Catena aurea ES 13011

JUAN 10,11-13


13011 (Jn 10,11)

"Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. Mas el asalariado y que no es el pastor, del que no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata y esparce las ovejas. Y el asalariado huye, porque es asalariado y porque no tiene parte en las ovejas". (vv. 11-13)

San Agustín, in Joanem tract 46 et 47. El Señor nos descubre dos cosas, que nos había propuesto en cierto modo encubiertas. Nosotros sabemos desde un principio que El mismo es la puerta; ahora nos enseña que es pastor, por estas palabras: "Yo soy el buen pastor". Más arriba nos había dicho que el pastor entraba por la puerta. Si, pues, El mismo es la puerta, ¿cómo entra por sí mismo? Así como El por sí mismo conoce al Padre y nosotros le conocemos por El, de la misma manera El entra en el redil por sí mismo y nosotros entramos allí por El. Nosotros, porque predicamos a Cristo entramos por la puerta. Pero Cristo se predica a sí mismo; porque su predicación le muestra a El mismo, muestra la luz y otras muchas cosas. Si aquellos que presiden la Iglesia, que son sus hijos, son pastores, ¿cómo es que no hay más que un solo pastor sino porque todos aquellos son miembros de un solo pastor? Y en verdad el ser pastor lo concedió a sus miembros; pues Pedro es pastor, y los demás Apóstoles son pastores, y todos los buenos obispos son pastores. Pero la prerrogativa de ser puerta no la concedió a ninguno de nosotros; la reservó para sí solo. No habría añadido a la palabra pastor la cualidad de bueno, si no hubiera pastores malos; ellos son ladrones y salteadores, o por lo menos mercenarios.

San Gregorio, in Evang hom 14. El añade la manera de ser del pastor bueno, para que nosotros le imitemos. "El buen pastor da su vida por sus ovejas". Hizo lo que aconsejó, manifestó lo que mandó, dio su vida por sus ovejas, para hacer de su cuerpo y de su sangre un sacramento para nosotros y para poder saciar con el alimento de su carne a las ovejas que había rescatado. Se nos puso delante el camino del desprecio de la muerte, que debemos seguir, y la forma divina a la que debemos adaptarnos. Lo primero que debemos hacer es repartir generosamente nuestros bienes entre sus ovejas, y lo último dar, si fuera necesario, hasta nuestra misma vida por estas ovejas. Pero el que no da sus bienes por las ovejas, ¿cómo ha de dar por ellas su propia vida?

San Agustín, in Joanem tract 47. Mas esto no lo hizo sólo Cristo; y sin embargo, si aquellos que lo hicieron son miembros de su redil, El fue el único que hizo estas cosas, porque El lo pudo hacer sin ellos, pero ellos no pudieron hacerlo sin El.

San Agustín, De verb dom. Serm 50. Sin embargo, todos los pastores fueron buenos, no solamente porque derramaron su sangre, sino porque la derramaron por las ovejas; pues no la derramaron por orgullo, sino por caridad. Los mismos herejes que por sus iniquidades y sus errores sufrieron algunos trabajos, se jactan con el nombre del martirio, cubriéndose con esta capa para robar más fácilmente, porque son lobos. No de todos aquellos que entregaron sus cuerpos al martirio debe decirse que derramaron su sangre por las ovejas, sino más bien contra las ovejas, pues dice el Apóstol: "Si entregare mi cuerpo para ser quemado y no tuviere caridad, nada me aprovecha" (1Co 13,3) ¿Cómo ha de tener siquiera sea una centella de caridad, aquel que formando parte de la comunión cristiana no ama la unidad? Recomendando el Señor esta unidad, no quiso nombrar muchos pastores, sino uno solo, diciendo: "Yo soy el buen Pastor".

Crisóstomo, in Joanem hom 59. Hablaba además el Señor de su pasión, enseñando que había venido al mundo por la salvación del hombre y no contra su voluntad. Después vuelve a indicar las señales que distinguen al pastor del mercenario: "Mas el asalariado y que no es el pastor, del que no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye".

San Gregorio, ut supra. Hay muchos que con razón no merecen el nombre de pastor, porque prefieren la recompensa terrestre a las ovejas. No puede llamarse pastor, sino mercenario, aquel que apacienta las ovejas del Señor por una recompensa pasajera y no por un amor íntimo; es mercenario el que ocupa el lugar del pastor, pero no busca el bien de las almas, desea con ansia las comodidades de la tierra, y se alegra con los honores de la prelacía.

San Agustín, De verb Dom. Serm 49. Busca otra cosa en la Iglesia, no busca a Dios; pues si buscase a Dios sería casto, porque el esposo legítimo del alma es Dios. El que busca en Dios otra cosa fuera de Dios, no busca a Dios castamente.

