Catena aurea ES 12115

JUAN 1,15


12115 (Jn 1,15)

Juan da testimonio de El, y clama diciendo: "Este era el que yo dije: El que ha de venir en pos de mí, ha sido engendrado antes de mí; porque primero era que yo". (v. 15)

Alcuino. Había dicho antes el Evangelista, que había sido enviado un hombre para dar testimonio. Y ahora explica lo que expresa ese testimonio, en el cual anuncia el precursor, bien claramente, lo excelso de la humanidad y lo eterno de la divinidad, por lo que dice: "Juan da testimonio de El".

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 13. O bien adujo esto como diciendo: No creáis que nosotros, que estuvimos con El mucho tiempo y que hemos comido a su mesa, decimos esto por agradecimiento. Porque San Juan, que no le había visto antes ni había habitado con El, daba testimonio de El. Muchas veces el Evangelista alega su testimonio, y lo especifica bajo todas sus fases con todo cuidado, contento con citarlo sencillamente, porque los judíos tenían a Juan en gran veneración. Los otros evangelistas refirieron los testimonios de los antiguos profetas, diciendo: "Esto ha sucedido para que se cumpla lo que dijo el Profeta" (Mt 1,22) Mas este evangelista presenta un testigo más elevado y moderno, no con el fin de apoyar la autoridad del Señor en el testimonio del siervo, haciéndole por éste digno de fe, sino acomodándose a la debilidad de los que escuchan. Del mismo modo que si no hubiese tomado la forma de siervo no hubiese podido hacerse asequible fácilmente, ni tampoco hubiera excitado la atención de sus contemporáneos sin la voz de su siervo, ni hubiesen recibido la palabra de Dios muchos de los judíos. Prosigue: "Y clama", esto es, que predica todas las cosas públicamente, con libertad, sin restricción alguna. No dijo: desde el principio éste es el Hijo Unigénito y natural de Dios, sino que exclama, diciendo: "Este era el que yo dije: el que ha de venir después de mí, ha sido engendrado antes que yo, porque primero era que yo". Así como las madres de las aves no enseñan a volar a sus polluelos inmediatamente, sino que primero los sacan del nido y después los van haciendo volar con más ligereza, así San Juan no lleva a los judíos inmediatamente a lo más alto, sino que les enseña a remontarse sobre la tierra poco a poco, diciendo que Jesucristo era mejor que él (lo cual, en verdad, no era poco por lo pronto) Y véase cómo da testimonio de El con toda sabiduría, porque no sólo demuestra a Jesucristo cuando se presenta, sino que lo predice antes de que aparezca. Lo cual da a entender en estas palabras: "Este era el que yo dije". Hizo esto para facilitar más el conocimiento de Jesucristo, porque la inteligencia de los hombres ya andaba distraída en otras cosas que se habían dicho de El; y con el fin de que no le perjudicase en nada la humildad de su vestido. Porque Jesucristo usaba un vestido humilde y común, de modo que los que hubiesen oído estas cosas de El y lo hubiesen visto después, acaso se hubiesen burlado del testimonio de San Juan.

Teofilacto. Dice también: "El que ha de venir detrás de mí", esto es, según el tiempo del nacimiento. San Juan había nacido seis meses antes que Jesucristo, según la humanidad.

Crisóstomo, ut sup. Y no dice esto refiriéndose a la generación que había recibido el Salvador de María, porque ya había nacido cuando San Juan decía esto, sino de su venida a la predicación. Por esto dice: "Ha sido engendrado antes de mí", esto es, es más esclarecido, más digno de honor que yo. Como si dijese: no porque he venido primero a predicar, debéis creer que yo soy mayor.

Teofilacto. Mas los arrianos interpretan estas palabras queriendo manifestar que el Hijo de Dios no ha sido engendrado por el Padre, sino creado como una criatura cualquiera.

San Agustín, in Ioannem, tract.3. Y no se entiende: ha sido hecho antes que yo fuera hecho, sino que ha sido antepuesto a mí.

Crisóstomo, ut sup. Si porque se dice: "ha sido engendrado antes de mí", se entendiese que se hablaba de producción, sería superfluo lo que se dice "Porque primero era que yo". ¿Quién es tan necio que ignore que lo que ha sido hecho antes que él era anterior a él? De otro modo conviene decir, a saber: era antes que yo, porque fue hecho antes que yo. Luego cuando dice: "Ha sido engendrado antes de mí", se entiende del honor, porque lo que había de existir dice que ya ha sido hecho, siendo costumbre entre los antiguos profetas hablar de lo futuro como si ya hubiese pasado.

