Catecismo Romano ES 2360

VI. LOS TRES MISTERIOS DE LA EUCARISTÍA

2360 Y procedamos ya a declarar y desentrañar los divi - nos misterios ocultos en la Eucaristía, que en modo alguno debe ignorar ningún cristiano.

San Pablo dijo que cometen grave delito quienes no distinguen el cuerpo del Señor (34). Esforcémonos, pues, en elevar nuestro espíritu sobre las percepciones de los sentidos, porque, si llegáramos a creer que no hay otra cosa en la Eucaristía más que lo que sensiblemente se percibe, cometeríamos un gravísimo pecado.

En realidad, los ojos, el tacto, el olfato y el gusto, que sólo perciben la apariencia del pan y del vino, juzgarán que sólo a esto se reduce la Eucaristía. Los creyentes, superando estos datos de los sentidos, hemos de penetrar en la visión de la inmensa virtud y poder de Dios, que ha obrado en este sacramento tres admirables misterios, cuya grandeza profesa la fe católica.

1) El primero es que en la Eucaristía se contiene el verdadero cuerpo de Nuestro Señor, el mismo cuerpo que nació de la Virgen y que está sentado en los cielos a la diestra de Dios Padre.

2) El segundo, que en la Eucaristía no se conserva absolutamente nada de la substancia del pan y del vino, aunque el testimonio de los sentidos parezca asegurarnos lo contrario.

3) Por último - y esto es consecuencia de los dos anteriores, y lo expresa claramente la fórmula misma de la consagración-, que, por acción prodigiosa de Dios, los accidentes del pan y del vino, percibidos por los sentidos, quedan sin sujeto natural. Es cierto que vemos íntegras todas las apariencias del pan y del vino, pero subsisten por sí mismas, sin apoyarse en ninguna substancia. Su propia substancia de tal modo se convierte en el cuerpo y sangre de Cristo, que deja de ser definitivamente substancia de pan y de vino.

(34)
1Co 9,29.


A) Presencia real de Jesucristo

2361 1) PRUEBAS DE LA SAGRADA ESCRITURA. - Acerca de la primera verdad (que en la Eucaristía se contiene el verdadero cuerpo de Cristo) no pueden ser más explícitas y claras las palabras del mismo Señor: Éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre. Su significado no puede ser mal entendido, especialmente tratándose de la naturaleza humana de Cristo, tan cierta y real, según el testimonio de la fe católica. San Hilario escribió a este propósito: No es absolutamente posible duda alguna sobre esta verdad, habiendo declarado el mismo Señor y habiendo confirmado la fe que su carne es verdaderamente comida (35).

El apóstol San Pablo, después de referirnos la consagración del pan y del vino y su distribución a los apóstoles, escribe: Examínese, pues, el hombre mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación (
1Co 11,28-29).

Si no existiese en este sacramento - como pretenden los herejes - más que una simple memoria y símbolo de la pasión de Cristo, ¿por qué amonestar a los fieles sobre tan grave obligación de examinar su propia conciencia?

Con la terrible palabra condenación expresamente declara el Apóstol que comete un crimen nefando quien, recibiendo indignamente el cuerpo de Cristo, no diferencia la Eucaristía de cualquier otro manjar corriente. Y en la misma Epístola insiste San Pablo otra vez: El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? (1Co 10,16). Palabras que abiertamente demuestran ser la Eucaristía el sacramento de la substancia del cuerpo y de la sangre de Jesucristo.

A la luz de testimonios tan explícitos, no cabe duda alguna sobre esta verdad, autorizadamente confirmada por la santa madre Iglesia (36).

2) DOCTRINA DE LA IGLESIA. - Por una doble vía podemos descubrir el pensamiento de la Iglesia sobre este punto: a) por la doctrina unánime de los Padres, y b) por la condenación de las arbitrarias falsificaciones de los herejes.

a) Los Santos Padres, testimonios los más autorizados de la doctrina eclesiástica, han sostenido constante y unánimemente, desde los comienzos de la Iglesia, la verdad del dogma eucarístico.

Sería labor inacabable aducir todos y cada uno, de sus testimonios. Baste la mera insinuación de algunos de ellos para poder juzgar de todos los demás.

San Ambrosio, en su libro De his qui initiantur mysteriis, afirma, como innegable artículo de fe, que en la Eucaristía se recibe el verdadero cuerpo de Jesucristo formado en el seno de la Virgen María (37). Y en otro lugar: Antes de la consagración está sobre el altar el pan, mas después de la consagración no está allí más que la carne de Cristo (38).

San Juan Crisóstomo profesa y enseña repetidamente la misma verdad. Es notable su homilía 60, en la que habla de los que se acercan indignamente a la comunión, y las 44 y 45, en las que comenta el evangelio de San Juan. Dice el santo Doctor: Obedezcamos a Dios y no nos atrevemos a contradecirle, aunque nos parezca que dice cosas contrarias a nuestros sentidos y a nuestra razón, porque sus palabras son infalibles y nuestros sentidos fácilmente se engañan (39).

