Congregacion para la Doctrina de la Fe - 3. FUNDAMENTOS TEOLOGICOS


3.1. El misterio de la Iglesia

"La Iglesia esta en la historia, pero al mismo tiempo la transciende. Solamente "con los ojos de la fe" se puede ver al mismo tiempo en esta realidad visible una realidad espiritual, portadora de la vida divina" (CEC 770). El conjunto de los aspectos visibles e historicos se relaciona con el don divino de manera analoga a como en el Verbo de Dios encarnado la humanidad asumida es signo e instrumento del actuar de la persona divina del Hijo: las dos dimensiones del ser eclesial forman "una sola realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino" (LO 8), en una comunion que participa de la vida trinitaria y hace que los bautizados se sientan unidos entre si, aun en la diversidad de tiempos y de lugares de la historia. En razon de esta comunion, la Iglesia se presenta como un sujeto absolutamente unico en el acontecer humano, hasta el punto de poder hacerse cargo de los dones, de los méritos y de las culpas de sus hijos de hoy y de los de ayer.

La no débil analogia con el misterio del Verbo encamado implica, no obstante, también una diferencia fundamental: "Mientras Cristo, "santo, inocente, inmaculado" (He 7,26), no conocio el pecado (2Co 5,21), sino que vino a expiar solo los pecados del pueblo (He 2,17), la Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al mismo tiempo que necesitada siempre de purificacion, busca sin cesar la penitencia y la renovacion" (24). La ausencia de pecado en el Verbo encamado no puede atribuirse a su Cuerpo eclesial, en cuyo interior mas bien cada uno, participe de la gracia donada por Dios, no esta menos necesitado de vigilancia y de purificacion incesante y solidaria con la debilidad de los otros: "Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores (1Jn 1,8-10). En todos, la cizana del pecado todavia se encuentra mezclada con la buena semilla del evangelio hasta el fin de los tiempos (Mt 13,24-30). La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvacion de Cristo, pero todavia en vias de santificacion" (CEC 827).

Ya Pablo VI habia afirmado solemnemente que "la Iglesia es santa, aun comprendiendo en su seno a los pecadores, ya que ella no posee otra vida sino la de la gracia [...] Por ello, la Iglesia sufre y hace penitencia por tales pecados, de los cuales tiene, por otra parte, el poder de curar a sus propios hijos con la sangre de Cristo y el don del Espiritu Santo" (25). La Iglesia es en fin de cuentas, en su "misterio", encuentro de santidad y de debilidad, continuamente redimida y siempre necesitada nuevamente de la fuerza de la redencion. Como ensena la liturgia, verdadera "lex credendi", el fiel individual y el pueblo de los santos invocan de Dios que su mirada se fije sobre la fe de su Iglesia y no sobre los pecados de los individuos, de cuya fe vivida constituyen la negacion: "Ne respicias peccata nostra, sed fidem Ecclesiae Tuae!". En la unidad del misterio eclesial a través del tiempo y del espacio es posible considerar entonces el aspecto de la santidad, la necesidad de arrepentimiento y de reforma, y su articulacion en el actuar de la Iglesia Madre.


3.2. La santidad de la Iglesia

La Iglesia es santa porque, santificada por Cristo, quien la ha adquirido entregandose a la muerte por ella, es mantenida en la santidad por el Espiritu Santo, que la inunda sin cesar: "Nosotros creemos que la Iglesia es indefectiblemente santa. Pues Cristo, Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espiritu llamamos "el solo Santo", ha amado a la Iglesia como esposa suya, entregandose a si mismo por ella para santificarla (cf. Ep 5,25s), la unio a si mismo como su propio cuerpo y la enriquecio con el don del Espiritu Santo para gloria de Dios. Por eso, todos en la Iglesia son llamados a la santidad" (LG 39). En este sentido, desde sus origenes los miembros de la Iglesia son llamados los "santos" (Ac 9,13 1Co 6,1s; 1Co 16,1). Se puede distinguir, no obstante, entre la santidad de la Iglesia y la santidad en la Iglesia. La primera, fundada en las misiones del Hijo y del Espiritu, garantiza la continuidad de la mision del pueblo de Dios hasta el fin de los tiempos y estimula y ayuda a los creyentes a perseguir la santidad subjetiva y personal. En la vocacion que cada uno recibe se halla radicada, por el contrario, la forma de santidad que le ha sido donada y que se requiere de él, en cuanto cumplimiento pleno de la propia vocacion y mision. La santidad personal se halla, en todo caso, proyectada hacia Dios y hacia los demas, y tiene, por ello, un caracter esencialmente social: es santidad "en la Iglesia", orientada al bien de todos.

A la santidad de la Iglesia debe, en consecuencia, corresponder la santidad en la Iglesia: "Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no segun sus obras, sino por designio y gracia de l, y justificados en el Senor Jesús, han sido hechos en el bautismo verdaderamente hijos de Dios y participes de la divina naturaleza, y por lo mismo realmente santos; conviene, por consiguiente, que esa santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su vida con la ayuda de Dios" (LO 40). El bautizado esta llamado a devenir con toda su existencia aquello que ya es en razon de la consagracion bautismal; lo cual no acontece sin el asentimiento de su libertad y sin la ayuda de la gracia que viene de Dios. Cuando esto sucede, se deja reconocer en la historia la humanidad nueva segun Dios: ¡nadie llega a ser él mismo con tanta plenitud como el santo que acoge el designio divino y, con la ayuda de la gracia, conforma todo su propio ser al proyecto del Altisimo! Los santos constituyen, en este sentido, como luces suscitadas por el Senor en medio de su Iglesia para iluminarla, son profecia para el mundo entero.


