Catena aurea ES 12331

JUAN 3,31-32

12331 (Jn 3,31)

"El que de arriba viene, sobre todos es. El que es de la tierra, terreno es y de la tierra habla. El que viene del cielo sobre todos es. Y lo que vio y oyó, eso testifica". (vv. 31-32)

Crisóstomo, In Ioannem hom., 29. Así como el gusano roe los troncos y el óxido destruye el hierro, así la vanagloria, fomentándose a sí misma, pierde al alma. Por lo tanto se necesita mucho cuidado para que destruyamos esta pasión, por lo que San Juan, respondiendo a los discípulos que tenían esta pasión, apenas con muchas razones los aplaca. Y después de lo que les había dicho antes los prepara con otras palabras diciendo: "El que de arriba viene, sobre todos es"; como diciendo: porque vosotros exageráis mi testimonio, y por él me consideráis como más digno de fe, es preciso que sepáis que el que viene del cielo es digno de más crédito que el que habita en la tierra. Y esto es lo que significa: "Sobre todos es", porque El se basta a sí mismo. Es incomparablemente mayor que los demás.

Teofilacto. Este es Jesucristo, que bajó del Padre y está sobre todos, diferenciándose de todos.

Alcuino. Vino de lo alto, esto es, de la altura de la naturaleza humana que tuvo antes del pecado del primer hombre, porque el Verbo de Dios tomó su carne humana de aquella elevación. No tomó la culpa aunque tomó la pena a ella correspondiente.

Prosigue: "El que es de la tierra, terreno es, y habla de tierra", o lo que es lo mismo, habla de cosas terrenas.

Crisóstomo, ut supra. Y en verdad que no todas las cosas que tenía eran terrenas; porque tenía un alma, y participaba del espíritu y no de la tierra. ¿Por qué dijo que era de la tierra? No quiso manifestar otra cosa, aunque en sentido misterioso, por medio de estas palabras, sino que es pequeño, como procedente de la tierra y nacido en la tierra, y de ningún modo puede compararse con Jesucristo, que ha venido de lo alto a nosotros. Y no dice: habla de la tierra, porque hablaba según su propia inteligencia, sino que dice que habla de la tierra en comparación de la doctrina de Cristo. Como diciendo: mis cosas son pequeñas y humildes comparadas con las de Jesucristo, como es conveniente tomar toda la naturaleza terrestre en comparación de Aquél en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios (Col 2,3)

San Agustín, In Ioannem tract., 14. Respecto de lo que dice que habla de la tierra, se refería al hombre y a cuanto pertenecía a él. Y si habla algunas cosas divinas es porque está iluminado por Dios, como dice el Apóstol: "No soy yo, sino la gracia de Dios que está conmigo" (1Co 15,10) Luego San Juan, en cuanto a él se refiere, es de tierra y habla de la misma. Y si algo divino habéis oído de Juan, es porque ha sido inspirado y no porque lo ha recibido.

Crisóstomo, ut supra. Una vez destruida la envidia de los discípulos, habla de Jesucristo con más amplitud, puesto que antes de ahora hubiera sido vano ocuparse de esto, porque las inteligencias de sus oyentes no le hubieran podido comprender. Por esto sigue: "El que viene del cielo", etc.

San Agustín. Esto es: Viene del Padre. De dos maneras "está sobre todos": primeramente sobre toda la humanidad, de la que procede antes de que ella pecase; y en segundo lugar según la altura del Padre, la cual comparte.

Crisóstomo, ut supra. Después que dijo grandes alabanzas y cosas muy sublimes de Jesucristo, volvió a hablar de cosas humildes, diciendo: "Y lo que vio y oyó, eso testifica". Porque hemos sabido todo esto por medio de nuestros sentidos y estimamos como dignos de fe a los que son maestros respecto de las cosas que hemos recibido por la vista y aprendido por el oído. Queriendo San Juan demostrar esto mismo de Jesucristo, dice: "Y lo que vio y oyó, eso testifica", manifestando que nada de lo que se decía de El era falso, sino todo verdadero. Como diciendo: yo necesito oír lo que El dice, porque ha venido de lo alto, anunciando las cosas que había visto y oído, esto es, lo que únicamente El conoce de una manera terminante.

