Catena aurea ES 13815

JUAN 18,15-18


13815 (Jn 18,15)

Simón Pedro y otro discípulo, seguían a Jesús. Y aquel discípulo era conocido del Pontífice, y entró con Jesús en el atrio del Pontífice. Mas Pedro estaba fuera a la puerta. Y salió el otro discípulo, que era conocido del Pontífice, y le dijo a la portera, e hizo entrar a Pedro. Y dijo a Pedro la criada portera: "¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?" Dice él: "No soy". Los criados y los ministros estaban en pie a la lumbre, porque hacía frío, y se calentaban; y Pedro se estaba también en pie calentándose con ellos. (vv. 15-18)

San Agustín, De cons. evang. 2, 6. No todos los Evangelistas refieren del mismo modo la negación de Pedro, que es comprendida entre las afrentas hechas al Señor, pues San Mateo y San Marcos cuentan primero las injurias, y después la tentación de Pedro; pero San Lucas explica primero las tentaciones de Pedro, y después los ultrajes hechos al Señor. San Juan empieza a decir sobre la tentación de Pedro: "Seguían a Jesús, Simón Pedro y otro discípulo".

Alcuino. Seguían al Maestro por devoción, aunque de lejos por el temor.

San Agustín, in Ioannem, tract., 113. Quién fuese el otro discípulo, puede asegurarse sin temeridad, por el silencio que guarda San Juan, pues acostumbra a darse a conocer de este modo, y añadiendo: al que amaba Jesús. Y sin duda, pues, es él mismo.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 82. El mismo se oculta por humildad, pues refiere con gran sinceridad el modo cómo en el momento de huir todos él siguió, y posponiéndose a Pedro, precisado a nombrarse a sí mismo, para dar a conocer la certeza con que puede asegurar mejor que los otros lo que sucedió en el atrio, porque se hallaba dentro, prescinde de su propia alabanza, diciendo: "Aquel discípulo era conocido del Pontífice". No da gran importancia a lo que dice de sí, pero porque había dicho que entró con Jesús solo, a fin de que no se forme de él una elevada idea, añade la razón. El haber ido Pedro fue un acto de amor; el no haber entrado lo fue de temor. Por lo que sigue: "Pero Pedro estaba a la puerta fuera".

Alcuino. Fuera estaba el que había de negar al Señor; y no estaba en Cristo quien no se atrevía a confesarle.

Crisóstomo, ut supra. Mas que Pedro entró en la casa con permiso, lo explica diciendo: "Salió, pues, aquel discípulo y habló a la portera, e introdujo a Pedro"; pero no fue él quien le introdujo, porque Pedro estaba unido a Cristo y le seguía: "Dícele la criada portera: ¿por ventura eres tú de los discípulos de este hombre? Dice él: No soy". ¿Qué dices, oh Pedro? ¿No dijiste antes: Si conviniere daré mi vida por ti (Mt 26,35)? ¿Qué, pues, ha sucedido que no puedes soportar ni aun la pregunta de una portera? No era soldado el que preguntaba, sino una vil portera. Ni dijo: Eres discípulo de un seductor, sino de aquel hombre; palabra que es de compasión. Dice, pues: "¿Acaso también tú?" porque Juan estaba dentro.

San Agustín, ut supra. ¡Pero qué es de admirar si Dios predijo la verdad y el hombre presumió la falsedad! En verdad que en esta negación de Pedro ya comenzada debemos observar que no sólo niega a Cristo diciendo que no es Cristo, sino que (se niega) a sí mismo, negando que sea cristiano. El Señor no había dicho a Pedro: Negarás que eres mi discípulo, sino "me negarás" (Mt 26,34 Lc 22,51) Negó, por tanto, a Cristo cuando negó ser su discípulo. ¿Qué otra cosa hizo de este modo sino negar que era cristiano? ¡Cuántos, aun niños y doncellas supieron despreciar la muerte confesando a Cristo después de él, y conquistaron el reino de los cielos! Lo que entonces no pudo éste que había recibido las llaves de aquel reino, porque se dijo: "Dejad ir a éstos", porque de los que me diste no perdí a ninguno de ellos. He aquí, pues, a Pedro que si después de haber negado a Cristo marchara de aquí, sin duda perecería.

Crisóstomo, in Serm. De Petro et Elia.

