Catena aurea ES 13629

JUAN 16,29-33


13629 (Jn 16,29)

Sus discípulos le dicen: "He aquí ahora hablas claramente y no dices ningún proverbio. Ahora conocemos que sabes todas las cosas, y no es menester que nadie te pregunte: en esto creemos que has salido de Dios". Jesús les respondió: "¿Ahora creéis? He aquí viene y ya es venida la hora en que seáis esparcidos cada uno por su parte, y me dejéis solo: mas yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Esto os he dicho, para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis apretura: mas tened confianza, que yo he vencido al mundo". (vv. 29-33)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 78. Como los discípulos se habían reanimado al oír que eran amigos del Padre, dijeron que entonces conocían que Jesucristo lo sabía todo, y por esto sigue: "Dijeron sus discípulos: Ahora hablas claramente y no dices ninguna parábola".

San Agustín, in Ioannem, tract., 103. Siendo así que tan sólo les ha prometido que en aquella hora futura les hablará sin parábolas, ¿por qué dicen esto, sino porque sabiendo el Señor que para los ignorantes son parábolas aquellas cosas que El sabe, y que de tal modo no las entienden, que ni aun ellos mismos conocen que no las entienden?

Crisóstomo, ut supra. Como el Señor responde a lo que ellos pensaban, exclaman: "Ahora conocemos que tú sabes todas las cosas". Observad la imperfección en que se hallan, que aun después de haberles dicho tantas y tan grandes cosas, dicen: "Ahora conocemos (y esto lo dicen como si le dispensaran una gracia) y no hay necesidad de que nadie te pregunte"; esto es, antes que oigas, conociste las cosas que nos escandalizan, y nos tranquilizaste diciendo: "Porque el Padre os ama".

San Agustín, ut supra. ¿Por qué los discípulos se creyeron en el deber de decir a Aquel que conoce todas las cosas: "No es menester que nadie te pregunte", cuando debieron decir: "No tienes necesidad de preguntar nada"? cuando ambas cosas sucedieron; que preguntara el Señor y que fuera preguntado. Pero esta dificultad se resuelve fácilmente, porque más convenía a ellos que al Señor el preguntar que el ser preguntados; porque el Señor no tenía necesidad de preguntarles para aprender nada de ellos, sino más bien para enseñarles, y a los que preguntaban les era ciertamente muy provechoso el aprender algunas cosas de Aquel que las conocía todas, pues el Señor no necesitaba ser preguntado por aquel que quisiera saber algo de El, por cuanto previamente sabía la voluntad de los que preguntaban. No es gran cosa para Dios el prever los pensamientos de los hombres, pero sí lo era para sus pequeñuelos súbditos que dijeron: "En esto creemos que saliste de Dios".

San Hilario, De Trin. 1, 6. Creen que ha salido de Dios, porque hace aquello que es sólo de Dios. El Señor les había dicho repetidas veces: "Yo de Dios salí y he venido al mundo desde el seno de mi Padre", y no se admiraron de lo que tantas veces habían oído; por lo que ahora no dicen: Viniste del Padre a este mundo, porque no sabían que había sido enviado por Dios, pues ignoraban que hubiese salido de Dios. Pero comprendiendo el inefable origen del Hijo por la virtud de su palabra, ellos empezaron a darse cuenta cuando El les confesó que les hablaba sin parábolas. Y ciertamente es muy distinto que nazca un hombre a que Dios sea engendrado, precisamente porque no se trata de un parto como el de los hombres, sino que hablamos de la generación de Dios. Es, pues, uno de uno; no es porción, no es apocamiento, no es disminución, no es derivación, no es extensión; ni sufrimiento, sino nacimiento de viviente de una naturaleza de viviente; no es una criatura elegida para recibir el nombre de Dios; no ha recibido su ser de la nada, sino que ha nacido de un ser permanente, porque la palabra salir significa un nacimiento, no un comienzo.

San Agustín, ut supra. Después, considerando la debilidad en que todavía se encontraban en cuanto al hombre interior, les da el siguiente aviso: "Jesús les respondió: Ahora creéis".

Beda. Lo cual puede entenderse de dos modos. Como ironía: tarde habéis creído: "He aquí que viene la hora"; y como afirmación tiene este sentido: Verdad es lo que creéis: "Pero he aquí la hora en que os disperséis, y huyendo cada uno, me dejéis solo".

San Agustín, ut supra. Porque cuando el Señor fue prendido, no sólo le abandonaron corporalmente, sino que también abandonaron la fe.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 78. Cuando yo seré entregado y vosotros os disperséis, será tal el temor que os dominará, que ni podréis retiraros juntos, mas de esto ningún daño resultará para mí. Y añade: "Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo".

