Catena aurea ES 12844

JUAN 8,44-47


12844 (Jn 8,44)

"Vosotros sois hijos del diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre: él fue homicida desde el principio y no permaneció en la verdad; porque no hay verdad en él; cuando habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso y padre de la mentira. Mas aunque yo os digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, oye las palabras de Dios. Por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios". (vv. 44-47)

Crisóstomo, in Ioannem, hom.53. Con este raciocinio excluyó nuestro Señor a los judíos de la descendencia de Abraham; pero como se atrevieron a mayores diciendo que su Padre era Dios, no pudo resistirlo, y los increpó diciéndoles: "Vosotros tenéis por padre el diablo".

San Agustín, in Joannem, tract. 42. Al tratar de esto, debemos evitar el caer en la herejía de los maniqueos, que enseñan la existencia de cierta naturaleza del mal y que hay ciertas gentes que con sus jefes proceden de las tinieblas y que de ello toma su principio el diablo. De aquí aseguran que procede nuestra carne. Según estas creencias consideran lo que dijo el Señor: "Vosotros tenéis por padre al diablo". Ellos serían como la naturaleza del mal y procedían de la gente enemiga y de las tinieblas.

Orígenes, in Ioannem, tom. 23. También parece que incurrieron en el mismo error que aquellos que enseñaban que la esencia del ojo que ve es diferente de la esencia del ojo enfermo, o que se desvía. Y así como en éstos no hay diferencia en cuanto a la esencia, puesto que no hay otra cosa que la causa que hizo enfermar al ojo, así la esencia del hombre es una misma, tenga o no conocimiento.

San Agustín, ut sup. Los judíos eran hijos del diablo, porque lo imitaban, no porque hubiesen nacido de él. Por esto les dice el Señor: "Y queréis cumplir los deseos de vuestro padre". He aquí por lo que sois hijos suyos, porque deseáis lo mismo que él, y no porque hayáis nacido de él. Esta es la razón por la que me queréis matar a mí, que os digo la verdad, lo mismo que el demonio tuvo envidia al hombre y le mató. Por esto sigue: "El fue homicida desde el principio". Y, efectivamente, cometió homicidio en el primer hombre que pudo, porque el hombre no puede ser muerto si antes no es hecho hombre. Es verdad que el demonio no viene armado de espada con qué herir al hombre, pero sembró su palabra corrompida y con ella mató. Por tanto, no te creas que no hay homicidio cuando das un mal consejo a tu hermano. Mas vosotros herís en la carne, porque no podéis en el alma.

Orígenes, in Joannem, tract. 24. Y téngase en cuenta que no llama al diablo homicida desde el principio porque haya cometido algún crimen de esta especie, sino por todo el género humano, a quien dio la muerte, por cuanto en Adán todos morimos.

Crisóstomo, ut sup. Y no dijo "que hacéis sus obras", sino "que cumplís sus deseos", manifestando que tanto aquél como ellos estaban ávidos de hacer muertes. Y como constantemente acusaban al Señor diciendo que no procedía de Dios, les da a conocer, aunque de una manera embozada, que estas palabras suyas eran inspiradas por el diablo. Por esto sigue: "Y no permaneció en la verdad".

San Agustín, De civ. Dei. 11, 13 et 15. Quizá alguno diga que desde el principio de su existencia ya no existió en la verdad, y que por esta razón nunca pudo ser bienaventurado, ni encontrarse con los ángeles del Señor, puesto que rehusó estar sometido a su Creador, siendo por esto falso y mentiroso. También porque no quiso vivir bajo el yugo de una sujeción santa, que es la verdad, aparentando por la soberbia una supremacía que no tiene. Todo el que sigue esta doctrina, no puede estar de acuerdo con los maniqueos, que intentan probar que el demonio tiene desde el principio cierta naturaleza de mal género como naturaleza propia. Los que con tanta vanidad piensan así no se fijan en que no dijo el Señor que el diablo era ajeno a la verdad, sino que "no permaneció en la verdad". Allí demuestra que debe entenderse que cayó de la verdad, y también lo que dice San Juan en su epístola primera: "El diablo peca desde el principio" (1Jn 3,8) Si comprenden esto como de naturaleza, tienen que admitir que no hay pecado alguno en el diablo, puesto que le es natural obrar así. ¿Pero qué responderemos a los testimonios de los profetas? Ya lo dice Isaías, bajo la figura del rey de Babilonia, a quien designa como diablo: "Como se ocultó el lucero que había salido por la mañana" (Is 14,12); o lo que dice Ezequiel: "Que estuviste en las delicias del paraíso de Dios" (Ez 28,13), lo cual, si no puede entenderse en otro sentido, hay que admitirlo en el sentido de lo que se ya ha dicho: que no permaneció en la verdad, aunque estuvo en ella al principio. Y respecto de aquellas otras palabras, que "el diablo peca desde su principio", no puede entenderse respecto del principio en que fue creado, sino desde que empezó a pecar: el pecado comenzó en él, y él fue el principio del pecado.

Orígenes, ut sup. Es uniforme vivir siempre en la verdad, así como es diverso y variable no vivir en ella. Sucede que algunos, si cabe así decirlo, andan con pasos vacilantes y tratan de mantenerse en ella, mas no lo consiguen. Otros no sufren esto, sino que quedan firmes en el peligro, según aquellas palabras del Salmo: "Los pies se me han conmovido un poco" (Ps 72,2) Los demás se alejan de la verdad. Explica también el Salvador el motivo por qué el diablo no es afecto a la verdad, cuando dice: "porque no hay verdad en él"; esto es, porque inventa cosas vanas y es engañado por sí mismo, en lo cual es peor, porque los demás son engañados por él. Mas éste es el que se engaña a sí mismo. Pero debe examinarse por qué dice el Señor: "Que no hay verdad en él". Si es porque nunca tiene doctrina verdadera, sino que todas sus cosas son falsas, o porque no tiene participación con Jesucristo, que dijo: "Yo soy la verdad" (Jn 14,6) Parece imposible que una creatura racional opine falsamente sobre todas las cosas y que no piense rectamente sobre cosa alguna. Pero el diablo conoce, por lo menos en esto, la verdad, porque se considera a sí mismo como ser racional. Por este motivo su naturaleza no se funda precisamente en admitir lo contrario a la verdad, esto es, el error y la desidia, como si nunca pudiera conocer la verdad.

