Catecismo Romano ES 2109

IX. EFECTOS DE ESTE SACRAMENTO

2109
Es necesario que los cristianos volvamos insistentemente sobre esta materia hasta apercibirnos de la altísima dignidad a que fuimos elevados, sin permitir jamás que las asechanzas del enemigo nos derriben de ella.

A) Perdón de los pecados

El bautismo, ante todo, con divina eficacia remite y perdona todo pecado: el original, transmitido por los primeros padres, y todos los demás personales, por graves y monstruosos que nos parezcan y hayan sido de hecho.

El profeta Ezequiel lo había preanunciado ya: Y os aspergeré con aguas puras, y os purificaré de todas vuestras impurezas, de todas vuestras idolatrías (Ez 36,25). Y San Pablo, escribiendo a los Corintios, después de señalar una larga serie de pecados (70), dice: Y algunos esto erais, pero habéis sido lavados; habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios (1Co 6,11).

Ésta fue siempre doctrina cierta y constante en la Iglesia. San Agustín escribió: Por la generación carnal únicamente se contrae el pecado de origen, mas por la regeneración espiritual se perdonan no sólo el pecado de origen, sino también los personales (71). Y San Jerónimo: En el bautismo se perdonan todas las culpas (72).

Y para que en adelante nadie pudiera dudar ya de esta verdad, el Concilio de Trento, después de las definiciones de otros Concilios (73), la sancionó una vez más, decretando anatema contra quien se atreviese a sostener lo contrario o afirmar que, aunque por el bautismo se perdonan los pecados, sin embargo, éstos no desaparecen radical ni absolutamente, sino sólo superficialmente, quedando todavía arraigadas en el alma sus raíces.

Éstas son las palabras del Concilio: "Nada aborrece Dios en los renacidos, pues nada hay digno de condenación en aquellos que en el bautismo han quedado sepultados con Cristo y han muerto al pecado; en aquellos que no viven según la carne, sino que despojándose del hombre viejo y vistiéndose del nuevo, que es creado según la imagen de Dios, pasan a ser inocentes, sin mancha, puros, sin culpa, y amados de Dios" (74).

El bautismo no suprime la concupiscencia. - Pero conviene advertir (como el mismo Concilio decretó en el citado lugar) que en los bautizados subsiste la concupiscencia o fomite del pecado. San Agustín dice: En los niños bautizados desaparece el reato de la concupiscencia, pero permanece la misma concupiscencia para ejercitarles en la lucha moral (75). Y en otra parte: La culpa de la concupiscencia desaparece en el bautismo, mas queda la enfermedad (76).

La concupiscencia, nacida del pecado, no es otra cosa sino un apetito del alma que por su naturaleza repugna a la razón. Pero esta tendencia, si no se da también el consentimiento de la voluntad o la negligencia en vigilarla, está muy lejos de ser verdadero pecado. Y cuando San Pablo dice: Yo no conocería a la codicia si la ley no dijera: no codiciarás (Rm 7,7), no se refiere a la fuerza de la concupiscencia, sino a la culpa de la voluntad.

San Gregorio formula la misma doctrina: Ninguna teoría tan anticristiana como la de aquellos que afirman que en el bautismo se perdonan los pecados sólo superficialmente. Por el sacramento de la fe queda el alma radicalmente absuelta de sus culpas y adherida a Dios (77). Y aduce para demostrarlo las palabras del mismo Señor: El que se ha bañado no necesita lavarse, está todo limpio (Jn 13,10).

Y si alguno quisiere una imagen expresiva de esta verdad, puede verla en la historia del leproso Naamam Siró. La Sagrada Escritura nos cuenta que, habiéndose lavado siete veces en el agua del Jordán, quedó tan limpio de la lepra, que su carne parecía la carne de un niño (78).

Es, pues, efecto propio del bautismo el perdón de todo pecado, original o voluntario. Con esta finalidad Lo instituyó nuestro Señor, como testifica San Pedro: Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados (Ac 2,38).