Teofilacto. Cuando oigas que Jesucristo dice lo que ha oído y visto respecto del Padre, no creas que necesite saberlo por el Padre, sino que todas las cosas que conoce por naturaleza propia las tiene por el Padre, y por esto se dice que sabe en virtud del Padre todo lo que sabe. ¿Pero qué quiere decir que el Hijo ha oído del Padre? ¿Acaso ha oído el Hijo la palabra del Padre? Antes bien el Hijo es el Verbo del Padre.

San Agustín, ut supra. Cuando concibes la palabra que vas a pronunciar, quieres decir la cosa y la misma concepción de la cosa que constituye ya el verbo en tu mente. Así como tienes tú en tu mente la palabra que hablas, y ella está en ti, así Dios concibió su palabra o, lo que es lo mismo, engendró al Hijo. Por lo tanto, siendo la palabra el Hijo de Dios, el Hijo nos ha hablado, no su palabra, sino la del Padre; quiso hablarnos lo que el Verbo del Padre hablaba. San Juan explicó cómo ocurrió esto y cómo debió suceder.

JUAN 3,32-36

12332 (Jn 3,32)

"Y nadie recibe su testimonio. El que ha recibido su testimonio, confirmó que Dios es verdadero. Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; porque Dios no le da el espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas puso en sus manos. El que cree en el Hijo, tiene vida eterna: mas el que no da crédito al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él". (vv. 32-36)

Crisóstomo, In Ioannem hom., 29. Había dicho San Juan: "Y lo que vio y oyó, testifica", como explicando para que no fueran consideradas falsas las cosas que Jesucristo dijese, porque habían de ser pocos los que creerían. Por esto añade: "Y nadie recibe su testimonio", esto es, pocos; pues tenía discípulos que recibían su testimonio respecto de lo que les decía. Mas en esto se refería a los discípulos, que aún no creían en El. Y asimismo manifiesta la insensibilidad de los judíos, como se había dicho en el principio del Evangelio: "Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron", porque especialmente los judíos eran los que le pertenecían.

San Agustín, ut supra. De otro modo: hay cierto pueblo preparado para sufrir el castigo de Dios y que ha de ser condenado con el diablo; de éstos ninguno recibe el testimonio de Dios1. Fijaos en la separación que hay en el espíritu dentro del conjunto del género humano; pues lo que aun no está separado en cuanto al lugar, lo ha distinguido con la separación mental, y ha visto a dos pueblos: el de los fieles y el de los infieles. Se refiere al de los infieles y dice: "Y nadie recibe su testimonio". Pero se separa de la izquierda, mira a la derecha, y dice a continuación: "El que ha recibido su testimonio, lo confirmó".

Crisóstomo, ut supra. Esto es, lo demostró. Y a fin de aumentar el temor, añade: "Porque Dios es verdadero"; manifestando que no de otra manera puede alguno dejar de creer en El, sino llamando mentiroso a Dios que le envió, porque no habla cosa alguna que no corresponda al Padre. Y esto es lo que añade: "Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla".

Alcuino. De otra manera: lo ha sellado, esto es, puso una señal en su corazón, como un signo singular y especial de que era verdadero Dios el que padeció por la salvación de los hombres.

San Agustín, ut supra. ¿Por qué se dice que Dios es veraz sino porque el hombre es mentiroso y Dios es veraz? Porque ninguno de los hombres puede decir qué es la verdad si no es iluminado por Aquél que no puede mentir. Luego, si Dios es veraz, Jesucristo es Dios. ¿Quieres probarlo? Examina el testimonio que de El se da, y lo encontrarás. Pero si aun no conoces a Dios, no has recibido todavía su testimonio. Entonces el mismo Jesucristo es Dios, es veraz, lo envió Dios. Dios envió a Dios: únelos a ambos y tendrás a un solo Dios. Esto que San Juan decía de Cristo, que Dios le había enviado, lo decía para distinguirlo de sí mismo. ¿Cómo pues, acaso no envió Dios al mismo Juan? Pero observa lo que dice a continuación: "Porque Dios no le da el espíritu por medida". A los hombres sí se lo da con limitación, pero no a su único Hijo. A unos se les concede por medio del Espíritu la palabra de la sabiduría, a otros la de la ciencia; unos poseen un don, otros poseen otro distinto (1Co 12) Esta medida es cierta distribución de los dones, pero los que da Jesucristo no los ha recibido por medida.

