Compendio Doctrina social ES 472

b) El uso de las biotecnologías


472 En los últimos años se ha impuesto con fuerza la cuestión del uso de las nuevas biotecnologías con finalidades ligadas a la agricultura, la zootecnia, la medicina y la protección del medio ambiente. Las nuevas posibilidades que ofrecen las actuales técnicas biológicas y biogenéticas suscitan, por una parte, esperanzas y entusiasmos y, por otra, alarma y hostilidad. Las aplicaciones de las biotecnologías, su licitud desde el punto de vista moral, sus consecuencias para la salud del hombre, su impacto sobre el medio ambiente y la economía, son objeto de profundo estudio y de animado debate. Se trata de cuestiones controvertidas que afectan a científicos e investigadores, políticos y legisladores, economistas y ambientalistas, productores y consumidores. Los cristianos no son indiferentes a estos problemas, conscientes de la importancia de los valores que están en juego.1001


473 La visión cristiana de la creación conlleva un juicio positivo sobre la licitud de las intervenciones del hombre en la naturaleza, sin excluir los demás seres vivos, y, al mismo tiempo, comporta una enérgica llamada al sentido de la responsabilidad.1002 La naturaleza, en efecto, no es una realidad sagrada o divina, vedada a la acción humana. Es, más bien, un don entregado por el Creador a la comunidad humana, confiado a la inteligencia y a la responsabilidad moral del hombre. Por ello, el hombre no comete un acto ilícito cuando, respetando el orden, la belleza y la utilidad de cada ser vivo y de su función en el ecosistema, interviene modificando algunas de las características y propiedades de estos. Si bien, las intervenciones del hombre que dañan los seres vivos o el medio ambiente son deplorables, son en cambio encomiables las que se traducen en una mejora de aquéllos. La licitud del uso de las técnicas biológicas y biogenéticas no agota toda la problemática ética: como en cualquier comportamiento humano, es necesario valorar cuidadosamente su utilidad real y sus posibles consecuencias, también en términos de riesgo. En el ámbito de las intervenciones técnico-científicas que poseen una amplia y profunda repercusión sobre los organismos vivos, con la posibilidad de consecuencias notables a largo plazo, no es lícito actuar con irresponsabilidad ni a la ligera.

1002 Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias (23 de octubre de 1982), 6: L'Osservatore Romano, edición española, 12 de diciembre de 1982, p. 7 14618.


474 Las modernas biotecnologías tienen un fuerte impacto social, económico y político, en el plano local, nacional e internacional: se han de valorar según los criterios éticos que deben orientar siempre las actividades y las relaciones humanas en el ámbito socioeconómico y político.1003 Es necesario tener presentes, sobre todo, los criterios de justicia y solidaridad, a los que deben sujetarse, en primer lugar, los individuos y grupos que trabajan en la investigación y la comercialización en el campo de las biotecnologías. En cualquier caso, no se debe caer en el error de creer que la sola difusión de los beneficios vinculados a las nuevas biotecnologías pueda resolver todos los apremiantes problemas de pobreza y subdesarrollo que subyugan aún a tantos países del mundo.

1003 Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias (3 de octubre de 1981): AAS 73 (1981) 668-672.


475 Con espíritu de solidaridad internacional, se pueden poner en práctica diversas medidas relacionadas con el uso de las nuevas biotecnologías. Se ha de facilitar, en primer lugar, elintercambio comercial equitativo, libre de vínculos injustos. Sin embargo, la promoción del desarrollo de los pueblos más necesitados no será auténtica y eficaz si se reduce al mero intercambio de productos. Es indispensable favorecer también la maduración de una necesaria autonomía científica y tecnológica por parte de esos mismos pueblos, promoviendo elintercambio de conocimientos científicos y tecnológicos y la transferencia de tecnologías hacia los países en vías de desarrollo.


476 La solidaridad implica también una llamada a la responsabilidad que tienen los países en vías de desarrollo y, particularmente sus autoridades políticas, en la promoción de una política comercial favorable a sus pueblos y del intercambio de tecnologías que puedan mejorar sus condiciones de alimentación y salud. En estos países debe crecer la inversión en investigación, con especial atención a las características y a las necesidades particulares del propio territorio y de la propia población, sobre todo teniendo en cuenta que algunas investigaciones en el campo de las biotecnologías, potencialmente beneficiosas, requieren inversiones relativamente modestas. Con tal fin, sería útil crear Organismos nacionales dedicados a la protección del bien común mediante una gestión inteligente de los riesgos.


