca de aquello de que da testimonio, se recoge sobre sí mismo y se eleva hacia la existencia que está sobre todo principio diciendo: "Era la luz verdadera".

San Agustín, ut sup. ¿Y por qué añade verdadera? Porque un hombre iluminado se llama luz, pero la verdadera luz es aquella que ilumina; porque aunque los ojos de nuestro cuerpo se llaman antorchas, si de noche no se enciende una luz, o si no sale el sol por el día, serán en vano aquellas luces. Por esto añade: "Que alumbra a todo hombre", por consiguiente también a San Juan. El mismo iluminaba a aquél por quien quería ser anunciado. Del mismo modo se conoce que el sol ha salido por algún cuerpo iluminado, aunque no lo veamos con nuestros ojos, al igual que aquellos que no tienen buenos los ojos (y no pueden ver el sol), sin embargo, pueden ver una pared iluminada por el sol, o cosa parecida, así todos aquéllos para quienes vino Jesucristo no eran idóneos para verle. Pero reflejó sus rayos en San Juan, y entonces, cuando San Juan confesaba que era iluminado, Aquél que ilumina fue conocido por medio de él. Dice además: "Que viene a este mundo", porque si no hubiera salido de donde estaba, no hubiese sido iluminado; pero hubo de ser iluminado, porque salió de allí en donde el hombre no puede estar iluminado.

Teofilacto. Avergüéncese Maniqueo1, que dice que nosotros somos obra de un creador malo y tenebroso; pues no seríamos iluminados si no fuésemos criaturas del que es la verdadera luz.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 7. ¿Y en dónde se encuentran los que no confiesan a Jesús verdadero Dios?, dado que El es llamado verdadera luz. Pero si ilumina a todo hombre que viene a este mundo, ¿cómo es que tantos existen sin participar de esta luz? Porque no todos han conocido el modo de adorar a Jesucristo. Ilumina, pues, a todos en cuanto de El depende. Pero si algunos, cerrando los ojos de su inteligencia, no quisieron recibir los rayos de su luz, no puede decirse que ellos viven en tinieblas por la naturaleza de la luz, sino por su propia malicia, queriendo privarse a sí mismos del don de la gracia. La gracia se difunde sobre todos y los que no quieren disfrutar de esta gracia deben imputarse a sí mismos su propia ceguera.

San Agustín, Enchir. cap.103. Y cuando dice: "Ilumina a todo hombre", debemos entender que no es que alguno de entre los hombres no sea iluminado, sino que ninguno es iluminado sino por El.

Beda. Ya sea por su talento especial, ya por la sabiduría divina; porque así como ninguno se debe a sí mismo la existencia, así también ninguno puede ser sabio por sí mismo.

Orígenes, hom. 2 in div. loc. No debemos entender que ilumina al hombre que viene al mundo por las causas ocultas de la generación, sino de aquellos que vienen al mundo invisible, espiritualmente, por regeneración de la gracia (que se concede en el bautismo) Por lo tanto, ilumina aquella verdadera luz a los que vienen al mundo de las virtudes y no a los que caen en el mundo de los vicios.

Teofilacto. O de otro modo, la inteligencia que se nos ha concedido para que nos guíe, y que se llama la razón natural, es lo que llamamos luz recibida de Dios; pero algunos la han oscurecido por usar mal de ella.

JUAN 1,10


12110 (Jn 1,10)

En el mundo estaba y el mundo por El fue hecho, y no le conoció el mundo. (v. 10)

San Agustín, in Ioannem, tract.2. La luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, vino aquí por la carne. Porque si hubiera venido sólo por la divinidad, no hubiese podido ser vista por los necios, por los ciegos ni por los malvados, de quienes se ha dicho antes: "Las tinieblas no la comprendieron", por esa razón dice: "En el mundo estaba".

Orígenes, hom. 2 in div. loc. Porque la voz del que habla, cuando cesa de hablar, concluye y se desvanece; así, si el Padre celestial deja de hablar, su Verbo, su efecto (esto es, todo lo creado en el Verbo), no subsiste ya.