3.3. La necesidad de una renovacion continua

Sin ofuscar esta santidad, se debe reconocer que, a causa de la presencia del pecado, hay necesidad de una renovacion continua y de una conversion constante en el pueblo de Dios; la Iglesia en la tierra esta "adornada de una santidad verdadera" que es, no obstante, "imperfecta" (LG 48). Observa S. Agustin contra los pelagianos: "La Iglesia en su conjunto dice: ¡perdona nuestras deudas! Ella tiene, por tanto, manchas y arrugas. Pero, a través de la confesion, las arrugas se estiran y las manchas quedan lavadas. La Iglesia se halla en oracion para ser purificada por la confesion y estar asi mientras los hombres vivan sobre la tierra" (26). Santo Tomas de Aquino precisa que la plenitud de la santidad pertenece al tiempo escatologico, mientras la Iglesia peregrinante no debe enganarse, afirmando estar libre de pecado: "Que la Iglesia sea gloriosa, sin mancha ni arruga, es la meta final hacia la que tendemos en virtud de la pasion de Cristo. Esto se alcanzara, por tanto, solo en la patria eterna y no ya durante el peregrinaje; aqui [...] nos enganariamos si dijésemos no tener pecado alguno" (27). En realidad, "aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, con la peticion 'perdona nuestras deudas', nos volvemos a l, como el hijo prodigo (Lc 15,11-32) y nos reconocemos pecadores ante l como el publicano (Lc 18,13). Nuestra peticion empieza con una "confesion" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su misericordia" (CEC 2839).

Es, por tanto, la Iglesia entera la que, mediante la confesion del pecado de sus hijos, confiesa su fe en Dios y celebra su infinita bondad y capacidad de perdon; gracias al vinculo establecido por el Espiritu Santo, la comunion que existe entre todos los bautizados en el tiempo y en el espacio es tal que en ella cada uno es él mismo, pero al tiempo esta condicionado por los otros y ejerce sobre ellos un influjo en el intercambio vital de los bienes espirituales. De este modo, la santidad de los unos influye sobre el crecimiento del bien en los otros, pero también el pecado tiene una relevancia no exclusivamente personal, ya que pesa y opone resistencia en el camino de la salvacion de todos; en tal sentido, afecta verdaderamente a la Iglesia en su integridad, a través de la variedad de los tiempos y de los lugares. Esta conviccion empuja a los Padres a afirmaciones netas como la de San Ambrosio: "Estemos bien atentos a que nuestra caida no se convierta en una herida de la Iglesia" (28). Ella, por tanto, "aun siendo santa por su incorporacion a Cristo, no se cansa de hacer penitencia: ella reconoce siempre como suyos, delante de Dios y delante de los hombres, a los hijos pecadores" (TMA 33), los de hoy, como los de ayer.


3.4. La maternidad de la Iglesia

La conviccion de que la Iglesia pueda hacerse cargo del pecado de sus hijos, en razon de la solidaridad existente entre ellos en el tiempo y en el espacio, gracias a su incorporacion a Cristo y a la obra del Espiritu Santo, esta expresada de modo particularmente eficaz por la idea de la "Iglesia Madre" (Mater Ecclesia), que "en la concepcion protopatristica es el concepto central de toda la aspiracion cristiana" (29) la Iglesia, afirma el Vaticano II, "también es hecha Madre por la Palabra de Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicacion y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espiritu Santo y nacidos de Dios" (LO 64). A la amplisima tradicion, de la que estas ideas son el eco, da voz por ejemplo Agustin con estas palabras: "Esta madre santa, digna de veneracion, la Iglesia, es igual a Maria: ella da a luz y es virgen, de ella habéis nacido, ella engendra a Cristo, porque vosotros sois los miembros de Cristo" (30). Cipriano de Cartago afirma con nitidez: "No puede tener a Dios por padre, quien no tiene a la Iglesia como madre" (31). Y Paulino de Nola canta asi la maternidad de la Iglesia: "En cuanto madre recibe el semen de la Palabra eterna, lleva a los pueblos en su seno y los da a luz" (32).

Segun esta vision, la Iglesia se realiza continuamente en el intercambio y en la comunicacion del Espiritu del uno al otro de los creyentes, como ambiente generador de fe y de santidad en la comunion fraterna, en la unanimidad orante, en la participacion solidaria en la Cruz, en el testimonio comun. En razon de esta comunicacion vital, cada bautizado puede ser considerado al mismo tiempo hijo de la Iglesia, en cuanto engendrado en ella a la vida divina, e Iglesia Madre, en cuanto coopera con su fe y caridad a engendrar nuevos hijos para Dios; es, en efecto, tanto mas Iglesia Madre cuanto mayor es su santidad y mas ardiente el esfuerzo por comunicar a los otros el don recibido. Por otra parte, no deja de ser hijo de la Iglesia el bautizado que, a causa del pecado, se separase de ella con el corazon; él podra acceder siempre de nuevo a las fuentes de la gracia y remover el peso que su culpa hace gravar sobre la entera comunidad de la Iglesia Madre. sta, a su vez, en cuanto Madre verdadera, no podra no quedar herida por el pecado de sus hijos de hoy y de los de ayer, continua amandolos siempre, hasta el punto de hacerse cargo en todo tiempo del peso producido por sus culpas; en cuanto tal, la Iglesia aparece a los Padres como Madre de dolores, no solo a causa de las persecuciones externas, sino sobre todo por las traiciones, los fallos, las lentitudes y las contaminaciones de sus hijos.