Crisóstomo, ut supra. Espíritu quiere decir aquí la acción del Espíritu Santo, y quiere significar que todos nosotros recibimos las acciones del Espíritu Santo con su medida. Mas Jesucristo recibió la gracia del Espíritu Santo; ¿cómo, pues, podrá nadie creerle digno de sospecha? Nada dice que no sea de Dios, ni del Espíritu. Y al paso que nada dice del Dios Verbo, fundamenta y confirma su doctrina en el Padre y en el Espíritu. Pues sabían que Dios existe y conocían asimismo la existencia del Espíritu, aunque no tenían formado de él un concepto conveniente, e ignoraban que existiera el Hijo.

San Agustín, ut supra. Y como había hablado del Hijo, y había dicho que Dios le había dado el Espíritu sin medida, añade: "El Padre ama al Hijo", y a continuación: "Y todas las cosas puso en sus manos". Para que se conociese que dijo aquí de distinto modo: "El Padre ama al Hijo". Porque si el Padre ama a Juan o a Pablo, y sin embargo no lo ha entregado todo a su dominio. El Padre ama a Hijo, pero como un padre ama a su hijo, y de ninguna manera como un dueño a su criado; como a su Unigénito, y no como a un hijo adoptado. Y así todo lo ha entregado en sus manos, para que sea tan grande el Hijo como grande es el Padre. Luego, cuando se ha dignado enviarnos a su Hijo, no creamos que Este, al ser enviado, es menos de lo que es el Padre.

Teofilacto. En este concepto, el Padre lo entregó todo al Hijo en cuanto a la divinidad, por naturaleza y no por gracia; y todo lo entregó a su dominio, en cuanto a la humanidad. Domina, pues, sobre todo aquello que existe en el cielo y en la tierra.

Alcuino. Y como todo está en su mano, también está la vida eterna. Por esto añade: "El que cree en el Hijo, tiene vida eterna".

Beda. No debe entenderse aquí la fe que se limita a palabras solas, sino la que se completa por medio de las obras.

Crisóstomo, In Ioannem hom., 30. No dice aquí que es bastante creer en el Hijo para obtener la vida eterna, puesto que El dice en otro lugar: "No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos" (Mt 7,21) Y además, refiriéndose a la blasfemia contra el Espíritu Santo, la juzga suficiente por sí sola para llevar al infierno. Y si alguno cree en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, no pensemos que esto es bastante para alcanzar la salvación. Necesitamos también de una vida buena y de costumbres rectas. Además, conociendo que muchos no se dejan llevar tanto por la promesa de los beneficios como por el riesgo de sufrimientos terribles, concluye su discurso diciendo: "Mas el que no da crédito al Hijo, la ira de Dios estará sobre él". Véase cómo refiere al Padre lo que dice respecto del castigo2, porque no dijo que la ira del Hijo de Dios (aun cuando éste sea juez), sino que citó al Padre como juez, queriendo aterrarlos más. Y no dijo "estará con él", sino "sobre él", dando a conocer que nunca se separará de él. Y para que no se crea que habla de la muerte temporal, dijo: "No verá la vida".

San Agustín, ut supra. Tampoco dijo: "la ira de Dios viene a él", sino: "permanece sobre él", porque todos los mortales que nacen traen consigo la ira de Dios, la que recibió el primer Adán. Vino el Hijo de Dios sin tener pecado alguno, y se vistió de nuestra mortalidad. Murió para que tú vivas. Por lo tanto, el que no quiere creer en el Hijo, tiene sobre sí la ira de Dios, de la que dice el Apóstol "que éramos hijos de ira por naturaleza" (Ep 2,3)


JUAN 4,1-6

12401 (Jn 4,1)

Y cuando entendió Jesús que los fariseos habían oído que El hacía más discípulos y bautizaba más que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), dejó la Judea y se fue otra vez a Galilea. Debía, por tanto, pasar por Samaria. Vino, pues, a una ciudad de Samaria, que se llamaba Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Y estaba allí la fuente de Jacob. Jesús, pues, cansado del camino, estaba allí sentado sobre la fuente. Era como la hora de sexta. (vv. 1-6)

Glosa. Después que el Evangelista manifestó cómo San Juan reprimió la envidia de sus discípulos, envidia que habían concebido por el progreso de la predicación de Jesucristo, manifiesta aquí cómo Jesucristo enfrentó también la malicia de los fariseos, los cuales también eran agitados contra El por la misma causa: la envidia. Por esto dice: "Y cuando entendió Jesús que los fariseos habían oído", etc.