San Agustín, ut sup. Y no creas que estaba en el mundo como están la tierra, los rebaños y los hombres; o como están el cielo, el sol, la luna y las estrellas; sino como el artífice que dirige lo que ha hecho. Por cuya razón prosigue: "Y el mundo por él fue hecho". No lo hizo como hace un artífice, que lo que fabrica es extrínseco a quien lo fabrica; mas Dios fabrica en el mundo; confundiéndose con él1 se encuentra fabricando en todas partes y no está ausente de nada. La presencia de su majestad, hace lo que hace y gobierna lo que ha hecho. Así estaba en el mundo como Aquél por quien el mundo fue hecho.

Crisóstomo, ut sup. Y además, como estaba en el mundo pero no era contemporáneo del mundo, añadió: "Y el mundo fue hecho por El". Y de aquí nos conduce de nuevo a la eterna existencia del Unigénito, porque aquél de quien se diga que todo es obra suya, aun cuando careciese de sentido, se vería obligado a confesar que antes de la obra ha existido el autor.

Teofilacto. Esto ahoga también la rabia de Marción2, que decía que era malo el creador de todas las cosas, y de Arrio3, que decía que el Hijo de Dios era criatura.

San Agustín, ut sup. ¿Qué quiere decir, pues, que el mundo fue hecho por El mismo? El cielo, la tierra, el mar y cuanto en ellos se contiene, se llama mundo. Además, en otro sentido, se llama mundo a los amantes del mundo, acerca de lo cual prosigue: "Y el mundo no le conoció". ¿Cómo ni los cielos, ni los ángeles, ni los astros, conocieron a su Creador, a quien confiesan los demonios? Todas las cosas dan testimonio de El; pero ¿quiénes no lo han conocido? Los que amando al mundo se llaman mundo. Amando, pues, al mundo, habitamos con el corazón en el mundo; porque los que no aman al mundo viven en él por la carne, pero con el corazón habitan en el cielo, como dice el Apóstol: "Nosotros somos ciudadanos del cielo" (Ph 3,20) Por tanto, amando al mundo merecieron llamarse mundanos del lugar donde habitan. Como sucede cuando decimos: aquella casa es mala o buena. No vituperamos ni alabamos sus paredes, sino a los que la habitan, así llamamos "mundo" a los que habitan en él amándole.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 7. Los que eran amigos de Dios le conocieron antes de su presencia corporal (o sea de su venida al mundo) Por eso Jesucristo dice: "Abraham, vuestro padre, saltó de gozo pensando en si vería mi día" (Jn 8,56) Cuando, pues, nos interpelan los gentiles diciendo: "¿cómo es que en los últimos días vino a concedernos la salvación habiéndonos descuidado por tanto tiempo?", decimos que antes de esto ya existía en el mundo, y proveía a sus obras, siendo conocido de todos los que eran dignos. Y aun cuando el mundo no le conoció, le conocieron todos aquellos de quienes el mundo no era digno. Y diciendo: "Y no le conoció el mundo" expresa brevemente la causa de su ignorancia. Porque llama mundo a los hombres que se aficionan sólo a él y que saben lo que es del mundo. Y nada perturba tanto la inteligencia como el deleitarse en el afecto de las cosas presentes.

JUAN 1,11-13


12111 (Jn 1,11)

A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, les dio poder de ser hechos hijos de Dios, a aquéllos que crean en su nombre. Los cuales son nacidos no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios. (vv. 11-13)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 8. Dice que el mundo no le conoció, hablando de tiempos anteriores. Pero en cuanto a lo demás, lo refirió al tiempo de su predicación, y por esto dice: "A lo suyo vino".

San Agustín, in Ioannem, tract.1. Esto es porque todas las cosas habían sido hechas por El.