(70) ¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni' los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces] poseerán el reino de Dios (1Co 6,9-10).
(71) SAN AGUSTÍN, De pecc. mérito,1. 1: PL 44,115. 116; 119. 120.
(72) SAN JERÓNIMO, Epist. ad Ocean. : PL 22,657.
(73) "Confesamos que existe un sólo bautismo para el perdón de los pecados" (C. Constant. : DS 86; cf. Indic: DS 130; C. Lugd. : DS 464).
(74) Negaron esta verdad los protestantes, según los cuales el bautismo no es más que una mera ceremonia de iniciación en la sociedad cristiana.
Fueron condenados en el C. de Trento, ses. V c. 5.
"Si alguno dijere que por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo que se confiere en el Bautismo, no se remite el reato del pecado original; o también si afirma que no se destruye todo aquello que tiene verdadera y propia razón de pecado, sino que sólo se le rae o se le imputa: sea anatema" (D 792).
(75) SAN AGUSTÍN, De pecc. merit., et remiss., 1. 1 c. 39: PL 44,150-151.
(76) SAN AGUSTÍN, De nup. et concup.,1. 1 c. 23: PL 44, 430-431.
(77) SAN GREGORIO, De Regist.,1. 2: Epist. 45, post médium: PL 77,1162.
(78) Bajó él entonces y se bañó siete veces en el Jordán, según la orden del hombre de Dios; y su carne quedó como la carne de un niño, quedó limpia (2R 5,14).


B) Perdón de las penas

En el bautismo, Dios no sólo perdona los pecados misericordiosamente, sino también las penas contraídas por él (79).

Aunque todos los sacramentos son medios por los que se nos comunica la eficacia de la pasión de Cristo, de sólo el bautismo lo afirma explícitamente San Pablo: ¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados para participar de su muerte? Con Él hemos sido sepultados por el bautismo, para participar de su muerte (Rm 6,3-4).

Por esto sostuvo siempre y sostiene la Iglesia que no se puede - sin inferir grave ofensa al mismo sacramento - imponer al bautizado aquellas obras de piedad o "penitencias" que los Padres y teólogos llaman corrientemente "obras satisfactorias".

Ni vale oponer la antigua práctica de la Iglesia, que imponía a los judíos al recibir el bautismo un ayuno de cuarenta días, porque con ella no pretendía la Iglesia imponer una obra satisfactoria, sino simplemente amonestar a los bautizados a venerar la dignidad del sacramento recibido y a perseverar en la práctica de la oración y del sacrificio.

Mas aunque es cierto que el bautismo perdona todas las penas de los pecados, no lo es, sin embargo, que perdone las penas civiles contraídas por cualquier delito grave. De manera que el que está condenado a muerte, no queda exento, por el bautismo que recibe, de la sentencia establecida por la ley, aunque siempre será muy digna de alabanza la piedad religiosa de aquellos soberanos que, en homenaje a la gloria de Dios y a los sacramentos, remitiesen y condonasen también esta pena a quienes reciben el bautismo.

Y sobre todo libra el bautismo al alma, después de la muerte, de las penas debidas al pecado original.

Todas estas gracias las conseguimos como fruto por los méritos de la muerte redentora de Cristo: Con Él hemos sido sepultados en el bautismo para morir al pecado…, y si hemos sido injertados en Él por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección (Rm 6,1-5).

No desaparecen las consecuencias del pecado original. Alguno quizá pregunte: ¿Por qué inmediatamente después del bautismo no quedamos libres, ya en esta vida, de las miserias y penalidades, y no somos reintegrados a aquel estado perfecto de vida en que fue colocado Adán antes de su caída? (80).

Responderemos con una doble razón:

1) Mediante el bautismo nos unimos a Cristo, haciéndonos miembros de su cuerpo (81): no podemos, pues, aspirar a mejor condición o mayor dignidad que la de nuestra Cabeza. Ahora bien, Cristo, aunque desde el primer instante de su existencia poseyó toda la plenitud de gracia y de verdad (82), no abandonó la fragilidad de la naturaleza humana por Él asumida sino después de haber soportado los tormentos de su pasión y muerte y haber resucitado a la gloria de la vida inmortal.

Justo es, por consiguiente, que los cristianos, aunque hayan recibido por el bautismo la posesión de la gracia divina, continúen aún revestidos de un cuerpo frágil y caduco hasta que, después de haber soportado muchos trabajos por Cristo y haber muerto, sean de nuevo reintegrados a la vida para gozar con Él el reino de su perfecta bienaventuranza.

2) La segunda razón de permanecer en nosotros, aun después del bautismo, la debilidad del cuerpo, las enfermedades, los dolores y la concupiscencia, fue para que nos resultara más posible y abundante la siembra de virtud y la cosecha de méritos y premios para la eternidad. Si sabemos soportar pacientemente las miserias de esta vida y, con la ayuda divina, sujetamos los desordenados instintos de la naturaleza a la razón, hemos de esperar con toda certeza que, después de haber combatido legítimamente el buen combate, después de haber terminado nuestra carrera g haber guardado la fe, el Señor, justo Juez, nos otorgará en aquel día la corona de la justicia, preparada para todos los que aman su venida (2Tm 4,7-8).