San Agustín, De Civ Dei, 11, 14. Y cuando el Salvador dice que en el diablo no hay verdad, sujeta el juicio como si hubiésemos averiguado por qué no está en la verdad. A esto dice que es porque la verdad no está en él, pero el estaría en la verdad si hubiera permanecido en ella.

Prosigue: "Cuando habla la mentira, de suyo habla, porque es mentiroso y padre de la mentira".

San Agustín, in Joannem, tract. 42. En estas palabras quisieron ver algunos que el diablo tenía padre, e investigaron quién sería el padre del diablo; este error es de los maniqueos. El Señor llamó al diablo padre de la mentira. Pero, no todo el que miente es padre de su mentira, porque si admites una mentira de otro y la dices, tú mientes, es verdad, pero no eres el padre de aquella mentira. Mas aquél que no recibe la mentira de otro, sino que la pronuncia por sí mismo, es padre de la mentira, así como Dios es Padre de la verdad. La serpiente mató al hombre con la mentira, como si hubiere muerto con el veneno.

Teofilacto. El demonio recriminó a Dios ante los hombres, diciendo a Eva: "Porque os tiene envidia os ha prohibido comer de la fruta" (Gn 3) Y a los hombres en otro tiempo recriminó también ante Dios, cuando dijo de Job (Jb 1,9): "¿Acaso Job adora a Dios en balde?".

Orígenes, ut sup. Véase que este nombre: "embustero", se dice tanto respecto del diablo, que engendró la mentira (como aquí se dice) "porque es mentiroso", cuanto respecto del hombre, según aquellas palabras del salmo: "Todo hombre es mentiroso" (Ps 81,6); por lo que, cuando alguno miente, lo hace por su propia cuenta. Mas el Espíritu Santo habla conforme con la verdad y la sabiduría, según aquel testimonio: "porque de lo mío tomará, y lo anunciará a vosotros" (Jn 16,14)

San Agustín, De quaest. Nov. et Vet Test., qu. 90. De otra manera el nombre "diablo" no es propio, sino común. En cualquier persona en que se noten acciones de diablo, debe decirse que aquella persona es diablo, porque este nombre viene de la acción y no de la naturaleza. Por esto llama a Caín padre de los judíos, porque, queriéndole imitar, éstos mataron al Salvador. De él recibieron la denominación de fratricidas, manifestando que mentía, aun acerca de lo suyo, para dar a conocer que cada uno peca sólo por su propia voluntad. Y como Caín fue imitador del diablo, dijo que el diablo era su padre, porque imitó sus acciones.

Alcuino. Pero como Dios es la verdad, el Hijo de Dios verdadero dice la verdad; mas los judíos, como eran hijos del diablo, se separaron de la verdad. Y por esto sigue: "Mas aunque yo os digo la verdad, no me creéis".

Orígenes, in Ioannem, tom. 25. ¿Y cómo dijo esto a aquellos judíos que creyeron en El? Mas considera que alguno puede creer en un sentido y no creer en otro, como sucede con aquéllos que creen en Aquél que fue crucificado, bajo el poder de Poncio Pilato, y no creen en El en cuanto ha nacido de la Virgen María. Luego creen en El y no creen. Así pues, éstos a quienes se dirigía creían en El porque veían que hacía milagros, y no creían en las doctrinas tan profundas que les predicaba.

Crisóstomo, in Ioannem, hom.53. Y como sois enemigos de la verdad y no podéis acusarme de nada, queréis matarme. Y por esto añade: "¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?" Teofilacto. Como diciendo: "si sois hijos de Dios, también debéis aborrecer a los que pecan. Por lo tanto, si no podéis argüirme de pecado y me aborrecéis, sabido es que me aborrecéis con motivo de la verdad"; esto es, porque se llamaba Hijo de Dios.

Orígenes, in Ioannem, tom. 35. Esta palabra de Cristo implica una gran confianza en sí mismo, porque ningún hombre ha podido decir esto nunca con seguridad, sino sólo Nuestro Señor, que no ha cometido pecado alguno.

San Gregorio, in evang. hom. 18. Considerad aquí la mansedumbre del Señor. No desdeña manifestar por qué razón no es pecador, siendo así que, en virtud de su divinidad, podía santificar a los pecadores. Por esto añade: "El que es de Dios, oye las palabras de Dios; por eso vosotros no las oís", etc.

San Agustín, in Joannem, tract. 43. No veamos aquí la naturaleza, sino la malicia. Estos son de Dios y al mismo tiempo no lo son; en cuanto a la naturaleza, son de Dios; en cuanto a la malicia, no son de Dios. Mas esto no se dijo por aquellos que no sólo eran maliciosos por su pecado, porque esto era general a todos, sino respecto de aquellos ya conocidos porque no habrían de creer con la fe que debían para librarse de incurrir en pecado.

San Gregorio, ut sup. Cada uno pregúntese a sí mismo si percibe las palabras de Dios con el oído del alma, y comprenda de quién es. Porque hay algunos que no se dignan oír los preceptos de Dios por el oído de su cuerpo; y hay otros que los oyen por el oído de su cuerpo, pero que no los reciben con el deseo del alma. Y hay algunos que reciben con gusto las palabras de Dios, y así lloran con sus gemidos, pero cuando han pasado las lágrimas, vuelven a la iniquidad, y éstos, en verdad, no oyen la palabra de Dios, porque no quieren realizarla por medio de sus obras.