477 Los científicos y los técnicos que operan en el sector de las biotecnologías deben trabajar con inteligencia y perseverancia en la búsqueda de las mejores soluciones para los graves y urgentes problemas de la alimentación y de la salud. No han de olvidar que sus actividades atañen a materiales, vivos o inanimados, que son parte del patrimonio de la humanidad, destinado también a las generaciones futuras; para los creyentes, se trata de un don recibido del Creador, confiado a la inteligencia y la libertad humanas, que son también éstas un don del Altísimo. Los científicos han de saber empeñar sus energías y capacidades en una investigación apasionada, guiada por una conciencia limpia y honesta.1004

1004 Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias (23 de octubre de 1982): L'Osservatore Romano, edición española, 12 de diciembre de 1982, p. 7; Id., Discurso a los participantes en el Congreso promovido por la «Accademia Nazionale delle Scienze» en el bicentenario de su fundación (21 de septiembre de 1982), 4: L'Osservatore Romano, edición española, 17 de octubre de 1982, p. 13.


478 Los empresarios y los responsables de los entes públicos que se ocupan de la investigación, la producción y el comercio de los productos derivados de las nuevas biotecnologías deben tener en cuenta no sólo el legítimo beneficio, sino también el bien común. Este principio, que vale para toda actividad económica, resulta particularmente importante cuando se trata de actividades relacionadas con la alimentación, la medicina, la protección del medio ambiente y el cuidado de la salud. Los empresarios y los responsables de los entes públicos interesados pueden orientar, con sus decisiones, el sector de las biotecnologías hacia metas con un importante impacto en lo que se refiere a la lucha contra el hambre, especialmente en los países más pobres, la lucha contra las enfermedades y la lucha por salvaguardar el ecosistema, patrimonio de todos.


479 Los políticos, los legisladores y los administradores públicos tienen la responsabilidad de valorar las potencialidades, las ventajas y los eventuales riesgos vinculados al uso de las biotecnologías. Es inaceptable que sus decisiones, a nivel nacional o internacional, estén dictadas por presiones procedentes de intereses particulares. Las autoridades públicas deben favorecer también una correcta información de la opinión pública y saber tomar las decisiones más convenientes para el bien común.


480 Los responsables de la información tienen también una tarea importante en este ámbito, que han de ejercer con prudencia y objetividad. La sociedad espera de ellos una información completa y objetiva, que ayude a los ciudadanos a formarse una opinión correcta sobre los productos biotecnológicos, porque se trata de algo que les concierne en primera persona, en cuanto posibles consumidores. Se debe evitar, por tanto, caer en la tentación de una información superficial, alimentada por fáciles entusiasmos o por alarmismos injustificados.

c) Medio ambiente y distribución de los bienes


481 También en el campo de la ecología la doctrina social invita a tener presente que los bienes de la tierra han sido creados por Dios para ser sabiamente usados por todos: estos bienes deben ser equitativamente compartidos, según la justicia y la caridad. Se trata fundamentalmente de impedir la injusticia de un acaparamiento de los recursos: la avidez, ya sea individual o colectiva, es contraria al orden de la creación.1005 Los actuales problemas ecológicos, de carácter planetario, pueden ser afrontados eficazmente sólo gracias a una cooperación internacional capaz de garantizar una mayor coordinación en el uso de los recursos de la tierra

1005 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes
GS 69, AAS 58 (1966) 1090-1092; Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, PP 22: AAS 59 (1967) 268.


482 El principio del destino universal de los bienes ofrece una orientación fundamental, moral y cultural, para deshacer el complejo y dramático nexo que une la crisis ambiental con la pobreza. La actual crisis ambiental afecta particularmente a los más pobres, bien porque viven en tierras sujetas a la erosión y a la desertización, están implicados en conflictos armados o son obligados a migraciones forzadas, bien porque no disponen de los medios económicos y tecnológicos para protegerse de las calamidades.