Recordemos a este propósito la conducta de Dios con el pueblo de Israel. Le liberó de la esclavitud de Egipto, sumergiendo en el mar a Faraón y a su ejército, mas no le introdujo en seguida en la tierra prometida, sino que antes le sometió a "numerosas y duras pruebas (83). Y, aun después de haberle introducido en la tierra prometida y haber destruido la raza de los que la habitaban, dejó algunas tribus nómadas que molestaran al pueblo escogido, para que nunca le faltara ocasión de ejercitar su valor y energía guerrera (84).

Añádase a esto que si, además de las gracias y dones espirituales con que el bautismo adorna al alma, nos concediera también este sacramento bienes corporales, no sería raro que muchos pensasen en bautizarse, no tanto por la gloria eterna que esperamos, cuanto por las ventajas de la vida presente.

Y el cristiano verdadero no debe pensar ni preocuparse por los bienes caducos de aquí abajo, sino sólo por los verdaderos bienes eternos, invisibles y sobrenaturales (85).

Y aunque la vida actual está saturada de miserias y dolores, no deja tampoco de tener sus alegrías y compensaciones para el cristiano. Injertados en Cristo por el bautismo como el sarmiento en la vid (86), nada puede resultarnos más dulce y confortante que tomar sobre nuestros hombros la cruz y seguir las huellas divinas del Maestro. Ni nada más noble que afrontar valientemente y sin cansancio los trabajos y peligros hasta conseguir, con el máximo esfuerzo posible, el premio de la divina llamada (87) según los distintos designios de Dios: unos la aureola de la virginidad, otros la corona de la doctrina y de la predicación; éstos la palma del martirio; aquéllos el laurel de las virtudes practicadas (88). Divinos trofeos que únicamente conseguirán quienes hayan sabido esforzarse en esta vida por conseguirlos, sosteniendo victoriosamente sus duras batallas.

(79) En el bautismo no sólo se perdona el castigo eterno del pecado, sino también toda la pena temporal, de suerte que el que muriere inmediatamente después del bautismo entrará al punto en el cielo.
(80) "Ahora bien, que la concupiscencia o fomes permanezca en los bautizados, este santo Concilio lo confiesa y siente; la cual, como haya sido dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y virilmente la resisten por la gracia de Jesucristo" (C. Trid., ses. V c. 5: DS 792).
(81) Porque somos miembros de su Cuerpo (Ep 5,30).
(82) Y hemos visto su gloria; gloria como de unigénito del Padre, Heno de gracia y verdad (Jn 1,14).
(83) En el libro del Éxodo se nos narra la historia de la marcha del pueblo escogido hacia la tierra prometida.
(84) Lo demuestra toda la historia de Israel, que tenemos en los libros histórico - sagrados.
(85) No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos o qué vestiremos? Los gentiles se afanan por eso, pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo se os dará por añadidura (Mt 6,31-33).
(86) Yo soy la vid, vosotros los sarmientos (Jn 15,5).
(87) Corro hacia la meta, hacia el galardón de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús (Ph 3,14).
(88) Cf. Ap 14,4 Da 12,3 Ap 7,9-14.


C) La gracia santificante

El bautismo no solamente nos libera de los males verdaderos - pecados y penas-, sino que también nos enriquece con bienes inmensos y singulares favores.

El alma queda por él colmada de la gracia divina, que nos eleva a la condición de hijos de Dios y herederos de la gloria eterna (89).

El que creyere y fuete bautizado se salvará (Mc 16,16).

Y el apóstol San Pablo afirma que la Iglesia, purificada mediante el lavado del agua, con la palabra fue santificada (Ep 5,26).

El Concilio de Trento manda creer bajo pena de anatema que la gracia que se nos concede en el bautismo no es sólo perdón de los pecados, sino también una divina propiedad adherida al alma, semejante a una luz y resplandor, que borra todas sus manchas y la hace más bella, hermosa y resplandeciente (90). Lo mismo se infiere de la Sagrada Escritura cuando dice que la gracia se derrama en el alma (91) y la llama arras del Espíritu Santo (92).