JUAN 8,48-51


12848 (Jn 8,48)

Los judíos respondieron, y le dijeron: "¿No decimos bien nosotros que tú eres samaritano, y que tienes demonio?" Jesús respondió: "Yo no tengo demonio, mas honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado. Y yo no busco mi gloria, hay quien la busque y juzgue. En verdad, en verdad os digo, que el que guardare mi palabra no verá muerte para siempre". (vv. 48-51)

Crisóstomo, in Ioannem, hom.54. Cuando el Señor decía algo elevado, sus palabras parecían como necias ante los judíos, que eran sumamente insensibles, como se desprende de su contestación. Dice el Sagrado texto: "Los judíos respondieron, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano?", etc.

Orígenes, in Ioannem, tom. 26. Es digno de notarse que, siendo así que los samaritanos no creen en la existencia de la otra vida ni en la eternidad del alma, se atrevan los judíos a llamar al Salvador samaritano, siendo así que tantas y tan grandes cosas les había enseñado acerca de la resurrección y del juicio. Pero acaso digan esto con el fin de ofenderle, porque no enseña lo que ellos quieren.

Alcuino. Pero los samaritanos (gente aborrecida por el pueblo de Israel) ocuparon el territorio de ellos cuando las diez tribus fueron llevadas a la cautividad.

Orígenes, ut sup. Algunos opinan así porque, creyendo lo que creían los samaritanos, esto es, que nada quedaba a los hombres después de la muerte, hablaban, faltando a la verdad, acerca de la resurrección y de la vida eterna, con el fin de agradar a los judíos. Y decían que tenía el demonio, porque sus predicaciones excedían a lo que podía alcanzar la capacidad humana, puesto que en ellas aseguraba que Dios era su Padre, que El había bajado del cielo y otras cosas por el estilo. También muchos de ellos opinaban que el Salvador arrojaba a los demonios por medio de Belzebub, príncipe de los demonios.

Teofilacto. Le llamaban samaritano, además, porque destruía los ritos de los hebreos, como cuando quebrantaba el sábado; los samaritanos, en fin, no estaban conformes en absoluto con los judíos. Y como el Señor daba a conocer aun los pensamientos de ellos, sospechaban que tenía en sí al mismo demonio. Pero el Evangelista no dice en ninguna parte cuándo le llamaron samaritano, de lo que se desprende que los Evangelistas pasaron muchas cosas en silencio.

San Gregorio, in evang. hom. 18. Véase, pues, cómo el Señor, recibiendo esta injuria, no responde con palabras ofensivas. Sigue, pues, "Jesús respondió: Yo no tengo demonio". En lo cual nos enseña que cuando recibimos alguna ofensa o injuria de nuestros prójimos, omitamos aun las malas acciones de ellos, no sea que convirtamos el ministerio de la justa reprensión en armas de furor.

Crisóstomo, ut sup. Y téngase en cuenta también que cuando convenía enseñarles y humillar la soberbia de los judíos era severo, mas cuando debía tolerar ultrajes los trataba con suma dulzura, enseñándonos que debemos defender siempre a Dios, pero despreciar lo que a nosotros atañe.

San Agustín, in Joannem, tract. 43. Y lo hizo con el fin de que el hombre imite, primero su paciencia, para que después llegue a alcanzar el poder. Mas aunque no devolvía maldición por maldición, fue oportuno que negase aquello. Le habían dirigido dos ofensas: "eres samaritano", y "tienes el demonio". No, contestó, no soy samaritano, aunque samaritano quiere decir custodio, y El sabía que era nuestro Custodio. Porque si le correspondió el redimirnos, ¿no le correspondería el defendernos? Finalmente, es samaritano aquél que se acerca al herido y le prodiga su caridad (Lc 18)

Orígenes, ut sup. De otra manera, también nuestro Señor, con más razón que San Pablo, quería hacerse todo para todos, para conquistarse a todos, o sea para ganar a todos (1Co 8,22); y por eso no negó que era samaritano. Yo creo que únicamente Jesucristo es quien puede decir: "Yo no tengo demonio", etc. Así como aquellas palabras de San Juan: "Viene el Príncipe de este mundo, pero no tiene participación alguna conmigo" (Jn 14,30), porque aun los pecados más pequeños proceden de los demonios.

San Agustín, ut sup. Y después de toda esta afrenta, únicamente dijo algo de su gloria: "mas honro a mi Padre"; para que no me tengáis por arrogante, os digo que tengo a quien honrar.

Teofilacto. Y honró a su Padre vengándole, y no permitiendo que aquellos homicidas y embusteros se llamasen verdaderos hijos de Dios.

Orígenes, ut sup. Y en verdad que sólo Jesucristo es quien ha venerado perfectamente al Padre, porque ninguno que honra aquello que Dios no honra, puede decirse, en verdad, que honra a Dios.

San Gregorio, ut sup. Mas como todo aquél que arde de amor por la gloria de Dios es rechazado por los hombres malos, el Señor nos dio ejemplo de paciencia en sí mismo, cuando dice: "Y vosotros me habéis deshonrado".

San Agustín, ut sup. Como diciendo: Yo hago lo que debo, pero vosotros no hacéis lo que debéis.

Orígenes, ut sup. Y no dijo esto sólo para aquéllos, sino también para los que obran injustamente y ofenden a Jesucristo, quien es la justicia misma; y los que ofenden a la sabiduría también ofenden a Jesucristo, porque es la sabiduría misma, y así de las demás cosas.

San Gregorio, ut sup. Y qué es lo que debemos hacer contra las injurias nos lo enseña con su ejemplo, cuando añade: "Mas yo honro", etc.