JUAN 1,16-17


12116 (Jn 1,16)

Y de su plenitud recibimos nosotros todo, y gracia por gracia. Porque la ley fue dada por Moisés, mas la gracia y la verdad fue hecha por Jesucristo. (vv. 16-17)

Orígenes.Estas palabras no se profirieron refiriéndose a la persona del Bautista que da testimonio de Cristo. Y se engañan muchos creyendo que desde aquí hasta donde dice: "El mismo lo contó", se habla de San Juan Apóstol. Pero sería violentar el texto y falta de ilación lógica el que -súbitamente y fuera de razón- se interrumpiesen las palabras del Bautista por las del discípulo. Y bien claro se ve por el contexto para todo aquél que sepa percibir el enlace de las ideas. Por esto, pues, había dicho: "Ha sido engendrado antes que yo, porque era primero que yo". De esto deduzco o entiendo que El es anterior a mí mismo, porque lo mismo yo que los profetas hemos recibido de su plenitud una gracia después de otra gracia, dado que también aquéllos llegaron, después de las figuras y por obra del Espíritu, a la adquisición de la verdad. De aquí también que, en virtud de la misma plenitud, hayamos comprendido que si bien la Ley ha sido dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad ha sido, no ya dada, sino producida por Jesucristo. El Padre, ciertamente, da la Ley sirviéndose de Moisés, y obra la gracia y la verdad por Jesucristo. Pero si Jesús dice: "Yo soy la verdad" (Jn 14,6), ¿cómo por Jesús se ha de obrar la verdad? Hay que entender en esto que de ninguna manera ha sido obrada por Jesucristo ni por algún otro ser, aquella verdad sustancial y primaria a la cual se ajustan, por vía de imagen, todas las otras verdades secundarias en razón de verdad, sino que la verdad obrada por Jesucristo es aquélla que resplandecía en San Pablo y en los apóstoles.


Crisóstomo, in Ioannem, hom. 13. San Juan Evangelista confirma el testimonio del Bautista con su propio testimonio, diciendo: "Y de la plenitud de El todos hemos recibido", etc. En tal caso, no son palabras del precursor sino del discípulo, que significarían: También nosotros doce y la muchedumbre toda de los fieles, los que ahora existen y habrán de existir, participamos de la plenitud de su gracia.

San Agustín, in Ioannem, tract. 3, sparsim. ¿Pero qué habéis recibido? Una gracia por otra gracia. Y yo no sé qué quiere darnos a entender cuando nos dice que hemos participado de la plenitud de su gracia en primer término, y después que hemos recibido una gracia por otra gracia. ¿Qué gracia hemos recibido primero? La fe. Y se llama gracia porque se da gratis. El pecador recibió esta primera gracia para que se le perdonasen todos sus pecados. Y después recibió una gracia por otra gracia. Esto es por esta gracia, según la cual vivimos de la fe, habremos de recibir otra, esto es la vida eterna. La vida como el premio de la fe (porque la misma fe es gracia) Y la vida eterna es eterna. Por lo tanto es la gracia que se concede en virtud de aquella gracia. Esta no existía en el Antiguo Testamento, porque la Ley amenazaba y no ofrecía ayuda; mandaba, y no curaba; señalaba la enfermedad, pero no la quitaba, sino que preparaba para presentarse al médico que había de venir con la gracia y la verdad. Por esto sigue: "Porque la Ley fue dada por Moisés; mas la gracia y la verdad fue hecha por Jesucristo". La muerte de nuestro Señor mató la muerte temporal y eterna. Ella es la gracia que ha sido prometida y no manifestada en la Ley.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 13, sparsim. Hemos recibido una gracia por otra. Esto es, una nueva a cambio de otra vieja. Así como hay una justicia y otra justicia, una adopción y otra adopción, una circuncisión y otra circuncisión; así hay una gracia y otra gracia. La primera es como la figura, la segunda es como la realidad. Dio a conocer todo esto para demostrar que los judíos se salvaban por la gracia, pero que todos nosotros también somos salvados con la gracia. Fue, por lo tanto, un acto de caridad y de gracia recibir la Ley. Por lo que cuando dijo: "Gracia por gracia", manifestó la magnitud relativa de los beneficios concedidos, añadiendo: "Porque la Ley fue dada por Moisés, mas la gracia", etc. Y más adelante, comparándose el Bautista con Jesucristo, dice: "Ha sido engendrado antes que yo". Mas el Evangelista compara también a Jesucristo con aquél que a la sazón era para los judíos objeto de mayor admiración aun que el mismo Bautista, esto es, con Moisés. Y véase su prudencia; no hace comparación de las personas, sino de las cosas, oponiendo la gracia y la verdad a la Ley. Y a esto añade: "Ha sido dada" (lo cual supone oficios de servidor); mas a este "Ha sido hecha" (lo cual es propio de un rey, que todo lo hace con propia facultad) Decimos que con gracia, porque con potestad perdonaba todos los pecados. Con verdad porque confirmaba los dones de su benignidad, ostentándose esta gracia, ora por el don de su bautismo, ya por la adopción que de nosotros hace el Espíritu, ya, finalmente, por otra multitud de cosas. Conoceremos mejor la verdad si conocemos las figuras de la Ley antigua. Todas aquellas cosas que habían de cumplirse en el Nuevo Testamento las cumplió Jesucristo con su venida, por lo cual la figura ha sido dada por Moisés y la verdad ha sido hecha por Jesucristo.