Es sin duda un secreto, que la Divina Providencia permitió que cayera primero el mismo Pedro, a fin de templar la dureza de la sentencia para con los pecadores en vista de este caso. Pedro, doctor y maestro de todo el mundo, pecó y alcanzó el perdón, a fin de que este ejemplo de indulgencia fuese la regla para todos los jueces. Esta es la razón por la que yo pienso que la potestad sacerdotal no ha sido encomendada a los ángeles, porque siendo éstos impecables castigarían a los pecadores sin compasión. Por eso se ha constituido sobre los hombres a otros también pecadores, para que, reconociendo en sí las mismas pasiones que en los otros, se muestren benignos con ellos.

Teofilacto. Hay algunos que queriendo atribuir a Pedro una falsa gracia, dicen que éste negó porque quería estar siempre con Cristo y seguirle; pues conocía que si confesaba ser discípulo de Cristo, le separarían de El y no podría en adelante seguir y ver al que amaba, y por esta razón fingió ser uno de los ministros, para evitar que, conociéndole por su tristeza, fuese echado fuera. Por eso dice: "Estaban, pues, en pie los criados y los ministros alrededor del fuego, porque hacía frío y se calentaban, y Pedro estaba con ellos", etc.

San Agustín, ut supra. No era invierno, y sin embargo hacía frío, como suele suceder en el equinoccio de verano.

San Gregorio, Moralium 2, 3. Ya se había enfriado en el corazón de Pedro el calor de la caridad, y renaciendo en él el amor a la vida presente, como si padeciese la misma enfermedad que los perseguidores, se calentaba.

JUAN 18,19-21


13819 (Jn 18,19)

El Pontífice, pues, preguntó a Jesús sobre sus discípulos y sobre su doctrina. Jesús le respondió: "Yo manifiestamente he hablado al mundo; yo siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, a donde concurren todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Qué me preguntáis a mí? Preguntad a aquellos que han oído lo que yo les hablé: he aquí éstos saben lo que yo he dicho". (vv. 19-21)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 82. Como no podían imputarle a Cristo ningún crimen, le preguntaron sobre sus discípulos; por lo que se dice: "El Pontífice, pues, preguntó a Jesús sobre sus discípulos"; tal vez dónde estaban, o cómo los había reunido. Esto lo decía, queriendo tratarle como sedicioso y acusarle de innovador, sin atender casi a nada más que a sus discípulos.

Teofilacto. Sobre su doctrina investiga cuál es; si discrepaba de la Ley de Moisés, o la contradecía, para tomar de aquí pretexto para condenarle como antagonista de Dios.

Alcuino. No pregunta por amor a conocer la verdad, sino para encontrar motivo de acusación y entregarlo al Pretor romano para que le condene. Pero el Señor de tal modo atemperó su respuesta, que ni ocultó la verdad, ni demostró que se defendía. Sigue: "Respondió Jesús: Yo he hablado al mundo manifiestamente; Yo siempre enseñé en la sinagoga y en el templo", etc.

San Agustín, in Ioannem, tract., 113. No es de pasar por alto esta cuestión. Si, pues, a sus discípulos no les hablaba claramente, sino que les ofrecía hora en que les hablaría descubiertamente, ¿cómo ha hablado manifiestamente al mundo? Además, hablaba mucho más claro a sus discípulos cuando se hallaban separados de las turbas, y entonces les explicaba las parábolas que presentaba oscuras a los demás. Pero se ha de entender que cuando dijo "He hablado públicamente", es como si dijera: "Muchos me han oído", aunque interiormente no comprendían. Y cuando hablaba aparte a sus discípulos, tampoco lo hacía en secreto; porque ¿quién habla secretamente haciéndolo en público, principalmente si lo dice a pocos para que lo comuniquen a muchos?

Teofilacto. Recuérdese aquí aquella profecía que dice: "No hablé en secreto ni en lugar tenebroso de la tierra" (Is 45,19)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 82. O en verdad habló en secreto, pero no como ellos buscaban, tímida y sediciosamente, sino diciendo cosas sublimes, en presencia de grande auditorio. Queriendo probar sobradamente la verdad de su aserto, añade: "¿Qué me preguntas? Pregunta a aquellos que me oyeron qué es lo que les he dicho; éstos lo saben". Como diciendo: Tú me preguntas por los míos; pregunta a mis enemigos, que me preparan acechanzas. Estas palabras son sólo propias de un hombre que fía en la verdad de su dicho. Este es un irrefutable argumento de la verdad (una prueba sin réplica) que resulta de la declaración de los enemigos citados por el acusado.