La santidad y el pecado en la Iglesia se reflejan, por tanto, en sus efectos sobre la Iglesia entera, si bien es conviccion de fe que la santidad es mas fuerte que el pecado en cuanto fruto de la gracia divina: ¡son su prueba luminosa las figuras de los santos, reconocidos como modelo y ayuda para todos! Entre la gracia y el pecado no hay un paralelismo, ni siquiera una especie de simetria o de relacion dialéctica; ¡el influjo del mal no podra vencer jamas la fuerza de la gracia y la irradiacion del bien, incluso el mas escondido! En este sentido, la Iglesia se reconoce existencialmente santa en sus santos; pero, mientras se alegra de esta santidad y advierte su beneficio, se confiesa no obstante pecadora, no en cuanto sujeto del pecado, sino en cuanto asume con solidaridad materna el peso de las culpas de sus hijos, para cooperar a su superacion por el camino de la penitencia y de la novedad de vida. Por ello, la Iglesia santa advierte el deber de "lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos, que han desfigurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamente la imagen de su Senor crucificado, testigo insuperable del amor paciente y de la humilde mansedumbre" (TMA 35).

Esto puede hacerse de modo particular por quien, por carisma y ministerio, expresa en la forma mas densa la comunion del pueblo de Dios: en nombre de las iglesias locales podran dar voz a las eventuales confesiones de culpa y peticiones de perdon los pastores respectivos; en nombre de la Iglesia entera, una en el tiempo y en el espacio, podra pronunciarse aquel que ejerce el ministerio universal de unidad, el Obispo de la Iglesia "que preside en el amor" (33), el Papa. He aqui por qué es particularmente significativo que haya venido propiamente de él la invitacion a que "la Iglesia asuma con una conciencia mas viva el pecado de sus hijos" y reconozca la necesidad de "hacer enmienda, invocando con fuerza el perdon de Cristo" (TMA 33,34).



4. JUICIO HISTORICO Y JUICIO TEOLOGICO

La identificacion de las culpas del pasado de las que enmendarse implica ante todo un correcto juicio historico, que sea también en su raiz una valoracion teologica. Es necesario preguntarse: ¿qué es lo que realmente ha sucedido?, ¿qué es exactamente lo que se ha dicho y hecho? Solamente cuando se ha ofrecido una respuesta adecuada a estos interrogantes, como fruto de un juicio historico riguroso, podra preguntarse si eso que ha sucedido, que se ha dicho o realizado, puede ser interpretado como conforme o disconforme con el evangelio, y, en este ultimo caso, silos hijos de la Iglesia que han actuado de tal modo habrian podido darse cuenta a partir del contexto en el que estaban actuando. Solamente cuando se llega a la certeza moral de que cuanto se ha hecho contra el Evangelio por algunos de los hijos de la Iglesia y en su nombre habria podido ser comprendido por ellos como tal, y en consecuencia evitado, puede tener sentido para la Iglesia de hoy hacer enmienda de culpas del pasado.

La relacion entre "juicio historico" y "juicio teologico" resulta por tanto compleja en la misma medida en que es necesaria y determinante. Se requiere, por ello, llevarla a cabo evitando los desvarios en un sentido y en otro: hay que evitar tanto una apologética que pretenda justificarlo todo, como una culpabilizacion indebida que se base en la atribucion de responsabilidades insostenibles desde el punto de vista historico. Juan Pablo II ha afirmado respecto a la valoracion historico-teologica de la actuacion de la Inquisicion: "El Magisterio eclesial no puede evidentemente proponerse la realizacion de un acto de naturaleza ética, como es la peticion de perdon, sin haberse informado previamente de un modo exacto acerca de la situacion de aquel tiempo. Ni siquiera puede tampoco apoyarse en las im genes del pasado transmitidas por la opinion publica, pues se encuentran a menudo sobrecargadas por una emotividad pasional que impide una diagnosis serena y objetiva... Esa es la razon por la que el primer paso debe consistir en interrogar a los historiadores, a los cuales no se les pide un juicio de naturaleza ética, que rebasaria el ambito de sus competencias, sino que ofrezcan su ayuda para la reconstruccion mas precisa posible de los acontecimientos, de las costumbres, de las mentalidades de entonces, a la luz del contexto historico de la época" (34).


4.1. La interpretacion de la historia

¿Cuales son las condiciones de una correcta interpretacion del pasado desde el punto de vista del conocimiento historico? Para determinarlas hay que tener en cuenta la complejidad de la relacion que existe entre el sujeto que interpreta y el pasado objeto de interpretacion (35) en primer lugar se debe subrayar la reciproca extraneza entre ambos. Eventos y palabras del pasado son ante todo "pasados"; en cuanto tales son irreductibles totalmente a las instancias actuales, pues poseen una densidad y una complejidad objetivas, que impiden su utilizacion unicamente en funcion de los intereses del presente. Hay que acercarse, por tanto, a ellos mediante una investigacion historico-critica, orientada a la utilizacion de todas las informaciones accesibles de cara a la reconstruccion del ambiente, de los modos de pensar, de los condicionamientos y del proceso vital en que se situan aquellos eventos y palabras, para cerciorarse asi de los contenidos y los desafios que, precisamente en su diversidad, plantean a nuestro presente.

