Camino de Perfección 15

Capítulo 15 (10)


Que trata de la humildad cuán junta anda de estas dos virtudes: desasimiento y el modo de amor que queda dicho.


1 (3) Aquí puede entrar la verdadera humildad, porque esto y estotro paréceme que todo anda siempre juntas; son dos hermanas que no hay para qué las apartar. No son éstos los deudos de que yo digo se aparten, sino que los abracen y las amen, y nunca se vean sin ellas. ¡Oh soberanas virtudes, señoras de todo lo criado, emperadoras del mundo, libradoras de todos los lazos y enredos que pone el demonio, tan amadas de nuestro Enseñador, que nunca un punto se vio sin ellas! Quien las tuviere, bien puede salir y pelear con todo el infierno junto, y contra todo el mundo y sus ocasiones, y contra la carne. No haya miedo de nadie, que suyo es el reino de los cielos; no tiene a quién temer, sino suplicar a Dios le sustente en ellas para que no las pierda por su culpa.

2 (4) Mas ¡qué desatino ponerme yo a loar mortificación y humildad -o humildad y mortificación-, estando tan loadas del Rey de la gloria y tan confirmadas con tantos trabajos suyos! Pues, hermanas mías, aquí es el trabajar por salir de tierra de Egipto, que en hallándolas hallaréis el maná; todas las cosas os sabrán bien; por malas que a los ojos del mundo sean, se os harán dulces.

3 (5) Ahora, pues, lo primero que hemos luego de procurar, quitar de nosotras el amor de este cuerpo; que hay algunas tan regaladas de su natural, que no hay poco que hacer aquí, y otras tan amigas de su salud. Es cosa para alabar a Dios la guerra que dan -a las pobres monjas en especial, y creo a los que no lo son- estas dos cosas. Mas a las monjas no parece que venimos al monasterio sino a servir nuestros cuerpos y curar de ellos, cada una como puede; en esto parece pone su felicidad. Aquí, a la verdad, poco lugar hay de eso con la obra, mas no querría yo le hubiese en el deseo. Determinaos, mis hijas, que venís a morir por Cristo y no a regalaros por Cristo, que esto pone el demonio, que para llevar y guardar la Orden; y tanto, enhorabuena, se quiere guardar para guardarla, que se muere sin cumplirla enteramente un mes ni quizá un día. Pues no sé yo a qué venimos.

4 (6) No hayan miedo que falte discreción en monjas en este caso, por maravilla; no hayan miedo los confesores, que luego piensan nos han de matar las penitencias. Y es tan aborrecido de nosotras esta falta de discreción, que así lo cumpliésemos todo. Las que lo hicieren al revés, no se les dé nada de que lo diga, ni a mí se me da de que digan que juzgo por mí. Creo -y sélo cierto- que tengo más compañeras que tendré injuriadas por hacer lo contrario. Tengo para mí que así quiere el Señor seamos más enfermas; al menos a mí hízome en serlo gran misericordia, porque como me había de regalar así como así, quiso fuese por algo. ¡Pues es cosa donosa!: andan siempre con este tormento que ellas mismas se dan, y algunas veces dales un frenesí de hacer penitencias sin camino ni concierto que duran dos días, a manera de decir, para después la imaginación que les pone el demonio que las hizo daño, que nunca más penitencia ni la que manda la Orden, que ya lo probaron. No guardan unas cosas muy bajas de la regla, como el silencio, que no nos ha de hacer mal, y no nos ha venido la imaginación de que nos duele la cabeza, cuando dejamos de ir al coro -que tampoco nos mata- un día porque nos dolió, y otro porque nos ha dolido, y otros tres porque no nos duela.

5 (7) Diréis, amigas, que no lo consienta la mayor. A saber lo interior, no haría; mas ve un quejar por nonada que parece se os va el alma; vaisle a pedir licencia con gran necesidad para en nada guardar la Orden; y no falta -cuando son cosas de tomo- un médico que ayuda por la relación que vos hacéis, y una amiga que os llore al lado, o parienta. Aunque la pobre priora alguna vez ve es demasiado, ¿qué ha de hacer? Queda con escrúpulo si faltó en la caridad; quiere más faltéis vos que no ella y no le parece justo juzgaros mal.

6 (8) ¡Oh, este quejar, válgame Dios, entre monjas!; que él me lo perdone, que temo es ya costumbre. A mí me acaeció una vez ver esto, que la tenía una de quejarse de la cabeza, y quejábaseme mucho de ella; venido a averiguar, poco ni mucho le dolía, sino en otra parte tenía algún dolor.