Crisóstomo, in Ioannem, hom.54. Como diciendo: "en virtud del honor que debo al Padre os he dicho todo esto, y por ello me habéis deshonrado; pero no me preocupa esta afrenta, porque a El pagaréis las injurias que por mí le hacéis oír".

Orígenes, in Ioannem, tom. 26. Dios busca la gloria en cada uno de los que creen en Jesucristo, la cual debe encontrar en aquéllos que obran según los impulsos de la virtud, y cuando no encuentra esta gloria, castiga a aquéllos en quienes debía encontrarla. Por esto dice el Salvador: "Hay quien la busque y juzgue".

San Agustín, in Joannem, tract. 43. ¿A quién puede referirse con estas palabras sino a su Padre? Pero, ¿cómo dice en otro lugar, "el Padre no juzga a nadie, sino que ha concedido al Hijo el derecho de juzgar" (Jn 5,22)? Y téngase en cuenta que generalmente la palabra juicio se entiende por condenación; pero aquí se dice esto para explicar la diferencia, como diciendo: "existe el Padre, que distingue vuestra gloria de la mía, porque vosotros os vanagloriáis según el mundo, y yo no me glorío según el mundo". Distingue la gloria de los hombres de la gloria de su Hijo, porque aunque se había hecho hombre, no podía compararse con nosotros, porque nosotros somos hombres con pecado y El no tiene pecado, únicamente ha tomado de nosotros la forma de siervo, para que pueda decirse con propiedad: "En el principio era el Verbo" (Jn 1,1)

San Agustín, ut sup. Y siendo verdad que se dijo por el Salvador "todo lo mío es tuyo" (Jn 17,10), es cosa manifiesta, desde luego, que el juicio del Hijo es el mismo del Padre.

San Gregorio, in evang. hom. 18. Y cuando crece la iniquidad de los malos, no sólo no debe suspenderse la predicación, sino que, antes al contrario, debe aumentarse. Por esto el Señor, después que se le dijo que tenía al demonio, dispensa con más largueza los beneficios de su predicación, diciendo: "En verdad, en verdad os digo, que el que guardare mi palabra no verá la muerte", etc.

San Agustín, ut sup. "Verá" se ha dicho en vez de "experimentará". Pero ¿cómo el que ha de morir habla a los que han de morir diciéndoles: "El que guardare mi palabra no verá la muerte", sino porque veía otra muerte de la que había venido a salvarnos, cual es la muerte eterna, muerte de condenación con el diablo y sus ángeles? Y esta es la verdadera muerte, porque la otra no es sino un tránsito.

Orígenes, ut sup. Y así debe entenderse esta expresión: "El que guardare mi palabra no verá la muerte para siempre", como si dijere: "si alguno conserva mi antorcha, no verá las tinieblas". Y en cuanto dice "para siempre", generalmente debe tomarse para que se entienda de este modo: "Si alguno guardare mi palabra eternamente, no verá la muerte en toda la eternidad, porque ninguno habrá de ver la muerte en tanto que conserve la palabra de Jesús, pero cuando alguno falte a la observancia de lo que ha dicho, y sea negligente en cuanto a su custodia, cesa de custodiar a Dios, y entonces no ve la muerte respecto de algún otro, sino en sí mismo. Y así, una vez instruidos nosotros por el Salvador, podemos contestar al profeta, que pregunta: "¿Quién es el hombre que vivirá y no verá la muerte?" (Ps 88,49) El que guarda la palabra de Dios.

Crisóstomo, ut sup. Dice el que la guardare no sólo por medio de la fe, sino por medio de una vida pura. Y en esto les da a conocer, aunque de una manera embozada, que ningún daño pueden hacerle. Porque si el que guardare su palabra no morirá eternamente, con mucha más razón el que lo dice no puede morir.

JUAN 8,52-56


12852 (Jn 8,52)

Los judíos le dijeron: "Ahora conocemos que tienes al demonio. Abraham murió y los profetas: y tú dices: el que guardare mi palabra, no gustará muerte para siempre. ¿Por ventura eres tú mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió, y los profetas, que también murieron? ¿Quién te haces a ti mismo?" Jesús les respondió: "Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios, y no le conocéis, mas yo le conozco; y si dijere que no le conozco, seré mentiroso como vosotros. Mas le conozco y guardo su palabra. Abraham, vuestro Padre, deseó con ansia ver mi día: le vio y se gozó". (vv. 52-56)

San Gregorio, in evang. hom. 18. Como es necesario para los buenos convertirse en mejores por medio de los ultrajes, así generalmente los malos se convierten en peores por medio de los beneficios. Por esta razón los judíos, después de oída la predicación del Salvador, blasfeman contra El diciendo: "Ahora conocemos que tienes al demonio".

Orígenes, in Ioannem, tom. 26. Aquéllos que creen en las Sagradas Escrituras, conocen que aquello que hacen los hombres fuera de la recta razón, no lo hacen sin la cooperación de los demonios. Y así los judíos creían que Jesús hablaba impulsado por el poder del demonio, cuando dijo: "Si alguno guardare mi palabra no verá la muerte", etc. Y sufrieron este engaño porque no conocieron la virtud de Dios, porque Este había hablado de cierta muerte contraria a la razón, con la que sucumben los pecadores, y ellos suponían que se refería a la muerte natural en lo que decía, por cuya razón le increpan, tomando como argumento la muerte de Abraham y de los profetas. Por esto añade: Abraham murió y los profetas; y tú dices: si alguno guardare mi palabra, no gustará la muerte, etc. Y como hay alguna diferencia entre gustar y ver la muerte, en lugar de que no vería la muerte, dijeron "no gustará la muerte", como oyentes inhábiles que confundían la palabra del Señor. Pues así como Jesucristo puede ser gustado, porque es el pan vivo, en cuanto es la sabiduría, es de visible hermosura; y así su muerte, aunque contraria es apetecible y visible. Y cuando alguno gozara por medio de Jesucristo en algún estado espiritual, no gustará la muerte si conserva aquel estado, según dice San Mateo: "Hay de los que aquí están presentes, algunos que no gustarán la muerte" (Mt 16,28), pues cuando alguno reciba la palabra de Jesucristo y la guarde, no verá la muerte.