San Gregorio, ut supra. Si es pastor o mercenario, no puede conocerse con verdad si falta ocasión; porque en tiempo de tranquilidad, lo mismo el verdadero pastor que el mercenario están solícitos vigilando su rebaño; pero cuando viene el lobo demuestra cada uno con qué espíritu velaba sobre el rebaño.

San Agustín, ut supra. El lobo es el diablo y los que le siguen; porque dicho está (Mt 7,15) que vestidos de piel de ovejas, son por dentro lobos rapaces.

San Agustín, in Joanem tract 46. He aquí que el lobo coge a la oveja por la garganta; el diablo induce al adulterio al alma fiel; debe rechazársele, pero rechazado, será enemigo, pondrá asechanzas, hará tanto mal cuanto pudiere. Te callas, no le increpas; has visto venir al lobo y has huido; permaneciste con el cuerpo, huiste con el ánimo, porque el alma se mueve por los sentimientos, ensanchándose con la alegría, constriñéndose por la tristeza, marchando por el deseo y huyendo por el temor.

San Gregorio, ut supra. El lobo se arroja también sobre las ovejas cuando un hombre injusto y ladrón oprime a los fieles y humildes; pero el que parecía pastor y no lo era, abandona las ovejas y huye, no atreviéndose a resistir a la injusticia en el momento en que ve el peligro, y huye, no mudando de lugar, sino dejando de acudir con el socorro. El mercenario no presta su auxilio en ninguno de estos peligros, y mientras busca sus comodidades exteriores, deja que por abandono el rebaño sufra pérdidas interiores. "Pero el mercenario huye", etc. Una sola razón hay para que el asalariado huya: porque es asalariado; como si dijera: no puede mantenerse firme cuando están en peligro las ovejas el que gobierna las ovejas, no por amor a ellas, sino por una ganancia terrenal, y por tanto, tiembla si se expone al peligro de perder lo único que ama.

San Agustín, ut supra. Si los Apóstoles fueron pastores y no mercenarios, ¿cómo es que huían cuando se veían perseguidos? Siguiendo el consejo del Señor (Mt 10,23): "Si os persiguieren, huid". Llamemos, que no faltará quien abra.

San Agustín, Ad Honoratum epist 180. Huyan, pues, de ciudad en ciudad, todos los siervos de Cristo, los ministros de su palabra y de su sacramento, cuando alguno de ellos en particular es buscado por sus perseguidores, a fin de que la Iglesia no sea abandonada por los que no son perseguidos del mismo modo. Pero cuando el peligro es común a todos, a obispos, a clérigos y seglares, los que están necesitados del auxilio de otros no sean abandonados por aquellos cuyos auxilios necesitan, o que todos pasen a sitios seguros, o que aquellos que tienen el deber de permanecer no sean abandonados por los que tienen el sagrado ministerio de la Iglesia. Entonces es cuando los ministros de Cristo, a la vista de la persecución, deben huir de los lugares en donde no han dejado un pueblo que tenga necesidad de un ministerio, o cuando ese mismo ministerio, tan necesario, puede ser desempeñado por otros que no tienen el mismo motivo para huir. Pero cuando el pueblo permanece y los ministros huyen, ¿no es ésta una huida inexcusable de pastores mercenarios que no tienen cuidado alguno de las ovejas?

San Agustín, in Joanem tract 46. Los pastores buenos se llaman puerta, portero, pastor y ovejas; y los malos, ladrones y salteadores, asalariados, lobo.

San Agustín, De verb Dom. serm. 49. Debemos amar al pastor, precavernos del ladrón y tolerar al mercenario. El mercenario es útil en tanto no vea al lobo, al ladrón o al salteador, pues apenas le ve, huye.

San Agustín, in Joanem tract 46. Ni se llamaría mercenario si no recibiese la paga de aquel a quien sirve. Los hijos esperan con paciencia la herencia del padre; el mercenario desea con ansia y con presteza la retribución temporal de su trabajo. Y sin embargo, por sus palabras unos y otros difaman la divina gloria de Cristo; su palabra es dañosa haciendo el mal, no predicando el bien. Coged el racimo, huid de las espinas; porque a veces el racimo que nace de la vid está pendiente de las espinas. Así, muchos buscando en la Iglesia bienes temporales, predican a Cristo y por ellos es oída la voz de Cristo, y la siguen las ovejas, pero no al mercenario, sino a la voz del pastor por medio del mercenario.