San Agustín, ut supra. Con esto quería levantar su inteligencia, que comprendieran que el Hijo al salir del Padre no le abandonaba; y concluye diciendo: "Esto os lo he dicho para que tengáis la paz en mí".

Crisóstomo, ut supra. Esto es, para que no me echéis de vuestro corazón, porque la adversidad no sólo os dispersará cuando yo seré aprehendido, sino que mientras estaréis en el mundo seréis atribulados y perseguidos, que esto significan las palabras "En el mundo seréis oprimidos".

San Gregorio, Moralium, 26, 11. Como si dijera: Llevad en vuestro interior un consuelo que os reanime, porque el mundo exterior se ensañará cruelmente con vosotros.

San Agustín, ut supra. El principio de esta persecución tomará su origen de las palabras "Viene la hora en que seáis dispersados cada uno por su lado". Pero esto no había de ser para siempre, porque añadió: "Y me dejaréis solo". Pero no quiere que continúen en las mismas tribulaciones que después de su ascensión habían de tener en este mundo, en términos que le abandonen, sino que encuentren en El la paz, y por esto dice: "Mas tened confianza".

Crisóstomo, ut supra. Esto es: levantad vuestro corazón, pues no es digno de que los discípulos desfallezcan, habiendo el maestro triunfado de sus enemigos. Y sigue: "Porque yo he vencido al mundo".

San Agustín, ut supra. Recibido el Espíritu Santo, adquirieron confianza, y vencieron, no sólo en El, pues no hubiera vencido Este al mundo si el mundo hubiera vencido a sus miembros. Cuando dice: "Os he dicho esto para que tengáis paz en mí", debemos entender que no sólo se refiere a lo que había dicho poco antes, sino a todo lo que dijo desde que empezó a tener discípulos. O bien a aquel largo y admirable sermón que les predicó después de la cena. Esta recomendación de que tuviesen paz en El, no tendrá fin, sino que será el fin de todas nuestras intenciones y obras.

JUAN 17,1-5


13701 (Jn 17,1)

Estas cosas dijo Jesús: y alzando los ojos al cielo, dijo: "Padre, viene la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Como le has dado poder sobre toda carne, para que todo lo que le diste a El, les dé a ellos vida eterna. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti solo Dios verdadero, y a Jesucristo a quien enviaste. Yo te he glorificado sobre la tierra, y he acabado la obra que me diste a hacer. Ahora, pues, Padre, glorifícame tú en ti mismo, con aquella gloria que tuve en ti antes que fuese el mundo". (vv. 1-5)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 79. Como el Señor había dicho "Seréis afligidos en el mundo" (Jn 16,33), se pone en oración después de esta advertencia, enseñándonos así a acudir en la tribulación al refugio de Dios. Por esto dice: "Esto habló Jesús".

Beda. Debe entenderse de aquello que les dijo en la cena, sentados a la mesa, hasta que pronunció "Levantáos, vámonos de aquí", y después, estando en pie, hasta el fin del himno, que empezó así: "Y elevando los ojos al cielo, dijo: Padre", etc.

Crisóstomo, ut supra. El elevó los ojos al cielo para enseñarnos el modo como debemos orar: que, estando en pie, miremos al cielo, no sólo con los ojos del cuerpo, sino que también con los del espíritu.

San Agustín, in Ioannem, tract., 104. Podía el Señor, que había tomado la forma de siervo, orar en silencio, si hubiera sido necesario, pero quiso manifestarse al Padre como suplicante, para que se acordase que era nuestro Maestro. Esta es la razón por la que estas palabras de oración que dirigió al Padre, sirven de edificación, no sólo a los discípulos que le oyeron, sino que también a nosotros que habíamos de leerlas. Lo que dijo: "Padre, viene la hora", demuestra que todo tiempo es oportuno para hacer lo que tiene dispuesto Aquel que no está sujeto a tiempo; y no se crea que esta hora significa hado o destino apremiante, sino disposición divina. ¡Lejos de nosotros el creer que las estrellas obligasen a morir a su Creador! San Hilario, De Trin. l.3. No dice que ha llegado el día ni el tiempo, sino "la hora". La hora es parte de un día. Y ¿cuál será esta hora? Era la de ser escupido, azotado y crucificado, pero en ella el Padre glorifica al Hijo. El curso de esta obra se consuma, y con su muerte todos los elementos del mundo se resienten: al peso del Señor, pendiente en la Cruz, la tierra tiembla y confiesa que no puede contener dentro de sí a Aquel que muere. Exclama el Centurión: "¡Verdaderamente, Este era Hijo de Dios!" (Mt 27,54) Esta exclamación concuerda con la profecía: el Señor había dicho: "Glorifica a tu Hijo"; y no sólo es contestado con el nombre de Hijo, sino que también con la de tuyo. Muchos, en verdad, son hijos de Dios; pero no como Este, que es propiamente verdadero Hijo por origen, no por adopción; en verdad, no de sólo nombre; por nacimiento, no por creación. Por tanto, después de su glorificación, siguió la confesión de la verdad, pues el Centurión le confiesa verdadero Hijo de Dios, a fin de que ninguno de los creyentes pueda dudar que Jesucristo fue confesado hasta por sus perseguidores.