Multitudes de estos pobres viven en los suburbios contaminados de las ciudades, en alojamientos fortuitos o en conglomerados de casas degradadas y peligrosas (slums, bidonvilles, barrios, favelas). En el caso que se deba proceder a su traslado, y para no añadir más sufrimiento al que ya padecen, es necesario proporcionar una información adecuada y previa, ofrecer alternativas de alojamientos dignos e implicar directamente a los interesados.

Téngase presente, además, la situación de los países penalizados por las reglas de un comercio internacional injusto, en los que la persistente escasez de capitales se agrava, con frecuencia, por el peso de la deuda externa: en estos casos, el hambre y la pobreza hacen casi inevitable una explotación intensiva y excesiva del medio ambiente.


483 El estrecho vínculo que existe entre el desarrollo de los países más pobres, los cambios demográficos y un uso sostenible del ambiente, no debe utilizarse como pretexto para decisiones políticas y económicas poco conformes a la dignidad de la persona humana. En el Norte del planeta se asiste a una «caída de la tasa de natalidad, con repercusiones en el envejecimiento de la población, incapaz incluso de renovarse biológicamente»,1006 mientras que en el Sur la situación es diversa. Si bien es cierto que la desigual distribución de la población y de los recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario:1007 «Todos están de acuerdo en que la política demográfica representa sólo una parte de una estrategia global de desarrollo. Así pues, es importante que cualquier discusión sobre políticas demográficas tenga en cuenta el desarrollo actual y futuro de las Naciones y las zonas. Al mismo tiempo, es imposible no considerar la verdadera naturaleza de lo que significa el término "desarrollo". Todo desarrollo digno de este nombre ha de ser integral, es decir, ha de buscar el verdadero bien de toda persona y de toda la persona».1008

1006 Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis
SRS 25, AAS 80 (1988) 543; cf. Id., Carta enc. Evangelium vitae, EV 16: AAS 87 (1995) 418.1007 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, SRS 25, AAS 80 (1988) 543-544.1008 Juan Pablo II, Mensaje a la Señora Nafis Sadik, Secretaria General de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (18 de marzo de 1994), 3: AAS 87 (1995) 191.


484 El principio del destino universal de los bienes, naturalmente, se aplica también al agua, considerada en la Sagrada Escritura símbolo de purificación (cf. Ps 51,4 Jn 13,8) y de vida (cf. Jn 3,5 Ga 3,27): «Como don de Dios, el agua es instrumento vital, imprescindible para la supervivencia y, por tanto, un derecho de todos».1009 La utilización del agua y de los servicios a ella vinculados debe estar orientada a satisfacer las necesidades de todos y sobre todo de las personas que viven en la pobreza. El acceso limitado al agua potable repercute sobre el bienestar de un número enorme de personas y es con frecuencia causa de enfermedades, sufrimientos, conflictos, pobreza e incluso de muerte: para resolver adecuadamente esta cuestión, «se debe enfocar de forma que se establezcan criterios morales basados precisamente en el valor de la vida y en el respeto de los derechos humanos y de la dignidad de todos los seres humanos».1010

1009 Juan Pablo II, Mensaje al Card. Geraldo Majella Agnelo con ocasión de la Campaña de Fraternidad de la Conferencia Episcopal de Brasil (19 de enero de 2004): L'Osservatore Romano, edición española, 5 de marzo de 2004, p. 8.1010 Juan Pablo II, Mensaje al Card. Geraldo Majella Agnelo con ocasión de la Campaña de Fraternidad de la Conferencia Episcopal de Brasil (19 de enero de 2004): L'Osservatore Romano, edición española, 5 de marzo de 2004, p. 8.


485 El agua, por su misma naturaleza, no puede ser tratada como una simple mercancía más entre las otras, y su uso debe ser racional y solidario. Su distribución forma parte, tradicionalmente, de las responsabilidades de los entes públicos, porque el agua ha sido considerada siempre como un bien público, una característica que debe mantenerse, aun cuando la gestión fuese confiada al sector privado. El derecho al agua,1011 como todos los derechos del hombre, se basa en la dignidad humana y no en valoraciones de tipo meramente cuantitativo, que consideran el agua sólo como un bien económico. Sin agua, la vida está amenazada. Por tanto, el derecho al agua es un derecho universal e inalienable.