San Agustín, ut supra. Hasta lo mismo que habían oído y no habían entendido era de tal naturaleza, que no podían por ello acusarle justa y verazmente; y cuantas veces intentaron preguntarle para encontrar de qué acusarle, les respondió de modo que resultó contra ellos su falacia y frustró sus calumnias.

JUAN 18,22-24


13822 (Jn 18,22)

Cuando esto hubo dicho, uno de los ministros que estaban allí dio una bofetada a Jesús, diciendo: "¿Así respondes al Pontífice?" Jesús le respondió: "Si he hablado mal, da testimonio del mal; mas si bien, ¿por qué me hieres?" Y Anás lo envió atado al Pontífice Caifás. (vv. 22-24)

Teofilacto. Como Jesús apelara al testimonio de los que le habían oído, queriendo un ministro excusarse de ser de los que admiraban a Jesús, le dio una bofetada. Por eso dice: "Luego que hubo dicho", etc.

San Agustín, De cons. evang. 3, 6. Esto demuestra bien que Anás era Pontífice, pues no había sido aún enviado a Caifás cuando se dijo esto; y estos dos, Anás y Caifás, eran Pontífices, como lo dice San Lucas en el principio de su Evangelio.

Alcuino. Aquí se cumple aquella profecía de Isaías: "Presenté mi mejilla a los que me abofeteaban" (Is 3,6) Pero Jesús, herido injustamente, contestó con mansedumbre: "Si he hablado mal, pruébalo; pero si he hablado bien, ¿por qué me hieres?".

Teofilacto. Como si dijera: Si hallas algo reprensible en lo que he dicho, demuestra lo que dije mal; y si no puedes probarlo, ¿por qué te enfureces? O de otro modo: Si enseñé malamente en las sinagogas, atestíguaselo al Príncipe de los Sacerdotes; pero si enseñé bien, de modo que hasta vosotros, siendo ministros, os admirabais, ¿por qué ahora me hieres cuando antes te admirabas?

San Agustín, in Ioannem, tract., 113. ¿Qué más verdadero, suave y justo que esta respuesta? Si consideramos quién es el abofeteado, ¿no querríamos que el agresor fuese consumido por fuego del cielo, o tragado por la tierra, o revolcado por el demonio, o castigado con cualquier pena grave? ¿Acaso le faltaría poder para mandar alguno de estos castigos al que creó el mundo, si no prefiriera mejor enseñarnos la paciencia con que se vence al mundo? Tal vez diga alguno: ¿por qué no hizo lo que El mismo mandó, no contestando así al agresor, sino presentándole la otra mejilla? Porque al dar una respuesta tan llena de mansedumbre, no sólo ofreció la otra mejilla, sino que preparó todo el cuerpo para clavarlo en la cruz. Así demostró mejor que cumplía el precepto de la paciencia con la predisposición de su corazón que con demostración exterior de su cuerpo, pues puede suceder que el hombre ofrezca airado la otra mejilla, siendo más perfecto contestar mansamente la verdad con ánimo tranquilo y dispuesto a sufrir mayores agravios.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 82. ¿Qué cosa era más justa que la de replicar al Señor o aceptar su dicho? Pero no fue así, porque lo que se hacía no era un juicio, sino un acto tiránico y sedicioso. No sabiendo qué hacer, lo envían atado a Caifás. Sigue: "Y Anás lo envió atado al Pontífice Caifás".

Teofilacto. Sospechando que siendo éste más astuto podría imaginar algún medio para condenar a muerte a Jesús.

San Agustín, ut supra. Desde el principio le conducían a casa de éste, como dice San Mateo, porque era el Príncipe de los Sacerdotes en aquel año. Es necesario comprender que ejercían el pontificado sucesivamente un año cada uno, y es de creer que Jesucristo fue conducido primero a casa de Anás por orden de Caifás, o bien porque las casas de éstos estuvieran situadas en tal disposición que no pudiera pasarse sino por casa de Anás.

Beda. Lo que se ha dicho de llevarle atado no se ha de entender de que entonces le ataran, sino que estaba atado desde que le habían aprehendido; por tanto, lo envió a Caifás como se lo habían presentado. Y pudo también suceder que en aquel acto le hubiesen soltado mientras le preguntaban, y después, atado otra vez, le hubiera enviado a Caifás.

