Homilias Crisostomo 2 35

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XXXV HOMILÍA primera en honor del santo apóstol PABLO.

Con mucha frecuencia el Crisóstomo teje las alabanzas de San Pablo en sus Homilías y en sus escritos, porque era San Pablo uno de los santos a quienes más amaba y admiraba; y aun corría la fama de que algunos de sus escritos le habían sido dictados directamente por el apóstol, que se le aparecía. Esa fama no se ha comprobado tener fundamento histórico aceptable. Sin embargo hay siete Homilías del Crisóstomo dedicadas expresamente a las alabanzas de San Pablo; y por este motivo las hemos incluido en este volumen dedicado a las encomiásticas. Fueron todas predicadas en Antioquía. Unas antes del mes de enero y otras en seguida de las kalendas de este mes. Pero del año nada se sabe. Aniano las tradujo al latín con cuidado, por creer que en ellas el santo Doctor antioqueno favorecía a su secta, que era la de los pelagianos, exaltando en demasía el poder del libre albedrío; con todo no torció el sentido de las frases del santo por favorecer sus propios errores.

EN NADA SE EQUIVOCARÍA quien llamara al alma de Pablo un prado de virtudes y un paraíso espiritual: ¡en tal manera floreció con la gracia y tan grande fue la perfección de vida que con la gracia demostró! Porque fue hecho vaso de elección y además él mismo procuró purificarse, por eso los dones del Espíritu Santo se derramaron en él con abundancia. De ahí sacó en provecho nuestro los admirables ríos; ni solamente fueron cuatro como los de la fuente del paraíso, sino muchísimos más que fluyen cada día; y no para regar la tierra sino para despertar las almas de los hombres y que produzcan y germinen la virtud. ¿Qué discurso, por tanto, sería suficiente para declarar sus méritos? ¿qué lengua puede igualar a lo que piden sus alabanzas? ¿cómo alcanzaremos la grandeza de los encomios, cuando él tiene en su alma todos los dones que se hallan en los demás hombres y todos con exceso? ¡Ni solamente los de los hombres, sino también los de los ángeles! Pero no por esto callaremos; antes bien, por esto hablaremos. Porque no hay más excelente género de alabanza que aquel en que la virtud excede al poder del discurso, lo mismo que la grandeza del que es alabado. De manera que el ser vencidos nosotros les es más glorioso que si hubiéramos alcanzado innumerables victorias.

¿De dónde, pues, podremos con oportunidad mayor tomar comienzo para sus alabanzas? ¿Por dónde comenzaremos a alabarlo primero, sino ante todo por esto: que demostremos cómo él posee los bienes de todos? Porque si los profetas ostentaron algún poder y nobleza, o bien los patriarcas o los justos o los apóstoles o los mártires, Pablo tiene todo eso juntamente y con tanta excelencia con cuanta no poseyó ninguno de aquéllos en el particular bien en que sobresalía. ¡Examina, pues, esto con mayor diligencia!

Ofreció Abel un sacrificio y por ello es alabado. Pero, si lo comparamos con el sacrificio de Pablo, aparecerá éste tan superior a aquél como el cielo está sobre la tierra. ¿Cuál sacrificio suyo queréis que traiga a la memoria? Porque no ofreció uno solo, sino que cada día se ofreció a sí mismo y se inmoló. Y ese sacrificio cotidiano lo ofrecía doblemente: de un modo, muriendo cada día, y de otro llevando sin interrupción en su cuerpo la mortificación. Constantemente se preparaba para los peligros y con su voluntad consumaba el martirio. Y mortificando en sí mismo la natural tendencia de la carne, no cumplía menos, antes mucho más, con el oficio de hostia inmolada a Dios. No ofrecía ovejas ni bueyes, sino que se inmolaba a sí mismo doblemente cada día, como ya dijimos.

Y por esto, confiadamente decía: ¡Yo ya me inmolo! (1), llamando inmolación a su sangre. Ni se contentó con solos estos sacrificios; sino que, como se había consagrado completamente a Dios, procuró además ofrecerle todo el universo, puesto que recorrió la tierra y el mar, Grecia y la tierra de los bárbaros, y todas las regiones que existen debajo del cielo, como si estuviera dotado de alas. Y esto no con un trabajo sencillo, como quien recorriera vanamente los caminos, sino arrancando al mismo tiempo las espinas del pecado, sembrando en todas partes la palabra de la piedad, extirpando los errores, trayendo a los hombres a la verdad y haciéndolos de hombres ángeles: ¡más aún, como arrebatando esos mismos hombres a los demonios y llevándolos a los ángeles!

Por esto, ya próximo a salir de este mundo, tras de tantos sudores y de innumerables victorias, decía, para consuelo de sus discípulos: Pero si me inmolo en libación añadida al sacrificio y en servicio de vuestra fe, me alegro y me congratulo con todos vosotros; de lo cual vosotros también alegraos y congratulaos conmigo. (2) Pues ¿qué cosa se encontrará que iguale el sacrificio en que Pablo, habiendo desnudado la espada del Espíritu Santo, se inmoló y se ofreció sobre el altar que está colocado en los cielos? Cuanto a Abel, murió herido dolosamente por su hermano, y por esto quedó más esclarecido. Pero yo te mostraré innumerables muertes, tantas cuantas fueron los días que este bienaventurado vivió predicando.

Mas, si quieres conocer aquella muerte también, que finalmente se cumplió en realidad, observa que Abel fue muerto por su hermano a quien él no había ofendido, pero tampoco había colmado de beneficios; mientras que Pablo fue muerto por aquellos a quienes deseaba sacar de infinitos males y por los que sufrió todo lo que había padecido. Cuanto a Noé, fue varón justo y perfecto en su generación, y el único que era tal entre todos: pero también Pablo fue encontrado tal el único entre todos. Y se lee que aquél se libró solamente a sí mismo y a sus hijos: éste, en cambio, cuando inundaba al mundo un diluvio mucho más cruel, no fabricando una arca con tablas ensambladas, sino en vez de tablas fabricando epístolas, libró de entre las olas no a dos o tres de sus hermanos, sino en absoluto a todo el orbe amenazado de sumergirse.