San Agustín, De Trin., 13, 19. Debemos comparar la gracia con la ciencia y la verdad con la sabiduría. En las cosas temporales se encuentra aquella suma gracia, porque en Cristo el hombre se unió con Dios en unidad de persona. Y en las cosas eternas, la suma verdad se atribuye rectamente al Verbo de Dios.

JUAN 1,18


12118 (Jn 1,18)

A Dios nadie le vio jamás: el Hijo Unigénito que existe en el seno del Padre, El mismo lo contó. (v. 18)

Orígenes, in Ioannem, tom. 6. Verdaderamente no tiene razón alguna Heracleón1 para asegurar que estas palabras pertenecen no a Juan Bautista sino al discípulo2. Porque si el aserto: "De su plenitud todos hemos recibido" se refiere al Bautista, ¿cómo no deducir que el que participó de la gracia de Cristo, y recibió una gracia después de otra primera, y confesó que la Ley había sido dada por Moisés al mismo tiempo que la gracia y la verdad eran obras de Jesucristo, fuera el mismo que se anonadara ante el hecho de que nadie ha visto a Dios jamás, y de que fuera necesario que esto lo contase el mismo que residía en el seno del Padre, y lo interpretase claramente, no sólo a Juan sino a todos aquéllos que han gustado un alto grado de perfección? Y esto no lo dice ahora por primera vez, porque nos enseña que El existía antes de Abraham, y que Abraham había deseado vehementemente el contemplar su gloria.


Crisóstomo, in Ioannem, hom. 14. Puede también entenderse aquí que el Evangelista, para encomiar la gran superioridad de los dones de Cristo en relación con los dispensados por medio de Moisés, quiere patentizar la razón de tal diferencia valiéndose de otras consideraciones. Porque siendo Moisés un mero siervo, no podía desempeñar otro cargo que el de simple ministro en menores cosas. Pero Jesús, dominador e Hijo del Rey, coexistiendo eternamente con el Padre y contemplándole, nos prestó mayores servicios. Por tal razón se expresa de esta manera: "Nadie vio jamás a Dios".

San Agustín, ad Paulina epistola 110, cap. 4. ¿Por qué dice Jacob: "He visto al Señor cara a cara" (Gn 32,30), y se ha escrito de Moisés: "Que hablaba cara a cara" (Ex 33,11), y que el profeta Isaías, hablando de sí mismo, dice: "He visto al Dios Sebaot sentado sobre un trono" (Is 6,1)?

San Gregorio, Moralium 18, 37. Pero bien claramente se da a entender que en todo el tiempo que vivimos en esta vida mortal, únicamente puede verse a Dios por medio de ciertas imágenes, pero no en cuanto a su misma esencia. Y aun cuando el alma, iluminada por la gracia del Espíritu, ve al mismo Dios, sin embargo no alcanza a comprender la fuerza de su esencia. Y de aquí es que Jacob, que asegura haber visto a Dios, no vio más que a un ángel. Y de aquí también que Moisés, que habló con Dios cara a cara, dice: "Manifiéstate a mí para que yo te vea" (Ex 33,18) De cuya petición se deduce que él deseaba ver en la claridad de su naturaleza infinita a Aquél a quien ya había empezado a ver por medio de ciertas figuras.

