CRISOSTOMO-SACERDOCIO Liv.1



San Juan Crisóstomo

SOBRE EL SACERDOCIO

Traducción de P. Felipe Scio de San Miguel 1773









SAN JUAN CRISTONOMO

LIBRO I

101
Muchos amigos he tenido sencillos, y verdaderos, que entendieron, y guardan escrupulosamente las leyes de la amistad; pero uno entre estos muchos ha sido, el que señalándose en amarme, ha procurado dejarlos tan atrás, como estos dejaron a los que sólo tenían conmigo una vulgar correspondencia. Era éste uno de aquéllos, que jamás se apartó de mi lado; porque habiéndose aplicado a unos mismos estudios, y tenido unos mismos maestros, era siempre una nuestra inclinación, y cuidado en las ciencias a que nos aplicábamos, y no diferente el deseo de ambos, porque procedía de unos mismos principios. Ni duró esto sólo aquel tiempo que frecuentábamos las escuelas; continuó también, cuando habiéndolas dejado, fue necesario deliberar sobre el estado más conveniente de vida que debíamos abrazar; aun en este lance fueron muy conformes nuestros sentimientos.

Fuera de éstas, había otras muchas causas, por las que se conservaba entre nosotros invariable, y constante esta uniformidad. Ninguno de los dos podía vanagloriarse sobre el otro por la nobleza de su patria; ni a mí me sobraban conveniencias, ni él se veía acosado de una extremada pobreza; sino que a la proporción de nuestros haberes correspondía la uniformidad de nuestras voluntades; era igualmente honrada nuestra familia. Finalmente, no había cosa que no conspirase a formar la unión estrecha de nuestros ánimos.

Pero cuando llegó el tiempo de que aquel hombre feliz abrazase el instituto monástico, y siguiese la verdadera filosofía; ya desde entonces quedaron desiguales nuestros pesos: su balanza se levantaba en alto, al paso que yo, enredado en los deseos del siglo, hacia bajar la mía, y la violentaba a que quedase oprimida, cargándola de pensamientos juveniles. Aun entonces permanecía entre nosotros, del mismo modo que antes, una firme y constante amistad; pero debía interrumpirse nuestro trato. ¿Cómo era posible que pudiésemos mantenerlo continuo, siendo nuestras ocupaciones tan diversas?

Pero luego que comencé yo también, poco a poco, a sacar la cabeza de entre las tempestades de la vida, me recibió en esta ocasión con los brazos abiertos; pero ni aun así pudimos conservar nuestra primera igualdad: porque habiéndome prevenido en el tiempo, y manifestado un ardor de ánimo increíble, se levantaba todavía sobre mí, llegando a tocar un punto de elevación muy grande.

Sin embargo, siendo él de una índole muy buena, y haciendo gran aprecio de mi amistad, abandonó la compañía de todos los otros, por pasar en la mía todo el tiempo. Esto es lo que ya mucho tiempo antes vivamente había deseado, pero por mi desidia, como dije, habían quedado burlados sus deseos. ¿Cómo podía yo, asistiendo continuamente a los tribunales, y andando a caza de diversiones en el teatro, tener gusto en conversar familiarmente con aquél, cuyo pensamiento estaba fijo sobre los libros, y que no se dejaba ver jamás en público? De aquí es, que habiendo estado hasta entonces separados, luego que me admitió al mismo género, y método de vida, sin perder un instante de tiempo, me descubrió aquel deseo, que muy anticipadamente había concebido: y no apartándose de mi lado ni una brevísima parte del día, me exhortaba sin cesar, a que dejando cada uno su casa particular, eligiésemos una habitación común. Llegó a persuadirme, y quedamos determinados a ponerlo ya en ejecución.



102
Pero los continuos halagos de mi madre, fueron causa de que yo no le concediese esta gracia; mejor diré, que no recibiese de él este beneficio. Luego que ésta llegó a entender la deliberación que yo quería tomar, asiéndome de la mano, me introdujo en un cuarto retirado de la casa, y haciéndome sentar junto a la cama, en donde me había parido, prorrumpió en un mar de lágrimas, y añadiendo palabras, que movían más que su llanto, comenzó a lamentarse de esta suerte: "Hijo mío, dijo, no me fue permitido disfrutar largamente las virtudes de tu padre, porque Dios así o dispuso; a los dolores que yo tuve cuando te parí, sucedió su muerte, dejándote a ti huérfano y a mí viuda antes de tiempo y entre los males y trabajos de una viudez, que sólo pueden comprender las que los han experimentado.

¿Qué palabras pueden bastar para explicar aquella tempestad, y turbación que sufre una mujer joven, cuando apenas salida de la casa de su padre, y sin experiencia alguna de las cosas, repentinamente se halla en medio de un dolor insoportable, y se ve obligada a entrar en pensamientos superiores a su sexo, y a su edad? Porque debe, según yo pienso, atender a corregir el descuido de los domésticos, observando sus malos procederes, haciendo frente a las asechanzas de los parientes, y soportando con generosidad de ánimo las molestias de aquéllos que administran los intereses del público, y su dureza en exigir los tributos. Y si el que ha muerto deja sucesión, si es femenina, aun así, deja un cuidado no pequeño a la madre; pero libre de gasto, y de temores: mas si es varonil, cada día la aumenta nuevos sobresaltos, y mayores cuidados. Deja a un lado el consumo de dinero que se necesita hacer, si desea que tenga una educación correspondiente a su estado. Con todo, ninguna de estas cosas han podido inducirme a que yo abrazase un segundo matrimonio, y que introdujese otro esposo en la casa de tu padre; sino que he permanecido en esta tempestad, y torbellino, y no he rehusado el trabajoso ardor de la viudez, asistida principalmente de la gracia del Señor. Ni contribuyó poco para esto el gran consuelo que recibía, viendo continuamente tu semblante, en donde registraba vivamente copiada la imagen de tu difunto padre. De aquí es, que siendo tú niño, y que no sabías aun articular las palabras, que es cuando más gusto reciben los padres de los hijos, yo tenía en ti un grandísimo consuelo.

Ni tú podrás decirme, o culparme con verdad, que aunque generosamente haya soportado la viudez, no obstante por las incomodidades de ésta, te he disminuido el patrimonio, como sé que ha sucedido a muchos, que han tenido la desgracia de quedar huérfanos como tú. Pues yo te he conservado intacto todo lo que era tuyo; ni he perdonado a gastos en todo lo que pertenecía a tu decoro, gastando de lo que era mío, y de lo que tenía cuando salí de la casa de mi padre.

Ni te persuadas que te digo esto por sacarte los colores a la cara: solamente te pido por todo esto una gracia; y es, que no me envuelvas en una segunda viudez, despertándome un dolor, que está ya enteramente adormecido; sino que esperes mi muerte, que tal vez ya no tardará. Se puede esperar que los jóvenes lleguen a una larga vejez, pero nosotros, que hemos comenzado ya a envejecer, solo podemos esperar la muerte. Luego que me hayas enterrado, y puesto mis huesos junto a los de tu padre, puedes emprender largas peregrinaciones; entra en el mar que quisieres, pues no tendrás alguno que te lo impida; pero mientras que yo respiro, sufre el vivir en mi compañía. No quieras temerariamente, y sin consejo ofender a Dios, poniéndome en tan grandes trabajos, sin que de mi parte hayas tenido motivo para ello. Y si tú puedes culparme de que yo te arrastro a los cuidados de la vida, y de que te obligo a atender a tus cosas, niégate enhorabuena a las leyes de la naturaleza, a la educación que te he dado, a la compañía, y a todos los otros motivos: huye de mí, como de un enemigo que te pone asechanzas. Pero si no omito diligencia, para que te sea más fácil, y llevadero el camino de esta vida, ya que no otro respeto, a lo menos este lazo te detenga junto a mí. Pues aunque tú digas ser infinitos aquéllos que te aman; ninguno podrá hacer que goces de una libertad como ésta; porque ninguno hay que estime tu decoro como yo.