San Agustín, ut supra. Pero si en su pasión fue glorificado, cuánto más en su resurrección. Porque en su pasión brilla más su humildad que su gloria. Por cuanto dice: "Padre, viene la hora; glorifica a tu Hijo", debe entenderse: Viene la hora de sembrar la humildad. No difieras el fruto de la gloria.

San Hilario, ut supra. Quizá se tendrá por debilidad en el Hijo la esperanza de su glorificación: y ¿quién no confesará superior al Padre, cuando El mismo dice "El Padre es mayor que yo"? (Jn 14,28) Pero se ha de precaver que los ignorantes no entiendan que la gloria del Padre menoscabe el honor del Hijo, pues sigue: "Para que tu Hijo te glorifique a ti". Por tanto, no es inferior el Hijo, que ha de volver a su vez la glorificación que El recibe; así, pues, la petición de glorificación mutua manifiesta el poder divino en los dos.

San Agustín, in Ioannem, tract., 105. Con razón se pregunta cómo el Hijo glorificará al Padre, siendo así que la gloria sempiterna del Padre ni puede disminuirse en la forma humana, ni aumentarse en su perfección divina; pero entre los hombres era menor cuando tan sólo en Judea era Dios conocido (Ps 75); y como el Evangelio de Cristo, por el hecho de ser predicado en todas las naciones, había de dar a conocer al Padre, de aquí que el Padre fuera glorificado por el Hijo. Dice, pues: "Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti". Como si dijera: "Resucítame, para que por mí te hagas patente a todo el mundo". Declara a continuación más y más, cómo el Hijo glorifica al Padre, diciendo: "Así como le diste poder sobre toda carne, a fin de que todo lo que le concediste a El, les dé a ellos vida eterna". Llamó toda carne a todos los hombres, demostrando el todo por la parte. Pero este poder dado por el Padre a Cristo sobre toda carne, debe entenderse en cuanto hombre.

San Hilario, ut supra. Porque hecho carne había de restituir a la vida inmortal los cuerpos caducos y mortales.

San Hilario, De Trin. l.9. O de otro modo: la aceptación del poder es sólo la demostración de su generación, en la que recibió lo que es al nacer. La entrega (del poder) no significa superioridad, sino que el Padre es quien da, permaneciendo en El Dios Hijo, quien ha tomado el poder de dar la vida eterna.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 79. "Le diste poder sobre toda carne", para demostrar que su predicación debía extenderse no sólo a los judíos, sino a todo el mundo. ¿Pero qué quiere decir toda carne? porque no todos creyeron. En verdad, que en cuanto de El dependió todos creyeron. Pero si no quisieron oír lo que se les decía, no es culpa de la predicación, sino de los que no quisieron escucharla.

San Agustín, in Ioannem, tract., 105. Así como le habéis dado poder sobre toda carne, para que os glorifique el Hijo"; esto es, para que os dé a conocer a todos los hombres que le diste; del mismo modo le diste el poder de darles la vida eterna.

San Hilario, De Trin., l.3. Pero en qué consiste la vida eterna, lo demuestra cuando dice: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti solo verdadero Dios", etc. Vida es conocer al verdadero Dios, pero no lo constituye sólo esto. ¿Qué es, pues, lo que debe añadirse? "Y al que enviaste, Jesucristo".

San Hilario, De Trin. l.4. Los arrianos entienden que sólo el Padre es Dios único, sólo El justo, sólo El sabio, y según éstos, el Hijo queda separado y sin comunicación de uno con otro en lo que les es propio. Si se atribuye esto tan sólo al Padre, es necesario admitir que el Hijo de Dios no es verdad ni sabiduría.