Crisóstomo, ut sup. Por lo tanto, si los antiguos padres vieron la naturaleza de Dios, nunca lo hubiesen contemplado de una manera diferente. Porque la esencia divina es simple y no tiene figura. No está sentado, ni está en pie, ni anda. Esta es la propiedad de los cuerpos. Por esto dice por medio del profeta: "Yo les he multiplicado la vista, y me he revestido de imágenes en las manos de los profetas" (Os 12,10), esto es, he condescendido con ellos, y he aparecido, como lo que no era. Mas el Hijo de Dios, que había de aparecérsenos en verdadera carne, quiso ejercitarlos primero en ver a Dios, en cuanto les era posible verle.

San Agustín, ad Paulinam epistola 112, sparsim. Estando escrito: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8), y en otro lugar: "Cuando aparezca seremos semejantes a El, porque le veremos tal y como es" (1Jn 3,2) ¿Cómo es que aquí se dice: "Ninguno ha visto a Dios nunca"? ¿No podría responderse que aquellos testimonios se refieren a ver a Dios y no a haberle visto? Porque lo que se ha dicho es que ellos verán a Dios, y no que le vieron. No que le hemos visto sino que le veremos tal y como es. En este sentido se dice: "Que ninguno ha visto a Dios nunca". Esto es, en esta vida no puede verse tal y como es -ni en la vida de los ángeles- según esta vida visible, como se ven las cosas sensibles, por medio de los ojos de la carne.

San Gregorio, Moralium, 18, 38. Si bien es verdad que algunos pueden ver la majestad de Dios, aun viviendo en esta vida pasajera, por medio de la contemplación y elevándose a los más altos grados de la virtud, esto no se opone a lo que se acaba de decir. Porque todo el que ve la sabiduría (que es Dios) muere absolutamente a esta vida, sin que le quede afecto alguno a las cosas de la tierra.

San Agustín, super Genesim 12, 27. De modo que si alguno no muere a las cosas de esta vida, bien desnudándose de las cosas corporales, bien alejándose y despojándose de los sentidos exteriores -hasta el punto de que no pueda saber perfectamente, como dice el Apóstol (2Co 12,2), si está en el cuerpo o fuera del cuerpo- no será arrebatado por aquella visión ni jamás la alcanzará.

San Gregorio, ut sup. Debe tenerse en cuenta que hubo algunos que dijeron que Dios podía ser visto en la eterna bienaventuranza en toda su majestad, pero que no podía verse en cuanto a su naturaleza. La nimia sutileza de este pensamiento engañó a éstos con exceso, porque no hay diferencia alguna entre la claridad y la naturaleza en aquella esencia simple e inmutable.

San Agustín, ad Paulinam epistola 110, cap. 4. Y si se dice, respecto de lo que está escrito, que "A Dios nadie le vio jamás" -en lo que sólo debe entenderse que se refiere a los hombres- el Apóstol explica esto más claramente diciendo: "A quien ninguno de los hombres vio, ni puede ver" (1Tm 6,16) Y así, si se dijese "ninguno de los hombres" parecerá que aquella cuestión estaría resuelta, porque no se opone a esto lo que dice el Señor: "Los ángeles del Señor siempre ven la cara de mi Padre" (Mt 18,10), para que creamos que los ángeles ven a Dios, a quien "nadie le vio jamás" esto es, de los hombres.

San Gregorio, ut sup. Hay algunos que dicen que no pueden ver a Dios ni aun los ángeles.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 14. Es verdad que no sólo los profetas, ni los ángeles, ni los arcángeles, pueden ver a Dios tal y como es. Y si se les pregunta, esto es, a los ángeles, oirás que nada responden acerca de su esencia. No sólo cantan gloria a Dios en las alturas, sino también paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Lc 2,14) Y aun cuando se desee aprender algo por el querubín y el serafín, se oirá la melodía mística de su santa misión, esto es, un himno espiritual, en que dicen que el cielo y la tierra están llenos de su gloria.

San Agustín, ad Paulinam epistola 112, cap.7. Lo cual es tan verdadero, que ninguno podrá jamás comprender la grandeza de su Dios, no sólo con los ojos de la carne, sino ni aun con la más alta contemplación. Una cosa es ver y otra cosa comprender la totalidad de lo que se ve. Porque una cosa se ve en tanto que está presente al sentido de la vista, pero para comprenderla en su integridad cuando se ve es necesario conocerla de tal modo que se vea todo lo que encierra y los límites que la determinan.