Éstas, y otras cosas me dijo mi madre, y yo se las repetí a aquel generoso varón, que no sólo no se movió de semejante discurso, sino que insistió con mayor tesón en su primera resolución e instancia.

(1) El eruditísimo Rollin en el tratado de la "Elocuencia de los Predicadores" propone, y con razón, el presente capítulo, por modelo de una perfecta elocuencia.

103
Hallándonos, pues, en estos términos, e instándome él continuamente a que condescendiese con sus súplicas, pero sin acabar yo de resolverme, nos puso a los dos en confusión un rumor que se esparció por la ciudad. Era éste, que seríamos promovidos a la dignidad episcopal. Luego que yo oí semejante voz, quedé sorprendido de temor, y perplejidad: de temor porque no me obligasen a abrazar contra mi voluntad aquel estado; y de perplejidad, porque no acababa de entender cómo pudo venir al pensamiento de aquellos varones el resolver una cosa como ésta de mi persona; pues volviendo a mirar sobre mí mismo, no encontraba en mí cosa que fuese digna de tal honor. Por lo que toca a aquel joven valeroso, vino a buscarme a solas; me dio parte de las voces que corrían y creyendo que yo las ignorase, me rogaba que en esta ocasión, como en todas las antecedentes, se viese que nuestras acciones y deliberaciones eran unas; que él por su parte estaba dispuesto a seguir con prontitud de ánimo, cualquier camino que yo le mostrase; ya conviniese rehusar, ya abrazar aquel estado.

Viendo, pues, una resolución tan noble, y creyendo que podría causar no pequeño daño a todo el común de la Iglesia, si por mi debilidad privaba al rebaño de Jesucristo de un joven tan bueno y tan útil para el gobierno de los hombres, no le descubrí lo que sentía de estas cosas; aunque hasta entonces, jamás había podido sufrir el ocultarle alguno de mis sentimientos. Y añadiéndole ser muy conveniente dejar para otro tiempo (por no ser cosa que urgiese mucho) el resolver sobre este negocio, lo persuadí sin dificultad a que dejase por entonces este pensamiento y a que confiase, que si llegaba el caso de abrazar aquel estado, yo le acompañaría en la determinación.

Pero no pasó mucho tiempo, cuando llegó allí el que nos había de ordenar: yo me oculté, y él, ignorante de lo que pasaba, fue con otro pretexto conducido a recibir el yugo, esperando, por lo que yo le había prometido, que sin dificultad lo seguiría, o que tal vez era él el que me seguía, pues algunos de los que se hallaban presentes, viéndole inquieto por esta especie de violencia, lo engañaron diciendo que era cosa indigna, que aquél a quien todos tenían por atrevido, (señalándome a mí) hubiese cedido con tanta sumisión al juicio de los Padres; y que él, que era más modesto y prudente, se mostrase soberbio y amigo de vanagloria, rehusando, repugnando, y contradiciendo. Habiendo cedido a estas razones, luego que supo que yo me había ocultado, fue a buscarme; y entrando en mi cuarto con un aire de semblante muy triste, se sienta junto a mí, quería decir alguna cosa. Pero impedido por la angustia, no podía manifestar con las palabras la violencia que padecía; luego que abría los labios para proferir alguna, la opresión interna se la cortaba antes que pasase de los labios.

Viéndolo tan afligido y tan lleno de turbación, y sabiendo yo la causa, no pude dejar de prorrumpir en risa por el gran gusto que sentía; y cogiéndolo de la mano, me arrojaba a abrazarle, glorificando a Dios, de que mis artificios hubiesen tenido el feliz suceso que yo siempre había deseado. Luego que advirtió en mí una alegría tan extraordinaria, conociendo que yo hasta entonces lo había engañado, tanto más se inquietaba, y lo sentía.



104
Finalmente, volviendo algún tanto sobre sí de aquella turbación de ánimo dijo: Ya que tú enteramente has abandonado mis intereses, y que tan poco caso haces de mí, sin que yo pueda entender el motivo, debías, a lo menos, atender a tu reputación. Tú al presente has abierto la boca a todos, y todos a una voz dicen, que llevado del amor de una gloria vana, has rehusado este ministerio; no hay alguno que te libre de este cargo. Yo no me atrevo a presentarme en público: tantos son los que vienen a encontrarme, y los que cada día me acusan. Luego que llegan a descubrirme en cualquier parte de la ciudad, tomándome separadamente los que tienen alguna familiaridad con nosotros, cargan sobre mí la mayor parte de esta culpa. "Sabiendo, me dicen, el ánimo de éste, (pues te eran patentes sus secretos) no convenía que nos lo hubieses ocultado, sino que debías haberlo comunicado con nosotros; pues no nos hubiera faltado modo de cogerle en sus mismas redes".

Yo por mi parte no me atrevo, antes me avergüenzo de responderles, que he ignorado la resolución, que tú ya mucho antes habías tomado, para que no crean que es pura ficción nuestra amistad. Pues aunque ello sea así, como verdaderamente lo es, lo que tú mismo no podrás negar, por lo que acabas de hacer conmigo; con todo, es bueno que se oculten nuestras faltas a los de afuera, que tienen de nosotros un mediano concepto. Yo no tengo cara para descubrirles la verdad del hecho, ni el estado de nuestras cosas; por lo que no me queda otro recurso, sino callar, fijar la vista en el suelo, y evitar, retirándome, el encuentro con los que me pueden preguntar. Y aun en el caso de que pueda librarme de la primera acusación, con todo es necesario que me convenzan de embustero. ¿Cómo podrán darme crédito, cuando me oigan decir, que tú has puesto a Basilio en el número de aquéllos a quienes conviene ocultar tus cosas?

Pero sobre esto no quiero alargarme más, porque tú así lo has querido. Paso a otras cosas, que de ningún modo podremos sufrir sin vergüenza, porque unos te acusan de arrogante, otros de vanaglorioso, y los que no son tan moderados en la censura, nos culpan de uno y otro; y añaden al mismo tiempo injurias contra los que nos han hecho este honor, diciendo que les está muy bien, aunque por nuestra causa tuvieran más que sufrir: porque habiendo despreciado a tales, y a tantos varones, han promovido de repente a una dignidad de tanto honor, que ni aun por sueños la hubieran podido esperar, a unos jovencillos, que no hace dos días que se hallaban envueltos en los cuidados de la vida, porque de poco tiempo a esta parte comenzaron a arrugar la frente, a vestir de negro, y a fingir tristeza en su semblante. Y que los que se han ejercitado en la vida ascética desde sus primeros años hasta la edad más decrépita, se ven obligados a obedecer, y a que los manden sus mismos hijos, que ignoran las leyes con que se debe administrar este empleo. Éstas y otras muchas cosas oigo continuamente de los que se acercan a mí. Ahora yo no sé qué he de responder a todos estos cargos: por lo que te ruego me sugieras alguna cosa. Pues yo no me puedo persuadir que, temerariamente y sin consejo hayas hecho esta fuga, y querido granjearte una enemistad tan grande con varones tan esclarecidos; sino que esto lo has hecho con toda reflexión y movido de alguna razón particular; por lo que conjeturo que tú las tendrás muy prontas para la defensa. Dime, pues, ¿qué excusa justa podremos dar a los que nos acusan?