Capítulo 16 (11)


Prosigue en la mortificación que han de adquirir en las enfermedades.


1 Cosa imperfectísima me parece, hermanas mías, este aullar y quejar siempre y enflaquecer la habla haciéndola de enferma. Aunque lo estéis, si podéis más, no lo hagáis, por amor de Dios. Cuando es grave el mal, él mismo se queja; es otro quejido y luego se parece. Que sois pocas, y si una tiene esta costumbre, es para traer fatigadas a todas si os tenéis amor y hay caridad; sino que la que estuviere de mal que sea de veras mal, lo diga y tome lo necesario; que si perdéis el amor propio, sentiréis tanto cualquier regalo, que no hayáis miedo le tengáis -digo os quejéis sin necesidad- ni le pidáis; que cuando la hay, sería muy malo el no decirlo, y muy peor si no os apiadase.

2 Mas de eso, a buen seguro, adonde hay oración y caridad y tan pocas, que os veréis unas a otras la necesidad, que no falte el regalo. Mas unos malecillos y flaquezas de mujeres, olvidaos de ellas, que a las veces pone el demonio imaginación de esos dolores; quítanse y pónense. Perded la costumbre de decirlo y quejarlo todo -si no fuere a Dios-, que nunca acabaréis. Pongo tanto en esto, porque tengo para mí importa y que es una cosa que tiene muy relajados los monasterios. Y este cuerpo tiene una falta: que mientras más le regalan, más necesidades se descubren. Es cosa extraña lo que quiere ser regalado. Como tiene aquí algún buen color de engañar a la pobre alma y que no medre, no se descuida.

3 Acordaos qué de enfermos pobres habrá que no tengan aun a quien se quejar; pues pobres y regaladas no lleva camino. Acordaos también de muchas casadas, yo sé que las hay, personas de suerte que con graves males, por no dar enfado a sus maridos, no se osan quejar, y con graves trabajos. Pues ¡pecadora de mí!, sí, que no venimos aquí a ser más regaladas que ellas. ¡Oh, que estáis libres de grandes trabajos del mundo, sabed sufrir un poquito por amor de Dios sin que lo sepan todos! Es una mujer muy malcasada, y, porque no sepa su marido lo dice o se queja, pasa mucha malaventura y grandes trabajos sin descansar con nadie, ¿no pasaremos algo entre Dios y nosotros de los males que nos da por nuestros pecados? Cuanto más que es nonada lo que se aplaca el mal.

4 Todo esto que he dicho no es para males recios, cuando hay gran calentura -aunque pido haya moderación y sufrimiento siempre-, sino unos malecillos que se pueden pasar en pie sin que matemos a todos con ellos. Mas ¿qué fuera si esto hubiera de verse fuera de esta casa? ¿Cuál me pararán todos los monasterios? Y ¡qué de buena gana, si alguna se enmendara, lo sufriera yo! En fin, viene la cosa a términos que pierden unas por otras; y si alguna hay sufrida, aun los mismos médicos no la creen, como han visto a otras con poco mal quejarse tanto (como es para solas mis hijas, todo puede pasar). Y acordaos de nuestros padres santos pasados y santos ermitaños, cuya vida pretendemos imitar; ¡qué pasarían de dolores y qué a solas, qué de fríos, qué de hambre, qué de soles, sin tener a quien se quejar sino a Dios! ¿Pensáis que eran de hierro? Pues tan de carne eran como nosotras. Y en comenzando, hijas, a vencer este corpezuelo, no os cansará tanto. Hartas habrá que miren lo que habéis menester; descuidaos de vosotras si no fuere a necesidad conocida. Si no os determináis a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haréis nada.

5 Procurad de no temerla y dejaros toda en Dios y venga lo que viniere. De cuantas veces os ha burlado este cuerpo, burlad vos de él algún día; y creed que, aunque parece esto poco para otras cosas, que importa más de lo que podéis entender, sino hacedlo de manera que os quedéis en costumbre, y veréis que no miento. Hágalo el Señor, que nos ha de ayudar a todo, y hacerlo su Majestad por quien es.


Capítulo 17 (12)


Cómo ha de tener en poco la vida el verdadero amador de Dios.


