Camino de Perfección 43

Capítulo 43 (26)


Prosigue en lo mismo, y comienza una devota y regalada manera de rezar el Paternóster.


1 (9) Así que, hermana, no creáis erais para ello si no sois para estotro, y creed que digo verdad -porque he pasado por ello- que lo podréis hacer.

2 (9) Para ayuda de esto, procurad traer una imagen o retrato de este Señor, no para traerle en el seno y nunca le mirar, sino para muchas veces hablar con él -que él os dará que hablar- como habláis acá con otras personas. ¿Por qué os han más de faltar palabras para hablar con Dios? No lo creáis; al menos yo no os creeré.

3 (10) También es gran remedio tomar un buen libro de romance, aun para recogeros para rezar vocalmente (digo como se ha de rezar), y poquito a poquito ir acostumbrando el alma con halagos y artificio para no la amendrentar. Haced cuenta que ha muchos años que se ha ido huida de su Esposo y que hasta que quiera tornar a su casa es menester mucho saberlo negociar. Que así somos los pecadores: tenemos tan acostumbrada nuestra alma y pensamiento a andar tan a su placer -o pesar, por mejor decir-, que la triste alma no se entiende; que para que torne a tomar amor con su marido y a acostumbrarse a estar en su casa, es menester mucho artificio y que sea con amor y poco a poco; si no, nunca haremos nada. Y creed cierto que, si con cuidado os acostumbráis a considerar que traéis con vos a este Señor y a hablar con él muchas veces, que sacaréis tan gran ganancia, que aunque yo ahora os la quiera decir, por ventura no me creeréis.

4 (11) Pues juntas cabe vuestro Maestro, muy determinadas a aprender lo que os enseña, y su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas ni dejaros si no le dejáis. Mirad las palabras que os dice aquella boca divina, que en la primera entenderéis luego el amor que os tiene, que no es poco bien y regalo del discípulo ver que el maestro le ama.


Capítulo 44 (27)


En que trata del amor que nos mostró el Señor en estas primeras palabras: «Pater noster qui es in coelis».


1 «Padre nuestro, que estás en los cielos». ¡Oh Señor, cómo parecéis Padre de tal Hijo, y cómo parece vuestro Hijo hijo de tal Padre! ¡Benditos seáis por siempre jamás! No fuera al fin de la oración esta merced, Señor, tan grande. En comenzando, nos henchís las manos y hacéis tan gran merced que sería harto bien henchirse el entendimiento para ocupar de manera la voluntad que no pudiese hablar palabra. ¡Oh, qué bien venía aquí, hijas, contemplación perfecta! ¡Oh, con cuánta razón se entraría el alma en sí para poder mejor subir sobre sí misma a que se le diese a entender qué cosa es el lugar adonde dice el Hijo que está el Padre, que es en los cielos! Salgamos de la tierra, hijas mías, que tal merced como ésta no es razón se tenga en tan poco, que después de entender cuán grande es, nos quedemos en la tierra.

2 ¡Oh Hijo de Dios y Señor mío!, ¿cómo dais tanto junto a la primera palabra? Ya que os humilláis a Vos con extremo tan grande en juntaros con nosotros en lo que pedís y ser hermano de cosa tan baja y miserable, ¿cómo nos dais en nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos? Que vuestra palabra no puede faltar, hase de cumplir. Obligáisle a que la cumpla, que no es poca carga, pues en siendo padre nos ha de sufrir, por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a él, como el hijo pródigo hanos de perdonar, hanos de consolar en nuestros trabajos como lo hace un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo, porque en él no puede haber sino todo el bien cumplido. Hanos de regalar, hanos de sustentar -que tiene con qué- y después hacernos participantes y que heredemos con Vos.

3 Mirad, Señor mío, que ya que Vos con el amor que nos tenéis y con vuestra humildad no se os ponga nada delante (en fin, Señor, estáis en la tierra y vestido de ella, pues tenéis nuestra naturaleza, y la parte que tenéis parece que os obliga a hacernos bien); mas mirad que vuestro Padre está en el cielo, Vos lo decís; es razón, Señor, que miréis por su honra. Ya que estáis Vos ofrecido de ser deshonrado por nosotros, dejad a vuestro Padre libre; no le obliguéis a tanto por gente tan ruin como yo, que le ha de dar tan malas gracias, y otros también hay que no se las dan buenas.