San Agustín, In Ioannem tract., 15. Ciertamente el Señor, si hubiera sabido que los fariseos habían conocido, respecto de El, que hacía muchos discípulos y que bautizaba a muchos, con el fin de que esto contribuyese a su salvación por su seguimiento, no hubiese abandonado Judea sino que hubiese permanecido allí por ellos. Mas como conoció su perversa intención y su envidia, y que no habían aprendido de El para seguirle sino para perseguirle, se marchó de allí. Podía, en verdad, quedarse allí, y no ser preso si no hubiera querido, pero en todo lo que hizo como hombre quiso dar ejemplo a todos los que habrían de creer en El, y para que no crea ningún siervo de Dios que peca si se va a otro lugar cuando ve el furor de los que le persiguen. Hizo, pues, esto aquel Maestro bueno, para enseñarnos, no porque tuviese temor.

Crisóstomo, In Ioannem hom., 30. Hizo esto también para calmar la envidia de aquéllos. Y era conveniente que hiciera esto para que no se dejase de creer que se había encarnado. Porque si hubiese sido preso y se hubiese escapado, la verdad de que se había encarnado hubiera sido sospechosa.

San Agustín. Acaso os parezca extraño que se diga: "bautizaba más que Juan", y a continuación se añada: "aun cuando Jesús no bautizaba". ¿Cómo es esto? ¿Era mentira lo que se había dicho y por esto se rectifica?

Crisóstomo, ut supra. No era el mismo Jesucristo el que bautizaba, sino que los que referían esto lo contaban así a fin de despertar la envidia de aquellos que los oían, esto es, que Jesucristo bautizaba mucho más que San Juan. Y por qué razón El no bautizaba lo había predicho ya San Juan, diciendo: "El os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego" (Lc 3,16) Todavía no enviaba al Espíritu Santo; por lo tanto puede decirse con toda propiedad que no bautizaba. Lo hacían sus discípulos, queriendo atraer a muchos a la doctrina. Y para que no se reuniesen constantemente los que le seguían con los que habían de creer en El, como hizo con Simón y su hermano, determinaron bautizar; porque nada más tenía el bautismo de los discípulos que lo que tenía el bautismo de San Juan, pues uno y otros carecían de aquello que es propio del Espíritu de la gracia, y ambos reconocían una misma causa, a saber, conducir a Cristo los que eran bautizados.

San Agustín. Uno y otro bautismo eran verdaderos, porque Jesús bautizaba y no bautizaba; bautizaba, porque limpiaba de los pecados, y no bautizaba porque no derramaba el agua. Los discípulos ejercían el ministerio de las cosas corporales y El lo revestía de cierta majestad1. Por tal razón se ha dicho: "Este es el que bautiza" (Jn 1,33)

Alcuino. Suele preguntarse también si se dispensaba en el bautismo de Cristo la gracia del Espíritu Santo, porque se dice: "El Espíritu Santo no se había concedido aún, puesto que Jesús todavía no había sido glorificado" (Jn 7,39) Pero debe tenerse en cuenta que se dispensaba la gracia del Espíritu Santo, aunque no de una manera tan evidente como se dio después de la Ascensión por medio de las lenguas de fuego. Porque así como Jesucristo siempre tenía el Espíritu en la humanidad que tenía consigo, sin embargo, el Espíritu Santo bajó sobre El en forma de paloma, de una manera visible, después de su bautismo. Y así, antes de la venida real y visible del Espíritu Santo, los buenos pudieron tenerle, aunque de una manera latente.