De lo que tú me has ofendido no pido satisfacción, ni de que me has engañado, ni de haberme vendido, ni tampoco del bien que has disfrutado en el tiempo pasado. Yo por mi parte, por decirlo así, he llevado y puesto mi alma en tus manos: tú has usado conmigo de la misma cautela que pudieras con aquellos enemigos, de quienes debieras guardarte. Si sabías que era útil este tu consejo, no debías rehusar la utilidad que de él resultase; y si por el contrario lo conocías nocivo, podías librar también del daño a quien siempre decías estimar sobre los otros. Pero tú todo lo has dispuesto para que yo cayese en el lazo. ¿Necesitabas tú usar de engaños y de ficciones con aquél que ha acostumbrado decir y hacer todas sus cosas sin recelarse de ti, y con la mayor sencillez? Pero de nada de esto, como ya te he dicho, te acuso al presente, ni te doy en cara con la soledad en que me has dejado, habiendo cortado aquellos ratos de conversación, de que sacábamos tan gran utilidad, y entretenimiento. Dejo todo esto, y lo sufro con silencio, y con paciencia, no porque tú hayas faltado levemente contra mí; sino porque desde aquel día en que comencé a frecuentar tu amistad, me puse la ley de no ponerte en obligación de responder, ni defenderte de aquellas cosas, en que quisieras causarme sentimiento. Que no ha sido pequeño el que me has dado, tú mismo lo puedes conocer, si es que tienes presentes los discursos que frecuentemente hacían de nosotros los extraños, y los que pasaban también entre los dos. Éstos se reducían, a que nos sería muy útil el permanecer unidos de voluntades, y defendidos con una mutua amistad. Todos los otros decían que la concordia de nuestros ánimos traería no pequeña utilidad a otros muchos. Yo, por lo que toca a mí, estaba persuadido, que de ningún modo podría ser útil a alguno; pero decía que nos resultaría no poca ganancia de una tal concordia; esto es, la dificultad con que nos podrían vencer los que intentasen combatirnos. Yo no cesaba de traerte continuamente a la memoria estas cosas; ser los tiempos trabajosos; crecido el número de los que nos ponen asechanzas; haberse perdido la sinceridad en el amor, y haber entrado en su lugar la peste de la envidia; caminar nosotros en medio de los lazos y pasearnos sobre las almenas de las ciudades; ser muchos, y de muchos lugares, los que estaban prevenidos para alegrarse de nuestros males, si nos acaecía alguna cosa contraria; ninguno, o muy pocos los que se compadeciesen de nosotros. Mira, pues, no sea que nuestra desunión cause la risa de muchos, o algún mal mayor todavía que la risa:

Un hermano asistido por otro, es como una ciudad fuerte, y como un reino bien pertrechado. No quieras deshacer la sinceridad de esta hermandad, ni romper esta firmeza.

Éstas y otras muchas cosas te decía yo continuamente, no sospechando de ti una cosa semejante; sino que creyendo enteramente que tú me tuvieses un ánimo sincero, yo por un exceso de amor, quería curarte, aun estando sano; pero no reperaba, como he visto por experiencia, que aplicaba medicinas a un enfermo. Y ni aun así, ¡miserable de mí! he adelantado cosa alguna, ni he sacado algún fruto de esta tan exquisita providencia.

Porque tú, desechando enteramente todo esto, y no queriendo darle entrada en tu ánimo, me has entregado a un mar inmenso, como un navío sin lastre, y sin considerar la furia de las olas, que necesariamente había de padecer. Y si en lo sucesivo acaeciere que muevan contra mí una calumnia, o que me hagan alguna burla, afrenta, o algún otro daño (pues es necesario que sucedan estas cosas muchas veces) ¿a quién he de recurrir? ¿Con quién comunicaré yo mis turbaciones de ánimo? ¿Quién querrá defenderme? ¿Quién podrá contener a los que me den que sentir; o hará que no lo hagan en lo sucesivo? ¿Quién me dará consuelo, o me preparará para sufrir con paciencia las insolencias de otros? Ninguno por cierto, habiéndote apartado tú tan lejos de esta tan peligrosa guerra, que no podrás jamás oír, ni aun mis clamores. ¿Sabes tú, por ventura, el grande mal que has hecho? ¿Conoces siquiera, después de haberme herido, qué herida tan mortal es la que me has dado? Pero dejemos estas cosas, (pues no es posible deshacer lo que ya está hecho, ni hallar camino para lo que no le tiene) ¿qué diremos a los extraños? ¿qué responderemos a sus acusaciones?

Pr 18. c.



105
Ten buen ánimo, le dije yo, porque no sólo estoy dispuesto a darte cuenta de estas cosas, sino que procuraré defenderme, en cuanto pueda, de todas aquéllas de que tú has querido dejarme libre. Y si lo quieres así, de la defensa de estas daré principio a mis razones; pues sería un hombre muy necio, y sin consideración, si haciendo caso de la opinión de los extraños, y no omitiendo diligencia para que dejasen de acusarme, no pudiera también persuadir de que en nada he ofendido al que entre todos estimo, y que conmigo usa tal respeto, que ni aun quiere acusarme de las ofensas que dice haber recibido de mí; y que descuidando enteramente sus intereses, sólo atiende a los míos; y al mismo tiempo, si se viese que yo he tenido con él más descuido, que el cuidado que él ha manifestado de mí.

¿Qué es, pues, en lo que yo te he ofendido? porque he determinado entrar desde aquí en el piélago de mi defensa. ¿Es acaso porque te he engañado, y te he ocultado mi determinación?

Pero esto lo he hecho atendiendo a tu utilidad, que has sido el engañado, y a la de aquéllos en cuyas manos te he puesto, engañándote. Y si, universalmente hablando, es malo todo engaño, y no es permitido usar de él alguna vez para una cosa útil, yo estoy pronto a sufrir la pena que tú quisieres darme; o mejor diré (pues no tendrás valor para tomar satisfacción de mí), yo mismo me condenaré a aquellas penas a que condenan los Jueces a los malhechores, cuando sus acusadores los convencen de algún delito.

Pero si éste no es siempre dañoso, sino que viene a ser bueno o malo, según el fin e intención de quien lo usa; dejando a un lado el que yo te haya engañado, me has de probar que lo haya hecho con fin malo. Y si nada de esto hay, justa cosa será, que los que pretenden parecer rectos en sus juicios no solamente no muevan acusaciones y cargos, sino que alaben al que usa semejantes artificios. Es tan grande la utilidad que resulta de un engaño de estos, hecho a tiempo, y con rectitud de intención, que muchos, por no haberlo usado, frecuentemente han pagado la pena.

Y si quieres buscar con diligencia los capitanes que han florecido en todos los siglos, hallarás que la mayor parte de sus trofeos son frutos de un ardid, y que han merecido mayor alabanza que los que vencieron en campo abierto. Pues éstos dan fin a las guerras con mayor dispendio de hombres y de dinero; de modo que no les queda alguna utilidad de la victoria, padeciendo los vencedores no menor pérdida que los vencidos, destruida la gente y agotados los erarios. Fuera de esto, los vencidos no los dejan disfrutar enteramente de la gloria de la victoria, no siendo pequeña la parte que toca a los que cayeron en el campo; porque quedando vencedores en los ánimos, sólo fueron vencidos en los cuerpos; de suerte, que si hubiera estado en su mano el no ser muertos, y la muerte que sobrevino no los hubiera hecho cesar de su ardor, de ningún modo hubieran desistido de él.