San Agustín insiste constantemente en la misma doctrina. Comentando el título del salmo 33, dice: Llevarse a sí mismo en sus propias manos, es imposible al hombre, pero, Vn cambio, es posible a Cristo; llevábase en sus manos citando, ofreciendo su propio cuerpo, dijo: Éste es mi cuerpo (40).

Omitiendo los testimonios de San Justino (41) y San Ireneo (42), Acordemos al menos el de San Cirilo, quien, en su libro 4, sobre San Juan, hace una profesión de fe tan clara sobre la verdadera carne del Señor en la Eucaristía, que en modo alguno pueden tergiversarse sus palabras con falsas y sofísticas interpretaciones (43).

Y podíamos citar aún a San Dionisio (44), a San Hilario (45), a San Jerónimo (46), a San Juan Damasceno (47) y a otros innumerables Padres, cuyos claros y profundos testimonios se encuentran en cada página de sus obras, recopiladas en un volumen por ilustres escritores.

b) Condenación de los herejes (48). - La verdad del cuerpo de Cristo en la Eucaristía es doctrina tan difundida y constante en la Iglesia, que cuando, en el siglo XI, se atrevió a negarla Berengario, afirmando que se trataba de un mero símbolo, inmediatamente fueron condenadas sus impías afirmaciones por unánime sentencia en el Concilio de Vercelli, convocado por León IX. El mismo hereje abjuró allí de su herejía. Cuando rúas tarde reincidió en el mismo error, fue condenado de nuevo por otros tres Concilios: uno en Tours y dos en Roma, convocados estos últimos por Nicolás II y Gregorio VII. Estas decisiones conciliares fueron confirmadas más tarde por Inocencio III en el ecuménico Concilio Lateranense IV. A su vez, los Concilios de Florencia y Trento declararon más abiertamente aún y confirmaron esta verdad de fe (49).

Si los sacerdotes explican diligentemente esta doctrina - prescindiendo de quienes, ciegos en sus errores, aborrecen la luz-, fortalecerán a los - débiles y dudosos y llenarán de profunda alegría a todos los buenos. Es doctrina catalogada eminentemente entre los dogmas de la fe cristiana, y ninguno que crea en Dios y en su omnipotencia puede dudar del divino poder para obrar las inmensas maravillas que adoramos en la Eucaristía. Si, además, creemos a la santa Iglesia católica, necesariamente habremos de creer, por lo mismo, en la verdad de este sacramento.

3) DIGNIDAD ESTUPENDA DE LA EUCARISTÍA. - Nada colmará tanto de estupor y alegría a las almas buenas como la contemplación de la dignidad sublime de este sacramento.

a) Ante todo, constatarán la gran perfección de la ley evangélica, a la que fue concedido poseer en realidad lo que en la ley mosaica estaba solamente oculto en símbolos y figuras. A este propósito escribió muy bien San Dionisio que la Iglesia está en medio de la sinagoga y del paraíso, participando de uno y otra (50).

En realidad, jamás acertaremos nosotros a admirar suficientemente la perfección de nuestra Iglesia y la espléndida alteza de su gloria, únicamente separada por un velo de la bienaventuranza celestial. Convenimos con los santos del cielo en la presencia de Jesucristo, Dios y hombre; nos distingue únicamente el hecho de que ellos le gozan en una visión bienaventurada, mientras nosotros le veneramos con profunda fe, presente, sí, pero invisible a nuestros ojos y misteriosamente velado en el sacramento.

b) En segundo lugar, en la Eucaristía experimentan las almas la perfectísima caridad de Nuestro Señor. Porque fue su inmensa bondad la que sugirió al Salvador el no privar jamás a les hombres de aquella santa humanidad que de ellos había asumido, queriendo Él mismo permanecer con nosotros, en cuanto le era posible, para demostrar así la verdad de aquellas admirables palabras: Mis delicias son estar con los hijos de los hombres (Pr 8,31).

4) JESUCRISTO ENTERO EN EL SACRAMENTO. - Recordemos, además, que en la Eucaristía está no solamente el cuerpo de Cristo, con todas las partes, miembros y elementos que pertenecen a un verdadero cuerpo, sino el Cristo total e íntegro: cuerpo, sangre, alma y divinidad.

Es dogma de fe que en el sacramento está el cuerpo de Cristo. Pero Cristo es nombre que designa al Dios - Hombre todo entero: la Persona divina del Verbo encarnado, con las dos naturaleza, divina y humana, y con todo lo que a las dos naturalezas pertenece: la divinidad, el alma, el cuerpo con sus distintas partes, y la sangre. En la Eucaristía está el mismo Cristo que en el cielo; y en el cielo, la humanidad de Cristo está unida a la divinidad en una sola persona. Sería, pues, impío suponer que el cuerpo del Cristo eucarístico está separado de la divinidad.