4 ¡Oh buen Jesús, qué claro habéis mostrado ser una cosa con él y que vuestra voluntad es la suya y la suya vuestra! ¡Que confesión tan clara, Señor mío! ¡Qué cosa es el amor que nos tenéis! Habéis andado rodeando y encubriendo al demonio que sois Hijo de Dios, y con el gran deseo que tenéis de nuestro bien, no se os puso cosa delante por hacernos tan grandísima merced. ¿Quién la pudiera hacer sino Vos, Señor? Yo no sé cómo en esta palabra no entendió el demonio quién erais sin quedarle duda. Al menos bien veo, mi Jesús, que habéis hablado como Hijo regalado por Vos y por todos, y que sois poderoso para que se haga en el cielo lo que Vos decís en la tierra. ¡Bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo sois de dar, que no se os pone cosa delante!.


Capítulo 45 (27)


En que trata lo mucho que importa no hacer ningún caso del linaje las que de veras quieren ser hijas de Dios.


1 (5) Pues ¿paréceos, hijas, que es buen maestro éste, pues para aficionarnos a que aprendamos lo que nos enseña, a la primera palabra nos hace merced tan grande? ¿Será razón que, aunque digamos con la boca esta palabra, dejemos de entender con el entendimiento, para que se haga pedazos nuestro corazón, tan gran merced? No es posible que esto diga nadie que entendiere cuán grande es. Pues ¿qué hijo hay en el mundo que no procure saber quién es su padre, cuando le tiene bueno y de tal bondad y majestad y señorío? Y aun si no lo fuera, no me espantara no os quisierais conocer por sus hijas; porque anda el mundo tal, que si el padre es más bajo del estado en que está el hijo, en dos palabras, no le conocerá por padre.

2 (6) Esto no viene aquí, porque en esta casa nunca, plega a Dios, haya acuerdo de cosa de éstas, sería infierno; sino que la que fuere más, tome menos su padre en la boca; todas han de ser iguales. ¡Oh, colegio de Cristo!, que tenía más mando san Pedro con ser un pescador -y lo quiso así el Señor-, que san Bartolomé, que era hijo de rey. Sabía su Majestad lo que había de pasar sobre cuál era de mejor tierra, que no es otra cosa sino debatir si será para lodo buena o para adobes. ¡Oh, válgame Dios, qué gran ceguedad!

Dios os libre, hermanas, de semejantes pláticas, aunque sea en burlas, que espero en su Majestad sí hará. Y cuando algo de esto en alguna hubiere, no la consintáis en casa, que es Judas entre los Apóstoles. Haced cuanto pudiereis de libraros de tan mala compañía. Y si esto no podéis, más graves penitencias que por otra cosa ninguna, hasta que conozca que aun tierra muy ruin no merecía ser. Buen Padre os da el buen Jesús; no se conozca aquí otro padre para tratar de él, si no fuere el que os da vuestro Esposo; y procurad, hijas mías, ser tales que merezcáis regalaros con él y echaros en sus brazos. Ya sabéis que está obligado a no os echar de Sí si sois buenas hijas; pues, ¿quién no procurará no perder tal Padre?

3 (7) ¡Oh, válgame Dios, que hay aquí en qué os consolar!, que por no me alargar más, lo quiero dejar a vuestros entendimientos; que por desbaratado que ande el pensamiento, entre tal Hijo y tal Padre forzado ha de estar el Espíritu Santo que obre en vuestra voluntad y os ate tan grandísimo amor, ya que no os ate tan gran interés.


Capítulo 46 (28)


Comienza a tratar de recoger el entendimiento.


1 Ahora mirad que dice vuestro Maestro «que está en el cielo». ¿Pensáis que os importa poco saber qué cosa es cielo y adónde se ha de buscar vuestro sacratísimo Padre? Pues yo os digo que, para entendimientos derramados, que importa mucho no sólo creer esto, sino pensarlo mucho; porque es una de las cosas que muy mucho atan los pensamientos y hacen recoger el alma.