JUAN 18,25-27


13825 (Jn 18,25)

Estaba, pues allí, en pie, Simón Pedro calentándose. Y le dijeron: "¿No eres tú también de sus discípulos?" Negó él, y dijo: "No soy". Dícele uno de los criados del Pontífice, pariente de aquél a quien Pedro le había cortado la oreja: "¿No te vi yo a ti en el huerto con El?" Y otra vez negó Pedro, y luego cantó el gallo. (vv. 25-27)

San Agustín, in Ioannem, tract., 113. Habiendo dicho el Evangelista que Anás había mandado a Jesús atado a casa de Caifás, volvió a continuar su narración desde donde había dejado a Pedro, para explicar lo que había sucedido en la casa de Anás sobre las tres negaciones de Pedro. Dice, pues: "Estaba Simón Pedro en pie y calentándose". Aquí resume lo que antes había dicho.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 82. El fervoroso discípulo estaba inmóvil de espanto separado de Jesús, y esto es para que aprendamos cuán débil es la naturaleza cuando Dios abandona al hombre. Preguntado por segunda vez, niega también por lo que sigue: "Dijéronle, pues: ¿por ventura eres tú de sus discípulos?".

San Agustín, De cons. evang. 3, 6. Vemos que en esta ocasión, no ya en la puerta, sino estando al fuego, negó Pedro por segunda vez, lo que no podía suceder si no hubiera vuelto después de que había salido fuera, como dice San Mateo. Había, pues, salido y le vio fuera otra criada. Esto es, que habiéndose levantado y salido vio a Pedro, y dijo a los que allí estaban (esto es, a los que juntamente con él estaban alrededor del fuego dentro en el atrio): "Y éste estaba con Jesús Nazareno" (Mt 26,71) Aquel, pues, que había salido fuera, habiendo oído esto, volviendo, juró a aquellos que lo afirmaban que no conocía a aquel hombre (Mt 26,72) San Juan dice a continuación: "Dijeron: ¿por ventura eres tú de sus discípulos?". Lo que creemos fue dicho a Pedro, que volvía. Y esto se confirma, no sólo por lo que dicen San Mateo y San Marcos de la otra criada que citan, sobre esta segunda negación, sino que también por lo que dice San Lucas, refiriéndose a lo que otro de los que asistían hizo con Pedro. Por lo que dice San Juan: "Dijéronle, pues, a él". San Juan, siguiendo su narración, cuenta de este modo la tercera negación: "Uno de los siervos del Pontífice le dice", etc. San Mateo y San Marcos señalan en número plural a aquellos que hablaban con Pedro (mientras San Lucas habla de uno, San Juan también de uno, y éste pariente de aquel a quien cortó la oreja) Fácil es de entender que San Mateo y San Marcos siguieron la costumbre de usar el plural por el singular, o que tal vez uno, porque lo había visto, afirmaba de ciencia propia, y los demás, apoyados en éste, acusaban juntamente a Pedro.

Crisóstomo, ut supra. Ni los recuerdos del huerto, ni lo que allí se dijo, ni el mucho amor que allí con sus palabras había manifestado, vienen a la memoria de Pedro. Por lo que sigue: "Otra vez, pues, negó Pedro; y en el momento el gallo cantó".

San Agustín, ut supra. ¡He aquí cumplida la profecía del médico y demostrada la presunción del enfermo! No se verificó, pues, lo que éste había dicho: "Pondré mi vida por ti" (Jn 13,37); sino que sucedió lo que Jesús había predicho: "Me negarás tres veces" (Lc 22,61)

Crisóstomo, ut supra. Los evangelistas escribieron acordes la negación de Pedro, no acusando al discípulo, sino para enseñarnos cuán malo es no entregarse totalmente en manos de Dios y confiar en sí mismo.

Beda. En sentido espiritual están significados por la primera negación de Pedro aquellos que antes de la pasión negaron que Jesús fuese Dios; en la segunda, aquellos que negaron, después de su resurrección, su divinidad e igualmente su humanidad. También significa el primer canto del gallo la resurrección de Jesucristo como cabeza, y por el segundo la resurrección de todo el cuerpo (universal) Por la primera criada que obligó a Pedro a negar, se entiende la avaricia; por la segunda la voluptuosidad, y por el criado o muchos criados los demonios que seducen para negar a Cristo.