Teofilacto. Se entiende por "lo suyo" al mundo o a Judea, que había elegido por su heredad.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 9. Luego vino a lo suyo, no porque tuviera necesidad de ello, sino por colmar a los suyos de beneficios. ¿Pero de dónde viene el que todo lo llena y en todas partes se encuentra? Todas las cosas las ha hecho por su misericordia. Aún cuando estaba en el mundo, no se creía que estaba porque no se le conocía; por esto se dignó tomar nuestra carne. Llama presencia (o venida) a esta manifestación y condescendencia. Dios, siendo misericordioso, hace todas las cosas para que nosotros brillemos según nuestra virtud. Y por esto en realidad no trae hacia sí a ninguno por violencia ni por necesidad, sino a los que quieren venir por la persuasión y por los beneficios. Y, por tanto, al venir el Señor, unos le aceptaron, pero otros no le recibieron. Pues el Señor no quiere que nadie le sirva obligado o forzado, porque el traer a uno por la fuerza es lo mismo que no servir. Por esto sigue: "Y los suyos no le recibieron".

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 8. El mismo llama ahora suyos a los judíos, como pueblo escogido. Pero llama a todos los hombres, porque todos han sido hechos por El. Como antes decía, avergonzándose por la naturaleza humana, que con el mundo hecho por El no había reconocido a su autor por quien había sido hecho, así ahora se indigna otra vez por la ingratitud de los judíos, y los reprende diciendo: "Y los suyos no le recibieron".

San Agustín, ut sup. Mas si ninguno le recibió, ninguno se ha salvado; porque ninguno puede salvarse sino el que recibe a Jesucristo cuando viene. Y por esto añade: "Mas a cuantos le recibieron".

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 9. Ya sean siervos, ya libres, ya griegos, ya bárbaros, ya necios, ya sabios, ya mujeres, ya hombres, ya niños, ya ancianos, todos son dignos del mismo honor. Por lo que dice: "Les dio potestad de ser hechos hijos de Dios".

San Agustín, ut sup. Gran benevolencia, nació solo y no quiso permanecer solo; no temió tener coherederos, porque su herencia no disminuye aun cuando la posean muchos.

Crisóstomo, ut sup. Y no dijo que los obligó a hacerse hijos de Dios, sino que les dio poder de ser hechos hijos de Dios, manifestando que se necesita de mucho cuidado para que conservemos siempre la imagen de la adopción, que se ha impreso y formado en nosotros por el bautismo. Además nos manifiesta así que a ninguno de nosotros podrá arrebatársele esta gracia, si nosotros no nos privamos de ella. Por tanto, si los que reciben de los hombres el dominio de algunas cosas poseen el dominio de ellas casi tanto como los que se las conceden, mucho más nosotros, que recibimos de Dios esta gracia. También quiere dar a entender que esta gracia se concede a los que la quieren y la buscan. Porque depende del libre albedrío y de la obra de la gracia que los hombres se hagan hijos de Dios.

Teofilacto. Y como en el día de la resurrección conseguiremos ser hijos perfectísimos de Dios, según lo que dice el Apóstol: "Esperando la adopción de los hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo" (Rm 8,23) Nos concedió, pues, el poder de ser hechos hijos de Dios, esto es, de obtener esta gracia en la vida futura.

Crisóstomo, ut sup. Y como en estos mismos bienes inefables es propio de Dios dar la gracia y del hombre prestar su fe, añade: "A los que creen en su nombre". Y ¿por qué no nos dices a nosotros ¡oh Juan! qué castigo tendrán aquellos que no le recibieron? ¿Acaso será mayor para ellos por haber podido hacerse hijos de Dios y haberse privado voluntariamente a sí mismos de tan grande honor? Un fuego inextinguible se apoderará de ellos, como más adelante dice claramente.

San Agustín, ut sup. Y los que creen, por cuanto que se hacen hijos de Dios desde luego nacen hermanos de Jesucristo. Porque si los hijos no nacen, ¿cómo pueden existir? Pero los hijos de los hombres nacen de la carne y de la sangre y de la voluntad del varón y de la unión con su consorte. Cómo nacen los demás, lo dice a continuación: "Los cuales son nacidos no de sangres", como las del marido y de la mujer. Porque "sangres" no es palabra latina, mas como en griego está puesta en plural, quiso más bien el intérprete ponerla así, aunque faltando al latín según la gramática, y explicar la verdad a los menos inteligentes. Porque los hombres nacen de la sangre del hombre y de la sangre de la mujer.