2 Ya habréis oído que Dios está en todas partes, y esto es gran verdad. Pues claro está que adonde está el Rey, allí dicen que es la corte; en fin, que adonde está Dios es el cielo. Sin duda lo podéis creer, que adonde está su Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice san Agustín -creo en el libro de sus Meditaciones- que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí. Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad y ver que no ha menester para hablar con su Padre Eterno ir al cielo ni para regalarse con él que ni ha menester rezar a voces. Por paso que hable, la oirá; ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con grande humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre, regalarse con él como con padre, entendiendo que no es digna de serlo.

3 Déjese de unos encogimientos que tienen algunas personas, y piensan que es humildad. Sí, que no está la humildad en que si el rey os hace una merced no tomarla, sino tomarla y entender cuán sobrada os viene y holgaros con ella. ¡Donosa es la humildad, que me tenga yo al Emperador del cielo y de la tierra que se viene a mi casa por hacerme merced y por holgarse conmigo, y por humildad ni le quiera responder ni me quiera estar con él, sino que le deje solo, y que estándome diciendo que le pida, por humildad me quede pobre y aun le deje ir de que ve que no acabo de determinarme! No os curéis, hijas, de esas humildades, sino tratad con él como con padre y como con hermano y como con señor; a veces de una manera, a veces de otra, que él os enseñará lo que habéis de hacer para contentarle. Dejaos de ser bobas; pedidle la palabra, que vuestro Esposo es, que os trate como tales. Mirad que os va mucho tener entendida esta verdad: que está el Señor dentro de nosotras y que allí nos estemos con él.


Capítulo 47 (28)


En que comienza a tratar de oración de recogimiento.


1 (4) Es arte de rezar que -aunque sea vocalmente- con mucha más brevedad se recoge el entendimiento, y es oración que trae consigo mil bienes; llámase recogimiento, porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios; viene con más brevedad a enseñarle su divino Maestro y a darle oración de quietud que de ninguna otra manera. Porque allí, metida consigo misma, puede pensar toda la Pasión y representar allí al Hijo y ofrecerle al Padre y no cansar el entendimiento, andándole buscando en el monte calvario, y al huerto, y a la columna.

2 (5) Las que de esta manera se pudieran encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma, adonde está el que hizo el cielo y la tierra, y acostumbrar a no mirar ni estar adonde oiga cosa que le distraiga, crea que lleva excelente camino y que no dejará de llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo. Es como el que va en una nao, que con un poco de buen viento se pone en el fin de la jornada en pocos días, y los que van por tierra tárdanse mucho más.

3 Es camino del cielo -digo del cielo, que están metidos allí en el palacio del rey-, no están en la tierra y más seguros de muchas ocasiones.

4 (8) Pégase más presto el fuego del amor divino, porque con poquito que soplen con el entendimiento están cerca del mismo fuego. Con una centellica que le toque se abrasará todo, como no hay embarazo de lo exterior. Estáse sola el alma con su Dios; hay gran aparejo para entenderse.

5 Yo querría que entendieseis muy bien esta manera de orar que, como he dicho, se llama recogimiento.


Capítulo 48 (28-29)


Pone una comparación y modo para acostumbrar el alma a andar dentro de sí.


1 (9) Haced cuenta que dentro de vosotras está un palacio de grandísimo precio, todo su edificio de oro y piedras preciosas, en fin, como para tal Señor, y que sois vos el que podéis mucho en que sea tan precioso el edificio, como a la verdad es así (que no hay edificio de tanta hermosura como un alma limpia y llena de virtudes; mientras mayores, más resplandecen las piedras), y que en este palacio, este gran Rey -que ha tenido por bien ser vuestro Padre- en un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón.

2 (10) Parecerá esto al principio cosa impertinente -digo hacer esta ficción para darlo a entender- y puede ser aproveche mucho a vosotras en especial. Porque, como no tenemos letras las mujeres ni somos de ingenios delicados, todo esto es menester para que entendamos con verdad que hay otra cosa más preciosa, sin ninguna comparación, dentro de nosotras que lo que vemos por de fuera. No nos imaginemos huecas en lo interior, que importa mucho (y plega a Dios que sean solas mujeres las que anden con este descuido), que tengo por imposible, si trajésemos cuidado de pensar que tenemos tal huésped dentro, que nos diésemos tanto a las vanidades y cosas del mundo, porque veríamos cuán bajas son para las que dentro poseemos. Pues ¿qué más hace un alimaña que, en viendo lo que le contenta a los ojos, hartar su hambre en la presa? Sí, que diferencia ha de haber de ellas a nosotros, pues tenemos ya tal padre.