Pero aquél que ha podido vencer por alguna astucia, no solamente envuelve a sus enemigos en la miseria, sino que los expone a la risa del mundo. Pero así como en el primer caso no llevan los unos y los otros iguales alabanzas por su fortaleza, así tampoco aquí por su prudencia, sino que todo el premio es de los vencedores; y lo que no es menos apreciable que lo dicho, conservan entero a sus ciudades todo el gusto que resulta de la victoria. Ni pueden compararse de algún modo la abundancia de dineros, o el número de los cuerpos con la prudencia del ánimo; porque aquéllos, al paso que sin cesar se consumen en la guerra, se apuran, y faltan a sus poseedores; pero esta, cuanto más se ejercita, tanto más se aumenta naturalmente.

Y no solamente en la guerra, sino también en la paz se encontrará muy necesario, y conveniente el uso de los engaños: lo es en los negocios públicos, y en los domésticos; al marido respecto de la mujer, a la mujer respecto del marido; al padre con su hijo, al amigo con el amigo, y aun a los hijos con su mismo padre. La hija de Saúl* no hubiera podido librar de otra suerte a su marido * de las manos de Saúl, sino engañando a su padre. Ni el hermano de ésta, * que ya la había librado, viéndola en peligro nuevamente, y queriéndola salvar, uso de otras armas, que de las que se valió la mujer" *.

* Esta fue Michol.
* David.
* Jonatás, hermano de Michol.
* Michol, mujer de David. Esta historia se halla en el lib.
1R 19-20.


Pero nada de esto me toca a mí, dijo Basilio, pues yo no soy enemigo oculto, ni declarado, ni de aquéllos que intentan ofender a otro, sino todo lo contrario; pues he dejado siempre a tu arbitrio todas mis cosas, habiendo seguido por aquel camino, por donde tú me has mandado.

Juan: Por lo mismo, ¡oh varón bueno, y admirable!, con prevención te he dicho que no solamente en la guerra y con los enemigos, sino en la paz y con los más amigos, es bueno usar de la astucia. Y en prueba de que ésta sea útil, no sólo a los que engañan, sino también a los engañados, acércate a algunos de los médicos, y pregúntales cómo curan a los enfermos, y te dirán que no se contentan solamente con el arte sino que hay ocasiones, en que valiéndose del engaño, y acompañando su socorro, restituyen por este medio la salud a los enfermos. Cuando el hastío de éstos, y la gravedad de la dolencia no dan lugar a los consejos de los médicos, es necesario en tal caso ponerse la máscara del engaño para poder ocultar, como sucede en una escena, la verdad del hecho.

Y si quieres, yo te contaré uno de los muchos que acostumbran usar. Se vio uno en cierta ocasión acometido de calentura muy ardiente: crecía el ardor y el enfermo rehusaba tomar todo aquello que pudiese mitigar el fuego, y por el contrario apetecía, y hacía grandes instancias, pidiendo a todos los que entraban a visitarle, que le alargasen vino puro con abundancia y le diesen con qué saciar este mortal deseo. No hay duda que si alguno hubiera condescendido con su gusto, lejos de mitigarle el ardor, hubiera puesto fuera de sentido a aquel desgraciado. Viéndose, pues, el arte perplejo, y no encontrando algún otro medio, y quedando enteramente inútil, entró en su lugar el engaño, y dio tales pruebas de su virtud, y eficacia, como oirás ahora de mí. Tomando, pues, el médico una vasija de tierra que acababa de salir del horno, y habiéndola puesto en una buena cantidad de vino hasta empaparse, la sacó vacía, y llenándola de agua, mandó que oscureciesen el cuarto donde yacía el enfermo, poniendo muchas cortinas para que la luz no descubriese el artificio y se la alargó para que bebiese, como si estuviera llena de vino puro. El enfermo antes de tomarla en las manos, engañado luego del olor que salía del vaso, no se detuvo a indagar curiosamente qué era lo que se le había dado, sino que persuadido del olor, y deslumbrado por la oscuridad, agitado del deseo, tragó con gran ansia lo que le habían presentado, y saciándose, apagó en el punto aquel ardor, y evitó el peligro que le amenazaba.

¿No ves la utilidad de un engaño? Y si quisiera alguno reducir a número todas las astucias que usan los médicos, alargaría infinitamente su discurso. Se hallará también, que no solamente los que curan los cuerpos, sino también los que atienden a las enfermedades del alma, han aplicado frecuentemente esta medicina. De este modo redujo el apóstol San Pablo aquellos tantos millares de judíos. Con este fin circuncidó a Timoteo, el mismo que amenazó a los gálatas, que Cristo nada aprovecharía a los que se circuncidasen. Por esto permanecía bajo el yugo de la Ley; bien, que juzgaba demérito, después de la fe en Jesucristo, la justificación que proviene de la Ley.

Grande es la fuerza de un engaño, como este no sea con fin dañado. Ni se puede esto llamar engaño, sino una cierta economía, una sabiduría, y arte propia, para buscar camino donde no le hay, y para corregir los vicios del alma. Ni podré yo llamar homicida a Phinees, aunque de un solo golpe mató a dos; ni tampoco a Elías después de los cien soldados con sus oficiales, y después de aquel abundante arroyo de sangreErrore. L'origine riferimento non è stata trovata.que hizo correr con la muerte de aquéllos que se habían consagrado a los demonios. Si esto concediéramos, y pretendiéramos examinar las cosas en sí mismas, y desnudas del fin e intención de los que las ejecutaron, podría cada uno, sin dificultad, condenar a Abrahán de parricidio, y del mismo modo acusará a su nieto y biznieto de malicia y engaño. Pues aquél se usurpó la primogenitura y el otro pasó al campo de los israelitas las riquezas de los egipcios.

Pero no es esto así, no. No permita Dios semejante atrevimiento. Pues no sólo no culpamos a estos tales, sino que por el contrario los admiramos por semejantes hechos; pues ellos por los mismos merecieron la aprobación divina. Será digno de ser llamado engañador, aquél que use del engaño con fin torcido; pero no el que lo hace con buena intención. Muchas veces es necesario usar de la astucia y por medio de este artificio ocasionar grandísimo bien. Aquél, pues, que camina sin esta cautela, ocasiona gravísimos daños a quien no ha querido engañar.

* Ac 21,26.
* Ac 16,3.
* Ga 5,2 Ac 15,1.
* Ph 3,7.
* A Zambri y a Gozbi por haberse mezclado con los madianitas contra el precepto de Dios. Nb 25,8.
* Que le había enviado Ococías y que hizo morir con fuego bajado del cielo. 2R 1,10.
* Fueron 850 los falsos profetas que mandó matar Elías. 1R 18,40.
* Obedeciendo a Dios que le mandó sacrificar a su hijo. Gn 22,3.
* Jacob, hijo de Isaac, a quien su hermano Esaú vendió la primogenitura por un plato de lentejas. Gn 27,19.
* Moisés. Ex 11,2.



SAN JUAN CRISOSTOMO.

LIBRO II

201
Pudiera detenerme a probar más largamente, que se puede usar para un fin honesto de la eficacia de la astucia; y que esta no debe llamarse engaño, sino una cierta admirable economía. Pero bastando lo expuesto hasta aquí para demostrarlo, sería una cosa molesta y enfadosa alargar superfluamente mi discurso. A ti sí que tocaría ahora el hacerme ver que yo no he usado de ésta, atendiendo únicamente a tu provecho.