San Hilario, De Trin. l.5. No es dudoso para nadie que la verdad de una cosa se manifiesta por su naturaleza y sus efectos: es verdadero trigo el que molido y hecho harina y cocido pan, sirve de alimento y produce los efectos de su naturaleza. Pregunto, pues, ¿cómo puede faltar al Hijo la verdad, no faltándole la naturaleza ni el poder de Dios? El ha hecho en virtud de su naturaleza y su poder, que fueran hechas y existieran a su placer las cosas que no eran.

San Hilario, De Trin. l.9. ¿Acaso porque dice a ti solo, separa de Dios su comunión y unidad? Se separa, en verdad, pero no en el sentido que sigue: "A ti solo verdadero Dios", y a continuación añade: "Y a Jesucristo a quien enviaste". La fe de la Iglesia se funda en esto para confesar a Jesucristo verdadero Dios, después que ha confesado al Padre: es el único verdadero Dios, porque el nacimiento del Hijo por naturaleza no causa disminución en Dios.

San Agustín, De Trin. 6, 9. Tenemos el deber de estudiar esta palabra dirigida al Padre: "Para que te conozcan a ti solo verdadero Dios", como dando a entender que sólo el Padre es Dios verdadero, y que no estamos obligados a creer que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Dios. Pero por el testimonio del Señor decimos que el Padre es solo verdadero Dios; que el Hijo es solo verdadero Dios, y que el Espíritu Santo es solo verdadero Dios; y que juntamente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (esto es, juntamente la misma Trinidad), no son tres Dioses verdaderos, sino un solo verdadero Dios.

San Agustín, ut supra. He aquí el orden de estas palabras: "Que a ti y al que enviaste Jesucristo, conozcan por el solo verdadero Dios". Por consiguiente se entiende también el Espíritu Santo, porque es Espíritu del Padre y del Hijo, como amor consustancial de los dos. Así, el Hijo te glorifica haciendo que todos los que tú le diste te conozcan. Si el conocimiento de Dios es la vida eterna, nosotros progresaremos tanto más en la vida eterna cuanto más aprovechemos en el conocimiento de Dios. Pero nosotros no hemos de morir en la vida eterna, y entonces será perfecto el conocimiento de Dios, cuando ya no habrá muerte, y entonces la glorificación de Dios será suprema, porque también lo será la gloria. Los antiguos definieron así la gloria: la aclamación del nombre de alguno con alabanza. Pero si el hombre se cree glorificado cuando es famoso su nombre, ¿cuánta no será la gloria de Dios, cuando se verá en sí mismo? Esta es la razón por la que está escrito: "Bienaventurados los que habitan en tu casa, porque te alabarán en los siglos de los siglos" (Ps 83,5) Allí será la alabanza eterna, donde será pleno el conocimiento de Dios y, por tanto, su glorificación.

San Agustín, De Trin. 1, 8. Cuando vivamos eternamente, contemplaremos lo que dijo a su siervo Moisés: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14)

San Agustín, De Trin. 3, 18. Cuando nuestra fe sea verdad en vida, entonces nuestra mortalidad se cambiará en la eternidad.

San Agustín, in Ioannem, tract., 105. Pero antes Dios es glorificado en este mundo cuando se da a conocer a los hombres por la predicación y por la fe de los creyentes, por lo que dice: "Yo te glorifiqué sobre la tierra".

San Hilario, De Trin. l. 3. Este cambio de glorificación no pertenece al provecho de la divinidad, sino al honor que ella recibe de aquellos que lo dan a conocer a los que lo ignoraban.

Crisóstomo, ut supra. Por esto dice: "Sobre la tierra", porque en el cielo ya era glorificado recibiendo la gloria de su propia naturaleza, y adorado por los ángeles. No habla de aquella gloria que pertenece a su sustancia, sino de la que pertenece al culto de los hombres. Por lo que dice: "Consumé la obra que me encargaste hacer".

San Agustín, ut supra. No dice que me mandaste, sino "que me encargaste", palabras que evidentemente favorecen el dogma de la gracia. ¿Qué tiene, pues, que no hubiera recibido en el Unigénito la naturaleza humana? ¿Pero cómo consumó la obra que aceptó, cuando todavía le faltaba la prueba de su pasión, sino porque estaba cierto de que sería consumada?

Crisóstomo, ut supra. Dice "Consumé": casi por lo que a mí toca, todo está hecho. O bien porque hecha la mayor parte puede decirse hecho todo. La raíz de todos los bienes quedó plantada, y en consecuencia debían seguir todos los frutos, y en lo sucesivo El quedaba presente para lo que restaba hacer.

San Hilario, De Trin. l. 9. Después de habernos mostrado el mérito de su obediencia y el misterio de su misión divina, añade: "Y ahora glorifícame tú, Padre, en ti mismo".