3 (11) Reiránse de mí por ventura; dirán que bien claro se está esto, y tendrán razón, porque para mí fue oscuro algún tiempo. Bien entendía que tenía alma; mas lo que merecía esta alma, y quién estaba dentro de ella (si yo no me tapaba los ojos con las vanidades de la vida) no lo entendía. Que a mi parecer, si como ahora con verdad entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey, que no le dejara tantas veces solo; alguna me estuviera con él y más procurara que no estuviera tan sucio. Mas ¡qué cosa de tanta admiración, quien hinchera mil mundos con su grandeza, encerrarse en cosa tan pequeña! Así quiso caber en el vientre de su sacratísima Madre. Como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama, hácese a nuestra medida.

Cuando un alma comienza por no la alborotar de verse tan pequeña para tener en sí cosa tan grande, no se da a conocer hasta que va ensanchando esta alma poco a poco, conforme a lo que entiende es menester para lo que pone en ella. Por eso digo que trae consigo la libertad, pues tiene el poder de hacer grande este palacio.

4 (12) Todo el punto está en que se le demos por suyo con toda determinación y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa suya; ésta es su condición, y tiene su Majestad razón; no se lo neguemos. Aun acá nos da pesadumbre huéspedes en casa cuando no podemos decirles que se vayan; y como él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le dan; mas no se da a Sí del todo hasta que ve nos damos del todo a él (esto es cosa cierta y por eso os lo digo tantas veces), ni obra en el alma como cuando del todo es sin embarazo suya, ni sé cómo ha de obrar; es amigo de todo concierto. Pues si este palacio se hinche de gente baja y de baratijas , ¿cómo ha de caber él con su corte? Harto hace de estar un poquito entre tanto embarazo.

5 (13) ¿Pensáis, hijas, que viene solo? ¿No veis que dice su sacratísimo Hijo: «que estás en los cielos»? Pues un tal Rey, a osadas que no le dejen los cortesanos, sino que están con él rogándole por vos todos para vuestro provecho, porque están todos llenos de caridad. No penséis que es como acá, que si un señor o prelado favorece alguno por algunos fines y porque quiere, luego hay las envidias y el ser malquisto aquel pobre sin hacerles nada, que le cuestan caro los favores.

6 (1) Huid, por amor de Dios, de semejantes cosas; procurad hacer cada una lo que debiere, que si el prelado no se lo agradeciere, segura puede estar lo agradece y pagará el Señor. Sí, que no venimos aquí a buscar premio en esta vida, sino en la otra; siempre el pensamiento en lo que dura, y de lo de acá ningún caso hagáis (que aun para lo que se vive, no es durable), que hoy está bien con la una, mañana, si ve una virtud más en vos, estará mejor con vos; y si no, poco va en ello. No deis lugar a estos primeros movimientos, sino atajadlos con que no es acá vuestro reino y cuán presto tiene todo fin y cómo no hay cosa en un ser aun acá.


Capítulo 49 (29)


Prosigue en la misma materia. Es capítulo muy provechoso.


1 (2) Mas aun esto es bajo remedio y poca perfección; lo mejor es que dure, y vos desfavorecida y abatida y lo queréis estar por él que está con vos. Poned los ojos en vos y miraos interiormente; hallaréis vuestro Esposo, que no os faltará; antes mientras menos consolación por defuera, más regalo os hará. Es muy piadoso, y a persona afligida jamás falta, si confía en él solo. Así lo dice David, que «nunca vio al justo desamparado»; y otra vez, que «está el Señor con los afligidos». Pues o creéis esto, o no; pues creyéndolo como se ha de creer, ¿de qué os matáis?

2 (3) ¡Oh Señor mío!, que si de veras os conociésemos, no se nos daría nada de nadie. Dais mucho a los que de veras se quieren dar a Vos. Creed, amigas, que es gran cosa entender esta verdad para ver que las cosas y favores de acá todos son mentira cuando desvían en algo de esta verdad. ¡Oh, válgame Dios, quién hiciese entender esto a los mortales! No yo, por cierto, Señor, que con deberos más que ninguno no acabo de entenderlas como se han de entender.