Sin embargo, todas estas santas realidades no están presentes en la Eucaristía del mismo modo y por el mismo motivo:

a) Algunas se encuentran en ella en virtud de la consagración, cuyas palabras deben producir realmente lo que significan. Los teólogos dicen que una realidad está contenida en el sacramento en fuerza del sacramento cuando aquélla está expresada en las palabras de la fórmula sacramental; de tal manera que, si por un absurdo, pudiese ésta subsistir sin las otras, en el sacramento tendríamos solamente lo que expresa la fórmula, y nada más.

b) Otras realidades, en cambio, se encuentran en el sacramento en cuanto que no pueden estar separadas de aquello que la fórmula misma expresa y directamente pretende. Examinemos la fórmula con que se consagra la Eucaristía; significa ésta y expresa directamente el cuerpo de Cristo: Éste es mi cuerpo. Por consiguiente, el cuerpo de Cristo está presente en la hostia en fuerza del sacramento. Mas, puesto que al cuerpo están unidas la sangre, el alma y la divinidad, todas estas cosas deben también encontrarse presentes en el sacramento, no en fuerza de la consagración, sino por su inseparable unión con el cuerpo, es decir, por concomitancia. Así, Cristo entero está en la Eucaristía, porque, dado el género de unión de las realidades en Él existentes, donde está una, deben estar también las otras.

5) JESUCRISTO ENTERO BAJO LA ESPECIE DE PAN Y BAJO LA ESPECIE DE VINO. - Por la misma razón, Cristo está todo entero tanto bajo la especie de pan como bajo la del vino. Y así como en la especie del pan no solamente está el cuerpo, sino también la sangre y Jesucristo entero, del mismo modo en la del vino no solamente está presente la sangre, sino también el cuerpo y Cristo todo entero.

Y aunque hemos de creer firmemente que esto es así, se estableció, sin embargo, la consagración bajo las dos especies por profundas razones:

a) Lo primero para expresar más al vivo la pasión de Cristo, en la cual la sangre fue separada del cuerpo.

Por esto en la consagración del vino se hace explícita mención de la efusión o derramamiento de la sangre.

b) Además, para significar mejor que este sacramento - pensado por Cristo como alimento del alma - es comida y bebida, esto es, alimento completo.

6) JESUCRISTO ENTERO EN LA MÁS MÍNIMA DE LAS PARTÍCULAS. - Ni puede tampoco olvidarse que Cristo está todo entero no sólo en cada una de las dos especies consagradas, sino también en la más pequeña partícula de cada una de ellas.

A este propósito escribió San Agustín. Cada uno recibe a Jesucristo, que está todo entero en cada una de las partes, por pequeñas que sean; se da entero a todos, distribuyéndose a cada uno (51).

Y lo confirma espléndidamente la misma narración evangélica: Cristo no consagró separadamente cada uno de los pedazos de pan distribuido a los apóstoles, sino que, con una única consagración, consagró el pan entero, suficiente para el sacramento y para la distribución. Más claramente aparece en la consagración del cáliz y en las palabras del Maestro: Tomadlo y distribuidlo entre vosotros (Lc 22,17).

Sirva cuanto queda dicho para que los fieles comprendan y crean que en el sacramento de la Eucaristía están realmente el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