(89) Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos (1Jn 3,1; cf. Jn 1,12 Rm 8,14).
(90) Porque, si bien nadie puede ser justo sino aquel a quien se comunican los méritos de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo; esto, sin embargo, en esta justificación del impío, se hace al tiempo que, por el mérito de la misma santísima pasión, la caridad de Dios se derrama por medio del Espíritu Santo en los corazones (Rm 5,5) de aquellos que son justificados y queda en ellos inherente (C. Trid., scs. VI c. 7: DS 800).
(91) Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones, por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rm 5,5).
(92) Es Dios quien a vosotros y a nosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha sellado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones (2Co 1,21-22; cf. 2Co 5,5).


D) Las virtudes infusas

Añádase a esto el admirable cortejo de virtudes que Dios infunde en el alma del bautizado con la gracia (93).

San Pablo escribe a Tito: No por las obras justas que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, nos salvó mediante el lavatorio de la regeneración y renovación del Espíritu Santo, que abundantemente derramó sobre nosotros por Jesucristo nuestro Salvador (Tt 3,5-6). San Agustín, comentando la expresión derramó en abundancia, añade: Esto es, para perdonar los pecados e infundir las virtudes (94).

(93) El Concilio Tridentino, en la ses. VI, c. 7, enseña que en la justificación, además de la gracia, Dios infunde en el alma la fe, la esperanza y la caridad, esto es, las virtudes teologales.
Es además doctrina comúnmente admitida que también se infunden todas las virtudes morales y los dones del Espíritu Santo.
"De ahí que, en la justificación misma, juntamente con la remisión de los pecados, recibe el hombre las siguientes cosas que a la vez se infunden, por Jesucristo, en quien es injertado: la fe, la esperanza y la caridad" (D 800).
(94) SAN AGUSTÍN, De bapíismo parvulorum,1. 1 c. 26: PL 44,131.


E) Incorporación al Cuerpo místico de Cristo

Por el bautismo quedamos incorporados y unidos con Cristo como miembros con su Cabeza (95).

Y así como de la cabeza proviene la energía con que se mueven cada uno de los miembros del cuerpo para el ejercicio de sus propias funciones, del mismo modo de la plenitud de vida de Cristo se difunde sobre los justificados aquella divina virtud y gracia que les hace aptos para todos los deberes de la piedad cristiana. Ni debe extrañarse nadie de que, a pesar de esta copiosa ayuda de dones, experimente todavía el cristiano tan penosa dificultad para empezar y terminar santamente las acciones virtuosas y sobrenaturales. Ello no significa que no se nos hayan concedido por la bondad de Dios las virtudes de las que debe proceder la actividad espiritual, sino más bien que después del bautismo subsiste aún la tremenda oposición de deseos entre la carne y el espíritu (96). Lo cual, por lo demás, no debe disminuir ni coartar lo más mínimo nuestro esfuerzo cristiano; al contrario, confiados en la divina misericordia, debemos esperar firmemente que el cotidiano ejercicio de una santa vida llegue a hacernos fácil y aun agradable todo lo que es puro, justo y santo (Ph 4,8).

Consideremos gustosamente estas cosas y practiquémoslas con alegre generosidad para que el Dios de la caridad y de la paz esté siempre con nosotros (2Co 13,11).

(95) Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un sólo Espíritu, para constituir un sólo Cuerpo (1Co 2,13).
Porque cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo (Ga 3,27).
(96) Por eso rogué tres veces al Señor que se retirase de mí y Él me dijo: Te basta mi gracia, que la flaqueza llega al colmo del poder (2Co 12,2; cf. Rm 15,17).


F) El carácter

Por último, el bautismo imprime en el alma la señal indeleble del carácter (97).

En cuanto a esta verdad, baste recordar cuanto dijimos al estudiar los sacramentos en general, todo ello perfectamente aplicable al sacramento del bautismo.

Y para evitar posibles errores, quede bien claro que la Iglesia ha definido - atendiendo precisamente a la naturaleza indeleble del carácter - que el sacramento del bautismo no puede jamás ser reiterado (98). Así lo enseñó San Pablo: Sólo un Señor, una fe, un bautismo (Ep 4,5). Y escribiendo a los Romanos, les exhorta para que, muertos en Cristo por el bautismo, no pierdan de nuevo la vida recibida de Él: Porque muriendo, murió al pecado una vez para siempre (Rm 6,10). Y así como Cristo no puede morir de nuevo, tampoco nosotros podemos morir otra vez por el bautismo.

Por esta razón la Iglesia cree firmemente en la unidad absoluta del bautismo. Unicidad que responde por lo demás a la lógica y a la naturaleza del mismo Sacramento: regeneración espiritual del alma. Porque así como solamente se nace una vez por generación corporal, ni es posible - según la expresión de San Agustín - entrar de nuevo en el seno de la madre (99), así también es única la generación espiritual, ni jamás puede, por consiguiente, repetirse el bautismo (100).