En segundo lugar, entre el sujeto que interpreta y el objeto interpretado se debe reconocer una cierta mutua pertenencia, sin la cual no podria existir ninguna conexion y ninguna comunicacion entre pasado y presente; esta conexion comunicativa esta fundada en el hecho de que todo ser humano, de ayer y de hoy, se situa en un complejo de relaciones historicas y necesita, para vivirlas, de una mediacion lingüistica, que siempre esta historicamente determinada. ¡Todos pertenecemos a la historia! Poner de manifiesto la mutua pertenencia entre el intérprete y el objeto de la interpretacion, que debe ser alcanzado a través de las multiples formas en las que el pasado ha dejado su testimonio (textos, monumentos, tradiciones...), significa juzgar si son correctas las posibles correspondencias y las eventuales dificultades de comunicacion con el presente, puestas de relieve por la propia comprension de las palabras o de los acontecimientos pasados; ello requiere tener en cuenta las cuestiones que motivan la investigacion y su incidencia sobre las respuestas obtenidas, el contexto vital en que se actua y la comunidad interpretadora, cuyo lenguaje se habla y a la cual se pretenda hablar. Con tal objetivo es necesario hacer la precomprension refleja y consciente en el mayor grado posible, que de hecho se encuentra siempre incluida en cualquier interpretacion, para medir y atemperar su incidencia real en el proceso interpretativo.

Finalmente, entre quien interpreta y el pasado objeto de interpretacion se realiza, a través del esfuerzo cognoscitivo y valorativo, una osmosis ("fusion de horizontes"), en la que consiste propiamente la comprension. En ella se expresa la que se considera inteligencia correcta de los eventos y de las palabras del pasado; lo que equivale a captar el significado que pueden tener para el intérprete y para su mundo. Gracias a este encuentro de mundos vitales la comprension del pasado se traduce en su aplicacion al presente: el pasado es aprehendido en las potencialidades que descubre, en el estimulo que ofrece para modificar el presente; la memoria se vuelve capaz de suscitar un nuevo futuro.

A una osmosis fecunda con el pasado se accede merced al entrelazamiento de algunas operaciones hermenéuticas fundamentales, correspondientes a los momentos ya indicados de la extraneza, de la copertenencia y de la comprension verdadera y propia. Con relacion a un "texto" del pasado, entendido en general como testimonio escrito, oral, monumental o figurativo, estas operaciones pueden ser expresadas del siguiente modo: "1) comprender el texto,2) juzgar la correccion de la propia inteligencia del texto y 3) expresar la que se considera inteligencia correcta del texto" (36). Captar el testimonio del pasado quiere decir alcanzarlo del mejor modo posible en su objetividad, a través de todas las fuentes de que se pueda disponer, juzgar la correccion de la propia interpretacion significa verificar con honestidad y rigor en qué medida pueda haber sido orientada, o en cualquier caso condicionada, por la precomprension o por los posibles prejuicios del intérprete; expresar la interpretacion obtenida significa hacer a los otros participes del dialogo establecido con el pasado, sea para verificar su relevancia, sea para exponerse a la confrontacion con otras posibles interpretaciones.


4.2. Indagacion historica y valoracion teologica

Si estas operaciones estan presentes en todo acto hermenéutico, no pueden faltar tampoco en la interpretacion en que se integran juicio historico y juicio teologico; ello exige en primer lugar que en este tipo de interpretacion se preste la maxima atencion a los elementos de diferenciacion y extraneza entre presente y pasado. En particular, cuando se pretende juzgar posibles culpas del pasado, hay que tener presente que son diversos los tiempos historicos y son diversos los tiempos sociologicos y culturales de la accion eclesial, por lo cual, paradigmas y juicios propios de una sociedad y de una época podrian ser aplicados erroneamente en la valoracion de otras fases de la historia, dando origen a no pocos equivocos; son diversas las personas, las instituciones y sus respectivas competencias; son diversos los modos de pensar y los condicionamientos. Hay que precisar, por tanto, las responsabilidades de los acontecimientos y de las palabras dichas, teniendo en cuanta el hecho de que una peticion eclesial de perdon compromete al mismo sujeto teologico, la Iglesia, en la variedad de los modos y del grado en que los individuos singulares representan a la comunidad eclesial y en la diversidad de las situaciones historicas y geograficas, con frecuencia muy diferentes entre si. Debe evitarse cualquier tipo de generalizacion. Cualquier posible pronunciamiento en la actualidad debe quedar situado y debe ser producido por los sujetos mas directamente encausados (Iglesia universal, Episcopados nacionales, Iglesias particulares etc.).

En segundo lugar, la correlacion de juicio historico y juicio teologico debe tener en cuenta el hecho de que, para la interpretacion de la fe, la conexion entre pasado y presente no esta motivada solamente por los intereses actuales y por la comun pertenencia de todo ser humano a la historia y a sus mediaciones expresivas, sino que se fundamenta también en la accion unificante del Espiritu de Dios y en la identidad permanente del principio constitutivo de la comunion de los creyentes, que es la revelacion. La Iglesia, por razon de la comunion producida en ella por el Espiritu de Cristo en el tiempo y en el espacio, no puede dejar de reconocerse en su principio sobrenatural, presente y operante en todos los tiempos, como sujeto en cierto modo unico, llamado a corresponder al don de Dios en formas y situaciones diversas por medio de las opciones de sus hijos, aun con todas las carencias que puedan haberlas caracterizado. La comunion en el unico Espiritu Santo es el fundamento también diacronico de una comunion de los "santos", en virtud de la cual los bautizados de hoy se sienten vinculados a los bautizados de ayer y, asi como se benefician de sus méritos y se nutren de su testimonio de santidad, igualmente se siente en el deber de asumir el posible peso actual de sus culpas, tras haber hecho un discernimiento atento tanto desde el punto de vista historico como teologico.