(35) SAN HILARIO, De Trinit. VIII, 14: PL 10,243-244.
(36) "Estas palabras (de la institución), conmemoradas por los santos evangelios (Mt 26,26 ss.; Mc 14,22 ss.; Lc 22,19 ss.) y repetidas luego por San Pablo ( ss.), como quiera que ostentan aquella propia y clarísima significación, según la cual han sido entendidas por los Padres, es infamia verdaderamente indignísima que algunos pendencieros y perversos las desvíen a trozos ficticios e imaginarios, por los que se niega la verdad de la carne y sangre de Cristo… " (C. de Trento, ses. XIII, el: DS 874).
(37) SAN AMBROSIO, De his qui myster. initiantuv, c. 9: PL 16,424.
(38) SAN AMBROSIO, De los Sacramentos, 1. 4 c. 4: PL 16,458.
(39) SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 82 in Mt, : PG 58,743, y Hom. 44. 45 in lo. : PG 59,247-259.
(40) SAN AGUSTÍN, Enarr. in Ps. 33: PL 36,306.
(41) SAN JUSTINO, ApoL, II: PG 6,467.
(42) SAN IRENEO, Contra haereses,14 c. 18: PG 7,1027.
(43) SAN CIRILO, In lo., 1. 4, c. 13: PG 73,563.
(44) SAN DIONISIO, De Eccl. hier., c. 3: PG 3,503.
(45) SAN HILARIO, De Trinitate,1. 8: PL 10,242-243.
(46) SAN JERÓNIMO, Epist. ad Damas, de filio prodigo: PL 22,379ss.
(47) SAN JUAN DAMASC, De fide orthodoxa, c. 11: PG 94, (1154 ss.).
(48) Sobresalen entre las herejías contra el dogma eucarístico: a) los docetas de los primeros siglos de la Iglesia, que, al juzgar como fantástica la realidad de la carne de Cristo, negaban con ello indirectamente su presencia real en el sacramento; b) en el siglo IX, Juan Escoto parece haber impugnado directamente la presencia de Cristo en la Eucaristía, ya que, según Hincmaro de Reims (De praedest. 21) enseñaba "que el sacramento del altar no es verdadero cuerpo y sangre del Señor, sino tan sólo memorial de su verdadero cuerpo y sangre", aunque algunos niegan que éste fuera el sentir de Escoto (cf. DIEKAMP, De Ss. Euchar. sect. 3 § 22); c) más adelante, en el siglo xi, Berengarío de Tours rechaza abiertamente la verdad de la Eucaristía. Ésta viene a constituirse para él en un mero símbolo, figura o señal de la carne de Cristo, que vive en el cielo; d) en los siglos XII y XIII, los petrobrusianos, valdenses, cataros y albigenses niegan la verdad del cuerpo y sangre de Cristo, admitiendo solamente la Eucaristía como pan consagrado con cierta bendición; e) en el siglo xiv, Wiclef admite asimismo el mero símbolo de la Eucaristía; f) con la Reforma protestante, los diversos reformadores tuvieron ideas distintas acerca de este misterio. Así, por ejemplo, Lutero admite la presencia de Cristo en la Eucaristía, al menos en el momento de recibirle en la comunión; Zwinglio, Carlostadio y Ecolampadio lo tienen como mero sentido figurado y simbólico; Calvino, siguiendo una via media, negaba, contra Lutero, que el cuerpo de Cristo estuviese en otro lugar que en el cielo, pero, contra Zwinglio y los sacramentarlos, admitía en la Eucaristía no ya un mero símbolo, sino una virtud especial, emanada del cuerpo de Cristo en el cielo; g) la mayor parte de los anglicanos siguieron en esto la doctrina de Calvino, sobre todo bajo el reinado de Eduardo VI; h) por fin, los modernistas y racionalistas, negando todo principio sobrenatural, lo rechazan también de plano.
(49) Cf. en C. Rom. (a. 1079: DS 375) el juramento de fe prestado por Berengario; el C. IV de Letrán (DS 430) dice: "Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo, cuyo cuerpo y sangre se contiene verdaderamente en el sacramento del altar, bajo las especies de pan y vino, después de transubstanciados, por virtud divina, el pan en el cuerpo y el vino en la sangre… " (véase también el C. de Flor. : DS 698, y el de Trcn. : DS 883).
(50) SAN DIONISIO, De Eccl. hier., c. 5: PG 3,502.
(51) SAN AGUSTÍN, Apud Gratianum, De consecration., dist. 4 c. 77: PL 187,1772-1773.


B) Transubstanciación

2362 1) EL HECHO. - Después de la consagración no queda en el sacramento nada de la substancia del pan y del vino.

Esta verdad, por extraña que nos parezca, se sigue necesariamente de lo anteriormente dicho sobre la consagración. Dijimos que después de ella, bajo las especies de pan y de vino, está el verdadero cuerpo de Cristo: ahora bien, si Cristo se encuentra en la Eucaristía, donde antes de la consagración no existía, esto sucede: a) o por cambio de lugar, b) o por creación, c) o por transformación de otra substancia en Él.

a) No es posible que Cristo se encuentre en el sacramento eucarístico por cambio de lugar, es decir, por haber abandonado el cielo para bajar a la hostia. Esto supondría que Cristo no está ya en el cielo, porque el que se mueve de un lugar a otro abandona el lugar de donde se traslada.

b) Más absurdo resulta pensar que Cristo esté en la Eucaristía por creación.

c) No resta, pues, más que admitir que Cristo se encuentra en la Eucaristía por conversión de la substancia de pan en Él.

Luego no puede subsistir nada de la substancia del pan y del vino.

2) DEFINICIÓN DE LA IGLESIA. - Los Padres del Concilio Lateranense y de Florencia definieron este dogma (52).

Más explícita y claramente aún, el Concilio de Trento nos ha dejado la siguiente declaración: "Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanecen las substancias del pan y del vino juntamente con la sangre y el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, sea anatema" (53).