Ni era esta arca de tal naturaleza que solamente pudiera ser llevada en torno de un lugar, puesto que abarcaba en sí todos los términos de la tierra. Porque hasta el día de hoy, Pablo los introduce a todos en esta arca que preparó con capacidades para salvar a toda la multitud; arca que habiendo recibido en su seno a gentes casi más necias que los animales irracionales, las hizo imitadoras de los ángeles. Y aun en esto vence esta arca a la otra. Porque aquélla, habiendo recibido en su interior un cuervo, cuervo lo devolvió a los aires; y habiendo recibido un lobo, no pudo cambiarle su fiereza. Pero no así ésta: porque habiendo recibido lobos los cambió en ovejas; habiendo recibido gavilanes y grajos, los volvió palomas; y habiendo excluido toda fiereza e irracionalidad, introdujo en el mundo la mansedumbre del Espíritu Santo; y hasta el día de hoy permanece flotando y no se desbarata. Porque no puede destrabar sus tablas tempestad ninguna de malicia. Más aún: al navegar, frenó los ímpetus de las tempestades; que fue cosa connatural a ella. Porque sus tablas no están calafateadas con pez y betún, sino ungidas con el Espíritu Santo.

Pero dirás que a Abrahán todos lo admiran. Porque, en oyendo: ¡Abrahán! ¡sal de tu tierra y de tu parentela! (3) al punto abandonó su tierra y su casa y sus amigos y parientes, cuya pérdida sólo se compensaba con el amor al precepto divino. También nosotros por eso lo admiramos. Pero ¿cómo puede equipararse a Pablo? Porque Pablo, no solamente abandonó su patria y casa y parientes, sino el mundo mismo. Más aún: abandonó el cielo y los cielos de los cielos: todo lo despreció mirando a Cristo y buscando una sola cosa en vez de todas esas otras, que era la caridad de Cristo. Porque dice: Ni las cosas presentes ni las futuras, ni lo alto, ni lo profundo, ni otra criatura alguna, podrá separarnos de la caridad que es en Cristo Jesús Señor Nuestro. (4)

Pero Abrahán, entregándose a sí mismo al peligro, arrancó de manos de los bárbaros al hijo de su hermano. Así es. Mas Pablo arrancó no al hijo de su hermano, ni a tres ni a cinco ciudades, sino al universo entero de las manos no de los bárbaros sino del demonio, afrontando cada día innumerables peligros, y procurando, además, la salvación de todos, mediante mil muertes suyas. Todavía, lo principal de las buenas obras de aquél y el colmo de su prudencia y sabiduría fue el haber querido inmolar a su propio hijo. Pero, aun en esto encontramos que Pablo se le aventaja; puesto que no inmoló a su hijo, sino a sí mismo infinitas veces, como ya dijimos.

Y en Isaac ¿qué admiraría alguno? Ciertamente muchas otras cosas, pero sobre todo su paciencia. Porque, cavando pozos y siendo orillado hasta los últimos extremos, no se resistía, sino que llevaba en paciencia el que los pozos por él excavados fueran luego ensolvados y tuviera que pasarse a otro lugar. (5) Y no se lanzaba contra sus adversarios y no reunía un ejército de los suyos; sino que en todas partes cedía sus posesiones hasta saciar la injustísima iniquidad de aquéllos. Pero Pablo, no mirando pozos cubiertos de piedras, sino su propio cuerpo lapidado, no solamente no se daba por vencido como aquél, sino que procuraba llevar al cielo a los mismos que lo lapidaban. Porque esta fuente, cuanto más la ensolvaban tanto brotaba con mayor ímpetu y corría difundiendo más abundosos caudales.

Se admira la Escritura de la longanimidad y paciencia del hijo de éste, Jacob. Pero ¿qué alma hay tan de diamante que pueda imitar la paciencia de Pablo? Porque Pablo soportó les trabajos de la servidumbre por la esposa de Cristo no durante catorce años, sino durante toda su vida; y no solamente quemado al calor del sol en el día y del hielo en la noche, sino además sobrellevando mil géneros de tentaciones. Y ahora destrozado y despedazado con azotes o con piedras, ahora luchando ya con las bestias feroces ya con las olas del mar, ahora en fin peleando días y noches con el hambre continua, y haciendo frente a todos los peligros en todas partes, sacaba de las fauces del lobo a las ovejas que ya había arrebatado.

Cierto que también José fue adornado con la virtud del pudor. Pero yo temo no vaya a ser incluso ridículo alabar a Pablo por este capítulo: ¡a Pablo, que crucificándose al mundo, de tal manera miraba no solamente la belleza de los cuerpos sino también todo cuanto de belleza y de ornato aparece en las demás cosas, como nosotros vemos las cenizas y pavezas, y permanecía insensible y como un muerto delante de otro cadáver! Y como reprimiera con tan grande empeño los naturales incentivos y sus vicios, nunca sufrió nada humano en demasía por lo que toca al afecto para con las demás personas.

Todos los hombres admiran a Job y por cierto con muchísima razón. Porque es un adroirable atleta y tal que puede ver de frente al mismo Pablo, por la paciencia y la pureza de su vida y el testimonio de Dios y su esforzadísima lucha contra el demonio y la victoria que en semejante combate consiguió. Pero Pablo, habiendo durado en la batalla no unos meses sino muchos años, brilló tan resplandeciente, no precisamente rayendo la pus de su carne con la gleba de la tierra, sino cayendo con frecuencia en las mismas fauces del león dotado de inteligencia, y luchando contra infinitas tentaciones, que permaneció más inmóvil que una roca; y soportó no a tres ni cuatro amigos, sino a todos los infieles y falsos hermanos que lo cargaron de oprobios, como un escupido y maldito de todos.