JUAN 10,14-21


13014 (Jn 10,14)

"Yo soy el buen Pastor, y conozco mis ovejas, y las mías me conocen. Como el Padre me conoce, así conozco yo al Padre, y pongo mi alma por mis ovejas. Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco: es necesario que yo las traiga y oirán mi voz y será hecho un solo aprisco y un pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi alma para volverla a tomar. No me la quita ninguno, mas yo la pongo por mí mismo: poder tengo para ponerla, y poder tengo para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre". Y hubo nuevamente disensión entre los judíos por estas palabras. Y decían muchos de ellos: "Demonio tiene y está fuera de sí: ¿por qué le escucháis?" Otros decían: "Estas palabras no son de endemoniado: ¿por ventura puede el demonio abrir los ojos de los ciegos?" (vv. 14-21)

Crisóstomo, in Joanem hom 59. Más arriba el Señor dio a conocer dos clases de amos malos: uno que roba, mata y saquea; otro que no impide el mal, dando a conocer en el uno a los sediciosos, y confundiendo con el otro a los maestros de los judíos, que no tenían celo alguno por las ovejas que les estaban encomendadas. Pero Cristo se distingue de unos y de otros; de los que habían venido para hacer daño, se distingue por estas palabras (Jn 10,10): "Yo he venido para que tengan vida", y de los que desprecian las rapiñas de los lobos se diferencia diciendo, "que da su vida por sus ovejas". Y como conclusión de todo, añade (Jn 10,11): "Yo soy el buen Pastor", pero como que ya había dicho que las ovejas oyen la voz del pastor y le siguen, para que nadie pueda preguntarle: ¿Qué dices, pues, de los que no creen en ti? El añade: "Y conozco a mis ovejas", etc. Que es lo mismo que San Pablo dijo por estas palabras (Rm 11,2): "El Señor no rechazó a su pueblo, que había predestinado".

San Gregorio, in Evang. Hom 14. Como si dijera claramente: Yo amo a mis ovejas, y ellas, obedeciéndome, me aman, porque el que no ama la verdad, todavía no conoce.

Teófilacto. De aquí puedes deducir y conocer la diferencia entre el asalariado y el pastor; pues el asalariado no conoce a las ovejas porque las visita raras veces; mas el pastor conoce sus propias ovejas por la solicitud y cuidado que tiene por ellas.

Crisóstomo, ut supra. Por otra parte, para que no creas que es igual el conocimiento de Cristo y el de las ovejas, añade en seguida: "Como el Padre me conoce, así conozco yo al Padre", como si dijera: le conozco tan íntimamente como El me conoce a mí. Aquí hay paridad de conocimiento; allí no. Y añade: "Y pongo mi vida por mis ovejas".

San Gregorio, ut supra. Como si dijera claramente: Esta es prueba de que conozco al Padre y de que soy conocido por el Padre; que pongo mi vida por mis ovejas, esto es, esa misma caridad con que muero por mis ovejas es un testimonio del amor con que amo al Padre.

Crisóstomo, ut supra. Dice esto también para enseñarnos que no es un impostor, porque también el Apóstol cuando quiso probar contra los falsos apóstoles que él era el verdadero maestro, sacó argumentos de los mismos peligros y de las muertes que le habían amenazado.

Teófilacto. Los seductores, en efecto, no expusieron su vida por las ovejas, sino que, como mercenarios, abandonaron a aquellas que les seguían. Mas el Señor, para que no fueran presos, dijo (Jn 18,8): "Dejad ir a éstos".

San Gregorio, ut supra. Como que El había venido no solamente para rescatar a Judea, sino también a la gentilidad, añade: "Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco".

San Agustín, De verb Dom. serm. 50. Se dirigía al primer rebaño, que era, por la sangre, de la raza de Israel, pero había otros rebaños que pertenecían por la fe a ese mismo Israel. Estaban fuera, diseminados en medio de las naciones; estaban predestinados, pero aún no estaban congregados. No son, pues, de este rebaño, porque no son por la sangre de la raza de Israel. Pero más tarde pertenecerán a este redil: "Es necesario que yo las traiga", etc.

Crisóstomo, ut supra. El muestra dispersos a los unos y a los otros y sin tener pastor: "Y oirán mi voz". ¿Por qué os admiráis cuando digo que éstos han de seguirme y han de oír mi voz cuando veis que otros me siguen y la oyen? Después predice la unión futura de unos y otros, diciendo: "Y será hecho un solo aprisco", etc.

San Gregorio, ut supra. El ha hecho de dos rebaños un solo redil, reuniendo en su fe al pueblo judío y al gentil.

Teófilacto. Porque todos tienen una misma señal, el bautismo; un solo pastor, el Verbo de Dios. Sépanlo los maniqueos: que el Nuevo y el Antiguo Testamento no tienen más que un solo pastor y un solo redil.

San Agustín, in Joanem tract 47. ¿Qué significan, pues, las palabras "Yo no he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel" (Mt 15,24), sino que no manifestó su presencia corporal más que al pueblo de Israel, no habiendo ido El mismo a los gentiles, sino que envió?

Crisóstomo, ut supra. Esta palabra es necesario1 no está puesta aquí como signo de fatalidad; expresa lo que ha de suceder. Mas como ellos decían que El era distinto del Padre, añade: "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi alma para volverla a tomar".