1 Vamos a otras cosillas que también importan harto, aunque son menudas. Trabajo grande parece todo; mas comenzándose a obrar, obra Dios tanto en el alma y hácela tantas mercedes, que todo le parece poco cuanto se puede hacer en esta vida. Y pues las monjas hacemos lo más y damos a Dios lo principal -que es la voluntad, poniéndola en otro poder-, ¿por qué nos detenemos en lo interior en lo que no es nada? Pásanse tantos trabajos, ayunos, silencio, servir siempre el coro -que por mucho que se quieran regalar, es a veces y no son todas, y por ventura soy sola yo entre muchos monasterios que he visto-; pues ¿por qué nos detenemos en mortificar estos cuerpos en naderías, que es no hacerlos placer en nada sino andar en cuidado llevándolos por donde no quieren hasta tenerlos rendidos al espíritu?

2 Paréceme a mí que quien de veras comienza a servir a Dios, lo menos que le puede ofrecer -después de dada la voluntad- es la vida nonada. Claro está que si es verdadero religioso o verdadero orador, y pretende gozar regalos de Dios, que no ha de volver las espaldas a desear morir por él y pasar martirio. Pues, ¿ya no sabéis, hermanas, que la vida del verdadero religioso, o del que quiere ser de los allegados amigos de Dios, es un largo martirio? Largo, porque comparado a si de presto le degollaran, puédese llamar largo; mas toda es corta la vida y algunas cortísimas. En fin, todo lo que tiene fin no hay que hacer caso de ello, y de la vida mucho menos, pues no hay día seguro; y pensando que cada día es el postrero, ¿quién no le trabajaría si pensase no ha de vivir más de aquél?

3 Pues mirad, hermanas; creer eso es lo más seguro. Por eso mostraos a contradecir en todo vuestra voluntad. Aunque no se haga de presto, poco a poco, y en poco tiempo, si traéis cuidado con oración, os hallaréis en la cumbre. Mas ¡qué gran rigor parece decir que no nos hagamos placer en nada, como no se dice qué gusto y qué placer trae consigo esta contradicción y qué de deleites se ganan con ella aun en esta vida, qué seguridad! Y aquí, como todas lo usan, estáse lo más hecho; unas a otras se recuerdan y se ayudan. Esto ha cada una de procurar, ir adelante de las otras.

4 Y en los movimientos interiores se traiga mucha cuenta, en especial si tocan en mayorías. Dios nos libre por su Pasión, en decir «si soy más antigua», «si he más años», «si he trabajado más», «si tratan a la otra mejor». Estos primeros movimientos es menester atajarlos con presteza; que si se detienen en ellos, o lo ponen en plática, es pestilencia y de donde nacen grandes males en los monasterios. Miren que lo sé mucho. Y en habiendo prelada que poco ni mucho consienta nada de esto, crean por sus pecados ha permitido Dios dársela para comenzarse a perder, y clamen a él, y toda su oración sea porque dé el remedio. En religioso o persona de oración (que quien de veras la tiene con determinación de gozar de las mercedes que hace Dios y regalos en ella) esto del desasimiento a todos conviene.


Capítulo 18 (12)


Que prosigue en cómo ha de tener en poco la honra el que quisiere aprovechar.


1 (5) No me digan que regalos hace Dios a quien no está tan desasido. Yo lo creo, que con su sabiduría infinita ve que conviene para traerlos a que lo dejen por él todo. No llamo el dejar entrar en religión, que impedimentos puede haber, y en cada parte puede el alma perfecta estar desasida y humilde. Mas créanme una cosa, que si hay punto de honra, o deseo de hacienda (que también puede estar en el monasterio como fuera, aunque más quitadas están las ocasiones y mayor sería la culpa), que, aunque tengan muchos años de oración (o, por mejor decir, consideración, que oración perfecta, en fin, quita estos resabios), que nunca medrarán mucho ni llegarán a gozar el verdadero fruto de la oración.

2 (6) Mirad si os va algo, hermanas, en estas que parecen naderías, pues no estáis aquí a otra cosa. Vosotras no quedáis más honradas y el provecho perdido, como dicen; así que deshonra y pérdida cabe aquí junto. Cada una mire en sí lo que tiene de humildad, y verá lo que está aprovechada. Tengo por cierto que al verdadero humilde, aun en primer movimiento no osa el demonio tentarle en cosa de mayorías; porque, como es tan sagaz, teme el golpe. Y es imposible, si uno es humilde, que no gane más fortaleza en esta virtud y grandísimos grados de aprovechamiento si el demonio le tienta por ahí; porque como forzado ha de sacar sus pecados y mirar lo que ha servido con lo que debe a Cristo y las grandezas que hizo de abajarse a Sí para dejarnos ejemplo de humildad; sale el alma tan gananciosa, que no osa tornar otro día por no ir quebrado la cabeza.