San Agustín, ut supra. Antes había dicho: "Padre, viene la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti", en cuyo orden de palabras manifestaba que primero había de ser glorificado el Hijo por el Padre, para que a Este le glorificase el Hijo. Pero ahora dice: "Yo te he glorificado, y tú ahora glorifícame", como si El hubiera glorificado primero al Padre, de quien pedía después su glorificación. Es necesario reconocer que antes se había servido de las mismas palabras y en el mismo orden en que había de suceder después, pero ahora usa del verbo en tiempo pretérito sobre cosa futura, como si dijera: "Yo te glorificaré sobre la tierra", consumando la obra que me encargaste que haga, y entre tanto, glorifícame tú Padre, que es enteramente la misma sentencia, con la sola diferencia de que aquí añade el modo de glorificación, con estas palabras: "Con aquella gloria que tuve antes de que el mundo fuese hecho, contigo". El orden de las palabras es éste: "Que tuve contigo antes de que el mundo existiera". Algunos pensaron que estas palabras debían entenderse en el sentido de que la naturaleza humana, a la que el Verbo se había unido, se convirtiese en Verbo, y el hombre en Dios. Pero si atentamente consideramos esta opinión, la humanidad perecería en Dios, porque no habrá nadie que se atreva a decir que por esta mutación del hombre, el Verbo de Dios se duplicaría o aumentaría. Porque quien negara la predestinación del Hijo de Dios, negaría por lo mismo la del Hijo del Hombre. Y más abajo, como viese llegar el tiempo predestinado, rogó que su predestinación se convirtiera en realidad, diciendo: "Y ahora glorifícame", etc. Esto es: con aquella gloria que tuve en ti en tu predestinación, es ya tiempo de que aun viviendo reciba tu glorificación a tu derecha.

San Hilario, De Trin. l. 3. O pedía para que lo que había empezado en el tiempo, recibiese aquella gloria que está más allá del tiempo, a fin de que desapareciese la corrupción de la carne y quedara transformada en el poder de Dios y en la incorruptibilidad del Espíritu.

JUAN 17,6-8


13706 (Jn 17,6)

"He manifestado tu nombre a los hombres que me diste del mundo: tuyos eran, y me los diste a mí, y guardaron tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me diste, de ti son. Porque les he dado las palabras que me diste; y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti y han creído que tú me enviaste". (vv. 6-8)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 80. Porque había dicho "Consumé la obra", manifiesta qué obra, a saber, que publicará el nombre de Dios. Por esto dice: "Manifesté tu nombre a los hombres que me diste".

San Agustín, in Ioannem, tract., 106. Si esto no se refiere más que a aquellos discípulos que cenaron con El, esta glorificación no corresponde a aquella de que antes se hablaba, por la que el Hijo glorifica al Padre. ¿Qué gloria podía resultar de la manifestación a once o doce hombres? Pero si lo que dice "He manifestado tu nombre a los hombres que me diste del mundo", quiere decir todos los que habían de creer en El, no queda duda de que ésta es la glorificación con la que el Hijo glorifica al Padre. Y las palabras "Yo he manifestado tu nombre", son las mismas que antes había dicho: "Yo te he glorificado", para el tiempo venidero, usando aquí y allí el pretérito. Pero de lo que a continuación sigue se demuestra como más creíble, que no se refería a todos los que habían de creer, sino a los que ya eran sus discípulos. Desde el principio de su discurso quería dar a entender el Señor como suyos a aquellos por quienes glorifica al Padre, manifestándoles su nombre, pues como dijera "Tu Hijo te glorifique", manifestó en seguida cómo había de ser esto, diciendo: "Así como le diste poder sobre toda carne". Ahora ya oigamos a qué discípulos de los que le oían se refiere. "Yo manifesté tu nombre a los hombres que me diste del mundo". Entonces, aun siendo judíos, no habían conocido el nombre de Dios; pues ¿por qué se lee en el Salmo "Conocido es Dios en Judea, y en Israel es grande su nombre"? (Ps 75,2) Porque estas palabras, "Manifesté tu nombre a los hombres que me diste del mundo", que me oyen, no deben entenderse del nombre con que te llamas Dios. Sino del que te llamas Padre mío, el cual no podía ser manifestado sin la manifestación del Hijo; pues por cuanto Dios lo es de toda criatura, su nombre no ha podido ser desconocido a todas las naciones antes que creyeran en Cristo. Como criador del mundo y antes que fueran instruidos en la fe de Cristo, Dios era conocido en medio de todas las naciones. En Judea era conocido de un modo que su culto no podía confundirse con el de los dioses falsos. Pero como Padre de Cristo, por el que ha borrado los pecados del mundo, su nombre en otro tiempo desconocido fue dado a conocer a aquellos del mundo a quienes el Padre le dio. ¿Pero de qué modo lo manifestó, si aun no había venido la hora de la que antes había dicho: "Porque viene la hora en que ya no os hablaré con parábolas?" (Jn 16,25) Es necesario entender que esta frase fue pronunciada para el tiempo venidero, en verbo pretérito.