Beda. Debe tenerse en cuenta también que en las Sagradas Escrituras, cuando se habla de sangre en plural, suele significarse el pecado. Por eso en el Salmo dice: "Líbrame de las sangres" (Ps 50,16)

San Agustín, in Ioannem, tract.2. Y en lo que sigue: "Ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del varón", puso carne en vez de mujer porque cuando fue hecha de la costilla del hombre, dijo Adán: "Esto ahora es hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn 2,23) Se dice carne en lugar de mujer, como cuando se dice espíritu en vez de marido, porque éste es quien debe mandar y aquélla obedecer. ¿Cuánto peor está aquella casa donde la mujer lleva el dominio sobre el hombre? Los hijos, pues, ni por voluntad de la carne ni de la voluntad del varón han nacido, sino por voluntad de Dios.

Beda. La generación carnal de todos procede de la unión de los consortes, pero la espiritual se concede en virtud de la gracia del Espíritu Santo.

Crisóstomo, ut sup. Todo esto lo refiere el Evangelista, para que, conociendo la utilidad y la humildad del primer parto (que sucede según la sangre y la voluntad de la carne), y la elevación del segundo (que consiste en la gracia y la nobleza), formemos una idea grande y digna de la gracia que nos ha dado el que nos engendró y para que demostremos siempre un gran celo.

JUAN 1,14


12114 (Jn 1,14)

Y el Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros. Y vimos la gloria de El; gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. (v. 14)

San Agustín, in Ioannem, tract.2. Habiendo dicho: "Han nacido de Dios", para que no nos admirásemos ni nos asombrásemos ante gracias tan extraordinarias, y para que no nos pareciese imposible que los hombres podían nacer de Dios, queriendo darnos seguridad de ello dice: "Y el Verbo fue hecho carne". ¿Por qué te admiras de que los hombres nazcan de Dios? Mira cómo el mismo Dios ha nacido de los hombres.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 10. Y habiendo dicho que han nacido de Dios los que le reciben, expuso la causa de este honor, a saber: Que el Verbo se había hecho carne. El verdadero Hijo de Dios se ha hecho Hijo del hombre, para poder hacer a los hijos de los hombres hijos de Dios. Y cuando oigas que el Verbo se ha hecho carne no te turbes, porque no convierte su esencia en carne (pensar esto sería verdaderamente impío) sino que permanece tal y como es, aunque toma la forma de siervo. Como hay algunos que dicen que son fantasías todo lo que afecta a la Encarnación, para destruir esta blasfemia usó de las palabras: "Ha sido hecho", queriendo expresar no la mutación de sustancia, sino la unión a una verdadera carne. Y si dicen que Dios es omnipotente, ¿cómo puede transformarse en carne? Contestaremos diciendo que no es posible la transformación de aquella naturaleza inmutable.

San Agustín, De Trin., 15, 11. Así como en nosotros la palabra en cierto modo es la voz del cuerpo, y toma el sonido por el que se manifiesta a los sentidos de los hombres, así el Verbo de Dios hecho carne ha tomado aquella forma por la que puede darse a conocer a los mismos. Y así como nuestro verbo se convierte en voz, aun cuando no se transforma en voz1, así el Verbo de Dios se ha hecho carne. Pero lejos de nosotros la idea de que se ha transformado en carne, porque la ha tomado no siendo absorbido por ella. Y, así nuestra palabra se convierte en voz, y la de Dios se ha convertido en carne.

De lo ocurrido en el Concilio de Efeso. Además, la palabra que pronunciamos y de que hacemos uso en varias conversaciones (o en los diálogos), es incorpórea, independiente de la vista y del tacto; pero cuando nuestra palabra se reviste con letras u otros elementos, se hace visible, y se comprende con la vista y se observa con el tacto; así el Verbo de Dios, por naturaleza invisible, se hizo visible, y siendo por naturaleza incorpóreo, se hace tangible.