San Agustín, Ad Seleucianum epist. 108. Entendemos que los discípulos de Jesucristo ya habían sido bautizados, unos con el bautismo de San Juan, como opinan algunos, y otros (lo que es más creíble) con el bautismo de Jesucristo. Y no se desdeñó en administrarles el bautismo para tener a sus siervos bautizados, por medio de los cuales bautizaría a los demás, ya que tampoco consideró ministerio humillante el suyo cuando les lavó los pies.

Crisóstomo, ut supra. Marchándose Jesucristo de Judea, se aproxima de nuevo a los lugares que antes había dejado. Por esto añade: "Y otra vez se fue a Galilea". Porque así como los apóstoles fueron expulsados por los judíos y se marcharon a los gentiles, así Jesucristo se marchó donde los samaritanos y, sin embargo, quiso quitar todo motivo de excusa a los judíos dando a entender que no iba a los samaritanos sino como de paso, lo cual describe el Evangelista, aunque de modo implícito, diciendo: "Debía, pues, pasar por Samaria". Recibió esta denominación porque el monte de Samaria se llamaba Somer, por el nombre del que lo poseía. Los que allí habitaban en otro tiempo no se llamaban samaritanos, sino israelitas. Andando el tiempo ofendieron a Dios, y el rey de los asirios no quiso que continuasen viviendo allí, sino que los llevó a Babilonia y a Media2, e hizo habitar en Samaria a otras gentes que trajo de diversos lugares. Mas queriendo el Señor dar a conocer que no había entregado a los judíos por su ignorancia sino por sus pecados, envió sobre aquellos bárbaros una multitud de leones que los herían. Se dio conocimiento de esto al rey y entonces les envió un sacerdote para que los instruyese en la Ley del Señor. Y, sin embargo, no por ello desistieron en absoluto de aquella impiedad, sino sólo en parte. Con el transcurso del tiempo habían vuelto a caer algunos en la idolatría, aunque a la vez adoraban a Dios; éstos, por el nombre del monte, se llamaban a sí mismos samaritanos.

Beda. Y por lo tanto, era conveniente que Jesús pasase por Samaria, porque está colocada entre Judea y Galilea. Es Samaria una ciudad de la célebre provincia de Palestina, tan grande que toda la región asociada se llama Samaria. Y el Evangelista dice a qué parte de aquella región vino el Señor, cuando añade: "Vino, pues, a una ciudad de Samaria, que se llama Sichar".

Crisóstomo, ut supra. Aquel lugar se encontraba donde Leví y Simeón, por causa de Dina, hicieron la gran matanza (Gn 34).

Teofilacto. Después que los hijos de Jacob abandonaron aquella ciudad, matando a los sichimitas, dejaron la ciudad desierta, ciudad que mucho tiempo antes había dado Jacob en heredad a su hijo José. Por esto se dice en el Génesis: "Te doy una parte a más de lo que doy a tus hermanos, la que quité de mano del Amorrheo por medio de mi espada y de mi arco" (Gn 48,22) Y a esto añade: "Cerca del campo que dio Jacob a su hijo José".

Prosigue: "Y estaba allí la fuente de Jacob".

San Agustín, In Ioannem tract., 15. Era un pozo, pero todo pozo es fuente, aunque no toda fuente es pozo. Cuando el agua nace de la tierra y se ofrece ella misma a los que desean sacarla, se llama fuente, y si nace a mano o en la superficie de la tierra, se llama sólo fuente; pero si está en lo alto y en lo profundo, se llama pozo, pero no pierde el nombre de fuente.

Teofilacto. ¿Y por qué el Evangelista hace mención de aquel campo y de aquella fuente? En primer lugar, para que cuando se oiga que dice aquella mujer: nuestro padre Jacob nos dio esta fuente, no te sorprendas. En segundo lugar, porque al citar el pozo y el campo se nos dice que todo lo que los patriarcas habían conocido por la fe que tenían en Dios, los judíos lo perdieron por su impiedad, y que sus lugares habían sido entregados a los gentiles. Por lo que nada nuevo sucede ahora, cuando los gentiles han sustituido a los judíos en la adquisición del reino de los cielos.

Crisóstomo, In Ioannem hom., 30. Y Jesucristo, al llegar a Samaria, rechazando la vida cómoda y tranquila y emprendiendo una laboriosa, no se sirve de animales de transporte. Marcha con dificultad y se fatiga por el camino, dándonos a conocer que de tal manera seamos ajenos a las cosas superfluas que hasta nos privemos de muchas cosas que nos son necesarias. Y esto es lo que manifiesta el Evangelista cuando dice: "Jesús, pues, cansado del camino".