Crisóstomo, ut supra. O bien que El les había dejado comprender por las palabras y las obras que el Padre tenía a Cristo por Hijo.

San Agustín, ut supra. Con las palabras "Que tu me diste de este mundo", dijo a sus apóstoles que ellos no eran de este mundo, por efecto de su regeneración, no de su nacimiento. ¿Qué quiere decir lo que sigue, "Tuyos eran y me los diste"? ¿Es que el Padre en algún tiempo tuvo algo que no tuvo el Hijo? De ningún modo. Pero el Hijo de Dios tuvo en cierto tiempo lo que no tuvo aún el Hijo del hombre, que aun no había sido hecho hombre en el seno de su Madre. Así, que cuando dijo "Tuyos eran", el Hijo de Dios no se separó de su Padre, pero acostumbró atribuir el poder a Aquel de quien le viene el ser y el poder. Y por eso dice "y me los diste", dando a entender que como hombre ha recibido el poder de poseer; y aunque El mismo se los dio a sí, esto es, Dios Cristo con el Padre.

Crisóstomo, ut supra. Dijo esto para manifestar la unidad que existe entre El y el Padre, y lo que le agrada al Padre que crean al Hijo. Por eso sigue: "Y guardaron tu palabra".

Beda. Se llama asimismo palabra del Padre, porque por El el Padre lo creó todo y contiene en sí toda palabra; y como si dijera, la aprendieron de memoria para no olvidarla jamás. Y dice: "Y guardaron tu palabra", es decir, en aquello que en mí creyeron; y sigue: "Y ahora han conocido que todo lo que me diste viene de ti". Algunos, sin embargo, dicen que el sentido de éste texto es como sigue: ahora he conocido que todos los que me diste son ajenos a Ti. Pero en esto no tienen razón, porque ¿qué podía ignorar el Hijo de las cosas que son de su Padre? Pero se dice que esto habla de los discípulos, como si dijera: Ellos han conocido que no hay en mí nada extraño a ti, y que todo lo que enseño es tuyo.

San Agustín, ut supra. El Padre le dio todas las cosas en el momento que engendró al que todas las cosas tiene.

Crisóstomo, ut supra. ¿Y en dónde aprendieron? En mis palabras, con las que les enseñaba que yo salí de ti: este Evangelio procuraba extender. Por eso añade: "Porque les di las palabras que me diste, y ellos las recibieron".

San Agustín, ut supra. Esto es, las entendieron y las retuvieron, pues la palabra es recibida cuando es comprendida por la inteligencia. Y sigue: "Y conocieron verdaderamente que yo salí de ti". Y para que nadie juzgara que este conocimiento era fruto de la inspiración y no de la fe, expresa su pensamiento, diciendo: "Y creyeron" (esto es, que tú me enviaste) Estos, pues, creyeron en verdad, porque conocieron la verdad. Las palabras salí de ti, es lo mismo que tú me enviaste. Lo que dice: "Creyeron en verdad" entendamos que no fue dicho del mismo modo que arriba dijo: "Ahora creéis, viene la hora en que os disperséis cada uno por su lado", sino que debe entenderse de este modo: creeréis de un modo indudable, firme, constante, fuerte; no ya para abandonar a Cristo y volver a vuestras familias. Verdad que los discípulos aun no eran tales cual los describen las palabras del pasado, como si ya lo fuesen, pronosticando lo que habían de ser después de recibir el Espíritu Santo. ¿Cómo el Padre dio al Hijo estas palabras? Esta cuestión es fácil de resolver, considerando que las recibió del Padre como Hijo del hombre. Porque si se le considera que las recibió como engendrado del Padre, no hay cuestión de tiempo, porque El fue primero, antes que existieran estas palabras; pues todo lo que Dios Padre dio al Hijo se lo dio al engendrarlo.