3 (4) ¡Oh, quién supiese declarar cómo está esta compañía santa con el acompañador de las almas, Santo de los santos, sin impedir a la soledad que ella y su Esposo tienen, cuando esta alma dentro de si quiere entrarse en este paraíso con su Dios y cierra la puerta a todo lo del mundo! Y entended que esto no es cosa sobrenatural, sino que podemos nosotros hacerlo (con el favor de Dios se entiende, todo cuanto en este libro dijere podemos, pues sin él no se puede nada, nada); porque éste no es silencio de las potencias, sino encerramiento de ellas en sí misma el alma.

4 (5) Gánase esto de muchas maneras, como está escrito en algunos libros, que nos hemos de desocupar de todo para llegarnos interiormente a Dios, los que escriben oración mental.


Capítulo 50 (29)


En que dice el gran provecho que se saca de este modo de oración.


1 Como yo no hablo sino en cómo ha de rezarse la vocal para ir bien rezada, no hay para qué decir tanto, pues lo que pretendo sólo es para que veamos y estemos con quien hablamos, sin tenerle vueltas las espaldas (que no me parece otra cosa estar hablando con Dios y pensando en mil vanidades), y viene todo el daño de no entender con verdad que está cerca, sino imaginarle lejos. ¡Y cuán lejos si le vamos a buscar al cielo! Pues ¿rostro es el vuestro, Señor, para no mirarle estando tan cerca de nosotros? No parece nos oyen los hombres cuando hablamos si no vemos que nos miran, ¿y cerramos los ojos para no mirar que nos miráis Vos? ¿Cómo hemos de entender si habéis oído lo que os decimos? Sólo esto es lo que querría dar a entender: que para irnos acostumbrando a con facilidad ir asegurando el entendimiento para entender lo que habla y con quién habla, es menester recoger estos sentidos exteriores a nosotros mismos y que les demos en qué se ocupar, pues es así que tenemos el cielo dentro de nosotros, pues el Señor de él lo está.

2 (6) Y si una vez comenzamos a gustar de que no es menester dar voces para hablarle -porque su Majestad se dará a sentir cómo está allí-, rezaremos con mucho sosiego el Paternóster y las más oraciones que quisiéremos y ayudarnos ha el mismo Señor a que no nos cansemos; porque a poco tiempo que forcemos a nosotros mismos a estarnos con él, nos entenderá por señas, de manera que si habíamos de decirle muchas veces el Paternóster, nos entienda de una. Es muy amigo de quitarnos de trabajo; aunque en un hora le digamos una vez, como entendamos estamos con él y lo que le pedimos y la gana que tiene de darnos -en fin, como padre- y cuán de buena gana se está con nosotros y nos regalemos con él, no es amigo de que nos quebremos las cabezas. Por eso, hermanas, por amor del Señor os acostumbréis a rezar con este recogimiento el Paternóster y veréis la ganancia antes de mucho tiempo. Porque es modo de orar que hace tan presto costumbre a no andar el alma perdida y las potencias alborotadas como el tiempo os lo dirá. Sólo os ruego lo probéis, aunque os sea algún trabajo, que todo lo que no está en costumbre le da más. Mas yo os aseguro que antes de mucho os sea gran consuelo entender que sin cansaros a buscar adonde está este santo Padre a quien pedís, le halléis dentro de vos.

3 (7) Su Majestad lo enseñe a las que no lo sabéis, que de mí os confieso que nunca supe qué cosa era rezar con satisfacción y consolación hasta que el Señor me enseñó este modo; y siempre he hallado tantos provechos de esta costumbre de recogerme dentro en mí, que eso me ha hecho alargar. Y por ventura todas os lo sabéis, mas alguna vendrá que no lo sepa; por eso no os pese de que lo haya aquí dicho.

Ahora vengamos a entender cómo va adelante nuestro buen Maestro, y comienza a pedir a su santo Padre para nosotros, y qué pide, que es bien lo entendamos.


Capítulo 51 (30)


Lo que importa entender lo que se pide en la oración.


1 ¿Quién hay, por desbaratado que sea, que cuando pide a una persona grave no lleva pensado cómo lo pedir para contentarle y no serle desabrido, y qué le ha de pedir, y para qué ha menester lo que le ha de dar, en especial si pide cosa señalada, como nos enseña que pidamos nuestro buen Jesús? Cosa me parece para notar mucho. ¿No pudierais, Señor mío, concluir con una palabra y decir: dadnos, Padre, lo que nos conviene?, pues a quien tan bien lo entiende todo, no parece era menester más.