3) PRUEBAS DE LA SAGRADA ESCRITURA. - Por lo demás, se apoya este dogma en claros testimonios de la Sagrada Escritura.

a) Ante todo, en las mismas palabras de la institución: Esto es mi cuerpo. La palabra Esto tiene tal fuerza, que expresa con precisión toda la substancia de la cosa que está presente. De tal forma que, si aún permaneciera la substancia del pan, no habría podido decir Cristo con verdad: Esto es mi cuerpo.

b) Además, el mismo Señor dice en San Juan: El pan que yo os daré es mi carne, vida del mundo (
Jn 6,51), llamando pan a su carne. Y poco después añade: En verdad, en verdad as digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6,53). Y aún. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida (Jn 6,55).

Si Cristo, con palabras tan formales, llama a su carne verdadero pan y verdadera comida, y a su sangre verdadera bebida, claramente quiso darnos a entender que en el sacramento no permanece substancia alguna de pan ni de vino.

4) DOCTRINA DE LOS SANTOS PADRES. - Este dogma ha sido, constantemente, unánime doctrina de los Padres de la Iglesia.

San Ambrosio escribe: Tú acaso dirás: Este es mi acostumbrado pan; mas este pan, te respondo, es pan antes de las palabras de la consagración, pero después de ella se convierte en la sangre de Cristo. Y esclarece esta verdad con toda una serie de comparaciones y ejemplos. Y en otra parte, comentando el verso del Salmo: Yave hace cuanto quiere en los cielos, en la tierra, en el mar y en todos los abismos (Ps 134,6), observa: Aunque se vea la apariencia del pan y del vino, debe creerse que después de la consagración allí sólo está el cuerpo y la sangre de Cristo (54).

San Hilario, para ilustrar la misma verdad, utiliza casi idénticas palabras: Aunque exteriormente no aparezca más que pan y vino, sin embargo, en la Eucaristía está realmente el cuerpo y la sangre del Señor (55).

Ni debe maravillarnos que aun después de la consagración se haya conservado el nombre de pan para la Eucaristía. Porque el sacramento conserva tanto la apariencia de pan como su propiedad natural de alimentar y nutrir al cuerpo. Es, por lo demás, costumbre bíblica llamar las cosas según sus apariencias externas. Así, por ejemplo, en el Génesis se dice que se aparecieron a Abraham tres hombres, siendo así que eran tres ángeles (56); y en los Hechos, aquellos dos ángeles que se aparecieron a los apóstoles inmediatamente después de la ascensión de Cristo son llamados también hombres (57).

5) EXPLICACIÓN DEL HECHO. - Sumamente difícil es la explicación de este misterio. Sin embargo, deben esforzarse los sacerdotes por explicarlo a los más adelantados en el conocimiento de las cosas divinas, ya que los que no están suficientemente adiestrados en las verdades de la fe y en el estudio de las Sagradas Escrituras, correrían el riesgo de sentirse oprimidos por la grandeza del misterio.

En fuerza de esta admirable conversión, toda la substancia del pan se convierte, por virtud divina, en toda la substancia del cuerpo de Cristo, y toda la substancia del vino, en toda la substancia de la sangre de Cristo. Ninguna mutación, sin embargo, se da en el mismo Cristo, porque ni es de nuevo engendrado, ni mudado, ni alterado, sino que permanece intacto e igual -en su substancia.

San Ambrosio, declarando este misterio, escribe: Observa cuan eficaz es la palabra de Cristo. Si ella pudo llamar a la existencia lo que no existía, es decir, al mundo creado, más eficaz aún será al hacer que unas realidades ya existentes tengan nuevo ser y se transformen en realidades distintas (58). Igualmente opinan otros antiquísimos Santos Padres.

San Agustín comenta también: Creemos firmemente que antes de la consagración están allí el pan y el vino cuales les formó la naturaleza; pero después de la consagración están allí la carne y la sangre de Cristo cuales les consagró la bendición (59).

Y San Juan Damasceno: El cuerpo de Cristo, aquel mismo cuerpo que nació de la santa Virgen en la Encarnación, está en la Eucaristía verdaderamente unido a la divinidad; no porque descienda del cielo, donde ascendió, sino porque el pan y el vino se han convertido en el cuerpo y en la sangre del Señor (60).

Con toda exactitud designó la Iglesia a esta admirable conversión con el nombre de transubstanciación, como lo enseña el santo Concilio de Trento. Porque así como la generación natural puede llamarse con propiedad transformación, en cuanto que en ella se muda la forma, así también, con exactitud y acierto, inventaron nuestros mayores el nombre de transubstanciación para designar esta conversión eucarística, ya que en la Eucaristía se cambia toda una substancia entera en otra.

6) RESPETEMOS Y ADOREMOS EL MISTERIO. - Procuren los sacerdotes prevenir a los fieles, como repetidamente lo han hecho los Santos Padres, para que no se dejen desviar por una demasiada curiosidad en la indagación del misterio de esta transformación substancial. El modo como esto se realiza escapa a la razón humana, ni existe, además, en la naturaleza imagen o analogía alguna que pueda iluminarnos a este propósito.