Crisóstomo, in Ioannem, hom.54. Otra vez, por su vanagloria, se refugian en el parentesco. Por esto sigue el Evangelista: "¿Acaso tú eres mayor que nuestro Padre Abraham, que murió?". También podían decir, ¿acaso tú eres mayor que Dios, cuya palabra han oído algunos y han muerto? Pero no dicen esto, porque también le consideraban como menor que Abraham.

Orígenes, ut sup. Y no distinguen que es mayor que Abraham el que ha nacido de una Virgen, y aun mayor que todo el que ha nacido de mujer. Los judíos, además, no decían verdad cuando dijeron que Abraham había muerto. Porque había oído la palabra de Dios y la había guardado. Lo mismo debemos decir de los profetas, de los cuales añaden: "y los profetas murieron", a pesar de que también guardaron la palabra del Hijo de Dios, cuando ésta se dirigió a Oseas o a Jeremías. Porque si algún otro la guardó, también la guardaron los profetas. Luego mintieron cuando dicen: "Ahora conocemos que tienes demonio", y cuando dicen: "Abraham murió y los profetas".

San Gregorio, ut sup. Y como empezaban a participar de la muerte eterna, no conociendo la muerte en que incurrían, viendo únicamente la muerte del cuerpo, no veían bien en aquellas palabras de verdad. Por esto añaden: "¿Quién te hace a ti mismo?" Teofilacto. Como diciendo: "tú que no eres digno de consideración alguna, que sólo eres hijo de un carpintero de Galilea, usurpas para ti toda la gloria".

Beda. "¿Quién te haces a ti mismo?" Esto es, ¿de cuánto mérito y cuánta dignidad quieres que se te juzgue? Abraham había muerto en cuanto al cuerpo, pero vivía en cuanto al alma. De más importancia es la muerte del alma, que ha de vivir eternamente, que la del cuerpo, que ha de morir alguna vez.

Orígenes, ut sup. Esta objeción era propia de personas que estaban ciegas, porque lo que Jesús se hacía era lo que había recibido del Padre. Por esto sigue: "Respondió Jesús: si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es".

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 54. Dijo esto respondiendo a sus sospechas, como había dicho antes: "Mi testimonio no es verdadero, si doy testimonio de mí mismo" (Jn 5,31)

Beda. En estas palabras el Salvador da a conocer que nada es la gloria de la vida presente.

San Agustín, in Joannem, tract. 43. Y dijo esto refiriéndose a lo que le habían dicho: "¿Quién te haces a ti mismo?". Por esto refiere su propia gloria al Padre, de quien es, por cuya razón añade: "Mi Padre es el que me glorifica". Los arrianos nos arguyen por esta frase en cuanto a nuestra fe, y dicen: "He aquí cómo es mayor el Padre que glorifica al Hijo". Herejes, ¿no habéis leído que el mismo Hijo dice que glorifica a su Padre?

Alcuino. Glorificó el Padre al Hijo en el día de su bautismo (Mt 3), en el monte (Mt 17) y en el tiempo de su pasión; también se dejó conocer el eco de su voz en presencia de la multitud (Jn 12), y después de su pasión lo resucitó y lo colocó a la derecha de su Majestad (Ep 1 He 1) Y añadió: "El que vosotros decís que es vuestro Dios".

Crisóstomo, ut sup. Con esto les quiso dar a conocer el Salvador que no sólo no conocían a su Padre, sino que tampoco a Dios.

Teofilacto. Porque si conociesen verdaderamente al Padre, venerarían a su Hijo. Mas desprecian a Dios, quien prohibe el homicidio en la Ley, al clamar contra Jesucristo. Por esto añade: "Y no le conocisteis".

Alcuino. Como diciendo: "vosotros le llamáis de un modo material vuestro Dios, y le servís por las cosas temporales, pero no le conocisteis como debe ser conocido, y por eso no sabéis servirle espiritualmente".

San Agustín, ut sup. Dicen algunos herejes que Dios, tal como fue anunciado en el Antiguo Testamento, no era el Padre de Jesucristo, sino que Este era no sé qué príncipe de los ángeles malos. Y contra lo que ellos creían decía el Salvador que era su Padre Aquél a quien ellos llamaban su Dios. Y no le conocieron, porque si le hubiesen conocido hubiesen recibido a su Hijo. Por esto, hablando de sí mismo, añade: "Mas yo le conozco". Atendiendo al espíritu mundano, pudo dar motivo para que los que le juzgaban le considerasen como orgulloso. Pero no debe precaverse la soberbia hasta el punto de faltar a la verdad, por lo que añade: "Y si dijere que no le conozco, seré mentiroso como vosotros".

Crisóstomo, ut sup. Como diciendo: "así como vosotros mentís diciendo que le conocéis, mentiría yo si dijese que no le conocía". Pero la prueba de que efectivamente la conocía es que había sido enviado por El. Y esto es lo que dice a continuación: "Mas le conozco".

Teofilacto. Y en realidad tenía un verdadero conocimiento de El, porque era lo mismo que el Padre. Y por eso mismo, como se conocía a sí mismo conocía al Padre. Y da una prueba de que le conoce, añadiendo: "Y guardo su palabra", llamando palabra a sus mandamientos. Algunos entienden que cuando dice: "guardo su palabra", quiere decir la razón de su esencia. Porque es una misma la razón de la existencia del Padre y la del Hijo. Y así conozco al Padre. Y en cuanto al sentido en que esto se toma debe entenderse conozco al Padre, porque guardo su palabra y su razón.