Pero dirás que aquel Job ejercía grande hospitalidad y tenía sumo cuidado de los pobres: ¡no lo negamos! Mas creemos que esa hospitalidad era inferior a la de Pablo; y tanto más inferior era cuanto es más inferior el cuerpo respecto del alma. Porque la caridad que aquél tenía con los enfermos según la carne, éste la mostraba con los enfermos del alma, unas veces dirigiendo por el verdadero camino a quienes cojeaban y estaban privados del recto raciocinio; otras vistiendo con la estola de la celestial sabiduría a quienes andaban deformes por la desnudez espiritual. Y aun en los beneficios corporales, tanto más superaba Pablo a Job, cuanto es más el prestar auxilio a los necesitados cuando se vive en la indigencia y el hambre, que proveerlos de todo cuando se tiene abundancia de riquezas. Porque la casa de Job se abría a todo el que llegaba, pero el alma de Pablo abierta estaba a todo el universo y a todo el pueblo de los fieles, a los cuales recibía en benigno hospedaje dentro de su corazón, y les decía: ¡No estáis estrechos en nosotros, estáis estrechos en vuestras entrañas! (6)

Y por cierto, Job se mostraba liberal con los pobres porque tenía innumerables ovejas y bueyes; Pablo, en cambio, no poseyendo otra cosa que su cuerpo, de su escasez suministraba suficientemente a los necesitados. Y él mismo dice en alguna parte recordándolo: ¡Estas manos suministraron para mis necesidades y las de los que estaban conmigo! (7) Porque del trabajo de su cuerpo hacía una renta para los pobres y los hambrientos. Pero a Job, dirás, los gusanos y las llagas le causaban terribles e intolerables dolores. ¡Lo confieso! Mas si consideras los azotes de Pablo durante tantos años, y su desnudez unida al hambre continua, y sus cadenas y las cárceles y asechanzas y los peligros que afrontaba ya de los domésticos, ya de los extraños, ahora de los tiranos y ahora, en una palabra, del orbe todo; y a eso añades otras cosas aún más amargas, como los sufrimientos que padecía por causa de los que se escandalizaban y por la solicitud de todas las iglesias y cómo se quemaba con cada uno de los que eran escandalizados, verás que el alma que tales cosas sufría era más dura que cualquier roca, y superaba al hierro y al diamante en la firmeza. Lo que Job en su carne, eso lo sufrió Pablo en su espíritu; puesto que por cada uno de los que caían lo consumía una tristeza mucho más molesta que cualesquiera gusanos.

Y por esto derramaba fuentes de lágrimas continuas no solamente de día, sino también durante la noche; y por cada uno se afligía mucho más que la mujer en sus partos; y por esto exclamaba: ¡Mijitos míos a quienes yo de nuevo doy a luz! (8) Y después de Job ¿a quién otro se juzgará digno de admiración? ¡Sin duda que a Moisés! Pero también lo sobrepasa Pablo con su excelente virtud. Muchas y preclaras cosas tiene Moisés. Mas sin duda la principal y como cumbre de aquella alma santa, fue que eligió el ser borrado del libro de la vida por la salvación de los judíos. Pero Moisés prefería morir juntamente con los otros, mientras que Pablo lo prefería en favor de los otros. Porque no quiso perecer con los que perecían, sino que eligió perder la eternidad de la gloria para que los otros se salvaran.

Moisés lucha con Faraón, pero Pablo luchaba cada día con el demonio. Aquél luchó por un pueblo, éste por el orbe de la tierra y esto no brotándole sudor sino sangre en vez de sudor por todas partes, mientras llevaba al culto de la piedad no solamente las regiones habitadas del mundo sino también las desiertas; y no solamente a los griegos sino además a los bárbaros.

Podría yo traer a comparación a Jesús de Nave y a Samuel y a otros profetas; para no alargar mi discurso, acudiré a los principales. Porque una vez que aparezca superior a ésos, ya no quedará duda alguna acerca de los otros. ¿Cuáles, pues, os parece que fueron los más eminentes? ¿Quién, tras de los dichos, sino David, Elías y Juan; de los cuales uno fue el Precursor de la primera venida y el otro el de la segunda? Razón por la cual tienen el apelativo común de precursores. ¿Qué es, pues, lo más excelente que se encuentra en David? ¡Sin duda la humildad y el ferviente amor de Dios! Pero, ¿quién más o siquiera igualmente al alma de Pablo tuvo con perfección ambas cosas?

Por mi parte, no creo que en Elías se haya de admirar el que cerrara los cielos, atrajera el hambre sobre la tierra, hiciera con su palabra llover fuego del cielo; sino que ardía en celo de la gloria de Dios, y en este afecto de su mente ardía más que el fuego mismo. Pero, si consideras con diligencia el celo de Pablo lo encontrarás tanto más excelso cuanto aquél sobresalía entre los demás profetas. Porque ¿qué se encontrará igual a las palabras con que, por el celo de la gloria del Señor, exclamaba: Porque deseaba yo ser anatema por mis hermanos que son de mi linaje según la carne? (9) Y, como tuviera delante los cielos y las coronas y los premios, se retardaba y emperezaba y decía: ¡Mas, permanecer en la carne, lo creo necesario por vosotros! (10) Por esto, para mostrar el celo y caridad con que ardía en Cristo, creyó que no le bastaba con las criaturas visibles ni con las invisibles, sino que buscaba otras que no existiesen para expresar lo que con tanto ardor deseaba.

¡Pero Juan comía langostas y miel silvestre! ¡Sí! Pero Pablo se condujo entre el estrépito del mundo lo mismo que aquél en el desierto; no ciertamente comiendo langostas y miel silvestre, sino servido de una mesa mucho más pobre; y aun ni siquiera tomando el necesario alimento, por el fervor y empeño que en la predicación tenía. ¡Pero en aquél brilló una grande constancia en contra de Herodes! Mas éste no a uno, ni a dos, ni a tres, sino a innumerables hombres, constituidos en potestad semejante a la de aquél, los corrigió, y eran aún mucho más crueles que aquel tirano.

Sólo queda que comparemos a Pablo con los ángeles. Por esto, abandonemos la tierra y subamos hasta las cumbres de los cielos. Y nadie acuse de audacia nuestras palabras. Porque si la Escritura a Juan y a los sacerdotes de Dios los llamó ángeles ¿cómo se puede admirar de que a Pablo, más excelente que todos aquéllos, lo comparemos con las celestiales Virtudes? ¿Qué es, pues, lo que juzgamos grande en los ángeles? Sin duda que con grande cuidado sirven a Dios. David, admirado precisamente de eso, decía: ¡Poderosos en su fortaleza, que hacen sus mandatos! ll Ya que no hay bien alguno en absoluto igual a éste, aun cuando ellos sean mil veces incorpóreos. Porque esto es lo que sobre todo los hace felices, que obedecen los preceptos de Dios y no los desobedecen en ninguna cosa.