3 (7) Este consejo tomad de mí y no se os olvide; que no sólo en lo interior -que ya dicho se está que sería gran mal no quedar con ganancia-, mas en lo exterior procurad que la saquen las hermanas de vuestra tentación. Si queréis vengaros del demonio y libraros de ella, que así como os venga, os descubráis a la prelada, y le roguéis y pidáis os dé oficio muy bajo; y como pudiereis andéis estudiando en qué doblar en esto vuestra voluntad -que el Señor os descubrirá muchas cosas- y con mortificaciones públicas, pues se usan en esta casa. Como de pestilencia huid de tales tentaciones del demonio, y procurad que esté poco con vos. Dios nos libre de persona que le quiere servir, acordarse de honra ni temer deshonra; mirad que es mala ganancia y, como he dicho, la misma honra se pierde con estos deseos, en especial en las religiones. Así no hay tóxico en el mundo que así mate como estas cosas la perfección.

4 (8) Diréis que son cosillas que no son nada, que no hay que hacer caso de ellas. No os burléis con eso, que crece como espuma en los monasterios y no hay cosa pequeña en tan notable peligro. ¿Sabéis por qué? Porque, por ventura, en vos comienza por poco, y no es casi nada, y luego mueve el demonio a que al otro le parezca mucho, y aun pensará es caridad deciros que cómo consentís aquel agravio, que Dios os dé paciencia, que lo ofrezcáis a Dios, que no sufriera más un santo; pone un caramillo

5 (9) Y es esta nuestra naturaleza tan negro flaca, que aun quitándonos la ocasión con decir no es nada, lo sentimos, cuanto más viendo lo sienten por nosotros. Hácenos crecer la pena pensar que tenemos razón, y pierde el alma todas las ocasiones que había tenido para merecer, y queda más flaca para que otro día venga el demonio con otra cosa peor. Y aun acaece hartas veces que, aunque vos no queráis sentirlo, os dicen que si sois bestia, que bien es que se sientan las cosas, o que si hay alguna amiga.


Capítulo 19 (13)


Cómo ha de huir de los puntos y razones del mundo para llegarse a la verdadera razón.


1 ¡Oh, por amor de Dios, hermanas, que miréis mucho en esto! A ninguna le mueva indiscreta caridad para mostrar lástima de la otra en cosa que toque a estos fingidos agravios. Muchas veces os lo digo, y ahora lo escribo aquí; que en esta casa, ni en toda persona perfecta, huya mil leguas «razón tuve», «hiciéronme sinrazón», «no tuvo razón la hermana». ¡De malas razones nos libre Dios! ¿Parece había razón para que sufriese Cristo nuestro bien tantas injurias y se las dijesen, y tantas sinrazones? La que no quisiere llevar cruz sino la que le dieren muy puesta en razón, no sé yo para qué está en el monasterio; tórnese al mundo, adonde aun no le guardarán esas razones. ¿Por ventura podéis pasar tanto que no debáis más? ¿Qué razón es ésta? Por cierto, yo no lo entiendo.

2 Cuando os hicieren alguna honra o regalo o buen tratamiento, sacad vos esas razones, que cierto es contra razón os le hagan en esta vida. Mas cuando agravios -que así los nombran sin hacernos agravio-, yo no sé qué hay que hablar. O somos esposas de tan gran Rey, o no. Si lo somos, ¿qué mujer honrada hay que no sienta en el alma la deshonra que hacen a su esposo? Y aunque no la quiera sentir, en fin, de honra o deshonra participan entrambos. Pues querer participar del reino de nuestro Esposo y ser compañeras con él en gozar, y en las deshonras y trabajos quedar sin ninguna parte, es disparate.