A esto respondió Basilio: ¿Y qué utilidad me ha venido de esta tu economía, sabiduría, o como quieras llamarla? ¿Pretendes acaso persuadirme con esto, que no me has engañado?

Juan: Pues qué utilidad mayor, le dije yo, que practicar aquellas cosas que el mismo Cristo dijo ser las pruebas del amor hacia sí. Hablando, pues, al Príncipe de los Apóstoles, Pedro, le dijo, ¿me amas?(18)Y habiendo éste confesado que sí, añade: Si tú me amas, apacienta mis ovejas.

El Maestro pregunta al discípulo si lo amaba; no para saberlo: ¿qué necesidad tenía de esto, quien penetra los corazones de todos? sino para manifestarnos cuán grande es el cuidado que tiene de que se apacienten estos rebaños. Lo cual, siendo por sí tan claro, igualmente lo será también ser grande e inefable aquel premio que está reservado para los que trabajan en aquellas cosas que tanto aprecia Jesucristo.

Y si nosotros, cuando vemos que algunos miran con cariño a nuestros domésticos o bestias, contamos este cuidado como un testimonio del amor que nos tienen, aunque todas ellas sean cosas que se adquieren por dinero; el que no por dinero, ni por cosa semejante, sino que con su misma muerte compró este rebaño, dando por precio de él su misma sangre, ¿qué dones no tendrá preparados para los que se emplean en apacentarlo?

De aquí es que respondiendo el discípulo: "Tú sabes, Señor, que yo te amo", y poniendo por testigo de su amor al mismo que amaba, el Salvador no se paró aquí, sino que añadió la prueba del amor. No quería manifestar entonces, cuánto era lo que Pedro lo amaba; (porque esto ya se había conocido en muchos lances) sino que quiso, que Pedro, y todos nosotros supiésemos cuánto era lo que él amaba a su Iglesia, para que nos aplicásemos a esto con el mayor esmero.

¿Y cuál fue la causa de no haber perdonado Dios a su Hijo Unigénito,(19)sino que aun siendo único lo entregó? Para reconciliar a aquéllos que eran sus enemigos, y formarse un Pueblo escogido. ¿Y por qué derramó su Sangre? para tener la posesión de aquellas ovejas que encomendó a Pedro y a todos sus sucesores.

Justamente decía Cristo:(20) ¿Quién es el siervo fiel y prudente a quien el Señor ha puesto para gobernar su casa? He aquí por segunda vez palabras de uno que duda; y el que hablaba, las profería sin dudar. Si no que como cuando preguntando a Pedro, si lo amaba, no lo preguntaba porque necesitase saber el amor del discípulo, sino porque quería manifestar el exceso de su amor: así en nuestro caso, cuando dice: ¿Quién es el siervo fiel, y prudente? no dijo esto porque ignorase quien es este siervo fiel y prudente, sino que quería manifestar lo raro del ministerio, y la grandeza de este grado. Observa ahora cuán grande es el premio: le pondrá en la administración de todos sus bienes. Querrás acaso porfiar aún que yo no he hecho bien en engañarte, debiendo de ser puesto en la administración de los bienes de Dios y practicar aquellas cosas, que practicando Pedro, afirmó el Señor, había de sobresalir entre los demás Apóstoles, diciéndole: Pedro, ¿me amas más que estos? apacienta mis ovejas. Podía muy bien hablarle de esta suerte: si me amas, ayuna, duerme sobre la tierra desnuda, vela sin cesar, asiste a los que padecen injustamente, sé Padre de los huérfanos y sirve de marido a la madre de estos. Ahora, pues, dejadas a un lado todas estas cosas, que es lo que dice: Apacienta mis ovejas.

(18)
Jn 21,15.
(19) Rm 7,32 Jn 3,16 Rm 5,16. tit. II. 14.
(20) Mt 24,45.

202
Todas las cosas que acabo de decir pueden fácilmente practicar muchos de aquéllos que son súbditos, y no solamente los hombres, sino también las mujeres; pero cuando se trata de gobernar la Iglesia, y de tomar a su cargo el cuidado de tantas almas, sepárese de la grandeza de este ministerio todo el sexo de aquéllas, y la mayor parte de los hombres, y sean presentados aquéllos que sobresalen entre todos con exceso, y que son tanto más altos que los otros en la virtud del ánimo, cuanto lo era Saúl sobre toda la nación de los hebreos en la altura del cuerpo, y aun mucho más. Ni se busque aquí solamente la medida de la estatura, sino que cuanta es la diferencia que hay de los brutos a las criaturas racionales, otra tanta distancia ha de haber entre el pastor y las ovejas, por no decir, que ha de ser aun mayor, pues el peligro es de cosas mucho mayores. Porque aquél que perdió las ovejas, o porque las cogieron los lobos, o asaltaron los ladrones, o las sorprendió la peste, o alguna otra desgracia de estas, podrá tal vez esperar algún disimulo del dueño del ganado; y cuando éste quiera pedirle satisfacción, el daño se recompensa con dinero. Pero aquél a quien están confiados los hombres, que son el rebaño racional de Cristo, padece en primer lugar el daño, no en el dinero, sino en su misma alma por la pérdida de las ovejas.

Le queda demás de esto una contienda mayor y más difícil: no son lobos a los que ha de hacer frente, ni tiene que recelarse de ladrones, ni que procurar apartar el contagio del rebaño. ¿Pues con quién tiene esta guerra? ¿Con quién debe pelear? Oye al bienaventurado Pablo, que dice:(21)"Nosotros no tenemos guerra con la sangre, y con la carne, sino con los principados, y con las potestades; con los mundanos rectores de las tinieblas de este siglo, contra las espirituales malicias en las partes celestiales". ¿No has visto la terrible muchedumbre de enemigos, los atroces escuadrones, no armados de hierro, sino que en lugar de toda la armadura, tienen bastante con su propia naturaleza? ¿Quieres ver aún otro ejército cruel y fiero que pone asechanzas a este rebaño? Este lo verás desde la misma atalaya. El mismo que habló de aquellas cosas nos muestra estos mismos enemigos, hablando de esta suerte:(22)"Son manifiestas las obras de la carne, las cuales son: la fornicación, el adulterio, la impureza, la deshonestidad, la idolatría, los maleficios, las enemistades, las riñas, los celos, las iras, las contiendas, las detracciones, los chismes, las hinchazones de ánimo, las sediciones, y otras muchas cosas". No las redujo todas a número, sino que dejó que de estas se comprendiesen las demás.

Y por lo que toca al pastor de los irracionales, los que quieren destruir el rebaño, si ven que huye el que lo cuida, no se detienen a combatir con él, sino que se contentan con llevarse el ganado; pero en nuestro caso, aun después de haber cogido todo el ganado, no dejan al que lo apacienta, sino que lo acometen con mayor furia y toman mayor ardor, no desistiendo de su empresa, hasta haberle derribado o quedar ellos vencidos. Se junta a todo esto que las enfermedades de las bestias se conocen fácilmente: ya sea hambre, ya peste, ya herida, o cualquiera otra cosa que las infeste; lo que no sirve de poco alivio para librarlas de los males que las molestan. Y aun se encuentra otra mayor ventaja que esta, la que hace que se apresure la curación del mal. ¿Y cuál es? Que los pastores, con gran potestad, obligan a las ovejas a recibir la curación, cuando de buena voluntad no la admiten: pues sin dificultad las atan cuando conviene aplicar el fuego, o el hierro; y las tienen cerradas mucho tiempo, y las conducen de un pasto a otro y alejan de las aguas, cuando todo esto les es conducente. Del mismo modo sin el menor trabajo aplican todas las otras cosas, que creen pueden conducir para su curación.