JUAN 17,9-13


13709 (Jn 17,9)

"Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por éstos que me diste, porque tuyos son. Y todas mis cosas son tuyas y las tuyas son mías: y en ellas he sido glorificado. Y ya no estoy en el mundo, mas éstos están en el mundo y yo voy a ti. Padre Santo, guarda por tu nombre a aquellos que me diste para que sean una cosa, como también nosotros. Mientras yo estaba con ellos, los guardaba en tu nombre. Guardé a los que me diste, y no pereció ninguno de ellos, sino el hijo de perdición para que se cumpliese la Escritura. Mas ahora voy a ti, y hablo esto en el mundo, para que tengan el gozo cumplido en sí mismos". (vv. 9-13)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 80. Como a pesar de oír los discípulos muchas palabras de consuelo, no se persuadían, El continúa dirigiéndose a su Padre dando expansión al sentimiento de amor que les tenía, y dice: "Yo ruego por ellos"; como si dijera: "Yo les doy no sólo lo que de mí depende, sino que aun pido para ellos otra cosa para manifestarles más mi amor".

San Agustín, in Ioannem, tract., 106. Pero cuando añadió: "No por el mundo", quiso dar a entender por mundo a aquellos que viven según la concupiscencia del mundo, y no en la suerte de la gracia para ser elegidos de entre el mundo, cuya suerte significa cuando dice: "Sino (que ruego) por los que me diste". Por lo mismo que el Padre ya se los dio, ya no pertenecen al mundo, por el cual no ruega; ni porque el Padre los dio al Hijo perdió los que le dio, y así dice: "Porque tuyos son".

Crisóstomo, ut supra. Repite con frecuencia "Me los diste", para demostrar que esta palabra es grata al Padre, y que no vino como extraño a seducirlos, sino que los recibió como propios. Después, para que nadie piense que es nuevo su poder y que recientemente lo ha recibido del Padre, añade: "Y todas mis cosas son tuyas, y todas las tuyas son mías". Como diciendo: Para que nadie crea que porque me los diste dejan de ser del Padre, porque mis cosas son suyas; ni que oyendo que eran tuyos entienda que me eran extraños, porque lo que es del Padre es mío.

San Agustín, ut supra. Claramente se ve, pues, cómo son del Hijo todas las cosas que son del Padre, por la razón de que es Dios nacido del Padre e igual al Padre. No como se dijo al mayor de los dos hijos: "Todas mis cosas son tuyas" (Lc 15,31), las cuales se refieren a todos los seres inferiores a la criatura racional, mientras que las dichas al Salvador hablan de la criatura racional que no está sujeta más que a Dios. Esta, pues, perteneciendo al Padre, no podría ser al mismo tiempo del Hijo si no fuera igual al Padre. Es, por tanto, un pecado el decir que los santos de quienes esto se ha dicho sean de otro, sino de quien fueron criados y santificados. Hablando del Espíritu Santo, dijo: "Todo lo que tiene el Padre, es mío" (Jn 16,15), refiriéndose a lo que pertenece a la misma divinidad del Padre. Y ni el Espíritu Santo habrá de recibir de una creatura que esté sometida al Padre y al Hijo, porque ha dicho: "De lo mío recibirá" (Jn 16,14)

Crisóstomo, ut supra. Pasa después a probar lo antedicho, en esta forma: "Yo he sido glorificado en ellos", lo que prueba que tengo poder sobre ellos por cuanto me glorifican creyendo en ti y en mí, pues no es glorificado por los que no dependen de su potestad.

San Agustín, in Ioannem, tract., 106. Diciendo que esto ya ha sido hecho, manifiesta que ya ha sido predestinado, y quiso tener por cierto lo que se había de hacer. Pero se pregunta si es la misma glorificación de la que había dicho: "Y ahora glorifícame tú, Padre en ti mismo". Porque si es en ti, ¿cómo ha de ser en ellos? Pues porque esta gloria se les hace patente a ellos, y por ellos a todos los que les creen como testigos suyos, y por esto dice: "Y yo no estoy en el mundo, y ellos en el mundo están".

Crisóstomo, ut supra. Esto es, aunque no aparezca según la carne, soy glorificado por aquellos que mueren por mí, así como por el Padre, y me predican como al Padre.