Alcuino. Lo que se dice aquí: "El Verbo se ha hecho carne", no debe entenderse sino como si dijese: Dios se ha hecho hombre, esto es, ha tomado cuerpo y alma. Porque así como cada uno de nosotros es un hombre que consta de cuerpo y de alma, así Jesucristo, desde el tiempo de su Encarnación, aparece como un solo hombre, por la divinidad, por la carne y por el alma. Y además, la divinidad del Verbo se ha dignado tomar la naturaleza de un hombre escogido, con quien se ha constituido una sola persona, que es la de Jesucristo, sin transformar en ningún sentido la esencia del hombre en la esencia divina, sino tomando la naturaleza humana, de que antes carecía. Además, consta seguramente respecto de aquella persona que tuvo desde la eternidad, que el Hijo de Dios tomó la naturaleza humana pero no la persona. El hombre se transformó en Dios, no por el cambio de naturaleza, sino por la unidad de la divina persona. Por tanto, no son dos, sino un solo Cristo, Dios-hombre. El Verbo está unido con la carne de un modo tan inefable, que bien podemos decir que el Verbo se hizo carne. Y aun cuando el Verbo no se ha transformado en carne, y aquella carne que se llama Dios no se ha transformado en la naturaleza divina, etc., confesamos que las dos naturalezas están unidas en la persona de Jesucristo de una manera tan inefable que, subsistiendo la propiedad de cada una de ellas, hay en esta santa y admirable unión, no un cambio de la divinidad, sino una exaltación de la humanidad. Esto es, Dios no se ha convertido en hombre, pero el hombre ha sido glorificado en Dios, etc.

Glosa. Como creemos que el alma incorpórea se une con el cuerpo, y que de ambos resulta un solo hombre, podremos creer más fácilmente que la divina sustancia incorpórea se une al alma con el cuerpo por la unidad de persona. Y así, el Verbo no se ha convertido en carne, ni la carne en el Verbo, del mismo modo que el cuerpo no se transforma en alma ni el alma en cuerpo.

Teofilacto. Apolinario de Laodicea fundó su herejía en esta palabra: decía que Jesucristo no tuvo alma racional, sino únicamente carne; teniendo a la divinidad por alma que dirige y gobierna el cuerpo.

San Agustín, contra serm. Arian., cap. 9. Si decían esto porque veían escrito que "el Verbo se hizo carne", y allí no se habla del alma, deben comprender que la carne representa al hombre y que por la parte se representa el todo en sentido figurado. Y así, dice en el Salmo: "Toda carne vendrá a ti" (Ps 64,3) Además, en la Carta a los Romanos se lee: "que no se justificará la carne por el cumplimiento de la ley" (Rm 3,20) Y esto mismo dice con más claridad en la Carta a los Gálatas: "No se justificará el hombre por el cumplimiento de la ley" (Ga 2,16) Por esto se ha dicho: "El Verbo fue hecho carne", como si dijese "El Verbo fue hecho hombre".

Teofilacto. Mas queriendo el Evangelista mostrar la incomparable condescendencia de Dios, dice carne para que admiremos más su gran misericordia, puesto que tomó la carne por nuestra salvación, a pesar de que esto es impropio y dista mucho de su naturaleza, aunque el alma tiene alguna semejanza con Dios. Y si el Verbo se encarnó y no tomó el alma humana, se deduciría que nuestras almas no habían sido redimidas, porque no santificó lo que no tomó. Y no dejaría de ser una irrisión, que habiendo sido el alma la que pecó primero, al tomar carne el divino Verbo no santificase al alma, y que dejase enferma la parte principal. Con esto es refutado también Nestorio que decía que el Verbo Dios no era el mismo que había sido hecho hombre por la concepción de la sangre de la Virgen, y que la Virgen había parido a un hombre, que dotado y enriquecido con toda clase de virtudes, se había unido con el Verbo de Dios. De aquí deducía que hubo dos hijos: uno nacido de la Virgen, esto es, el hombre, y el otro de Dios, esto es, el Hijo de Dios, unido a aquel hombre por la gracia habitual y por el amor3. Contra el cual dijo el Evangelista que el mismo Verbo se hizo hombre, y no que el Verbo, hallando un hombre virtuoso, se había unido con él.