San Agustín, ut sup. En este sentido sólo el Hijo y el Espíritu Santo ven al Padre. Lo que es de naturaleza creada, ¿cómo podrá ver lo que es increable? Y así ninguno conoce a Dios como el Hijo. Por esto sigue: "El Hijo Unigénito", etc. Y no se crea que se entiende con este nombre a alguno de aquellos que han sido constituidos por hijos en virtud de la gracia, porque se añade el artículo. Y por si esto no es suficiente, se ha añadido el otro nombre: Unigénito.

San Hilario, De Trin., 1, 6. La cualidad de la naturaleza divina no parecía bastante explícita con el nombre "Hijo" si no se hubiese añadido, para dar más propiedad a la frase y para significar la excepción, otra palabra: "Unigénito". Diciéndola además de "el Hijo" se concluye la idea de adopción, dado que la palabra "Unigénito" sólo puede referirse a su naturaleza divina.

Crisóstomo, ut sup. Y puso también otra cosa diciendo: "Que está en el seno del Padre". Porque el estar en este seno ¿no es mucho más que verle sencillamente? Y el que simplemente ve no tiene conocimiento de la cosa que ve, mas el que está en el interior, nada desconoce. Y cuando se oiga, por lo tanto, que ninguno conoce al Padre más que el Hijo, no debe decirse que aunque le conoce más que todos, no le conoce en cuanto es. Porque además el Evangelista dice que El habita en el seno del Padre para que no creamos que por esto se da a conocer otra cosa que la íntima unión del Unigénito y la coeternidad con el Padre.

San Agustín, in Ioannem, tract.3. En el seno del Padre, esto es, en el secreto del Padre, porque el Padre no tiene seno como nosotros lo tenemos en los vestidos, ni debe pensarse que se sienta como nosotros nos sentamos. De modo que no está ceñido para tener seno, sino que así como nuestro seno es interior, al secreto del Padre se le llama seno del Padre. Y el que conoce al Padre en su secreto es el que contó lo que vio.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 14. ¿Y cómo lo refirió? Diciendo que no hay sino un solo Dios; pero esto lo dicen Moisés y los profetas. ¿Qué más, pues, aprendimos por el Hijo que existe en el seno del Padre? En primer lugar, que las cosas que han referido otros las han referido con la cooperación del Unigénito. Y además que hemos recibido un don mucho mayor por medio del Unigénito y conocido que Dios es espíritu y que los que le adoran le deben adorar en espíritu y que Dios es Padre del Unigénito.

Beda. Además, si se refiere a tiempo pasado, cuando dice "contó", una vez hecho hombre el Hijo nos enseñó lo que debe saberse acerca de la unidad de la Trinidad, y cómo podemos llegar hasta su conocimiento, y por qué medio puede llegarse hasta ello. Y si se refiere a lo futuro entonces referirá cómo lleva a sus escogidos hasta el conocimiento de su gloria.

San Agustín, ut sup. Hay algunos hombres que dicen, engañados por la vanidad de su corazón, que el Padre es invisible y que el Hijo es visible. Pero si se dice que el Hijo es visible en virtud de la carne, nosotros lo concedemos también. Y esto es un dogma católico. Pero si, como ellos dicen, era visible antes de haberse encarnado, se equivocan en gran manera, porque Jesucristo es la sabiduría y el poder de Dios. La sabiduría de Dios no puede verse por medio de los ojos. Y si la palabra del hombre no se ve con los ojos, ¿cómo puede verse la Palabra de Dios?

Crisóstomo, ut sup. Y esto no es exclusivamente de El, porque ninguno ha visto a Dios nunca; pero vio al Hijo, porque, como San Pablo dice (Col 1,15): "Es la imagen de Dios invisible". Aquél que es imagen de lo invisible, El también es invisible.

JUAN 1,19-23


12119 (Jn 1,19)

Y éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron a él de Jerusalén sacerdotes y Levitas a preguntarle: "¿Tú quién eres?" Y confesó y no negó: y confesó: "Que yo no soy Cristo". Y le preguntaron: "¿Pues qué cosa? ¿Eres tú Elías?" Y dijo: "No soy". "¿Eres tú el Profeta?" Y respondió: "No". Y le dijeron: "¿Pues quién eres, para que podamos dar respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?" El dijo: "Yo soy la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías profeta". (vv. 19-23)

Orígenes, ut sup. Según se lee, este testimonio lo dio San Juan Bautista refiriéndose a Jesucristo, empezando por aquellas palabras: "Este es el que yo dije: el que ha de venir en pos de mí". Y concluye con aquélla: "El mismo lo ha declarado".