2 ¡Oh Sabiduría de los ángeles! Para Vos y vuestro Padre esto bastaba, que así le pedisteis en el huerto: mostrasteis vuestra voluntad y temor, mas dejásteislo en la suya; mas a nosotros conocéisnos, Señor mío, que no estamos tan rendidos como lo estabais Vos a la voluntad de vuestro Padre y que era menester pedir cosas señaladas para que nos detuviésemos un poco en mirar siquiera si nos está bien lo que pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque, según somos, si no nos dan lo que queremos, con este libre albedrío que tenemos, no admitiremos lo que el Señor nos diere; porque, aunque sea lo mejor, como no vemos luego el dinero en la mano, nunca nos pensamos ver ricos.

3 ¡Oh, válgame Dios, qué hace tener tan dormida la fe para lo uno y lo otro, que ni acabamos de entender cuán cierto tendremos el castigo ni cuán cierto el premio! Por eso es bien, hijas, que entendáis lo que pedís en el Paternoster, para que, si el Padre Eterno os lo diere, no se lo tornéis a los ojos, y penséis muy bien si os está bien; y si no, no lo pidáis, sino pedid que os dé su Majestad luz; porque estáis ciegas y tenéis hastío para no poder comer los manjares que os han de dar vida, sino los que os han de llegar a la muerte, ¡y qué muerte tan peligrosa y tan para siempre!


Capítulo 52 (30)


Que trata de estas palabras: «sanctificetur nomen tuum, adveniat regnum tuum». Comienza a declarar oración de quietud.


1 (4) Pues dice el buen Jesús: «Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino». Ahora mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Esposo. Considero yo aquí, y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio su Majestad que no podíamos santificar ni alabar ni engrandecer ni glorificar ni ensalzar este nombre santo del Padre Eterno -conforme a lo poquito que podemos nosotros- de manera que se hiciese como es razón, si no nos proveía su Majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro. Porque entendáis, hijas, esto que pedimos y lo que nos importa pedirlo y hacer cuanto pudiéremos para contentar a quien nos lo ha de dar, os quiero decir aquí lo que yo entiendo. Si no fuere bien, pensad vosotras otras consideraciones, que licencia nos da el Señor, como en todo nos sujetemos a lo que tiene la Iglesia (como lo hago siempre, y aun esto no os daré a leer hasta que lo vean personas que lo entiendan), al menos si no lo fuere, no va con malicia, sino con no saber más.

2 (5) El gran bien que hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosas de la tierra; un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie; todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta perfección y en un ser, mas muy de otra manera le amaríamos si le conociésemos.

3 (6) Parece que voy a decir que hemos de ser ángeles para pedir esta petición y rezar vocalmente. Bien lo quisiera nuestro divino Maestro, pues tan alta petición nos manda pedir, y a buen seguro que no nos dice que pidamos cosas imposibles; que posible sería -con el favor de Dios- venir un alma puesta en este destierro (aunque no en la perfección que están ya salidas de esta cárcel, porque andamos en mar y vamos este camino); mas hay ratos que, de cansados de andar, los pone el Señor en un sosiego de las potencias y quietud del alma que, como por señas, les da claro a entender a qué sabe lo que se da a los que el Señor lleva a su reino; y a los que se les da acá como le pedimos, les da prendas para que por ellas tengan gran esperanza de ir a gozar perpetuamente lo que acá les da a sorbos.

4 (7) Si no dijeran que trato de contemplación, venía aquí bien en esta petición hablar un poco de principios de pura contemplación, que los que la tienen llaman oración de quietud; mas, como he dicho que trato de oración vocal, parece no viene lo uno con lo otro a quien no lo supiere, y yo sé que sí viene. Perdonadme que lo quiero decir aquí, porque sé que muchas personas rezando vocalmente las levanta Dios a subida contemplación, sin procurar ellas nada ni entenderlo; por esto pongo tanto, hijas, en que recéis bien las oraciones vocales. Conozco una monja que nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a ésta lo tenía todo, y si no, íbasele el entendimiento tan perdido que no lo podía sufrir. Mas ¡tal tengan todas la mental! En ciertos Paternóster que rezaba a las veces que el Señor derramó sangre, se estaba -y en poco más- dos o tres horas, y vino a mí muy congojada, que no sabía tener oración ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Era ya vieja y había gastado su vida harto bien y religiosamente. Preguntándole yo qué rezaba, en lo que me contó vi que asida al Paternóster la levantaba el Señor a tener unión. Así alabé al Señor y hube envidia su oración vocal. Así que no penséis los que sois enemigos de contemplativos que estáis libres de serlo si las oraciones vocales rezáis como se han de rezar, teniendo limpia conciencia; así que todavía lo habré de decir. Quien no lo quisiere oír, pase adelante.