San Agustín, ut sup. Además, hablaba las palabras del Padre, como Hijo suyo que es. Y Este mismo era el Verbo del Padre, que hablaba a los hombres.

Crisóstomo, ut sup. Y como habían dicho: "¿Por ventura eres tú mayor que nuestro padre Abraham?", nada dice de la muerte. Pero manifiesta a continuación que es mayor que Abraham, cuando añade: "Abraham, vuestro padre, deseó con ansia ver mi día, le vio y se gozó", a saber, por el beneficio que recibe de mí, como mayor.

Teofilacto. Es como si dijere que tuvo a su día como deseable y lleno de alegría, y no como alguna cosa de poco interés o casual.

San Agustín, ut sup. No temió, sino "deseó con ansia ver". Ciertamente creyendo, se alegró esperando. Y así vio con la mente mi día. Puede dudarse si se refería a la vida temporal del Señor en que había de venir en carne mortal, o si se refería al día del Señor, que no tiene principio ni fin. Pero yo no dudo que el padre Abraham lo sabía todo. Porque dijo a su siervo cuando le mandó a pedir esposa para su hijo Isaac: "Pon tu mano bajo mis muslos, y júrame por el Dios del cielo" (Gn 24,2) Luego, ¿qué significaba aquel juramento sino que daba a entender que de la descendencia de Abraham habría de venir en carne mortal el Dios del cielo?

San Gregorio, in Evang. hom. 15. Y entonces también vio Abraham el día del Señor, cuando dio hospitalidad a tres ángeles, en quienes vio la figura de la Trinidad beatísima.

Crisóstomo, in Ioannem, hom.54. Y también llamó su día al día de la crucifixión, el que prefiguró Abraham ofreciendo el carnero en vez de su hijo Isaac (Gn 22) Con esto se demostraba que no vino obligado a sufrir la pasión. Y manifestando que ellos no pensaban como Abraham, porque éstos se lamentan de aquello mismo de que aquél se alegraba.

San Agustín, ut sup. ¿Y qué gozo no sería el de aquel corazón que vio al Verbo brillando en el esplendor de los santos a la vez que continuaba unido al Padre, y que en algún tiempo vendría hecho hombre sin separarse del seno del Padre?


JUAN 8,57-59

12857 (Jn 8,57)

Y los judíos le dijeron: "¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?" Jesús les dijo: "En verdad, en verdad os digo, que antes que Abraham fuese, yo soy". Tomaron entonces piedras para tirárselas: mas Jesús se escondió y salió del templo. (vv. 57-59)

San Gregorio, in Evang. hom. 18. Como los pensamientos de los judíos eran carnales, cuando oían las palabras de Jesucristo, no levantaban los ojos de la carne, porque no veían en El otra cosa que sólo la edad de la carne. Por esto sigue el Evangelista: "Y los judíos le dijeron: ¿aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?" Como diciendo: "muchos años han pasado desde que murió Abraham; ¿y cómo vio tu día?" Pues entendían esto en sentido material.

Teofilacto. El Salvador tenía entonces treinta y tres años, ¿por qué no dijeron, pues, aún no tienes cuarenta años, sino que dijeron cincuenta? Esta pregunta es inútil. Sencillamente porque dijeron lo que se les ocurrió. Pero la contestan algunos diciendo que dijeron cincuenta en reverencia del año quincuagésimo, a que llamaban del jubileo. En este año daban la libertad a los cautivos y cedían las posesiones que habían comprado (Lv 26 Nb 23)

San Gregorio, ut sup. El Salvador consiguió con su bondad, levantar aquellos de las miras humanas a la contemplación de la divinidad. Por esto sigue: "Jesús les dijo: en verdad, en verdad os digo, que antes que Abraham fuese, yo soy". Antes es el tiempo pasado, soy es el tiempo presente. Pero la divinidad no tiene tiempo pasado ni futuro sino que siempre es. Por esto no dijo antes que Abraham yo fui, sino que dijo "antes que Abraham fuese yo soy", de acuerdo con aquellas palabras del Exodo: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14) Luego, antes y después de Abraham existió también, pero pudo acercarse por la manifestación de su presencia, y pudo retirarse por el curso de su vida.

San Agustín, in Joannem, tract. 43. Y por lo mismo que Abraham era criatura no dijo: "antes que Abraham fuese", sino: "antes que Abraham fuese hecho". Ni tampoco dijo: "yo he sido hecho, porque "en el principio existía el Verbo" (Jn 1,1)

San Gregorio, ut sup. Mas como las imaginaciones de los infieles no podían comprender estas palabras de eternidad, se propusieron abrumar a Aquél a quien no podían entender. Por esto sigue: "Tomaron entonces piedras para tirárselas".

San Agustín, ut sup. ¿A dónde iba a recurrir la dureza de ellos, sino a sus semejantes (esto es, a las piedras)?

Teofilacto. Y después que el Señor había concluído de enseñarles todo lo que afectaba a su persona, los judíos le arrojan piedras, pero los abandona como aquéllos que no admiten corrección. Por esto sigue el Evangelista: "Mas Jesús se escondió y se salió del templo". No se escondió en un ángulo del templo como temiendo, ni huyendo se entró en alguna choza, ni se ocultó a la espalda del muro, o a la sombra de alguna columna, sino que en virtud de su gran poder se hizo invisible para los que le tendían asechanzas, y salió por en medio de ellos.

San Gregorio, ut sup. Si hubiera querido ejercer el poder de su divinidad, los hubiese envuelto en sus propios golpes con el mandato tácito de su voluntad, o los hubiese sujetado a las penas de una muerte repentina; mas el que había venido a sufrir no quería juzgar.