Pues esto mismo podemos observar cómo Pablo manifiestamente lo cumplió con toda diligencia y cuidado. Ni solamente cumplió la palabra de Dios, sino además sus preceptos y aún más que sus preceptos. Y declarando esto dijo: ¿Cuál es pues mi mérito? ¡Que al evangelizar lo hago gratuitamente, sin hacer valer mis derechos por la evangelización! (12) Pues ¿qué otra cosa es la que admira en los ángeles el profeta? Porque dice: El que hace ángeles a sus espíritus y a sus ministros fuego quemante. (13) Mas esto, también en Pablo lo podemos encontrar. Porque él, a la manera de fuego y de espíritu, recorrió todo el orbe de la tierra, y recorriéndolo lo purificó.

¡Pero Pablo aún no ha participado del cielo! Pues ¡esto es lo más admirable! ¡que de tal manera procedía acá en la tierra y vestido aún con la carne, que competía con la virtud de las Potestades incorpóreas! ¡De cuán grande condenación, por consiguiente, somos dignos nosotros, si no procuramos imitar siquiera en alguna mínima parte al hombre que en sí reunió todos los bienes! ¡Considerando estas cosas, mostrémonos ajenos a la culpa, y procuremos acercarnos al celo que aquél tuvo, para que merezcamos llegar a los mismos bienes a que él llegó, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien compete la gloria y el poder ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. (14)


(1) 2Tm 4,6

(2) Ph 2,17-18.

(3) Gn 12,1.

(4) Rm 8,38-39.

(5) Gn 26,15.

(6) 2Co 6,12.

(7) Ac 20,34.

(8) Ga 4,19.

(9) Rm 9,3.

(10) Ph 1,24.

(11) Ps 102,20.

(12) 1Co 9,18.

(13) Ps 103,4.

(14) Como se ve, el santo Doctor, llevado de su cariño a San Pablo, se es fuerza por ponerlo por encima de los más grandes santos. Pero hay en toda su forma de argumentar algo de sencillez patriarcal. La forma antitética del elogio es del todo retórica; el estilo es simple; pero la fuerza de las razones nos parece que deja que desear: semejantes comparaciones de varón a varón y de virtud a virtud son siempre dificilísimas y de ordinario deficientes.


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XXXVI HOMILÍA segunda en honor del santo apóstol PABLO.

QUÉ SEA EL HOMBRE y cuán grande lo noble de su naturaleza y de cuánta virtud sea capaz, aun siendo animal, entre todos lo manifiesta principalmente Pablo; el cual, desde que vivió hasta el tiempo presente, sigue dando la respuesta en altas voces, a todos los que nos acusan, y sale a la defensa de Dios, y nos exhorta a la virtud, y cierra las bocas imprudentísimas de los blasfemos, y enseña además que no es mucha la distancia entre los ángeles y los hombres a fin de que con mayor diligencia nos ejercitemos a nosotros mismos. Puesto que él, sin poseer una naturaleza distinta ni una ánima diferente, ni habitar en otro mundo, sino educado en la misma tierra y en la misma región y bajo las mismas leyes y costumbres, superó grandemente a todos los hombres que ahora existen y que ya existieron en lo que toca a la virtud.

¿Dónde están los que colocan al vicio en un plano inclinado hacia abajo y a la virtud en una alta cumbre? Porque Pablo manifiestamente está en desacuerdo con ellos al decir: Pues por la momentánea y ligera tribulación se nos prepara un peso eterno de gloria incalculable. (1) Pero, si las tribulaciones se halla que son ligeras ¿cuánto más lo serán las delicias que en nosotros se encuentran? Pero no es sólo esto lo admirable en Pablo: que por la abundancia de la devoción en cierto modo no sintiera los dolores sufridos para alcanzar la virtud, sino que a la virtud misma no la tomara como premio.

Porque nosotros ni aun propuesto el premio peleamos por la virtud; virtud que él, aun sin premio, abrazaba y amaba, y sufría con toda magnanimidad todo cuanto a causa de su aspereza suele impedir el ejercicio de ella. Y no acusó, ni puso como motivo la debilidad del cuerpo, ni la multitud de negocios que por todas partes lo oprimía, ni la tiranía de la naturaleza, ni otra cosa alguna en absoluto; a pesar de que se le había encomendado una carga mayor que la que llevaban todos los jefes de milicias y todos los reyes de la tierra. Sino que cada día se levantaba más alto, cada día con más grande fervor; y luchaba con renovada diligencia contra los peligros que lo amenazaban. Y significando esto mismo, decía: ¡Olvidándome de lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante…! (2)

Y como hubiera visto la muerte ya inminente, excitaba a otros a compartir su deleite y su gozo y les decía: / Gózaos y congratuladme! (3) Y al tener delante peligros, injurias y oprobios, de nuevo salta de gozo, y escribe a los de Corinto: ¡Me gozo en las enfermedades, las contumelias, las persecuciones! (4) y decía que éstas eran las armas de la justicia, indicando con eso que de ello se le seguía el máximo fruto.

Así pues: cuando se encontraba en medio de las asechanzas de los enemigos, triunfaba victorioso de todas las impugnaciones.

Y azotado con varas y cubierto de maldiciones e injurias en todas partes, como si celebrara un triunfo y levantara constantes trofeos, se gloriaba y daba gracias a Dios, y decía: ¡Gracias a Dios que siempre nos hace triunfar! (5) Y con esto, se apresuraba a la contradicción y a las injurias que padecía por su empeño en la predicación, mucho más que nosotros a los honores y a los deleites; y mucho más deseaba él la muerte que nosotros la vida, mucho más la pobreza que la opulencia, mucho más los trabajos que otros el descanso después de los trabajos; y prefería la tristeza al gozo y oraba con mayor empeño por sus enemigos que nosotros contra ellos. Porque él había invertido el orden de las cosas; o mejor dicho, somos nosotros quienes hemos pervertido el orden de las cosas. Él lo guardó en la forma en que Dios lo tiene instituido.