Teofilacto. Después de haber dicho el Evangelista que San Juan hablaba de Jesucristo, diciendo: "Ha sido engendrado antes de mí", ahora añade que San Juan en este testimonio volvía a referirse a Jesucristo, diciendo: "Y éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron a él de Jerusalén sacerdotes y Levitas".

Orígenes, ut sup. Los judíos, en verdad, como parientes del Bautista por pertenecer a la familia sacerdotal, destinan sacerdotes y levitas para que vengan desde Jerusalén a preguntarle quién era San Juan. Esto es, enviaron a aquéllos que se consideraban como diferentes de los demás, por la elección, y desde un lugar escogido de Jerusalén. Buscan, por lo tanto, a Juan, con tanto respeto, cuanto no leemos que en alguna época dispensasen los judíos al Salvador. Pero lo que los judíos hacían respecto de San Juan, éste lo hacía respecto de Jesucristo, preguntándole por medio de sus discípulos: "¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?" (Lc 7,19)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 15. Creyeron a San Juan tan digno de ser creído que admitieron su contestación como verdadera, a pesar de ser él mismo quien daba testimonio de sí. Por esto se dice: "A preguntarle, ¿tú quién eres?"

San Agustín, in Ioannem, tract.14. No hubieran enviado esta comisión si no se hubiesen extrañado de su ilimitado poder, en virtud del cual se atrevía a bautizar.

Orígenes.Pero San Juan (según parece) observaba cierta indeterminación en la pregunta de los sacerdotes y de los levitas, porque sin duda creían que sería el mismo Cristo cuando bautizaba, aunque se abstenían de decirlo con claridad para no ser tenidos por temerarios. Por eso, para destruir la opinión errada que habían concebido desde el principio respecto de él, y así después brillase mejor la verdad, les dice ante todo que él no es el Cristo. Por esto sigue: "Y confesó y no negó: y confesó, que yo no soy el Cristo". Añadamos también a esto que ya en el tiempo de la venida de Jesucristo se alegraba el pueblo como si ya le tuviese delante, manifestando los doctores de la ley que según las Sagradas Escrituras era llegado el tiempo en que debía aparecer el Salvador. Por esta razón, Teodas había reunido muchos discípulos manifestándose como si fuera el Salvador. Y después de él Judas Galileo hizo lo propio en tiempo de los hechos de los apóstoles (Ac 5,36-37) Esperándose, pues, con tal vehemencia la venida del Salvador, los judíos mandaron a preguntar a San Juan: "¿Tú quién eres?", queriendo saber si él se anunciaba como el verdadero Cristo. Y no porque él dijo "Yo no soy el Cristo", lo negó respecto de Jesús, sino que declaró la verdad en estas mismas palabras.

San Gregorio, in Evang. hom 7. Negó claramente lo que no era, pero no negó lo que era. Porque así, diciendo la verdad, se hacía miembro suyo, no usurpando engañosamente ni apropiándose su nombre.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 15, sparsim. Experimentaron los judíos cierta pasión humana respecto de San Juan. Creían indigno que él se sometiese a Jesucristo, porque las muchas cosas que hacía San Juan demostraban su excelencia y, en realidad, que descendía de familia ilustre (puesto que era hijo del príncipe de los sacerdotes) Y porque demostraban, después, su educación sólida y su desprecio de las cosas humanas. Mas en Jesucristo se veía lo contrario; era de un aspecto humilde, lo cual menospreciaban los judíos diciendo: "¿Pues no es éste el hijo del carpintero?" (Mt 13,55) Su ordinario sustento era el de los demás, y su vestido no se distinguía del de muchos. Y como San Juan mandaba continuamente a ver a Jesucristo, y por otro lado querían más bien tener por maestro a San Juan, le enviaron aquella legación, creyendo que por medio de halagos le obligarían a confesar que él era el Cristo. Y por esto no envían a personas despreciables (a la manera que a Cristo le enviaban a los ministros y los herodianos) sino sacerdotes y levitas. Y no cualquiera de estos, sino a aquellos que estaban en Jerusalén, que eran los más distinguidos. Y los envían para que pregunten: "¿Tú quién eres?". No porque lo ignorasen, sino porque querían llevarlo a contestar como queda dicho. Por esto San Juan les respondió según él creía, y no según la mente de los que preguntaban: "Y confesó y no negó. Y confesó, que yo no soy el Cristo". Y véase aquí la sabiduría del Evangelista. Dice por tercera vez casi lo mismo, indicando la virtud del Bautista, y descubriendo la malicia y la locura de los judíos. Es propio de un siervo respetuoso no sólo no quitar la gloria a su amo, sino rechazarla cuando otros se la ofrecen. Las muchedumbres, en realidad, habían creído por ignorancia que San Juan era el Cristo. Y éstos, como iban de mala fe, le preguntaban impulsados por la misma, creyendo que podrían atraerlo por medio de halagos a lo que se proponían. Si no hubiesen pensado así, hubieran dicho a Juan cuando les responde "yo no soy el Cristo": no hemos pensado en esto, ni hemos venido a preguntártelo. Mas habiéndose visto descubiertos, pasan a otra cosa. Y por esto prosigue: "Y le preguntaron: ¿pues qué cosa? ¿eres tú Elías?