San Agustín, in Joanem tract 37. Esto es: porque muero para resucitar. Gran importancia se da a estas palabras: Yo pongo. Que los judíos no se gloríen. Ellos han podido enfurecerse; si yo no hubiera querido poner mi alma, ¿qué habían de haber hecho enfureciéndose? Teófilacto. El Padre ama al Hijo, no con un amor que será como el precio de la muerte que debe sufrir por nosotros, sino porque contempla en este Hijo, engendrado por El, su propia naturaleza, en virtud de la cual quiso morir por nosotros.

Crisóstomo, in Joanem hom 59. O es palabra de condescendencia, como queriendo decir: aun cuando no hubiese otro motivo, lo que me llevó a amaros es que vosotros de tal manera sois amados por mi Padre, que El me amaría porque doy mi vida por vosotros. Sin embargo, no es cierto que El no fuese antes amado por su Padre, ni que nosotros seamos la causa de este amor. El quiere demostrar que no subió al calvario contra su voluntad. Por eso añade: "No me la quita ninguno, mas yo la pongo por mí mismo".

San Agustín, De Trin. 3, 38. En lo cual demostró que no fue ningún pecado el que lo llevó a la muerte, sino que fue porque quiso, cuando quiso y de la manera que quiso: "Poder tengo para ponerla", etc.

Crisóstomo, ut supra. Como que ellos habían confabulado muchas veces para matarle, les dice que sin su voluntad todos sus esfuerzos serían estériles. Yo, les dice, tengo tal poder de librar mi alma, que nadie puede quitármela contra mi voluntad. Este poder no existe en los hombres, porque nosotros no tenemos poder de poner nuestra alma, sino matándonos a nosotros mismos, y sólo el Señor es quien tiene el poder de ponerla. De todo esto podemos deducir que cuando El quiere puede tomarla, y esto es lo que nos da a entender por estas palabras: "Y poder tengo para volverla a tomar"; demostración irrecusable de su resurrección. Pero para que al verlo sucumbir no pensasen que su Padre lo había abandonado, añade: "Este mandamiento recibí de mi Padre"; esto es, de poner mi alma y volverla a tomar. De donde podemos deducir que El no esperó esta orden ni tuvo necesidad de saberla, sino que manifestó su marcha voluntaria, y destruyó toda clase de sospecha de oposición por parte de su Padre.

Teófilacto. Este precepto no dice otra cosa que su concordia con su Padre.

Alcuino. No es por la palabra por donde la Palabra recibe este mandamiento; pero todo mandamiento está en la Palabra unigénita del Padre. Cuando se dice que el Hijo recibe todo lo que tiene de su naturaleza, no se disminuye el poder sino se muestra su generación. El Padre ha dado todo a su Hijo engendrándolo, porque el Padre lo engendró perfecto.

Teófilacto. Después de haber hablado de sí mismo cosas sublimes, manifestando la supremacía que tiene sobre la muerte y sobre la vida, desciende luego a cosas humildes, uniéndolo todo en admirable consorcio, a fin de que no se le considere ni como menor que su Padre e inferior a El, ni como su adversario; sino participando de su mismo poder y de sus mismas determinaciones.

San Agustín, in Joanem tract 47. Por lo que nos dice de su alma, se nos previene contra los apolinaristas, que dicen que Cristo no tuvo alma humana, esto es, racional. Examinemos, pues, cómo el Señor pone su alma. Cristo es a la vez Verbo y hombre, es decir, Verbo y alma y carne. ¿Es, pues, como Verbo como pone el alma y la vuelve a tomar? ¿Es el alma humana que como tal se pone y se vuelve a tomar? O, por último, ¿es la carne que como carne pone el alma y la vuelve a tomar? En el primer caso, el alma habría estado separada algún tiempo del Verbo de Dios, porque la muerte separó el cuerpo del alma; mas yo no digo que el alma estuviese separada del Verbo. Si decimos que el alma misma se puso, este sentido es muy absurdo, porque si no estaba separada del Verbo, ¿cómo había de separarse de sí misma? La carne fue la que puso su alma y otra vez la volvió a tomar, no por su poder, sino por el poder del Verbo que habitaba en ella.

Alcuino. Y como la luz resplandecía en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron, el Evangelista añade: "Y hubo nuevamente disensión entre los judíos por estas palabras. Y decían muchos de ellos: Demonio tiene y está fuera de sí".

Crisóstomo, ut supra. Como que las cosas que El decía traspasaban lo humano, de aquí el que lo creyeran poseído del demonio. Pero otros manifiestan que no lo estaba, y la prueba eran las mismas cosas que hacía. "Otros decían: estas palabras no son de endemoniado; ¿por ventura puede el demonio abrir los ojos de los ciegos?". Esto es, las mismas palabras no parecen de un poseso. Si, pues, no os persuaden las palabras, persuadíos, al menos, por las obras. Y como el Señor había demostrado el hecho, por eso se callaba. Además, ellos no eran dignos de respuesta. Pero también nos enseñó a nosotros toda mansedumbre y toda longanimidad. Ellos también se refrenaban cuando divididos disputaban los unos contra los otros.