Porque todo lo que Pablo deseaba, es lo conveniente a la naturaleza; y en cambio todo lo que aquél huía le es contrario. ¿Cómo podemos probar esto? Porque siendo hombre, como lo era, Pablo más bien corría hacia aquellas cosas que no a éstas. Solamente una cosa temía y de ella temblaba: de la ofensa de Dios, y de nada más en absoluto. En consecuencia ninguna otra cosa le agradaba sino el dar placer a Dios. Y no digo sólo que no deseaba nada de las cosas presentes, sino que aún de las futuras nada deseaba. No me hables de las naciones, de las ciudades, de los ejércitos, de las provincias, de las riquezas, del poder: todas esas cosas las reputo como telas de araña. Mejor ponme delante las cosas que se nos prometen para el cielo, y así conocerás el ardor de su caridad para con Cristo.

Porque Pablo, a causa de la dulzura de ésta, no admiró la dignidad de los ángeles ni de los arcángeles, ni deseó cosa alguna de ese género, pues gozaba del amor de Cristo, que es mayor que todas esas cosas. Con él se juzgaba más feliz que todos, y sin él no deseaba ser compañero de las Dominaciones ni de los Principados. Con esta caridad, anhelaba ser de los últimos y aun de los réprobos, más bien que ser, sin ella, del número de los más elevados en el honor y más excelsos. Y era para él el singular y máximo tormento apartarse de esa caridad. Esto le equivalía a la gehena; solamente esto lo apenaba; esto era para él como infinitos e insoportables suplicios; así como el gozar de la caridad de Cristo, era la vida, el mundo, el ángel, lo presente y lo futuro, el reino y la promesa y los bienes innumerables. Fuera de perder la caridad no había cosa que tuviera por triste.

De todas las cosas que acá se poseen, ninguna reputaba como difícil ni como suave; y despreciaba todas las cosas que vemos, como suele despreciarse la hierba podrida. A los tiranos y a los pueblos que respiraban furor, los tenía como simples mosquitos. Los tormentos y muertes y suplicios sin número, los juzgaba como juegos de niños, con tal de poder sufrir algo por Cristo; porque en este caso de buena gana los abrazaba y se honraba con los vínculos de sus cadenas más que Nerón ceñido con su corona. Encerrado en la cárcel, habitaba en el cielo; y con mayor prontitud recibía los azotes y las heridas que otros arrebataban los premios en los certámenes. Amaba los dolores no menos que si fueran premios, porque los dolores mismos los tenía como premios, y los llamaba con el nombre de gracias.

Considera bien el sentido de esto. Premio era el ser desatado y morar con Cristo, mientras que el permanecer en la carne era combate. Y con todo, por la caridad de Cristo, con el deseo del certamen difería los premios y juzgaba lo otro ser más necesario. Por el contrario, estar apartado de Cristo le era dolor y combate, cosa más grave que todo dolor y todo certamen.

Estar con Cristo le era premio singular; y con todo Pablo, por Cristo, prefirió y eligió antes aquello que esto.

Aquí dirá alguno: ¡cierto! ¡pero fue porque decía que le era suave por Cristo! ¡De plano lo confieso yo también! Pues las cosas que a nosotros nos causan tristeza, a él le producían gozo sumo! ¿Para qué traigo a vuestra memoria sus tristezas y peligros? El se encontraba en suprema tristeza cuando exclamaba: ¿Quién desfallece y yo no desfallezco? ¿quién se escandaliza y yo no me abraso? (6) Y si alguno acaso nos alegara que también en la tristeza hay cierto gozo, puesto que muchos de aquellos a quienes la muerte de sus hijos ha causado una herida reciben algún consuelo en que se les deje a solas con su dolor, y se duelen más cuando se les quiere apartar del dolor, digo que eso mismo le sucedía a Pablo, quien día y noche se consolaba con sus lágrimas: ¡porque nadie con tan grande afecto deplora sus propios males como él los ajenos!

¿Cuánto crees que se afligía al dolerse de la perdición de los judíos, él, que con tal de que se salvaran deseaba incluso ser excluido del reino de los cielos? Y esto se ve porque estimaba como cosa más amarga que ellos no se salvaran que no perecer él. Porque si aquello no fuera más amargo nunca habría deseado esto otro, sino que lo elegía como cosa más llevadera. Apacentado como estaba con la esperanza suprema del premio futuro, no andaba deseando aquello a la ligera; sino que clamaba y decía: ¡Tribulación grande es para mí y dolor continuo en mi corazón! (7) Pues a quien con tanta vehemencia se dolía por cada uno de los habitantes del orbe, por así decirlo; y se lamentaba en común por todas las gentes y ciudades, y en particular por cada individuo, ¿a qué lo podremos comparar? ¿a qué hierro o a qué diamante? ¿cómo preferirá alguno llamar a esa alma? ¿oro o diamante? ¡Porque era más fuerte que todo diamante y más preciosa que el oro y que las piedras preciosas! ¡Y aun superaba a una de esas materias por su firmeza y a la otra por su precio! ¿A qué, pues, se comparará esta alma? ¡De las materias que existen ciertamente a ninguna! ¡Si acaso ai oro se le añadiera la fortaleza del diamante y al diamante se le hiciera oro, entonces quizá pudiera convenir al alma de Pablo esa comparación!

Mas ¿por qué traigo a comparación al alma de Pablo con el oro y el diamante? Coloca en contrapeso suyo en un platillo de la balanza a todo el mundo, y entonces verás cómo el alma de Pablo lo arrastra. Porque si de los que se vestían de pieles y vivían en las cavernas en un reducido hueco del mundo, lo afirma Pablo ¿con cuánta mayor razón diremos nosotros que Pablo es más excelente que el mundo y que todas las cosas del mundo? Pero, si el mundo no es digno de él ¿quizá.lo será el cielo? ¡Pues éste también es inferior! Porque si Pablo todo cuanto hay en el cielo y también al cielo mismo, lo pospuso a la caridad de Dios ¿cuánto más el Señor, que es tanto más benigno que Pablo cuanto excede en preeminencia la bondad a la malicia, lo juzgará más excelente que cielos innumerables?