San Cirilo, ad Nestorium, epist. 8. Uniéndose el Verbo a la carne, animada por el alma racional, según la sustancia, de un modo inefable e ininteligible, se hizo hombre y fue llamado Hijo del hombre, no según la voluntad sola o su beneplácito, ni tampoco por haber tomado su persona. Pueden, ciertamente, reunirse varias naturalezas en una verdadera unión, pero aquí no hay más que una persona como resultado de las dos: Cristo y el Hijo, no dejando de existir por su unión la diferencia de naturalezas.

Teofilacto. Aprendamos, pues, en estas palabras: "Que el Verbo se ha hecho carne", que el mismo Verbo es hombre, y existiendo Hijo de Dios se ha hecho hijo de una mujer, la que especialmente se llama Madre de Dios porque engendró a Dios en su carne.

San Hilario, De Trin., l. 10. Algunos, queriendo que el Unigénito de Dios -que en el principio era Dios Verbo con Dios- no sea un Dios sustantivo sino únicamente la palabra emitida por medio de la voz -de modo que el Hijo sea respecto de Dios Padre lo que es para los que hablan su palabra- tratan de manifestar con malicia que Cristo nacido como hombre no es el Verbo Dios que subsiste personalmente y permanece en la forma de Dios. Y ya que a este hombre le dio vida el principio de la generación humana más que el misterio de su concepción espiritual, el Verbo Dios no tuvo una existencia propia al hacerse hombre por el parto de la Virgen, sino que en Jesús estuvo el Verbo de Dios como en los profetas el Espíritu de profecía. Y suelen acusarnos diciendo que creemos en el nacimiento de Jesucristo, pero no el que haya nacido un hombre que tenga cuerpo y alma como nosotros, siendo así que nosotros predicamos que el Verbo se ha hecho carne y que ha nacido hombre a nuestra semejanza. De tal manera que, siendo verdadero Hijo de Dios, nació verdadero Hijo del hombre. Así como tomó el cuerpo de la Santísima Virgen, el alma la tomó de sí mismo, la cual es sabido que no puede proceder del hombre en el orden de la generación. Pero siendo uno mismo el Hijo del hombre y el Hijo de Dios, ¿no sería harto ridículo el decir que además del Hijo de Dios, que es el Verbo hecho carne, haya nacido otro no sé quién como profeta, animado por el Verbo de Dios, siendo así que nuestro Señor Jesucristo es Hijo de Dios e Hijo del hombre?

Crisóstomo, ut sup. Para que por aquello que se ha dicho: "Que el Verbo se ha hecho carne", no se sospeche inconvenientemente que ha habido una conversión (o mutación) de aquella naturaleza incorruptible, añade: "Y habitó entre nosotros". Lo que habita no es lo mismo que la habitación, sino una cosa diferente. Digo una cosa diferente por su naturaleza. Pero por la unión o por la conjunción, resulta una sola cosa: Dios Verbo carne, no porque se haya verificado una mezcla, ni porque haya habido destrucción de sustancias.

Alcuino. "Y habitó entre nosotros", esto es, vivió entre los hombres.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 11. Habiendo dicho el Evangelista que fuimos hechos hijos de Dios, y no por otra razón más que porque el Verbo se haya hecho carne, otra vez nos habla del mismo. Cita luego una nueva gracia: "Y vimos la gloria de El", al cual no hubiésemos podido verlo sino por la unión suya con nuestra humanidad. Si la vista de Moisés no pudo resistir el ver la gloria de Dios, sino que necesitó de un velo, ¿cómo podríamos nosotros tolerar la visión de la divinidad desnuda, existiendo como inaccesible aun para las virtudes más elevadas, siendo, como somos, polvo y barro de la tierra?

San Agustín, in Ioannem, tract.2. Y como el Verbo se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros, ha hecho por medio de su nacimiento una especie de colirio, para que purificados los ojos de nuestra alma podamos ver su majestad por medio de su humanidad. Por esto se dice: "Y vimos la gloria de El". Ninguno puede ver su gloria si no se purifica con la humildad de la carne. Había caído sobre los ojos del hombre polvo que procedía de la tierra, enfermo el hombre de los ojos, se le envía tierra a ellos para que sane. La carne le había cegado, y la carne le cura; el alma se había hecho carnal, entregándose a los afectos carnales; de aquí que el ojo del alma quedó ciego. El médico hizo el colirio para curarle y así vino a destruir las enfermedades de la carne por medio de la carne. Por lo tanto el Verbo se ha hecho carne para que podamos decir: "Y vimos la gloria de El".