3 No nos lo deje Dios querer, sino que a la que le pareciere es tenida entre todas en menos, se tenga por más bienaventurada; y verdaderamente así lo es, si lo lleva como lo ha de llevar; que acá a usadas, créame a mí -que lo he experimentado- que no le falte honra en esta vida ni en la otra. ¡Qué disparate he dicho, que me crean a mí diciéndolo la verdadera Sabiduría, que es la misma Verdad, y la Reina de los ángeles! Parezcámonos, hijas mías, en alguna cosita a esta sacratísima Virgen, cuyo hábito traemos, que es confusión nombrarnos monjas suyas. Siquiera en algo, imitemos esta su humildad; digo algo, porque por mucho que nos bajemos y humillemos, no hace nada una como yo, que por sus pecados tiene merecido la hiciesen abajar y despreciar los demonios, ya que ella no quisiese; porque aunque no tengan tantos pecados, por maravilla habrá quien deje de tener alguno por que haya merecido el infierno. Y torno a decir que no os parezca poco estas cosas; que si no las cortáis con diligencia, lo que hoy no era nada, mañana por ventura será pecado venial; y es de tan mala digestión, que si os dejáis no quedará sólo, y cosa muy mala para congregación.

4 En esto habíamos de mirar mucho las que estamos en ellas: en no dañar a las que trabajan por hacernos bien y darnos buen ejemplo. Y si entendiésemos cuán gran daño se hace en que se comience una mala costumbre de estos puntillos de honra, más querríamos morir mil muertes que ser causa de ello; porque es muerte corporal, y pérdida del alma es gran pérdida, y que parece nunca se acaba de perder; porque muertas unas, vienen otras, y a todas les cabe por ventura más parte de una mala costumbre que pusimos, que de muchas virtudes; porque el demonio no la deja caer, y las virtudes la misma flaqueza natural las hace perder.

5 ¡Oh, qué grandísima caridad haría y qué gran servicio a Dios la monja que se viese que no puede llevar las perfecciones y costumbres que hay en esta casa, conocerse e irse, y dejar a las otras en paz! Y aun en todos los monasterios (al menos si me creen a mí) no la tendrán ni darán profesión hasta que de muchos años esté probado a ver si se enmiendan. No llamo faltas en la penitencia y ayunos; porque -aunque lo es- no son cosas que hacen tanto daño; mas unas condiciones que hay de suyo amigas de ser estimadas y tenidas, y mirar las faltas ajenas y nunca conocer las suyas, y otras cosas semejantes, que verdaderamente nacen de poca humildad. Si Dios no favorece con darla gran espíritu, hasta de muchos años verla enmendada, os libre Dios de que quede en vuestra compañía. Entended que ni ella sosegará ni os dejará sosegar a todas.


Capítulo 20 (13)


Lo mucho que importa no dar profesión a ninguna que vaya contrario su espíritu de las cosas que queda dicho.


1 (6) Como no tomáis dote, háceos Dios merced para esto; que es lo que me lastima de los monasterios, que muchas veces, por no tornar a dar el dinero, dejan el ladrón que les robe el tesoro, o por la honra de sus deudos. En esta casa tenéis ya aventurada y perdida la honra del mundo, porque los pobres no son honrados. No tan a vuestra costa queráis que lo sean los otros. Nuestra honra, hermanas, ha de ser servir a Dios; quien pensare que de esto os ha de estorbar, quédese con su honra en su casa; que para esto ordenaron nuestros padres la probación de un año, y en nuestra Orden que no se dé en cuatro, que para esto hay libertad. Aquí querría yo no se diese en diez. La monja humilde poco se le dará en no ser profesa; ya sabe que si es buena no la echarán; si no, ¿para qué quiere hacer daño a este colegio de Cristo?

Y no llamo no ser buena, cosa de vanidad -que con el favor de Dios creo estará lejos de esta casa-; llamo no ser buena, no estar mortificada, sino con asimiento de cosas del mundo o de sí, en estas cosas que he dicho. Y la que mucho en sí no le viere, créame ella misma y no haga profesión, si no quiere tener un infierno acá, y plega a Dios no sea otro allá porque hay muchas causas en ella para ello, y por ventura las mismas de la casa no las entenderá, ni la misma, como yo las tengo entendidas.

Créanme -y si no, el tiempo les doy por testigo- porque todo el estilo que pretendemos llevar es de no sólo ser monjas, sino ermitañas, y así se desasen de todo lo criado; y a quien él quiere para aquí particularmente, veo hace esta merced. Aunque ahora no sea en toda perfección, vese que va ya a ella, por el gran contento y alegría que les da ver no ha de tornar a tratar con cosa de la vida.