San Agustín, ut supra. Pero si consideras la hora en que hablaba, unos y otros estaban aún en el mundo. Cuando dice: "Ya no estoy en el mundo", no podemos entender sus palabras según el progreso del corazón y de la vida. ¿Podemos acaso suponer lícitamente que estuviese poseído en algún tiempo de afectos mundanos? No puede creerse otra cosa sino que, aquel que antes estaba en el mundo, revelaba que ya no continuaría en él con presencia corporal. Por ventura, ¿no decimos todos los días de alguno que marcha o está próximo a morir, que ya no es de este mundo? Por eso, explicando lo que había dicho, añadió: "Yo a ti voy". Y recomendando después al Padre a aquellos que iba a abandonar su presencia corporal, dijo: "Padre Santo, guarda en tu nombre a los que tú me diste". Así es, que ruega como hombre a Dios por los discípulos que de El recibió. Pero atendamos a lo que sigue: "Para que sean una misma cosa como nosotros". No dijo para que seamos ellos y nosotros una misma cosa, así como nosotros somos uno. En verdad, ellos son una misma cosa en su naturaleza, así como nosotros lo somos en la nuestra1. El hombre y Dios es una misma persona, entendiendo al hombre en aquello que ruega y a Dios en que es uno mismo con Aquel que ruega.

San Agustín, De Trin. l. 4. Puedo decir en verdad, porque es cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo: yo y ellos no somos una misma cosa, pero sí somos uno, porque la cabeza y el cuerpo es un Cristo. Pero demostrando su divinidad consustancial con el Padre, quiere que los suyos sean uno en Cristo, no tanto por la misma naturaleza, en virtud de la cual los hombres se vuelven iguales a los ángeles, sino aun más por la concordia de la misma caridad, con cuyo fuego inflamados conspiran a una misma bienaventuranza. El mismo sentido tienen estas palabras: "Para que sean uno, así como nosotros somos uno": para que a la manera que el Padre y el Hijo son uno, no sólo en la igualdad de sustancia, sino que también de voluntad, así ellos, entre los que el Hijo es mediador con Dios, sean uno, no tanto porque ellos son de la misma naturaleza, cuanto por el vínculo del amor.

Crisóstomo, ut supra. Volviendo el Señor a hablar como hombre, dice: "Cuando estaba con ellos, yo los guardaba en tu nombre": esto es, por tu protección. Habla humanamente, y dirigiéndose al pensamiento de los que creían que les reportaría más utilidad su presencia.

San Agustín, in Ioannem, tract., 107. En nombre, pues, del Padre, guardaba a sus discípulos el Hijo-hombre, constituido con ellos en presencia corporal; pero el Padre guardaba en nombre del Hijo a los que en nombre de Este le pedían. No debemos creer esto en un sentido carnal, como si el Padre y el Hijo les guardaran alternativamente, porque a un tiempo nos guardan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; pues la Escritura no nos ilustra si no desciende a nosotros. Entendemos, pues, que, al hablar así el Señor distingue las personas sin separar la naturaleza. Cuando el Señor guardaba a sus discípulos con presencia corporal, no esperaba el Padre a que el Hijo se ausentase para guardarlos, sino que ambos les guardaban con su poder espiritual. Y cuando el Hijo retiró su presencia corporal, los guardó con el Padre espiritualmente. Porque, cuando el Hijo-hombre recibió el cargo de guardarlos, no quitó la custodia del Padre. Y cuando el Padre los dio a guardar al Hijo, no los dio privándolos de su presencia, sino que dio al hombre-Hijo, sin separar de Dios al mismo Hijo. "Guardé a los que me diste, y ninguno de ellos pereció, más que el hijo de perdición (esto es, el traidor a Cristo, predestinado a la perdición), para que se cumpliera la Escritura", que había profetizado de él (Ps 108)

Crisóstomo, ut supra. Y en verdad, entonces él solo pereció, pero después muchos, Dice, pues: "Ninguno de ellos pereció"; esto es, en cuanto de mí dependa, no se perderán. Lo que más claramente dice en otra parte: "No los echaré fuera" (Jn 6,37), pero si por sí mismos se salieren por un error, yo los atraeré a mí. Sigue: "Ahora, pues, vengo a ti". Tal vez preguntará alguno: ¿acaso no podrá guardarles marchándose? Puede, en verdad, pero manifestó por qué lo decía, añadiendo: "Esto lo hablo en el mundo, para que tengan mi gozo completo en sí mismos"; esto es, para que no se turben, siendo como son imperfectos. Con estas palabras les dio todas las seguridades de su gozo y descanso.

San Agustín, ut supra. O de otro modo, ya más arriba queda expresado cuál sea este gozo, cuando dice: "Para que sean uno como uno somos nosotros": "he aquí su gozo" (esto es, el que El les ha reportado), y que para completarlos, dice "he hablado en el mundo". Dice que ha hablado en el mundo el que poco antes había dicho "ya no estoy en el mundo", porque aun no se había ido y estaba aún aquí, y al momento había de marchar, y se consideraba ya ausente.


Catena aurea ES 13629