Nosotros no amamos a Dios tanto como El nos ama; sino que El nos ama en tal manera efusivamente que el lenguaje no es bastante para explicarlo. Consideremos, pues, con cuan grandes honores distinguió a Pablo, aun antes de la resurrección. Lo arrebató al paraíso, lo elevó hasta el tercer cielo, lo hizo partícipe de inefables arcanos y le dio conocimiento de tan grandes misterios que ninguno de los hombres hay que pueda explicar su naturaleza. ¡Y con razón! Porque Pablo, caminando aún sobre la tierra, de tal manera procedía ya en todo, como si disfrutara de la compañía de los ángeles. Estando aún atado al cuerpo pasible, gozaba ya de la perfección propia de ellos; y estando aún sujeto a tantas debilidades, luchaba por no aparecer en nada inferior a las supremas Virtudes.

Como si tuviera alas, recorrió enseñando a todo el universo; como si no tuviera cuerpo, así despreció los trabajos y peligros; como si ya poseyera los cielos, así tuvo en menos todas las cosas terrenas; como si ya viviera entre aquellas Virtudes incorpóreas, así estaba sin cesar su mente despierta. A los ángeles con frecuencia se les ha encomendado la guarda de algunas naciones; pero ninguno de ellos gobernó el pueblo que se le había encomendado como Pablo gobernó al orbe entero.

Ni vayas a decir que no era Pablo quien hacía tales cosas: ¡porque también nosotros lo confesamos! Con todo, aun no siendo él quien las hacía, no quedaba excluido de las alabanzas por aquello que se hacía; porque se había preparado para ser digno de tan grande gracia (como para llevar adelante cosas tan excelentes y gloriosas). A Miguel se le encomendó la nación de los judíos, pero a Pablo se le encomendaron la tierra y el mar y el universo todo habitado y hasta el desierto mismo. Y no digo esto por hacer injuria a los ángeles, ¡lejos de mí! Sino para demostrar que es posible que los hombres se unan a los ángeles y alcancen méritos cercanos a los suyos.

Mas ¿por qué razón especial no se encomendó a los ángeles más bien que a los hombres el cuidado de la predicación? ¡Con el fin de que ninguna excusa encontraras si emperezas, ni dormitaras refugiándote en la diversidad de naturalezas, y finalmente para que tanto mayor fuera la admiración que suscitaran las obras cuanto de más inferior naturaleza procedieran! Porque ¿cómo no ha de parecer cosa admirable y extraña que la palabra que salta de una lengua terrena haga huir la muerte, perdone los pecados, ilumine las tinieblas de la ceguedad, y con una mutación magnífica haga de la tierra un cielo? ¡Esto admiro yo en la virtud de Dios; por esto me espanto de la prontitud de ánimo de Pablo; y de cómo se empeñó en presentarse tal; y de cómo se preparó para hacerse capaz de gracia tan inmensa!

Pero a vosotros, yo os ruego que no solamente admiréis, sino que además imitéis este preclaro ejemplo de virtudes, porque así podremos ser partícipes de sus coronas. Y si alguno se asombra al oírnos decir que quienquiera que tenga los méritos de Pablo tendrá también los mismos premios, óigalo de él mismo que dice: ¡He combatido el buen combate; he terminado mi carrera; he guardado la je! ¡Ya me está preparada la corona de justicia que me otorgará en aquel día el Señor, justo Juez; y no sólo a mí, sino a todos los que aman su venida! (8)

¿Ves como a todos los llama la participación de la misma gloria? ¡Supuesto pues que a todos se nos ha propuesto la misma corona de gloria, cuidemos de encontrarnos todos dignos de aquellos bienes que se nos han prometido! Pero no únicamente debemos considerar en Pablo la grandeza y excelencia de las virtudes y su prontitud de ánimo y la firmeza de propósito, por la que mereció llegar a tan alto grado de gracia, sino además la comunidad de naturaleza, por la cual participa con nosotros de todas las cosas connaturales.

Con esto, aun las cosas que son en sí arduas nos parecerán fáciles y ligeras. Y, tras de haber trabajado en este breve tiempo, pasaremos luego la eternidad portando aquella inmortal corona e incorruptible, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria y el imperio ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


(1) 2Co 4,17.

(2) Ph 3,13.

(3) Ph 2,18.

(4) 2Co 12,10.

(5) 2Co 2,14.

(6) 2Co 11,29.

(7) Rm 9,2.

(8) 2Tm 4,7-8.


XXXVII HOMILÍA tercera en honor del santo apóstol PABLO.

EL BIENAVENTURADO PABLO, que demostró tan grande esfuerzo y diligencia que logró elevarlo al cielo mismo, y lo hizo pasar más allá de los ángeles y de los arcángeles y de las otras Virtudes, en alguna ocasión nos exhorta a ser, conforme a su ejemplo, imitadores de Cristo; y nos dice: ¡Sed imitadores míos como yo de Cristo! (1) Pero en cambio, otras veces, guardando silencio acerca de sí mismo, nos empuja a la imitación del mismo Dios: ¡Sed, pues, imitadores de Dios, a la manera de hijos amados! (2) Mas, para demostrar que ninguna utilidad nace de esta imitación si no se vive de tal manera que ese bien aproveche a todos en común y se cuide de proporcionar alguna utilidad a todos, añadió luego: ¡Andad en caridad! (3) Por esto, en cuanto dijo sed imitadores míos, al punto pasó a hablar de la caridad; porque esta virtud es la que principalmente avecina a los hombres a Dios.

Todas las otras virtudes, cualesquiera que sean y de cualquier precio, ocupan un lugar inferior; y todas andan empleadas en el cuidado del hombre; como es en la lucha contra la concupiscencia, en la batalla que libra contra la gula, en la guerra que se ordena a extinguir la avaricia, en las pugnas contra la hinchazón de la ira. En cambio eso de amar es cosa común a nosotros y a Dios. Por esto ordenó Cristo: ¡Rogad por los que os calumnian y los que os persiguen para que seáis semejantes a vuestro Padre que está en los cielos! (4) Habiendo, pues, entendido Pablo ser este el principal de los bienes, cuidó de configurarlo en sí mismo diligentemente. Porque nadie amó tanto a sus enemigos, nadie hizo tantos beneficios a quienes le ponían asechanzas, nadie padeció tanto en bien de los que lo entristecían.