Aprendamos de la fe solamente la realidad del hecho; en cuanto al modo, sepamos moderar nuestra excesiva curiosidad.

Conviene adoptar también una postura de humildad y discreción frente al otro aspecto del misterio: cómo es que Cristo pueda estar todo entero en toda mínima partícula eucarística. También es prudente evitar aquí todas las disquisiciones demasiado sutiles. Y, en todo caso, nunca olvidemos las palabras evangélicas: Nada hay imposible para Dios (Lc 1,37).

Una nueva observación: Cristo nuestro Señor no está en este sacramento como en un lugar o espacio material. Porque las cosas materiales ocupan un espacio en cuanto que son extensas, y Jesucristo no está en la Eucaristía en cuanto que es grande o pequeño, esto es, como una cuantidad, sino como una substancia, esto es, en cuanto que la substancia del pan se convierte en la substancia de Cristo. Y la substancia de una cosa se encuentra toda entera tanto en un espacio pequeño como en otro mayor. La substancia del aire, por ejemplo, está toda entera en el aire contenido en un espacio pequeño como en el contenido en un espacio mayor; como la substancia del agua se encuentra lo mismo en un recipiente pequeño que en un río.

Si, pues, el cuerpo de Cristo sustituye a la substancia del pan, se seguirá que aquél se encuentra en el sacramento del mismo modo que se encontraba la substancia del pan antes de la consagración. Y que esta substancia del pan se encontrase allí en grande o pequeña cantidad sería cosa absurda el discutirlo, porque allí se encontraba toda entera la realidad de la substancia misma.

(52) Cf. nota 49.
(53) C. de Tren., ses. XIII cn. 2: DS 884.
(54) SAN AMBROSIO, De Sacramentis, 1. 4, c. 2: PL 16,458.
(55) SAN HILARIO, De Trinitate, 1. 8: PL 10,246-247.
(56) Gn 13,2.
(57) Ac 1,10.
(58) SAN AMBROSIO, De Sacramentis, 1. 4 c. 4: PL 16,460.
(59) SAN AGUSTÍN, Sentent. Prosper, Apud Gratianum, De consecratione, dist. 2, c. Nos autem… 41: PL 187,1749-1750.


C) Sustentación milagrosa de las especies sacramentales

2363 1) EL HECHO. - Un tercer aspecto, no menos admirable, del sacramento, lo constituye el hecho de que en la Eucaristía las especies del pan y del vino subsisten sin estar sostenidas por ningún sujeto.

Hemos dicho que el cuerpo y la sangre de Jesucristo están realmente presentes en este sacramento, de tal modo que no permanece en él nada de la substancia del pan y del vino. Como estas especies o accidentes no pueden estar sostenidos por el cuerpo y la sangre de Cristo, síguese que se sostienen por sí mismas, sin apoyarse en substancia alguna: hecho que no pertenece al orden natural de las cosas, sino que constituye un verdadero prodigio.

2) DOCTRINA DE LA IGLESIA. - Ésta fue la perpetua y constante doctrina de la Iglesia católica, sostenida por la autoridad de los Padres y los Concilios citados anterior mente a propósito de la transubstanciación.

3) RESPETEMOS Y ADOREMOS EL MISTERIO. - Pero lo que sobre todo importa, prescindiendo de estas sutiles cuestiones, es que los cristianos sepamos adorar y venerar la majestad de este admirable sacramento, elevando un himno de gratitud al Dios que se ha dignado otorgarnos tan santos y sublimes misterios bajo las especies del pan y del vino.

1) Repugnando a nuestra naturaleza el comer carne humana o beber su sangre, quiso Dios, en su infinita sabiduría, superar esta dificultad, y nos ofreció la carne y la sangre de Jesucristo bajo las especies de pan y vino, elementos los más comunes y gratos- de nuestro alimento cotidiano.

Y a esto se unen otras dos ventajas:

2) el vernos libres de la calumnia de los paganos, calumnia que difícilmente podríamos evitar si nos vieran comer a Cristo en su forma humana;

3) y el poder así alimentar cada día nuestra fe, mientras recibimos a Cristo, sin que nuestros sentidos puedan percibir su propia realidad. Porque, según la célebre sentencia de San Gregorio Magno, la fe no tiene mérito cuando la razón humana ofrece la experiencia (6l).

Todo esto, sin embargo, debe predicarse con las debidas cautelas, atendiendo siempre a la capacidad de los oyentes y a las necesidades de cada momento.

(60) SAN JUAN DAMASCENO, De fide orthodoxa, 1. 4 el 3: PG 94,1143-1146.
(61) SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 26 in Evang., n. l: PL 76,1197.


VII EFECTOS DE ESTE SACRAMENTO

2370 Todo cuanto llevamos dicho sobre este sacramento debe ayudarnos a comprender y apreciar mejor los admirables efectos de la Eucaristía. Siendo imposible agotar con nuestras pobres palabras humanas este ilimitado argumento, subrayaremos solamente algunos.