San Agustín, ut sup. Sabían, pues, que Elías vendría antes que Cristo. El nombre de Cristo no era desconocido para ninguno de los hebreos, pero no creían que él fuese el Cristo. Y, sin embargo, creyeron absolutamente que el Cristo había de venir. Y al mismo tiempo que esperaban que vendría en el futuro, ya le ofendieron en el presente.

Prosigue: Y contestó: "No soy".

San Gregorio, in evang. hom 7. De estas palabras se suscita cierta cuestión harto compleja. Porque en otro lugar, preguntado el Señor por sus discípulos acerca de la venida de Elías, les respondió: "Si queréis saberlo, el mismo Juan es Elías" (Mt 11,14) Mas preguntado San Juan, contesta: "Yo no soy Elías". ¿Cómo es el profeta de la verdad, si no está conforme con la explicación de la misma Verdad?

Orígenes.Dirá alguno que San Juan ignoraba si él era Elías, y sin duda usarán de esta razón los que asienten a la opinión trillada y el testimonio de la transmigración1, como si las almas se revistiesen de nuevos cuerpos. Mas preguntan los judíos, por medio de los levitas y los sacerdotes, si era Elías, dando fe a la creencia tradicional en ellos y no extraña a la doctrina cabalística de sus padres, de que las almas pueden de nuevo informar otros cuerpos. Y por esto dice San Juan: "yo no soy Elías", porque en realidad desconocía su vida primitiva. ¿Pero es lógico suponer que siendo iluminado por el Espíritu como profeta, y habiendo referido tantas cosas de Dios y de su Unigénito, ignorara de sí mismo si alguna vez su alma había estado en Elías?

San Gregorio, in Evang. hom. 6. Mas si se busca la verdad diligentemente, se encontrará que lo que parece contrario entre sí no lo es. El ángel había dicho a Zacarías respecto a San Juan: "El marchará delante del Cristo con el espíritu y la virtud de Elías" (Lc 1,17) Porque así como Elías precederá a la segunda venida del Señor, así San Juan le precede en la primera. Y así como aquél vendrá como precursor del juez, así éste viene como precursor del Salvador. San Juan, por lo tanto, era Elías en espíritu, aun cuando no estaba en la persona de Elías. Y lo que afirma el Señor del espíritu, San Juan lo niega respecto de la persona, siendo muy justo que el Salvador, al dirigirse a sus discípulos para hablarles de San Juan, adoptase el sentido espiritual y que San Juan, que respondía a las muchedumbres carnales, hablase no del espíritu, sino del cuerpo.