Gracias a este fundamento objetivo y trascendente de la comunion del pueblo de Dios en sus varias situaciones historicas, la interpretacion creyente reconoce al pasado de la Iglesia un significado totalmente peculiar para el momento presente: el encuentro con ese pasado, que se produce en el acto de la interpretacion, puede revelarse cargado de paniculares valencias para el presente, rico en una eficacia "performativa" que no siempre puede calcularse de modo previo. Obviamente el caracter fuertemente unitario del horizonte hermenéutico y del sujeto eclesial interpretante deja mas facilmente expuesta la consideracion teologica al riesgo de ceder a lecturas apologéticas o instrumentales; es aqui donde el ejercicio hermenéutico dirigido a aprehender los sucesos y las palabras del pasado y a medir la correccion de su interpretacion para el presente se hace mas necesario. La lectura creyente se sirve con tal objetivo de todas las aportaciones que puedan ofrecer las ciencias historicas y los métodos de interpretacion. El ejercicio de la hermenéutica historica no deber impedir a la valoracion de la fe la interpelacion de los textos segun su peculiaridad, haciendo, por tanto, que puedan interactuar presente y pasado en la conciencia de la unidad fundamental del sujeto eclesial implicado en ellos. Esto pone en guardia frente a todo historicismo que relativice el peso de las culpas pasadas y que considere que la historia es capaz de justificarlo todo. Como observa Juan Pablo II, "un correctojuicio historico no puede prescindir de un atento estudio de los condicionamientos culturales del momento... Pero la consideracion de las circunstancias atenuantes no dispensa a la Iglesia del deber de lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos" (TMA 35). La Iglesia, en resumen, "no tiene miedo a la verdad que emerge de la historia y esta dispuesta a reconocer equivocaciones alli donde se han verificado, sobre todo cuando se trata del respeto debido a las personas ya las comunidades. Pero es propensa a desconfiar de los juicios generalizados de absolucion o de condena respecto a las diversas épocas historicas. Confia la investigacion sobre el pasado a la paciente y honesta reconstruccion cientifica, libre de prejuicios de tipo confesional o ideologico, tanto por lo que respecta a las atribuciones de culpa que se le hacen como respecto a los danos que ella ha padecido"(37). Los ejemplos ofrecidos en el capitulo siguiente lo podran demostrar de modo concreto.



5. DISCERNIMIENTO TICO

Para que la Iglesia realice un adecuado examen de conciencia historico delante de Dios, con vistas a la propia renovacion interior y al crecimiento en la gracia y en la santidad, es necesario que sepa reconocer las "formas de antitestimonio y de escandalo" que se han presentado en su historia, en particular durante el ultimo milenio. No es posible llevar a cabo una tarea semejante sin ser conscientes de su relevancia moral y espiritual. Ello exige la definicion de algunos términos clave, ademas de la formulacion de algunas precisiones necesarias en el plano ético.


5.1. Algunos criterios éticos

En el plano moral la peticion de perdon presupone siempre una admision de responsabilidad, y precisamente de la responsabilidad relativa a una culpa cometida contra otros. La responsabilidad moral normalmente se refiere a la relacion entre la accion y la persona que la realiza; establece la pertenencia de un acto, su atribucion, a una persona o a varias personas concretas. La responsabilidad puede ser objetiva o subjetiva: la primera se refiere al valor moral del acto en si mismo en cuanto bueno o malo, y por tanto a la imputabilidad de la accion; la segunda se refiere a la percepcion efectiva por parte de la conciencia individual, de la bondad o malicia del acto realizado. La responsabilidad subjetiva cesa con la muerte de quien ha realizado el acto: no se transmite por generacion, por lo que los descendientes no heredan la responsabilidad (subjetiva) de los actos de sus antepasados. En tal sentido, pedir perdon presupone una contemporaneidad entre aquellos que son ofendidos por una accion y aquellos que la han realizado. La unica responsabilidad capaz de continuar en la historia puede ser la de tipo objetivo, a la cual se puede prestar o no una adhesion subjetiva en cualquier momento de modo libre. Asi, el mal cometido sobrevive muchas veces a quien lo ha realizado a través de las consecuencias de los comportamientos, que pueden convertirse en un pesado fardo sobre la conciencia y la memoria de los descendientes.

En tal contexto se puede hablar de una solidaridad que une el pasado y el presente en una relacion de reciprocidad. En ciertas situaciones el peso que cae sobre la conciencia puede ser tan pesado que constituye una especie de memoria moral y religiosa del mal cometido, que es por su naturaleza una memoria comun: esta da testimonio de modo elocuente de la solidaridad objetivamente existente entre quienes han hecho el mal en el pasado y sus herederos en el presente. Es entonces cuando resulta posible hablar de una responsabilidad comun objetiva. Del peso de tal responsabilidad se nos libera ante todo implorando el perdon de Dios por las culpas del pasado, y por tanto, cuando se da el caso, a través de la "purificacion de la memoria", que culmina en el perdon reciproco de los pecados y de las ofensas en el presente.

Purificar la memoria significa eliminar de la conciencia personal y comun todas las formas de resentimiento y de violencia que la herencia del pasado haya dejado, sobre la base de un juicio historico-teologico nuevo y riguroso, que funda un posterior comportamiento moral renovado. Esto sucede cada vez que se llega a atribuir a los hechos historicos pasados una cualidad diversa, que comporta una incidencia nueva y diversa sobre el presente con vistas al crecimiento de la reconciliacion en la verdad, en la justicia y en la caridad entre los seres humanos y en particular entre la Iglesia y las diversas comunidades religiosas, culturales o civiles con las que entra en relacion. Modelos emblematicos de esta incidencia que puede tener un posterior juicio interpretativo autorizado sobre la vida entera de la Iglesia son Ja recepcion de los concilios, o actos como la abolicion de los anatemas reciprocos, que expresan una nueva cualificacion de la historia pasada en condiciones de producir una caracterizacion distinta de las relaciones vividas en el presente. La memoria de la division y de la contraposicion queda purificada y es sustituida por una memoria reconciliada, a la cual son invitados a abrirse y a educarse todos en la Iglesia.