Crisóstomo, ut sup. Añade, pues: "Gloria como de Unigénito del Padre", porque muchos de los profetas habían sido glorificados, como Moisés, Elías, Eliseo y otros, que demostraron sus milagros. Y aun los ángeles, apareciéndose a los hombres y manifestando aquella luz brillante, propia de su naturaleza. Y aun el querubín y el serafín fueron vistos por el profeta con todo el esplendor de su gloria. El Evangelista, elevándonos sobre todas esas cosas, levanta nuestra inteligencia sobre toda otra naturaleza y sobre la claridad de nuestros consiervos hasta la cima de los bienes, como diciendo: la gloria que hemos visto no es como la del profeta o la de otro hombre, ni como la del ángel, ni la del arcángel, o la de alguna otra de las virtudes superiores, sino como la del mismo dominador, del mismo rey, del mismo natural Hijo Unigénito.

San Gregorio, Moralium, 28, 4. En la Sagrada Escritura se toman alguna vez las partículas "como", "cuasi", no por la semejanza sino por la verdad. Por esto dice aquí: "Como de Unigénito del Padre".

Crisóstomo, ut sup. Como si dijese: hemos visto su gloria tal y como convenía y conviene que sea la gloria del Unigénito e Hijo natural de Dios. Es costumbre de muchos, cuando ven a un rey ataviado con espléndido ornato y cuando no pueden, al querer explicarlo a otros, reproducir en su mente tanta magnificencia, terminar diciendo: ¿qué más puede decirse? Iba como debe ir un rey. Pues esto mismo dice San Juan: "Hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre". Los ángeles, apareciendo como siervos y teniendo a su Señor, hacían todas las cosas; pero Jesús aparece como Señor, aunque en forma humilde. Y las creaturas le conocieron como a su Señor. La estrella guiando a los magos, los ángeles llamando a los pastores y el niño saltando en el vientre de su madre. Además el Padre da testimonio de El desde los cielos, y el Paráclito descendiendo sobre su cabeza. También la naturaleza toda gritó diciendo que había venido el Rey de los cielos, porque los demonios huían, todas las enfermedades eran curadas, los muertos abandonaban sus sepulcros, las almas pasaban del extremo de la malicia a la cumbre más alta de virtud. ¿Y quién explicará dignamente la filosofía de sus preceptos, la virtud de las leyes celestiales y el buen orden de su trato angelical?

Orígenes, hom. 2 in div. loc. Lo que se dice respecto de Jesucristo a continuación: "lleno de gracia y de verdad", se debe entender en dos sentidos. Porque puede referirse a la humanidad y a la divinidad del Verbo encarnado. De tal modo, que la plenitud de la gracia se refiera a la humanidad, en virtud de que Jesucristo es cabeza de la Iglesia y el primogénito de toda criatura. Porque el ejemplo mayor y principal de la gracia, por la cual, sin otros méritos precedentes, el hombre se hace Dios, se demuestra primeramente en El mismo. Puede también entenderse esta plenitud de gracia por el Espíritu Santo, cuya operación de siete formas o dones enriqueció la humanidad de Jesucristo. La plenitud de la verdad se refiere a la divinidad.

Orígenes, in Ioannem, tom. 2. Y si la plenitud de la gracia y de la verdad se quiere entender que se refiere al Nuevo Testamento, no se dirá sin razón que la plenitud de la gracia del Nuevo Testamento ha sido donada por Jesucristo, y que se ha cumplido en El la verdad de figuras legales.

Teofilacto. "Lleno de gracia", en cuanto que su palabra era gracia; habiendo dicho David en el Salmo: "La gracia ha sido derramada en tus labios" (Ps 44,3), etc., "Y de verdad", para significar que Moisés y los profetas hablaban u obraban sólo en figura, mientras que Jesucristo en cumplimiento de la verdad.


Catena aurea ES 12106