Orígenes, ut sup. Responde, pues, a los levitas y a los sacerdotes: "No soy", conociendo el fin que se proponen en esta pregunta. Pues la referida pregunta no tendía a averiguar si ambos estaban animados de un mismo espíritu, sino si Juan era el mismo Elías, que fue arrebatado y que ahora aparecía sin nuevo nacimiento, como los judíos esperaban. Mas alguno dirá, creyendo en la transmigración de los cuerpos, que es contrario a la razón admitir que el hijo de Zacarías, nacido en la ancianidad de tan gran sacerdote, contra lo que se podía esperar humanamente hablando, fuese desconocido por los sacerdotes y los levitas, ignorando su nacimiento, y más cuando, especialmente San Lucas, dijo que se había suscitado un temor grande entre los que habitaban en las cercanías (Lc 1,65) Pero acaso les parece que deben preguntar en sentido tropológico2, porque esperaban que Elías vendría antes del fin y delante de Cristo. Como si preguntasen: ¿eres tú, acaso, el que anuncias que el Cristo habrá de venir al fin del mundo? Pero les responde con precaución: "No soy". Pero no debe llamar la atención que así como respecto del Salvador había muchos que sabían que había nacido de María, y sin embargo algunos de ellos se engañaban (creyendo que El era Juan Bautista, Elías, o alguno de los profetas), así también respecto de San Juan; aunque no se ocultaba a muchos que era hijo de San Zacarías, dudaban algunos si acaso sería Elías el que había aparecido en San Juan. Y como había habido muchos profetas en Israel, se esperaba uno de quien Moisés había vaticinado, especialmente por aquellas palabras: "El Señor os levantará un profeta de entre vuestros hermanos, y le obedeceréis como a mí" (Dt 18,18) Le preguntan por tercera vez, no ya sencillamente si es un profeta, sino si es el profeta, esto es, con la singularidad que expresa el artículo griego. Por esto sigue: "¿Eres tú el profeta?" El pueblo de Israel había comprendido en todos los profetas que ninguno de ellos era aquél de quien había vaticinado Moisés. El cual (como había sucedido a Moisés) estaría entre Dios y los hombres, y transmitiría a los discípulos el testamento recibido de Dios. Y atribuían ellos este nombre no a Jesucristo, sino que creían que sería distinto de Cristo. San Juan conoció que Cristo era el verdadero profeta, por esto añade: "Y respondió no".

San Agustín, in Ioannem, tract.4. Acaso porque San Juan era más que profeta, porque los profetas habían anunciado al Salvador desde lejos, pero San Juan demuestra que está presente.

Prosigue: "Y le dijeron: pues ¿quién eres?", etc.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 15. Véase aquí cómo insisten y preguntan con más fuerza. Mas éste destruye con su mansedumbre todas las sospechas que no estaban inspiradas en la verdad, y restablece la opinión verdadera. Por esto sigue: "El dijo: yo soy voz del que clama en el desierto".

San Agustín, ut sup. Isaías ya lo dijo y su profecía se realizó en San Juan.

San Gregorio, in Evang. hom. 7. Ya sabéis que el Hijo Unigénito se llama el Verbo del Padre y por nuestro mismo lenguaje sabemos que primero suena la voz para que después se pueda oír la palabra; mas San Juan asegura que él es la voz que precede a la palabra y que por su mediación el Verbo del Padre es oído por los hombres.

Orígenes.Heracleón, sin consideración a San Juan y a los profetas, dice que, en efecto, el Verbo es el Salvador, y que la voz se oye por medio de San Juan, de donde la virtud profética consiste en un mero sonido. A él le debemos contestar que si la trompeta no deja oír su voz significativa, nadie se apercibirá a la batalla. Pero si la voz del profeta no es otra cosa que un mero sonido, ¿cómo el Salvador nos remite a ella, cuando dijo "examinad las Escrituras" (Jn 5,39)? Y dice San Juan que es él la voz. No que clama en el desierto, sino del que clama en el desierto, esto es de Aquél que estaba y clamaba: "Si alguno tiene sed que venga a mí y beba" (Jn 7,37) Clamaba, pues, para que lo oyesen los que estaban distantes, y para que lo perciban los que tienen el oído torpe, y puedan comprender la importancia de lo que se les dice.

Teofilacto. O bien porque anuncia la verdad de un modo terminante, en tanto que los que vivían bajo el influjo de la ley hablaban oscuramente.

San Gregorio, ut sup. San Juan clamaba en el desierto, porque anunciaba el consuelo del Redentor a Judea, que estaba como abandonada y desierta.

Orígenes, ut sup. El efecto de esta voz que clama en el desierto no debe ser otro que el que el alma, separada de Dios, vuelva otra vez al camino recto que conduce a Dios, no siguiendo la malicia de los pasos torcidos de la serpiente, sino elevándose por medio de la contemplación al conocimiento de la verdad, sin mezcla alguna de mentira, para que la vida de acción se ajuste a la norma de lo lícito después de una conveniente meditación. Por esto sigue: "Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías el profeta".

San Gregorio, ut sup. El camino del Señor es enderezado hacia el corazón cuando se oye con humildad la palabra de la verdad. El camino del Señor es enderezado al corazón cuando se prepara la vida al cumplimiento de su ley.


Catena aurea ES 12115