(21)
Ep 6,12.
(22) Ga 5,19 2Co 12,20.

203
Pero por lo que respecta a las enfermedades de los hombres, no es fácil al principio que un hombre las conozca:(23) "Porque ninguno conoce las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está dentro de él". ¿Cómo, pues, podrá uno aplicar el remedio a una enfermedad, cuya condición no conoce, y que muchas veces, ni aun puede saber si está enfermo aquél a quien lo aplica? Aun cuando el mal se manifiesta, no es por eso menor la dificultad. Porque no se pueden curar todos los hombres con la misma facilidad con que cura el Pastor las ovejas. Se puede muy bien atar aquí, apartar del pasto, usar del hierro y del cauterio;(24)pero la libertad de recibir la curación está no en quien aplica la medicina, sino en el enfermo. Conociendo esto aquel varón admirable, decía a los de Corinto:(25)"Nosotros no dominamos vuestra fe, sino que somos cooperadores de vuestro gozo".

Principalmente a los cristianos, es a quienes entre todos es menos permitido el corregir con la fuerza las caídas de los pecadores. Los jueces externos,(26)cuando cogen a los delincuentes que han faltado contra las leyes, ejercitan su gran poder, y por fuerza los obligan a mudar de costumbres. Pero en nuestro caso, las persuasiones, y no la fuerza son las que han de mejorar a este hombre. Porque ni las leyes nos han dado facultad tan grande para reprimir a los delincuentes; y aunque nos la hubieran dado, no tendríamos ocasión en que emplear esta autoridad; porque Dios corona a aquéllos que se abstienen del pecado por elección, y no por necesidad.

De aquí es que se necesita una gran habilidad para que los que están enfermos puedan ser persuadidos a que voluntariamente se sujeten a la curación de los sacerdotes; y no solamente esto, sino que conozcan la gracia que reciben en curarlos. Y si alguno, estando atado, él mismo se golpea, (pues está en su mano el hacerlo) hará el mal más incurable; y si no hiciere caso de las palabras que cortan a semejanza de cuchillo, con este desprecio añadirá otra herida, y la ocasión de la cura vendrá a ser materia de enfermedad más difícil; pues no hay alguno que le obligue, ni que pueda contra su voluntad curarle.

(23)
1Co 2,11.
(24) Estas palabras se explican mas abajo y no perjudican a lo que sienta poco después.
(25) 2Co 1,23.
(26) Esto es seculares.

204
¿Qué es, pues, lo que aquí se puede hacer? Si te portas con demasiada blandura con aquél que necesita de mucho rigor, y no dieres el corte profundo a quien tiene necesidad de esto, cortarás una parte de la herida, y dejarás otra: y si dieres sin misericordia un corte justo, sucederá muchas veces, que exasperado aquél de dolor, arrojándolo todo desconsideradamente, la medicina y la ligadura, se precipitará a sí mismo, haciendo pedazos el yugo y rompiendo las ataduras.

Pudiera contarte aquí muchos$que llegaron a los últimos males por haberles aplicado las penas que merecían sus delitos; porque no se debe aplicar sin consejo el castigo a proporción de las culpas, sino que es necesario explorar primero el ánimo de los que pecan, no sea que queriendo reparar lo que está roto, lo hagas más irreparable, y queriendo levantar lo caído des ocasión a otra mayor caída.

Los que son débiles, y relajados, y que por la mayor parte se hallan entregados a los placeres del mundo, y que pueden blasonar no poco por su nobleza y poder, reduciéndolos blandamente, y poco a poco, a que reconozcan sus pecados, podrán, ya que no en todo, a lo menos en parte, librarse de los males que los aprisionan; pero si alguno sin medida aplicare la corrección, los privará aun de aquella menor enmienda.

El ánimo, pues, cuando una vez ha sido obligado a pasar los límites de la vergüenza, cae en la indolencia, y después no cede a razones suaves, ni se dobla por amenazas, o mueve con los beneficios, sino que viene a hacerse peor que aquella ciudad, a quien reprobando el profeta, decía:(27) "Te has hecho semejante a una ramera; has perdido con todos la vergüenza".

De aquí es, que el pastor necesita de mucha prudencia y de mil ojos para considerar por todas partes el estado de un alma; porque así como muchos se inquietan hasta el extremo de una locura, y caen en una desesperación de su salud, por no poder sufrir los remedios ásperos; así también hay otros que, por no haber pagado el castigo correspondiente a sus delitos, se entregan al desprecio y descuido, y se hacen mucho peores, y son como llevados por la mano a cometer mayores excesos. Conviene, pues, no dejar cosa alguna de estas sin examen. Después de haberlas considerado todas con la mayor atención, ha de aplicar todo cuanto esté de su parte el Sacerdote, para que su cuidado no le salga inútil. Y no solamente para esto, sino para reunir los miembros que están separados de la Iglesia, conocerá cualquiera que tiene mucho que hacer; porque un pastor de ovejas tiene su rebaño, que le sigue por cualquier parte que lo guíe: y si algunas se extraviaren del camino recto, y dejados los pastos buenos, se apacientan en lugares estériles y escabrosos, le basta gritar con fuerza para reducir de nuevo, y hacer volver al rebaño la que se había separado. Pero si un hombre se apartare de la verdadera creencia necesita el pastor de mucha industria, constancia y paciencia; porque no podemos traerle por fuerza, ni obligarle con el temor, sino que es necesario con persuasiones hacer que vuelva a la verdad, de donde desde el principio se había extraviado. Se requiere, por tanto, un ánimo generoso para no desfallecer, ni desesperar de la salud de los que andan perdidos; de suerte, que continuamente vayan rumiando y diciendo aquéllo:(28)"Mira no sea que Dios les de arrepentimiento, para que conozcan la verdad, y queden libres de los lazos del demonio". Por esto mismo, hablando el Señor con sus discípulos, les dijo:(29)"¿Quién es el siervo fiel, y prudente?"

(27)
Jr 3,3.
(28) 2Tm 2,25.
(29) Mt 24,45.

Porque aquél que atiende a perfeccionarse a sí mismo, reduce solamente a sí toda la utilidad; pero el provecho del ministerio pastoral se extiende a todo el pueblo. Y aquél que distribuye el dinero a los necesitados, y que por otra parte defiende a los que padecen injustamente, en la realidad no deja de aprovechar a sus prójimos, pero tanto menos que un sacerdote, cuanta es la distancia que hay entre el cuerpo y el alma. Justamente dijo el Señor, que el cuidado de su rebaño es una señal de amor hacia él.

¿Pues qué, tú no amas a Cristo? dijo Basilio.

Juan: Yo le amo, y nunca dejaré de amarlo; pero temo enojar al mismo que amo.

Basilio: ¿Y qué enigma más oscuro que éste? porque si Cristo ha ordenado que apaciente sus ovejas aquél que le ama, ¿cómo dices que tú no las apacientas, porque amas al mismo que manda esto?