Capítulo 53 (31)


Prosigue en declarar la misma oración de quietud. Es mucho de notar.


1 Esta oración de quietud, adonde yo entiendo comienza el Señor, como digo, a dar a entender que oye nuestra petición y que comienza ya a darnos su reino aquí, para que de verdad alabemos su nombre y procuremos le alaben otros -aunque por tenerlo escrito en otra parte, como he dicho, no me alargaré mucho en declararlo- diré algo.

2 Es cosa sobrenatural y que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos, porque es un ponerse el alma en paz o ponerla el Señor con su presencia, como hizo al justo Simeón, porque todas las potencias se sosiegan. Entiende el alma -por una manera muy fuera de entender con los sentidos exteriores- que está ya junta cabe su Dios, que con poquito más llegará a estar hecha una misma cosa con él por unión. Esto no es porque lo ve con los ojos del cuerpo ni del alma. Tampoco no veía el justo Simeón más del glorioso niño pobrecito; que en lo que llevaba envuelto y la poca gente de acompañamiento que iba en la procesión, más pudiera juzgarle por romerito hijo de padres pobres que por Hijo del Padre celestial; mas dióselo el mismo Niño a entender. Y así lo entiende acá el alma, aunque no con esa claridad; porque aun ella no se entiende más de que se ve en el reino (al menos cabe el rey que se le ha de dar), y parece que la misma alma está con acatamiento aun para no osar pedir.

3 Es como un amortecimiento interior y exteriormente, que no querría el hombre exterior (digo el cuerpo, que alguna simplecita vendrá que no sepa qué es interior y exterior), así que no se querría bullir, sino ya -como quien ha llegado casi al fin del camino- descansa y siéntese grandísimo deleite en el cuerpo y grande satisfacción, y el alma está tan contenta de sólo verse cabe la fuente, que aun sin beber está ya harta; no parece hay más que desear: las potencias sosegadas, que no querrían bullirse, aunque no están perdidas, porque piensan en cabe quién están y pueden; es un pensamiento sosegado; no querrían se menease el cuerpo porque no las desasosegase; piensan una cosa y no muchas; dales pena el hablar; en decir «Padre nuestro» una vez se les pasará una hora. Están tan cerca, que ven que se entienden por señas; están en el palacio cabe el Rey; están en su reino, que se les comienza ya el Señor a dar aquí. Vienen unas lágrimas sin pesadumbre algunas veces y con mucha suavidad; todo su deseo es que sea santificado este nombre. No parece entonces que están en el mundo, ni le querrían ver ni oír, sino a su Dios. No les da pena nada, ni parece se la ha de dar.

4 (8) En lo que trataba de oración de quietud dejé de decir esto: que acaece mucho estar el alma en verdadera quietud y el entendimiento tan remontado, que parece no es en su casa aquello que pasa. Y, a la verdad, así me parece acaece entonces, que no está sino como en casa ajena por huésped y buscando otras posadas adonde estar; que aquélla no le contenta porque sabe poco estar en un ser (no deben de ser así otros; conmigo hablo, que algunas veces me deseo morir, de que no puedo remediar esto); otras parece hace asiento en su casa y se está con la voluntad, que si entrambos se conciertan es una gloria. Es como dos casados, si lo son bien y se aman, y el uno quiere lo que el otro; mas si uno es mal casado, ya ven el desasosiego que da a su mujer. Así que la voluntad cuando se ve en esta quietud (y nótese mucho este aviso, que importa) no haga caso de él más que de un loco; porque si le quiere traer consigo, forzado se ha de ocupar e inquietar algo. Y en este punto de oración todo será trabajar y no ganar más, sino perder lo que le da el Señor sin ninguno suyo.