La combinacion de juicio historico y juicio teologico en el proceso interpretativo del pasado queda unida aqui a las repercusiones éticas que puede tener en el presente, y que implican algunos principios, correspondientes en el plano moral a la fundacion hermenéutica de la relacion entre juicio historico y juicio teologico. Estos principios son:

a) El principio de conciencia. La conciencia, tanto como "juicio moral" cuanto como "imperativo moral", constituye la valoracion ultima de un acto en relacion con su bondad o maldad ante Dios. En efecto, tan solo Dios conoce el valor moral de cada acto humano, aun cuando la Iglesia, como Jesús, pueda y deba clasificar, juzgar y en ocasiones condenar algunos tipos de comportamiento (Mt 18,15-18).

b) El principio de historicidad. Precisamente en cuanto cada acto humano pertenece a quien lo hace, cada conciencia individual y cada sociedad elige y actua en el interior de un determinado horizonte de tiempo y espacio. Para comprender de verdad los actos humanos y los dinamismos a ellos unidos, deberemos entrar, por tanto, en el mundo propio de quienes los han realizado; solamente asi podremos llegar a conocer sus motivaciones y sus principios morales. Y esto se afirma sin perjuicio de la solidaridad que vincula a los miembros de una especifica comunidad en el discurrir del tiempo.

c) El principio de cambio de "paradigma". Mientras que antes de la llegada del Iluminismo existia una especie de osmosis entre Iglesia y Estado, entre fe y cultura, moralidad y ley, a partir del siglo XVIII esta relacion ha quedado notablemente modificada. El resultado es una transicion de una sociedad sacral a una sociedad pluralista o, como ha sucedido en algunos casos, a una sociedad secular; los modelos de pensamiento y de accion, los llamados "paradigmas" de accion y de valoracion, van cambiando. Semejante transicion tiene un impacto directo sobre los juicios morales, aun cuando este influjo no justifica en modo alguno una idea relativista de los principios morales o de la naturaleza de la misma moralidad.

El proceso entero de la purificacion de la memoria, en cuanto exige la correcta combinacion de valoracion historica y de mirada teologica, ha de ser vivido por parte de los hijos de la Iglesia no solo con el rigor que tiene en cuenta de modo preciso los criterios y los principios indicados, sino también con una continua invocacion de la asistencia del Espiritu Santo, para no caer en el resentimiento o en la autoflagelacion y llegar mas bien a la confesion del Dios cuya "misericordia va de generacion en generacion" (Lc 1,50), que quiere la vida y no la muerte, el perdon y no la condena, el amor y no el temor. En este punto se debe poner igualmente en evidencia el caracter de ejemplaridad que la honesta admision de las culpas pasadas puede ejercer sobre las mentalidades en la Iglesia y en la sociedad civil, reclamando un compromiso renovado de obediencia a la Verdad y de respeto consiguiente hacia la dignidad y los derechos de los otros, especialmente de los mas débiles. En tal sentido, las numerosas peticiones de perdon formuladas por Juan Pablo II constituyen un ejemplo que pone en evidencia un bien y estimula a su imitacion, reclamando de los individuos y de los pueblos un examen de conciencia honesto y fructuoso, que abra caminos de reconciliacion.

A la luz de estas clarificaciones en el plano ético se pueden ahora profundizar algunos ejemplos, entre los cuales se encuentran los mencionados en la Tertio millennio adveniente (cf. n. 34-3 6), en los que el comportamiento de los hijos de la Iglesia parece haber estado en contradiccion con el Evangelio de Jesucristo de un modo significativo.


5.2. La division de los cristianos

La unidad es la ley de la vida del Dios trinitario revelado al mundo por el Hijo (Jn 17,21), el cual, en la fuerza del Espiritu Santo, amando hasta el extremo (Jn 13,1), hace participar de esta vida a los suyos. Esta unidad deber ser la fuente y la forma de la comunion de vida de la humanidad con el Dios trino. Silos cristianos viven esta ley de amor mutuo, de modo que sean uno "como el Padre y el Hijo son uno", se conseguir que "el mundo crea que el Hijo ha sido enviado por el Padre" (Jn 17,21) y que "todos sepan que ellos son mis discipulos" (Jn 13,35). Desgraciadamente no ha sucedido asi, particularmente en este milenio que llega a su fin, en el cual han aparecido entre los cristianos grandes divisiones, en abierta contradiccion con la voluntad expresa de Cristo, como si l mismo hubiese sido dividido (1Co 1,13). El Concilio Vaticano II juzga este hecho con las siguientes palabras: "Tal division contradice abiertamente la voluntad de Cristo, es un escandalo para el mundo y dana a la santisima causa de la predicacion del Evangelio a toda criatura" (UR 1).

Las principales escisiones que durante el pasado milenio "han afectado a la tunica inconsutil de Cristo" (38) son el cisma entre las Iglesias de Oriente y de Occidente al comienzo de este milenio y, en Occidente, cuatro siglos mas tarde, la laceracion causada por aquellos acontecimientos "que reciben comunmente el nombre de Reforma" (UR 13). Es verdad que "estas diversas divisiones difieren mucho entre si, no solo por razon de su origen, lugar y tiempo, sino, sobre todo, por la naturaleza y gravedad de las cuestiones relativas a la fe y a la estructura eclesiastica" (UR 13). En el cisma del siglo XI jugaron un papel importante factores de caracter social e historico, mientras que el aspecto doctrinal se referia a la autoridad de la Iglesia y al Obispo de Roma, una materia que en aquel momento no habia alcanzado la claridad con la que se presenta hoy gracias al desarrollo doctrinal de este milenio. Con la Reforma, por el contrario, fueron objeto de controversia otros campos de la revelacion y de la doctrina.