JUAN 10,22-30


13022 (Jn 10,22)

Y se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación, y era invierno. Y Jesús se paseaba en el Templo por el pórtico de Salomón, y los judíos le cercaron y le dijeron: "¿Hasta cuándo nos acabas el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente". Jesús les respondió: "Os lo digo y no me creéis. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí; mas vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen. Y yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y ninguno las arrebatará de mi mano. Lo que me dio mi Padre es sobre todas las cosas, y nadie lo puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos una cosa". (vv. 22-30)

Alcuino. Hemos presenciado la paciencia de Dios y su predicación de salvación en medio de los oprobios de los judíos; pero éstos, endurecidos, más bien querían tentarlo que obedecerlo. "Y se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación".

San Agustín, in Joanem tract 48. La palabra encaenia1 está formada de la palabra griega kainon, nuevo, y se designa por ella toda dedicación de alguna cosa nueva.

Crisóstomo, in Joanem hom 60. Esta palabra significa el día de la dedicación del Templo, o la vuelta de los judíos de la cautividad de Babilonia.

Teófilacto. Celebraban los judíos esta fiesta con esplendor, como recobrando la ciudad su propio brillo después de tan largo cautiverio.

Alcuino. O esta dedicación era en memoria de la celebración que hizo Judas Macabeo. La primera dedicación fue celebrada por Salomón en el otoño; la segunda por Zorobabel y por el sacerdote Jesús en la primavera, y ésta en invierno2: "Y era invierno".

Beda. Leemos que Judas Macabeo estableció que esta dedicación se celebrase en recuerdo con solemnes ceremonias.

Teofilacto. El Evangelista expone que era la estación del invierno, para dar a entender que se acercaba el tiempo de la pasión, porque en la primavera siguiente tuvo lugar la pasión del Señor, y por eso se hallaba entonces en Jerusalén.

San Gregorio, Moralium 1, 2. O bien tiene cuidado de expresar la estación del invierno para indicar los fríos sentimientos que existían en el corazón de los judíos.

Crisóstomo, ut supra. Cristo asistía a esta solemnidad con mucho empeño; por lo demás, iba a menudo a Judea, porque estaba próxima la pasión. "Y Jesús se paseaba en el Templo por el pórtico de Salomón".

Alcuino. Se llamaba pórtico de Salomón el lugar en que este rey se ponía para orar. Los pórticos que rodeaban el Templo solían tomar el nombre del Templo. Si, pues, el Hijo de Dios quiso pasearse en el Templo en que se le hacían ofrendas de animales irracionales, ¡con cuánta mayor razón se alegrará de venir a nuestra casa de oración, en la cual se consagra su carne y su sangre! Teófilacto. Mientras dura el crudo invierno, es decir, la vida presente, azotada por las tormentas de la iniquidad, esfuérzate en celebrar las encaenias espirituales de tu templo, renovándote siempre a ti mismo, y preparando ascensiones en tu corazón. Entonces Jesús estará propicio a ti en el pórtico de Salomón, concediéndote una vida tranquila y pacífica bajo su propio techo, porque en la vida futura nadie podrá celebrar la solemnidad de una renovación.

San Agustín, in Joanem tract 48. Como el sentimiento de la caridad se había resfriado en el corazón de los judíos, y el afán de hacer mal se había despertado en su alma, no se acercaban tocados de la fe, sino que perseguían movidos por la rabia: "Y los judíos le cercaron y le dijeron: ¿hasta cuándo nos acabas el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente". Hablaban así los judíos, no por el deseo de saber la verdad, sino para preparar el camino a la calumnia.

Crisóstomo, ut supra. No pudiendo recriminar en nada sus acciones, andaban en acecho para cogerlo en las palabras. Y mira su perversidad. Cuando El les instruye con palabras, le dicen: "¿Qué milagro nos muestras?" Y cuando El se lo manifiesta con las obras, le dicen: "Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente", estando siempre en continua contradicción. Llenas de odio estaban las palabras que le dirigían: "Dínoslo abiertamente", y sin embargo, El lo decía todo en público, hallándose presente siempre a las solemnidades, y jamás hablaba nada en secreto. Mas con estas palabras intentan adularle, diciéndole después: "Hasta cuándo nos acabas el alma", provocándolo de este modo para ver si podían hacerle caer en algún lazo.

Alcuino. Alegan que les tiene los ánimos en suspenso y en la incertidumbre el que había venido para salvar las almas.