San Agustín, ut supra. Como diciendo: encontramos a Jesús fuerte y débil. Fuerte, porque en el principio era el Verbo (Jn 1,1) y débil, porque este Verbo se hizo carne (Jn 1,14) Y así, Jesús, como débil, fatigado del camino, estaba sentado junto a la fuente.

Crisóstomo, ut supra. Como diciendo: no en un trono, ni en almohadas, sino sencillamente como sucedía sobre la tierra. El sentarse tiene por objeto descansar del trabajo y esperar a sus discípulos, y porque ya hacía calor, refrescar su cuerpo junto a la fuente. Por esto sigue: "Era como la hora de sexta".

Teofilacto. Y para que nadie acuse al Señor por haber venido a Samaria, siendo así que El lo tenía prohibido a sus discípulos, explica la razón por la que estaba sentado cerca de aquel lugar: por el cansancio del camino.

Alcuino. En sentido espiritual, el Señor abandona Judea, esto es la infidelidad de aquellos que lo rechazaron; y con los apóstoles se marchó a Galilea, esto es, a la volubilidad de este mundo, enseñando a los suyos a pasar de los vicios a las virtudes. El campo yo creo que fue dejado a Jesucristo mejor que a José, cuya figura era Aquél a quien en realidad adoran el sol, la luna y todas las estrellas. A este campo vino el Señor, para que los samaritanos (que deseaban apropiarse la herencia del patriarca de Israel) conociesen a Jesucristo y se convirtiesen a El, porque era el heredero legítimo del patriarca.

San Agustín, ut supra. Su camino es la carne que ha tomado por nosotros. Porque el que está en todas partes, ¿a dónde va sino porque ha venido a nosotros y ha tomado la forma de nuestra carne visible? ¿Y cómo se fatigó del camino quien no podía fatigarse sino en la carne? ¿Y por qué en la hora sexta? Porque era en la sexta edad del mundo. Debe considerarse como una hora la primera edad desde Adán hasta Noé; la segunda, desde Noé hasta Abraham; la tercera, desde Abraham hasta David; la cuarta, desde David hasta la migración de Babilonia; la quinta, desde la migración de Babilonia hasta el bautismo de San Juan, y aquí empieza la sexta.

San Agustín, Lib 83 quaest. qu. 65. Nuestro Señor vino al pozo en la hora sexta. Yo veo en el pozo una profundidad oscura. Creo que debo entender las partes más profundas de este mundo, esto es, las terrenas, a donde vino nuestro Señor Jesucristo en la hora sexta, esto es, en la sexta edad del género humano, como en la vejez del hombre antiguo, del que se nos manda desnudarnos, para vestirnos de nuevo. Porque la sexta edad es tanto como la ancianidad; y la primera es como la infancia; la segunda como la infancia; la tercera como la adolescencia; la cuarta como la juventud, y la quinta como la virilidad. También en la hora sexta vino el Señor al pozo, esto es, en medio del día, porque ya principió este sol visible a declinar hacia su ocaso. Porque se nos disminuye la complacencia de las cosas visibles a nosotros, los llamados por Jesucristo, para que el hombre interior, recreado por el afecto de las cosas invisibles, se vuelva a la luz interior que nunca se apaga. Y en cuanto a que se sentó, representa la humildad. O, siendo que así es como acostumbran a sentarse los doctores, manifiesta la persona del Maestro.

JUAN 4,7-12

12407 (Jn 4,7)

Vino una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dijo: "Dame de beber, porque sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer". Y aquella mujer samaritana le dijo: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy mujer samaritana?" Porque los judíos no tienen trato con los samaritanos. Respondió Jesús, y le dijo: "Si supieres el don de Dios, y quién es quien te dice dame de beber, tú de cierto le pidieras a El, y te daría agua viva". La mujer le dijo: "Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo: ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Por ventura eres tú mayor que nuestro padre Jacob, el cual nos dio este pozo, y él bebió de él, y sus hijos, y sus ganados?" (vv. 7-12)

Crisóstomo, In Ioannem hom., 30. Y como desobedece lo mandado por Sí mismo, al hablar con los samaritanos, puso el Evangelista muchas causas por las que tuvo para hablar con aquella mujer. No había ido intencionadamente para hablar con los samaritanos, pero tampoco debía rechazar a la que venía a El. Por esto dice: "Vino una mujer de Samaria, a sacar agua". Y véase cómo da a conocer a la mujer que viene a buscar agua por el calor.