2 (7) Torno a decir que si se inclina a tratarlo, que si no se ve ir aprovechando, que procure irse despidiendo, de irse a otro monasterio; y si no, verá cómo le sucede, y no se queje de mí -que le comencé- porque no la aviso. Esta casa es un cielo, si le puede haber en la tierra, para quien se contenta sólo de contentar a Dios y no hace caso de contento suyo, y tiénese muy buena vida; en queriendo algo más se perderá todo, porque no lo puede tener en nada; y el alma descontenta es como quien tiene gran hastío, que por bueno que sea el manjar, le da en rostro; y cuando los sanos toman gran gusto en comer, le hace mayor asco en el estómago del que tiene hastío. En otro cabo o monasterio no tan estrecho se salvarán mejor, y por ventura poco a poco llegarán a la perfección que aquí no pudieron sufrir por llevarse junta. Que, aunque en lo interior se les aguardará tiempo para del todo desasirse y mortificarse, en lo exterior ha de ser con brevedad, por el daño que puede hacer a las otras; y a quien con ver que todas lo hacen, y andar siempre en tan buena compañía, no le aprovecha en un año o medio, temo que no aprovechará más en muchos, sino menos. No digo que sea tan cumplido como las otras, mas que se entienda va cobrando salud, que luego se ve cuándo el mal es mortal.


Capítulo 21 (14)


Prosigue en lo mucho que esto importa.


1 Bien creo favorece el Señor a quien bien se determina, y por eso va mucho en mirar qué talento tiene la que entra y que no sea sólo por remediarse (como acaecerá a muchas, puesto que Dios puede perfeccionar este intento, si es persona de buen entendimiento; que si no, en ninguna manera se tome); porque ni ella se entenderá cómo entra, ni después a las que la quisieren poner en lo mejor. Porque -por la mayor parte- quien esta falta tiene, siempre les parece entiende más lo que le conviene que los más sabios; y es mal que le tengo por incurable, porque por maravilla deja de traer consigo malicia; y adonde hay mucho número de monjas, podráse tolerar; y en tan pocas, no se podrá sufrir.

2 Un buen entendimiento, si comienza a aficionarse al bien, ásese a él con fortaleza, porque ve es lo más acertado; y cuando no aproveche para mucho espíritu, aprovechará para buen consejo y para hartas cosas, sin cansar a nadie; antes es recreación. Cuando éste falta, yo no sé para qué en comunidad puede aprovechar, y dañar podría mucho. Esta falta y las demás no se ve muy en breve; porque algunas personas hablan bien y entienden mal, y otras hablan corto y no muy cortado, y tienen entendimiento para mucho bien: que hay unas simplicidades santas que saben muy poco para negocios y estilo del mundo, y mucho para tratar con Dios. Por eso es menester gran información para tomarlas y larga probación para darles profesión. Entienda una vez el mundo que tienen libertad para tornar a echarlas, que en monasterio donde hay asperezas, muchas ocasiones hay; y como se use, no se tendrá por agravio.

3 Digo entienda, porque son tan desventurados estos tiempos y tanta la flaqueza de las religiosas (esto por mí lo digo, que me ha acaecido), que no basta tenerlo por mandamiento de nuestros pasados, sino que, por no hacer un agravio pequeño o por quitar un dicho que no es nada, dejamos olvidar las virtuosas costumbres, y plega a Dios no se pague en la otra vida las que admitimos. Nunca falta un color con que hacernos entender se sufre hacerlo. Y en caso tan importante ninguno es bueno; porque cuando el prelado, sin afección ni pasión, mira lo que está bien a la casa, nunca creo Dios le dejará errar; y en mirar estas piedades y puntos necios, tengo para mí no deja de haber yerro.

4 Y éste es un negocio que cada una por sí le había de mirar y encomendar a Dios y animar a la prelada cuando le falte ánimo, porque es cosa en que va muy mucho a todas; y así suplico a Dios que siempre os dé en ello luz.


Capítulo 22 (15)


Que trata del gran bien que hay en no disculparse aunque se vean condenar sin culpa.