No pensaba en cuánto padecía, sino en el vínculo común de la naturaleza; y cuanto más feroces se volvían los enemigos, tanto más se compadecía de su locura. A la manera que un padre se ha con su hijo, a quien ha arrebatado el frenesí; que tanto más lo compadece y lo llora cuanto más rechazado es con insultos y con golpes, así Pablo, que conjeturaba la enfermedad de quienes lo entristecían precisamente por la magnitud misma de sus padecimientos, les aplicaba las medicinas de una mayor piedad. Escucha cuan pacientemente y con cuánta mansedumbre nos habla en favor de quienes lo habían azotado cinco veces, y lo habían cubierto de piedras, y lo habían atado, y anhelaban su sangre, y cada día procuraban hacerlo pedazos.

¡Yo les doy testimonio, dice, de que proceden por celo de Dios, aunque no según ciencia! (5) Y luego, refrenando a los que soberbiamente se levantaban sobre ellos, dice: ¡No te engrías, antes teme! ¡Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales tampoco te perdonará a ti! (6) Porque conocía que ya la sentencia del Señor estaba dada contra ellos, hacía lo único que estaba en su mano. Lloraba con frecuencia, se dolía, refrenaba a quienes querían insultarlos; y en cuanto podía, se esforzaba en tender delante de ellos alguna sombra de excusa. Y como a causa de su contumacia y dureza de corazón no podía con palabras persuadirles la fe, se entregaba a continuas oraciones: ¡Hermanos!, dice: a ellos va el afecto de mi corazón y por ellos se dirigen a Dios mis súplicas, para que sean salvos. (7)

Y luego los incita con una esperanza mejor: ¡Porque irrevocables son los dones de Dios y su llamamiento! (8) a fin de que no del todo desesperen y perezcan. Palabras son todas estas de uno que los ama y provee con empeño a su utilidad. Como cuando dice: ¡Vendrá de Sión el Libertador para alejar a Jacob de las impiedades! (9) Y en otra parte: ¡Y éstos no creyeron en la misericordia que se hizo con vosotros, a fin de que también ellos alcancen misericordia! (10) Y lo mismo procede Jeremías, haciéndose fuerza por encontrar alguna excusa para los pecadores, y diciendo sobre este punto: ¡Si nuestros pecados te resistieron, hazlo por Ti! (11) Y de nuevo: ¡No está en mano del hombre su camino, ni el hombre puede marchar, ni tomará la dirección de su camino! (12) Y todavía más: ¡Acuérdate de que somos polvo! (13)

Porque es costumbre muy universal de quienes ruegan por otros que aquellos que suplican por los que han delinquido, aunque no lleven alguna alabanza idónea para cohonestar la súplica, a lo menos pongan delante en favor de ésos alguna sombra de defensa o excusa, no precisamente ajustada al ápice de la justicia, ni que pueda asentarse como verdad segura, pero que a lo menos consuele a los que se conduelen de los que van a perecer. Por lo mismo, no ponderemos con excesivo escrúpulo tales excusas o defensas; sino entendamos que nacen de un alma adolorida y que necesita alegar algo en favor de los pecadores, y conforme a esta norma juzguemos de lo que anteriormente hemos dicho.

¿Piensas acaso que Pablo tenía ese afecto únicamente para bien de los judíos pero no de los extraños? Pues bien: como era sumamente manso, lo tenía así para los judíos como para los extraños. Oye lo que dijo a Timoteo: Al siervo del Señor no le conviene altercar, sino mostrar mansedumbre con todos, y ser pronto a enseñar, ser sufrido y con mansedumbre corregir a los adversarios, por si Dios les concede el arrepentimiento y que reconozcan la verdad y se libren del lazo del demonio a cuya voluntad están sujetos. (14) ¿Quieres ver cuan modestamente habla aun a los que habían caído en pecado? ¡Oye lo que dice a los de Corinto: ¡Temo no sea que cuando yo vaya no os encuentre como yo os quiero! (15) Y poco después: ¡No sea que cuando de nuevo vaya a vosotros sea de Dios humillado a causa vuestra, y tenga que llorar por muchos de los que antes pecaron y no hicieron penitencia de su impureza, de su fornicación y de su lascivia! 16 Y a los Gálatas dice: “¡Hijitos míos a quienes de nuevo doy a luz hasta que se forme en vosotros Cristo!"

Y por motivo del que había fornicado, oye cómo se duele, no menos que se dolía y lamentaba el mismo pecador, y rogaba a otros por él, y decía: ¡Confirmad en él la caridad! (17). Y aun al separarlo del cuerpo de la Iglesia no lo hizo sin grandes gemidos y muchas lágrimas: ¡Os escribo en medio de una gran tribulación y ansiedad de corazón, con muchas lágrimas, no para que os entristezcáis, sino para que conozcáis el gran amor que os tengo! (18) Y luego: Y me hago judío con los judíos para ganar a los judíos. Con los que viven bajo la Ley me hago como si yo estuviera sometido a ella, no estándolo, para ganar a los que bajo ella están. Me he hecho flaco con los flacos. Me he hecho todo a todos para ganarlos a todos (19). Y todavía en otra parte: ¡A fin de presentarlos a todos perfectamente en Cristo Jesús! (20).