1011 Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2003, 5: AAS 95 (2003) 343; Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Water, an Essential Element for Life. A Contribution of the Delegation of the Holy See on the occasion of the 3rd World Water Forum, Kyoto, 16-23 de marzo de 2003.


d) Nuevos estilos de vida


486 Los graves problemas ecológicos requieren un efectivo cambio de mentalidad que lleve a adoptar nuevos estilos de vida,1012 «a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones».1013 Tales estilos de vida deben estar presididos por la sobriedad, la templanza, la autodisciplina, tanto a nivel personal como social. Es necesario abandonar la lógica del mero consumo y promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos. Una actitud semejante, favorecida por la renovada conciencia de la interdependencia que une entre sí a todos los habitantes de la tierra, contribuye a eliminar diversas causas de desastres ecológicos y garantiza una capacidad de pronta respuesta cuando estos percances afectan a pueblos y territorios.1014 La cuestión ecológica no debe ser afrontada únicamente en razón de las terribles perspectivas que presagia la degradación ambiental: tal cuestión debe ser, principalmente, una vigorosa motivación para promover una auténtica solidaridad de dimensión mundial.

1012 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus,
CA 36, AAS 83 (1991) 838-840.1013 Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, CA 36, AAS 83 (1991) 839.1014 Cf. Juan Pablo II, Discurso al Centro de las Naciones Unidas, Nairobi (18 de agosto de 1985), 5: AAS 78 (1986) 92.


487 La actitud que debe caracterizar al hombre ante la creación es esencialmente la de la gratitud y el reconocimiento: el mundo, en efecto, orienta hacia el misterio de Dios, que lo ha creado y lo sostiene. Si se coloca entre paréntesis la relación con Dios, la naturaleza pierde su significado profundo, se la empobrece. En cambio, si se contempla la naturaleza en su dimensión de criatura, se puede establecer con ella una relación comunicativa, captar su significado evocativo y simbólico y penetrar así en el horizonte del misterio, que abre al hombre el paso hacia Dios, Creador de los cielos y de la tierra. El mundo se presenta a la mirada del hombre como huella de Dios, lugar donde se revela su potencia creadora, providente y redentora.

CAPÍTULO UNDÉCIMO



LA PROMOCIÓN DE LA PAZ

I. ASPECTOS BÍBLICOS


488 Antes que un don de Dios al hombre y un proyecto humano conforme al designio divino, la paz es, ante todo, un atributo esencial de Dios: «Yahveh- Paz» (Jg 6,24). La creación, que es un reflejo de la gloria divina, aspira a la paz. Dios crea todas las cosas y todo lo creado forma un conjunto armónico, bueno en todas sus partes (cf. Gn 1,4 Gn 1,10 Gn 1,12 Gn 1,18 Gn 1,21 Gn 1,25 Gn 1,31).

La paz se funda en la relación primaria entre todo ser creado y Dios mismo, una relación marcada por la rectitud (cf. Gn 17,1). Como consecuencia del acto voluntario con el cual el hombre altera el orden divino, el mundo conoce el derramamiento de sangre y la división: la violencia se manifiesta en las relaciones interpersonales (cf. Gn 4,1-16) y en las sociales (cf. Gn 11,1-9). La paz y la violencia no pueden habitar juntas, donde hay violencia no puede estar Dios (cf. 1Ch 22,8-9).


489 En la Revelación bíblica, la paz es mucho más que la simple ausencia de guerra: representa la plenitud de la vida (cf. Ml 2,5); más que una construcción humana, es un sumo don divino ofrecido a todos los hombres, que comporta la obediencia al plan de Dios. La paz es el efecto de la bendición de Dios sobre su pueblo: «Yahveh te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nb 6,26). Esta paz genera fecundidad (cf. Is 48,19), bienestar (cf. Is 48,18), prosperidad (cf. Is 54,13), ausencia de temor (cf. Lv 26,6) y alegría profunda (cf. Pr 12,20).