1 Mas ¡qué desconcertado escribo!, bien como quien no sabe qué hace. Vosotras tenéis la culpa, hermanas, pues me lo mandáis. Leedlo como pudiereis, que así lo escribo yo como puedo; y si no, quemadlo por mal que va. Quiérese asiento, y yo tengo tan poco lugar, como veis, que se pasan ocho días que no escribo, y así se me olvida lo que he dicho, y aun lo que voy a decir. Que ahora será mal de mí, y rogaros no le hagáis vosotras en esto que acabo de hacer, que es disculparme, que veo ser una costumbre perfectísima y de gran edificación y mérito; y aunque os la enseño muchas veces y por la bondad de Dios lo hacéis, nunca su Majestad me la ha dado. Plega a él antes que me muera me la dé. Jamás me falta una causa para parecerme mayor virtud dar disculpa. Como algunas veces es lícito y sería mal no lo hacer, no tengo discreción -por mejor decir, humildad- para hacerlo cuando conviene. Porque, verdaderamente, es de gran humildad verse condenar no teniendo culpa, y es gran imitación del Señor, que nos quitó todas las culpas. Os querría mucho persuadir pongáis en esto gran estudio, porque trae consigo grandes ganancias; y en procurar nosotros mismos librarnos de culpa, ninguna, ninguna veo si no es, como digo, en algunos casos que podría ser enojo o escándalo no decir la verdad. Esto quien tuviere más discreción que yo lo entenderá.

2 Y creo va mucho en acostumbrarse a esta virtud o en procurar alcanzar del Señor verdadera humildad, que de aquí debe venir; porque el verdadero humilde ha de desear con verdad ser tenido en poco y ser perseguido y condenado sin culpa, aun en cosas graves. Porque si quiere imitar al Señor, ¿en qué mejor que en esto puede? Que aquí no son menester fuerzas corporales ni ayuda de nadie, sino de Dios.

3 Estas virtudes grandes, hermanas mías, querría yo fuese nuestro estudio y penitencia, que en otras asperezas, aunque son buenas, ya sabéis os voy a la mano cuando son demasiadas. En unas virtudes grandes interiores nunca puede haber demasía: no enflaquecen ni quitan las fuerzas al cuerpo para servir la religión, sino fortalecen el alma, y de cosas muy pequeñas se puede acostumbrar de manera que vengan a salir con victoria de las muy grandes.

4 Mas ¡qué bien se escribe esto y qué mal lo hago yo! A la verdad, en cosas grandes nunca he podido hacer esta prueba, porque nunca oí decir cosa mala de mí que no viese claro quedaban cortos; porque, aunque no era algunas veces y muchas en las mismas cosas, tenía ofendido a Dios en otras muchas y parecíame que habían hecho harto en dejar aquéllas, y siempre me holgué yo más dijesen de mí lo que no era, que las verdades más las sentía; estotras cosas, por graves que fuesen, no; mas en cosas pequeñas seguía mi naturaleza -y sigo- sin advertir qué es lo más perfecto. Por eso querría yo lo comenzaseis temprano a entender y cada una a traer consideración de lo mucho que gana por todas vías y por ninguna pierde, a mi parecer. Gana lo principal, en seguir en algo al Señor. Digo en algo, porque, como he dicho, nunca nos culpan sin culpas, que siempre andamos llenos de ellas, pues cae siete veces al día el justo y sería mentira decir que no tenemos pecado. Así que, aunque no sea en lo mismo que nos culpan, nunca estamos sin culpa del todo, como lo estaba el buen Jesús.

5 ¡Oh Señor mío!, que cuando pienso por qué de maneras padecisteis y cómo por ninguna manera lo merecisteis, no sé qué me diga de mí, ni adónde tuve el seso cuando no deseaba padecer, ni adónde estoy cuando de alguna cosa me disculpo. Ya sabéis Vos, Bien mío, que si tengo algún bien, que no es dado por otras manos sino por las vuestras; pues ¿qué os va, Señor, más en dar poco que mucho? Si es por no lo merecer yo, tampoco merecía las mercedes que me habéis hecho. ¿Es posible que he yo de querer que sienta nadie bien de cosa tan mala? ¿Cómo, habiendo dicho tantos males de Vos, que sois bien sobre todos los bienes? No se sufre, no se sufre, Dios mío, ni querría yo lo sufrieseis Vos, que haya en vuestra sierva cosa que no contente a vuestros ojos. Pues mirad que los míos están ciegos, Señor, y se contentan de muy poco. Dadme Vos luz y haced que desee que todos me aborrezcan, pues tantas veces os he dejado a Vos amándome con tanta fidelidad. ¿Qué es esto, Dios mío, que pensamos sacar de contentar a las criaturas? ¿Qué nos va en ser muy culpados de todas ellas, si delante de mi Criador estoy sin culpa? ¡Oh, hermanas mías, que nunca acabamos de entender esta verdad!, y así nunca acabaremos de estar en la cumbre de la perfección, si mucho no la andamos considerando y pensando qué es lo que es y qué es lo que no es.