San Agustín, ut sup. Debía más bien enseñar la paciencia que ejercitar el poder.

Alcuino. Y por esto huyó, porque aún no había llegado la hora de su pasión, y porque El no había elegido esta clase de muerte.

San Agustín, ut sup. Luego, como hombre huyó de las piedras, pero ¡ay de aquéllos, de cuyos corazones de piedra huye el Señor!

Beda. En sentido místico, cuando alguno se detiene en los malos pensamientos, arroja sobre Jesús tantas piedras cuantos son aquéllos pensamientos. Por tanto, en cuanto le corresponde, si pasa al delirio de la pasión, mata a Jesús.

San Gregorio, ut sup. ¿Y qué dio a entender el Señor escondiéndose, sino que su misma verdad se esconde de aquellos que desprecian sus preceptos? Y la verdad huye de aquella alma a quien no encuentra humilde. ¿Y qué nos da a conocer con este ejemplo, sino que también debemos retirarnos humildemente ante la furia de los soberbios, aunque podamos resistir?


JUAN 9,1-7

12901 (Jn 9,1)

Y al pasar Jesús, vio un hombre ciego de nacimiento, y le preguntaron sus discípulos: "Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para haber nacido ciego?" Respondió Jesús: "Ni éste pecó ni sus padres: mas para que las obras de Dios se manifiesten en él. Es necesario que yo obre las obras de Aquél que me envió, mientras es de día. Vendrá la noche cuando nadie podrá obrar. Mientras que estoy en el mundo, luz soy del mundo". Cuando esto hubo dicho, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y ungió con el lodo sobre los ojos del ciego: Y le dijo: "Ve, lávate en la piscina de Siloé" (que quiere decir Enviado) Se fue, pues, y se lavó y volvió con vista. (vv. 1-7)

Crisóstomo, in Joan. Hom 55. Jesucristo curó al ciego al salir del Templo, porque los judíos no habían comprendido la sublimidad de sus palabras, queriendo con su retirada aplacar su furor y ablandar su dureza por medio de un milagro. Daba de esta manera testimonio de lo que se había dicho de El: "Y al pasar Jesús, vio un hombre ciego de nacimiento", etc. Debemos notar aquí, que lo primero que hace al salir del Templo es la obra que debía manifestarlo ante los hombres, porque El fue quien vio al ciego, no se acercó a El el ciego. Y con tanto cuidado lo miró, que al notarlo sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién pecó?", etc.

San Agustín, in Joanem tract. 44. La palabra Rabbí quiere decir Maestro. Ellos le llaman Maestro, porque lo que querían era aprender, y por esto habían propuesto una cuestión al Señor, como a su Maestro.

Teofilatus.Esta pregunta parece censurable, porque los discípulos no habían recibido las fábulas de los gentiles según las cuales, el alma, viviendo en otro mundo, pecó allí. Pero considerándola atentamente se ve que la pregunta no es sencilla.

Crisóstomo, ut supra. Ellos llegaron a hacer esta pregunta porque en otra ocasión, después de haber curado al paralítico, le había dicho (Jn 5,14): "Mira que ya estás sano, no quieras pecar más". Ellos, pues, pensando que aquel paralítico había perdido las fuerzas de sus miembros a causa de sus pecados, le preguntan ahora si éste había pecado, lo cual no era de creer, puesto que era ciego de nacimiento. O si habían pecado sus padres, pero ni aun esto, porque el hijo no sufre el castigo que sólo es debido al padre. "Respondió Jesús: Ni éste pecó, ni sus padres".

San Agustín, ut supra. ¿Acaso había nacido él exento de la culpa original, o durante su vida no había cometido ninguna? Habían pecado él y sus padres, pero no había nacido ciego en castigo de su pecado. El mismo Salvador señala la causa por la que había nacido ciego: "A fin de que las obras de Dios se manifiesten en él".

Crisóstomo, ut supra. No quiere decir con esto que otros han nacido ciegos por los pecados de sus padres pues no sucede que un hombre sea castigado por el pecado que otro ha cometido. Las palabras "para que las obras de Dios se manifiesten" no se refieren a la gloria de su Padre, sino a la suya propia, pues la gloria del Padre ya se había manifestado. ¿Pero acaso éste padecía injustamente su ceguera? Yo entiendo que para él fue un beneficio, porque por ella vio él con los ojos del alma. Es evidente que Aquel que le había dado el ser, sacándolo de la nada, tenía también poder para dejarlo así sin ningún género de injusticia. Según algunos expositores, la partícula ut1 no significa aquí la causa, sino el efecto, lo mismo que en aquel otro pasaje: Lex subintravit ut abundaret delictum, en el sentido de que el Señor, abriendo los ojos cerrados y curando otras enfermedades del cuerpo, hizo brillar su gloria por la manifestación de su poder.

San Gregorio, moralium praef. c. 5. Hay un castigo que hiere al pecador de tal suerte que no le queda retractación posible; hay otro que lo hiere para corregirlo. Otro hay que se aplica, no para castigo de las culpas pasadas, sino para prevenir las venideras; otro, que ni castiga las culpas pasadas ni previene las venideras, sino que se aplica para hacer amar más ardientemente el poder conocido del Salvador, cuando la salvación inesperada sigue al castigo.

Crisóstomo, ut supra. Y como El había dicho, hablando de sí mismo: "Para que las obras de Dios se manifiesten", añade: "Es necesario que yo obre las obras de Aquél que me envió"; es decir, es necesario que yo me manifieste a mí mismo y haga lo que me manifiesta, haciendo las mismas obras que mi Padre.

Beda. El Hijo, afirmando que hace las obras de su Padre, manifiesta así que sus obras son las mismas que las de su Padre, y son curar a los enfermos, fortalecer a los débiles e iluminar a los hombres.