El bautismo condicionado. - Nadie crea que la Iglesia reitera el bautismo cuando derrama el agua bautismal sobre alguno de quien se duda si está o no bautizado con la siguiente fórmula: "Si estás bautizado, no te bautizo otra vez; mas, si aun no estás bautizado, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo". No se trata aquí de una sacrílega reiteración del sacramento, sino de administrar el bautismo con la debida veneración y cautela.

Y aun esta fórmula no puede usarse a la ligera, en cualquier caso, sin peligro de gravísima irreverencia al sacramento. No faltan quienes proceden en seguida a la administración del bautismo de cualquier niño que se les presenta, sin preocuparse primero de indagar si está o no efectivamente bautizado, creyendo no cometer falta alguna por haberlo hecho "bajo condición". Más aún: hay quien, sabiendo que el niño fue bautizado privadamente por caso de necesidad, no tiene reparo, cuando le presentan en la iglesia para suplir las ceremonias solemnes prescritas, en abluirle otra vez bajo condición. Esto sería un sacrilegio, y el ministro incurriría en la pena teológica de irregularidad.

Según decreto del papa Alejandro III, esta forma condicional del bautismo únicamente está permitida en el caso de que, practicadas las debidas averiguaciones, resulte positivamente dudoso si está o no bautizado. De otro modo nunca es lícito reiterar el bautismo, ni aun siquiera condicionalmente (101).

(97) "Si alguno dijere que en tres sacramentos, a saber, bautismo, confirmación y orden, no se imprime carácter en el alma, esto es, cierto signo espiritual e indeleble, por lo cual no pueden repetirse, sea anatema" (C. Trid., ses. VII c. 9, de Sacramentis in genere: c. 9: DS 852).
(98) La unicidad, y su consecuencia: la initerabilidad del bautismo, ha sido admitida siempre dentro y fuera de la Iglesia Católica. La controversia se ciñó únicamente al valor del bautismo administrado por los herejes; y sólo porque negaban que aquél fuera verdadero bautismo, algunos exigían que los bautizados por herejes fueran de nuevo bautizados. Además de las razones que da el CATECISMO ROMANO podemos señalar la deducida de la existencia permanente del carácter que el bautismo imprime, que por ser indeleble impide sea administrado de nuevo (cf. C. Trid., ses. VII, de Baptismo, en. 12 y 13: DS 868-869).
(99) SAN AGUSTÍN, In Io. tr. ll: PL 35,1478.
(100) "No se pueden reiterar los sacramentos del bautismo, de la confirmación y del orden, los cuales imprimen carácter.
Pero cuando haya duda prudente acerca de si en realidad fueron administrados o si lo fueron válidamente, deben administrarse de nuevo bajo condición" (CIS 738).
Para poderlo reiterar, es necesario: a) que haya una duda prudente y razonable; b) positiva; c) no hace falta que sea tan grave como para los otros sacramentos, atendida la necesidad del bautismo; d) se ha de administrar bajo condición.
(101) SAN ALEJANDRO, Decret. de Bap.,1. 3: PL 130,89-98.


G) El ciclo abierto

El último efecto del bautismo, al que se ordenan todos los demás, es abrirnos las puertas del cielo, cerradas por el pecado. Recordemos, para mejor comprender esta nueva verdad, los detalles evangélicos del bautismo de Cristo en el Jordán: se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma (102).

Es claro el significado del prodigio: a los bautizados se les conceden los carismas sobrenaturales del Espíritu Santo y se les abren las puertas del cielo, no para que entren en la gloria en el instante mismo de ser bautizados, sino para que les sea posible, cuando llegue el momento oportuno establecido por Dios, conseguir la bienaventuranza y revestirse de inmortalidad, libres ya de las miserias incompatibles con la gloria.

Éstos son los frutos propios del bautismo. Si atendemos al valor del sacramento mismo, objetivamente considerado, son frutos que igualmente perciben todos los bautizados. Más, si atendemos a las disposiciones actuales de cada uno de éstos, no cabe duda que pueden ser diversos en cantidad para unos y para otros.

(102) Cf. Mt 3,16 Mc 1,10 y Lc 3,22.


X. LAS CEREMONIAS DEL BAUTISMO

2110
Réstanos, para terminar, una breve explicación sobre las ceremonias, los ritos y las fórmulas que acompañan la administración del bautismo.