Capítulo 23 (15)


Prosigue en la misma materia.


1 (6) Pues cuando no viese otra ganancia sino la confusión que le quedará a la hermana que ha hecho la culpa, de ver que vos sin ella os dejáis condenar, es grandísimo. Más levanta una cosa de éstas a las veces que diez sermones. Pues todas habéis de procurar de ser predicadoras de obras, pues el Apóstol y nuestra inhabilidad nos quita que lo seamos en las palabras.

2 (7) Nunca penséis que ha de estar secreto -ya creo os lo he dicho otra vez y lo querría decir muchas- el mal o el bien que hiciereis, por encerradas que estéis. ¿Y pensáis, hijas, que aunque vos no os disculpéis, ha de faltar quien torne por vos? Mirad cómo tornó Cristo por la Magdalena cuando la culpaba santa Marta. Cuando sea menester, su Majestad moverá a quien torne por vosotras. De esto tengo grandísima experiencia, aunque más querría yo que no se os acordase, sino que os holgaseis de quedar por culpadas. Y el provecho que veréis en vuestra alma, el tiempo os doy por testigo, porque hace mucho. El uno es comenzar a ganar libertad y no se le dar más que digan mal que bien de vos, antes parece que es negocio ajeno; como si estuviesen hablando otras personas delante de vos, como no es con vos estáis descuidada en la respuesta. Así es acá: con la costumbre que está ya hecha de que no habéis de responder, no parece hablan con vos. Parecerá esto imposible a los que somos muy sentidos y poco mortificados, y a los principios dificultoso es; mas yo sé que se puede alcanzar esta libertad y negación y desasimiento de nosotros mismos, con el favor del Señor, poco a poco.


Capítulo 24


Que trata de cuán necesario ha sido lo que queda dicho para comenzar a tratar de oración.


1 Y no os parezca mucho todo esto, que voy entablando el juego, como dicen Pedísteisme os dijese el principio de oración; yo, hijas, aunque no me llevó Dios por este principio, porque aún no le debo tener de estas virtudes, no sé otro. Pues creed que quien no sabe concertar las piezas en el juego del ajedrez, que sabrá mal jugar; y si no sabe dar jaque, no sabrá dar mate. Así me habéis de reprender porque hablo en cosa de juego no le habiendo en esta casa ni habiéndole de haber. Aquí veréis la madre que os dio Dios, que hasta esta vanidad sabía; mas dicen que es lícito algunas veces. ¡Y cuán lícito será para nosotras esta manera de jugar, y cuán presto, si mucho lo usamos, daremos mate a este Rey divino, que no se nos podrá ir de las manos ni querrá!

2 La dama es la que más guerra le puede hacer en este juego, y todas las otras piezas ayudan. No hay dama que así le haga rendir como la humildad; ésta le trajo del cielo en las entrañas de la Virgen, y con ella le traeremos nosotras de un cabello a nuestras almas. Y creed que quien más tuviere, más le tendrá, y quien menos, menos; porque no puedo yo entender como haya ni pueda haber humildad sin amor ni amor sin humildad, ni es posible estar estas dos virtudes sin gran desasimiento de todo lo criado.

3 Diréis, mis hijas, que para qué os hablo en virtudes, que hartos libros tenéis que os las enseñan; que no queréis sino contemplación. Digo yo que, aun si pidierais meditación, pudiera hablar de ella y aconsejar a todos la tuvieran, aunque no tengan virtudes, porque es principio para alcanzar todas las virtudes y cosa que nos va la vida en comenzarla todos los cristianos; y ninguno, por perdido que sea, si Dios le despierta a tan gran bien, lo había de dejar, como ya tengo escrito en otra parte y otros muchos que saben lo que escriben (que yo por cierto que no lo sé; Dios lo sabe).

4 Mas contemplación es otra cosa, hijas; que éste es el engaño que todos traemos, que en llegándose uno un rato cada día a pensar sus pecados -que está obligado a ello si es cristiano de más que nombre-, luego dicen es muy contemplativo y luego le quieren con tan grandes virtudes como está obligado a tener el muy contemplativo. Y aun él se quiere, mas yerra; en los principios no supo entablar el juego; pensó bastaba conocer las piezas para dar mate y es imposible, que no se da este Rey sino a quien se le da del todo.



Camino de Perfección 15