San Agustín, ut supra. Pretendían oír de los labios del Salvador estas palabras: "Yo soy el Cristo", y tal vez conocían a Cristo en cuanto hombre, pero no entendían su divinidad en los Profetas. Por esto, si El decía: "Yo soy el Cristo", según lo que ellos sabían de la descendencia de David, lo habrían calumniado de que se apropiaba el poder real.

Alcuino. Y así pensaban entregarlo a la potestad del gobernador para que lo castigara, como a usurpador del trono de Augusto; por lo cual el Señor templa su respuesta de tal modo que cierra los labios de los calumniadores, enseña a los fieles que El es Cristo, y descubre los misterios de su divinidad a los que preguntaban sobre su humanidad. Jesús les respondió: "Os lo digo y no me creéis", etc.

Crisóstomo, ut supra. Les echa en cara su malicia, porque fingían bastarles una sola palabra para persuadirse, los que no se habían persuadido con tantas obras; como si les dijera: ¿si no creéis en las obras, cómo habéis de creer en las palabras? Y cuál sea el motivo de su incredulidad lo dice al punto: "Mas vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas".

San Agustín, ut supra. Esto les dijo porque los veía predestinados a la muerte eterna, y no a la vida eterna que El les había conquistado con su sangre. Lo que hacen las ovejas es creer al pastor y seguirlo.

Teófilacto. Después de haberles dicho: "No sois de mis ovejas", les exhorta al punto para que se hagan sus ovejas, diciendo: "Mis ovejas oyen mi voz".

Alcuino. Esto es, siguen de corazón mis preceptos. "Y yo las conozco", es decir, yo las elijo. "Y ellas me siguen" aquí abajo, yendo delante de ellas por el camino de la mansedumbre y de la inocencia, y después entrando en los goces de la vida eterna: "Y yo les doy vida eterna".

San Agustín, ut supra. Estos son los pastos de que poco antes había dicho (Jn 10,9): "Y encontrará pastos". Buen pasto se dice de la vida eterna, en donde ninguna yerba se marchita; todo allí está verde. Mas vosotros echáis mano de la calumnia, porque sólo pensáis en la vida presente. "Y no perecerán jamás". Puedes sobreentender: Vosotros pereceréis para siempre, porque no sois de mis ovejas.

Teófilacto. Pero ¿cómo vemos a Judas perecer? Porque no perseveró hasta el fin. Empero, Cristo sólo había hablado de los que perseveraren, porque si alguno se separa del rebaño de las ovejas y deja de seguir al pastor, al punto cae en peligro.

San Agustín, ut supra. El añade por qué no han de perecer: "Y ninguno las arrebatará de mis manos". Habla de las ovejas, de las que se dice: El Señor conoce a aquellos que le pertenecen (2Tm 2,19); ni el lobo los arrebata, ni el ladrón los roba, ni el salteador los mata; seguro está del número de aquellos, el que sabe lo que ha dado por ellos.

San Hilario, De Trin 1, 7. Esta palabra es el testimonio de un poder, del cual tiene conciencia. Aunque estando en la naturaleza de Dios, debe ser considerado como naciendo de Dios, y por eso añade: "Lo que me dio mi Padre, es sobre todas las cosas". No oculta que El ha nacido del Padre y lo que recibió del Padre lo recibió al nacer, no después.

San Agustín, in Joanem tract 48. No por su crecimiento y desarrollo, sino por su nacimiento, es igual al Padre el que desde la eternidad nació Hijo del Padre, Dios de Dios. "Esto es lo que me dio el Padre", lo que es sobre todas las cosas, a saber: que yo soy su Verbo, que yo soy su Hijo único, que yo soy el brillo de su luz. "Y ninguno puede arrebatar las ovejas de mi mano", porque tampoco nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre: "Y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre". Si por mano entendemos el poder, uno es el poder del Padre y del Hijo, porque es una la Divinidad. Si por mano entendemos al Hijo, la mano del Padre es el Hijo mismo; lo que no decimos porque Dios tenga miembros corporales, sino porque Dios ha hecho todas las cosas por su Hijo. Así los hombres suelen decir también que sus manos son otros hombres por los cuales hacen lo que quieren. Alguna vez también suele llamarse la mano del hombre a la misma obra del hombre, porque se hace mediante la mano; a la manera que decimos que un hombre reconoce su mano cuando reconoce lo que ha escrito. En este lugar, por la mano del Padre y del Hijo, debemos entender su poder; no sea que después de haber tomado al Hijo por la mano del Padre, nuestro pensamiento carnal empiece a buscar al hijo del Hijo.

San Hilario, ut supra. A fin de que puedas comprender por una comparación material un poder de la misma naturaleza, se ha llamado a la mano del Hijo mano del Padre, porque la naturaleza y el poder del Padre se encuentran también en el Hijo.