Juan: No es enigma, respondí, este modo de hablar, sino muy claro, y sencillo. Porque si yo, hallándome con las fuerzas suficientes que Cristo pide para administrar este cargo, con todo lo rehusase, podías, en tal caso, dudar de lo que digo; pero haciéndome inútil para tal ministerio la debilidad de mi ánimo, ¿qué duda puede quedar de mis palabras? Temo, pues, no suceda, que recibiendo el rebaño de Cristo, grueso, y bien alimentado, por mi falta de experiencia lo eche a perder, irritando contra mí a un Dios, que lo ama con tanto extremo, que se dio a sí mismo por precio de su salud, y redención.

Basilio: ¿Te burlas cuando dices esto? porque si hablas de veras, yo no sé verdaderamente con qué otras razones podrías probar mejor ser justo mi sentimiento que con las que has procurado apartar de mí esta tristeza; porque yo, aunque desde el principio he visto muy bien que he sido engañado, y vendido por ti; pero ahora que has querido dar satisfacción a mis cargos, conozco y entiendo mucho más claramente en qué abismo de males me has metido; porque si tú has huido de este ministerio por el conocimiento que tenías de que tu ánimo no podría sufrir el peso de este cargo, debías haberme librado de él a mi el primero; y esto, aun en el caso de haber yo manifestado mucho deseo de alcanzarlo, y no en el de haber puesto en tus manos todas mis deliberaciones. Pero ahora veo, que atendiendo solo a tu comodidad, has olvidado enteramente la mía. ¡Y ojalá fuera sólo haberla olvidado; así me daría por contento! Pero me has puesto asechanzas, para que con mayor facilidad me pudiesen coger los que quisieran hacerlo.

Ni tienes que recurrir a la disculpa de haber sido engañado del concepto de muchos, por el cual quedaste persuadido de algunas grandes y admirables prerrogativas que en mí hayan hallado; porque yo no puedo entrar en el número de los que pueden ser admirados o llamarse ilustres; y aunque todo esto fuera así, debía prevalecer en tu estimación la verdad a la opinión del vulgo. Si yo nunca te hubiera dado pruebas de lo mismo, por mi trato, podía quedarte algún pretexto razonable para haber sentenciado, siguiendo la opinión del vulgo; pero si ninguno ha sabido tan bien todas mis cosas, antes bien tenías conocido mi ánimo, mejor aun que los mismos que me engendraron, y criaron, ¿qué razón probable podrás dar, con que puedas persuadir a los que te oigan, que tú involuntariamente me has puesto en este peligro? Pero dejemos a un lado todo esto, porque yo no intento obligarte a responder sobre ello. Dime solamente, ¿qué excusa hemos de dar a los que nos culpan?

Yo no pasaré antes, le respondí, a hablar de estas cosas, sin que primero dé satisfacción a las que pertenecen a ti, aunque tú mil veces quieras librarme de responder a tus cargos.

Tú dices, que por la ignorancia podía tener algún perdón, y aun quedar libre de todo cargo, si ignorante de tus cosas, te hubiera reducido a estos términos; pero que por haberte entregado, no ignorante, sino bien informado de todas ellas, no me queda algún pretexto razonable con qué defenderme justamente. Pues yo digo todo lo contrario. ¿Y por qué? porque semejantes cosas necesitan de mucha consideración; y aquél, que debe dar un sujeto idóneo para el sacerdocio, no ha de atender sólo a la fama, y opinión del pueblo, sino que juntamente con ella, se debe, sobre todo, informar del modo de portarse de aquel sujeto.

Diciendo el bienaventurado San Pablo:(30) "Conviene que tenga también un buen testimonio de aquéllos que son de fuera", no quita el diligente, y cuidadoso examen, ni lo pone como principal indicio de semejante pesquisa; porque habiendo apuntado antes otras muchas circunstancias, añade por último ésta, manifestando que no le debe bastar ésta sola para tales elecciones, sino que necesita acompañarla con las otras; porque sucede, no pocas veces, ser falsa la opinión del vulgo. Pero cuando han precedido unas pruebas diligentes, no queda que temer para lo sucesivo algún peligro por aquélla. De aquí es, que después de otras muchas calidades, añade el testimonio de los extraños; porque no dijo simplemente, conviene que tenga un buen testimonio, sino que insertó la voz, también, queriendo significar, que antes de la opinión de los extraños, se debe hacer una inquisición diligente de su persona. Justamente, pues, por esto; esto es, por saber yo todas tus cosas, mejor aun que los mismos que te engendraron, como tú mismo has confesado, sería justo que yo quedase libre de toda culpa.

Basilio: Justamente por esto, dijo Basilio, no podrás ser absuelto si alguno quisiere acusarte. ¿No te acuerdas, y no me has oído decir frecuentemente, y por las mismas obras has podido conocer cuán poca es la fortaleza que se halla en mi alma? ¿No me has burlado continuamente como a hombre de poco espíritu, porque yo, fácilmente, al menor contratiempo perdía el ánimo?

Juan. Bien me acuerdo, respondí yo, haberte oído muchas veces semejantes discursos, ni yo lo negaría: pero si alguna vez me he burlado de ti, ha sido por chanza, y no seriamente.

(30) 1Tm 3.

205
Al presente no es mi ánimo altercar contigo sobre este punto. Te pido sí, que uses conmigo de igual sinceridad, cuando yo quiera hacer memoria de alguna de las cosas buenas que en ti se hallan; porque aunque tú pretendas redarguirme de que falto a la verdad, no me detendré en demostrar, que tú más hablas así por modestia que por hacerla obsequio: y para confirmación de lo dicho, no me valdré de otro testimonio, que del de tus mismas palabras y de tus hechos.

Quiero, en primer lugar, que me respondas a esto: ¿sabes bien cuál es la fuerza del amor? Cristo, dejando a un lado todos los milagros que debían ser obrados por los apóstoles dijo:(31)"En esto conocerán los hombres, que vosotros sois mis discípulos, en que os amáis mutuamente". Y Pablo dice:(32)"Que el cumplimiento de la ley es el amor"; y que faltando éste, son inútiles todos los dones de Dios. Este singular bien, este distintivo de los discípulos de Cristo, y que se pone sobre todos los dones divinos, lo he visto fuertemente plantado en tu alma, y brotar frutos muy copiosos.

Yo confieso, respondió Basilio, que no es pequeño el cuidado que tengo sobre este punto; y confieso también, que pongo la mayor atención en este mandamiento; pero que yo, ni aun la mitad de él haya cumplido, tú mismo podrás ser buen testigo, si dejando a un lado toda lisonja, quisieres hacer honor a la verdad.

(31)
Jn 13,35.
(32) 1Co 13,3.

206
Juan. Con que me volveré, dije, a los argumentos, y cumpliré ahora lo que te tengo amenazado, manifestando, que tú más das a la modestia, que a la verdad. Contaré un caso que sucedió poco hace tiempo, para que ninguno tenga que sospechar que trayendo aquí cuentos viejos, intento, por el mucho tiempo que ha pasado, oscurecer la verdad; no permitiendo ésta, que yo añada alguna cosa aun a lo que dijese sólo por gusto.

Cuando uno de nuestros confidentes fue, por calumnia, acusado de ultraje y de soberbia, se vio en el último peligro; tú entonces, sin que ninguno te llamase a la causa, y sin que te lo rogase el mismo que había de peligrar, tú mismo te arrojaste en medio de los peligros. El hecho fue de esta suerte.