490 La paz es la meta de la convivencia social, como aparece de forma extraordinaria en la visión mesiánica de la paz: cuando todos los pueblos acudirán a la casa del Señor y Él les mostrará sus caminos, ellos podrán caminar por las sendas de la paz (cf. Is 2,2-5). Un mundo nuevo de paz, que alcanza toda la naturaleza, ha sido prometido para la era mesiánica (cf. Is 11,6-9) y al mismo Mesías se le llama «Príncipe de Paz» (Is 9,5). Allí donde reina su paz, allí donde es anticipada, aunque sea parcialmente, nadie podrá turbar al pueblo de Dios (cf. So 3,13). La paz será entonces duradera, porque cuando el rey gobierna según la justicia de Dios, la rectitud brota y la paz abunda «hasta que no haya luna» (Ps 72,7). Dios anhela dar la paz a su pueblo: «Sí, Yahveh habla de paz para su pueblo y para sus amigos, con tal que a su torpeza no retornen» (Ps 85,9). El salmista, escuchando lo que Dios dice a su pueblo sobre la paz, oye estas palabras: «Amor y Verdad se han dado cita, Justicia y Paz se abrazan» (Ps 85,11).


491 La promesa de paz, que recorre todo el Antiguo Testamento, halla su cumplimiento en la Persona de Jesús. La paz es el bien mesiánico por excelencia, que engloba todos los demás bienes salvíficos. La palabra hebrea «shalom», en el sentido etimológico de «entereza», expresa el concepto de «paz» en la plenitud de su significado (cf. Is 9,5s.; Mi 5,1-4). El reino del Mesías es precisamente el reino de la paz (cf. Jb 25,2 Jb 29,11 Ps 37,11 Ps 72,3 Ps 72,7 Ps 85,9 Ps 85,11 Ps 119,165 Ps 125,5 Ps 128,6 Ps 147,14 Ct 8,10 Is 26,3 Is 26,12 Is 32,17s; Is 52,7 Is 54,10 Is 57,19 Is 60,17 Is 66,12 Ag 2,9 Za 9,10 et al.). Jesús «es nuestra paz» (Ep 2,14), Él ha derribado el muro de la enemistad entre los hombres, reconciliándoles con Dios (cf. Ep 2,14-16). De este modo, San Pablo, con eficaz sencillez, indica la razón fundamental que impulsa a los cristianos hacia una vida y una misión de paz.

La vigilia de su muerte, Jesús habla de su relación de amor con el Padre y de la fuerza unificadora que este amor irradia sobre sus discípulos; es un discurso de despedida que muestra el sentido profundo de su vida y que puede considerarse una síntesis de toda su enseñanza. El don de la paz sella su testamento espiritual: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14,27). Las palabras del Resucitado no suenan diferentes; cada vez que se encuentra con sus discípulos, estos reciben de Él su saludo y el don de la paz: «La paz con vosotros» (Lc 24,36 Jn 20,19 Jn 20,21 Jn 20,26).


492 La paz de Cristo es, ante todo, la reconciliación con el Padre, que se realiza mediante la misión apostólica confiada por Jesús a sus discípulos y que comienza con un anuncio de paz: «En la casa en que entréis, decid primero: “Paz a esta casa”» (Lc 10,5-6 cf. Rm 1,7). La paz es además reconciliación con los hermanos, porque Jesús, en la oración que nos enseñó, el «Padre nuestro», asocia el perdón pedido a Dios con el que damos a los hermanos: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6,12). Con esta doble reconciliación, el cristiano puede convertirse en artífice de paz y, por tanto, partícipe del Reino de Dios, según lo que Jesús mismo proclama: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).


493 La acción por la paz nunca está separada del anuncio del Evangelio, que es ciertamente «la Buena Nueva de la paz» (Ac 10,36 cf. Ep 6,15) dirigida a todos los hombres. En el centro del «Evangelio de paz» (Ep 6,15) se encuentra el misterio de la Cruz, porque la paz es inseparable del sacrificio de Cristo (cf. Is 53,5, «El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados»): Jesús crucificado ha anulado la división, instaurando la paz y la reconciliación precisamente «por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad» (Ep 2,16) y donando a los hombres la salvación de la Resurrección.