La via que se ha abierto para superar estas diferencias es la del dialogo doctrinal animado por el amor mutuo. Comun a ambas laceraciones parece haber sido la falta de amor sobrenatural, de agape. Desde el momento en que esta caridad es el mandamiento supremo del Evangelio, sin el cual todo lo demas es solamente "bronce que resuena o cimbalo que retine" (1Co 13,1), una carencia semejante ha de ser considerada con toda seriedad delante del Resucitado, Senor de la Iglesia y de la historia. Basandose en e! reconocimiento de esta carencia, el Papa Pablo VI ha pedido perdon a Dios ya los "hermanos separado? que se sintiesen ofendidos "por nosotros" (La Iglesia Catolica) (39).

En 1965, en el clima producido por el Concilio Vaticano II, el Patriarca Atenagoras en su dialogo con Pablo VI puso de relieve el tema de la restauracion (apokatastasis) del amor mutuo, esencial después de una historia tan cargada de contraposiciones, de desconfianza reciproca y de antagonismos (40). Lo que estaba en juego era un pasado que aun ejercia su influencia a través de la memoria: los acontecimientos de 1965 (culminados el 7 de diciembre de 1965 con la supresion de los anatemas de 1054 entre Oriente y Occidente) representan una confesion de la culpa contenida en la precedente exclusion reciproca, capaz de purificar la memoria y de generar una nueva. El fundamento de esta nueva memoria no puede ser mas que el amor reciproco o, mejor, el compromiso renovado para vivirlo. Este es el mandamiento ante omnia (1P 4,8) para la Iglesia, en Oriente como en Occidente. De este modo la memoria libera de la prision del pasado e invita a catolicos y a ortodoxos, como también a catolicos y protestantes, a ser los arquitectos de un futuro mas conforme al mandamiento nuevo. En este sentido resulta ejemplar el testimonio que han prestado a esta nueva memoria el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenagoras.

Particularmente relevante en relacion con el camino hacia la unidad puede resultar la tentacion a dejarse guiar, o hasta determinar, por factores culturales, por condicionamientos historicos o por prejuicios que alimentan la separacion y la desconfianza reciproca entre cristianos, aunque nada tengan que ver con las cuestiones de fe. Los hijos de la Iglesia deben examinar su conciencia con seriedad para ver si estan activamente comprometidos en la obediencia al imperativo de la unidad y viven la "conversion interior", "porque los deseos de unidad brotan y maduran como fruto de la renovacion de la mente, de la abnegacion de si mismo y de una efusion libérrima de la caridad" (UR 7). En el periodo transcurrido desde la conclusion del Concilio hasta hoy la resistencia a su mensaje ciertamente ha entristecido al Espiritu de Dios (Ep 4,30). En la medida en que algunos catolicos se complacen en permanecer ligados a las separaciones del pasado, sin hacer nada por remover los obstaculos que impiden la unidad, se podria hablar justamente de solidaridad en el pecado de la division (1Co 1,10-16). En tal contexto pueden recordarse las palabras del Decreto sobre el Ecumenismo: "Humildemente pedimos perdon a Dios y a los hermanos separados, asi como nosotros perdonamos a quienes nos hayan ofendido" (UR 7).


5.3. El uso de la violencia al servicio de la verdad

Al antitestimonio de la division entre los cristianos hay que anadir el de las ocasiones en que durante el pasado milenio se han utilizado medios dudosos para conseguir fines buenos, como la predicacion del Evangelio y la defensa de la unidad de la fe: "Otro capitulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con animo abierto al arrepentimiento esta constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia y hasta de violencia en el servicio a la verdad" (TMA 35). Se refiere con ello a las formas de evangelizacion que han empleado instrumentos impropios para anunciar la verdad revelada o no han realizado un discernimiento evangélico adecuado a los valores culturales de los pueblos o no han respetado las conciencias de las personas a las que se presentaba la fe, e igualmente a las formas de violencia ejercidas en la represion y correccion de los errores.

Una atencion analoga hay que prestar a las posibles omisiones de que se hayan hecho responsables los hijos de la Iglesia, en las mas diversas situaciones de la historia, respecto a la denuncia de injusticias y de violencias: "Esta también la falta de discernimiento de no pocos cristianos respecto a situaciones de violacion de los derechos humanos fundamentales. La peticion de perdon vale por todo aquello que se ha omitido o callado a causa de la debilidad o de una valoracion equivocada, por lo que se ha hecho o dicho de modo indeciso o poco idoneo" (41).

Como siempre, resulta decisivo establecer la verdad historica mediante la investigacion historico-critica. Una vez establecidos los hechos, ser necesario evaluar su valor espiritual y moral e igualmente su significado objetivo. Solamente asi ser posible evitar cualquier tipo de memoria mitica y acceder a una adecuada memoria critica, capaz, a la luz de la fe, de producir frutos de conversion y de renovacion: "De aquellos rasgos dolorosos del pasado emerge una leccion para el futuro, que debe empujar a todo cristiano a afianzarse en el principio aureo fijado por el Concilio: 'La verdad no se impone mas que por la fuerza de la verdad misma, que penetra en las mentes de modo suave y a la vez con vigor?'" (TMA 35 DH 1).