5 (9) Y advertid mucho a esta comparación que me puso el Señor estando en esta oración y cuádrame mucho: está el alma como un niño que aún mama cuando está a los pechos de su madre, y ella, sin que él paladee, échale la leche en la boca por regalarle. Así es acá, que sin trabajo del entendimiento se le pone el Señor en el alma, y quiere que entienda está allí, y que trague la leche que le da, y esté entendiendo que se lo da, y amando. Si va a pelear, para dar parte al entendimiento y traerle consigo, no puede a todo; forzado dejará caer la leche de la boca y pierde aquel mantenimiento divino.

6 (10) En esto diferencia esta oración de unión, como en otras cosas: que acullá aun este tragar no hace el alma; dentro de sí, sin entender cómo, la pone el Señor el mantenimiento. Aquí aun parece quiere trabaje un poquito, aunque es con tanto descanso que casi no se siente. Quien tuviere esta oración entenderá claro lo que digo -si lo mira con advertencia- después de haber leído esto, y mire que importa; si no, parece algarabía. Así que si sintiendo en sí esta oración, que es un contento quieto y grande de la voluntad y sosegado (sin saberse determinar de qué es señaladamente, aunque bien se determina que es diferentísimo de los contentos de acá y que no bastaría señorear el mundo ni los contentos de él para sentir aquella satisfacción, que es en lo interior de la voluntad), que estotros contentos de la vida paréceme a mí que los goza lo exterior de la voluntad, la corteza, digamos. Digo que cuando se viere en este tan subido grado de oración, que es, como he dicho ya, muy conocidamente sobrenatural, si el entendimiento se fuere a los mayores desatinos del mundo, ríase de ello y déjele para necio y estése en su quietud, que él irá y vendrá; que aquí es ya señora y poderosa la voluntad; ella se le traerá sin hacer vos nada. Y si queréis a fuerza de brazos, perdéis la fortaleza que tenéis para contra él -que viene de comer y admitir aquel divino sustentamiento-, y ni el uno ni el otro ganaréis nada, sino podríamos decir que quien mucho quiere apretar junto, lo pierde todo. La experiencia dará esto a entender; que para entenderlo sin que nos lo digan, es menester mucha, y para hacerlo y entenderlo después de leído, es menester poca.

7 (11) En fin, lo que dura con la satisfacción y deleite que se tiene, con razón pueden decir que están en su reino y que les ha oído el Padre Eterno su petición de que haya venido a ellas. ¡Oh dichosa demanda, que tanto bien pedimos sin entenderlo! ¡Dichosa manera de pedir! Por eso quiero yo, hermanas, que miremos cómo rezamos esta oración celestial y lo que pedimos en ella, porque está claro que, si Dios nos hace esta merced, que hemos de descuidarnos de negocios del mundo, porque llegado el Señor del mundo, todo lo echa fuera. No digo que todos los que la pidieren, por fuerza estén desasidos del mundo del todo; al menos querría entiendan lo que les falta y se humillen, y tan gran petición no la pidan como quien no pide nada, y que si el Señor les diere lo que le piden, no se lo tornen a los ojos.

8 (12) Que hay muchos -y yo he sido la una- que está el Señor enterneciéndolos y dándoles inspiraciones santas y luz de lo que es todo y, en fin, dándoles este reino, poniéndolos en esta oración de quietud, y ellos haciéndose sordos. Y hay almas tan amigas de hablar y decir muchas oraciones vocales muy aprisa por acabar su tarea -que tienen ya por sí de decirlas cada día-, que, aunque les ponga su reino el Señor en las manos y les dé esta oración de quietud y esta paz interior, no la admiten; sino que ellos mismos, con su rezar, piensan que hacen mejor y se divierten.

9 (13) Esto no hagáis, hermanas, cuando el Señor os hiciere esta merced; mirad que perdéis un gran tesoro y que hacéis mucho más con una palabra de cuando en cuando del Paternóster, que con decirle muchas veces aprisa y no os entendiendo. Está muy cerca a quien pedís, no os puede dejar de oír; y creed que aquí es el verdadero alabar de su nombre y el santificarle, porque ya, como cosa de su casa, glorificáis al Señor y alabáisle con más afición y deseo, y parece que no podéis dejarle de servir. Así que en esto os aviso que tengáis mucho aviso, porque importa muy mucho.



Camino de Perfección 43