II. LA PAZ:


FRUTO DE LA JUSTICIA Y DE LA CARIDAD



494 La paz es un valor1015 y un deber universal;1016 halla su fundamento en el orden racional y moral de la sociedad que tiene sus raíces en Dios mismo, «fuente primaria del ser, verdad esencial y bien supremo».1017 La paz no es simplemente ausencia de guerra, ni siquiera un equilibrio estable entre fuerzas adversarias,1018 sino que se funda sobre una correcta concepción de la persona humana1019 y requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad.

La paz es fruto de la justicia (cf.
Is 32,17),1020 entendida en sentido amplio, como el respeto del equilibrio de todas las dimensiones de la persona humana. La paz peligra cuando al hombre no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común. Para construir una sociedad pacífica y lograr el desarrollo integral de los individuos, pueblos y Naciones, resulta esencial la defensa y la promoción de los derechos humanos.1021

La paz también es fruto del amor: «La verdadera paz tiene más de caridad que de justicia, porque a la justicia corresponde sólo quitar los impedimentos de la paz: la ofensa y el daño; pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad».1022

1015 Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1986, 1: AAS 78 (1986) 278-279.1016 Cf. Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1969: AAS 60 (1968) 771; Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 4: AAS 96 (2004) 116.1017 Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1982, 4: AAS 74 (1982) 328.1018 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes GS 78, AAS 58 (1966) 1101-1102.1019 Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, CA 51, AAS 83 (1991) 856-857.1020 Cf. Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1972: AAS 63 (1971) 868.1021 Cf. Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1969: AAS 60 (1968) 772; Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 12: AAS 91 (1999) 386-387.1022 Pío XI, Carta enc. Ubi arcano: AAS 14 (1922) 686. En la Encíclica se hace referencia a Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II 29,3, ad 3um; cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, GS 78: AAS 58 (1966) 1101-1102.


495 La paz se construye día a día en la búsqueda del orden querido por Dios 1023 y sólo puede florecer cuando cada uno reconoce la propia responsabilidad para promoverla.1024 Para prevenir conflictos y violencias, es absolutamente necesario que la paz comience a vivirse como un valor en el interior de cada persona: así podrá extenderse a las familias y a las diversas formas de agregación social, hasta alcanzar a toda la comunidad política.1025 En un dilatado clima de concordia y respeto de la justicia, puede madurar una auténtica cultura de paz,1026 capaz de extenderse también a la Comunidad Internacional. La paz es, por tanto, «el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su divino Fundador, y que los hombres, sedientos siempre de una justicia más perfecta, han de llevar a cabo».1027 Este ideal de paz «no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual».1028

1023 Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio,
PP 76, AAS 59 (1967) 294-295.1024 Cf. Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1974: AAS 65 (1973) 672.1025 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, CEC 23171026 Cf. Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático (13 de enero de 1997), 3: AAS 89 (1997) 474.1027 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, GS 78, AAS 58 (1966) 1101; cf.CEC 2304.1028 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, GS 78, AAS 58 (1966) 1101.


496 La violencia no constituye jamás una respuesta justa. La Iglesia proclama, con la convicción de su fe en Cristo y con la conciencia de su misión, «que la violencia es un mal, que la violencia es inaceptable como solución de los problemas, que la violencia es indigna del hombre. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser humano».1029

El mundo actual necesita también el testimonio de profetas no armados, desafortunadamente ridiculizados en cada época:1030 «Los que renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren para la defensa de los derechos del hombre a medios que están al alcance de los más débiles, dan testimonio de caridad evangélica, siempre que esto se haga sin lesionar los derechos y obligaciones de los otros hombres y de las sociedades. Atestiguan legítimamente la gravedad de los riesgos físicos y morales del recurso a la violencia con sus ruinas y sus muertes».1031

1029 Juan Pablo II, Discurso en Drogheda, Irlanda (29 de septiembre de 1979), 9: AAS 71 (1979) 1081; cf. Pablo VI, Exh. ap. Evangelii nuntiandi,
EN 37: AAS 68 (1976) 29.1030 Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias (12 de noviembre de 1983), 5: AAS 76 (1984) 398-399.1031 Catecismo de la Iglesia Católica CEC 2306