San Agustín, In Ioannem tract., 15. Esta mujer representa la Iglesia, no justificada, sino ya para serlo. Contiene también la imagen de la cosa que procede de los extraños. Los samaritanos eran extraños, aunque habitaban lugares próximos; asimismo había de venir la Iglesia de los gentiles, distinta de los judíos por su origen.

Teofilacto. Encontró el Salvador ocasión oportuna de hablar con aquella mujer que vino al pozo, hablando de la sed. Por esto sigue el Evangelista: "Jesús le dijo: dame de beber". Porque tenía sed en cuanto a la naturaleza humana, tanto por el cansancio del camino cuanto por el calor.

San Agustín, Lib. 83 queast. qu. 64. En realidad lo que tenía Jesús era sed de la fe de aquella mujer. Siempre tiene el Señor sed por la fe de aquellos por los cuales ha derramado su sangre.

Crisóstomo, ut supra. Aprendemos en esto del Salvador, no sólo a tener la fortaleza suficiente en los caminos, sino también a olvidarnos acerca de lo que habremos de comer, porque los discípulos del Salvador no llevaban viandas. Por esto añade: "Porque sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer". De aquí que también el Evangelista manifiesta que Jesucristo es humilde, en cuanto se queda solo. Y en verdad que podría, si hubiera querido, o no enviar a todos, o tener otros que le acompañasen cuando se marchasen sus discípulos. Pero no lo quiso porque así acostumbraba a sus discípulos a prescindir de toda soberbia. Pero se dirá: ¿cómo puede llamar la atención que los discípulos fueran humildes, si eran pescadores y albañiles? Pero de pronto se hicieron más respetables que todos los reyes, en cuanto empezaron a tratar y a seguir al Señor de todo el orbe. Especialmente sucede que cuando algunos salen de familias humildes y obtienen dignidades, fácilmente se hacen soberbios, como no acostumbrados a tanto honor. Mas reteniendo el Salvador a sus discípulos en el estado humilde que antes tenían, les enseñaba a que se dominasen en todos los conceptos. La mujer que oye: "Dame de beber", se vale sagazmente de las palabras de Cristo para formular la pregunta que siguió. Por lo que continúa el Evangelista: "Díjole la mujer: ¿Cómo tú, siendo judío", etc.? Presumió que era judío por el aspecto exterior y por el lenguaje. Obsérvese el carácter inquisitivo de esta mujer, porque aunque Jesucristo debía tomar precauciones para comunicarse con ella, no le sucedía a ella lo mismo respecto de Jesucristo. Puesto que no dice el Evangelista que los samaritanos no debían comunicarse con los judíos, sino que indica antes: "porque no comunican los judíos con los samaritanos". Los judíos, al volver de la cautividad, miraban con recelo a los samaritanos, considerándolos como extranjeros y enemigos, dado que no se servían de todas las Escrituras, no aceptando sino los libros de Moisés, sin cuidarse para nada de los libros de los Profetas. Ponían todo su empeño en inmiscuirse con la nobleza judía, en tanto que los judíos los miraban con el mismo horror con que abominaban a las demás naciones.

San Agustín, In Ioannem tract., 13. Se abstenían completamente de servirse de sus vasijas. Por tal razón aquella mujer, que era la que llevaba la vasija para sacar el agua, queda sorprendida porque un judío le pidió agua para beber, cosa que no acostumbraban hacer los judíos.

Crisóstomo. ¿Y cómo Jesús le pidió agua para beber, si la Ley no se lo concedía? Si alguno dijere que porque ya sabía de antemano que ella no se la había de dar, se dirá que ni aun por esto convenía pedírsela. Hay que decir, pues, que se la pidió porque en realidad era indiferente prescindir en adelante de tales observancias.