5.4. Cristianos y hebreos

Uno de los campos que requiere un examen de conciencia particular es la relacion entre cristianos y hebreos (42). "La relacion de la Iglesia con el pueblo hebreo es diversa de la que condivide con cualquier otra religion" (43). Y, sin embargo, "la historia de las relaciones entre hebreos y cristianos es una historia atormentada [...] En efecto, el balance de estas relaciones durante dos milenios ha sido mas bien negativo"44. La hostilidad o la desconfianza de numerosos cristianos hacia los hebreos a lo largo del tiempo es un hecho historico doloroso y es causa de profunda amargura para los cristianos conscientes del hecho de que "Jesús era descendiente de David; de que del pueblo hebreo nacieron la Virgen Maria y los Apostoles; de que la Iglesia recibe su sustento de las raices de aquel buen olivo al que estan unidos las ramas del olivo selvatico de los gentiles (Rm 11,17-24); de que los hebreos son nuestros hermanos queridos y amados, y de que, en cierto sentido, son verdaderamente 'nuestros hermanos mayores'" (45).

La Shoah fue ciertamente el resultado de una ideologia pagana, como era el nazismo, animada por un antisemitismo despiadado, que no solo despreciaba la fe, sino que negaba hasta la misma dignidad humana del pueblo hebreo. No obstante, "hay que preguntarse si la persecucion del nazismo respecto a los hebreos no haya sido facilitada por los prejuicios antijudios presentes en las mentes y en los corazones de algunos cristianos [...] ¿Ofrecieron los cristianos toda la asistencia posible a los perseguidos, en particular a los hebreos?" (46). Hubo sin duda muchos cristianos que arriesgaron su vida para salvar y ayudar a sus conocidos hebreos. Pero parece igualmente verdad que "junto a tales hombres y mujeres valerosos, la resistencia espiritual y la accion cristiana de otros cristianos no fue la que se hubiera debido esperar de discipulos de Cristo" (47). Este hecho constituye una apelacion a la conciencia de todos los cristianos de hoy, capaz de exigir "un acto de arrepentimiento (teshuva)" (48) y de convertirse en acicate para redoblar los esfuerzos por ser "transformados mediante la renovacion de la mente" (Rm 12,2) y por mantener una memoria moral y religiosa" de la herida infligida a los hebreos. En este campo lo mucho que ya se ha hecho podra ser confirmado y profundizado.


5.5. Nuestra responsabilidad por los males de hoy

"La época actual, junto a muchas luces, presenta también no pocas sombras" (TMA 36). En primer plano puede senalarse entre éstas el fenomeno de la negacion de Dios en sus multiples formas. Lo que llama especialmente la atencion es que esta negacion, especialmente en sus aspectos mas teoricos, es un proceso que ha emergido en el mundo occidental. Unida al eclipse de Dios se encuentra ademas una serie de fenomenos negativos como la indiferencia religiosa, la difusa falta del sentido trascendente de la vida humana, un clima de secularismo y de relativismo ético, la negacion del derecho a la vida del nino no nacido, incluso sancionada en las legislaciones abortistas, y una amplia indiferencia respecto al grito de los pobres en amplios sectores de la familia humana.

La cuestion inquietante que hay que plantear es en qué medida los creyentes mismos han sido responsables de estas formas de ateismo, teorico y practico. La Gaudium et spes responde con palabras cuidadosamente elegidas: "En este campo también los mismos creyentes tienen muchas veces alguna responsabilidad. Pues el ateismo, considerado en su integridad, no es un fenomeno originario, sino mas bien un fenomeno surgido de diferentes causas, entre las que se encuentra también una reaccion critica contra las religiones y, ciertamente, en no pocos paises contra la religion cristiana. Por ello, en esta génesis del ateismo puede corresponder a los creyentes una parte no pequena" (n. 19).

Desde el momento en que el rostro auténtico de Dios ha sido revelado en Jesucristo, a los cristianos se les ofrece la gracia inconmensurable de conocer este Rostro; los cristianos, sin embargo, tienen también la responsabilidad de vivir de tal modo que manifiesten a los otros el verdadero Rostro del Dios vivo. Ellos estan llamados a irradiar al mundo la verdad de que "Dios es amor (agape)" (1Jn 4,8 1Jn 4,16). Porque Dios es amor, es también Trinidad de Personas, cuya vida consiste en su infinita y reciproca comunicacion en el amor. De ello se deduce que el mejor camino para que los cristianos irradien la verdad del Dios amor es el amor mutuo: "En esto conocer n todos que sois discipulos mios: si tenéis amor unos para con otros" (Jn 13,35). Y esto hasta el punto de poder afirmar que frecuentemente los cristianos "por descuido en la educacion para la fe, por una exposicion falsificada de la doctrina, o también por los defectos de su vida religiosa, moral y social, puede decirse que han velado el verdadero rostro de Dios y de la religion, mas que revelarlo" (GS 19).

Hay que destacar, finalmente, que mencionar estas culpas de los cristianos no es tan solo confesarlas a Cristo Salvador, sino también alabar al Senor de la historia por el amor misericordioso. Efectivamente, los cristianos no creen solo en la existencia del pecado sino también y sobre todo en el "perdon de los pecados". Ademas recordar estas culpas quiere decir también aceptar nuestra solidaridad con quienes en el bien y en el mal nos han precedido en el camino de la verdad, ofrecer al presente un fuerte motivo de conversion a las exigencias del Evangelio, y poner un necesario preludio a la peticion de perdon a Dios, que abre el camino a la reconciliacion mutua.



Congregacion para la Doctrina de la Fe - 3. FUNDAMENTOS TEOLOGICOS