Crisóstomo, in Joanem hom 60. Después, para que no pienses que El es débil, y que sólo por el poder del Padre es por lo que las ovejas están seguras, añade: "Yo y el Padre somos una misma cosa".


San Agustín, in Joanem tract 35. Escucha estas dos palabras, somos y una cosa, y te librarás de Escila y de Caribdis3. La palabra una cosa te libra de Arrio; la palabra somos te libra de Sabelio. Si una cosa, luego no es diferente; si somos, luego Padre e Hijo.

San Agustín, De Trin. 6, 2. Una cosa somos, se ha dicho: lo que El es, yo lo soy por esencia, no por relación.

San Hilario, de Trin. 1, 8. Como los herejes no pueden negar estas cosas, las tratan de corromper con las tremendas mentiras de su impiedad. Pretenden referir esto a la unidad de consentimiento, de manera que haya en ellos sólo la unidad de voluntad, mas no de naturaleza. Esto es, que el Padre y el Hijo son uno, no porque ellos son, sino porque quieren lo mismo. Pero son uno por unidad de generación, en la que Dios no pierde nada de sí por efecto de esta generación. Son uno, en tanto que no se quitan de la mano del Hijo las cosas que no se quitan de la mano del Padre. Mientras el Padre es obrado en su obrante, mientras El está en el Padre y el Padre permanece en El. Esto no es efecto de la creación, sino del nacimiento; no lo hace la voluntad, sino el poder; no la unanimidad que habla, sino la naturaleza. No negamos, pues, la unanimidad entre el Padre y el Hijo, como nos atribuyen los herejes, afirmando que nosotros admitimos solamente la concordia para la unanimidad. Pero oigan qué unanimidad es la que nosotros no negamos: El Padre y el Hijo son uno por naturaleza en honor y en poder, y siendo la misma la naturaleza, no pueden tener dos voluntades diversas.

JUAN 10,31-38


13031 (Jn 10,31)

Entonces los judíos tomaron piedras para apedrearle. Jesús les respondió: "Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál obra de ellas me apedreáis?" Los judíos le respondieron: "No te apedreamos por la buena obra, sino por la blasfemia, y porque tú, siendo hombre, te haces Dios a ti mismo". Jesús les respondió: "No está escrito en vuestra Ley: Yo dije, dioses sois. ¿Pues si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y la Escritura no puede faltar; a mí, que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Que blasfemas, porque he dicho, soy Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque a mí no me queráis creer, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí y yo en el Padre". (vv. 31-38)

San Agustín, in Joanem tract 48. Los judíos oyeron estas palabras: "Yo y el Padre somos una cosa" y no lo pudieron soportar. Y según su costumbre, endurecidos, acudieron a las piedras: "Entonces los judíos tomaron piedras para apedrearle".

San Hilario, De Trin. 1, 7. Ahora los herejes, con la misma impiedad, bramando de furor y rehusando obedecer a sus palabras, emplean contra el Señor, que está sentado en los cielos, su furor sacrílego; lanzan sus palabras, que son como piedras, y, si pudieran, lo volverían a traer de su trono a la Cruz.

Teófilacto. El Señor, para mostrarles que no tenían razón alguna para enfurecerse contra El, les recuerda los milagros que ha hecho. Jesús les respondió: "Muchas buenas obras os he mostrado", etc.

Alcuino. A saber, sanando enfermos, en la manifestación de mi doctrina y de mis milagros, que mostré eran del Padre, porque siempre busqué su gloria: "¿Por cuál obra de ellas me apedreáis?" Aunque contra su voluntad, se ven obligados a confesar que muchos beneficios les venían de Cristo; pero llaman blasfemia a lo que había dicho de su igualdad y de la de su Padre. "Los judíos le respondieron: No te apedreamos por la buena obra, sino por la blasfemia", etc.

San Agustín, ut supra. Es su respuesta a esta palabra: "Yo y el Padre somos una cosa". He aquí que los judíos entendieron lo que los arrianos no entienden, y se enfurecieron porque conocieron que no podía decirse "Yo y el Padre somos una cosa", a no ser que haya igualdad del Padre y del Hijo.

San Hilario, ut supra. El judío dice, siendo hombre; el arriano, siendo criatura. Uno y otro añaden: "Te haces Dios". El arriano habla de un dios, de una sustancia nueva y extraña, de tal suerte, que resulta un dios de otro género, o ni aun dios siquiera, puesto que dice: "No es dios por nacimiento, no es dios en verdad; es una criatura superior a todas".

Crisóstomo, in Joanem hom 60. El Señor no destruyó la opinión de los judíos que creían que El se hacía igual a Dios; antes bien hace todo lo contrario. Jesús les respondió: "No está escrito en vuestra Ley".