JUAN 18,28-32


13828 (Jn 18,28)

Llevan, pues, a Jesús desde casa de Caifás al Pretorio, y era por la mañana; y ellos no entraron en el Pretorio por no contaminarse y poder comer la Pascua. Pilatos, pues, salió fuera a ellos, y dijo: "¿Qué acusación traéis contra este hombre?" Respondieron, y le dijeron: "Si éste no fuera malhechor, no te lo hubiéramos entregado". Pilatos les dijo entonces: "Tomadle allá vosotros, y juzgadle según vuestra Ley". Y los judíos le dijeron: "No nos es lícito a nosotros matar a alguno". Para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, señalando de qué muerte había de morir. (vv. 28-32)

San Agustín, in Ioannem, tract., 114. Vuelve el Evangelista al punto de su narración donde había quedado, cuando explicó la negación de Pedro, y dice: "Conducen, pues, a Jesús desde casa de Caifás al Pretorio". Ya había dicho que había sido enviado a Caifás desde casa de Anás, compañero y suegro suyo; pero ¿por qué de casa de Caifás es llevado al Pretorio, que no es más que la residencia del procónsul Pilato?

Beda. Se llama Pretorio el tribunal del Pretor; y los pretores se llaman prefectos o preceptores, porque imponen sus preceptos a los ciudadanos.

San Agustín, ut supra. O por alguna causa urgente, Caifás se había trasladado de la casa de Anás (a donde ambos habían acudido para oír al Salvador) al Pretorio del procurador Pilato, dejando a su suegro el cuidado de oír a Jesús. O bien Pilato había constituido su tribunal en la casa de Caifás, por ser suficientemente espaciosa para habitar su dueño y separadamente el juez.

San Agustín, De cons. evang. 3, 7. Sin embargo, desde el principio era conducido al mismo Caifás, a quien al fin fue llevado como reo convicto, pues ya antes había opinado Caifás que Jesús debía morir, y que sin demora fuese entregado a Pilato para que le condenara a muerte. Sigue: "Era, pues, de mañana".

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 82. Es llevado a Caifás antes del canto del gallo, y a Pilato entrada la mañana; con lo que demuestra el Evangelista que en todo el intermedio de la madrugada fue Jesús interrogado por Caifás sin conseguir nada, y por esto le remitió a Pilato. Pero dejando para los otros Evangelistas los demás detalles, pasa adelante. Sigue, pues: "Y ellos no entraron en el Pretorio".

San Agustín, in Ioannem, tract., 114. Esto es, en aquella parte de la casa de Caifás que Pilato ocupaba1. Por qué no entraron lo expresa a continuación: "Para no contaminarse, a fin de comer la Pascua".

Crisóstomo, ut supra. Porque era entonces cuando los judíos celebraban la Pascua. Pero Jesús la había anticipado un día, reservando su muerte para que se realizara en el sexto día de la semana, que era cuando se celebraba la antigua Pascua. O bien tomando por Pascua todos los días de la festividad.

San Agustín, ut supra. Porque habían empezado los días de los ázimos, en los cuales no podían entrar en la habitación de un extranjero sin contaminarse.

Alcuino. Se llamaba Pascua propiamente el día en que el cordero era sacrificado, en la tarde del día catorce de la luna, y los siete días siguientes se denominaban de los ázimos, durante los cuales no podía tenerse en las casas nada fermentado. Pero el día de la Pascua se cuenta entre los ázimos, según San Mateo (Mt 26,17) En el día primero de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida de Pascua?" Los días de los ázimos se llamaban Pascua, como en este pasaje: "Para que comieran la Pascua", porque la Pascua no era en el día del sacrificio del cordero, que se sacrificaba el día catorce por la tarde, sino una gran solemnidad que se celebraba el día quince, después de comer la Pascua2. Este es, en efecto, el día catorce de la luna, en el que el Señor, así como los demás judíos, celebró la Pascua, y en el día quince, cuando se celebraba la gran solemnidad, fue crucificado. Pero el día catorce de la luna empezó su inmolación desde que fue aprehendido en el huerto.

San Agustín, ut supra. ¡Oh impía ceguedad! ¡Temían contaminarse en el Pretorio de un juez extranjero, y no hacían escrúpulo de verter la sangre de un hermano inocente! Pues que el acto de matar al Señor, autor de la vida, no debe atribuirse a su conciencia, sino a ignorancia.

Teofilacto. Pero Pilato, aunque procediendo benignamente, sale al fin. Sigue: "Salió, pues, Pilato al encuentro de ellos", etcétera.

Beda. Era costumbre de los judíos entregar atado al juez a aquel que juzgaban reo de muerte, para que, viéndolo atado, entendiera que era condenado a muerte.