San Pablo dice, a propósito del don de lenguas, que es perfectamente inútil hablar de ello a los fieles, si no han de comprender lo que se les dice (103). Y algo parecido puede decirse de las ceremonias litúrgicas, símbolos y señales externas de lo que interiormente realizan los sacramentos: si el pueblo ignora su significado y eficacia, resultarán para ellos casi del todo inútiles.

Es cierto que las ceremonias no son esencialmente necesarias; pero no lo es menos que la autoridad de quienes las establecieron - los apóstoles, sin duda - y el fin para el que fueron instituidas, exigen que todos las rodeemos de la máxima estima y de la más profunda veneración (104).

Bien entendido el significado de estos ritos externos, es evidente que el sacramento se administrará con mayor piedad y devoción, se simbolizarán mejor los preciosos frutos que encierra y se imprimirán más profunda y eficazmente en las almas los infinitos beneficios que por él nos concede Dios.

Y para que los cristianos puedan retener mejor estos conceptos, reduciremos todas las ceremonias de la administración del bautismo a tres grupos:

1) Antes del bautismo.

2) En el acto mismo del bautismo.

3) Después del bautismo.

(103) Así también vosotros, si con el don de lenguas no proferís un discurso inteligible, ¿cómo se sabrá lo que decís? Seríais como quien habla al aire (
1Co 14,8).
(104) En el bautismo solemne hay obligación de guardar las ceremonias prescritas en los rituales; por lo cual omitirlas todas o algunas de las más importantes de ellas, o cambiarlas notablemente, es de suyo pecado grave.
Con todo, el ordinario puede permitir, por causa grave y razonable, que en el bautismo de adultos se empleen las ceremonias prescritas para los párvulos.
En el bautismo de una muchedumbre de adultos se omiten a veces lícitamente los ritos no esenciales.
Importantes se consideran en el Ritual Romano: la unción con el óleo de los catecúmenos y con el crisma; la espiración, la imposición de la sal, el uso del agua bendita y la profesión de fe; pero, ya no la imposición de la saliva, que se omite por causa razonable de higiene y peligro de contagiar o contagiarse con alguna enfermedad (ZALBA - ARREGUI, O. C p. 464).


A) Antes del bautismo

1) Una primera cosa necesaria es la preparación del agua que ha de usarse para el bautismo. De aquí la bendición de la pila bautismal con los santos óleos. Esta bendición no puede hacerse en cualquier tiempo, sino - según antiquísima costumbre - en determinados días festivos, los más santos y solemnes del año litúrgico: Pascua y Pentecostés.

En las vigilias de estas festividades se prepara el agua bautismal, y sólo en esos días se administraba solemnemente el bautismo, según la liturgia, de no tratarse de un caso de urgente necesidad.

Aunque hoy no conserva ya la Iglesia esta práctica por los muchos peligros de la vida ordinaria continua, sin embargo, sigue considerando con la máxima veneración los días de Pascua y Pentecostés como los grandes momentos litúrgicos en los que debe consagrarse el agua bautismal.

2) Antes aun de la administración del sacramento debe llevarse a la puerta de la iglesia al que ha de ser bautizado. Se le niega la entrada en la casa de Dios como a indigno, hasta que haya arrojado de sí el yugo vilísimo de la esclavitud de Satanás, y se haya consagrado a Cristo Nuestro Señor y a su santísimo imperio.

3) Después, el sacerdote le pregunta: "¿Qué deseas de la Iglesia de Dios?" Y, obtenida la respuesta, le instruye sobre la doctrina de la fe cristiana, que ha de profesaren el bautismo, explicándole algunas verdades fundamentales del catecismo. Esta costumbre arranca, sin duda, de las palabras con que Cristo mandó a los apóstoles: Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñando les a observar todo cuanto yo os he mandado (Mt 28,19-20). Es, pues, evidente que no debe administrarse el bautismo sin antes haber explicado al menos las verdades fundamentales de la religión cristiana.

Y, puesto que el catecismo contiene una serie de preguntas, si el bautizado es adulto, responderá personalmente a lo que se le interroga; si se tratara, en cambio, de un niño pequeño, responderá en su nombre el padrino y hará por él las promesas solemnes.

4) Sigue el exorcismo, compuesto de fórmulas y oraciones sagradas destinadas a expulsar al demonio y que brantar su poder.

El sacerdote sopla tres veces el rostro del que ha de ser bautizado, para que éste se vea libre de la potestad de la antigua serpiente y recobre el aliento de la vida perdida.