San Agustín, in Joanem tract 48. Es decir, en la Ley que se os ha dado, "Yo dije: ¿dioses sois?". Dios dijo esto a los hombres por el Profeta en un Salmo, y el Señor llama generalmente Ley a todas aquellas Escrituras, aun cuando alguna vez la llame Ley, distinguiéndola de los Profetas, como se ve en aquel pasaje de San Mateo (Mt 22,40): "De estos dos mandamientos depende toda la Ley y los Profetas". Alguna vez divide en tres las mismas Escrituras, cuando dice (Lc 24,26-27): "Convenía que se cumpliesen toda las cosas que de mí estaban escritas en la Ley, en los Profetas y en los Salmos". Aquí llama también a los Salmos con el nombre de Ley. He aquí su argumento: si El llamó dioses a aquellos a quienes se dirige la palabra de Dios, y la Escritura no puede faltar, ¿cómo podéis decir que blasfema Aquel a quien Dios santificó y envió al mundo, porque dijo: soy Hijo de Dios?

San Hilario, ut supra. Antes de demostrar que El y el Padre eran una misma cosa por naturaleza, comienza a refutar el ridículo y estúpido ultraje de acusarlo porque se llamaba Dios, no siendo sino hombre. Aplicando la palabra de Dios, este nombre a los hombres santos, y apoyando así en esta autoridad irrefragable la atribución hecha de este nombre a los mortales, ya no es un crimen que El se haga Dios siendo hombre, cuando la Ley llama dioses a aquellos que son hombres. Y si la usurpación de este nombre no es sacrílega entre los demás hombres, ¿por qué ha de parecer que la usurpa imprudentemente, al haberse llamado Hijo de Dios, Aquel a quien Dios santificó, pues aventaja a todos los demás que de manera impía se permiten llamarse dioses, porque El ha sido santificado para ser Hijo, como lo dice el Apóstol San Pablo por estas palabras (Rm 1,4): "Porque ha sido predestinado Hijo de Dios con poder según el espíritu de santificación". Toda esta respuesta concierne al Hijo del hombre en cuanto el Hijo de Dios es también Hijo del hombre.

San Agustín, ut supra. O de otra manera: Lo santificó, esto es, al engendrarlo le dio el ser santo, porque lo engendró santo. Ahora bien, si la palabra de Dios se ha hecho para los hombres a fin de que puedan llamarse dioses, el Verbo mismo de Dios ¿cómo no es Dios? Si los hombres, participando del Verbo de Dios se hacen dioses, ¿no ha de ser Dios el Verbo de donde toman la participación? Teófilacto. O lo santificó, esto es, lo consagró para que se sacrificara por el mundo; en lo cual mostró que El no era Dios como los demás, porque salvar al mundo es una obra divina, pero no de un hombre deificado por la gracia.

Crisóstomo, in Joanem hom 60. O esperando que sus palabras fuesen recibidas, habló con más humildad. Pero después los lleva a cosas más elevadas, diciendo: "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis", manifestando así que en nada era menor que el Padre. Como a ellos les era imposible ver su substancia, les da una prueba de la igualdad de su poder, produciendo la igualdad de las obras.

San Hilario, ut supra. ¿Qué lugar hay aquí para la adopción, para conceder un nombre, de manera que no sea Hijo de Dios por naturaleza cuando la prueba de que es Hijo de Dios son las obras del poder de su Padre? Porque la creatura no se equipara a Dios, puesto que a El no se le puede comparar naturaleza alguna que le sea ajena. Da testimonio de que El cumple no lo que es suyo sino lo que es de su Padre, a fin de no destruir el hecho de su generación por la grandeza de sus actos. Y como bajo el misterio del cuerpo, tomado y nacido de María, no se veía la naturaleza del Hijo del hombre y de Dios, la fe nos lo avisa por los hechos, diciendo: "Mas si las hago, aunque a mí no me queráis creer, creed a las obras". ¿Por qué, pues, el misterio del nacimiento humano ha de impedir el conocimiento del nacimiento divino, cuando Aquel que ha recibido este nacimiento divino cumple todas sus obras, rodeado de esta humanidad que lo sigue? Haciendo, pues, las obras de su Padre, ha querido demostrar lo que debía creerse en las obras, porque añade: "Para que conozcáis y creáis que El está en mí, y yo en el Padre". Esto significan aquellas palabras: "Soy Hijo de Dios", y esto (Jn 10,30): "Yo y el Padre somos una cosa".

San Agustín, in Joanem tract 48. Porque el Hijo no dice: Mi Padre está en mí y yo en El, a la manera que lo pueden decir los hombres; pues por los buenos pensamientos estamos en Dios, y por medio de una vida santa vive en nosotros. Participando de su gracia e iluminados por su luz, estamos en El y El está en nosotros. Mas el Hijo Unigénito de Dios está en el Padre y el Padre en El, de la misma manera que un igual en aquel que es su igual.


Catena aurea ES 13011