Crisóstomo, ut supra. Pero Pilato, aunque le vio atado y llevado en toda forma, no consideró esto como prueba irrecusable o indudable de la acusación, sino que preguntó así: "Y les dijo: ¿De qué tenéis que acusar a este hombre?" Con esta pregunta da a comprender lo improcedente que sería concederles el suplicio en virtud de un juicio que ellos habían usurpado. Pero ellos, rehusando sostener directamente la acusación, se evaden alegando ciertas conjeturas. Por lo que sigue: "Respondieron y dijeron: "Si no fuera malhechor", etc.

San Agustín, ut supra. Pregúntese y que respondan los libertados de los espíritus inmundos, los enfermos curados, los leprosos limpiados, sordos oyendo, mudos hablando, ciegos viendo, muertos resucitados y, lo que es más que todo, ignorante hecho sabio, si Jesús es malhechor; pero esto lo decían porque ya lo había anunciado el profeta: "Ellos me volvían mal por bien" (Ps 34,12)

San Agustín, De cons. evang. 3, 8. Pero veamos si esto es contrario a lo que dice San Lucas, que le acusaron de ciertos crímenes. Dice: "Empezaron a acusarle diciendo: Hemos hallado a éste sublevando nuestra nación, y prohibiendo dar tributo al César, y proclamando que El es el Cristo-Rey" (Lc 26,2) Pero, según San Juan, por el contrario, aparecen los judíos como no queriendo declarar los crímenes, para que sometiéndose Pilato a la autoridad de ellos, desistiese de averiguar qué era lo que le imputaban, y le considerase reo por el solo hecho de haber merecido ser entregado por ellos. Pero debemos entender que se dijo esto y lo otro que San Lucas contó, pues cada uno citó muchas preguntas y respuestas, según les pareció suficiente para su relato; porque el mismo San Juan dice ciertas cosas que fueron objetadas y que veremos en su lugar. Sigue: "Díceles, pues, Pilato: Tomadle, pues, vosotros", etc.

Teofilacto. Como si dijera: Por cuanto vosotros exigís sentencia de condenación con una arrogancia como si nunca hubierais pecado, juzgadlo vosotros y condenadle; yo de ningún modo juzgaré así como juez.

Alcuino. Como si dijera: Vosotros, que tenéis vuestra legislación, sabéis qué ley juzga tales delitos. Obrad según sabéis que es justo.

Sigue: "Dijeron, pues, los judíos: A nosotros no nos es lícito matar a alguno".

San Agustín, in Ioannem, tract., 114. Pero la Ley ¿no mandó que no se perdonara a ningún malhechor, principalmente de los seductores en materia de religión? Pero se ha de entender que si ellos dijeron que no les era lícito matar a alguno, fue por la santidad de la fiesta que ya habían empezado a celebrar. ¿De tal manera os ha hecho perder el juicio la malicia, que os creéis limpios de la sangre inocente y la entregáis a otro para que la derrame?

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 82. O bien ellos no le condenaban a muerte por haber perdido gran parte de su poder con la sujeción a la dominación romana. O de otro modo: él había dicho: "Vosotros juzgadle según vuestra Ley", cuando ellos afirmaban que el crimen de Jesús no era según la ley judía; pues decían así: "A nosotros no nos es lícito"; pues no pecó, según nuestra ley, sino que su crimen es público porque se llama Rey. También porque deseaban crucificarle para difamarle con este género de muerte, pues no les era permitido crucificar, sino que mataban de otro modo, como lo demuestra el haber apedreado a San Esteban. Y por esto añade: "Para que se cumpliese la palabra de Jesús", etc., por cuanto a los judíos no les era permitido crucificar. O dice esto el Evangelista porque no debía ser crucificado sólo por ellos, sino que también por los gentiles.

San Agustín, ut supra. Así se lee en San Marcos donde dice: "He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los Príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y le entregarán a los gentiles" (Mc 10,33) Pilato, pues, era romano, y le habían enviado los romanos de procurador a Judea. Para que se cumpliese, pues, la palabra de Jesús, esto es, la de ser entregado a los gentiles para que le matasen, no quisieron los judíos aceptar el permiso de juzgarle, diciendo: "A nosotros no nos es lícito matar a alguno".