5) Al exorcismo siguen otras varias ceremonias, todas ellas llenas de místico significado: se le introduce en la boca un poco de sal, significando que el bautizado se verá libre, por la sabiduría de la fe y el don de la gracia, de la corrupción del pecado, y saboreará el gusto de las obras buenas, delicia de la sabiduría divina; se le hace la señal de la cruz en la frente, en los ojos, en el pecho, en la espalda y en los oídos, para significar que el bautismo despierta y corrobora los sentidos del hombre, para que pueda recibir a -Dios y entender y guardar su santa ley. Por último, el sacerdote unge con saliva las narices y los oídos del bautizando, para que entendamos que, así como el ciego del Evangelio, a quien el Señor untó los ojos con lodo y mandó se lavara en la piscina de Siloé (105), recobró la vista, del mismo modo la ablución bautismal posee la virtud de infundir en nuestro espíritu la visión de las verdades divinas.

(105) Diciendo esto, escupió en el suelo e hizo con saliva un poco de lodo y untó con lodo los ojos y le dijo: Vete y lávate en ¡a piscina de Siloé, que quiere decir: enviado. Fue, pues, se lavó y volvió con vista (Jn 8,6).


B) En la pila bautismal

Hecho esto, se pasa a la pila bautismal, donde tienen lugar nuevos ritos y ceremonias, igualmente significativas de la suma perfección de nuestra religión cristiana.

1) Primeramente el sacerdote pregunta tres veces al candidato: "¿Renuncias a Satanás, a todas sus obras y a todas sus pompas?" El candidato, o el padrino en su nombre, responde: "Renuncio. " Porque quien ha de alistarse en la milicia de Cristo, debe prometer ante todo abandonar al demonio y al mundo y detestarles para siempre como implacables enemigos.

El sacerdote prosigue su interrogación, parados junto a la misma pila bautismal: "¿Crees en Dios todopoderoso?" Y el candidato responde: "Creo. " Y sigue haciendo en la misma forma abierta profesión de los demás artículos del Credo. En estas solemnes promesas de renuncia y de fe se resume, en último análisis, toda la fuerza de la ley cristiana.

2) Llegado ya el momento de administrar el bautismo, el sacerdote pregunta aún: "¿Quieres ser bautizado?" Y, obtenida de él, o del padrino, la respuesta afirmativa, le administra el agua saludable "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo". Porque así como el nombre fue justamente condenado por su voluntaria obediencia a la serpiente (106), así quiere el Señor que sólo se alisten en su servicio los fieles voluntarios, para que, libremente dóciles a sus preceptos divinos, puedan conseguir la eterna salvación.

(106) Cf. Gn 3,6.


C) Después del bautismo

1) Terminada la administración del bautismo, el sacerdote unge con el crisma la cabeza del bautizado, significando que desde ahora está unido a Cristo, como el miembro a la cabeza; ha sido injertado en el cuerpo de Cristo, de quien deriva su nombre de "cristiano", como Cristo lo deriva de "crisma". El significado del crisma está suficientemente explicado, según San Ambrosio, en la oración con que el sacerdote acompaña la sagrada unción (107).

2) Después el sacerdote reviste al bautizado con un vestido blanco, diciéndole: "Recibe el vestido blanco, que llevarás inmaculado al tribunal de Nuestro Señor Jesucristo para que puedas entrar en la vida eterna." Cuando se trata de niños pequeños, en lugar de túnica se les pone un pañuelo blanco con las mismas palabras.

Simboliza esta ceremonia - según la interpretación de los Padres-: a) la gloria de la resurrección, para la cual nacemos por el bautismo; b) o el nítido esplendor que irradia el alma del bautizado, al ser purificada de toda culpa; c) o también la pureza e inocencia, que debe guardar por toda la vida.

3) Luego, el sacerdote pone en la mano del neófito un cirio encendido, símbolo de la fe, inflamada por la caridad, que ha recibido en el bautismo y debe conservar y alimentar con la práctica de buenas obras.

4) Por último, se impone un nombre al bautizado.

Nombre que debe tomarse de alguno que por sus insignes virtudes y profunda religiosidad se encuentre en el catálogo de los santos. La semejanza del nombre le servirá de estímulo para la imitación de su virtud y santidad, y le enseñará a pedir y esperar de aquel a quien procura imitar un eficaz valimiento para la salud del cuerpo y del alma.

Hemos de reprender seriamente a quienes buscan e imponen a sus hijos nombres de paganos, y a veces de paganos que se distinguieron por sus infames vicios. Poca estima manifiestan estos tales de la piedad y religión cristianas, cuando tanto se complacen en la memoria de individuos impíos y quieren que sus nombres profanos resuenen constantemente en oídos cristianos (108).