1) Una primera idea nos la podremos formar reflexionando sobre todos los admirables efectos de los demás sacramentos y comparando a la Eucaristía como a una fuente, de la que aquéllos no son más que riachuelos.

Y no es sólo comparación: la Eucaristía es realmente la fuente de todas las gracias, porque encierra en sí misma a Jesucristo, Fuente y Autor de todo don celestial, de cuya divina abundancia derivan los sacramentos cuanto tienen de santo y perfecto.

2) Consideremos además la naturaleza del pan y del vino, bajo cuyas especies se nos comunica el sacramento cucarístico. Todo aquello que el pan y el vino producen en el cuerpo, lo produce en el alma la Eucaristía de un modo infinitamente más perfecto. Y no es el sacramento el que se convierte, como el pan y el vino, en nuestra substancia, sino que somos nosotros los que de modo inefable nos convertimos en Cristo. San Agustín pone en labios de Cristo estas palabras: Yo soy la comida de los grandes; cree u me comerás. No me mudarás tú en ti como haces con el alimento del cuerpo, sino que tú te mudarás en mí (62).

Y si es verdad que la gracia y la verdad vino por Jesucristo (
Jn 1,17), ésta debe necesariamente difundirse en el alma cuando recibimos con corazón puro al que ha dicho: El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él (Jn 6,56).

Nadie puede dudar eme quien participa de este sacramento con fe y con piedad, recibe al Hijo de Dios, quedando interiormente injertado por la arada en su cuerpo como miembro vivo. Porque escrito está: El que me come vivirá por mí (Jn 6,57); y en otro lugar: El pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo (Jn 6,51).

A este propósito escribe San Cirilo: El Verbo de Dios, uniéndose a su propia carne, la hizo vivificante. Convenía, por tanto, nne se uniera a nosotros de un modo maravilloso por medio de su santísima carne y de su preciosa sangre, que recibimos en la vivificante consagración del pan y del vino (63).

Mas, aunque afirmamos con toda verdad que la Eucaristía concede la gracia, no significa esto que no sea necesario poseer ya la gracia para recibir con fruto el sacramento. Porque así como a los cadáveres de nada les sirve el alimento corporal, tampoco aprovechan para nada al alma muerta los sagrados misterios. Por esto tienen las apariencias de pan y de vino: para significar que han sido instituidos no para dar inicialmente, sino para conservar la vida del alma (64).

3) Decimos también que este sacramento da la gracia, porque también la primera gracia (necesaria para recibir la Eucaristía, si no queremos comer y beber nuestra propia condenación) no se da sino a aquellos que al menos con el deseo y con el voto reciben este sacramento. Porque la Eucaristía es fin de todos los sacramentos y el símbolo de la unidad social de los miembros de la Iglesia, fuera de la cual nadie puede conseguir la gracia (65).

4) Además, así como el alimento natural no sólo conserva, sino que también aumenta la vida del cuerpo y nos hace gustar cada día nuevas dulzuras y nuevos placeres, del mismo modo el divino manjar de la Eucaristía no sólo sustenta al alma, sino que la acrecienta siempre con nuevas fuerzas y hace que el espíritu se transporte cada día en el regalo y dulzura de las cosas divinas. Por esto decimos que la Eucaristía da la gracia, pudiéndose justamente comparar con el maná, en el cual quien lo comía encontraba las delicias de todos los sabores.

5) La Eucaristía remite los pecados veniales. Todo aquello que el alma perdió en el ardor de la concupiscencia con culpas leves, se lo restituye la Eucaristía, que cancela esta venialidad. Del mismo modo - por seguir utilizando la misma comparación - que el alimento repara y acrecienta nuestras fuerzas, deterioradas un poco por la fatiga de cada día. San Ambrosio dice a este propósito: Este pan se recibe cada día para remedio de las cotidianas enfermedades (66). Pero todo esto únicamente se refiere a aquellos pecados en los que el alma no se complace (67).

6) Otro efecto de la Eucaristía es el conservarnos puros de todo pecado futuro y librarnos de la violencia de las tentaciones, inmunizando al alma, cual divino medicamento, para que no sucumba a la infección y a la corrupción venenosa de cualquier pasión mortal.

Por esto - testifica San Cipriano-, cuando los antiguos cristianos eran condenados por los perseguidores a los tormentos y a la muerte por confesar la fe cristiana, la Iglesia hacía que se les administrase el sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor, para que no desfallecieran en aquella lucha suprema, vencidos acaso por la violencia de los dolores (68).

La Eucaristía refrena también y reprime la misma concupiscencia de la carne, porque, al encender en el alma el fuego de la caridad, mitiga los ardores sensuales de nuestro cuerpo (69).