JUAN 18,33-38


13833 (Jn 18,33)

Volvió, pues, a entrar Pilatos en el Pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: "¿Eres tú el Rey de los judíos?" Respondió Jesús: "¿Dices tú esto de ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?" Respondió Pilatos: "¿Soy acaso yo judío? Tu nación y los Pontífices te han puesto en mis manos: ¿qué has hecho?" Respondió Jesús: "Mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, mis ministros sin duda pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí". Entonces Pilatos le dijo: "¿Luego Rey eres tú?" Respondió Jesús: "Tú dices que yo soy Rey. Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad: todo aquel que es de la verdad escucha mi voz". Pilatos le dice: "¿Qué cosa es verdad?" (vv. 33-38)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 82. Queriendo Pilato librar a Jesús del odio de los judíos, no dilató el juicio; por lo que dice: "Entró, pues, Pilato en el Pretorio y llamó a Jesús", etc.

Teofilacto. Aparte de esto, como tenía gran opinión de Jesús, se proponía apurar exquisitamente todas las cosas dejando a un lado el estrépito de los judíos. Y sigue: "Y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?" Alcuino. Con estas palabras manifestó Pilato que los judíos le acusaban del crimen de que se proclamaba Rey de los judíos.

Crisóstomo, ut supra. Esto lo había oído Pilato de muchos; y porque ninguna otra cosa tenían que decir, a fin de evitar largas investigaciones, quiso traer a discusión lo que comúnmente se decía. Sigue: "Responde Jesús: ¿Dices esto por ti mismo, o te lo han dicho otros?" Teofilacto. Insinúa Jesús con estas palabras que Pilato es un juez parcial, como si dijera: Si dices esto por ti mismo, manifiesta las señales de mi rebelión; pero si lo oíste a otros, abre una indagación en regla.

San Agustín, in Ioannem, tract., 115. Sabía el Señor el sentido con que preguntaba y lo que se le respondería, pero El hizo esta pregunta al procónsul, no para saber, sino para que constase lo que quiso que se supiese.

Crisóstomo, ut supra. No preguntó, pues, como ignorante, sino queriendo que los judíos fuesen condenados por boca del mismo Pilato. "Respondió Pilato: ¿Acaso yo soy judío?".

San Agustín, ut supra. Hizo desaparecer la sospecha de que se le pudiese imputar que hablaba por sí mismo, haciendo ver que lo había oído de los judíos; por lo que sigue: "Tu nación y tus Pontífices te han entregado en mis manos". Y después, preguntando: "¿Qué has hecho?" da a entender suficientemente cuál era el crimen que se le imputaba, como si dijera: Si niegas que eres Rey, ¿qué has hecho para que te entregaran en mis manos? Como si no se admirara de que fuese entregado al juez para ser castigado porque se llamase Rey.

Crisóstomo, ut supra. Tranquiliza, pues, a Pilato sobre que no existe ningún peligro, y quiere manifestarle que no es sólo hombre, sino también Dios e Hijo de Dios, y hace desaparecer la sospecha de tiranía que había aterrado a Pilato; y sigue: "Respondió Jesús: mi reino no es de este mundo", etc.

San Agustín, ut supra. Esto es lo que nuestro buen Maestro nos quiso demostrar. Pero antes quiso hacernos ver la vana opinión que los hombres tenían de su reino, tanto los gentiles como los judíos, a quienes Pilato la había oído, como si hubiese cometido un crimen digno de muerte por haber supuesto un reino que ellos creían ilegítimo. O bien, como aquellos que están en posesión del poder acostumbran envidiar a los que han de sucederles, los romanos y los judíos querían precaver que este nuevo poder les fuese contrario. Porque si a la pregunta de Pilato hubiese contestado en seguida, habría parecido que su respuesta se dirigía sólo contra la falsa opinión de los gentiles, y no a la de los judíos. Pero después de la respuesta de Pilato, la respuesta de Jesús se dirige a los gentiles y a los judíos, como si dijera: Judíos y gentiles, oíd: no impido vuestra dominación en este mundo. ¿Qué más queréis? Creyendo, venid al reino que no es de este mundo. ¿Cuál es, pues, su reino sino el de los que creen en El, a quienes dice no sois de este mundo, aunque quiera que estéis en este mundo? Por lo que no dice: Mi reino no está en este mundo, sino "no es de este mundo" (Jn 8,23) Es, pues, de este mundo todo lo que en la humanidad, si bien creado por Dios, fue generado de la raza viciada de Adán. Fue, pues, hecho un reino, no ya de este mundo, de todo aquello que fue regenerado en Cristo. Así, pues, Dios nos sacó del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor.