San Agustín, ut supra. Aquél que pedía de beber tenía sed de la fe de la mujer aquella. Por esto sigue: "Respondió Jesús, y le dijo: si supieres el don de Dios", etc.

Orígenes, In Ioannem tom., 14. Es una especie de dogma: que nadie recibe gracia de Dios si no la pide. El Padre manda al mismo Salvador que pida y le dará, según aquellas palabras del salmo: "Pídeme, y te daré a todas las gentes por heredad" (Ps 2,8) Y el mismo Salvador dice: "Pedid y se os dará" (Lc 11,9) y por lo tanto, dice claramente, si hubieses pedido te hubiese dado.

San Agustín, Lib 83, quaest. qu. 84. Y en esto da a conocer que no había pedido aquella agua que la mujer entendía, sino que El tenía sed de la fe de ella y que deseaba comunicarle el Espíritu Santo. Entendemos perfectamente por agua viva lo que es un don de Dios, como El mismo dice: "Si conocieres el don de Dios", etc.

San Agustín, ut supra. Se llama vulgarmente agua viva la que sale de una fuente. Y aquella que se coge de la lluvia en lagunas o algibes1 no se llama así, aunque haya mandado de alguna fuente y haya sido recogida en algún lugar, aun cuando no se sepa de dónde haya nacido, sino que haya caído de las nubes. Como está separada de la comunicación con fuente alguna no se llama agua viva.

Crisóstomo, ut supra. También la Sagrada Escritura en unas ocasiones llama fuego a la gracia del Espíritu Santo, y en otras agua, manifestando que estos nombres no representan la esencia de la cosa sino su acción. El nombre de fuego representa que éste se levanta y causa la gracia y que consume los pecados de una manera misteriosa. Y cuando le llama agua significa la purificación que experimenta el alma y el gran consuelo que produce en los que le reciben.

Teofilacto. Llama agua viva a la gracia del Espíritu Santo, esto es, vivificante, refrescante y motriz, porque la gracia del Espíritu Santo siempre mueve a aquél que obra bien, disponiendo cosas elevadas en su corazón.

Crisóstomo, ut supra. Entre tanto el Señor quería separarla de toda sospecha baja según la cual creería aquella mujer que El sería uno de tantos. Pues la mujer, creyendo honrarle mucho, le llama Señor. Sigue, pues: "La mujer le dijo: no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo: ¿de dónde, pues, tienes el agua viva?"

San Agustín, In Ioannem tract., 15. Véase cómo entendió el agua viva, esto es, el agua que brota de una fuente. Como diciendo: tú me quieres dar agua viva, siendo así que yo llevaba con qué sacarla y tú no. Por lo tanto tú no puedes darme de esta agua viva, porque no tienes de dónde sacarla; acaso me la ofreces de otra fuente. "¿Por ventura eres tú mayor que nuestro Padre Jacob?", etc.

Crisóstomo, ut supra. Como diciendo: no puedes decir que Jacob nos dio esta fuente y que él se sirvió de otra, porque él y todos los que le pertenecían bebían de ésta, lo cual no hubiera sucedido si hubieran tenido otra mejor; luego no puede dar agua esa otra fuente; no puedes decir que tienes otra mejor sino presentándote como mayor que Jacob. Por lo tanto, ¿de dónde tienes esa agua que ofreces darnos?

Teofilacto. Cuando dice: "Y sus ganados", se demuestra la abundancia del pozo. Como diciendo: no sólo es buena el agua, puesto que Jacob la bebía y sus hijos, sino que además es tan abundante que podía saciar la sed de todos los rebaños de aquel patriarca.

Crisóstomo, ut supra. Véase cómo se incluyó a sí misma en el linaje de los judíos. Porque los samaritanos reconocían a Abraham como su progenitor, porque había vivido en Caldea; y llamaban padre a Jacob, que era su nieto.

Beda. Llama padre suyo a Jacob, porque también vivía sometido a la Ley de Moisés y porque poseía el campo que Jacob había dado a su hijo José.

Orígenes, In Ioannem tom., 14. En sentido espiritual la fuente de Jacob son las Sagradas Escrituras; porque los que están instruidos en ellas beben en las mismas como Jacob y sus hijos. Y los que son sencillos e ignorantes beben como los rebaños de Jacob.


Catena aurea ES 12331