Y para convencerte con tus mismas palabras, haré también aquí memoria de lo que tú dijiste. Porque no faltando unos que desaprobaban aquel ardor tuyo, y otros, que por el contrario lo alabasen, y admirasen: "¿Qué otra cosa, pues, debo yo hacer?" Dijiste a los que reprendían tu conducta; yo no sé amar de otra suerte, sino es ofreciendo mi vida, cuando fuere necesario, para salvar alguno de mis amigos. Repetiste, aunque con diferentes palabras, pero en el mismo sentido, lo que Cristo dijo a sus discípulos, queriendo señalar los términos de un perfecto amor:(33) "Ninguno tiene, dijo, mayor caridad que ésta; que es poner su propia vida por sus amigos". Pues si no se puede encontrar mayor que ésta, llegaste ya al término de ella, y por lo que ejecutaste, y dijiste, has llegado ya a la cumbre. Este es el motivo que he tenido para haberte vendido, y por esto he urdido aquel engaño. ¿Quedas ahora persuadido, que ni por mala voluntad, ni por querer ponerte en peligro, sino por saber que serías muy útil, te hemos traído a este estadio?

Basilio: ¿Y piensas tú, dijo, que pueda ser bastante la fuerza del amor para la corrección de lo prójimos?

Juan: Sin duda, respondí, que puede éste contribuir en mucha parte para esto; y si quieres que yo produzca aquí también pruebas de tu prudencia, pasemos a hablar de ésta, y manifestemos, que eres aún más prudente que amante.

Basilio se sonrojó al oír estas razones, y cubierto su rostro de vergüenza dijo: déjense ahora a un lado nuestras cosas, porque yo ya desde el principio no te he pedido cuenta de ellas. Si tienes alguna causa razonable con qué poder responder a los de fuera, de ésta te oiría hablar con mucho gusto. Por lo que omitido este inútil contraste, dime qué defensa podré yo alegar a los otros, tanto a los que nos han hecho este honor, como a los que se compadecen de ellos, como ultrajados por nosotros?

(33)
Jn 15,3.

207
Juan: Yo ya, respondí, me apresuraba a llegar a esto; porque concluido el discurso por lo que pertenece a ti, fácilmente me volveré también a esta parte de defensa. ¿Qué es, pues, en lo que estos nos acusan, y cuáles son los delitos?

Basilio: Dicen que nosotros los hemos injuriado, y que han recibido un ultraje muy grave, porque no hemos aceptado la honra que nos han querido hacer.

Juan: Pues yo, lo primero que digo, es, que no se debe hacer caso de la injuria que resulta a los hombres, cuando por conservarles el honor, nos vemos obligados a ofender a Dios.

Ni puedo tampoco creer, que puedan, sin peligro, indignarse los que llevan esto mal; antes bien estoy persuadido, que encierra en sí un gravísimo daño: Porque aquéllos que están dedicados a Dios, y que miran a él solo en todas sus acciones, deben estar tan religiosamente dispuestos, que no cuenten por injuria una cosa de esta clase; y esto, aunque mil veces fueran ultrajados. Pero que yo, ni aun por pensamiento, haya tenido semejante atrevimiento, lo puedes conocer de lo que diré: Si yo por soberbia, o por vanagloria (de lo que tú has dicho, que con frecuencia nos calumnian muchos), hubiera venido a esto, sería, sintiendo con mis acusadores, uno de los que hubieran faltado más gravemente, por haber despreciado a unos varones grandes, y admirables, y sobre todo nuestros bienhechores. Y si es digno de castigo el ofender a aquél que no te ha ofendido, ¿cuánta pena merecerá el corresponder con obras contrarias, a los que por sí mismos se movieron a honrarnos? ni alegue alguno, que por haber recibido de mí algún beneficio, o grande o pequeño, han querido premiar este servicio.

Ni aun en tiempo alguno nos ha pasado semejante cosa por el pensamiento; antes bien, hemos huido tan grave carga por otro fin muy diverso; ¿por qué, ya que no nos perdonan, no quieren aprobar mi hecho? sino que nos acusan de que hemos mirado por nuestra alma.

Yo, pues, he estado tan distante de injuriar a tales varones, que por el contrario, estoy por decir, que han recibido de mí un gran honor, con rehusar el que me hacían; y no te admires, si te parece alguna paradoja lo que digo: oirás muy prontamente la razón de todo esto.

En este caso, ya que no todos, a lo menos, algunos que encuentran su gusto en maldecir, hubieran tenido ocasión de sospechar y de hablar muchas cosas de mi, que era el ordenado, y también de los que me habían elegido. Dirían, que atendiendo a las riquezas, y admirando la nobleza de la cuna, y lisonjeados por mí, me habían promovido a este grado; y no me atrevo a asegurar, si se hallaría tal vez alguno, que sospechase haber sido inducidos por dinero. Cristo, añadirían, ha llamado a esta dignidad pescadores, artífices de tiendas, y publicanos; pero estos no se dignan admitir a los que se mantienen con su trabajo cotidiano: y si encuentran alguno que se haya aplicado a las letras humanas, y que pase en ocio toda la vida, a este alaban, y a este admiran. ¿Por qué, pues, desprecian a los que han sufrido innumerables sudores en utilidad de la Iglesia, y en un punto han elevado a semejante honor, al que ni aun ligeramente ha gustado jamás alguno de estos trabajos, sino que ha gastado toda su vida en la vana aplicación a las ciencias profanas?

208
Estas, y otras muchas cosas hubieran podido decir, si hubiéramos admitido esta dignidad, pero no al presente; pues con esto se les ha cortado todo pretexto de maldecir. Ni pueden acusarme de adulación, ni tampoco a aquéllos de haber recibido regalos, sino es que haya algunos, que voluntariamente quieran dar en semejante manía. ¿Cómo puede componerse, que el que sigue la adulación, y gasta el dinero por llegar a un puesto de honor cuando está a punto de conseguirlo, lo ceda a los otros? Esto sería lo mismo, que si un hombre después de haber tolerado muchos trabajos en cultivar la tierra, para que la mies viniese cargada de mucho fruto y el vino rebosase en los lagares después de innumerables fatigas y excesivo gasto de dineros; cuando llegase el tiempo de segar, y de recoger la uva, dejase a los otros la cosecha de los frutos.

¿Ves como en este caso, aunque sus discursos fueran muy distantes de la verdad, con todo quedaba algún pretexto a los que quisieran calumniarlos de haber hecho la elección sin un recto discernimiento de razón? pero ahora no les hemos dejado lugar para respirar, ni aun para abrir simplemente la boca.

Estas, y aun otras cosas mucho mayores hubieran dicho en el principio; pero después de haber comenzado a ejercitar el ministerio, no hubiéramos bastado a defendernos cada día de los acusadores; y esto, aunque en todo nos hubiéramos portado irreprensiblemente, ¿qué sería cuando por la poca experiencia, y por la corta edad nos hubiéramos visto obligados a errar en muchas cosas?

En nuestro caso los hemos librado de este cargo; y en el otro, los hubiéramos expuesto a innumerables oprobios. Quién en tal caso no hubiera dicho: han fiado a muchachos sin juicio cosas grandes, y maravillosas; han destruido el rebaño de Dios. ¿Las cosas de los cristianos, se han convertido en juegos de niños, y en irrisión?

Pero ahora(34)toda la iniquidad cerrará su boca. Y si por lo que toca a ti dijeren todas estas cosas, prontamente los harás conocer por las obras, que ni la prudencia se mide por la edad, ni se hace prueba por las canas de la vejez; ni se debe apartar enteramente al joven de tal ministerio, sino sólo al que es neófito, habiendo entre uno y otro grandísima diferencia.

(34)
Ps 106,42.



SAN JUAN CRISTONOMO

CRISOSTOMO-SACERDOCIO Liv.1