III. EL FRACASO DE LA PAZ: LA GUERRA



497 El Magisterio condena «la crueldad de la guerra»1032 y pide que sea considerada con una perspectiva completamente nueva:1033 «En nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado».1034 La guerra es un «flagelo»1035 y no representa jamás un medio idóneo para resolver los problemas que surgen entre las Naciones: «No lo ha sido nunca y no lo será jamás»,1036 porque genera nuevos y más complejos conflictos.1037 Cuando estalla, la guerra se convierte en «una matanza inútil»,1038 «aventura sin retorno»,1039 que amenaza el presente y pone en peligro el futuro de la humanidad: «Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra».1040 Los daños causados por un conflicto armado no son solamente materiales, sino también morales.1041 La guerra es, en definitiva, «el fracaso de todo auténtico humanismo»,1042 «siempre es una derrota de la humanidad»:1043 «nunca más los unos contra los otros, ¡nunca más! ... ¡nunca más la guerra, nunca más la guerra!».1044

1032 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes
GS 77, AAS 58 (1966) 1100; cf. CEC 2307-2317.1033 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, GS 80, AAS 58 (1966) 1103-1104.1034 Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris, AAS 55 (1963) 291.1035 León XII, Alocución al Colegio de los Cardenales, Acta Leonis XIII, 19 (1899) 270-272.1036 Juan Pablo II, Encuentro con los Colaboradores del Vicariato Romano (17 de enero de 1991): L'Osservatore Romano, edición española, 18 de enero de 1991, p. 1; cf. Id., Discurso a los Obispos del Rito Latino de la Región Árabe (1º de octubre de 1990), 4: AAS 83 (1991) 475.1037 Cf. Pablo VI, Discurso a los Cardenales (24 de junio de 1965): AAS 57 (1965) 643-644.1038 Benedicto XV, Apelo a los Jefes de los pueblos beligerantes (1º de agosto de 1917): AAS 9 (1917) 423.1039 Juan Pablo II, Oración durante la Audiencia General (16 de enero de 1991):L'Osservatore Romano, edición española, 18 de enero de 1991, p. 1.1040 Pío XII, Radiomensaje (24 de agosto de 1939): AAS 31 (1939) 334; cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1993, 4: AAS 85 (1993) 433-434; Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 288.1041 Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, GS 79, AAS 58 (1966) 1102-1103.1042 Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 11: AAS 91 (1999) 385.1043 Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático (13 de enero de 2003), 4: AAS 95 (2003) 323.1044 Pablo VI, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas (4 de octubre de 1965), 5: AAS 57 (1965) 881.


498 La búsqueda de soluciones alternativas a la guerra para resolver los conflictos internacionales ha adquirido hoy un carácter de dramática urgencia, ya que «el ingente poder de los medios de destrucción, accesibles incluso a las medias y pequeñas potencias, y la conexión cada vez más estrecha entre los pueblos de toda la tierra, hacen muy arduo o prácticamente imposible limitar las consecuencias de un conflicto».1045 Es, pues, esencial la búsqueda de las causas que originan un conflicto bélico, ante todo las relacionadas con situaciones estructurales de injusticia, de miseria y de explotación, sobre las que hay que intervenir con el objeto de eliminarlas: «Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, también existe la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo».1046

1045 Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus
CA 51, AAS 83 (1991) 857.1046 Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus CA 52, AAS 83 (1991) 858.


499 Los Estados no siempre disponen de los instrumentos adecuados para proveer eficazmente a su defensa: de ahí la necesidad y la importancia de las Organizaciones internacionales y regionales, que deben ser capaces de colaborar para hacer frente a los conflictos y fomentar la paz, instaurando relaciones de confianza recíproca, que hagan impensable el recurso a la guerra.1047 «Cabe esperar que los pueblos, por medio de relaciones y contactos institucionalizados, lleguen a conocer mejor los vínculos sociales con que la naturaleza humana los une entre sí y a comprender con claridad creciente que entre los principales deberes de la común naturaleza humana hay que colocar el de que las relaciones individuales e internacionales obedezcan al amor y no al temor, porque ante todo es propio del amor llevar a los hombres a una sincera y múltiple colaboración material y espiritual, de la que tantos bienes pueden derivarse para ellos».1048

1047 Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris , AAS 55 (1963) 288-289.1048 Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris, AAS 55 (1963) 291.



Compendio Doctrina social ES 472