Crisóstomo, ut supra. O dice en esto que no tiene aquí un reino como el de los reyes de la tierra, porque su poder viene del cielo, y no es humano, sino mucho más esclarecido. Y sigue: "Si mi reino fuera de este mundo", etc. Pone de manifiesto la imbecilidad del reino de este mundo que toma su fuerza de sus ministros, cuando el reinado de Dios no necesita a nadie y se basta a sí mismo.

San Agustín, ut supra. Habiendo probado que su reino no es de este mundo, añadió: "Ahora, pues, mi reino no es de aquí". No dice: No está aquí, porque aquí está su reino hasta el fin de los tiempos, conteniendo dentro de sí la mala yerba mezclada con el trigo hasta la siega; pero, sin embargo, no es de aquí, sino que peregrina en este mundo.

Teofilacto. O bien no dice: No está aquí, sino "no es de aquí"; pues reina en el mundo y ejerce su providencia disponiendo de las cosas según su voluntad; su reino no tiene su fundamento en causas inferiores, sino en los cielos, antes de los siglos.

Crisóstomo, ut supra. Tomando de aquí motivo, los herejes dicen que es ajeno a la constitución del mundo. Pero aunque dice: "Mi reino no es de aquí", no priva al mundo de su providencia y de su gobierno, sino que quiere demostrar solamente que su reino no es humano ni perecedero.

"Pilato le dice: ¿Luego tú eres Rey? Jesús responde: Tú lo dices", etc.

San Agustín, ut supra. No porque temiera declararse Rey, sino porque habló de modo que ni se negó Rey, ni confesó ser tal Rey que se creyera que su reino era de este mundo. Las palabras: "Tú lo dices" quieren decir: Como hombre carnal hablas correctamente. En seguida añadió: "Yo he nacido para esto". La sílaba de este pronombre debe pronunciarse de tal manera que no pueda entenderse en este sentido: Yo he nacido en tal condición, sino en este otro: "Para esto he nacido", recordando aquella expresión "A esto vine al mundo", por la que manifestó claramente que se refería a su nacimiento, por el que encarnado vino al mundo; no a aquel nacimiento sin principio por el cual era Dios.

Teofilacto. O de otro modo: Preguntado por Pilato si era Rey, respondió el Señor: "Yo para esto he nacido". Es decir: Yo he nacido para ser Rey; pues por lo mismo que he sido engendrado por un Rey, afirmo que yo también soy Rey.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 83. Si, pues, ha nacido Rey, no hay más que recibirle. "A esto (dijo) he venido, para dar testimonio a la verdad"; esto es, para persuadir a todos de esto mismo. Y es de notar que hizo brillar su humildad cuando sufría en silencio que los que le llevaban dijesen: "Este es un malhechor". Pero cuando fue preguntado acerca de su reino, habló a Pilato de tal modo que le instruyera, elevándole a cosas más sublimes. Y por las palabras "Para dar testimonio de la verdad" dio a entender que no había hecho nada subversivo.

San Agustín, ut supra. Dando Jesucristo testimonio de la verdad, lo da de sí mismo, porque ésta es su palabra: "Yo soy la verdad" (Jn 14,6); pero como no todos tienen fe, añadió: "Todo el que es de la verdad oye mi voz". Oye, en verdad, con los oídos del alma; esto es, obedece a mi voz, como si dijera: Cree en mí. Por las palabras: "Todo el que es de la verdad" expresa la gracia de su vocación (Rm 8) Si consideramos la naturaleza en que hemos sido creados, habiéndonos creado a todos la verdad, ¿quién habrá que no sea de la verdad? Pero no todos han recibido de la verdad la gracia de obedecer a la verdad. Porque si dijo "Todo el que pertenece a la verdad oye mi voz", podrá creerse que se llama venido de la verdad el que obedece a la verdad; pero no dice esto, sino "Todo el que es de la verdad oye mi voz". Oye, ciertamente; pero él no es de la verdad porque oye su voz, sino que oye porque es de la verdad, pues este don le ha sido dado por la verdad.

Crisóstomo, ut supra. Con estas palabras le atrae y le persuade a que se haga de los discípulos de la verdad; con estas breves palabras de tal modo le cautivó, que preguntó: "¿Qué es verdad?" Teofilacto. Pues casi había desaparecido de entre los hombres y era desconocida de todos los incrédulos.



Catena aurea ES 13815