San Agustín, ut supra. Por las palabras: "Aquél que me envió", da toda la gloria a Aquél de quien procede, porque el Padre tiene un Hijo que es suyo, mientras que El mismo no procede de alguien.

Crisóstomo, ut supra. Prosigue el texto sagrado: "mientras es de día", es decir, mientras es permitido a los hombres creer en mí, o mientras dure esta vida, "conviene que yo obre". Y esto mismo da a entender en las palabras siguientes: "Vendrá la noche cuando nadie podrá obrar". Se dice noche, según aquellas palabras de San Mateo (Mt 22,13): "Arrojadle en las tinieblas exteriores". Allí será noche en la que nadie podrá obrar, sino recibir el merecido de sus obras. Si has de hacer alguna cosa, hazla mientras te dura la vida, pues concluida ésta no habrá ya ni fe, ni trabajos, ni arrepentimiento.

San Agustín, ut supra. Si nosotros trabajamos durante esta vida, éste es el día, éste es Cristo. Por eso añade: "Mientras que estoy en el mundo". He aquí que El es el día mismo. Este día, que acaba con una vuelta del sol, tiene pocas horas. El día de la presencia de Cristo dura hasta la consumación de los siglos; porque El mismo dijo (Mt 28,20): "He aquí que yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos".

Crisóstomo, in Joanem, hom 55 et 56. Como por sus obras había hecho brillar la verdad de lo que acababa de decir, por eso el Evangelista añade: "Cuando esto hubo dicho, escupió en tierra e hizo lodo con la saliva y ungió con el lodo sobre los ojos del ciego". El que hizo de la nada sustancias mayores, pudo con más razón hacer ojos sin materia alguna, pero quiso enseñarnos que El era el mismo Creador, que al principio se sirviera de lodo para formar al hombre. Por eso no se sirve de agua para hacer el lodo, sino de saliva, para que no atribuyéramos nada a la virtud de la fuente y entendiésemos que por la virtud de su boca hizo y abrió los ojos. Por último, a fin de que la curación no se atribuyese a virtud de la tierra de que se había servido, le mandó que fuese a lavarse. "Y le dijo: ve, lávate en la piscina de Siloé (que quiere decir Enviado)", para que sepas que yo no necesito de lodo para dar vista. Y como Cristo era el que comunicaba a la piscina de Siloé toda su virtud, el Evangelista nos da en seguida la interpretación de este nombre cuando añade "que significa Enviado", para enseñarnos que el que sana en ella es Cristo; porque así como el Apóstol nos dice que la piedra era Cristo (1Co 10,4), así Siloé era una corriente de agua súbita espiritual, significando a Cristo, que se manifiesta contra toda esperanza. Pero, ¿por qué no lo hace lavarse al punto, sino que lo envía a Siloé? Para cerrar la boca a las imprudentes agresiones de los judíos. Convenía que todos lo vieran ir con el lodo sobre los ojos. Era conveniente también para manifestar que El no desconocía la Ley y el Antiguo Testamento. No era de temer que se atribuyese a Siloé la gloria de esta curación, porque muchos se habían lavado allí los ojos sin haber alcanzado tan gran beneficio. También para que aprendas a tener la fe del ciego, que no contradice lo más mínimo el mandato del Salvador, ni dijo en su interior: el lodo más bien produce la ceguera. Muchas veces me lavé en Siloé y jamás he sido curado; si alguna virtud tuviese, ya estaría yo sano; sino que obedeció al punto: "Se fue, pues, y se lavó y volvió con vista". De este modo manifestó su gloria, porque no es pequeña gloria el ser tenido por el autor de la creación, porque la fe que se tiene de las obras mayores sirve para tenerla de las menores. Entre todas las obras de la creación, la más noble es el hombre. Y entre todos los miembros que tenemos, el más noble es el ojo, porque es el que rige al cuerpo y adorna el rostro, y lo que es el sol en la tierra es el ojo en el cuerpo; por eso su lugar es el más elevado, colocado como en sitio real.

Teófilacto. Algunos opinan que este lodo no se cayó, sino que se convirtió en ojos.

Beda. En sentido místico significa el Señor, que expulsado del corazón de los judíos, pasó al punto al de los gentiles. Este paso o camino que ha recorrido es su descendimiento del cielo a la tierra. El vio al ciego en el momento en que lleno de compasión fijó su mirada sobre el género humano.

San Agustín, ut supra. El género humano está representado en este ciego, y esta ceguedad viene por el pecado al primer hombre, de quien todos descendemos. Es, pues, un ciego de nacimiento. El Señor escupió en la tierra y con la saliva hizo lodo, "porque el Verbo se hizo carne" (Jn 1,14) Untó los ojos del ciego de nacimiento. Tenía puesto el lodo y aun no veía, porque cuando lo untó, quizá le hizo catecúmeno. Le envió a la Piscina que se llama Siloé, porque fue bautizado en Cristo, y fue entonces cuando lo iluminó. Tocaba al Evangelista el darnos a conocer el nombre de esta Piscina, y por eso dice: "Que quiere decir Enviado", porque si Aquél no hubiera sido enviado, ninguno de nosotros habría sido absuelto del pecado.

San Gregorio, Moralium 8, 21. La saliva significa el sabor de la contemplación íntima, la cual baja desde la cabeza a la boca, porque desde la altura de la gloria es de donde viene Dios a nosotros por las dulzuras de la revelación, mientras estamos en esta vida. El Señor mezcló su saliva con la tierra y devolvió así la vista al ciego de nacimiento; porque mezclando la contemplación de su verdad con nuestro pensamiento es como la gracia sobrenatural irradia en nosotros. Y sanando al hombre de su natural ceguera, ilumina su inteligencia.



Catena aurea ES 12844