¿Ves a esta alma que supera todo lo terreno? (21) Deseaba presentar a todos los hombres a Dios; y, en cuanto estaba en su mano, los presentó a todos. Porque se dolía como si engendrara a todo el universo, y así corría y así se apresuraba a meterlos a todos en el reino de Dios, mediante su ministerio, sus amonestaciones, sus promesas, sus oraciones, sus súplicas, aterrorizando a los demonios, ahuyentando a los corruptores de las almas; y esto ya fuera morando entre ellos, ya por medio de cartas; ya de conversaciones, ya de obras; ora por sí mismo, ora por sus discípulos; y se esforzaba en levantar a los caídos, en confirmar a los que se sostenían, en alzar de la tierra a los que en ella yacían, en sanar a los arrepentidos, en reanimar con el óleo de la exhortación a los perezosos, en gritar con todas sus fuerzas contra los enemigos, mirando amenazadoramente a los contrarios; y a la manera de un excelente jefe y médico llevaba los instrumentos de su arte y era a la vez protector de los que luchan y pronto auxiliar de los enfermos. De manera que él solo hacía todos los oficios y en todas partes custodiaba al ejército. Y no solamente en las cosas espirituales, sino también en las corporales dejó grande cantidad de documentos de providente cuidado y solicitud para con todos. Oye cómo aun acerca de sola una mujer escribe a todo un pueblo y le dice: ¡Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia de Cencres, para que la recibáis en el Señor de una manera digna de los santos y la asistáis en todo lo que fuere necesario! (22) Y también: Conocéis, dice, a la familia de Estéfana. (Os exhorto) a que cumpláis con tales familias los debidos oficios. (23) Y luego: ¡Sed deferentes con ellas! (24) Porque es una nota característica de la caridad de los santos que también en ese género de necesidades socorran. Así Elíseo, a la mujer que lo recibió en hospedaje no solamente la remuneró con beneficios espirituales, sino que procuró pagarle con beneficios corporales. Y por esto decía: ¿Tienes acaso algo que pedir del rey o del príncipe? (25) Pero ¿de qué te admiras cuando Pablo por medio de cartas dio recomendaciones; y cuando llamaba a alguno a su lado no se desdeñaba de procurarle viático para el camino, y de escribir lo mismo en su carta? Porque a Tito le dice: A Zenas, el jurisconsulto, y a Apolo, mira de proveerlos solícitamente y que nada les falte. (26) Quien recomendando a algunos escribió con tanto empeño y cuidado, sin duda que mucho más habría hecho todo lo que pudiera si a alguno hubiere visto en peligro. También escribiendo a Filemón, mediante Onésimo, observa cómo pone todo su cuidado y cuan apretadamente y con qué solicitud le ruega. Pues, quien en favor de un esclavito, y éste fugitivo, y que había robado a su señor muchas cosas, compuso toda una carta sin dudar, y rebosante de cariño, considera ¿cuál sería para con los demás?

Porque solamente una cosa juzgó ser de vergüenza: el descuidar algo en tratándose de la salvación de alguno. Por este motivo todo lo hacía y todo lo revolvía; y en absoluto no dudaba en gastar cualquier cosa por la salvación de los que debía conservar: ni palabras, ni dineros, ni su propio cuerpo. Pues, quien infinitas veces se había ofrecido a la muerte, mucho menos habría sido corto en dineros de haberlos tenido. Mas ¿por qué digo de haberlos tenido cuando puedo demostrar que no perdonó ni los dineros y eso sin tenerlos? Y para que no creas que lo que decimos es un enigma y palabra ininteligible, óyelo otra vez cómo dice: Yo de muy buena gana me gastaré y me desgastaré hasta agotarme por vuestras almas. (27) Y hablando a los de Éfeso dice: ¡Vosotros lo sabéis! ¡estas manos han suministrado a las necesidades mías y a las de los que me acompañan! (28)

Sobresalía en todas las virtudes, pero a todas las superaban las llamas violentas de su caridad. Y a la manera que el hierro cuando ha caído en el fuego todo él se convierte en fuego, así Pablo, encendido en la caridad, se hizo a todos caridad; y fue como un padre común de todo el mundo: ¡hasta tal punto imitaba en el amor a los padres de todos! Más aún: superaba por su solicitud así corporal como espiritual a todos los padres; y empleaba en favor de sus amados el dinero, las palabras, el cuerpo y el alma. Y por esto, a la caridad la llamaba plenitud de la Ley y vínculo de perfección y madre de todos los bienes y principio y fin de todas las virtudes. Y por esto decía: El fin del Evangelio es la caridad de un corazón puro, de una buena conciencia. (29) Y también: No adulterarás, no matarás y cualquier otro precepto se resume en esta sentencia: amarás a tu prójimo como a ti mismo. (30)

Siendo pues el principio y el fin y la síntesis de todos los bienes la caridad, procuremos imitar en ella a Pablo: porque él por medio de ella se hizo tal como es. ¡No me pongas delante los muertos que resucitó, ni los leprosos que curó! ¡nada de eso te exigirá Dios! ¡Adquiere la caridad de Pablo y alcanzarás la corona perfecta! ¿Quién dijo esto? Aquel mismo cultivador de la caridad, que la antepuso a los milagros y maravillas e infinitos géneros de otros dones. Porque puso en práctica tan diligentemente todas las partes de este oficio de la caridad, por eso entendió perfectamente su fuerza. Por ella fue tal cual es; y nada lo hizo tan digno de Dios como la virtud de la caridad. Y por esto decía: ¡Aspirad a dones mejores! Pero además de lo que ya hice os mostraré el camino, (31) y entendía con esas palabras la caridad y la declaraba el camino más excelente y más fácil. Caminemos, pues, también nosotros constantemente por ella, a fin de que merezcamos contemplar a Pablo; y mejor aún al Señor de Pablo; y consigamos las coronas incorruptibles por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


(1) 1Co 11,1.

(2) Ep 5,1.

(3) Ep 5,2.

(4) Mt 5,44-45.

(5) Rm 10,2.

(6) Rm 11,20-21.

(7) Rm 10,1.

(8) Rm 11,29.

(9) Is 59,20.

(10) Rm 11,31.

(11) Jr 14,7.

(12) Jr 10,23.

(13) Ps 102,14.

(14) 2Tm 2,24-26.

(15) 2Co 12,20.

(16) 2Co 12,20.

(17) 2Co 2,8.

(18) Ga 4,19.

(19) 1Co 9,20-22.

(20) Col 1,28.

(21) Col 2,4.

(22) Rm 16,1-2.

(23) 1Co 16,15-16.

(24) 1Co 16,18.

(25) 2R 4,12 ss.

(26) Tt 3,13.

(27) 2Co 12,15.

(28) Ac 20,34.

(29) 1Tm 1,5.

(30) Ga 5,14.

(31) Rm 13,9.



Homilias Crisostomo 2 35