(107) "Oh Dios omnipotente, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que te regeneró por el agua y el Espíritu Santo, y te concedió el perdón de todos los pecados, Él mismo se digne ungirte con el crisma de la salud en el mismo Jesucristo Nuestro Señor para la vida eterna. - Amén. - La paz sea contigo" (Ritual Romano).
(108) "Procuren los párrocos que el nombre que se imponga al bautizado sea cristiano; y si no pudiesen conseguir esto, añadan al nombre impuesto por los padres otro de algún santo, e inscriban ambos en el libro de bautismos" (CIS 761).
En España no se admiten para los católicos, en los registros civiles de nacimiento, sino nombres de santos que consten en el catálogo de la Iglesia.


XI. CONCLUSIÓN

Con lo dicho hemos pretendido facilitar a los fieles una síntesis bastante completa de las principales verdades que deben conocer sobre el sacramento del bautismo.

Expuesto el significado del nombre y explicada la naturaleza del sacramento, quedan suficientemente desarrolladas sus distintas partes: institución divina, ministros, padrinos, sujeto, disposiciones, virtud y eficacia; por último, las ceremonias y ritos que deben acompañar su administración.

Todas estas verdades deben ser tema frecuente de nuestras meditaciones. Ellas nos ayudarán eficazmente a saber mantener las santas promesas hechas en el bautismo y a armonizar nuestra vida con la abierta profesión del nombre cristiano (109).


(109) Los sacramentos, fuente de la vida que Cristo vino a traernos para que la disfrutáramos abundantemente, son en general tenidos en muy diversa estima.
Algunos, por su uso común y frecuente, al que han conducido la acción cuidadosa y preocupada de la madre Iglesia, han venido a hacerse algo rutinario, de pura fórmula muchas veces, sin que lleguen a ser chorros abundantes de vida sobrenatural.
En cambio, otros son desconocidos, ineficaces. Recibidos en una época determinada de la vida, quedan olvidados, inoperantes, arrinconados en el recuerdo de lo lejano, de lo que pasó, pero que ya no es.
Para muy pocos cristianos, son los sacramentos - todos los sacramentos - fuente continua de gracia y de energías en el bregar de cada jornada.
El bautismo es uno de los sacramentos que la mayoría de los cristianos no saben apreciar.
Varios son, sin duda, los factores que en ello intervienen. Se recibe una sola vez en la vida, cuando el bautizando aun no es capaz de comprender el misterio. Y después… ¡nadie se vuelve a ocupar! Los padrinos olvidan sus obligaciones. Y los padres se preocupan más de la salud corporal del hijo que de los intereses eternos de su alma.
Por otra parte, acostumbrados a administrar siempre el bautismo a los recién nacidos, nos hemos hecho a pensar que se trata de algo propio de niños. Y nada más lejano a la verdad. El bautismo nos está siempre presente: en nuestra alma dejó un sello, una señal, que nuestra despreocupación no será capaz de borrar; sello que nos distingue de los demás, configurándonos a la imagen del Hijo de Dios.
Sí, es verdad que el bautismo pasó como sacramento; pero no pasó todo. En realidad, no fue más que el principio de una nueva vida; fue una nueva generación, una regeneración, por la que fuimos dados a luz a un mundo nuevo, maravilloso: al mundo de la vida de Dios.
El sacramento del bautismo, su fruto: el carácter bautismal, son para todos, y para siempre, el origen de nuestra dignidad, a la vez que la más imperiosa fuente de exigencias.
"Reconoce, ¡oh cristiano!, tu dignidad", fue el grito de todos los Padres. Y somos cristianos por el bautismo. Él nos adscribió a la milicia de Cristo: por él en adelante no seremos puros hombres. San Pablo nos lo dirá: Raza de dioses. Y San Pedro: Linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable (1P 2,9), Querámoslo o no, conscientes o ignorantes, somos de noble linaje en el orden del espíritu. Nosotros podremos pisotear y manchar esa noble sangre, que no es otra que la del Hijo de Dios, con la que fuimos santificados: con ello sólo haremos que nuestra deshonra sea mayor y nuestra caída más vergonzosa, porque somos para siempre de la milicia de Cristo, aunque renegados y desertores.
El bautismo es el título de nuestra grandeza. Del reconocimiento de nuestra nobleza, adquirida en el bautismo, y de su meditación entusiasta, nacerá el orgullo de ser cristiano y la valentía y el coraje para llevar con garbo ese nombre.


2200
Catecismo Romano ES 2109