7) Por último, para compendiar en una palabra todos los divinos beneficios de este sacramento, posee la Eucaristía una virtud infinita para procurarnos la gloria eterna, según las palabras de Jesús: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día (Jn 6,54). Es ya una señal en esta vida aquella suma paz y tranquilidad de conciencia que disfrutan las almas después de comulgar (70). Y en el momento de la muerte, fortalecidos por la virtud divina del sacramento, levantaremos el vuelo hacia la bienaventuranza eterna, como Elías, después de haber comido el pan cocido bajo las cenizas, pudo caminar hasta el monte Horeb, el monte santo de Dios (71).

Utilísimo para un estudio más atento y particularizado de los benéficos efectos de la Eucaristía será el releer y meditar el capítulo 6 de San Juan, donde se refieren las virtudes de este divino sacramento; o también meditar en el Evangelio las admirables páginas de toda la vida del Señor. Si estimamos por muy dichosos a quienes hospedaron a Jesús durante su vida mortal (72) o a quienes recuperaron la salud por el contacto de sus vestidos (73), mucho más afortunados podremos decirnos quienes le recibimos en el alma para curar todas nuestras llagas y unirnos con Él, enriquecidos con sus inestimables tesoros.

(62) SAN AGUSTÍN. Confesiones. 1. 7 r 10- ML 32,742.
(63) SAN CIRILO, In lo., 1. 4 c. 2: PG 3,566.
(64) a) La Eucaristía de suyo ("per se", en lenauaie teoló - pico) no confiere la gracia primera, porque es un sacramento de vivos, que supone en el sujeto que lo recibe la vida de gracia. Cristo lo pensó e instituyó como "comida y bebida", y la comida y bebida no tienen como finalidad resucitar a los muertos, sino conservar y robustecer la vida presente.
b) Según la opinión más autorizada, eventualmente ("per accidens") confiere también la Eucaristía al pecador la primera gracia, y por tanto, perdona los pecados mortales, si el pecador se acerca de buena fe y ron atrición general.
(65) Necesidad de la Eucaristía.
a) Es evidente que la comunión real o sacramental de la Eucaristía no es absolutamente necesaria, con necesidad de medio, para la salvación.
El santo Concilio de Trento enseña que sólo el bautismo y la penitencia son sacramentos necesarios, con necesidad de medio, para la salvación; y con respecto a los niños "que carecen del uso de la razón, por ninguna necesidad están obligados a la comunión sacramental de la Eucaristía" (D 933).
b) Sin embargo, su recepción reiterada puede decirse que es moralmente necesaria para perseverar en la gracia (C. de Tren., ses. XIII c. 2: DS 875); Si alguno come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le daté es mi carne, vida del mundo (In. 6,51). c) Según sentencia de Santo Tomás, parece ser necesario para la salvación el voto o deseo de la Eucaristía, incluido en la recepción del bautismo y de los otros sacramentos; deseo que tiende a la Eucaristía, no como a medio de justificación, como son los otros sacramentos, sino como a fin de todos ellos y fuente de toda gracia (cf. SANTO TOMÁS, ad 1).
En cuanto a la necesidad de recibir la Eucaristía como precepto, cf. nota 85.
(66) SAN AMBROSIO, De Sacramentos, 1. 5 c. 4: PL 16,471.
(67) "Quiso (Jesucristo) que este sacramento se tomara como espiritual alimento de las almas (Mt 26,26), por el que se alimenten y fortalezcan los que viven de la vida de Aquél que dijo: el que come de mí, también Él vivirá por mi (Jn 6,58), y como antídoto por el que seamos librados de las culpas cotidianas y preservados de los pecados mortales" (C. de Trcn., ses. XIII c. 2: DS 875).
(68) Cf. SAN CIPRIANO, Epist. Corinth.: PL 3,878-888.
(69) Cf. nota 67. El papa León XIII afirma: "Tras esos deleites (de la carne) córrese hoy con ardiente e insaciable anhelo; ésta es como una enfermedad contagiosa, que a todos invade desde la más tierna edad. Remedio excelente contra tan gravísimo mal lo tenemos siempre dispuesto en la divina Eucaristía. Porque, ante todo, aumentando ella la caridad, enfrena las pasiones" (encíclica Mirae caritatis, 28-5-1902); y la Sagrada Congregación del Concilio: "Los fieles de Cristo, unidos a Dios por el sacramento, reciben de Él fuerza para reprimir la concupiscencia" (decreto Sacra Tridentina Synodus, 20 diciembre 1905).
(70) "Quiso Cristo que (el sacramento de la Eucaristía) sea además prenda de gloria futura y de felicidad perpetua" (C. de Trent., ses. XIII c. 2: DS 875).
(71) 1R 19,8.
(72) Mt 8,14 Mt 9,10.
(73) Lc 10,38 Mt 9,20-21.



Catecismo Romano ES 2360